Tradicionalmente, el trabajo conjunto entre Pablo Picasso y Julio González ha sido considerado por la historiografía del arte como el momento en el que se produce la «invención» de la escultura en hierro y, por lo tanto, la introducción de la abstracción en el territorio escultórico. Sin embargo, y por primera vez, la presente muestra plantea cómo este hecho, uno de los hitos fundamentales en el arte internacional del siglo xx, no fue algo aislado y puntual, sino consecuencia de un proceso que «respondía a un impulso de transparencia y desmaterialización que agitaba, de diferentes maneras, la creación artística de finales de los años veinte y comienzos de los treinta», en palabras de Tomàs Llorens, comisario de la muestra en el origen de este proyecto.
Julio González, Pablo Picasso y la desmaterialización de la escultura es el último gran proyecto de Tomàs Llorens, uno de los más lúcidos y emblemáticos historiadores del arte de nuestro país, fallecido el 10 de junio de 2021.
La exposición se articula en torno a ocho secciones a través de las que nos acercamos a la trayectoria artística de Julio González y al hito que supuso para la concepción de la escultura contemporánea, su colaboración con Picasso.
En la primera de ellas, 'Picasso 1942: homenaje a Julio González', se pueden contemplar obras como ‘Cabeza de toro’ (1942), perteneciente a la serie de naturalezas muertas que Picasso realizó tras la muerte de González, en el París ocupado de 1942, y que según el propio Picasso explicó, representaban “la muerte de González”. Con esta obra, el artista quiso hacer un homenaje póstumo a su amigo dibujando un cráneo de toro de gran pureza estructural que remite a las propias esculturas de González.
A continuación, la muestra se mete en materia con 'Picasso, González y el modernismo catalán tardío' (Barcelona, c. 1896-1906). Ambos artistas se habían conocido a finales del siglo XIX en el entorno del café Els Quatre Gats y fueron dos de los protagonistas del tardomodernismo barcelonés.
Interesados por la vida de los pobres y desamparados, los dos comenzaron a practicar un estilo pictórico que más tarde se conocería por miserabilismo y del que la exposición nos ofrece un ejemplo en obras como ‘Campesinacon cabra’ (1906) de González (en la fotografía inferior) o ‘Los miserables’ (1906) de Picasso.
Campesina con Cabra (1906), Julio Gonzalez. Photo © Centre Pompidou, |
La muestra continúa con ‘La desmaterialización en la tradición cubista’ (París, c. 1924-1930). En ella se analiza cómo la escultura cubista fue pasando del tradicional bulto redondo a otro tipo de piezas más desmaterializadas, cuyo ejemplo encontramos en obras como ‘La Guitarra’ (1924) de Picasso o ‘Arlequín’ (1930) de González, una pieza puramente cubista en la ya no existe masas ni volúmenes cerrados.
La quinta sección de la muestra se centra en la histórica colaboración de los dos genios para crear el monumento a Apollinaire. Bajo el título ‘La colaboración de González con Picasso’ (París, 1928-1932), esta parte de la exposición nos brinda la oportunidad de ver algunas de las obras que hicieron conjuntamente, en las que la fuerza creativa del malagueñotomaba forma gracias al dominio de la técnica de González.
Entre ellas, figuran ‘Proyecto para un monumento a Guillaume Apollinaire’ (1928) o ‘Mujer en el jardín’ (1929), una de las esculturas más importantes del arte del siglo XX. Nacida a partir de la idea de collage cubista, esta escultura es lo más parecido a lo que Picasso había ideado para el monumento dedicado a Apollinaire; nunca se colocó en el lugar al que estaba destinada, y el artista la conservó en su castillo de Boisgeloup junto a otra versión que pidió a González, en este caso, realizada en bronce forjado.
Pero durante sus años de colaboración con Picasso, González también trabajó de manera individual en otros proyectos escultóricos como podemos ver en ‘González: exploraciones en la escultura metálica’ (París, 1930-1932). Durante estos años el escultor llevó el concepto de desmaterialización al extremo a través de volúmenes descritos o sugeridos por el juego de formas planas o lineales ejecutadas en metal. Algunos de los mejores ejemplos de esta desmaterialización de los volúmenes escultóricos los podemos contemplar en ‘Deslumbramiento’ (1932), o ‘Gran Maternidad’ (1934).
Picasso también trabajó la escultura de manera independiente mientras colaboró con González, tal y como muestra la sección ‘Picasso: el taller del escultor’ (Boisgeloup, 1930-1932). En este tiempo el malagueño instala su taller de escultura en Boisgeloup y abandona la problemática de la desmaterialización en obras en las que el volumen, la rotundidad de las formas y la materia cobran todo el protagonismo, como se observa en ‘Cabeza de mujer, Boisgeloup’ (1931-1932).
Por último, la exposición repasa la huella de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial en la obra de ambos artistas en ‘Picasso y González: Testimonios de guerra’ (París, 1937-1944), que nos muestra obras de ambos autores en las que se reflejan un cierto espíritu de época en el que el arte debía de comportar algún tipo de respuesta a la barbarie. Tal es el caso de piezas de González como ‘Pequeña Montserrat asustada’, (1941-1942) y ‘Hombre Cactus I’ (1939), obra en la que el escultor tomó por primera vez como referencia un cuerpo masculino.