Ha pasado un tiempo desde que una película animada, alejada de cualquier saga o franquicia, conseguía un impacto emocional tan grande. No es sorpresa encontrarse con el nombre de Chris Sanders a cargo de este proyecto, ya que su filmografía es muestra de gran calidad. Así que, una vez más, encuentra otro éxito en una historia sencilla pero muy bien contada.

Aquí los personajes se desarrollan de forma exquisita, haciendo que sea fácil conectar con todos, y llevando al espectador a las lágrimas en los momentos necesarios. Está historia se puede ver en un principio cómo una tragedia griega, pero en realidad es el relato del renacimiento a una cultura que se ha perdido en nuestros días. El guión explora la individualidad que prima en la sociedad moderna, dónde el subsistir depende de pasar por encima de los demás. La película no busca caer en la simplificación del tema, entendiendo que hay una necesidad básica que desemboca en esa individualidad. Sin embargo, se indaga en el hecho de hasta que punto esa necesidad no se ha convertido en un capricho.

Algo que parece natural y inherente al ser humano, en realidad puede esconder la falta de conexión personal que se presenta en la actualidad, dónde las relaciones son algo transaccional. No obstante, el guión no busca que los personajes se aferren a los demás por el simple hecho de no estar solos. En este caso, se valora el acto de la despedida, en cuanto no es una acción de abandono sino la oportunidad de cambiar. Es la búsqueda por entender a dónde se pertenece, pero no una motivación egoísta, sino en la forma en como el individuo se relaciona con su entorno siendo esto lo que le da significado.

Un guión precioso acompañado por una animación maravillosamente hermosa. Simplemente no hay palabras para describir el éxtasis que se tiene al ver cada escena.