Cómo integrar los recuerdos de toda una vida en una casa moderna

Víctor de la Serna (cofundador de El Mundo) y su mujer, Carmen Sandoval, habían albergado tantos recuerdos que cumuloLimbo studio tuvo que inventariarlos para incorporarlos con acierto en la reforma de su piso de toda la vida, ahora de hechuras modernas.
Cómo integrar los recuerdos de toda una vida en una casa moderna
Javier de Paz

Esta casa moderna integra equilibradamente las antigüedades adquiridas durante décadas

Tras vivir toda la vida en su piso de Chamberí, Víctor de la Serna, cofundador de El Mundo (recientemente fallecido), y su mujer, Carmen Sandoval, decidieron que era hora de hacer un cambio que insuflara nuevos aires a la casa. Para ello, se pusieron en contacto con la directora de cumuloLimbo studio, Natalia Matesanz, cuyos trabajos conocían por ser amiga del colegio de su hija Cristina.

El mueble mimetizado con las paredes de la cocina integra las puertas de zonas privadas, lavandería y servicios.

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“Un conjunto de conversaciones, visitas y experiencias (a menudo, acompañadas de un buen vino seleccionado por ellos) llevaron al diseño final”, recuerda Matesanz, que enfrentó este trabajo con la ayuda de Ana Andrés Bezos, Ana Arbona Bolufer y Paula Lozano Romero. “El proyecto es una simbiosis entre Carmen, su gusto por la decoración, el arte y las piezas de anticuario, con el estudio de arquitectura, que también ha atendido a las características singulares del espacio: los muros de pavés sesenteros originales, la increíble luz desaprovechada del apartamento, la estructura de hormigón visto...”.

Las carpinterías son de Enrique Fernández Villar, y la ejecución de la cocina, de Nouvelle Cuisine. La obra estuvo a cargo de Grupo Archeos.

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El reto, pues, tenía dos vertientes: por una parte, había que integrar en un nuevo espacio los recuerdos acumulados durante décadas por la pareja, amante de las antigüedades y el arte; por otro, había que destilar la esencia del piso, amplificando sus potencialidades sin despojarlo de su personalidad.

El piso, del año 63, cuenta con 180 metros cuadrados construidos.

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“Con una voluntad intencionada y consciente de reciclaje y recuperación, se vacía la zona de día de toda compartimentación para introducir los elementos mínimos. El resultado es un espacio diáfano mediado por un liviano cerramiento metálico de inspiración art déco”, explica la arquitecta.

La reforma recupera las señas identitarias de un edificio residencial burgués con dos entradas, una imponente estructura de hormigón que estaba oculta y fachada de pavés y ladrillo visto.

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“Dos grandes focos dominan las áreas que quedan a cada lado del cierre: la cocina, el corazón de la casa con su isla color mostaza y pie de piezas cerámicas, y al otro lado, un cuerpo de madera anaranjado que concentra las miradas. Este cuerpo-mueble naranja, diseñado especialmente para este espacio, hace de tabique, pasillo, armario, mostrador, estantería y sofá, funcionando como un engranaje que mantiene las circulaciones de entrada principal y de servicio”.

“Ocres, naranjas, amarillos se utilizan sobre un monocolor continuo beige en paredes y techos. Estos colores aportan calidez al espacio, que se complementa con una estética industrial más fría de metales vistos y suelos de cemento. Algunos toques azules complementan el todo en elementos estratégicos: un mueble de baño, los radiadores y tuberías vistas”, explica Matesanz.

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Ahora, la gran cristalera de pavés, debidamente restaurada, ofrece luz a la zona de la cocina, cuando antes estaba recorrida por un pasillo que desaprovechaba esta luminosidad. Los tonos crema configuran el continente de esta estancia con almacenamiento empotrado, en la que destacan las líneas casi gráficas de la isla en rojo y amarillo.

“Es un espacio de gran sensibilidad emocional y estética personal, que nos sumerge en cada detalle, color y textura sin miramientos y rompiendo un poco con el ritmo acostumbrado de la ciudad: el sol suave entrando por el pavés restaurado, las piezas de arte que nos invitan a la contemplación, los colores cálidos y atrevidos, las piezas de mobiliario clásico nos hacen viajar por cada rincón del espacio…”.

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Al otro lado, frente a un radiador pintado en azul cielo, una antigua mesa reúne a la familia durante las comidas. Y sí: paradójicamente, el conjunto en esta estancia, como en el resto de la casa, funciona a la perfección. “El desafío fue lograr una distribución que respetase e integrase los muebles y objetos de anticuario de la vivienda, de valor artístico y sentimental, dando al conjunto de la arquitectura un lenguaje propio que cohesionara todos los parámetros”, explica Matesanz.

“Este proyecto ha sido muy especial porque el mobiliario más destacado se recupera de la propia vivienda y combina con las piezas nuevas diseñadas por el estudio de Arquitectura. Parte del inicio del proyecto consistió en inventariar infinitud de piezas coleccionadas por Carmen y Víctor en sus múltiples viajes y a lo largo de los años”.

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Ese lenguaje propio se alía con materiales inesperados, como la chapa metálica en bruto. Con ella se han diseñado piezas que, en opinión de la arquitecta, “dan el contrapunto a la casa”: un escritorio-librería, un mueble desayunador y el cierre de inspiración art déco, por ejemplo. “El uso de este material demuestra personalidad y valentía, y contrasta con los muebles clásicos, encontrando un equilibrio entre lo nuevo y lo viejo, lo pesado y lo ligero. El resto de texturas -el pavés estriado recuperado, las cortinas de lino natural y las pequeñas piezas cerámicas- ayudan a percibir el espacio desde lo háptico”.

“En la casa había muebles clásicos y objetos de época que decidimos seleccionar, creando espacios adecuados para alojarlos. Especialmente, conservamos una antigua caja registradora proveniente de la farmacia de los abuelos e Carmen, molinillos de café de madera de ébano y dos butacas procedentes de un barco del siglo XIX, jarrones orientales y un conjunto de mesa de comedor y sillas de estilo isabelino que sobrevivieron la Guerra Civil”.

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“El diseño mantiene la vitalidad y personalidad de Carmen y Víctor, su gusto por el color (naranjas, ocres, mostazas…) y su entendimiento refinado de la estética industrial, que ha dialogado y permitido la libertad creativa de las arquitectas (introduciendo muebles de diseño, materiales nuevos como chapas metálicas, hierro con soldadura vista o suelo teselados). Como si de un museo se tratase, para cada elemento y pieza especial se ha encontrado su lugar”, culmina Matesanz.

En el baño se repiten los azules y los ocres del resto de la casa.

Javier de Paz

Detalle de la ducha.

Javier de Paz

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