«La obra ha escapado de mi control y he producido un monstruo: una novela inmensamente larga, compleja, bastante amarga y atemorizante, muy poco apropiada para niños (o para cualquiera); y que en verdad no es una continuación de El hobbit, sino de El Silmarillion.»Luego de años de revisiones y reescrituras, el primer tomo de la historia asoma en las librerías. Tolkien le había augurado a su aun apesadumbrado editor, Stanley Unwin: “Está escrita con la sangre de mi vida, gruesa o delgada, como sea, y no puedo hacer otra cosa.” Parte del riesgo que corrían era que la obra no fuese aceptada por su volumen, por su recargado trasfondo mítico, pero también porque no estaba enfocada a un público particular; sin embargo, como a todo lector del magnus opus tolkiniano le habrá pasado, cuando se llega a las páginas finales se percibe que la obra es quizá demasiado breve. Para entonces, las críticas como las ventas no se dejaron esperar: los restantes tomos surgieron durante los siguientes meses, obedeciendo a la escasez de papel luego de la Segunda Guerra. En los años posteriores las traducciones tampoco se hicieron demorar: Francisco Porrúa haría un trabajo magistral desde el pulcro inglés del catedrático de Oxford a un esmerado español, una labor semejante a la de Vicente Villacampa cuando tradujo del francés a nuestro respetado ingeniero Fulcanelli en Las Moradas Filosofales.
¿Pero quién es El Señor de los Anillos? El lector entendido no dudará ni por un instante en que tal título es claramente atribuido al Nigromante; tanto el errante y sabio mago se pronuncia al respecto en los primeros capítulos como más tarde lo hará Frodo cuando concluye el Libro Rojo titulándolo: “La caída del Señor de los Anillos y el retorno del Rey.” Otra inquietud que nos corroe es que Tolkien no se consideraba el autor de la historia. Durante el prólogo, el celebrado profesor se ubicaba como un mero traductor o transcriptor, tomando como fuente unos documentos imaginarios de una ficticia biblioteca. ¿Es que acaso el tabáquico medievalista estuviera consciente de que la materia prima de su obra estaba siendo sintonizada o canalizada desde alguna fuente no local de información?
En el pasado, hicimos mención sobre que la mitología tolkiniana había espitado algún inusitado abrevadero de una potable y fresca corriente esotérica. Es más, nos atrevimos a comparar las Densidades de Consciencia provistas en el Material Ra y en las Sesiones Cassiopaea, junto a la disección de entidades que discurre en el Ainulindalë (la Música de los Ainur) en su obra póstuma El Silmarillion. Si añadimos el arte-facto de la Kabbalah como un grafo de dependencias cognitivas, vemos que las tres grandes regiones del Cosmos pueden compararse con el Mundo Empíreo, Etéreo y Elemental rosacruz y que, respectivamente, pueden ser asociadas a Las Tierras Imperecederas, las Aguas Circundantes (que más tarde cobijaron a la Isla de Númenórë) y La Tierra Media; en la tabla siguiente resumimos groseramente, afortunadamente sin pérdida de generalidad, una enumeración comparativa:
Principio | Densidad de Consciencia | Mitología tolkiniana | Concepción rosacruz |
Yang | Séptima | Ilúvatar: el Único o Todo (previo al Ainulindalë) | Aleph/Absoluto (Potencial inmanifiesto) |
Yang | Sexta | Arquetipos: Valar | Reino Plerómico |
Yang | Quinta | Espíritus: Maiar Estancias de Mandos | Reino Espiritual (Inmortales celestiales) |
Yin/Yang | Cuarta | Elfos, Medioelfos, Ents y Orcos | Reino Etérico (Inmortales terrenales) |
Yin | Tercera | Hombres, Enanos y Hobbits | Reino Humano (Mortales terrenales) |
Yin | Segunda | Fauna y Flora | Reino Orgánico |
Yin | Primera | Regiones geográficas | Reino Elemental (Fundamento) |
Es evidente que las potestades angélicas del Ainulindalë, aquellas entidades que transforman Lo Inefable en Manifiesto, pueden ser asociadas casi de inmediato con los Arquetipos —jungianos y, por qué no, aquellos agregados por August William Derleth a la mitología de su mentor Howard Phillips Lovecraft.—(1) Los Maiar son los espíritus de Quinta Densidad, emisarios bajo la égida de los Valar, enviados como bodhisattvas hacia el Reino Humano con una misión que ha de ser descubierta durante su peligrosa peregrinación hacia los inquietantes reinos más densos. Estas encarnaciones pueden ser vistas, desde un nivel no antropocéntrico, como una serie de sucesivos procesos de desintegración positiva: a medida que se logre capitalizar sufrimiento cristalizándolo en sabiduría y se trabaje sobre sí para desprender los agregados psicológicos, lográndose una suficiente depuración de las conductas urobóricas, se alcanzará entonces el nivel cognitivo del pensamiento unificado (la integración o no-dualidad) de Sexta Densidad. En la hebra narrativa de la muerte y resurrección de Gandalf en Moria vemos una descripción sin tapujos de este proceso. Ciertamente, el errante sabio vuelve como el Caballero Blanco pero con la apariencia y hábitos humildes de un yogui:
Durante un tiempo Gandalf no dijo nada y no hizo preguntas. Tenía las manos extendidas sobre las rodillas y los ojos cerrados. [...] Los otros se quedaron mirándolo. Un rayo de sol se filtró entre las nubes rápidas y cayó en sus manos, que ahora las tenía en el regazo con las palmas vueltas hacia arriba: parecían estar colmadas de luz como una copa llena de agua. Al fin alzó los ojos y miró directamente al sol.Aunque se puede decir lo mismo sobre la sacrificada gesta de los hobbits en pos de la destrucción del Anillo Único. En cierta forma, los tres personajes que atraviesan las Ciénagas de los Muertos pueden analizarse, desde tradición kahuna de la psiquis humana, como un gestalt conformado por tres «configuraciones» amalgamadas dentro de un mismo ser:
- la Supraconsciencia (Ser/SuperYó),
- el Consciente (Animus/Ego), y
- el Subconsciente (Anima/Ello).
O Oriens, splendor lucis aeternae, et sol justitiae: veni, et illumina sedentes in tenebris, et umbra mortis. |
En efecto, es Frodo, en el papel de la Consciencia, quien descubre poco a poco el velado poder que asoma tras la Supraconsciencia incipiente: “Estoy aprendiendo mucho sobre Sam Gamyi en este viaje. Primero fue un conspirador y ahora es un juglar. Terminará por ser un mago... ¡o un guerrero!” Sam se convierte en el Guerrero —el ahora Mayordomo de la Gran Obra,— en el embrión de la Supraconsciencia que logra desafiar y derrotar a Ella-Laraña, una potestad de la oscuridad que hace sucumbir en tinieblas al Ego. Pero es cuando Sam se convierte en el Portador del Anillo cuando asume el arquetipo del Mago: es entonces el verdadero Señor de los Anillos pues, a diferencia de Frodo, el Anillo Único jamás ejerció sobre sí poder alguno; a partir de su nacimiento es la Supraconsciencia quien mantiene a raya a Gollum: el Subconsciente desintegrado en camino de ser completamente sublimado en el Monte del Destino.
Esta anagogía a la «transfiguración» o «advenimiento» pudo haber sido percibida por el profesor Tolkien cuando se topó con una curiosa obra anónima, escrita en anglosajón, durante sus estudios en Oxford en 1913: Christ I. Las extrañas palabras que leyó fueron: “Salve Earendel, el más brillante de los ángeles, enviado a los hombres sobre la media tierra.” No nos esforzaremos demasiado en convencer al lector que aquí vemos una clara alusión a la teofanía mineral descrita por los alquimistas. ¿Acaso la Iluminación no es el “Nacimiento de (un) Dios?” Tolkien escribiría más tarde: “Sentí una curiosa excitación como si saliendo de un sueño, algo se agitara en mí. Detrás de aquellas palabras había algo muy remoto, raro y hermoso, si podía asirlo, algo que estaba mucho más allá del antiguo inglés.” Proveemos a continuación un extracto traducido de la versión en inglés moderno (2) de la antífona, previa al siglo X: O Oriens, dirigida a la Estrella Matutina:
Eala earendel, engla beorhtast, ofer middangeard monnum sended, ond soðfæsta sunnan leoma, torht ofer tunglas, þu tida gehwane of sylfum þe symle inlihtes! Swa þu, god of gode gearo acenned, sunu soþan fæder, swegles in wuldre butan anginne æfre wære, swa þec nu for þearfum þin agen geweorc bideð þurh byldo, þæt þu þa beorhtan us sunnan onsende, ond þe sylf cyme þæt ðu inleohte þa þe longe ær, þrosme beþeahte ond in þeostrum her, sæton sinneahtes; synnum bifealdne deorc deaþes sceadu dreogan sceoldan. Nu we hyhtfulle hælo gelyfað þurh þæt word godes weorodum brungen, þe on frymðe wæs fæder ælmihtigum efenece mid god, ond nu eft gewearð flæsc firena leas, þæt seo fæmne gebær geomrum to geoce. God wæs mid us gesewen butan synnum; somod eardedon mihtig meotudes bearn ond se monnes sunu geþwære on þeode. We þæs þonc magon secgan sigedryhtne symle bi gewyrhtum, þæs þe he hine sylfne us sendan wolde. |
¡Oh Eärendel, el más brillante de los ángeles, enviado a la humanidad sobre la Tierra Media, resplandor del sol justo espléndido sobre todas las estrellas! Tú mismo siempre has iluminado a todas las edades. Como tú, Dios nacido del Dios Eterno, Hijo del verdadero Padre, que eternamente ha existido sin comienzo ni final, en la gloria del cielo, entonces tu propio grito de creación con confianza a ti ahora para sus necesidades, que envíes ese sol brillante para nosotros, ven tú mismo a aligerar a aquellos que han vivido apesadumbrados, rodeados de sombras y oscuridad, aquí en la noche eterna; quienes, envueltos por los pecados, han tenido que soportar la sombra oscura de la muerte. Ahora, llenos de esperanza, buscamos tu redención, llegado a la gente mundana a través de la palabra de Dios, quien estuvo al principio con el Todopoderoso Padre igualmente eterno con Dios, y ahora se convirtió en carne, libre de pecados, nacido de la virgen, en apoyo a los afligidos. Dios estaba con nosotros, visto sin pecado; juntos moran el poderoso hijo del Justo y el hijo del hombre, en paz entre la gente. Dirijamos nuestro agradecimiento al señor de la victoria por sus obras, porque eligió enviarse a nosotros. |
Entendemos importante concluir esta entrega haciendo mención al hermoso himno de San Ambrosio de la liturgia navideña —la natividad del Niño Dios o Embrión Áureo,— que nos lo recuerda Canseliet en el prefacio a la tercera edición francesa del último libro de nuestro respetado Fulcanelli:
Veni redemptor gentium, Ostende partum Virginis: Miretur omne saeculum: Talis decet partus Deum. Non ex virili semine, Sed mystico spiramine Verbum Dei factum caro, Fructusque ventris floruit. Alvus tumescit Virginis Claustra pudoris permanent, Vexilla virtutum micant, Versatur in templo Deus. | Ven, redentor de las naciones, muestra el parto de la Virgen que todo el siglo admira. Semejante nacimiento corresponde a Dios. No de la semilla de un hombre, sino de un soplo misterioso el Verbo de Dios se ha hecho carne, y fruto de las entrañas ha florecido. El vientre de la Virgen se hincha. Las murallas del pudor persisten. Los estandartes de las virtudes se agitan y Dios reside en el Templo. |
* * *
*
*