por James Petras

06 Abril 2017

del Sitio Web Petras

traducci�n de C�sar P. Guidini Joubert

22 Mayo 2017

del Sitio Web LaHaine

Versi�n original en ingles


Exterminio del

proletariado blanco y pobre

en los Estados Unidos


Presentaci�n

En el curso de los dos decenios pasados en los EE.UU. se registraron cientos de miles de fallecimientos prematuros [i] por culpa de m�dicos que recetan de forma totalmente irresponsable calmantes y dem�s depresores del sistema nervioso central, como los tranquilizantes, los cuales provocan enviciamiento, y tambi�n a causa de las contraindicaciones de tales medicamentos, cuyas consecuencias son mortales.

El hecho innegable es que esos fallecimientos corresponden en su inmensa mayor�a a individuos que son raza blanca y pertenecen a la clase trabajadora y a la clase media baja que vive en las regiones rurales y en las ciudades en las que cerraron las f�bricas. [ii]


La clase dirigente y los grandes mandamases de la oligarqu�a decidieron, con toda discreci�n, desprenderse de esa parte del pa�s porque consideran que "sobra".

La v�ctima y los parientes que la sobreviven carecen de la m�s m�nima posibilidad de conseguir que se les indemnice para reparar la negligencia general y la codicia que llevan al enviciamiento y a la muerte.

El gobierno en su conjunto y la prensa, que obedece a la oligarqu�a, omiten deliberadamente informar de las causas �ltimas de la epidemia e investigarlas en consecuencia, y lo �nico que se puede leer y escuchar son las cl�sicas peroratas, pomposas y superficiales, sobre el problema.

Se examinar�n en primer t�rmino las proporciones y los pormenores de la epidemia y se se�alar�n las causas �ltimas, tras lo cual se expondr�n soluciones.


Cotejo de cifras

En el concierto de los pa�ses adelantados de Europa y Asia los EE.UU. pueden reivindicar la dudosa distinci�n de que cuentan con la tasa m�s elevada de aumento del fallecimiento prematuro de individuos j�venes y adultos de extracci�n obrera y de clase media baja. [iii]

Ese aumento de la mortalidad prematura no se registra siquiera en los pa�ses que no son tan adelantados, salvo en los tiempos de guerra.

Tal devastaci�n, que es exclusivamente propia de los EE.UU., se concentra en la poblaci�n blanca, pobre y con escasos estudios que vive en los pueblos y ciudades peque�as y en las regiones rurales.

El fen�meno ya no se puede ocultar:

en el curso de los diecis�is a�os pasados (2000 a 2016), la tasa de fallecimiento del obrero norteamericano que tiene de 50 a 54 a�os de edad se duplic� y pas� de 40 a 80 por 100.000. [iv]

Por el contrario, en Alemania la tasa de mortalidad del individuo de caracter�sticas semejantes descendi� de 60 a 42 por 100.000 y en Francia lo hizo de 55 a 40 por 100.000.

Adem�s, en los EE.UU. la tasa de mortalidad del obrero blanco marginado aument� en comparaci�n con la cifra correspondiente a la poblaci�n negra y a la procedente de Am�rica Latina. Dicho aumento de la muerte prematura se�ala un notable deterioro de las condiciones de vida de una fracci�n descomunal de la poblaci�n de los EE.UU.

Los fallecimientos se atribuyen fundamentalmente,

  • a la notable alza del suicidio

  • a las complicaciones que acarrean la obesidad y la diabetes

  • muy particularmente, al "envenenamiento", concepto gen�rico en el que, adem�s del alcohol, los estupefacientes, y, sobre todo, los analg�sicos narc�ticos que receta el m�dico, cabe un amplio espectro de contraindicaciones

A juicio de algunos pretendidos "especialistas" que "dominan" el problema del vicio con medicamentos, el alza de la tasa de mortalidad del obrero de los EE.UU. se atribuye a,

"la mundializaci�n y la automatizaci�n".

Eso es un ejemplo de lo que se denominan explicaciones "superficiales" o "falsas", y se llaman as� porque el fen�meno no se registra en los dem�s pa�ses industrializados.

En efecto, incluso si se consideran el Jap�n, el Canad� y el Reino Unido, cuya econom�a se transform� por causa de la "mundializaci�n-globalizaci�n" y de la moderna automatizaci�n, en ninguno de ellos se observa que aumente la mortalidad de la parte fundamental de la poblaci�n.

La mortalidad del obrero del Reino Unido, Canad� y Australia se mantiene estable en unos cuarenta fallecimientos por cien mil, o sea, la mitad de la tasa de los EE.UU., pese a que esos pa�ses no presentan grandes diferencias en lo que respecta a las caracter�sticas demogr�ficas y a la cuota del mercado mundial.

La clave para comprender el presente fen�meno radica en la atenci�n que el capital y la estructura dominante de los EE.UU. prestan a las necesidades de la mano de obra, que ya no resulta necesaria por causa de la transformaci�n que se opera en la econom�a

En los EE.UU. el obrero blanco adulto, mal remunerado y que, con suerte, curs� la ense�anza secundaria, sobre todo el que cumple labores manuales, registra una mortalidad que cuadriplica la de aquel otro que fue a la universidad.

El aumento espectacular de la mortalidad en dicha categor�a demogr�fica se corresponde con la mayor proporci�n de obreros y sus familias que ya no gozan de la debida atenci�n m�dica a cargo del patr�n. La desaparici�n de los puestos de trabajo seguros y bien remunerados de la industria fabril provoca que se extiendan los fallecimientos prematuros en dicha capa de la sociedad.

En otras palabras, las muertes evitables en el mundo del trabajo aumentan de forma paralela,

  • al �xodo de f�bricas al extranjero

  • a la automatizaci�n

  • a la contrataci�n de obreros inmigrantes y de obreros aut�ctonos sin seguro y que trabajan por horas,

...todo lo cual acarrea que desaparezca la atenci�n m�dica completa que recibe la clase trabajadora, pero precisamente gracias a eso es que la tasa de ganancia del gran de capital puede aumentar sin pausa.

En otras econom�as capitalistas adelantadas de Europa y Asia se mantienen intactas las instituciones de salud p�blica y previsi�n social, que son de car�cter universal y cumplen debidamente la misi�n de aliviar el da�o que causan a la salud del obrero la mayor inseguridad del puesto de trabajo y el deterioro de las condiciones de vida.

Dichas instituciones de salud p�blica salvan millones de vidas y �se es uno de los contrastes m�s marcados que separan a la medicina de los EE.UU. de la que est� vigente en el resto del mundo industrializado.


El "OxyContin" [v] - la Peste Blanca

La causa �ltima de la descomunal alza de la mortalidad de obreros en los EE.UU. es, ante todo, la decisi�n que tom� la clase capitalista de suprimir la atenci�n m�dica general y en buenas condiciones de que gozaba el trabajador a la vez que se rebajaba el salario y se enviaban al extranjero muchos puestos de trabajo.

Por esa causa, y en vista del descenso de su ingreso, el obrero no puede darse el lujo de pagar para s� y para su familia las sumas astron�micas que representan la prima del seguro de salud, la consulta al m�dico y la receta y la franquicia.

Tampoco tiene para pagar la abultada factura de la "terapia f�sica y rehabilitaci�n" cuando sufre un accidente, todo lo cual explica que prefiera que le receten un analg�sico narc�tico gracias al que podr� soportar el dolor cr�nico [vi] mientras sigue trabajando.

En segundo lugar, el personal m�dico (m�dicos, enfermeras y auxiliares m�dicos) est� sometido a fuertes presiones del patr�n para que dedique el menor tiempo posible tiempo al paciente que padece de dolor cr�nico y lesiones por accidentes del trabajo, sobre todo, los que cuentan con recursos limitados.

El salario y la retribuci�n extraordinaria dependen generalmente del n�mero de pacientes que se atienden por d�a.

La cl�sica receta, especialmente cuando se prescriben narc�ticos, sedantes, ansiol�ticos y somn�feros, ahorra tiempo y dinero al m�dico y al hospital privado. Muy rara vez recibe el obrero accidentado y el que sufre de dolor cr�nico el examen detenido de la historia, el debido reconocimiento, el diagn�stico serio y el consiguiente tratamiento y vigilancia posterior, pues todo eso cuesta mucho dinero.

Las sociedades farmac�uticas fabrican miles de millones de opioides de s�ntesis, [vii] de muy bajo costo de producci�n, pero cuya ganancia es descomunal, pues rinden much�simo m�s que los denominados "medicamentos estrella".

Los multimillonarios due�os de los laboratorios que se dedican a los analg�sicos narc�ticos contratan a legiones de vendedores que visitan a los m�dicos y a las cl�nicas del dolor, aprovechando que operan en un ramo que carece pr�cticamente de reglamentaci�n y que es ajeno por completo a la intervenci�n y vigilancia del Estado capitalista.

Los valedores de la industria farmac�utica gastan cientos de millones de d�lares en los pol�ticos y jerarcas p�blicos para proteger su ganancia, a�n a costa de que aumente el n�mero de muertes por sobredosis de quienes no pueden vivir sin el opioide que le receta el m�dico.

La falta absoluta de intervenci�n del Estado en la presente epidemia no tiene parang�n en el mundo industrializado.

Esa mal�vola indiferencia prueba que existe un darwinismo social, t�cito, pero de car�cter oficial, y que opera en las m�s altas esferas; es la misma ideolog�a y pr�ctica que antes era patrimonio exclusivo de los m�s ardientes defensores del fascismo y de las teor�as de la eugenesia.


�Qu� da al gran capital impunidad para el asesinato?

El envenenamiento con los narc�ticos recetados y con la mezcla de tranquilizantes, alcohol y estupefacientes, de consecuencias mortales, es la primera causa de fallecimiento prematuro, y evitable, en el mundo del trabajo.

Tambi�n deber�a figurar en la categor�a de fallecimiento por sobredosis el obrero que pasa del vicio del estupefaciente que le receta el m�dico al estupefaciente que se vende en la calle, pues, en �ltima instancia, el vicio que padece comienza en el hospital que lo atiende.

Aunque nunca lleguen a conocerse, el traficante de la calle es socio del mundo de la empresa privada y de esas cl�nicas del dolor, que siempre est�n relucientes de limpias.

Las muertes prematuras por sobredosis causan incre�ble sufrimiento a los amigos y parientes de la v�ctima, pero a los ojos del "gran capital" constituyen un hecho favorable, y por esa raz�n la epidemia ha permanecido casi oculta por espacio de dos decenios.

La prensa de los pueblos de provincia acostumbra dedicar extensos y conmovedores p�rrafos en recuerdo del abuelito fallecido en los que no faltan tiernas palabras acerca de la enfermedad que se lo llev�, mientras que la muerte por sobredosis del padre adulto o de la madre que fue despedida del trabajo es llorada en el anonimato y en silencio.

El fallecimiento prematuro del obrero por sobredosis engrosa considerablemente la ganancia del patr�n, pues as� disminuyen los gastos generales en concepto de despido, pensi�n, medidas de seguridad en el trabajo y cuantos otros gastos en atenci�n m�dica corran de cuenta de la empresa.

Se extingue el subsidio de paro y la contracci�n de la poblaci�n trabajadora hace que bajen los tributos municipales destinados a sufragar la ense�anza y los servicios y provoca que se contraiga tambi�n la demanda de servicios sociales.

No es coincidencia alguna que el marcado aumento de la muerte prematura de obreros coincida con la incre�ble concentraci�n de riqueza en manos de los grandes oligarcas de los EE.UU.

En tales circunstancias, la fuerte merma del salario y de los derechos sociales sumada a la mayor inseguridad del puesto de trabajo hace cundir un miedo profundo en el mundo del trabajo.

La mayor parte de las veces el obrero que ve con terror la pobreza en que quedar� sumida su familia por la p�rdida de un puesto de trabajo decente contin�a trabajando a pesar de que se encuentre accidentado o enfermo y para llegar a duras penas al fin de la jornada tiene que tomar estupefacientes legales y de otro tipo.

Combate el estado de inseguridad, la ansiedad y el insomnio con otros medicamentos que, a su vez, agravan el riesgo de sobredosis.

El miedo y el clima envenado que reina en el lugar de trabajo lo obligan a abstenerse de solicitar la licencia de enfermedad y una buena terapia f�sica rehabilitadora por la v�a del seguro de salud de la empresa.

Los calmantes m�s "eficaces" y que est�n respaldados por una enorme propaganda, como el OxyContin, [v] suelen ser los que provocan un enviciamiento m�s veloz y de consecuencias mortales.

Los representantes de la industria farmac�utica que visitan cl�nicas y hospitales se encargan de ocultar deliberadamente la peligrosa naturaleza enviciante de esos "medicamentos milagrosos".

La v�ctima de tales f�rmacos enviciantes es casi siempre el obrero mal pago y el que no tiene trabajo, y el m�dico que hace la receta es un fiel servidor del patr�n capitalista y de las grandes farmac�uticas.

Los laboratorios cuentan con la protecci�n de las altas esferas del Estado y, a su vez, los funcionarios de jerarqu�a "media" se encargan de proteger a los propietarios y al personal m�dico de los hospitales y las cl�nicas del dolor, que est�n en manos privadas.

Los autores de ese asesinato colectivo por sobredosis sacan un provecho descomunal y con total impunidad del caos que se provoca, pero no ocurre lo mismo con el peque�o traficante callejero que puebla las atestadas y gigantescas prisiones de los EE.UU.

No hay un solo organismo federal, policial o de seguridad que siquiera se atreva a perseguir y enjuiciar a los propietarios de esas enormes sociedades farmac�uticas.

En efecto, el brazo de la seguridad y la justicia del Estado hace de c�mplice del enviciamiento colectivo, aunque los agentes de polic�a no son m�s inmunes a los narc�ticos con receta que las enfermeras y dem�s personal m�dico que deben tratar a las v�ctimas de los accidentes de trabajo.

En realidad, el problema de la muerte por sobredosis de medicamentos narc�ticos que afecta al personal m�dico y del servicio de seguridad (incluidos los frecuentes casos de suicidio por sobredosis de quienes pierden el puesto de trabajo por culpa del consumo de narc�ticos) constituye una tragedia p�blica de la que no se tiene noticia y por la cual nadie llora.

Tampoco escapan al problema los soldados que regresan de las guerras imperiales en el Medio Oriente y el Sudeste Asi�tico.

Las contradicciones de una sociedad que otorga impunidad a los capitalistas que perpetran esa epidemia de muerte (la "guerra del opioide"� [viii] contra la clase obrera sobrante) y, al mismo tiempo, gasta miles de millones de dinero del Estado para encarcelar al peque�o traficante de la calle y al cliente ilustran que el gobierno federal y el de los estados se encuentran sumidos en el caos y les resulta imposible intervenir como se debe en favor del ciudadano.

Con oportunidad de las elecciones internas y presidenciales del a�o pasado y la difusi�n por radio y televisi�n de las respectivas campa�as (por primera vez) los pol�ticos nacionales fueron interpelados en numerosas ocasiones por los ciudadanos de los pueblos de provincia que estaban alarmados por la devastaci�n que sufren por culpa de los medicamentos narc�ticos y la muerte por sobredosis.

El candidato Donald Trump hizo varias declaraciones sumamente emotivas acerca de la cuesti�n y, por su parte, resulta interesante destacarlo, la candidata del Partido Dem�crata, Hillary Clinton, no hizo la m�s m�nima menci�n al problema a lo largo de la campa�a, a pesar de que no ces� de pregonar y vanagloriarse de los "logros" que ella hab�a conseguido en el campo de la salud.

En los �ltimos meses las proporciones que reviste el fallecimiento por sobredosis en los pueblos peque�os y en el campo provocaron movilizaciones populares que reclaman que el Estado haga algo.

Como era de esperar, entonces se reuni� r�pidamente un peque�o ej�rcito de catedr�ticos, especialistas y entendidos, y asociaciones privadas (ONG) y se present� para reclamar m�s fondos para "investigaci�n, formaci�n y tratamiento".

Los mismos propietarios de las cl�nicas del dolor, que llevan a tantos a caer en el vicio de los medicamentos, decidieron ampliar el campo comercial y ahora se denominan "cl�nicas de rehabilitaci�n", cuyo fin es complementar la labor de las asociaciones de apoyo a la v�ctima y que proliferan como hongos despu�s de la lluvia.

Ninguna de esas empresas oportunistas, m�s que discutibles, se propone "instruir" pol�ticamente y movilizar al obrero enviciado con medicamentos y al resto de la ciudadan�a para reclamar que se cree una instituci�n nacional de salud p�blica universal como hay en otros pa�ses en los que no existe el problema del envenenamiento por medicamentos.

Ni siquiera se encargan del problema de los accidentes de trabajo y de que el obrero sea tratado con opioides porque no se le presta un servicio de rehabilitaci�n y terapia f�sica.

Los profesionales de la medicina prefieren remitir al paciente a los centros de tratamiento, en los que el problema del vicio se tratar� con medicamentos que lo agravan, como la metadona, en vez de hacer frente a las consecuencias devastadoras de la quiebra de las instituciones de salud p�blica de los EE.UU., que est�n en manos de los seguros de salud privados que buscan el lucro a toda costa, y en consecuencia, organizarse para atender como se debe al paciente.

Del mismo modo, las instituciones de trabajo y los sindicatos del �mbito federal y estatal omiten cuidadosamente hablar de los estragos que la epidemia causa en la mano de obra.

En un editorial del New York Times del 16 de octubre de 2016 se se�ala que millones de hombres en edad de trabajar se encuentran totalmente fuera del mercado de trabajo por causa de "dolor e incapacidad" y una parte considerable de ellos vive con analg�sicos narc�ticos.

El efecto prolongado es obvio:

el tratamiento enviciante con dichos medicamentos destruye la disciplina interna del obrero, que es imprescindible para que la industria produzca.

Ser�a inimaginable que los industriales y los gobernantes de Alemania y de China aceptaran las consecuencias prolongadas de tal fen�meno.

�se es apenas un brillante ejemplo que revela la actitud arrogante y displicente con que la oligarqu�a y el mundo de la pol�tica de los EE.UU. tratan a la mano de obra del propio pa�s.

Los asesinos y sus v�ctimas se califican por su clase social y no por los "estudios" o los "conocimientos de inform�tica" que posean. Los capitalistas de la industria farmac�utica producen mort�feras mercanc�as que se distribuyen con astron�micos recargos en decenas de miles de farmacias.

Los destinatarios de esa mercader�a son el trabajador y el individuo de clase media baja que cae v�ctima del envenenamiento.

Por su parte, los capitalistas y los oligarcas no tienen la m�s m�nima necesidad de recurrir al seguro de salud, pues tienen a su disposici�n sus propias y exclusivas cl�nicas de lujo que son atendidas por el correspondiente cuadro de m�dicos de renombre y enfermeras que les brindan la mejor atenci�n que se conoce.

A ellos jam�s se les ocurrir�a permitir que sus parientes fueran tratados con esos medicamentos enviciantes que devastan la vida de millones y millones de ciudadanos inferiores y los cuales les hacen ganar enormes sumas de dinero.

Aunque uno nunca pueda ver y, mucho menos, visitar esas cl�nicas de lujo, no es dif�cil entender las consecuencias mort�feras que provoca ese apartheid en el campo de la medicina.

Haciendo gala de un optimismo que no es extra�ar, la prensa de los EE.UU. da cuenta de que, gracias al problema de la mortandad por sobredosis, los hospitales que realizan trasplantes cuentan ahora con numerosas partes del cuerpo que son necesarias.

�No se consuela quien no quiere!

La clase capitalista que ha desencadenado esa "guerra del opioide contra la clase obrera" no tiene el menor problema en donar decenas de millones de d�lares a los candidatos a la presidencia y los dem�s dirigentes de los partidos pol�ticos para asegurarse de que las autoridades que designen en los denominados organismos de inspecci�n del Estado se esfuercen por proteger sus ganancias en vez de la salud p�blica del ciudadano.

Los oligarcas gozan de inmunidad casi total y eterna de dichos organismos fiscalizadores.

Si, alguna vez el esc�ndalo de las inmensas p�rdidas de vidas humanas que causan los medicamentos que envenenan llega por casualidad a afectar su vida refinada del mundo de la filantrop�a de las bellas artes y dem�s actividades de la �lite, tienen a su disposici�n legiones de "moralistas" de la prensa y del mundo oficial que se encargan de culpar a las v�ctimas por los h�bitos malsanos que les arruinan la vida.

Una de esas compa��as es Purdue Pharma, que fabrica el OxyContin y que es propiedad de la familia Sackler, cuyos fundadores pertenecen a la c�pula de los fil�ntropos de la cultura de los EE.UU.

Desde que, en 1995, comenz� a girar en el ramo de los calmantes, lucrativo como no hay otro, el OxyContin reditu� a la Purdue 35.000 millones de d�lares y los Sackler pudieron entrar en el Olimpo de los archimillonarios del pa�s.

A ninguno de los conservadores de las Galer�as Sackler y del ala Sackler del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York se le ocurrir�a hacer una exposici�n de "realismo social" que ilustre el inmenso sufrimiento y muerte que los medicamentos de sus patrones causan a millones de individuos de clase baja.

Pero ocurre que los gustos cambian y el "realismo social" ya no est� de moda en el apartheid de clase que los Sackler y sus amigos impusieron en el pa�s.

Los estudios serios y rigurosos sobre la evoluci�n demogr�fica tambi�n han quedado anticuados.

Un antiguo director de la Administraci�n de Alimentaci�n y Farmacia (FDA) sostiene que la moda de recetar opioides de forma indiscriminada constituye uno de los "mayores errores de la historia de la medicina moderna", pero no hizo nada para contener la epidemia durante el per�odo en el que estuvo al frente del organismo (1990 a 1997) ni para llamar la atenci�n acerca de sus devastadoras consecuencias despu�s de que dejara el cargo.

En efecto, el doctor David Kessler [ix] esper� hasta hace muy poco para sumarse al coro de quienes lamentan la epidemia de opioides a ra�z del sonado fallecimiento por sobredosis de Prince, la estrella del rock, y fue solamente entonces que escribi� un art�culo de opini�n en el New York Times del 6 de mayo de 2016. [x]

Los profesores de universidad reciben subsidios de las grandes fundaciones nacionales para "estudiar el problema de los opioides" con el fin de elucidar particularmente los trastornos psicol�gicos que padece la v�ctima de sobredosis y las patolog�as sociales del traficante de la calle.

Eso desv�a la atenci�n de los laboratorios farmac�uticos, que lucran con la epidemia, y de los gobernantes del capitalismo, que prepararon el terreno para ese envenenamiento colectivo en todo el pa�s.


Pero, el ascenso en la universidad, el reconocimiento de los colegas y los jugosos subsidios de investigaci�n no son para quien cometa la tonter�a de se�alar con el dedo a,

  • las farmac�uticas asesinas

  • las peligrosas condiciones de condiciones de trabajo

  • las horas extras

  • la escasa paga

  • el aumento de los accidentes de trabajo y las enfermedades,

...y la desesperaci�n que hacen que el obrero pase de manos de la empresa asesina a manos del "pap� laboratorio", ni tampoco para el que se atreva a denunciar a los m�dicos que estimulan al trabajador a que recurra al veneno de los calmantes en vez de reivindicar aumento de salario, mejor atenci�n m�dica, mejores condiciones de trabajo y un futuro de verdad para su familia.

Es urgente que se tomen medidas en serio.

La realidad de los cientos de miles de fallecimientos por culpa de la "receta de la muerte" y de los millones de v�ctimas del vicio de los medicamentos deben reclamar que se cree una fiscal�a especial nacional que se dedique de forma exclusiva a desentra�ar las causas �ltimas de esta epidemia que no remite y las cuales radican en el �nimo de lucro que mueve a la �lite social y econ�mica del pa�s.

La investigaci�n deber� encaminarse a perseguir a la extensa red de chantajistas y propiciadores, en la que caben desde los valedores de los laboratorios farmac�uticos y los jerarcas del Estado corruptos hasta los m�dicos y los periodistas, porque la presente epidemia afecta a decenas de millones de trabajadores y a su familia, amigos, compa�eros de trabajo y al medio en el que viven.

�Y d�nde est�n los defensores del ni�o que representen los intereses de los miles de hijos de madres de las comarcas rurales atrapadas por el OxyContin que nacen con el s�ndrome de abstinencia neonatal y que desbordan la capacidad de los hospitales del campo y de los pueblos?


Soluciones

La cadena que forman el enviciamiento con medicamentos y la muerte por sobredosis obliga a hacer algo m�s que propaganda con las t�picas fotos de los centros de tratamiento de los pueblos.

En efecto, hay que encarar decididamente el problema de los opioides con receta y enjuiciar en consecuencia a los laboratorios criminales, y perseguir, sobre todo, a los capitalistas que explotan al obrero vulnerable, le niegan protecci�n, condiciones de trabajo seguras y la atenci�n m�dica debida.


Se impone una transformaci�n fundamental de la relaci�n del capital y el trabajo en este pa�s.

Los planes del capital, que merman el salario y la seguridad del obrero, obligan a contar con un ej�rcito de reserva m�s numeroso, que forman los desocupados y los trabajadores mal pagos.

Habiendo tantos obreros aut�ctonos que sufren incapacidad por accidentes y otros que est�n apartados del mundo del trabajo por culpa del enviciamiento, se debe recurrir a la mano de obra zafral procedente del extranjero, cuyo pa�s de origen se encarg� de que esa mano de obra creciera, estudiara y se preparara para la vida, con el consiguiente gasto.

En otras �pocas eso se llamaba "�xodo de cerebros", pero ahora es el "�xodo de cerebros y de m�sculos h�biles".

Gracias a los recursos que gastan otros pa�ses para criar e instruir a la mano de obra que luego emigra, el capitalismo y los gobernantes de los EE.UU. pueden recortar dr�sticamente el gasto social que se destina a instruir y cuidar la salud del trabajador aut�ctono.

No hay otra forma de contrarrestar ese fen�meno en los EE.UU. que instaurar una norma de inmigraci�n que sea racional, calibrando bien previamente el n�mero, composici�n y condiciones de la mano de obra nacional.

Hay que poner l�mites al poder que tiene el capital de contratar y despedir libremente al obrero estadounidense y de arrasar en consecuencia pueblos y regiones enteras.

Los valedores de los grandes laboratorios farmac�uticos y los organismos oficiales de inspecci�n, que lucraron o simplemente pasaron por alto el gigantesco problema del vicio de los medicamentos y la muerte por sobredosis, deber�n recibir el mismo trato que el delincuente que mata y el que causa lesiones.

Los m�dicos, que deciden recetar grandes dosis de medicamentos narc�ticos muy potentes que llevan al enviciamiento y a la sobredosis mortal, deber�n ser reeducados y sometidos a vigilancia, si no quieren perder la licencia y verse obligados a responder ante la justicia.

Desde los primeros momentos de la epidemia, conoc�an la naturaleza de dichos medicamentos que provocan enviciamiento. No son pocos los propios m�dicos y personal auxiliar que quedan "enganchados".

Los que explotan las denominadas "f�bricas de p�ldoras", en las que se recetan y venden alegremente toda clase de remedios, deber�n ser castigados con severas penas, es decir, largos a�os de reclusi�n.

Los profesionales de la medicina podr�an haber decidido pelear para que el paciente accidentado tuviera la rehabilitaci�n y terapia f�sica necesarias, pero por su avaricia y voracidad contribuyeron al desastre actual.

�En qu� se distinguen, realmente, de los psic�logos de renombre que contrata el gobierno de los EE.UU. para inventar m�todos de tortura?

Sin embargo, hay otros que intentaron dar la alarma. No se puede dejar de reconocer y recompensar a los farmac�uticos, m�dicos, enfermeras y organismos de inspecci�n que resistieron la presi�n de recetar y estimular el consumo de los opioides con meros fines de lucro y, en vez, procuraron intervenir para proteger al paciente vulnerable y alertar del problema.

Muchos de ellos sufrieron represalias en la vida profesional por su conducta de "denunciante".

La medicina de los EE.UU. se rige por el lema "primero el lucro y despu�s el paciente", lo cual explica que sea la �nica naci�n industrializada en la que ocurre el presente fen�meno demogr�fico; eso deber�a servir de moraleja a aquellos pa�ses que piensen instaurar los principios yanquis en el campo de la medicina y, en particular, los m�todos lucrativos que se aplican para tratar el "dolor" cr�nico, con las consecuencias mortales ya conocidas.

En un art�culo de investigaci�n aparecido hace poco en Los Angeles Times y que se titula OxyContin goes global - "We're only just getting started" [xi] ("El OxyContin al asalto del mercado internacional: 'Esto es apenas el principio'," - 18 de diciembre de 2016) se explica con detalle la multimillonaria campa�a emprendida por los laboratorios que fabrican opioides para radicarse en otros mercados y se documenta el abrupto aumento de los fallecimientos por sobredosis.

El elemento imprescindible para resolver esta crisis descomunal radica en que se instaure en todo el pa�s un r�gimen universal de salud p�blica y que el Estado se haga cargo de �l.

�De d�nde saldr�a el presupuesto necesario?

De suprimir las exenciones tributarias a los ricos y de repatriar y gravar los billones (1.000.000.000.000) de d�lares de beneficio que las sociedades yanquis guardan en los para�sos fiscales y, tambi�n, de gravar las grandes herencias.

�sa ser�a una medida redistributiva que ir�a en contra de la inmensa acumulaci�n de riqueza y gracias a la cual habr�a oportunidades en el campo de la ense�anza, la movilidad social y la promoci�n en el puesto de trabajo. S�lo entonces se ver�a que disminuye el consumo desenfrenado de opioides entre los obreros que descienden en la escala social, el n�mero de muertes por sobredosis y tambi�n el alza de la mortalidad.

Habr�a que gravar a las sociedades que se trasladan al extranjero para combatir la fuga de capitales y tambi�n imponer un gravamen del uno por ciento a las operaciones de car�cter especulativo, como las que se hacen en la Bolsa.

Una instituci�n nacional de salud p�blica que brindase atenci�n completa rebajar�a dr�sticamente los onerosos gastos generales de administraci�n. Tambi�n se reducir�an notablemente los tratamientos y m�todos innecesarios y poco �ticos y dem�s formas de estafa que son end�micas en las actuales instituciones m�dicas "con fines de lucro".

Los recursos que se consiguiesen con dichos ahorros se destinar�an a mejorar la atenci�n m�dica y los servicios correspondientes.

Con esas reformas de los servicios sociales, la justicia y la tributaci�n se conseguir�a sustentar un servicio universal de salud p�blica para todo el pa�s que se apoyar�a en la estructura del actual Medicare, [xii] que ha dado tan buen resultado para la poblaci�n mayor en los �ltimos decenios.

Adem�s, as� se podr�a fortalecer la mano de obra nacional, que contar�a con un obrero sano, bien remunerado, eficiente y que tuviese el puesto de trabajo asegurado.

Los gobernantes y dem�s dirigentes pol�ticos de los EE.UU., actuales y del pasado, dilapidan billones de d�lares del presupuesto p�blico en numerosas guerras contra el terrorismo y operaciones de "cambio de r�gimen" y en sufragar las instituciones carcelarias m�s descomunales de la historia de la humanidad, pero dejan de lado la muerte prematura y la destrucci�n de sus propios ciudadanos, provocadas por los m�todos "legales" que aplican los laboratorios farmac�uticos y los profesionales de la medicina.

Las soluciones se dejan en manos de las generaciones futuras, que deber�n meditar lo que se hace, pero ahora los de abajo reclaman con fuerza que se ponga fin a esta crisis.

El obrero marginado y los pobres del campo que votaron en masa por primera vez contra la "candidata de las grandes farmac�uticas" Hillary Clinton y eligieron al oportunista "multimillonario" Donald Trump se concentran en las mismas zonas que han sido devastadas por la epidemia de los opioides (y el suicidio de obreros).

Esas capas marginadas que siempre fueron despreciadas por los pol�ticos tradicionales y a las que la candidata Clinton tach� de "miserables" [xiii] no necesitar�n grandes discursos para convencerlas de que apoyen la creaci�n de un servicio nacional de salud p�blica, que es el primer paso para encarar el actual problema de la vida y la muerte que sufre el obrero de los EE.UU.

Adem�s, la evoluci�n actual de la industria, con el recurso a los adelantos t�cnicos, como los aut�matas y la inteligencia artificial, sirve a la ganancia del capitalista, pues se consigue prescindir del obrero y explotar mejor a los quedan, am�n de recortar el oneroso gasto en atenci�n m�dica y en pensiones.

Esa nueva relaci�n del capital y el trabajo puede y se debe substituir por otra, en la que t�cnica est� al servicio del obrero, ya que se lograr�a mejorar las condiciones de trabajo y reducir la semana de trabajo de cuarenta a treinta horas con igual salario, que era la reivindicaci�n general del movimiento obrero en la d�cada de 1950.

Pero esos cambios no vendr�n de la mano de los proyectos de investigaci�n "neutrales" que llevan a cabo las universidades gracias a los fondos que aporta la patronal ni tampoco de los vacuos seminarios que dictan los "especialistas" de las famosas asociaciones privadas (ONG).

La verdadera oposici�n a esta "guerra de clase con receta m�dica" depender� de la solidaridad y la lucha. El obrero debe librarse de este flagelo.

No tiene nada que perder, salvo el peligroso y degradante vicio de los medicamentos, pero tiene en cambio un mundo y un verdadero futuro que ganar.

Parafraseando a Trump, [xiv]

�solamente los obreros pueden hacer que los EE.UU. se vuelvan a levantar!




Notas del Traductor

  1. Seg�n datos de los Centros de Erradicaci�n y Prevenci�n de Enfermedades, se registraron m�s de medio mill�n de fallecimientos en el per�odo comprendido entre los a�os de 2000 y 2015:

    https://www.cdc.gov/drugoverdose/epidemic/

  2. Han aparecido �ltimamente numerosos art�culos que dan cuenta del problema en la prensa de los EE.UU.: "The Enemy is Us: The Opioid Crisis and the Failure of Politics" https://www.dissentmagazine.org/online_articles/opioid-crisis-failure-politics-fda-neoliberalism. "The American opioid epidemics", http://bruegel.org/2017/03/the-american-opioid-epidemics/. American Carnage: The New Landscape of Opioid Addiction", https://www.firstthings.com/article/2017/04/american-carnage. "Mortality and morbidity in the 21st century", https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2017/03/6_casedeaton.pdf. Why Connecticut's drug overdose crisis isn't slowing down, https://overdose.trendct.org/. Why Did The Death Rate Rise Among Middle-aged White Americans?, http://www.newyorker.com/news/john-cassidy/why-is-the-death-rate-rising-among-middle-aged-white-americans. How Government Enables the Opioid Epidemic and Tax-Payers Help Fund It, http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2016/03/16/opioid-addiction.aspx

  3. Ellen Meara y Jonathan Skinner ("Losing ground at midlife in America") comparan el fen�meno con el ocurrido tras la disoluci�n de la URSS, en cuya oportunidad la tasa de fallecimiento de varones fue a�n m�s elevada que la actual en los EE.UU. http://www.pnas.org/content/112/49/15006.full

  4. Shawn Donnan: "White 'deaths of despair' surge in US", Financial Times, 24 de marzo de 2017 https://www.ft.com/content/34637e1a-0f41-11e7-b030-768954394623

  5. http://www.narconon.org/es/informacion-drogas/oxycontin.html

  6. Se cifra en cien millones el n�mero de pacientes que sufren de dolor cr�nico:

    http://nationalacademies.org/hmd/Reports/2011/Relieving-Pain-in-America-A-Blueprint-for-Transforming-Prevention-Care-Education-Research/Report-Brief.aspx

  7. http://www.eldiario.es/theguardian/Fentanilo-potente-heroina-New-Hampshire_0_483652257.html

  8. http://www.eldiario.es/theguardian/historia-opiaceos-Unidos-infantil-militar_0_495900433.html

  9. https://en.wikipedia.org/wiki/David_A._Kessler

  10. https://www.nytimes.com/2016/05/07/opinion/the-opioid-epidemic-we-failed-to-foresee.html?ref=opinion

  11. http://www.latimes.com/projects/la-me-oxycontin-part3/ - http://www.latimes.com/projects/oxycontin-part1/ - http://www.latimes.com/projects/la-me-oxycontin-part2/

  12. https://es.wikipedia.org/wiki/Medicare

  13. https://www.nytimes.com/2016/09/11/us/politics/hillary-clinton-basket-of-deplorables.html - https://en.wikipedia.org/wiki/Basket_of_deplorables

  14. El autor parafrasea el lema que presidi� la campa�a de Donald Trump: "Make America great again!".