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domingo, 21 de febrero de 2016

Umberto Eco


Salud!!




Los tres astronautas






Era una vez la Tierra.

Era una vez Marte.

Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo, y alrededor había millones de planetas y de galaxias.

Los hombres que estaban sobre la Tierra querían llegar a Marte y a los otros planetas; ¡pero estaban tan lejos!
 

Sin embargo, trataron de conseguirlo. Primero lanzaron satélites que giraban alrededor de la Tierra durante dos días y volvían a bajar.

Después, lanzaron cohetes que daban algunas vueltas alrededor de la Tierra, pero, en vez de volver a bajar, al final escapaban de la atracción terrestre y partían hacia el espacio infinito.

Al principio, pusieron perros en los cohetes: pero los perros no sabían hablar y por la radio del cohete transmitían solo "guau, guau". Y los hombres no entendían qué habían visto y adónde habían llegado.



Por fin, encontraron hombres valientes que quisieron trabajar de astronautas.

El astronauta se llama así porque parte a explorar los astros que están en el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que hay alrededor.

Los astronautas partían sin saber si podían regresar. Querían conquistar las estrellas, de modo que un día todos pudieran viajar de un planeta a otro, porque la Tierra se había vuelto demasiado chica y los hombres eran cada día más.

Una linda mañana, partieron de la Tierra, de tres lugares distintos, tres cohetes.

En el primero iba un estadounidense que silbaba muy contento una canción de jazz.

En el segundo iba un ruso, que cantaba con voz profunda "Volga, Volga".

En el tercero iba un negro que sonreía feliz con dientes muy blancos sobre la cara negra.

En esa época los habitantes de África, libres por fin, habían probado que como los blancos podían construir, casas, máquinas y, naturalmente, astronaves.

Cada uno de los tres deseaba ser el primero en llegar a Marte: El norteamericano, en realidad, no quería al ruso y el ruso al norteamericano, porque el norteamericano para decir "buenos días" decía How do you do y el ruso decía zdravchmite.

Así, no se entendían y creían que eran diferentes.

Además, ninguno de los dos quería al negro porque tenía un color distinto.

Por eso no se entendían.

Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo. Descendieron de sus astronaves con el casco y el traje espacial. Y se encontraron con un paisaje maravilloso y extraño: El terreno estaba surcado por largos canales llenos de agua de color verde esmeralda. Había árboles azules y pajaritos nunca vistos, con plumas de rarísimo color.

En el horizonte se veían montañas rojas que despedían misteriosos fulgores.

Los astronautas miraban el paisaje, se miraban entre sí y se mantenían separados, desconfiando el uno del otro.

Cuando llegó la noche se hizo un extraño silencio alrededor. La Tierra brillaba en el cielo como si fuera una estrella lejana.

Los astronautas se sentían tristes y perdidos, y el norteamericano, en medio de la oscuridad, llamó a su mamá.

Dijo: "Mamie".
 

Y el ruso dijo: "Mama"
 

Y el negro dijo: "Mbamba"

Pero enseguida entendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos sentimientos. Entonces se sonrieron, se acercaron, encendieron juntos una linda fogatita, y cada uno cantó las canciones de su país. Con esto recobraron el coraje y, esperando la mañana, aprendieron a conocerse.

Por fin llegó la mañana y hacía mucho frío. De repente, de un bosquecito salió un marciano. ¡Era realmente horrible verlo! Todo verde, tenía dos antenas en lugar de orejas, una trompa y seis brazos.

Los miró y dijo: "grrrrr".

En su idioma quería decir: "¡Madre mía!, ¿Quiénes son estos seres tan horribles?".

Pero los terráqueos no lo entendieron y creyeron que ése era un grito de guerra.

Era tan distinto a ellos que no podían entenderlo y amarlo.

Enseguida se pusieron de acuerdo y se declararon contra él.

Frente a ese monstruo sus pequeñas diferencias desaparecían. ¿Qué importaba que uno tuviera la piel negra y los otros la tuvieran blanca?

Entendieron que los tres eran seres humanos.

El otro no. Era demasiado feo y los terráqueos pensaban que era tan feo que debía ser malo.

Por eso decidieron matarlo con sus desintegradores atómicos.

Pero de repente, en el gran hielo de la mañana, un pajarito marciano, que evidentemente se había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y de miedo.

Piaba desesperado, más o menos como un pájaro terráqueo. Daba mucha pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no supieron contener una lágrima de compasión.
 

Y en ese momento ocurrió un hecho que no esperaban. También el marciano se acercó al pajarito, lo miró, y dejó escapar dos columnas de humo de su trompa. Y los terráqueos, entonces; comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo, como lo hacen los marcianos.

Luego vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo levantaba entre sus seis brazos tratando de darle calor.

El negro que en sus tiempos había sido perseguido por su piel negra sabía cómo eran las cosas. Se volvió hacia sus dos amigos terráqueos:
 

-¿Entendieron? –dijo-. ¡Creíamos que este monstruo era diferente a nosotros y, en cambio, también él ama los animales, sabe conmoverse, tiene corazón y, sin duda, cerebro también! ¿Todavía creen que tenemos que matarlo?

Se sintieron avergonzados ante esa pregunta.

Los terráqueos ya habían entendido la lección: no es suficiente que dos criaturas sean diferentes para que deban ser enemigas.

Por eso se aproximaron al marciano y le tendieron la mano.
 

Y él, que tenía seis manos, estrechó de una sola vez las de ellos tres, mientras con las que tenía libres hacía gestos de saludo.
 

Y señalando con el dedo la Tierra, ahí abajo en el cielo, hizo entender que quería hacer conocer a los demás habitantes y estudiar junto a ellos la forma de fundar una gran república espacial en la que todos estuvieran de acuerdo y se quisieran.

Los terráqueos dijeron que sí muy contentos.
 

Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un cigarrillo. El marciano muy feliz se lo metió en la nariz y empezó a fumar. Pero ya los terráqueos no se escandalizaban más.

Habían entendido que en la Tierra como en los otros planetas, cada uno tiene sus propias costumbres y que sólo es cuestión de comprenderse entre todos.

lunes, 25 de mayo de 2015

Mayo. Mes del Libro 2015. Día 25


Algunas frases y refranes sobre libros. Ustedes deben conocer muchas que no están acá.

LIBRO BUENO, HUERTO AMENO.
LIBRO CERRADO, NO SACA LETRADOS.
LIBROS, CAMINOS y DÍAS DAN SABIDURÍA (Proverbio árabe)
QUIEN UN BUEN LIBRO TIENE AL LADO, NO ESTA SOLO, SINO BIEN ACOMPAÑADO.
MUCHO LEER y BIEN ENTENDER, EL MEJOR CAMINO PARA APRENDER.
QUIEN SABE LEER y ESCRIBIR, A TODAS PARTES PUEDE IR.
POR LA ESCRITURA, LO QUE HABÍA DE OLVIDARSE, PERDURA.
PARA VIAJAR LEJOS, NO HAY MEJOR NAVE QUE UN LIBRO. (Emily Dickinson)
ALLÍ DONDE SE QUEMAN LOS LIBROS, SE ACABA POR QUEMAR A LOS HOMBRES. (Heinrich Heine)

Mayo. Mes del Libro 2015. Día 24


Estas hermosas imágenes fueron publicadas por Memes bibliotecológicos. Las tomé de ahí.







Mayo. Mes del Libro 2015.Día 23


Cuarto día de Desafío Literario

Lo mejor de esto fue descubrir cuánta poesía nos anda rondando el alma.Tal vez el primer día fue difícil pero al llegar al cuarto te das cuenta que hay un río de palabras que quisieras compartir. Cumplido el desafío, gracias a María Beatriz Almada Rodríguez por nominarme y gracias a las amigas que aceptaron participar, espero les resulte tan gratificante como a mí. Para hoy elegí un poema de Mario Benedetti, Corazón Coraza.
"Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no."

Mayo. Mes del Libro 2015. Día 22


Tercer día del desafío literario.

Para este día elegí: Palabras, de Cecilia Roggero.
"Hay palabras redondas,
como mundo, como hueco,
como sol.
Hay palabras que acompañan,
como luz, como perro,
como sombra.
Hay palabras que lloran
como lluvia.
Hay palabras amargas,
como tónico
y difíciles como lo siento.
Hay palabras grandotas,
como castigo o como grito.
Hay palabras que ríen,
como agua, como circo.
Y las hay tristes,
como fin.
Hay palabras y palabras.
Hay las que se dicen
y las que se callan.
Hay las que duelen
y las que alegran
y las que abren puertas
misteriosas."

Mayo. Mes del Libro 2015. Día 21


Desafío Literario. Segundo Día.
En mi segundo día de desafío elegí este clásico de Don Francisco de Quevedo.

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo

miércoles, 20 de mayo de 2015

Mayo. Mes del libro 2015. Día 20

Desafío literario. Primer Día.
María Beatriz Almada Rodríguez me incluyó en este desafío literario. Viene bien en este Mes del Libro 2015. Tengo que publicar una poesía durante cuatro días y en cada día debo nominar a cuatro personas para que hagan lo mismo. Ayer, una amiga me acercó esta revista de distribución gratuita, realizada por gente que tiene inquietudes literarias y las publica con gran esfuerzo. De ahí tomé el poema para mi primer día de desafío. Nomino hoy a Paloma NuñezMaría Mercedes Olivera PriettoAna Pioli y Nelly Cristina Viera Duarte.
Tu color y el mío
Aunque eres mi hermano
Y seamos iguales
Tenemos distinto color.
Tú con tu pálida piel
Yo con mi color tan oscuro.

Tu piel de pálido marfil
Mi negro color
y rosa blanca mi alma.

¿Ves hermano
Que no hay diferencias?
Si te desangras
En tu herida
y yo en mi dolor
verás que la sangre
que derramamos
es siempre de un mismo color.

María Eduviges Silva Flores


miércoles, 13 de mayo de 2015

Mayo. Mes del Libro 2015. Día 13

Vamos a leer un cuento de Gianni Rodari 


A jugar con el bastón


Un día el pequeño Claudio jugaba en el zaguán, y por la calle pasó un hermoso anciano con los lentes de oro, que caminaba encorvado, apoyándose en un bastón, y precisamente delante del portón se le cayó el bastón.
                   
Claudio fue presuroso a recogérselo y se lo dio al viejo, que le sonrió y dijo:
                   
 - Gracias, pero no me sirve. Puedo caminar muy bien sin él. Si te gusta, tenlo.
                   
 Y sin esperar respuesta se alejó, y parecía menos encorvado que antes.
                   
 Claudio permaneció allí con el bastón entre las manos y no sabía qué hacer.
                   
 Era un bastón común de madera, con el mango curvo y la punta de hierro, y no se notaba nada más especial. Claudio golpeó dos o tres veces la punta en el suelo, después, casi sin pensarlo montó a horcajadas el bastón y he aquí que no era más un bastón, sino un caballo, un maravilloso potro negro con una estrella blanca en la frente, que se lanzó al galope alrededor del patio, relinchando y haciendo salir centellas de los guijarros.
 Cuando Claudio, un poco maravillado y un poco asustado, logró poner el pie en el suelo, el bastón era nuevamente un bastón, y no tenía cascos sino una sencilla punta oxidada, ni crines de caballo, sino el mismo mango encorvado.
- Quiero probar de nuevo -dijo Claudio, cuando logró recobrar el aliento.
 Montó de nuevo el bastón, y esta vez no fue un caballo, sino un solemne camello con dos jorobas y el patio era un inmenso desierto para atravesar, pero Claudio no tenía miedo y observaba desde lejos, para ver aparecer el oasis.
“Ciertamente es un bastón encantado”, se dijo Claudio, montándolo por tercera vez.
 Ahora era un automóvil de carreras, todo rojo con el número escrito en blanco sobre el capó, y el patio una pista ruidosa, y Claudio llegaba siempre el primero a la meta.
Después, el bastón fue una motonave y el patio un lago con aguas tranquilas y verdes, y después una nave espacial que surcaba los espacios, dejando tras de sí una estela de estrellas.
 Cada vez que Claudio ponía el pie en tierra el bastón tomaba su aspecto pacífico, el mango lúcido, el viejo herrete. La tarde pasó rápida entre aquellos juegos.
 Hacia la noche Claudio se asomó hacia la carretera, y he aquí que ve al viejo con los lentes de oro.
 Claudio lo observó con curiosidad, pero no pudo ver en él nada de especial: era un viejo señor
cualquiera, un poco cansado por el paseo.
 -¿Te gusta el bastón?, preguntó sonriendo a Claudio. Claudio creyó que se lo pedía, y se lo alargó, enrojecido. Pero el viejo hizo señal de que no.
 -Tenlo, tenlo, dijo. ¿Qué hago yo con un bastón? Tú puedes volar, yo sólo podré apoyarme. Me apoyaré en el muro y será lo mismo.
Y se fue sonriendo, porque no hay persona más feliz que el viejo que puede regalar alguna cosa a  un niño.

viernes, 8 de agosto de 2014

6 y 9 de Agosto

MIL GRULLAS  De Elsa Bornemann


Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los

chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el

mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y

Toshiro no entendían muy bien que era lo que estaba pasando.

Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se

habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados

y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa

diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a las

noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo,

creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

¡Ah…y también se estaban descubriendo uno al otro!

Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus

miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podrían transitar ese imaginario

senderito de ojos a ojos.

Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las

palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…

Pero Naomi, sabía que quería a ese muchacho delgado, que más de una vez se quedaba

sin almorzar para darle a ella la ración de batatas de había traído de su casa.

-No tengo hambre-le mentía Toshiro, cuando veía a la niña apenas si tenía dos o tres

galletitas para pasar el mediodía. - Te dejo mi vianda - y se iba a corretear con sus

compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza

de devorar la ración.

Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas

trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero

ese futuro quedaba tan lejos aún…

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente

el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.

Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas,

ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su

comienzo significaba que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.

A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos un de la otra, sus familias no se

conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita.

Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.

 Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque.

Se fue julio y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque.

Y aunque no lo supieran ¡Por fin llegó agosto!-pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de esos cuando Toshiro viajó, junto con sus padres, hacia la

aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas

que veían apilarse vasijas en todos los rincones del local.

Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la

misma dedicación de otras épocas. –Para cuando termine la guerra… -decía el abuelo.-

Todo acaba algún día... – comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro se sentía que la

paz debería ser algo muy hermoso, porque los ojos de sus madres parecían aclararse

fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a el se le aclaraban los

suyo cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi?

El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba, sobre la

nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella

atravesándolo.

Abandonó el tatami, se deslizo de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la

ventana de la habitación. ¡Qué alivio!

Una cálida madrugada le rozo las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus.


Lento se apaga

El verano.

Enciendo lámparas y sonrisas.


Pronto

Florecerán los crisantemos.

Espera,

Corazón.


Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la

que escondía sus pequeños tesoros de curiosidad de sus hermanos.

El cuatro y cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta la

ropa para remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba.

Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso

resultaba aburridísimas para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que

cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar el deseo para que se cumpliese.

La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó el pantalón de su hermano menor el ruego de

que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de papá, el

pedio de que Toshiro no la olvidara nunca…

Y los dos deseos se cumplieron.

Pero el mundo tenía sus propios planes… Ocho de la mañana seis de agosto en el cielo de Hiroshima.

Naomi se ajusta su obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo

ahora?

“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.

En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera

vez en el cielo. El cielo de Hiroshima.

Un repentino resplandor ilumina extrañamente la cuidad.

En ella, una mamá amanta a su hijo por última vez.

Dos viejos trenzan bambúes por última vez.

Una docena de chicos canturrea: “Donguri Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.

Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.

Miles de hombres piensan en mañana por última vez.

Naomi sale para hacer unos mandados.

Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.

Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegraron esta

mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el paso

de Hiroshima.

Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir

nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino requerido.

Nadie será ya quien era.

Hiroshima arrasada por un hongo atómico.

Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

Recién en diciembre logro Toshiro averiguar donde estaba Naomi ¡Y que aún estaba

viva, Dios!

Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en la localidad próxima de

Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también había sobrevivido al horror,

aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en sus misma sangre.

Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.

El invierno insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabia si era el frío exterior o sus

pensamiento lo que le hacia tiritar.

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos

abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.

Sobra su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.

-Voy a morirme, Toshiro… -susurró, no bien sus amigo no se paró, en silencio, al lado

de su cama. –Nunca llegare a plegar las mil grullas que hacen falta…

Mil grullas… o Semba-Tsuru, como se dice en japonés.

Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita.

Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente en un bolsillo de su chaqueta.

-Te vas a curar, Naomi- le dijo entonces, pero su amiga no lo oía ya: se había quedado

dormida. El muchachito salió del hospital, bebiéndose lágrimas.

Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban

temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa

desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.

Hojas de diarios, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos

libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos

los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre sombras. Esperó

hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se

incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.

Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en

secreto y volvió a su lecho.

La tijera llevaba oculta entre sus ropas.

Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recorto primero

novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil

grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía.

El muchacho se encontraba pasando hilos a través de de la silueta de papel. Separó en

grupos de diez frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo,

suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.

Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de su

furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única

vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de su primo.

No había tiempo perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros

que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la

enorme sala de uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.

Toshiro insistió: -Sólo o quiero colgar estas grullas sobre sus lecho. Por favor…

Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las

avecitas de papel. Con la misma impasibilidad con que momentos antes le había cerrado

el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?

Naomi dormía.

Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso en su silla sobre la mesa de luz

luego se subió.

Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzó. Y en un

rato estaba las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente

sujetos con alfileres.

Fue al bajarse que su improvisada escalera advirtió que Naomi los estaba observando.

Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Toshi-Chan… Gracias… -Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas -y el muchacho abandonó la sala sin darse cuenta.

En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas

empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar,

al entreabrir por unos instantes la ventana.

Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los

adultos ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su

sangre?

Febrero de 1976.

Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos

y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.

Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle

por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos

que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas

de origami dispersas al azar.

Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue

sorprenderlo.

Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.

Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes…

Grullas y más grullas.

Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición

japonesa.

-Algún día completara las mil…-cuchicheaban entre risas-. ¿Se animará entonces a

colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida

de Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.



Extraído de No somos irrompibles, doce cuentos de chicos enamorados.

martes, 10 de junio de 2014

Palabras

Palabras

Hay palabras redondas,
como mundo, como hueco,
como sol.
Hay palabras que acompañan,
como luz, como perro,
como sombra.
Hay palabras que lloran
como lluvia.
Hay palabras amargas,
como tónico
y difíciles como lo siento.
Hay palabras grandotas,
como castigo o como grito.
Hay palabras que ríen,
como agua, como circo.
Y las hay tristes,
como fin.
Hay palabras y palabras.
Hay las que se dicen
y las que se callan.
Hay las que duelen
y las que alegran
y las que abren puertas
misteriosas.


Cecilia Roggero

Y si leemos?

Este cuento lo tomé de la web hace un tiempo y no recuerdo el lugar. Pido las disculpas del caso.

EL REY BÚHO

Hace mucho tiempo, los pájaros eran mucho más sabios que los hombres y no
necesitaban que los gobernasen ni reyes ni ministros. Ni siquiera el Consejo de
Pájaros se preocupaba de promulgar leyes y, durante las reuniones, se contaban
una historia tras otra y hablaban de quien había nacido, de quien había muerto o
de los pajarillos que se habían quedado huérfanos. Se preocupaban de cosas mucho
más importantes que de órdenes o prohibiciones. Los pájaros vivían bajo la sabia
ley del amor y la amistad. No conocían ni el odio ni la ira. Pero, un día,  un
hombre malvado llegó a su reino. Miró a su alrededor y sintió envidia de la
felicidad de los pájaros.
-¿ Por qué no te pones a la cabeza de los demás? -preguntó al pavo-. Eres sin
duda el más bello. El pavo se sintió muy halagado.
-¿ Por qué eres amigo de la humilde codorniz? -preguntó el hombre al águila-.
¡Con lo noble y fuerte que tú eres! ¡Bajando en picado desde lo alto,
conseguirías abrirle la cabeza con tu fuerte pico!
Entonces el águila se infló tanto de orgullo que agarró el nido de la codorniz
con sus afiladas garras y lo destruyó. Así, poco a poco, pero con éxito, aquel
hombre malvado fue esparciendo la semilla de la discordia entre los pájaros.
Muy pronto en el reino de los pájaros solo hubo desorden. Los pájaros se
peleaban, se insultaban, se gritaban. Al final, los más fuertes empezaron a
perseguir a los más débiles. Cada uno estaba orgulloso de su especie y no se
preocupaba de los demás.
"No podemos continuar de esta forma", se dijo un día el minúsculo colibrí, y
convoco a una reunión de todos los pájaros más pequeños. Todos juntos se
dirigieron volando a la cima de la montaña donde el águila tenia su nido.
- ¡Queremos justicia! - gritaron-. Eres la más fuerte y debes ponerte a la
cabeza de los pájaros obligándoles a no hacerse mas daño.
El águila, halagada por la elección, se dispuso a tomar rápidamente el cetro.
Pero el hombre malvado le dijo:
-Águila eres tonta. Un rey solo es esclavo de sus súbditos. Siempre debe estar
pendiente de su bienestar, de resolver sus ridículos litigios y proteger a los
débiles de los fuertes. Deberíais elegir rey al búho, tiene unos ojos preciosos
porque ve de noche, pero de día, cuando los demás pájaros vuelan felices bajo el
esplendor del sol, el búho está completamente ciego. No se entrometerá en
vuestros asuntos y cada cual hará lo que más le plazca.
El águila decidió que era buena idea y el búho se convirtió en el rey de los
pájaros. Rey búho duerme de día y, de noche, cuando los demás están acurrucados
en sus nidos, ejerce su poder. Y así, hasta hoy, todavía no hay paz entre los

pájaros.