La guerra eterna de Andrew Webber

  • El estadounidense Andrew Webbber lo dejó todo para luchar por Ucrania y su familia aún intenta averiguar por qué.
  • Pese a su experiencia en otros combates, lo que encontró en la zona de conflicto le sorprendió.
La guerra eterna de Andrew Webber

El estadounidense bebía su cerveza en una mesa central, cubierta por la luz de los neones del bar. Era una noche entre semana en la ciudad ucraniana de Dnipro, y la guerra rugía a solo unas horas de distancia. Andrew Webber había venido a unirse a ella.

Vestido de civil, con su gorra de los White Sox que llevaba a todas partes, Webber charlaba con sus compañeros de la Chosen Company, un grupo heterogéneo de voluntarios de todo el mundo, muchos de los cuales acababa de conocer. Tenía 40 años, era un abogado exitoso y padre de dos niñas pequeñas. Aunque no estaba muy en forma, mantenía el andar robusto de un exluchador y una actitud que evidenciaba que era exmilitar. Como exparacaidista del Ejército, había servido en tres misiones en Irak y Afganistán, ganando dos condecoraciones. Como otros en la Chosen Company, Webber había llegado hasta Ucrania por razones que no podía explicar del todo. Quizá era la injusticia de la invasión rusa. O quizá el miedo a que Ucrania se convirtiera en otro Afganistán, abandonado por Estados Unidos y tomado por el enemigo. En cualquier caso, Webber sabía lo que era luchar en una guerra y perder.

Estaba a un mundo de distancia de su vida cómoda en Seattle, donde él y su esposa, DeeDee, poseían una casa nueva de tres pisos en un barrio tranquilo en una colina con vistas a la ciudad. En casa, solía tumbarse en la alfombra del salón y levantar a Vera, de casi dos años, como si fuera un avión. O se unía a Gwen, de ocho años, para perseguir a su corgi, Marshmallow, por toda la casa. Pero recientemente Webber había dimitido de su puesto como director legal de una empresa de software y se sentía inquieto y desorientado. Nada parecía tener sentido. Entonces, una noche de mayo del año pasado, después de que las niñas se fueran a la cama, se sentó en el salón junto a DeeDee, que doblaba la ropa.

"Tengo que contarte algo", le indicó. "Es una idea que tengo. Pero no te enfades".

Dios mío, pensó ella. Algo en su manera de hablar le puso nerviosa.

"Creo que tengo que ir a Ucrania", le comentó. "Quiero ir a ayudar".

Había estado investigando oportunidades para ir de voluntario y pensaba que podía usar su experiencia en Afganistán para enseñar a los médicos ucranianos cómo tratar heridas de combate. "Puedo entrenar a estas personas para que se salven", le comentó a DeeDee.

Ella se quedó atónita. No tenía ni idea de que él estaba considerando algo tan impulsivo. Le parecía una idea terrible. Quería hacerle cambiar de opinión, convencerlo de que se quedara. Pero podía ver que su decisión estaba tomada. Así que, en su lugar, le dio una orden directa.

"No te vas a acercar al frente", exigió. "No vas a hacer eso. Vas a estar lejos del frente". Le hizo prometerlo.

"Sí", respondió él. Le aseguró que trabajaría para una ONG. No sería mucho tiempo. Solo estaría fuera ocho semanas.

Webber se fue a Ucrania con insignias que ganó en el ejército y 'Memorias de un oficial de infantería', una novela clásica de la Primera Guerra Mundial.
Webber se fue a Ucrania con insignias que ganó en el ejército y 'Memorias de un oficial de infantería', una novela clásica de la Primera Guerra Mundial.

Jovelle Tamayo/BI

El 1 de junio, menos de dos semanas después, ella lo estaba llevando al aeropuerto y ayudándole a facturar sus maletas: la mochila del Ejército en la que años atrás había dibujado una cruz roja y una gran bolsa negra, parte de un juego de maletas que ella le había comprado por Navidad. Le dio un beso de despedida en la cola de seguridad y luego se giró para despedirse de él una última vez. Llevaba una camiseta negra de los White Sox con una imagen de un águila de alas extendidas. Le daba un aspecto inusualmente patriótico. Luego ella regresó al coche y rompió a llorar.

Más tarde, mientras Webber y sus compañeros de la Chosen Company se conocían en el bar, una sensación de incertidumbre flotaba en el ambiente. La guerra llevaba unos 16 meses, consumiendo hombres y material a un nivel no visto en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Uno de los hombres, un médico con barba al que llamaban Tango, había estado en Bajmut durante la infernal batalla por la ciudad, conocida como "la picadora de carne". Al acercarse al karaoke del bar, seleccionó Bohemian Rhapsody de Queen, y algunos de los voluntarios empezaron a cantar.

[If I'm not back again this time tomorrow
Carry on, carry on as if nothing really matters]

La voz de Webber se unió a las de sus nuevos camaradas. No se lo había dicho a su esposa, pero estaba a punto de romper su promesa.

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Andrew Webber nació en 1983 y creció en un pequeño pueblo de una región costera de Washington, conocida por sus antiguas granjas y aserraderos. Se crió en una casa de principios de siglo y jugaba en los campos cercanos al granero familiar junto a sus tres hermanas menores. Los niños se ponían los cascos y chaquetas de su abuelo de la Segunda Guerra Mundial, se llenaban la camisa con almohadas y se dividían en equipos para jugar a la guerra con castañas. La parte favorita de Andrew era idear estrategias, mientras los proyectiles pasaban zumbando junto a su cabeza.

En el instituto, Webber era delgado pero fuerte y tenía la nariz rota. Tenía una sonrisa burlona que la gente amaba o detestaba, y hacía amigos fácilmente. "Cuando eres parte de su mundo, realmente te sientes en el punto de mira", indica su hermana Nichole. "Y tampoco vas a conseguir que cambie de opinión".

Webber ingresó en el Ejército a través de West Point (como se conoce a la Academia Militar de Estados Unidos). Como cadete, se labró una reputación de tipo duro pero despreocupado, con una vena romántica. "Siempre dispuesto a unirse a una aventura o una causa perdida", escribió en su anuario. Le encantaba la vida en el Ejército, las prácticas de tiro, las marchas, dormir al aire libre, y estaba obsesionado con la historia militar. En sus conversaciones solía hacer referencia a alguna batalla poco conocida y, a veces, hablaba de los soldados americanos que habían luchado en la Legión Extranjera Francesa o en la guerra de Rodesia, hombres al margen de la historia que habían hecho del conflicto su profesión.

Webber y Dee Dee se conocieron cuando él era cadete en West Point.
Webber y Dee Dee se conocieron cuando él era cadete en West Point.

Jovelle Tamayo/BI

Decidido a distinguirse, Webber se inscribió en Rangers School. El entrenamiento era agotador: marchar 16 kilómetros al día con 45 kilos en la espalda, durmiendo solo dos o tres horas cada noche para repetirlo todo al día siguiente. Una noche, después de terminar una patrulla por las montañas de Georgia, Webber y sus compañeros Rangers montaron el campamento bien entrada la madrugada. Todos estaban exhaustos, pero él tenía esa sonrisa que indicaba que estaba "disfrutando demasiado", recuerda su amigo David Roller. "Iba a hacer lo más duro que pudiera, y puede que sin una razón clara".

Después de una misión de 15 meses en Irak, Webber se desplegó en Afganistán en 2008. La guerra estaba en su octavo año y yendo en una dirección incierta. A esas alturas, muchos oficiales estadounidenses actuaban de forma mecánica. No Webber. A sus 25 años y con el rango de capitán, sentía que formaba parte de la historia. Aprendió dari y pastún, y se esmeraba en conversar con los campesinos para recopilar información. En la base avanzada de Sweeney, en las zonas fronterizas de Afganistán, pasaba horas con los soldados afganos enseñándoles a leer el Corán. Le llamaban "el luchador".

Un día, mientras acompañaba a un convoy de tropas afganas que había entregado suministros médicos en un puesto avanzado, Webber estaba al mando de la ametralladora en el Humvee de cabecera cuando este pasó sobre una bomba enterrada en el camino de tierra. Debido a su posición, Webber recibió el impacto de lleno. El vehículo estalló en llamas, y los talibanes abrieron fuego.

Tom Mader, un médico del Ejército que viajaba en el Humvee, fue herido en la pierna y cayó. Mientras se arrastraba desesperadamente para salir de la zona, Webber volvió a subir a lo alto del Humvee destrozado y abrió fuego con el lanzagranadas. Los talibanes huyeron, lo que permitió que Webber y sus compañeros evacuaran a Mader en una camilla y lo llevaran cuesta arriba hasta un helicóptero de evacuación médica.

"Le debo mucho por haberse subido al vehículo así", afirma Mader. "No tenía que haber hecho eso".

Pero de regreso en el puesto, Webber no dejaba de repetir lo ocurrido. Vomitaba y se quejaba de fuertes dolores de cabeza. Fue trasladado a Kandahar, donde le diagnosticaron una lesión cerebral traumática leve. Tras una semana de tratamiento, volvió al servicio.

Pero incluso después de su despliegue de un año, los efectos de la explosión persistieron. De vuelta en Georgia, Webber sufrió migrañas debilitantes. Un día, mientras conducía hacia su trabajo como oficial de entrenamiento de infantería en Fort Benning, su mente se quedó en blanco. "Me preguntaba, ¿dónde estoy?", contó después a su madre. Empezó a llevar consigo notas al trabajo para recordar a dónde iba y qué necesitaba hacer. A veces, en una reunión o al salir de casa, comenzaba a palparse todo el cuerpo. Hombro izquierdo, hombro derecho, cadera izquierda, cadera derecha. Bolsillo cerrado, pistola, cargadores, botiquín. Todo listo. Era el chequeo de armas que se hacía justo antes de cada misión.

"Él no tenía ni idea de que lo hacía", recuerda DeeDee, quien le preguntó sobre ello. "Como no me hacía daño, nunca se lo mencioné de nuevo".

Webber en un convoy en Afganistán en 2009. A diferencia de la mayoría de los oficiales, se esforzó por aprender dari y pastún, lo que le permitió conversar con aldeanos y granjeros para recabar información.
Webber en un convoy en Afganistán en 2009. A diferencia de la mayoría de los oficiales, se esforzó por aprender dari y pastún, lo que le permitió conversar con aldeanos y granjeros para recabar información.

Cortesía de Matthew James

Bajmut

Cuando Webber partió hacia Ucrania el verano pasado, no estaba precisamente en forma para combatir. Pesaba unos diez kilos de más. Habían pasado diez años desde la última vez que había estado en combate, y no tenía intención de volver al frente. Justo antes de salir de Seattle, le comentó a un amigo del Ejército que "la clave será encontrar una manera de ayudar sin acabar siendo carne de cañón". Creía que lanzar "ataques frontales" contra el ejército ruso era "bastante inútil".

"No creo que acabe haciendo cosas propias de trincheras", le escribió a su amigo.

Después de llegar a Ucrania, se sorprendió por lo que vio. Las tropas eran, a menudo, jóvenes recién salidos del colegio u hombres de unos 60 años que tenían la misma edad que su padre. Los enviaban al frente sin suficientes armas, municiones ni apoyo de artillería. Le parecía, según comentó a su madre, Karla Stephens-Webber, como "enviar a la gente a ser masacrada como en la Guerra Civil".

Karla conocía a su hijo. Al leer sus mensajes, lo primero que pensó fue: va a meterse de lleno en esto.

David Roller, el amigo de Webber de la Rangers School, intentó disuadirlo de ir a Ucrania. "No tienes que participar en esta lucha. Hay muchas cosas que puedes hacer sin disparar un arma", le insistió. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Webber empezara a compartir fotos y videos con amigos en casa, mostrando maniobras de combate y ejercicios de entrenamiento. En uno de ellos se veía a un equipo de asalto despejando un búnker del estilo de los de la Primera Guerra Mundial, utilizando munición real.

"Andrew, ¿qué estás haciendo, tío?", le escribió Roller.

Webber respondió con novedades: estaba preparándose para una misión de combate.

Mierda, pensó Roller para sí mismo.

La Chosen Company, una de las unidades más conocidas entre las tropas internacionales que luchan en Ucrania, formaba parte de la 59ª Brigada Separada de Infantería Motorizada del ejército ucraniano. Se suponía que era una unidad de reconocimiento, no de asalto. Pero el 4 de julio de 2023, el ejército ucraniano dio luz verde a la compañía para lanzar un ataque contra un pueblo llamado Pervomaiske. Por cuarta vez en su vida, Webber iba a la guerra.

No quedaba mucho en pie en aquel lugar. Los bombardeos habían reducido los edificios a escombros. Vehículos abandonados permanecían entre zarzas y árboles destrozados, en un paisaje de hormigón roto y varillas de hierro retorcidas, salpicado de minas y explosivos sin detonar. La misión era evacuar el pueblo, tomar una casa en ruinas con una piscina en la parte trasera a la que la Chosen llamaba "Objetivo Kiev" y abrir un camino para un asalto a Donetsk, una importante ciudad industrial ocupada por los rusos.

Fue durante esa primera incursión en Pervomaiske cuando los hombres de la Chosen vieron cómo se desenvolvía Webber en combate. Dubs, como lo llamaban, era un líder y un "maestro" con el lanzagranadas M320 de un solo disparo, el mejor que algunos de ellos habían visto. Podía "poner la granada donde quisiera", admiraba uno. Otro recordaba que Webber era capaz de meter una de esas granadas de alto poder explosivo por una ventana a 180 metros.

La Chosen arrebató a los rusos una victoria en el campo de batalla con relativa facilidad, a pesar de algunos pasos en falso. Recuperaron el control de la mitad del pueblo, proporcionando a las tropas ucranianas acceso a posiciones que no habían ocupado desde que comenzó la guerra. La unidad solo reportó un herido, mientras que las fuerzas invasoras sufrieron varias bajas. Uno de los voluntarios de la Chosen lo describió como su "día de guerra más tranquilo".

Sin embargo, gracias a su experiencia en combate, Webber sabía lo rápido que podían cambiar las cosas en el campo de batalla. "Cuando nuestro equipo sale a combatir", le escribió a Business Insider después del asalto a Pervomaiske, "solo se puede o cumplir la misión o morir, sin excepciones".

Aun así, Webber no retrocedió. A pesar de que la batalla le había dado una imagen más clara de la inexperiencia dentro de la Chosen, Webber aseguró a sus amigos que iba a quedarse. Sentía una debilidad por las tropas novatas y pensaba que podía poner en forma a los recién llegados. Sus compañeros comentan que siempre era el primero en levantar la mano, el primero en ofrecerse para las misiones. "Si yo le hubiera dicho que no fuera al campo, me habría mandado a paseo", apunta Ryan O’Leary, comandante de la Chosen Company. "Es simplemente su manera de ser. Iba a donde se le necesitaba. Todo lo que quería hacer era contribuir".

Webber en el campo de batalla de Pervomaiske.
Webber en el campo de batalla de Pervomaiske.

Cortesía de Thomas Waszak

Exiliados rusos.

En LinkedIn, Webber describió su servicio en Ucrania como unas "prácticas". No lo eran. Había viajado a Ucrania en un momento crítico de su carrera profesional. Ahora, de vuelta en el campo de batalla, le repelía la idea de regresar a su bufete de abogados.

"No puedo volver a mi trabajo", le escribió a DeeDee. "¿Te parece bien?"

"Sí, sí, sí", respondió ella.

La abogacía, descubrió Webber, no era lo que él había imaginado. Tras graduarse en la facultad de derecho de Northwestern, donde se convirtió en un apasionado fan de los White Sox, Webber comenzó a trabajar en Fenwick & West, un destacado bufete en el sector tecnológico. "Andrew era de esos seres tranquilos y amables que se tomaban las cosas con calma", recuerda Elizabeth Gil, quien trabajó con él en Fenwick. "No tenía ese aura de ajetreo frenético tan típico".

Pero detrás de esa calma, el trabajo empezaba a pasar factura a Webber. Iba camino de ganar más de 400.000 dólares (370.000 euros) al año, pero el estrés comenzaba a afectarle y consultó a un asesor financiero. ¿Cómo podría dejar el trabajo en un gran bufete y seguir manteniendo a su familia?

Entonces, mientras Webber estaba de baja por paternidad en su trabajo, Afganistán cayó. Era agosto de 2021. Las noticias mostraban escenas desgarradoras. Multitudes de personas desesperadas se agolpaban contra las puertas del aeropuerto de Kabul; muchedumbres corrían tras los aviones que despegaban. Los afganos se aferraban a un avión de carga C-17 mientras despegaba, algunos cayendo en pleno vuelo para acabar muriendo.

Su móvil pronto se llenó de mensajes de texto, algunos de afganos con los que había trabajado casi una década antes, otros de personas que no conocía. Soldados, intérpretes, funcionarios civiles: todos le pedían ayuda para escapar del país antes de ser asesinados por los talibanes por haber apoyado la invasión estadounidense.

Webber ayudó a cientos de afganos a solicitar asilo en Estados Unidos.
Webber ayudó a cientos de afganos a solicitar asilo en Estados Unidos.

Cortesía de Sayed Zuhoor

Como era típico en él, Webber se puso manos a la obra. Pasaba el día y la noche en el móvil y el ordenador, recabando información de los afganos y conectándolos con un equipo en Fenwick, que los ayudaría a rellenar los formularios de inmigración estadounidense, que podían tener hasta 200 páginas. A veces, en reuniones por Zoom con su equipo, Webber tenía a su hija recién nacida, Vera, en su regazo. Le alborotaba el pelo para hacer reír a sus colegas.

No lo veía como una causa benéfica por la que debía cobrar horas extra. Era una responsabilidad. Su responsabilidad. Como oficial del Ejército, había dado su palabra a esas personas. Nos ocuparemos de vosotros. No os abandonaremos. Ahora estaba cumpliendo su promesa.

Pero a medida que pasaban los meses y las llamadas seguían llegando, Webber empezó a sentirse abrumado por el peso de lo que había asumido. Estados Unidos había evacuado a más de 75.000 afganos, pero cientos de miles quedaron atrás, muchos más de los que Webber y su pequeño equipo podrían gestionar, y mucho menos poner a salvo. Habían ayudado a cientos de afganos a solicitar asilo, pero llegó un momento en que no pudo hacer más. Borró WhatsApp y Facebook Messenger de su móvil. Había terminado.

"Lo habría estado haciendo 24 horas al día si pudiera", asegura Hilarie Atkisson, colega en Fenwick. "Creo que eso le atormentaba".

Aquellos a quienes logró ayudar estaban agradecidos de que, al menos, un americano había cumplido su palabra. "Es muy amable y diferente de otros comandantes", afirma Asmat, un traductor afgano que está a la espera de una visa que Webber le ayudó a solicitar. "Cuando prometía algo, lo cumplía. Otros comandantes solo hablaban".

En Fenwick, Webber se sentía cada vez más inquieto. Su trabajo con los refugiados afganos parecía haber despertado algo en él. Consiguió un empleo como jefe de asesoría legal en una empresa de tecnología de la información, pero le parecía tedioso tener que trabajar en asuntos como la concesión de unidades de acciones restringidas y las estructuras de garantías de varios niveles. Dejó el puesto al cabo de un año.

Era principios de 2023, y la guerra en Ucrania estaba nuevamente en las noticias. Las tropas ucranianas habían logrado detener la maquinaria bélica rusa y se preparaba una gran contraofensiva. Para Webber, era el momento de intervenir y ayudar.

"Mucha gente que termina en Ucrania está huyendo de su pasado", comenta Thomas Waszak, un veterano de los Rangers que conoció a Webber en una tienda de excedentes militares en Washington, donde ambos fueron a equiparse para Ucrania. "Algunos van allí con deseos de morir. Otros buscan adrenalina, emociones fuertes y son 'turistas de guerra'. Andrew no era nada de eso".

Para Webber, ir a Ucrania "no fue una decisión tomada a la ligera", añade Waszak. "Sé que amaba a su esposa y a sus dos hijas". Pero Webber creía que el sacrificio era necesario. "Era el ejemplo de: 'Si los buenos hombres no hacen nada y tampoco lo hago yo, ¿entonces quién?'".

Los hombres de la Chosen que lucharon junto a Webber llegaron a la misma conclusión. "Luchaba allí por razones morales", afirma uno de ellos. "Veía que era lo correcto". Webber creía en plantar cara a Rusia y luchar por una Ucrania libre. "La justicia es algo más que una palabra", solía decir a sus compañeros de armas. "Quería intentar ayudar", asegura otro voluntario. "Creía que sus capacidades podían ser más útiles en Ucrania que en casa, en Estados Unidos".

Guerra de drones.

En Ucrania, Webber se sorprendió de que tan pocos estadounidenses se hubieran unido a la causa. Para él, esta parecía la guerra que los niños que crecieron viendo dibujos animados de G.I. Joe y películas de acción como Amanecer rojo estaban destinados a combatir. "Me sorprende que no haya aquí un montón de militares estadounidenses o gente de West Point", le escribió a un amigo. "Es una guerra clara con un enemigo bastante obvio".

Se puso en contacto con otros veteranos que conocía, animándolos a unirse a Ucrania. "Busco gente que quiera hacer una contribución directa al esfuerzo ucraniano en su guerra", escribió y añadió que los voluntarios recibirían 3.000 dólares (2.760 euros) al mes de parte del ejército ucraniano, además de "todo el borscht –sopa de remolacha tradicional– que puedan comer". "Venid a ayudar a ganar esta batalla y mejorar la humanidad", insistía. "Y si sobrevives, probablemente te convertirás en un experto en la materia en un campo con demanda ilimitada en el futuro".

Webber instó a otros veteranos estadounidenses a unirse a él en Ucrania: "Venid a ayudar a ganar una batalla y a mejorar la humanidad”, escribió.
Webber instó a otros veteranos estadounidenses a unirse a él en Ucrania: "Venid a ayudar a ganar una batalla y a mejorar la humanidad”, escribió.

Cortesía de la familia Webber

Dejando a un lado los grandes ideales, el alojamiento de la Chosen Company no era un punto a favor. El edificio donde Webber y sus compañeros soldados estaban alojados parecía un albergue juvenil en bancarrota, con suelos sucios y muebles desgastados. Las habitaciones estaban llenas de restos de ocupantes anteriores: sobres desechados, colillas de cigarrillos, una pequeña bandera ucraniana con marcas de pisadas. Cajas de municiones apiladas servían como encimeras. Un baño tenía tres lavabos: uno no funcionaba, y otro tenía un cartel que decía "para lavar platos".

Los soldados comían en bancos alrededor de largas mesas de madera cubiertas con plástico azul barato, para que fueran fáciles de limpiar. La comida era insípida: gachas y borscht, a menudo coronados con una salchicha. A Webber no le gustaban las patatas, pero a veces no tenía más remedio que comerlas.

En una ocasión, un músico de bandura –un instrumento ucraniano de cuerda– vino a tocar para ellos. A Webber le recordó a las giras de la USO –una ONG de entretenimiento– para animar a las tropas estadounidenses. El músico instaló una silla, un micrófono y un amplificador frente a una pila de sacos de arena y una cortina de camuflaje. "Dijo: 'Hay dos cosas que debemos dar a nuestros hijos: nuestras armas y nuestra cultura'", le escribió Webber a un amigo en casa. "Fue algo profundo. Y trágico".

Webber era distinto a muchos de los veteranos que formaban parte de la Chosen. O’Leary, el comandante de la unidad, comenta que el grupo atraía a muchos tipos que les gustaba "destrozarlo todo", que podían ser reservados y algo paranoicos. A principios de este año, un médico alemán que sirvió en la Chosen acusó a la unidad de matar a soldados rusos desarmados que intentaban rendirse. No se han presentado cargos, y se comenta que los asesinatos tuvieron lugar mucho después de que Webber dejara la unidad. Pero las acusaciones subrayan la actitud belicosa y sin concesiones que era común entre muchos de los voluntarios que se alistaron con la Chosen. Webber no era así, según recuerda el médico: "Era genuinamente una buena persona".

Webber era más tranquilo, menos agresivo, y más analítico. También era compasivo y amable, sorprendentemente humano pese a sus años en la guerra. Sus compañeros de armas se asombraban de las cosas que hacía, como lanzarse a un edificio bajo fuego enemigo para rescatar a un gato. Muchos lo veían como una especie de hermano mayor. "Hacía un buen trabajo gestionando a muchos de los chicos más jóvenes que nunca habían estado en combate", recuerda Tango. "Se aseguraba de que no desperdiciaran munición, de que no se pusieran nerviosos y de que nadie se bloquease o perdiera los papeles". Incluso los veteranos más curtidos valoraban lo que Webber ofrecía. "No pasábamos mucho tiempo alegre juntos", comenta otro soldado. "Lo que hacíamos era trabajo feo, y fue horrible. Pero, ¿sabes qué? Estaba muy agradecido de tenerlo a mi lado cada maldito día".

Unas semanas después del asalto que había liberado la mitad de Pervomaiske, la Chosen Company recibió nuevas órdenes. Volverían para terminar el trabajo.

La operación sería idéntica a la anterior. Basándose en la inteligencia de campo más reciente, planeaban atacar el pueblo en el mismo lugar, de la misma manera. La clave del éxito sería la velocidad y el factor sorpresa. "Somos una unidad de asalto relámpago", presume un miembro de la Chosen Company. "Asaltar trincheras es lo nuestro".

Los gatos están por todas partes en el frente de Ucrania; Webber rescató a uno de un edificio incendiado.
Los gatos están por todas partes en el frente de Ucrania; Webber rescató a uno de un edificio incendiado.

Cortesía de la familia Webber

Antes del asalto, había una energía nerviosa entre los hombres. Algunos se sentaban en silencio o bromeaban. Otros cantaban versiones groseras de la canción Dumb Ways to Die, que se hizo viral en internet. Webber tenía un mal presentimiento sobre la operación. Antes de que se movieran, se acercó a Wayne Hallatt, un voluntario canadiense con una barba tupida conocido como DirtyP, para hablar en privado. "Oye, asegúrate de estar listo para avanzar y liderar la sección", le ordenó Webber a Hallatt.

"No, tío, tú eres el que lidera la sección", respondió Hallatt. "No te voy a quitar eso".

Pero Webber insistía: "Creo que esto va a salir mal", afirmó. "Tengo un mal presentimiento sobre esta misión. Si algo va mal, necesito que subas y tomes el mando".

Como Hallatt contó más tarde en Funker530, una plataforma de videos para veteranos, escuchar a Dubs expresar ese tipo de "mal augurio" lo inquietó. Trató de tranquilizar a su amigo. "Todo va a ir bien", le respondió. "Eres un líder sólido. Sabes lo que haces. Vas a asegurarte de que los chicos estén bien. Tú estarás bien. Todos volveréis".

No tenía idea de lo que estaban a punto de encontrar.

Valeriya Zavadskaya, copropietaria de Flash Dancers.

La Chosen Company lanzó su segundo asalto a Pervomaiske el 29 de julio de 2023. El sol estaba bajando en el horizonte, proyectando largas sombras sobre los escombros. Pero a los pocos minutos de que los soldados comenzaran a avanzar, quedó claro que esta no sería como la última misión. La Chosen no había sorprendido al enemigo. Los rusos los estaban esperando, y el asalto rápidamente se convirtió en lo que O’Leary describió como "un infierno".

Había minas por todas partes, "drones lanzagranadas" que soltaban explosivos sobre el campo de batalla y drones explosivos que emitían un grito mientras se lanzaban en picado hacia sus objetivos. En las semanas transcurridas desde el primer asalto, Rusia había reforzado sus posiciones con tropas más capacitadas que martilleaban a la Chosen con fuego y ametralladoras, increíblemente precisos. "Sabían lo que estaban haciendo", recuerda Tango, médico de la compañía. "Trajeron a sus mejores tiradores, y luego montaron básicamente una emboscada compleja de un kilómetro que nos esperaba".

Tango, médico del equipo Delta, atiende a un soldado herido en el campo de batalla Pervomaiske.
Tango, médico del equipo Delta, atiende a un soldado herido en el campo de batalla Pervomaiske.

Cortesía de Thomas Waszak

Vestido con su uniforme de combate, casco y chaleco antibalas, marcados con cinta identificativa amarilla, Dubs estaba exactamente donde le había prometido a su esposa que no estaría. Dirigía el equipo Delta mientras respondía al fuego con su fusil AK plegable y el M320 que llevaba en la cadera. Una bandolera de granadas de 40 mm le cruzaba el pecho, y en su hombro izquierdo llevaba el parche de alas y bayoneta de la 173ª Brigada Aerotransportada, una de las unidades más prestigiosas del Ejército, con la que había sido comandante durante su última misión en Afganistán.

"Honestamente, era alguien con verdadera experiencia liderando soldados", comenta un voluntario. "Así que eso lo ponía en lo alto de la lista en cuanto a calificaciones y experiencia para liderar equipos de combate. Francamente, poner a otra persona a cargo habría sido casi negligente".

Delta era uno de los cuatro equipos de asalto de la Chosen que avanzaban en paralelo hacia su objetivo principal: un puente controlado por los rusos en la ruta hacia Donetsk. El terreno era difícil pero llano, sin opciones para la vigilancia de francotiradores. Para empeorar las cosas, Webber había perdido la radio que necesitaba para comunicarse con el mando de la Chosen Company y pedir apoyo, y la radio de repuesto no funcionaba. Sin una radio, el equipo Delta estaba incomunicado.

Los otros equipos estaban inmovilizados, y Delta avanzaba solo. Iban moviéndose de escombro en escombro. Cada paso era arriesgado; a su alrededor había cables trampa, minas antipersona y pilas de minas antitanque que podían activarse con una bala perdida o una explosión de granada. En medio del caos, un soldado recuerda que Webber se mantenía tranquilo. Pero Delta no tenía respuesta para el fuego ruso cada vez más abrumador al que se enfrentaban. El equipo no podía avanzar ni mantenerse donde estaba. Empezaron a tener bajas, y no tenían ni idea de cómo les iba a los otros equipos. Webber dio la orden de retroceder. El asalto había fracasado.

La decisión de Webber salvó vidas. Si Delta hubiera permanecido allí un poco más, todo el equipo podría haber sido aniquilado. Pero volver no era tan simple como darse la vuelta y salir del campo de batalla. El equipo comenzó a abrirse paso luchando a través de la maleza y los escombros, atacados por drones y siendo bombardeados. Intentaron refugiarse en una casa sin techo, cuyas paredes blancas parecían un tablero perforado, pero pronto se dieron cuenta de que no había dónde esconderse. Siguieron avanzando. Había búnkeres rusos camuflados por toda la zona, pero a veces los envoltorios de comida, bolsas de excremento moradas y botellas de orina dispersos cerca los delataban. A medida que el equipo se retiraba, prendieron fuego a uno de los búnkeres.

Mientras Delta retrocedía, Webber y otro estadounidense, Lance Lawrence, ayudaban a cubrir la retirada con fuego de supresión. Ambos, junto con otros, estaban protegiendo la retaguardia mientras el resto del equipo trataba de evacuar a CeeBee, un soldado herido. De repente, Delta fue alcanzado por un aluvión de granadas y fuego de mortero aéreo. "Eso tumbó prácticamente a todos", recuerda Tango. En un instante, el campo quedó cubierto de soldados heridos.

Lawrence yacía boca abajo, luchando por levantarse. CeeBee estaba desangrándose. Tango había sido destrozado por la metralla; una de sus piernas estaba paralizada desde la rodilla hacia abajo. Otro soldado había perdido varios dedos.

Y entonces estaba Webber.

Antes de la operación, un miembro de la Chosen le había preguntado a Dubs qué haría si resultaba herido. "Bueno", respondió Webber, "todo estará bien hasta que no lo esté. Y cuando no lo esté, simplemente lo afrontaré".

Ya no estaba bien.

La metralla del fuego de mortero le había causado heridas profundas. "Recibió un impacto muy grave", recuerda Tango. "Le atravesó el abdomen y le alcanzó el costado". A pesar de sus propias heridas, Tango corrió para atender a Webber. "Empecé a quitarle la ropa, revisarlo, asegurarme de que todo estuviera bien. Pero definitivamente no estaba bien. Tenía un agujero enorme en el costado por un trozo de mortero". Después de estabilizar a Webber, pasó al siguiente herido.

Tango llegó hasta Lawrence y le hizo un vendaje, mientras la batalla seguía alrededor de ellos. Pero para cuando pudo volver, Lawrence estaba en sus últimos momentos. Tango se quedó con él hasta el final.

Aún capaz de sostener un rifle con su única mano buena, Tango defendía a su equipo herido mientras trataba de mantener la presión sobre la herida de Webber. La metralla le había dañado los pulmones, y Webber tenía problemas para respirar. Estuvieron ahí, en el campo ensangrentado y lleno de maleza, durante una hora, esperando que llegara ayuda y rezando para que un dron no los detectara. Pero llegó un momento en que Webber ya no pudo resistir más. El daño interno causado por el proyectil de mortero había sido devastador. Le pidió a Tango que les dijera a su familia que los amaba y que se asegurara de que los otros salieran a salvo. Y ahí terminó todo para él.

"Hasta el final estaba preocupado por los demás", recuerda Tango.

El resto de la Chosen también había sufrido graves bajas. "Rusia nos lanzó básicamente todo menos un misil balístico ese día", comenta O’Leary. Solo bajo el amparo de la oscuridad los voluntarios lograron recuperar los cuerpos de Webber y Lawrence. Mientras el equipo de rescate se alejaba en un Humvee, estuvieron a punto de ser alcanzados por un proyectil ruso.

"Éramos inseparables", afirma DeeDee. "Mejores amigos que casualmente estaban casados entre sí".

Jovelle Tamayo/BI

 

La noche antes de morir, Webber llamó a DeeDee. Cuando sonó el teléfono, ella estaba en el laboratorio de química donde trabajaba. "Oye, vamos a salir", le comentó. "Voy a estar desconectado un par de días".

DeeDee tenía años de experiencia como esposa de militar. Sabía lo que era vivir con ansiedad durante meses esperando a que Andrew volviera a casa. Pero esto no era como sus otras misiones. Dos meses antes, cuando le habló por primera vez de ir a Ucrania, le había prometido mantenerse fuera del combate. DeeDee no sabía que se había unido a una compañía de asalto. Ni siquiera sabía dónde estaba, ni con quién estaba. Cuando hablaban, todo estaba envuelto en un secretismo que le parecía casi paranoico. Andrew había planeado regresar en unas semanas. Pero ahora, algo en su tono no sonaba bien.

"Tengo un muy mal presentimiento sobre esto", le afirmó. "Por favor, no vayas".

"Todo estará bien", respondió él.

En sus últimos mensajes a Business Insider, apenas unos días antes de la misión, Webber fue más sincero sobre a lo que se estaba enfrentando. "Literalmente estamos entrando en fortificaciones rusas y matando gente a unos cinco metros de distancia", escribió pocos días antes del asalto. En combate, observó, "mantenerse a salvo" no es realmente una opción. Es más bien "no morir inútilmente".

La Chosen Company nunca llegó a tomar Pervomaiske. Tras un servicio conmemorativo para Webber en la capital ucraniana de Kiev, su amigo Waszak llevó sus cenizas de vuelta a su familia. Un año después de su muerte, sus seres queridos siguen buscando formas de honrar su legado. Su madre, Karla, se reunió con representantes del Congreso para apoyar la aprobación de un acuerdo de ayuda a Ucrania que frenara el avance de Rusia. Su hermana Nichole señala que trata de estar a la altura de los altos estándares de Andrew, que "siempre me han hecho ser una mejor persona". Y DeeDee comienza a encontrar algo de paz tras mudarse más cerca de su propia familia. Ella y las niñas todavía tienen problemas para dormir, pero está aprendiendo a "convivir" con su dolor. "Siento que siempre está conmigo y con las niñas", afirma, "y eso me da algo de paz".

La familia de Webber sigue luchando contra su dolor. "Siento que siempre está conmigo y con las niñas", afirma DeeDee. "Así que eso me da algo de paz".
La familia de Webber sigue luchando contra su dolor. "Siento que siempre está conmigo y con las niñas", afirma DeeDee. "Así que eso me da algo de paz".

Jovelle Tamayo/BI

Los que lucharon junto a Webber en Ucrania aún tratan de entender por qué estaba allí y qué inspira a tantos de ellos a quedarse. "Parecía que había cosas en las que estaba trabajando", comenta O’Leary, el comandante de la Chosen Company. "Creo que muchos veteranos de la guerra global contra el terrorismo se sienten así. Piensan: mi contribución y mi sacrificio, y la vida de mis amigos que murieron en Irak o Afganistán, ¿qué significaron? Muchos veteranos se cuestionan eso todo el tiempo".

Tango, el médico que luchó por salvar a Webber, asegura que muchos veteranos que sirvieron en Oriente Medio ven a Ucrania como una oportunidad de "redención", una guerra justa que equilibra los fracasos de Estados Unidos en Irak y Afganistán. "Fuimos y luchamos por una guerra, pero, ¿valió la pena realmente?", se pregunta. "Y luego quisimos venir aquí y luchar por algo que realmente importa, que es completamente justo. Creo que esa fue una gran motivación para muchos de los chicos, especialmente los veteranos estadounidenses que han venido".

Otro miembro de la Chosen resumió ese sentimiento: "Para todos los que estuvimos en Afganistán", afirma, "Ucrania era una gran llamada para intentarlo por segunda vez y llegar hasta el final".

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Etiquetas: Guerra en Ucrania, Estados Unidos