Los días siguientes se convirtieron en un ir y venir de policías que no concluían de tomar huellas, ni de hacer preguntas. “¿Notó algún cambio en su comportamiento?... ¿discutieron?... ¿sabe si había dado por finalizada alguna relación sentimental?... ¿tenía pareja?... ¿es conocedora de que tuviera algún problema con alguien de su entorno?...”.
¡No, por Dios!... Si todo era... Si todo parecía perfecto…
Por primera vez en muchos años, Julia, se sintió muy sola. No era capaz de entender qué era lo que había pasado y sufría por no haber intuido aquello que pasaba por la cabeza de su hija. Perdió la color, el apetito y el sueño y era, únicamente, al acercar el libro contra su pecho, cuando sentía consuelo y descanso. Así, abrazada a ese montón de hojas en blanco, había encontrado la forma de conseguir cerrar los ojos, descansar e incluso soñar… algo que, desde hacía mucho tiempo, no lograba.
Una tarde de lluvia, varios meses después de la desaparición de su hija, sintió la necesidad imperiosa de abrir el libro en busca de alguna pista; algo que hubiese pasado desapercibido para la policía. Y allí mismo, en una página cualquiera del libro, dejó caer una lágrima...
Entonces, y como por arte de magia, empezaron a surgir letras que comenzaron a formar palabras que, a su vez, iniciaron frases… para dar paso a una historia que se iba escribiendo al ritmo que ella marcaba con su vista, con el único compás con el que era capaz de leer… despacio, muy despacio.
Atrapada por la "magia" del libro fue descubriendo la crónica de una aldea increíble; construida al otro lado de una cascada; preservada del mundo. Un sitio especial, sin contaminar, dónde se fueron recluyendo seres que conservaban íntegro el poder de sus sueños; individuos que, aún habiendo sido muy desgraciados, seguían teniendo esperanza; soñadores; titiriteros; magos y personas de todos los lugares del planeta que, por uno u otro motivo, habían deseado en algún momento de sus vidas, desaparecer.
Conoció a Luján, el primer habitante del paraje y un gran conversador. A Camelia, una sanadora de almas excepcional. A Diego, una especie de titiritero que pasaba horas ideando bailes y juegos... Conoció a Rayo, el guardián de las nubes. A Roque, el reparador de sueños rotos; también a Luz, la compositora de cuentos, una joven discreta que encontraron desvanecida a orillas del lago. A la sin par Gabriela, ejemplo de lucha y superación, que había conseguído volver a caminar... e incluso volar.
Eran una gran familia, donde cada cual tenía reservado su lugar, su función y su sitio.
Conoció a decenas de personajes maravillosos, con historias fascinantes de superación personal. Por primera vez en su vida entendió lo que era disfrutar de la lectura; se acordó de su hija y lamentó no haber compartido mucho antes, el gusto por los libros.
Día a día, iba buscando un huequito en sus tareas para irse sumergiendo en las historias fascinantes que ocurrían en la aldea de Luján…
El tiempo, en los libros, camina de forma diferente a lo que lo hace en la vida real. Lo que se cuenta en un capítulo puede ser la narración de un tiempo muchísimo más largo… Al acabar ese verano, Luján y la joven cuenta-cuentos, habían decidido formar una familia y la aldea se vistió de fiesta. Ese día, cada cual había realizado su trabajo con precisión, y la decoración era propia de un cuento de hadas. Una plaga de colores y olores para agasajar a los enamorados...
Julia, hizo lo propio y se engalanó para la ceremonia con su mejor traje... Incluso se atrevió a pintarse un poquito los ojos y aplicó brillo rosado en sus labios. Ese día estaba pletórica por seguir leyendo en qué terminaba la historia de unos personajes desconocidos, que se habían colado en su vida.
Se sentó en su sillón; se puso sus gafas para vista cansada; un cojín en las lumbares; piernas en alto con su mantita del pirineo y ¡a leer!...
En apenas unas semanas había entrado a formar parte de una comunidad, que vivía en un mundo paralelo, al otro lado de una cascada y, por un momento, sintió el deseo de aparecer en ese "otro lado" para, incluso, felicitar a los recién casados. Pero ella, no podía permitirse abandonar su lugar y su tiempo… ¿y si su hija volvía?
Luz, la novia compositora de cuentos de la aldea de Luján; la joven discreta que encontraron maltrecha a los pies de la cascada se dirigió a todos los presentes para hacerles partícipes de lo feliz y desgraciada que era al mismo tiempo. Feliz, al haber encontrado el lugar donde la magia y los sueños son protagonistas y triste, por haber dejado al otro lado al ser más maravilloso y especial que había conocido en su vida: su madre…
Julia, tenía los ojos inundados de lágrimas por aquella muchacha y, de nuevo, sintió el deseo de estar a su lado para abrazarla, pero… no podía ser. Ella debía estar en su sitio, en la casa de su hija, aguardando su vuelta…
En ese preciso momento el tono del libro cambió para convertirse en algo más personal… Un “mea culpa” entonado de pie y ante todos. La joven Luz, pidió perdón por haber actuado de forma tan egoísta hacia su madre a la que no tuvo en cuenta cuando cerró los ojos y decidió firmemente desaparecer de un mundo que le agobiaba. Ahora, en un día que se suponía muy feliz, no podía tirar hacia adelante; la pena y la culpa eran demasiado pesadas… Miró a Luján y a todos los aldeanos y llorando se dirigió hacia la cascada con el ánimo de deshacer el daño causado. Todos sus convecinos entendieron.
¡Noooooo!, no lo hagas niña –gritó Julia desde el sofá de su salón- ¡No lo hagas, muchachita! Ahora no…
Los lugareños no podían creer lo que estaban viendo sus ojos… La gran ceremonia malograda… La joven Luz, apagada y convertida en una novia a la fuga… Y lo más sorprendente, a una desconocida mujer, vestida de fiesta que, apresuradamente corría tras ella, gritando…
Cuando consiguió darle alcance y se encontraron frente a frente, tras el asombro inicial, se produjo la gran explosión de risas, llantos, abrazos, perdones, mocos y besos… Ahora cada cosa estaba en su lugar y todos estaban en su sitio... El círculo se acababa de cerrar. Y el sillón había quedado vacío.
Y colorín, colorado esta historia ya sí se ha acabado.