Jaime Castro Roldan’s review published on Letterboxd:
Después de la cursilería e incongruencia argumental de Interstellar (2014), de la insustancialidad de Dunkirk (2017) y de la teorización rebuscada de Tenet (2020), era difícil visualizar el regreso de Christopher Nolan a la complejidad psicológica de universos tan enigmáticos y exhaustivos como Memento (2000), The Prestige (2006) o Inception (2010). Sin embargo, Oppenheimer, una especie de biopic sobre la vida del físico teórico Julius Robert Oppenheimer, también conocido como “el padre de la bomba atómica”, pone fin a esta mala racha y marca un regreso digno de alabanza.
Basada en la biografía American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer (2005), de Kai Bird y Martin J. Sherwin, la doceava película de Nolan entrelaza de manera no lineal tres distintos relatos que subrayan aspectos cruciales de la vida del propio Oppenheimer (Cillian Murphy): sus primeros años como estudiante en doctorado, su rivalidad con el presidente de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), así como con otros cuantos asociados que buscaron desacreditarlo en una caza de brujas por haberse involucrado en organizaciones políticas de izquierda, y su reclutamiento para dirigir el Proyecto Manhattan por parte de Leslie Groves (Matt Damon), general del ejército estadounidense.
Con una duración de tres horas, Oppenheimer es una película densa. La mayor parte del relato se desarrolla a través de largas conversaciones que condensan material histórico y, sobre todo, la concientización de un personaje contradictorio que, en medio de su fascinación por la mecánica cuántica, se cuestiona a sí mismo el papel que desempeñó en la creación de la bomba atómica y sus terribles consecuencias. Es un acercamiento complejo y provocador. No suficiente con esto, Nolan, siendo Nolan, acompleja su película con saltos de tiempo —un aspecto sumamente característico de su filmografía— y la división de esta misma en dos subtítulos: fisión y fusión, proceso básico de cualquier arma nuclear. El primero hace referencia a la división en partes (la narrativa) y el segundo a la fusión de elementos (el dilema moral).
A diferencia del resto de las películas de Nolan, el despliegue visual aquí es efectivo pero no impresionante. Lo es, por el contrario, el diseño sonoro y el trabajo de Murphy, en un arco dramático que remite a Bruce Wayne en The Dark Knight Trilogy (2005-2012): ambos personajes, impulsivos y sombríos a no más poder, pasan de ser héroes a villanos ante la sociedad, al tiempo que se enfrentan a verdaderos villanos de enorme picardía.
Pese a que la mayoría de los personajes secundarios carece de dimensionalidad, todos además interpretados por actores de renombre cuyo talento es desperdiciado (solo Downey Jr. sobresale en medio de artistas como Emily Blunt, Gary Oldman o Florence Pugh), Nolan acierta en una cosa: negarse a ilustrar el horror de la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki para, en su lugar, interiorizar este trauma en la psique del protagonista. A lo largo de la película, Oppenheimer vive perturbado por visiones del mundo subatómico, visiones fulgurantes que se vuelven verdaderamente apocalípticas tras dar su discurso en Los Álamos por el éxito de la prueba Trinity y observar como la piel de las personas que lo acompañan se desprende bajo el calor del fuego.
Pero Nolan no solo se niega a explotar el morbo de la guerra, sino también a ser sobrexplicativo y sensiblero, aun cuando se trata de un drama discursivo en el que convergen temas políticos, históricos y científicos (basta con observar la ausencia de fechas en medio de cada suceso). Oppenheimer se desarrolla más bien sobre escenarios íntimos y casi siempre desde la perspectiva de su protagonista, extendiéndose a partes iguales como un drama coming of age, judicial y thriller bélico, aunque siempre desde un ángulo oblicuo. Esta no es una escenificación detallada del campo de batalla como lo fue Dunkirk, ni tampoco una fragmentación hiperbólica como lo fue Tenet (o quizá cualquier otra de sus películas) y mucho menos una oda al amor como lo fue Interstellar. Con Oppenheimer, Nolan parece haber encontrado mayor balance entre su ambición por sobreintelectualizar cada uno de sus relatos y aquello sobre lo que realmente busca reflexionar a través del lenguaje verbal y visual.
Todo esto da pie a un retrato moralmente ambiguo que, más allá de simplemente idealizar o condenar, plantea cuestionamientos complejos en torno a la figura de un hombre que amaba la literatura, la filosofía y los idiomas, era medianamente comunista y un científico brillante, así como un padre de familia irresponsable, traidor para con los suyos y, tal como se ha dicho hasta el cansancio, acrecentador de nuestra capacidad para la autodestrucción.