“La felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre; pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe”
Con su breve extensión de apenas 60 páginas, he de afirmar que este cuento me ha cautivado. Bartleby, el antihéroe casi por antonomasia, nos muestra con su pasividad una imagen deshumanizadora. Se encomienda a una única tarea y rehúsa realizar cualquiera que se salga de su estricta competencia, lo que produce en su jefe, el narrador de la historia, una cierta molestia. Pero el encanto de Bartleby reside en esa impasibilidad: produce tal lástima que ni siquiera su superior es capaz de sustituirle por otro empleado.
Como un barco sin timón, Bartleby se encamina hacia un final trágico del cual no puede escapar: su existencia sin apenas esencia se muestra diáfana ante sus ojos. Hombre mortal no podría cambiar tan triste sino.
Es un relato fascinante, arrebatador. Pasmosa imagen de un hombre que no siente, hombre que no vive. Hombre mecánico, robótico. Hombre que, en definitiva, ya no es hombre.