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06 Abril 2017 del Sitio Web Petras traducci�n de C�sar P. Guidini Joubert 22 Mayo 2017 del Sitio Web LaHaine � � � �
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proletariado blanco y pobre
en los Estados Unidos �
� El hecho innegable es que esos fallecimientos corresponden en su inmensa mayor�a a individuos que son raza blanca y pertenecen a la clase trabajadora y a la clase media baja que vive en las regiones rurales y en las ciudades en las que cerraron las f�bricas. [ii]
� La v�ctima y los parientes que la sobreviven carecen de la m�s m�nima posibilidad de conseguir que se les indemnice para reparar la negligencia general y la codicia que llevan al enviciamiento y a la muerte. �
El gobierno en su
conjunto y
la prensa, que obedece a la oligarqu�a,
omiten deliberadamente informar de las causas �ltimas de la epidemia
e investigarlas en consecuencia, y lo �nico que se puede leer y
escuchar son las cl�sicas peroratas, pomposas y superficiales, sobre
el problema. � �
� Ese aumento de la mortalidad prematura no se registra siquiera en los pa�ses que no son tan adelantados, salvo en los tiempos de guerra. �
Tal devastaci�n,
que es exclusivamente propia de los EE.UU., se concentra en la
poblaci�n blanca, pobre y con escasos estudios que vive en los
pueblos y ciudades peque�as y en las regiones rurales.
Por el contrario, en Alemania la tasa de mortalidad del individuo de caracter�sticas semejantes descendi� de 60 a 42 por 100.000 y en Francia lo hizo de 55 a 40 por 100.000. � Adem�s, en los EE.UU. la tasa de mortalidad del obrero blanco marginado aument� en comparaci�n con la cifra correspondiente a la poblaci�n negra y a la procedente de Am�rica Latina. Dicho aumento de la muerte prematura se�ala un notable deterioro de las condiciones de vida de una fracci�n descomunal de la poblaci�n de los EE.UU. � Los fallecimientos se atribuyen fundamentalmente,
A juicio de algunos pretendidos "especialistas" que "dominan" el problema del vicio con medicamentos, el alza de la tasa de mortalidad del obrero de los EE.UU. se atribuye a,
Eso es un ejemplo de lo que se denominan explicaciones "superficiales" o "falsas", y se llaman as� porque el fen�meno no se registra en los dem�s pa�ses industrializados. �
En efecto, incluso si se
consideran el Jap�n, el Canad� y el Reino Unido, cuya econom�a se
transform� por causa de
la "mundializaci�n-globalizaci�n"
y de la moderna automatizaci�n, en ninguno de ellos se observa que
aumente la mortalidad de la parte fundamental de la poblaci�n. �
La clave para comprender
el presente fen�meno radica en la atenci�n que el capital y la
estructura dominante de los EE.UU. prestan a las necesidades de la
mano de obra, que ya no resulta necesaria por causa de la
transformaci�n que se opera en la econom�a �
El aumento espectacular
de la mortalidad en dicha categor�a demogr�fica se corresponde con
la mayor proporci�n de obreros y sus familias que ya no gozan de la
debida atenci�n m�dica a cargo del patr�n. La desaparici�n de los
puestos de trabajo seguros y bien remunerados de la industria fabril
provoca que se extiendan los fallecimientos prematuros en dicha capa
de la sociedad.
...todo lo cual acarrea que desaparezca la atenci�n m�dica completa que recibe la clase trabajadora, pero precisamente gracias a eso es que la tasa de ganancia del gran de capital puede aumentar sin pausa. � En otras econom�as capitalistas adelantadas de Europa y Asia se mantienen intactas las instituciones de salud p�blica y previsi�n social, que son de car�cter universal y cumplen debidamente la misi�n de aliviar el da�o que causan a la salud del obrero la mayor inseguridad del puesto de trabajo y el deterioro de las condiciones de vida. �
Dichas instituciones de
salud p�blica salvan millones de vidas y �se es uno de los
contrastes m�s marcados que separan a la medicina de los EE.UU. de
la que est� vigente en el resto del mundo industrializado. � �
� Por esa causa, y en vista del descenso de su ingreso, el obrero no puede darse el lujo de pagar para s� y para su familia las sumas astron�micas que representan la prima del seguro de salud, la consulta al m�dico y la receta y la franquicia. �
Tampoco tiene para pagar
la abultada factura de la "terapia f�sica y rehabilitaci�n" cuando
sufre un accidente, todo lo cual explica que prefiera que le receten
un analg�sico narc�tico gracias al que podr� soportar el dolor
cr�nico [vi] mientras sigue trabajando. � El salario y la retribuci�n extraordinaria dependen generalmente del n�mero de pacientes que se atienden por d�a. �
La cl�sica receta,
especialmente cuando se prescriben narc�ticos, sedantes,
ansiol�ticos y somn�feros, ahorra tiempo y dinero al m�dico y al
hospital privado. Muy rara vez recibe el obrero accidentado y el que
sufre de dolor cr�nico el examen detenido de la historia, el debido
reconocimiento, el diagn�stico serio y el consiguiente tratamiento y
vigilancia posterior, pues todo eso cuesta mucho dinero. � Los multimillonarios due�os de los laboratorios que se dedican a los analg�sicos narc�ticos contratan a legiones de vendedores que visitan a los m�dicos y a las cl�nicas del dolor, aprovechando que operan en un ramo que carece pr�cticamente de reglamentaci�n y que es ajeno por completo a la intervenci�n y vigilancia del Estado capitalista. � Los valedores de la industria farmac�utica gastan cientos de millones de d�lares en los pol�ticos y jerarcas p�blicos para proteger su ganancia, a�n a costa de que aumente el n�mero de muertes por sobredosis de quienes no pueden vivir sin el opioide que le receta el m�dico. � La falta absoluta de intervenci�n del Estado en la presente epidemia no tiene parang�n en el mundo industrializado. �
Esa mal�vola indiferencia
prueba que existe un darwinismo social, t�cito, pero de car�cter
oficial, y que opera en las m�s altas esferas; es la misma ideolog�a
y pr�ctica que antes era patrimonio exclusivo de los m�s ardientes
defensores del fascismo y de las teor�as de
la eugenesia. � �
� Tambi�n deber�a figurar en la categor�a de fallecimiento por sobredosis el obrero que pasa del vicio del estupefaciente que le receta el m�dico al estupefaciente que se vende en la calle, pues, en �ltima instancia, el vicio que padece comienza en el hospital que lo atiende. �
Aunque nunca lleguen a
conocerse, el traficante de la calle es socio del mundo de la
empresa privada y de esas cl�nicas del dolor, que siempre est�n
relucientes de limpias. �
La prensa de los pueblos
de provincia acostumbra dedicar extensos y conmovedores p�rrafos en
recuerdo del abuelito fallecido en los que no faltan tiernas
palabras acerca de la enfermedad que se lo llev�, mientras que la
muerte por sobredosis del padre adulto o de la madre que fue
despedida del trabajo es llorada en el anonimato y en silencio. � Se extingue el subsidio de paro y la contracci�n de la poblaci�n trabajadora hace que bajen los tributos municipales destinados a sufragar la ense�anza y los servicios y provoca que se contraiga tambi�n la demanda de servicios sociales. �
No es coincidencia alguna
que el marcado aumento de la muerte prematura de obreros coincida
con la incre�ble concentraci�n de riqueza en manos de los grandes
oligarcas de los EE.UU. � La mayor parte de las veces el obrero que ve con terror la pobreza en que quedar� sumida su familia por la p�rdida de un puesto de trabajo decente contin�a trabajando a pesar de que se encuentre accidentado o enfermo y para llegar a duras penas al fin de la jornada tiene que tomar estupefacientes legales y de otro tipo. � Combate el estado de inseguridad, la ansiedad y el insomnio con otros medicamentos que, a su vez, agravan el riesgo de sobredosis. �
El miedo y el clima
envenado que reina en el lugar de trabajo lo obligan a abstenerse de
solicitar la licencia de enfermedad y una buena terapia f�sica
rehabilitadora por la v�a del seguro de salud de la empresa. � Los representantes de la industria farmac�utica que visitan cl�nicas y hospitales se encargan de ocultar deliberadamente la peligrosa naturaleza enviciante de esos "medicamentos milagrosos". � La v�ctima de tales f�rmacos enviciantes es casi siempre el obrero mal pago y el que no tiene trabajo, y el m�dico que hace la receta es un fiel servidor del patr�n capitalista y de las grandes farmac�uticas. �
Los laboratorios cuentan
con la protecci�n de las altas esferas del Estado y, a su vez, los
funcionarios de jerarqu�a "media" se encargan de proteger a los
propietarios y al personal m�dico de los hospitales y las cl�nicas
del dolor, que est�n en manos privadas. � No hay un solo organismo federal, policial o de seguridad que siquiera se atreva a perseguir y enjuiciar a los propietarios de esas enormes sociedades farmac�uticas. � En efecto, el brazo de la seguridad y la justicia del Estado hace de c�mplice del enviciamiento colectivo, aunque los agentes de polic�a no son m�s inmunes a los narc�ticos con receta que las enfermeras y dem�s personal m�dico que deben tratar a las v�ctimas de los accidentes de trabajo. � En realidad, el problema de la muerte por sobredosis de medicamentos narc�ticos que afecta al personal m�dico y del servicio de seguridad (incluidos los frecuentes casos de suicidio por sobredosis de quienes pierden el puesto de trabajo por culpa del consumo de narc�ticos) constituye una tragedia p�blica de la que no se tiene noticia y por la cual nadie llora. �
Tampoco escapan al
problema los soldados que regresan de
las guerras imperiales en el Medio
Oriente y el Sudeste Asi�tico. �
El candidato
Donald Trump hizo varias declaraciones sumamente
emotivas acerca de la cuesti�n y, por su parte, resulta interesante
destacarlo, la candidata del Partido Dem�crata,
Hillary Clinton, no hizo la m�s
m�nima menci�n al problema a lo largo de la campa�a, a pesar de que
no ces� de pregonar y vanagloriarse de los "logros" que ella hab�a
conseguido en el campo de la salud. � Como era de esperar, entonces se reuni� r�pidamente un peque�o ej�rcito de catedr�ticos, especialistas y entendidos, y asociaciones privadas (ONG) y se present� para reclamar m�s fondos para "investigaci�n, formaci�n y tratamiento". �
Los mismos propietarios
de las cl�nicas del dolor, que llevan a tantos a caer en el vicio de
los medicamentos, decidieron ampliar el campo comercial y ahora se
denominan "cl�nicas de rehabilitaci�n", cuyo fin es complementar la
labor de las asociaciones de apoyo a la v�ctima y que proliferan
como hongos despu�s de la lluvia. � Ni siquiera se encargan del problema de los accidentes de trabajo y de que el obrero sea tratado con opioides porque no se le presta un servicio de rehabilitaci�n y terapia f�sica. �
Los profesionales de la
medicina prefieren remitir al paciente a los centros de tratamiento,
en los que el problema del vicio se tratar� con medicamentos que lo
agravan, como la metadona, en vez de hacer frente a las
consecuencias devastadoras de la quiebra de las instituciones de
salud p�blica de los EE.UU., que est�n en manos de los seguros de
salud privados que buscan el lucro a toda costa, y en consecuencia,
organizarse para atender como se debe al paciente. � En un editorial del New York Times del 16 de octubre de 2016 se se�ala que millones de hombres en edad de trabajar se encuentran totalmente fuera del mercado de trabajo por causa de "dolor e incapacidad" y una parte considerable de ellos vive con analg�sicos narc�ticos. � El efecto prolongado es obvio:
Ser�a inimaginable que los industriales y los gobernantes de Alemania y de China aceptaran las consecuencias prolongadas de tal fen�meno. �
�se es apenas un
brillante ejemplo que revela la actitud arrogante y displicente con
que la oligarqu�a y el mundo de la pol�tica de los EE.UU. tratan a
la mano de obra del propio pa�s. �
Los destinatarios de esa
mercader�a son el trabajador y el individuo de clase media baja que
cae v�ctima del envenenamiento. � A ellos jam�s se les ocurrir�a permitir que sus parientes fueran tratados con esos medicamentos enviciantes que devastan la vida de millones y millones de ciudadanos inferiores y los cuales les hacen ganar enormes sumas de dinero. �
Aunque uno nunca pueda
ver y, mucho menos, visitar esas cl�nicas de lujo, no es dif�cil
entender las consecuencias mort�feras que provoca ese apartheid en
el campo de la medicina. �
�No se consuela quien no
quiere! � Los oligarcas gozan de inmunidad casi total y eterna de dichos organismos fiscalizadores. �
Si, alguna vez el
esc�ndalo de las inmensas p�rdidas de vidas humanas que causan los
medicamentos que envenenan llega por casualidad a afectar su vida
refinada del mundo de la filantrop�a de las bellas artes y dem�s
actividades de la �lite, tienen a su disposici�n legiones de
"moralistas" de la prensa y del mundo oficial que se encargan de
culpar a las v�ctimas por los h�bitos malsanos que les arruinan la
vida. � Desde que, en 1995, comenz� a girar en el ramo de los calmantes, lucrativo como no hay otro, el OxyContin reditu� a la Purdue 35.000 millones de d�lares y los Sackler pudieron entrar en el Olimpo de los archimillonarios del pa�s. � A ninguno de los conservadores de las Galer�as Sackler y del ala Sackler del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York se le ocurrir�a hacer una exposici�n de "realismo social" que ilustre el inmenso sufrimiento y muerte que los medicamentos de sus patrones causan a millones de individuos de clase baja. �
Pero ocurre que los
gustos cambian y el "realismo social" ya no est� de moda en el
apartheid de clase que los Sackler y sus amigos impusieron en el
pa�s. � Un antiguo director de la Administraci�n de Alimentaci�n y Farmacia (FDA) sostiene que la moda de recetar opioides de forma indiscriminada constituye uno de los "mayores errores de la historia de la medicina moderna", pero no hizo nada para contener la epidemia durante el per�odo en el que estuvo al frente del organismo (1990 a 1997) ni para llamar la atenci�n acerca de sus devastadoras consecuencias despu�s de que dejara el cargo. �
En efecto, el doctor
David Kessler [ix] esper� hasta hace muy poco para
sumarse al coro de quienes lamentan la epidemia de opioides a ra�z
del sonado fallecimiento por sobredosis de Prince, la estrella del
rock, y fue solamente entonces que escribi� un art�culo de opini�n
en el New York Times del 6 de mayo de 2016. [x] � Eso desv�a la atenci�n de los laboratorios farmac�uticos, que lucran con la epidemia, y de los gobernantes del capitalismo, que prepararon el terreno para ese envenenamiento colectivo en todo el pa�s.
...y la desesperaci�n que
hacen que el obrero pase de manos de la empresa asesina a manos del
"pap� laboratorio", ni tampoco para el que se atreva a denunciar a
los m�dicos que estimulan al trabajador a que recurra al veneno de
los calmantes en vez de reivindicar aumento de salario, mejor
atenci�n m�dica, mejores condiciones de trabajo y un futuro de
verdad para su familia. � La realidad de los cientos de miles de fallecimientos por culpa de la "receta de la muerte" y de los millones de v�ctimas del vicio de los medicamentos deben reclamar que se cree una fiscal�a especial nacional que se dedique de forma exclusiva a desentra�ar las causas �ltimas de esta epidemia que no remite y las cuales radican en el �nimo de lucro que mueve a la �lite social y econ�mica del pa�s. � La investigaci�n deber� encaminarse a perseguir a la extensa red de chantajistas y propiciadores, en la que caben desde los valedores de los laboratorios farmac�uticos y los jerarcas del Estado corruptos hasta los m�dicos y los periodistas, porque la presente epidemia afecta a decenas de millones de trabajadores y a su familia, amigos, compa�eros de trabajo y al medio en el que viven. �
�Y d�nde est�n los
defensores del ni�o que representen los intereses de los miles de
hijos de madres de las comarcas rurales atrapadas por el OxyContin
que nacen con el s�ndrome de abstinencia neonatal y que desbordan la
capacidad de los hospitales del campo y de los pueblos? � �
� En efecto, hay que encarar decididamente el problema de los opioides con receta y enjuiciar en consecuencia a los laboratorios criminales, y perseguir, sobre todo, a los capitalistas que explotan al obrero vulnerable, le niegan protecci�n, condiciones de trabajo seguras y la atenci�n m�dica debida.
� Habiendo tantos obreros aut�ctonos que sufren incapacidad por accidentes y otros que est�n apartados del mundo del trabajo por culpa del enviciamiento, se debe recurrir a la mano de obra zafral procedente del extranjero, cuyo pa�s de origen se encarg� de que esa mano de obra creciera, estudiara y se preparara para la vida, con el consiguiente gasto. � En otras �pocas eso se llamaba "�xodo de cerebros", pero ahora es el "�xodo de cerebros y de m�sculos h�biles". �
Gracias a los recursos
que gastan otros pa�ses para criar e instruir a la mano de obra que
luego emigra, el capitalismo y los gobernantes de los EE.UU. pueden
recortar dr�sticamente el gasto social que se destina a instruir y
cuidar la salud del trabajador aut�ctono. �
Hay que poner l�mites al
poder que tiene el capital de contratar y despedir libremente al
obrero estadounidense y de arrasar en consecuencia pueblos y
regiones enteras. � Desde los primeros momentos de la epidemia, conoc�an la naturaleza de dichos medicamentos que provocan enviciamiento. No son pocos los propios m�dicos y personal auxiliar que quedan "enganchados". � Los que explotan las denominadas "f�bricas de p�ldoras", en las que se recetan y venden alegremente toda clase de remedios, deber�n ser castigados con severas penas, es decir, largos a�os de reclusi�n. � Los profesionales de la medicina podr�an haber decidido pelear para que el paciente accidentado tuviera la rehabilitaci�n y terapia f�sica necesarias, pero por su avaricia y voracidad contribuyeron al desastre actual. �
�En qu� se distinguen,
realmente, de
los psic�logos de renombre que contrata el
gobierno de los EE.UU. para inventar m�todos de tortura? � Muchos de ellos sufrieron represalias en la vida profesional por su conducta de "denunciante". � La medicina de los EE.UU. se rige por el lema "primero el lucro y despu�s el paciente", lo cual explica que sea la �nica naci�n industrializada en la que ocurre el presente fen�meno demogr�fico; eso deber�a servir de moraleja a aquellos pa�ses que piensen instaurar los principios yanquis en el campo de la medicina y, en particular, los m�todos lucrativos que se aplican para tratar el "dolor" cr�nico, con las consecuencias mortales ya conocidas. �
En un art�culo de
investigaci�n aparecido hace poco en Los Angeles Times y que se
titula OxyContin goes global - "We're only just getting started"
[xi] ("El OxyContin al asalto del mercado internacional:
'Esto es apenas el principio'," - 18 de diciembre de 2016) se
explica con detalle la multimillonaria campa�a emprendida por los
laboratorios que fabrican opioides para radicarse en otros mercados
y se documenta el abrupto aumento de los fallecimientos por
sobredosis. � �De d�nde saldr�a el presupuesto necesario? � De suprimir las exenciones tributarias a los ricos y de repatriar y gravar los billones (1.000.000.000.000) de d�lares de beneficio que las sociedades yanquis guardan en los para�sos fiscales y, tambi�n, de gravar las grandes herencias. �
�sa ser�a una medida
redistributiva que ir�a en contra de la inmensa acumulaci�n de
riqueza y gracias a la cual habr�a oportunidades en el campo de la
ense�anza, la movilidad social y la promoci�n en el puesto de
trabajo. S�lo entonces se ver�a que disminuye el consumo
desenfrenado de opioides entre los obreros que descienden en la
escala social, el n�mero de muertes por sobredosis y tambi�n el alza
de la mortalidad. �
Los recursos que se
consiguiesen con dichos ahorros se destinar�an a mejorar la atenci�n
m�dica y los servicios correspondientes. �
Adem�s, as� se podr�a
fortalecer la mano de obra nacional, que contar�a con un obrero
sano, bien remunerado, eficiente y que tuviese el puesto de trabajo
asegurado. � Las soluciones se dejan en manos de las generaciones futuras, que deber�n meditar lo que se hace, pero ahora los de abajo reclaman con fuerza que se ponga fin a esta crisis. � El obrero marginado y los pobres del campo que votaron en masa por primera vez contra la "candidata de las grandes farmac�uticas" Hillary Clinton y eligieron al oportunista "multimillonario" Donald Trump se concentran en las mismas zonas que han sido devastadas por la epidemia de los opioides (y el suicidio de obreros). �
Esas capas marginadas que
siempre fueron despreciadas por los pol�ticos tradicionales y a las
que la candidata Clinton tach� de "miserables" [xiii] no
necesitar�n grandes discursos para convencerlas de que apoyen la
creaci�n de un servicio nacional de salud p�blica, que es el primer
paso para encarar el actual problema de la vida y la muerte que
sufre el obrero de los EE.UU. �
Esa nueva relaci�n del
capital y el trabajo puede y se debe substituir por otra, en la que
t�cnica est� al servicio del obrero, ya que se lograr�a mejorar las
condiciones de trabajo y reducir la semana de trabajo de cuarenta a
treinta horas con igual salario, que era la reivindicaci�n general
del movimiento obrero en la d�cada de 1950. � No tiene nada que perder, salvo el peligroso y degradante vicio de los medicamentos, pero tiene en cambio un mundo y un verdadero futuro que ganar. � Parafraseando a Trump, [xiv]
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