Relato "reposteado"
Mi nombre es 20, Jhony 20, y no recuerdo dónde nací. Lo que sí sé es que no me queda mucho tiempo.
He viajado largo rato por el mundo; cruzado fronteras en varias ocasiones sin mostrar nunca mi identidad, nunca fue necesario; he paseado al lado de chicas maravillosas y he compartido sábanas con ancianas solitarias.
Me vi involucrado en un asunto turbio relacionado con drogas. No era la primera vez. Recuerdo una tremenda reyerta por unos gramos de coca... En ese escenario estaba yo, impasible, como un tipo duro y frío, casi diría, valiente y altivo ante la situación. Ese día había salido "a pillar algo" con Alex, un gran "cabeza loca", empeñado desde chico en complicarse la existencia. ¡Con la buena vida que habría podido llevar!...
Tras la tremenda trifulca, me separé de él. No tengo grandes recuerdos de lo que ocurrió después porque, creo, que iba un poco "puesto".
Después de muchas vueltas, recorriendo bares de copas, conocí a Graciela; hermosa mujer. Trabajaba en la calle y alquilaba su cuerpo al mejor postor.
Esa noche decidió acabar temprano y nos retiramos a su casa. Y digo "nos" porque me fui con ella. Entró en su casa descalza, con sus zapatos en las manos y sin hacer ruido. Se dirigió al lavabo. Le observé mientras se desmaquillaba los ojos con un aceite de baño barato, de esos que se utilizan para niños. Se quitó la ropa de trabajo y se dirigió hacia una pequeña habitación donde un pequeñito soñaba en su cuna. Se acercó a su carita y le besó con ternura. Comprobó con los labios la temperatura de su frente y respiró profundo. Creí ver lágrimas en sus ojos, aunque pudiera ser el aceite que se acababa de aplicar. Al lado, una mujer dormitaba su cansado cuerpo en una silla.
-Buenas noches, Laura. ¡Venga, despierte y vaya a su casa que es tarde! Aquí tiene su dinero...
-Gracias señorita Graciela.
Acompañé a Laura. Era tarde y no le iba a dejar sola. Su casa era apenas una habitación en un "chamizo" que compartía con tres niños. La estancia se componía de dos colchones, una mesa con cuatro sillas y dos maletas (curioso mobiliario). Cuando llegamos una niñita de siete u ocho años se levantó descalza y se abalanzó al cuello de la madre, besándole con amor.
-¡Qué bien que has venido, mamá!.
-Venga, bonita ¡a dormir!. Tienes que descansar ángel... Solo díme ¿cómo se portaron los niños?
-Muy bien, mamá. No te preocupes...
Laura se quedó dormida abrazando a su ángel, porque así era como llamaba a la niña. Observar esta escena me enterneció, lo confieso.
En pocas horas amaneció. Laura se levantó con un "sigilo sacramental" para no despertar a sus hijos. Quería que ese día fuera especial porque su pequeño Manuel, cumplía tres años. Iba a comprarle una tarta y un regalito y lo celebrarían todos juntos, en familia. Desde hacía algún tiempo no podía dar mucho a sus hijos; ni siquiera tiempo. Las cosas le fueron mal y hubo de dejar su modesta casa y huir con sus tres hijos, de su marido... Vivían, practicamente, escondidos en esa habitación, de la que solo salía para "echar una horillas" limpiando casas o cuidando niños y ancianos. Pero se había jurado que las cosas iban a cambiar..
La tarta para sus hijos ¡no iba a faltar ese día!.
Perdí la pista de Laura en la caja del Super, pensé que me había dado esquinazo. Allí una cajera se fijó en mí. Me sentí casi halagado que, entre tantos, se fijara precisamente en mí...
-Míra, Clara ¡qué viejo!... Hmm, habrá que dárselo al encargado... está tan deteriorado.
-Sí, pero míra, observa, alguien escribió su nombre en este billete de 20€... "Jhony ... 20".
Porque sí, eso es lo que soy, solo un billete de 20€ ... Pero, ¡con mucha imaginación!.
Ya dije, al principio, que sabía que no me quedaba mucho tiempo porque uno, se da cuenta de estas cosas, máxime cuando se emiten campañas de recogida de billetes muy usados para restituirlos por otros más nuevos. Son cuestiones de sanidad... Lo entiendo.
He viajado, he vivido y he pasado por tantas manos y tantas carteras, que podría escribir un libro. Ésto de ser un cuenta-cuentos, quizá, lo pensé demasiado tarde. Ahora sólo os dejo la historia de mi último día y, como epitafio, el nombre que alguien escribió, una vez, en rojo, para mi: