Las religiones abrahámicas y el shamanismo

Anteriormente hicimos mención a un sincronismo que había pululado en las culturas aborígenes del Nuevo Continente antes de la Conquista: los sacrificios humanos. Este proceder religioso, del que nos han llegado relatos de consternados sacerdotes españoles, lo vemos también desplegado sin tapujos en toda Europa durante los siglos de la Inquisición. Benzion Netanyahu sostiene en Los Orígenes de la Inquisición que esa poderosa maquinaria represiva respondía más a una finalidad de persecución racista que a motivos religiosos; en el cap. I, sintetiza citando la obra The Expansion of Christianity in the First Three Centuries de Adolf von Harnack, la conclusión del marcado antisemitismo que profesaron los padres cristianos durante la escisión helenista al credo judío:
A pesar de todos los cambios radicales que tuvieron lugar en los conceptos básicos del cristianismo, quedaba el problema de la dependencia de la Biblia y la admiración de los profetas y héroes de Israel tan palmarias en las palabras de Jesús y de Pablo; dependencia que parecería estar en directa contradicción con los sentimientos antijudíos de las masas griegas. [...]  «Pero todo cristiano debe negarles la posesión del Antiguo Testamento. Para un cristiano sería pecado decir: “este libro nos pertenece a nosotros y a los judíos;” pues nos perteneció desde el principio, lo mismo que nos pertenece ahora y para siempre, a nosotros los cristianos y a nadie más, mientras los judíos son la peor gente, la más sin Dios y abandonada de Dios, de todas las naciones de la Tierra, pueblo del Diablo... cuadrilla de hipócritas... marcada por la crucifixión de Nuestro Señor.» Como Harnack dijo resumiendo todo este proceso:
Tan injusticia como la cometida por la Iglesia de los Gentiles sobre el Judaísmo apenas tiene precedentes en los anales de la historia. La Iglesia lo despojó de todo, le quitó sus libros sagrados; no siendo ella misma sino una transformación del judaísmo, cortó toda conexión con su religión materna. ¡Primero la hija le robó a la madre, y después la repudió!
Aunque discrepemos según la acepción que se le brinde a la palabra «racista» entendemos que la maquinaria represiva a la que hace alusión tenía más de un objetivo; perseguiremos más tarde esta extraña acusación sobre el “pueblo del Diablo” no sin olvidar el curioso hecho que la Iglesia no se haya reconocido a sí misma como una “transformación del judaísmo.” Empero, queriendo evitar las referencias cíclicas y la repetición hasta el hartazgo, sólo mencionaremos que las religiones organizadas parecen ser la resultante de un heteróclito fraguado hiperdimensional: una amalgama de interferencias exógenas, hoy mal llamadas extraterrestres, asociado a una férrea programación mental basada en el Contactismo de su presbítera dirigencia —imanes, rabinos y sacerdotes por igual— para la forja de sus dogmas y rituales que concluyen en tres simples paradigmas: el status quo mediante el control de las creencias, el devocionalismo ceremonial y la sumisión junto al sufrimiento como camino a la salvación.

Hay sin embargo un eco válido en su seno que se enriquece y crece en munificencia a medida que se suma el conocimiento presente en sus otras exponentes exotéricas. En este sentido, somos partidarios de reconocer el esfuerzo que se vio en España durante los siglos XIV y XV, cuando representantes de las tres grandes religiones abrahamánicas, —habiendo resurgido de las aguas pónticas por medio de las enseñanzas del filósofo y místico catalán Ramón Lulio (en árabe: رامونلول)— estaban a punto de consolidar los denominadores comunes entre el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo en un nuevo acervo de conocimientos de vanguardia, proclive hacia la consolidación de un ágape mesotérico: un banquete amical que derrocaría enfrentamientos religiosos y conflictos bélicos, en el Viejo y próximo a redescubrir Nuevo Continente.(1) Tristemente, aquellos que detentan el poder, desde su ampliada visión hiperdimensional, habrían previsto esta posibilidad y prestos a mantener el régimen de producción de loosh de la granja antropecuaria procedieron con precisión quirúrgica a detener esta nueva edificación babeliana que, entre otras miríadas, detonó la persecución y diáspora judía del año 1492.

Excede a nuestra pretensión, al menos por el momento, hacer un recuento pormenorizado de estos hechos, así que recomendamos enfáticamente las impecables obras de la académica inglesa Frances Amelia Yates, en particular, La Filosofía Oculta en la Época Isabelina (The Occult Philosophy in the Elizabethan Age) que brindarán al aspirante una sana lectura, requisito propiciatorio para desarrollar una mente crítica y abrasiva a prueba de cualquier peculado energético sectario o religioso.

Retomando el objetivo del presente escrito, quisiéramos llamar la atención al lector un hecho peculiar y que se nos antoja molesto. En la incepción de las religiones abrahamánicas yace un curioso personaje: Melchizedek quien, carente de todo linaje y genealogía —requisito para formar parte de la ilustre lista de personajes veterotestamentarios,— inicia al patriarca Abram, más tarde conocido como Abraham, con una extraña ceremonia en la que se hace la primer referencia bíblica “al pan y el vino.” (2) Dentro de aquellas investigaciones particulares por las que se interesó Jacques Vallée, se encontraban los intersigns: los extraños sincronismos que giran alrededor de eventos inesperados o curiosos; en Forbidden Science II, se relata este notable incidente:
Dejé el estudio desconcertado, pero la rareza apenas estaba comenzando. Caminé hacia el hotel Roosevelt, tomé un taxi al azar en el atiborrado tráfico. La taxista era una rolliza rubia que conducía erráticamente. Cuando llegamos a KABC [estación de radiodifusión propiedad de la ABC], me entregó un recibo por la tarifa. Lo saqué de nuevo mientras preparaba mi informe de gastos, y tuve un sobresalto cuando vi que estaba firmado por Melchizedek. Solamente hay una entrada con este nombre en la guía telefónica de Los Angeles

¿Es este otro intersign [sincronismo]? Durante semanas he pasado mucho tiempo libre investigando a Melchizedek. He enviado a mi secretaria a la biblioteca para hurgar referencias, y he leído todos los libros posibles en busca de pistas, desde la cosmogonía de Urantia hasta la obra de Frater Achad. ¡Y cuando dejo todo esto por un fin de semana en Los Ángeles, tengo que tomar el único taxi en la ciudad conducido por Melchizedek!
El sacerdocio de Melchizedek, contagia al judaísmo con un paradigma que compartirán todas las religiones teocráticas y que más tarde cobrará significado sacramental dentro de los rituales cristianos: la ofrenda del “pan y el vino,” el rito que conecta la idea del diezmo, sacrificio u ofrenda hacia las entidades superiores; una forma de aplacar la ira de los dioses o conseguir de ellos “gracias” y “atajos.” Cangá Corozo en La Conspiración del Angel Gabriel es más enfático al asociar este rito sacrificial en pos de obtener protección o para lograr un objetivo a toda costa:
Luego del encuentro con Melquisedek, Abram regresa a su casa en Canaán, y “el Señor” (Enlil/El) se le manifiesta nuevamente, esta vez por medio de una visión, donde le dice que no se preocupe, pues siempre lo protegerá, a lo que Abram responde que de nada sirve esa protección si él no tiene hijos, por lo que todas las cosas que tiene y que le sean concedidas, las heredaría su criado Eliezer [...]

El Señor le dice que un hijo suyo sería quien lo heredaría, y que así como son las estrellas, así de numerosos serían sus descendientes. Y cuando Abram le peguntó qué debía hacer para ganarse todo eso, “el Señor” le pide... ¡una ofrenda quemada!
—Oh Señor, ¿cómo sabré que yo la he de poseer?
Le respondió: —Tráeme una vaquilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.
El tomó todos estos animales, los partió por la mitad y puso cada mitad una frente a otra. Pero no partió las aves.
(Génesis 15: 8-10)
Quiero en este punto del relato, atraer la atención a un hecho que ya antes habíamos establecido: estas entidades, que se hacían pasar por dioses, necesitaban imperiosamente ofrendas de animales, la sangre fluyendo, el animal agonizando, el humo subiendo al cielo.
Sólo agregamos a las palabras del aretalogista Cangá Corozo que estas entidades entrópicas no sólo necesitaban imperiosamente ofrendas de sangre de animales: si logramos abstraernos lo suficiente y derribar las últimas barreras emocionales, no existe diferencia alguna en la búsqueda de poder o salvación a través de métodos sacrificiales, en homenaje, sumisión o expiación, para pertenecer al selecto “pueblo del Diablo.” Cualquier sacrificio humano como el Brit Milá: “el pacto de la circuncisión“ (en hebreo: בְּרִית מִילָה), la clitoridectomía: la mutilación genital femenina reclamada por el Islam o cualquier reproducción cristiana de los tormentos de la carne que nos describe el Via Crucis, al que gratuitamente se sometieron tantos seguidores de Jesús en su búsqueda de la salvación, describen meramente un mecanismo para extraer orgón a través del sufrimiento para satisfacer a las hambrientas entidades del plano etérico.

Ciertas enseñanzas y procederes del shamanismo occidental no se encuentran tan lejanas: autores como Carlos Castaneda o Víctor Sánchez describen el proceder de los indios yaquis en el Camino del Poder, por medio del pacto con un “aliado” en las jerarquías descoporeizadas, aquel ser inorgánico al que intentan aliarse para desarrollar sus poderes taumatúrgicos; Joseph Fisher observó la necesidad en las culturas aborígenes de efectuar un sacrificio de sangre para lograr el contacto trascendental y establecer un vínculo con el «espíritu guardián»:
Los cazadores y recolectores nómades de la ahora extinta tribu Charrúa del Uruguay llevaban a cabo una dolorosa versión de la búsqueda de la visión trascendental. Después de abrirse camino hasta la cima de una colina aislada, se flagelaban y cortaban la carne con sus armas hasta que, en delirio, cada uno recibía una visión de una entidad. Este ser era adoptado inmediatamente por el nativo e invocado, en momentos de peligro, como su guardián.

Los miembros de la tribu de los Llanos, al buscar esta visión espiritual, suben a una montaña remota, se desnudan, ayunan, prescinden del agua y, por último, cortan por la articulación distal su dedo índice izquierdo. El apéndice desmembrado se alza hacia el cielo mientras el nativo suplica a su guardián por buena fortuna.
Jacob luchando con el ángel
Bartholomeus Breenbergh
(año 1639)
Para el ojo entrenado, este intercambio de sacrificios de sangre en pos de seguridad y «buena fortuna» no debiera distar demasiado del Pacto de Sinaí entre Moises y El Señor de los Ejércitos. Cangá Corozo nos provee un curioso relato del Génesis cuando Jacob forcejea con un «Angel del Señor» y es rebautizado con su nombre iniciático Israel:
En un punto en que Jacob tomó a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos, y los hizo cruzar el río junto con todo lo que tenía. En el momento en que Jacob se había quedado sólo, se presentó una entidad que se enfrentó a él pero sus fuerzas eran parejas, ante lo que se dio el siguiente diálogo:
Entonces el hombre le dijo: —¡Déjame ir, porque ya raya el alba!
Y le respondió: —No te dejaré, si no me bendices.
El le dijo: —¿Cuál es tu nombre?
Y él respondió: —Jacob.
El le dijo: —No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has contendido con Dios y con los hombres, y has prevalecido.
(Génesis 32: 26-28)
Es así como esta entidad le cambió el nombre a Jacob por el de Israel. Luego Jacob le preguntó su nombre a esa entidad, pero ese ser no se quiso identificar. Luego Jacob bautizó al sitio como Penuel “porque vi a Dios cara a cara y salí con vida.”
Si nuestros bienamados hermanos en la Búsqueda de la Verdad observan con cuidado, este enfrentamiento no difiere prácticamente en nada cuando Don Juan y Don Genaro le explican a Castaneda su enfrentamiento con la entidad desencarnada, durante la cual el «aliado» es contactado físicamente por el brujo shamán; leemos en el siguiente extracto de Viaje a Ixtlán, que algunos ufólogos no dudarán en reconocer un velado proceso de abducción donde la víctima es transportada:
Don Juan explicó que el aliado, atraído por las llamas, se manifestaba a través de una serie continuada de ruidos. La persona que buscaba aliado debía seguir la dirección de la cual venían los ruidos y, cuando el aliado se revelaba, luchar con él y derribarlo al suelo para domeñarlo [...]

—Las plantas de poder son sólo una ayuda —dijo don Juan.— Lo de verdad es cuando el cuerpo se da cuenta de que puede ver. Sólo entonces somos capaces de saber que el mundo que contemplamos cada día no es nada, más que una descripción. Mi intención ha sido mostrarte eso. Desgraciadamente, te queda muy poco tiempo antes de que el aliado te salga al paso.
—¿Tiene que salirme al paso?
—No hay manera de evitarlo. Para ver hay que aprender la forma en que los brujos miran el mundo; por eso hay que llamar al aliado, y una vez que se le llama, viene.
—¿No podía usted enseñarme a ver sin llamar al aliado?
—No. Para ver hay que aprender a mirar el mundo en alguna otra forma, y la única otra forma que conozco es la del brujo
[...]

Le supliqué a Don Genaro que me contara su primer encuentro con su aliado.
—Era yo joven cuando me enfrenté por primera vez con mi aliado —dijo al fin.— Recuerdo que fue en las primeras horas de la tarde. Yo había estado en el campo desde el amanecer e iba de vuelta a mi casa. De repente, el aliado salió y se interpuso en mi camino. Me había estado esperando detrás de una masa y me invitaba a luchar. Yo iba a salir corriendo, pero me vino la idea de que yo era lo bastante fuerte pare enfrentarme con él. De todos modos tuve miedo. Un escalofrío me subió por la espalda y mi cuello se puso tieso como tabla. A propósito, ésa es siempre la señal de que uno está listo; digo, cuando el cuello se pone duro.
—¿Qué pasó cuando agarró usted a su aliado, don Genaro? —pregunté.
—Fue una gran sacudida —dijo don Genaro tras un titubeo momentáneo. Parecía haber estado ordenando sus pensamientos. —Nunca imaginé que sería así —prosiguió.— Fue algo, algo, algo... como nada que pueda yo decir. Después que lo agarré, empezamos a dar vueltas. El aliado me hizo dar vueltas, pero yo no lo solté. Giramos por el aire tan rápido y tan fuerte que yo ya no veía nada. Todo era como una nube. Dimos vueltas, y vueltas, y más vueltas. De repente sentí que estaba parado otra vez en el suelo. Me miré. El aliado no me había matado. Estaba yo entero. ¡Era yo mismo! Supe entonces que había triunfado. Por fin tenía un aliado. Me puse a saltar de alegría. ¡Qué sensación! ¡Qué sensación aquélla! Luego miré alrededor para averiguar dónde estaba. No conocía por ahí. Pensé que el aliado debía haberme llevado por los aires para tirarme en algún sitio, muy lejos del lugar donde empezamos a dar vueltas.

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