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por Narciso Genovese
1958
del Sitio Web
DocStoc |
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�NDICE
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PROLOGO
Querido lector:
Usted seguro se extra�ar�; primero del t�tulo de este libro. Al
acceder a su solicitud de reedici�n, me veo en la obligaci�n de
consignar algunas declaraciones.
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Hasta ahora me he limitado a se�alar que este relato es la
cristalizaci�n de una fantas�a novelesca, de ciencia-ficci�n, pero
hoy puedo afirmar que en esta narraci�n no se relata nada ficticio,
y rectifico mis declaraciones en el sentido de que lo aqu� relatado
no es m�s que una condensaci�n, un resumen, una p�lida imagen de un
acontecimiento hist�rico, cuya realidad proyecta consecuencias
desconcertantes.
Considero muy necesario enfatizar sobre la veracidad del presente
relato.
El fin que persigo no es el de que usted me crea, ser�a una
insensatez esperarlo, y soy el primero en reconocerlo. Usted opinar� lo que m�s lo convenga, y naturalmente, lo que alcance
el l�mite de su discernimiento.
Puede tomar este rel�alo como novela divertida, como narraci�n de
una bella ilusi�n: en fin, como mejor le plazca.
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Pero antes de
definir su opini�n examine con sinceridad y cordura estas cuestiones:
-
�Se atrever�a usted a asegurar que entre los millones de astros, con
sus respectivos miles de millones de planetas diseminados en
infinidad de galaxias, s�lo nuestro planeta, que es uno de los m�s
insignificantes, es el �nico habitado por seres racionales?
-
Y si no es el �nico habitado, �se atrever�a usted a jurar que los
habitantes de este pobre planeta somos los m�s adelantados del
Universo?
-
En este nuestro planeta-manicomio, lo que llamamos adelanto
cient�fico est� en relaci�n con el dinero disponible. �Cree usted
que el talento y la ciencia se puedan calibrar s�lo con dinero?
-
�Est� usted convencido que todos los cient�ficos de la Tierra se han
agrupado al servicio de dos naciones? �Y cree que las que pagan esos
servicios sean las naciones m�s cuerdas?
-
�C�mo califica usted a un pueblo que puede derrochar miles de
millones de d�lares para explorar el espacio, y no puede gastar
algunos para robustecer los diques de r�os, con el fin de salvar a
sus ciudades de desastrosas inundaciones?
-
�Ser� verdaderamente sabio un gobierno que desangra a su pueblo con
el mismo ut�pico objeto, y no puede ni siquiera producir el trigo
para el pan que el mismo pueblo necesita?
-
�Y que" opinar�a usted s� llegara a comprobar que estas insensateces
no persiguen otro fin que una barata y vulgar competencia
publicitaria?
Si usted est� conforme con estas comedias seudo-cient�ficas no debe molestarse para leer una sola p�gina de este libro; y
si son muchos los que piensan como usted, yo me declaro avergonzado
de sentirme inquilino de un planeta que va revistiendo cada d�a m�s
el car�cter de manicomio.
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Pero, por fortuna, no es as�.
-
Son muchos los sabios que pueblan la Tierra.
-
Son muchos los sabios que no se venden a ideolog�as pol�ticas.
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Son muchos los sabios que no se prestan a la teatralidad.
-
Son muchos los sabios que no se venden por un sueldo.
-
Son muchos los sabios que dedican sus esfuerzos para el bien de la
humanidad, que desechan las infames estacadas de las fronteras; que
tienen coraz�n suficiente para albergar sentimientos para todos, y
no s�lo para los reclusos de los separos que han crucificado al Dios
universal para instalar los �dolos de barro de patrias mezquinas,
que han impuesto como ley el odio hacia el vecino, y como deber, su
asesinato.
-
Son muchos los sabios que ven en la guerra el estigma infamante,
que hace del habitante de la Tierra el ser m�s repugnante entre los
seres que habitan los miles de millones de planetas de nuestro
maravilloso Universo.'
Y, por fortuna, estos sabios son mucho m�s doctos; y sus esfuerzos
han sido compensados abundantemente por la ciencia, por la
naturaleza y por Dios.
Hay un c�mulo tan grande de pruebas que respaldan mi rotunda
afirmaci�n, que creo del todo superfluo presentar ulteriores
demostraciones.
Estos buenos amigos del g�nero humano han confirmado ya sus �xitos
con un lugar tal de pruebas que son m�s que suficientes para
convencer al m�s ciego de los ciegos. Claro est� que jam�s podr�n
convencer al que usa sus ojos para no ver.
No hay rinc�n de la Tierra que no haya recibido la demostraci�n de
un poder�o de insospechados alcances, prenda
patente de que no todos en la Tierra est�n locos; de que los cuerdos
cuentan ya con protecci�n poderosa.
Siga la ciencia venal jugando sus macabras comedias, pero puede
estar segura de que alguien le mareara el alto.
La humanidad cuenta ya con fuerzas superiores para su protecci�n; y
son fuerzas, querido lector, capaces de poner en cintura los
desmanes de cualquier loco.
Afortunadamente tambi�n este poder est� protegido con el m�ximo
secreto, secreto inviolable.
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Esta es la potencia m�s desconcertante, desconcertante para los
enemigos de la paz, absoluta garant�a para los amigos de la
humanidad.
Cuando usted vea uno de estos fen�menos cruzar por los cielos,
salude al mejor de sus amigos.
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Y aqu� me veo precisado a formular una declaraci�n m�s.
El problema m�s serio para nuestros cient�ficos es el resplandor
que estas vertiginosas m�quinas no pueden disimular y que revela la
portentosa energ�a de que van dotadas.
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Pero este problema ya est� en
camino de resolverse; y es posible que al llegar a sus manos este
libro, estos �ngeles protectores puedan visitar todos los rincones
de la Tierra, ya completamente inobservados, y capaces de descargar
el m�s tremendo castigo sobre los que pretenden forjar una nueva
guerra.
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ACLARACI�N
Se han hecho posibles los maravillosos adelantos cient�ficos que
aqu� se describen, merced al sacrificio personal de numerosos
intelectuales que s�lo a ello han dedicado sus esfuerzos.
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Se deben
en gran parte sus logros al aporte econ�mico de personas rectas y
sanas que en esta forma han dado al bien de la humanidad el tributo
m�s grande que registran los siglos. Rese�amos entre ellas al
maestro e iniciador Guillermo Marconi que con los principios
cient�ficos sobre los que nos basamos, asign� un fuerte legado.
Dos ex reyes ya difuntos, un ex rey, vivo a�n, dos reyes gobernantes,
un ex presidente de Am�rica Latina, tres magnates de la industria
americana, cuatro ingleses, el fundador de la Rep�blica Italiana,
dos magnates �rabes del petr�leo y varios acaudalados sudamericanos.
La forma maravillosa con que se ha guardado el secreto ha
contribuido m�s que nada al �xito. En homenaje a estas personas
hacemos las revelaciones siguientes: para rendirles justicia e
infundir a la enervada humanidad la esperanza que tanto necesita.
Rendimos, asimismo, gracias sinceras al gobierno y pueblo que han
permitido la organizaci�n de nuestra instituci�n, ampar�ndola y
escud�ndola.
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�ATENCI�N, LECTORES!
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Los
�ltimos cinco a�os de la vida de Marconi fueron los de su m�s
intensa investigaci�n cient�fica.
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Esa investigaci�n se concentraba sobre el estudio de la energ�a
solar.
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Esas fueron tambi�n las investigaciones m�s rigurosamente guardadas
en secreto.
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Sus disc�pulos guardaron la reserva y organizaron intensa y
sistem�ticamente las investigaciones.
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Si los resultados de esas investigaciones, logrados hasta hoy,
fueran detalladamente conocidos, la importancia de las armas
at�micas ser�a reducid�sima.
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�Nunca se han hecho estas preguntas?
Principios axiom�ticos de Marconi que merecen estudiarse
-
"Las mismas leyes que gobiernan la armon�a entre el Sol y sus
planetas son las que rigen las relaciones entre el n�cleo y los
componentes del �tomo."
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"El �tomo es parte de una c�lula o una mol�cula, �sta es parte de un
cuerpo. La V�a L�ctea no es m�s que una mol�cula en la inmensa
grandiosidad de un cuerpo celeste; el Sistema Solar es uno
de sus �tomos."
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"Sabe mucho m�s del �tomo el astr�nomo que conoce las relaciones del
Sistema Solar, que el f�sico."
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"Puede obtenerse m�s energ�a de un rayo de sol que de todos los
�tomos de la materia."
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"A donde llega un rayo de sol puede llegar el hombre."
-
"La desintegraci�n del �tomo es una locura
cient�fica y sus
consecuencias catastr�ficas."
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"La naturaleza es como Dios que se complace en revelarse a quien la
busca con amor."
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"Si hay algo, que s� es realmente imposible, es poder negar a Dios."
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ADVERTENCIA
Prevenimos a nuestros lectores que en este relato nos vemos
precisados a hacer ciertas reticencias, a las que nos obligan
secretos que a�n creemos prematuro revelar.
Se har�n en este libro revelaciones que podr�amos calificar de
sensacionales y las hacemos por la convicci�n de que podr�n
deducirse de ellas consecuencias �tiles.
Otro fin que se persigue es de inducir a la reflexi�n a algunas
potencias y particularmente a algunos sabios que encauzan sus
recursos, energ�as y conocimientos por un derrotero que tan s�lo
puede conducir a nuestro planeta a un seguro desastre.
El Universo encierra tantas maravillas, un recurso tan ilimitado de
energ�as que para el escrutador sin prejuicios, las sorpresas de
cada instante son abrumadoras. Al comenzar la rese�a de los
acontecimientos que aqu� relatamos queremos ante todo rendir homenaje al
Ser Supremo, autor del Universo.
Es imposible, es absurdo lograr un progreso cierto, en el campo de
la ciencia, sin reconocer la unidad en el Universo y analog�a en
todo cuanto existe. El simple hecho de existir nos hace en algo
semejantes a todos y a todo, miembros de la comunidad maravillosa
que es el Universo. Hay analog�a entre el grano de polvo y el
astro m�s grande del espacio; frente el ser dotado del m�s
rudimentario h�lito de vida y el hombre.
Son tan perfectas, tan exactas, tan inmutables las leyes que rigen
este imperio de maravillas que su gobernante no puede tener parang�n
con nada de esa materia, por bella, por grande, por perfecta que
sea.
A ese Supremo gobernante, que todo cuanto tiene inteligencia nombra
"Dios", el incondicional tributo de nuestro humilde reconocimiento.
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UN POCO DE HISTORIA
Un grupo de personas, profundamente adentradas en los secretos de
las ciencias f�sicas, reunidas en un lugar secreto de una selva
sudamericana, forman una comunidad, dedicada �nicamente a la
investigaci�n cient�fica. Libres de todo compromiso con gobiernos o
potencias, disponen sin embargo de un respaldo econ�mico ilimitado
que ha permitido un avance sin obst�culos con el logro de
resultados asombrosos y pr�cticos que se participar�n a la humanidad
poco a poco, en la medida que esto convenga.
Tras larga deliberaci�n se acord� entre todos dar a conocer en este
libro la existencia de esta instituci�n cient�fica, sus fines, sus
principios y algunos de sus logros para alivio de la humanidad
contra la tensi�n nerviosa y el espanto producidos por los que se
dedican, no a la reconstrucci�n sino a la desintegraci�n de la
naturaleza, y, lo que es peor, para fines exclusivamente
destructores.
Enviamos una seria advertencia a ciertos gobiernos que agotan las
energ�as de sus pueblos con el fin �nico de aumentar el poder de
destrucci�n y aniquilamiento. Tenemos medios incomparablemente
superiores, medios sencill�simos, que no requieren grandes
contingentes humanos ni complicados procedimientos, por los cuales,
sin embargo, podemos inutilizar sus intentos, y, si as� lo
quisi�ramos, infligirles da�os horrendos.
La armon�a del espacio, la maravillosa gravitaci�n universal de
los astros son regidas por una energ�a inmensa, controladas por
leyes sapient�simas. El estudio profundo de ellas nos ha permitido
conocer algo de dichas fuerzas universales y aprovecharlas para
nuestros fines.
Una prueba de ello son las apariciones de ciertos aparatos
misteriosos observados ya por algunos en distintas partes del cielo,
cuyo reconocimiento sin embargo no hemos permitido. Jugamos en el
cielo con esas m�quinas y hemos ya establecido contacto con otros
mundos.
Esas apariciones son mensajes de paz, pero, lo recalcamos, podr�an
ser terribles castigos para los enemigos de la humanidad. El odio y
la venganza tienen separados a los hombres y los mantienen en
amenaza constante. Dos n�cleos de investigaci�n, uno en oriente y
otro en occidente, marchan en ruinosa competencia proyectando sobre
la Tierra la sombra macabra de la muerte. Dos opuestas ideolog�as
desorientan las inteligencias, pero la Tierra ser� de los pac�ficos
y nosotros somos sus aliados.
Servir� de alivio a los hombres de buena voluntad el saber que entre
esos dos nubarrones se interpone este rayo de esperanza, que no
busca el aniquilamiento sino la reconstrucci�n, la comunicaci�n con
la infinidad de seres que habitan otros planetas del sistema solar y
los planetas de otros mundos; y esto es ya un hecho consumado.
Noventa y ocho hombres, provenientes de seis naciones europeas, son
los que forman esta instituci�n de sabios que Marconi ilumin� desde
Genova a la ciudad de Sidney, Australia, en al
a�o de
1934.
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Marconi ilumina desde
Genova a la ciudad de Sidney, Australia, en el a�o de 1934.
Al a�o siguiente
ilumino Rio de Janeiro. En ese momento, la prensa mundial relato
ampliamente los acontecimientos.
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Al a�o siguiente ilumin� R�o de Janeiro.
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En ese entonces, la
prensa
mundial relat� ampliamente los acontecimientos y
dedican cuanto pueden y saben en provecho de la humanidad, con la
juramentada decisi�n de encaminar sus descubrimientos
exclusivamente al bien.
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Tres principios b�sicos dan uni�n a esta comunidad:
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Una sola religi�n: Dios, infinito y sapient�simo arquitecto del
Universo.
-
Una sola patria: La Tierra.
-
Un solo fin: Hacer nuestros aliados a los habitantes de los
otros planetas del sistema solar.
El maestro, el gu�a cient�fico de este movimiento es Guillermo
Marconi, cuyas investigaciones, la mayor parte desconocidas, han
marcado el derrotero que hasta aqu� hemos seguido.
Marconi, con sus descubrimientos, uni� a todos los habitantes de la
Tierra y prefiri� la muerte antes que divulgar
asombrosos hallazgos cient�ficos que en esos momentos hist�ricos
habr�an sido instrumentos de destrucci�n. Pero Marconi tuvo amigos
�ntimos, copart�cipes de sus trabajos, de sus teor�as y proyectos; y
los sue�os del maestro se est�n cristalizando.
Quien esto escribe tuvo el honor de visitar a Marconi en Genova, en
su barco estudio, poco despu�s de haber �l iluminado desde all� la
ciudad de Sydney. Me acompa�aban en esa visita cuatro estudiosos
alemanes.
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Nuestro objeto era obtener explicaciones del maestro de
c�mo pod�a dominarse la corriente el�ctrica hasta dirigirla
alrededor de la Tierra y hacerla detenerse en un punto determinado.
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Marconi afirm� desconocer propiamente lo que es la electricidad en
s�, pero que pod�an comprobarse efectos que denunciaban mucha
analog�a entre esta misteriosa energ�a y la fuerza universal que
mantiene entre todos los astros un equilibrio tan perfecto; y
particularmente cre�a, que lo que nosotros conocemos por
electricidad, parec�a no ser m�s que una chispa de la energ�a solar,
r�sticamente aprisionada por nosotros, y siendo el sol el centro
irradiador de
la misma, bien pod�a ser esa energ�a un veh�culo para cualquier
punto del espacio dominado por �l mismo.
Estas ideas, confirmadas por ulteriores estudios y experimentos de
Marconi fueron la base sobre la cual cimentamos nuestras
investigaciones. Si
esta energ�a que nosotros llamamos el�ctrica,
se�orea el Universo difundiendo vida, luz y calor, �por qu� no
podr�a aprovech�rsela como medio transmisor? �No podr�a guiarse
cualquier veh�culo como se
dirigen las ondas sonoras en la radio?
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De ser esto posible el hombre
podr�a llegar adonde quiera que llegue un rayo de sol.
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Planta principal subterr�nea de nuestros estudios.
A.- Direcci�n.
B.- Estudios. C- Biblioteca. D.- Gabinetes de f�sica y qu�mica. E.-
Experimentos.
F.� Laboratorios especiales.
G.- Dep�sitos. H.- Hall.
I.- Salidas a la superficie.
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Convencidos de tener ante nosotros un vasto panorama que' explorar,
nos dedicamos a una ardua labor de investigaci�n sobre la energ�a
solar y sobre su posible aprovechamiento.
Intercambiando nuestras observaciones, fue aumentando el n�mero de
investigadores adhiri�ndose a nuestras teor�as eminentes
aficionados. Los �ltimos asombrosos descubrimientos de Marconi
confirmaron m�s y m�s nuestra fe en la teor�a. La muerte del maestro
y la Segunda Guerra Mundial cimentaron nuestros prop�sitos.
Convencidos que los habitantes de otros mundos est�n distantes pero
no separados de nosotros, nos entregamos a la obsesionante tarea de
convertir en veh�culo la energ�a solar y tratar de comunicarnos con
los seres distantes. Descartamos por tanto como err�nea y peligrosa
la desintegraci�n del �tomo, por parecemos adem�s absurdo poder
salir del alcance de la Tierra con las solas fuerzas terrestres.
Integr�se una sociedad, resolvimos organizamos en un verdadero
instituto. Nuestras ideas hallaron r�pida aceptaci�n y abundaron los
medios materiales que permitieron levantar la grandiosa obra con los
resultados que veremos.
Surgi� r�pidamente una verdadera
ciudad cient�fica, oculta en el
coraz�n de la selva y con sus instalaciones casi todas subterr�neas.
Los trabajos, impulsados con celeridad, dieron en el campo de la
investigaci�n resultados inesperados. De esos resultados, aqu�,
parsimoniosamente, narraremos algunos.
El �nico fin de estas revelaciones es el de tranquilizar a la
humanidad y disminuir el p�nico provocado por ciertas apariciones, como los llamados platillos voladores y otros fen�menos.
Se ha tenido hasta ahora en m�ximo secreto y, en su parte esencial,
seguir� guard�ndose esta labor para evitar los abusos que de ello
podr�an derivarse.
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LA ENERG�A SOLAR
Ya en el a�o de 1946 ten�amos construido un poderoso receptor o
colector de energ�a solar.
La energ�a el�ctrica es una serie de vibraciones, lo que constituye
la existencia, vida y movimiento de toda la materia. Esa vibraci�n
general tiene un centro de emanaci�n; esa fuente de nuestro sistema
emana del Sol.
Nosotros logramos obtener esa energ�a indirectamente, provocando la
irritaci�n de la materia, que acumula as� y devuelve las mol�culas
del misterioso fluido que llamamos electricidad. Obtenemos as� la
energ�a solar por reflejo de la materia. �No podr�amos obtener la
misma energ�a directamente de la fuente, sin la excitaci�n de la
materia?
La existencia es movimiento. Todo cuanto existe, vibra: las
mol�culas y las c�lulas en los cuerpos y los �tomos en la mol�cula;
y cuanta energ�a encierra un �tomo de la materia ya lo sabemos. Las
mol�culas de un rayo de sol aprisionan m�s energ�a que todos los
�tomos de la materia.
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�No
podr�amos acumular esa energ�a de un modo tan sencillo como lo hace
una nube, por ejemplo? �No lograremos con esa energ�a neutralizar
la energ�a qu� libera una reacci�n at�mica? Se puede, y
pr�ximamente los experimentadores de la bomba at�mica tendr�n una
buena sorpresa, pues estamos preparados para convertir sus
reacciones en el juego m�s inofensivo.
Toda energ�a molecular produce adem�s un determinado n�mero de
vibraciones. Los metales, los metaloides, gases, l�quidos y toda
c�lula tienen su reacci�n peculiar, y pueden ser afectados por
distinta manifestaci�n del misterioso fluido el�ctrico. Pueden
afectarse e inclusive destruirse, el sistema �seo, muscular,
cartilaginoso, el compuesto medular y la masa encef�lica.
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�Qu�
podr�a significar una descarga que afectara, por ejemplo, los
cerebros de una concentraci�n de soldados?
Todo esto est� comprobado, confirmado por numerosos experimentos.
Esta instituci�n tiene ya en sus manos una fuerza de potencia
insospechada con la cual podr�an causarse desastrosos efectos como
podr�a neutralizarse un cataclismo at�mico.
El primer paso se encamin� a lograr, no la producci�n, sino la
captaci�n y concentraci�n de energ�a solar. Luego el estudio de sus
diversas manifestaciones para determinar sus aplicaciones.
Ya en el a�o de 1946, como dijimos, se ten�a preparado ese poderoso
colector y condensador de energ�a solar. Un aparato de suma
sencillez. Esta m�quina, adem�s de acumular energ�a, la convierte en
fuerza impulsora de s� misma. Puede inclusive desencadenar sobre
cualquier objetivo una reacci�n mucho m�s poderosa que la que
descargan las nubes con el rayo.
Segu�a el problema de control y direcci�n del prodigioso aparato. Su
gobierno a control remoto era ya cosa resuelta. Al parecer, m�s
dif�cil era conseguir su control sin influencia externa; y este
problema qued� al fin solucionado a satisfacci�n.
Se logr� as� una poderosa unidad, con alimentaci�n continua de energ�a, no alterada en ning�n lugar del espacio por
influencias externas; unidad que concentra el mismo tiempo una
potencia tremenda de acci�n externa.
En cuanto a velocidad no existen problemas mayores: Admite la
velocidad que pueda resistir la robustez de su construcci�n.
La forma esf�rica es m�s efectiva para la acumulaci�n de energ�a,
para su direcci�n, movimiento y resistencia son preferibles la
forma fusiforme y la de disco.
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LAS NAVES
Ya en 1952 se realizaron con �xito excursiones sobre todos los
mares y continentes de la Tierra. La Nave, que as� la llamaremos,
construida de una aleaci�n especial�sima, apta para resistir
cualquier presi�n y velocidad, est� formada de dos c�maras
completamente aisladas entre s�.
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La exterior es separada de la
interior por un vac�o absoluto. La interior constituye la cabina con
todos los instrumentos y comodidades necesarias, acondicionamiento
de aire, presi�n, etc. El vac�o entre las dos c�maras constituye un
enorme acumulador de energ�a, la cual es captada por la superficie
externa cuya efectividad se hace m�s eficiente debido a su forma
completamente esf�rica.
Las dos c�maras van unidas s�lidamente entre s� por soportes de
vidrio, que constituyen otras tantas ventanillas, permitiendo desde
el interior una visi�n perfecta para todas partes. Los dos puntos
opuestos de la esfera, digamos norte y sur, terminan en dos
torrecillas salientes dotadas de sendas y
turbinas accionadas por electricidad, las cuales suministran el
movimiento impulsor por cualquier direcci�n, que puede variarse
instant�neamente.
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En el interior del eje, que atraviesa como
di�metro la esfera y une las dos turbinas, est� el periscopio que
culmina en dos poderos�simos lentes, como remate de las torrecillas.
Los otros dos puntos, digamos este y oeste, est�n dotados de dos
antenas magn�ticas salientes que gobiernan su direcci�n lateral por
un control que, neutralizando una u otra antena, inclina
instant�neamente la nave del lado opuesto. La visibilidad desde el
interior es perfecta, en la superficie de navegaci�n por las
numerosas mirillas externas y a grandes profundidades por los lentes
del potente periscopio.
La c�mara interna del aparato puede iluminarse al arbitrio. La parte
externa se presenta con brillante luminosidad durante el d�a; en la
noche toma un color rojizo a carga moderada y marcada brillantez al
entrar la nave en actividad.
Un dispositivo especial permite aplicar c�maras fotogr�ficas en el
eje del periscopio.
Hasta aqu� la descripci�n que podemos permitirnos de la nave, que
constituye el modelo ideal para viajes ultraterrestres.
Para mayores proporciones el aparato reclama una forma fusiforme,
mas resistente si bien un poco m�s lenta en movimiento. Para tama�o
gigante es preferible la forma de discos; el primer disco
construido, y, a�n en servicio, mide 36 metros de di�metro
horizontal y 11 de di�metro vertical.
La seguridad de navegaci�n es completa por la liviandad del aparato
y la falta de m�quinas vibratorias. Acciona silenciosamente, fuera
de un ligero zumbido al comenzar a accionar las turbinas, el cual
desaparece en absoluto en alta velocidad por superar la barrera del
sonido. En regiones ultra atmosf�ricas trabaja por simple imantaci�n
energ�tica, y esto es lo que constituye la maravilla del aparato.
Cualquier posici�n o inclinaci�n que tome la parte exterior de la
nave no altera la posici�n de la cabina interior que siempre
permanece horizontal.
El movimiento de estos aparatos no puede propiamente llamarse
vuelo, de modo que al hablar de ello diremos que se trasladan o
transportan.
Son numeros�simos los viajes que se han efectuado por todas las
latitudes y longitudes, viajes de prueba y de reconocimiento; en
algunos de estos viajes las naves fueron observadas desde la Tierra.
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Nuestras naves
interplanetarias, perfeccionadas por los t�cnicos
marcianos y
que efectuaron el viaje a Marte el 12 da octubre da 1956.
A.-
Turbinas de
elevaci�n. B.- Lentes de periscopio. C- Turbinas de traslaci�n.
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Podemos decir que tenemos escudri�ada la Tierra y sobre
todo ciertos territorios.
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Conocemos las principales instalaciones
del mundo, particularmente las el�ctricas at�micas, pues a�n a
grandes distancias son delatadas por sensibil�simos aparatos
magn�ticos de las naves, guardando en nuestro poder asombrosos
documentos fotogr�ficos.
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LA ESPERADA VISITA
Ya desde 1950 ten�amos certeza de ser visitados por aparatos de
alg�n otro planeta, y, deduciendo de nuestros progresos, llegamos a
la absoluta certeza de ello. La Tierra era sometida a un examen por
habitantes de otro mundo y todo demostraba que sus intenciones eran
amistosas, pero al mismo tiempo parec�an no atreverse a tomar
contacto, y hab�a para ello serios motivos.
Resolvimos, pues, llamar su atenci�n. Sus naves deb�an ser muy
semejantes a las proyectadas por nosotros; lo indicaba su modo de
proceder. Al notar sus apariciones iniciamos el lanzamiento de
poderosas se�ales luminosas y sonoras de onda corta. No tuvimos
respuesta al principio, pero ten�amos la certeza de haber sido
escuchados y vistos, pues las extra�as naves repet�an sus visitas.
A fines de 1955 recibimos se�ales ciertas de respuesta.
Dispusimos en nuestro peque�o campo de pruebas toda clase de se�ales
para invitar a un aterrizaje. El 16 de diciembre del mismo a�o, a
las cinco de la tarde, con inmensa
alegr�a nuestra, una formaci�n de cinco aparatos hizo su aparici�n sobre nosotros y, casi inmediatamente, el primero de
la formaci�n hizo contacto con la tierra mientras los otros
cuatro volvieron a elevarse, manteni�ndose a poca distancia
e igual altura.
La m�quina, que emanaba un brillo fosforescente, fue opac�ndose
r�pidamente y en breves instantes se troc� en un color indefinido
tendiente a marr�n claro.
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Lo primero que salt� a nuestra vista fue que la extra�a m�quina,
completamente esf�rica, no era de superficie lisa, sino toda erizada
de puntas, de unas seis pulgadas de largo, de un metal
brillant�simo; adem�s no estaba provista de turbinas como las
nuestras, sino de una banda ecuatorial de superficie liga y de unos
60 cent�metros de ancho que pod�a girar en ambos sentidos.
La esfera medir�a unos 6.50 metros de di�metro.
�
Otra sorpresa grande para nosotros, y ru� impresi�n un�nime, la
certeza de que esos aparatos visitantes dispon�an de una base en
tierra. �En qu� parte? No pod�amos tener la menor sospecha, ni era
del caso indagarlo por el momento, pero cada vez que aparec�an no
ven�an de otro mundo y la base desde luego deb�a estar bien
equipada.
Prestamente nos acercamos al aparato y abri�ndose una puertecita
lateral descendieron por ella cuatro personas que nos saludaron con
inclinaci�n de cabeza y dieron paso inmediatamente al �ltimo de
ellos que salt� a la vista ser el jefe.
Nuestra primera impresi�n fue la de hallarnos ante persona
superiores a nosotros. Su estatura era un poco superior a la
mediana nuestra; medir�an un metro ochenta y cinco cent�metros.
El color de la piel, blanco, pronunciadamente rosado, pelo corto, de
un rubio claro y ojos de un celeste claro, sin ninguna se�al de
barba en el rostro, con un traje que daba la impresi�n de ser de una
sola pieza y algo semejante a un overall de hule, que los proteg�a
de los pies a la cabeza, inclusive las manos, terminando sus mangas
en forma de guantes. No llevaban zapatos, el mismo traje terminaba en forma de botas
con una capa m�s gruesa bajo los pies.
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Una especie de cofia,
adherida al mismo traje y del mismo material, les cubr�a las
cabezas, que descubrieron inmediatamente dejando caer para atr�s
las cofias. Pies y manos, resaltaban m�s peque�os y finos en
proporci�n, a los nuestros. La frente espaciosa y m�s alta que la
nuestra. El aspecto general, hermoso e imponente.
El primer contacto revel� inmediatamente amistad y simpat�a por
ambas partes. Les invitamos a pasar a uno de nuestros estudios,
equipado al objeto con toda clase de mapas celestes, en particular
del sistema planetario solar, inclusive un globo de Marte.
La dificultad de comunicaci�n qued� resuelta en parte por un
sorprendente aparato, que reflejando las ondas el�ctricas
provocadas por nuestros cerebros, les revelaba nuestras ideas, que
acompa�adas por indicaciones en mapas y globos eran bastantes
sencillas:
-
�Proven�an del planeta Marte?
-
�Hab�an venido otras veces?
-
�Estaba totalmente poblado el planeta Marte?
-
�Convendr�an en establecer contacto con nosotros?
-
�Podr�an indicarnos la construcci�n de sus aparatos?
-
�Por qu� fuerza eran impulsados?
Sus respuestas fueron r�pidas y, a pesar de ser transmitidas s�lo
por se�ales, pudimos entenderlas bien.
Otra sorpresa, si bien no lo expresaron, era que resultaba claro por
su modo de hacer se�ales, no ser la primera vez que se relacionaban
con nuestros semejantes.
Ven�an de Marte, que ellos llaman "Loga".
Hab�an venido varias veces y trazaron en el mapa del Sistema Solar
la trayectoria seguida para llegar a la Tierra (llamada por ellos
"Dogue") pasando y haciendo escala en la Luna ("Minu") en donde
ellos ten�an bases.
�
Su planeta, que de aqu� en adelante llamaremos tambi�n nosotros
Loga, estaba m�s habitado que la Tierra.
Respecto a nuestros globo representando a Loga, result� claro
parecerles una puerilidad.
Deseaban realmente establecer relaciones con nosotros, estudiar
nuestro planeta y estaban dispuestos a darnos cuanta informaci�n
quisi�ramos respecto del suyo.
Estaban prontos a darnos cuantos detalles quisi�ramos de sus naves y
deseaban vivamente conocer las nuestras. Ellos se val�an �nicamente
de la energ�a solar.
Est�bamos satisfechos. Su m�quina receptora de ondas cerebrales les
revelaba nuestra sinceridad, el deseo vehemente de relaciones
amistosas y el fin �nico de servir al pac�fico mejoramiento de los
habitantes de nuestro planeta.
Ofrecimos luego un refrigerio, que aceptaron gustosos.
Nos invitaron seguidamente a inspeccionar su nave cuya sencillez y
comodidad nos asombr�. La c�mara del personal ocupaba apenas una
cuarta parte del volumen total del aparato.
Hab�a mucha semejanza con algunas de las nuestras, exceptuando
quiz� la mayor sencillez en sus controles.
En lugar de turbinas para el arranque inicial, estaba dotada de la
banda giratoria ecuatorial que le permit�a tomar impulso vertical
suavemente.
Acto seguido los llevamos a nuestro estudio taller para que
examinaran nuestro �ltimo aparato, con el cual est�bamos dispuestos
a corresponder la visita. Mostraron vivo inter�s en todos los
detalles.
Expresaron satisfacci�n y manifestaron ser posible la realizaci�n de
nuestro viaje. Trataron de hacernos algunas indicaciones de
reformas.
�
Aprovechamos entonces para invitarlos a quedarse con
nosotros, a lo cual contestaron con una franca aceptaci�n,
asegur�ndonos que regresar�an para ello.
�
�

La esperada visita
�
�
Los acompa�amos a su nave a la cual entraron con una �ltima se�al
clara de "Hasta luego". Cerrose herm�ticamente
la puerta. El aparato comenz� a iluminarse exteriormente y se elev�.
�
Inmediatamente se unieron en formaci�n los otros cuatro y se
alejaron r�pidamente.
La entrevista hab�a tenido m�s �xito del que pod�amos esperar.
Habr�a colaboraci�n y entendimiento. Nos dimos a la tarea de
preparar un sistema especial de se�ales luminosas y sonoras para
lograrlo mejor. Por lo dem�s no deb�a ser dif�cil coordinar una
lengua para mutua comprensi�n oral.
Por las pocas palabras que entre s� se hab�an cruzado pod�amos
deducir que su lenguaje era desprovisto de consonantes �speras,
guturales y vocales nasales o aspiradas, pudi�ndose encuadrar
f�cilmente en nuestro grupo de idiomas neolatinos y especialmente
italiano y espa�ol, o sea, consonante y vocales de pronunciaci�n
clara y l�quida, hecha m�s suave por sus dentaduras, de piezas m�s
peque�as y unidas que el com�n de las nuestras.
�
Volver al �ndice
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�
�
�
SEGUNDA VISITA
Nuestro objeto en este libro no es el de detenernos en detalles de
nuestros estudios y trabajos sino de relatar nuestras relaciones con
los habitantes de Marte.
Nuestros colegas de Marte hab�an demostrado sincera voluntad de
cooperaci�n y nos dimos a la inmediata tarea de realizar los �ltimos
preparativos para traspasar la �rbita de nuestras barreras
terrestres.
Las naves no presentaban problemas respecto a velocidad y direcci�n.
Los problemas que hoy deb�an resolverse eran los relativos a la
resistencia a las grandes presiones o a la falta de ellas y la
resistencia al recalentamiento por el roce inevitable con los
elementos atmosf�ricos y estratosf�ricos.
En ambos sentidos hab�amos dado pasos muy avanzados. Respecto a lo
primero se plane� una nave de triple coraza con dos c�maras
aisladoras de vac�o absoluto. El segundo problema lo resolver�a un
elemento que deber�a ser conductor
extraordinaria resistencia al calor.
Se logr� para la coraza externa una aleaci�n que podr�a resistir
6,000 grados de calor en circunstancias corrientes y que cargado de
electricidad se convertir�a de una resistencia sin l�mites,
convirti�ndose casi en energ�a s�lida, que al aumentar la velocidad
aumentar�a al mismo tiempo el poder de concentraci�n energ�tica.
Las puntas de que estaba erizada la nave marciana nos encaminaron a
la soluci�n de varios problemas.
Exactamente un mes despu�s de la primera, recibimos la segunda
visita de los mensajeros de Marte que esta vez se presentaron con
seis m�quinas, cinco de las cuales eran iguales a las primeras y la
�ltima de proporciones mucho mayores y en forma de disco, o trompo
muy achatado.
�
�

Una gigantesca nave
marciana.
�
�
Podr�amos dividir este aparato en cinco
secciones.
�
La central de di�metro mayor, dos
secciones, superior e inferior, a la central que formaban una unidad
compacta y s�lida y las dos secciones, la extrema superior y extrema
inferior, m�viles o sea giratorias, como dos turbinas, pudiendo
girar ambas
en el mismo sentido o en sentido opuesto; dotando as� a la nave de
impulso de ascensi�n o de descenso.
En los cuatro extremos opuestos de la banda central estaban
dispuestas cuatro turbinas de proporciones inferiores a las primeras
dos, al accionar las cuales la enorme nave tomar�a la
direcci�n deseada.
La gigantesca nave era seductora y desde luego demostraba ser d�
una enorme potencia. Su di�metro m�ximo medir�a unos sesenta metros,
su m�xima altura en cambio tendr�a unos dieciocho metros.
Descendieron tres personas de cada una de las primeras cinco naves,
quienes acudieron a rodear el disco. En seguida abri�ronse dos
compuertas por las cuales descendieron veintiocho hombres. El jefe
que nos visitara la primera vez, acompa�ado por otros dos,
adelant�ndose hacia nosotros, nos brind� amable reverencia que
nosotros emocionados imitamos atrevi�ndonos a ofrecer un efusivo
apret�n de manos que fue cordialmente correspondido.
�
Nos gui�
seguidamente al enorme disco, indic�ndonos un abundante equipo
destinado a nuestro campamento, preguntando adonde podr�a ser
depositado. Se�alando el lugar y con la ayuda de nuestros hombres
se procedi� al desembarque. Desocupada la nave e invitados por
ellos, practicamos una breve inspecci�n en su interior. Saltaba a la
vista la formidable robustez de su construcci�n, hecha sin embargo
con materiales livian�simos.
No nos entretuvimos en esta inspecci�n, pues la nave iba a
permanecer all� con sus tripulantes que comprend�an mec�nicos, dos
m�dicos, tres f�sicos, dos astr�nomos, especialistas en ciencias
pol�ticas y religiosas, dos expertos en alimentaci�n y tres
t�cnicos que se dedicar�an exclusivamente a la interpretaci�n y
adaptaci�n del idioma.
En nuestro campamento se hablaban 22 idiomas, ninguno de ellos sin
embargo resultaba tic utilidad pr�ctica para el caso, pues, a pesar
de que el idioma de los visitantes ten�a en fon�tica bastante
semejanza con las lenguas neolatinas,
ninguna semejanza prestaba en lo dem�s. Quien esto escribe por
poseer el dominio de 6 idiomas, integr� la comisi�n que se
encargar�a de la interpretaci�n y de establecer una posible
coordinaci�n de lenguaje para mutua facilidad de entendimiento.
Depositados equipos y equipajes, todo el personal visitante se
reuni� en dos grupos, 15 personas a la izquierda y 28 a la derecha
del jefe, quien hizo la presentaci�n de los segundos que
permanecer�an entre nosotros y refiri�ndose a su planeta hizo
entrega a nuestro jefe de un documento.
Extrajo de un rollo de oro fin�simo una hoja, de treinta por treinta
cent�metros, de brillante metal blanco, del espesor de un papel
nuestro corriente; la hoja met�lica llevaba grabada en relieve con
letras de oro, una inscripci�n, encabezada a manera de escudo por un
grabado, tambi�n en relieve, representando el Sistema Planetario
Solar.
�
Dos meses despu�s ten�amos la traducci�n exacta del
contenido:
�
�
LOGA
Hermano universal del espacio inmenso rinde homenaje y amistad a,
�
�
DOGUE
En el deseo vehemente de unir a los
seres todos,
que viven en un solo
esp�ritu, en el esp�ritu infinito
para gloria y paz eternas.
�
�
La firma la constitu�a un sello grabado en relieve, representando
un globo de Marte; el cual signo era exclusivo privilegio de jefe
supremo.
�
Se nos enviaba pues un mensaje especial en nombre de todos los habitantes del planeta, del cual se desprend�an fant�sticos
conceptos.
�

Los marcianos traen
escrito un mensaje de amistad y alianza,
en su
segunda
visita a la Tierra.
�
-
�Vivir�an en perfecta uni�n, en hermandad universal los habitantes
de Marte y de los otros mundos?
-
�Ser�an dirigidos o gobernados por un solo jefe?
-
�Ser�an todos guiados por un solo principio religioso?
-
�No exist�an discriminaciones de razas?
-
�No existen en las cartograf�as de Marte las insulsas l�neas,
llamadas fronteras, que marcan e imponen el odio entre sus
habitantes?
Si esto fuera as�: �Qu� papel m�s triste desempe�ar�a la Tierra en
el consorcio de los mundos! �Qu� negro su panorama! �No ser�a
nuestro planeta un salvaje rebelde en la armon�a universal?
Advertimos categ�ricamente que todos nosotros, dedicados
sinceramente a la investigaci�n, estamos hondamente imbuidos de la
idea de la divinidad y del principio religioso universal.
Las abrumadoras reflexiones a las que nos induc�a todo cuanto estaba
ocurriendo, confirmaron m�s y m�s nuestros sentimientos.
Terminando el breve acto, el personal que iba a permanecer en
tierra correspondi� al jefe y a sus acompa�antes el saludo,
levantando recto el brazo derecho hacia arriba, pas�ndolo luego
hacia el frente, vertical al cuerpo, para tornarlo paralelo al mismo
hacia abajo.
Interpretamos el saludo como se�alamiento al astro de procedencia,
juramento de fidelidad y obediencia incondicional. El mismo saludo
nos dirigi� el jefe a nosotros, secundado por todos ellos y nosotros
instintivamente, a una, lo correspondimos. Se encaminaron luego a
sus naves abord�ndolas inmediatamente. El jefe, que abord� por
�ltimo su nave, nos salud� nuevamente y ocup� su puesto. Los
aparatos se elevaron uno por uno y desaparecieron a grande altura
dirigi�ndose hacia occidente.
No regresar�an a Marte, est�bamos seguros, sino a su campamento terrestre: �A qu� parte de la Tierra? No lo sab�amos
a�n.
Los marcianos que quedaron, dirigi�ronse a su disco pues pasar�an a
bord� las primeras noches y parte del d�a para su ambientaci�n y
adaptaci�n. A los cuatro d�as ocuparon definitivamente el edificio
a ellos destinado y previamente acondicionado.
El objeto obvio de su visita era una mutua comunicaci�n y el
intercambio mutuo de conocimientos cient�ficos, t�cnicos y
culturales.
Cada comisi�n se dio inmediatamente a su tarea con el mayor ah�nco,
siendo la m�s ardua, al principio, la que tuve el honor de presidir
y dedicada al lenguaje.
Diez d�as m�s tarde ya pose�a nuestra comisi�n una idea clara del
nuevo idioma y sus principales acepciones. Guiados por un programa
bien definido nos circunscribimos a lo esencialmente necesario para
el mutuo entendimiento en el desarrollo del mismo programa que era
bien preciso.
�
Objetivos primordiales:
-
Adaptar nuestros aparatos para el viaje proyectado.
-
Intercambio de los conocimientos geogr�ficos de ambos planetas.
-
Intercambio de conocimientos cosmogr�ficos del Sistema Solar.
-
Estudio de la constituci�n f�sica del cuerpo humano para su
adaptaci�n en los dos medios planetarios.
�
�
�
La energ�a solar puede convertirse en un sinn�mero de aplicaciones
an�logamente a lo que nosotros hacemos con la electricidad que, al
fin, es la misma cosa. Los marcianos hacen uso casi exclusivamente
de esa energ�a, cuya acumulaci�n obtienen de un modo maravilloso de
los rayos solares.
�
Es sorprendente la solidez, estado compacto y enorme capacidad de
acumulaci�n que adquieren ciertos elementos
met�licos al ser tratados, en estado l�quido durante la fundici�n,
por el voltaje elevado de electricidad que deja el metal casi en
estado h�brido con asombrosa sensibilidad a la energ�a. As� fueron
reform�ndose las corazas de nuestras naves.
Buenas sorpresas recibimos en asuntos geogr�ficos, pues mientras
ellos conoc�an la Tierra casi tan bien como nosotros, en cambio,
nada sab�amos de Marte. Pose�an de la Tierra mapas muy detallados,
lo que indicaba que se hab�a llevado a cabo una seria exploraci�n
de la misma. Era cierto; y nos enteramos de datos sorprendentes.
Los marcianos estaban explorando sistem�ticamente nuestro planeta
desde el tiempo de la Primera Guerra Mundial, habiendo llegado por
primera vez en agosto de 1917. Su primer viaje, realizado con
cuatro naves, hab�a sido fatal porque s�lo dos pudieron regresar,
pero con suficientes experiencias para los siguientes. Hasta mayo de
1936 se realiz� la segunda expedici�n con �xito completo.
Repetidas veces se hab�an percibido se�ales en Marte cuando Marconi
en sus experimentos lanzaba poderosas ondas dirigidas a otros
planetas, los viajes a la Tierra se multiplicaron.
La �ltima guerra mundial, de la cual se dieron cuenta cabal, los
disuadi� de buscar un entendimiento; hab�a demasiado desacuerdo,
demasiada sa�a, demasiado odio entre los hombres. �Ser�an
tergiversadas sus buenas intenciones?
Al t�rmino de la guerra se reanudaron sus viajes de exploraci�n.
Por cierto que en uno de esos viajes hab�a ocurrido un serio
incidente al no poder evitar a tiempo el demasiado acercamiento de
un aparato terrestre, el cual, provocando una tremenda descarga
el�ctrica, literalmente se pulveriz�.
Nos referimos aqu� a sus visitas y expediciones sistem�ticas, porque
sus visitas eventuales a nuestro planeta, como demostraremos
ampliamente en nuestro segundo libro "MAKI'K Y NOSOTROS" datan de
m�s de dos mil a�os.
�
Lo anterior nos confirma que si conoc�an la Tierra, la Tierra sin
embargo no era confiable.
Unos treinta marcianos hab�an sido depositados en tierra, haci�ndolo
en diversas partes.
Un marciano, confundido en una gran ciudad, puede pasar
desapercibido. As� es como se conoce en Marte a Washington, Nueva
York, Roma, Londres, Par�s y se conoce algo de
sus idiomas.
Persigui�ndose por ellos siempre el fin de un entendimiento,
trataron esos visitantes de captar una clara idea del estado
psicol�gico de la humanidad. El cuadro sin embargo siempre se
present� obscuro. M�s tarde, llegando nosotros a Marte, nos dimos
cuenta exacta de los conceptos que se hab�an formado y los
consignaremos fielmente. Por el momento s�lo declararemos que gozan
de �ptima reputaci�n ante ellos los norteamericanos y las naciones
del pacto del Atl�ntico, por sinceras en sus intenciones. No conf�an
en el asi�tico y menos en Rusia que constituyen seg�n ellos el
peligro m�s grave para nuestra pac�fica prosperidad.
Por eso nos cost� lograr convencerlos a establecer contacto con
nosotros. Pero ya nos hab�amos comprendido y persegu�amos el mismo
objetivo.
Cosmogr�ficamente pudimos hacer un mejor aporte, si bien aventajan
en mucho sus instrumentos de observaci�n, mucho m�s perfectos y
porque varios planetas, y ellos conocen tres m�s que nosotros,
hab�an recibido su visita.
Tambi�n la Luna, que para ellos era una escala de rutina, nos
reservaba sorpresas.
Respecto a la adaptaci�n vital de unos y otros no se presentaban
problemas mayores como nosotros supon�amos. En Marte la temperatura
es muy inferior a la media terrestre, sin embargo hay muchas
regiones terrestres habitadas con temperaturas muy parecidas a la
media del planeta amigo. La temperatura media en Marte podr�a
corresponder a la nuestra de diez grados cent�grados, sin embargo,
por diversas razones
de orden atmosf�rico y geol�gico, los efectos no son id�nticos.
Sobre los habitantes de Marte nuestro clima es oprimente por su
atm�sfera m�s pesada.
Los terr�colas en cambio experimentar�n en Marte la sensaci�n de
quien se halla a una altura de seis mil metros sobre el nivel del
mar.
Estando ubicados nuestros estudios en una regi�n andina a cuatro mil
metros sobre el nivel del mar y, a una temperatura media de dos
grados cent�grados, se comprender� la f�cil adaptaci�n de los
marcianos.
Una permanencia larga en regiones menos elevadas o a nivel del mar
causar� trastornos en el organismo de los marcianos por la subida
presi�n atmosf�rica, al igual que sufrir�amos nosotros en regiones
elevadas de Marte por la raz�n inversa.
Las enormes variantes durante el trayecto ser�an salvadas por una
conveniente adaptaci�n del interior de las naves, prescindiendo por
completo de los absurdos equipos personales como los que se estilan
en las naves supers�nicas corrientes.
�
Mediante una conveniente
adaptaci�n del interior contar�amos durante todo el viaje con
ox�geno, temperatura y presi�n adecuados.
�
�
�
�
La alimentaci�n no constituir�a tampoco un serio problema. Los
marcianos tra�an consigo una fuerte reserva alimenticia en forma de
comprimidos, fabricados casi todos de cereales, muchos de los cuales
se cultivan all�.
�
Sin embargo poco uso tuvieron que hacer de esas
reservas pues nuestra alimentaci�n result� para ellos muy
satisfactoria, lo mismo que para nosotros resultaba muy efectivo y
altamente eficaz su r�gimen.
�
Volver al �ndice
�
�
�ATENCI�N, HABITANTES DE LA TIERRA!
Era realmente sincero el inter�s de los marcianos en el
establecimiento de relaciones s�lidas con nosotros, prodigando
adem�s sus conocimientos t�cnicos y cient�ficos sin ninguna reserva,
revelando un celo semejante al de ap�stoles de un clero.
�
Estaban
convencidos de que, de la semejanza entre los dos planetas y entre
los habitantes de los mismos, podr�an deducirse, por una ley
universal, analog�as y semejanzas entre todos los planetas y sus
habitantes, tenidas en cuenta las diferencias accidentales en unos
y otros. Y como en un mismo planeta hay partes de �l y de sus
habitantes mis desarrolladas que otras, as� habr�a en el universo
mundos y planetas m�s perfeccionados que otros. Las diversas
circunstancias de ubicaci�n, distancia, influencia, etc., del
centro energ�tico, el Sol en nuestro caso, son un factor de suma
importancia en el mayor o menor grado de desarrollo en cada caso.
�
Eran inimaginables las consecuencias que podr�an deducirse
del hallazgo do leyes exactas al respecto. Nosotros comprendimos
claramente los m�viles y aspiraciones de los marcianos; son seres
sumamente adelantados cient�ficamente y al mismo tiempo pose�dos de
un alto esp�ritu idealista, misioneros de una idea universal.
La formaci�n y constituci�n de los mundos dan a sus sistemas
te�rico, filos�fico, cient�fico y religioso una cohesi�n de solidez
gran�tica, de conclusiones claras, s�lidamente fundadas, que
dirigen la investigaci�n por un camino bien determinado.
El Universo entero (nuestro macrocosmos), es una realidad bien
definida. Sus componentes son, asimismo, realidades tan definidas
como lo son las diversas partes de esos componentes.
Las leyes exactas que gobiernan y singularizan el �tomo de cada
mol�cula, la mol�cula y la c�lula de cada organismo y los organismos
de cada cuerpo son id�nticas a las que en el espacio relacionan el
sat�lite con el planeta, el planeta con el astro y el astro con el
Universo.
La ley constitutiva del microcosmos, el �tomo, es la que constituye
el macrocosmos, el Universo. �C�mo podr� llegar la humanidad a la
resoluci�n certera de tantos problemas que le obstruyen el paso a la
luz, mientras para unos el mundo tiene un origen, para otros es muy
distinto? El principio moral es diverso en varios. Para unos Dios es
realidad, para otros, ficci�n. En la misma investigaci�n cient�fica,
los principios de partida son distintos. Esto no producir� m�s que
un caos del cual la humanidad no lograr� nunca resultados de avance
real.
En Marte se logr� el establecimiento de principios bien definidos,
verdades inmutables y no tergiversadas; eso los ha conducido al
grado de perfecci�n que los enaltece.
S� un mismo principio, sostenido por unos, es rechazado por otros
relegar� forzosamente a unos u otros al error; conducir� r�pidamente
a unos hacia la verdad y sumir� a otros en mayor confusi�n.
�
En la Tierra, divagamos a�n en absurdas elucubraciones respecto al
origen de la materia y de la vida.
-
�C�mo podremos dar un paso
positivo hacia la determinaci�n de ciertos principios, la positividad de ciertas leyes y tras esos b�sicos baluartes avanzar
con firmeza si lo que hoy tenemos como seguro pedestal resulta
ma�ana deleznable y es suplantado por otra teor�a a su vez incierta?
-
�C�mo podremos establecer principios religiosos, cient�ficos y ni
aun pol�ticos y sociales si fijamos como base de nuestro mundo una
absurda teor�a de evoluci�n materialista?
-
�Ha producido una causa
inferior efectos superiores alguna vez?
Y aun en el campo de la
experiencia, ni los elementos primarios han dado un paso no digamos
al perfeccionamiento, pero ni siquiera a una m�nima transmutaci�n.
Jam�s el oro se ha trocado en plata, ni el hierro en plomo, ni el
hidr�geno en ox�geno.
�
Mucho menos se han hallado vestigios del
cambio de un mineral en vegetal, del vegeta! en animal, o del
irracional en ser inteligente. Pero ni de una especie a otra se ha
logrado el paso y los esfuerzos en ese intento han dado por
resultado �nicamente peque�as variantes o monstruos accidentales. Y
si no lo ha logrado la ciencia con todos sus esfuerzos.
�
�C�mo lo
habr� podido efectuar la naturaleza que en su estado primario el
evolucionista la considera materia ciega e ignorante?
Si la ciencia procediera en su ascenso partiendo de un principio
axiom�tico y gradualmente avanzara a un segundo paso que fijara
inconmovible base para un tercero tendr�amos en la escala del
progreso pelda�os firmes que conducir�an a una meta de alcances
indefinidos. Pero si el primer pelda�o de esa escala descansa en
falso, todo ser�n elucubraciones faltas de l�gica y sentido.
Ocurre con frecuencia a la humanidad lo que al cirujano en el campo
de la medicina. Una operaci�n quir�rgica, basada en un falso
diagn�stico concluir� en una herida fatal y a veces en un
homicidio. Muchas cosas hace la humanidad, que
son rid�culas, in�tiles y, a veces, fatales.
�
Es encomiable el
esfuerzo humano, por ejemplo, en el campo del transporte; pero
�compensan las ventajas al enorme promedio de destrozos que ello
ocasiona? Un pa�s podr� ofrecer un autom�vil a cada habitante, pero
para ello: �Cu�ntos millones de toneladas de materia prima
extraemos de la tierra? �Cu�ntos millones diarios de toneladas de
combustible, gases, carb�n, petr�leo, etc., arrancamos de sus
entra�as?
�
El peso de nuestro planeta es definido.
-
�Soportar� este
peso una mengua indefinida?
-
�A qu� cataclismo llevamos nuestro
planeta?
-
�A qu� consecuencias nos llevar� la desintegraci�n at�mica?
Invertimos millones de unidades de energ�a humana, millones de
toneladas de materia prima para aniquilar materia y obtener como
consecuencias s�lo destrucci�n.
Habr� de producirse en nuestro planeta un desequilibrio tal que
afectar� forzosamente, por la ley de compensaci�n, el equilibrio de
los otros planetas de nuestro sistema. Por eso se alarman justamente
sus habitantes y vienen en nuestra ayuda para encauzarnos por otro
rumbo. Dejemos de destrozar y enervar nuestro planeta y
aprovechemos la maravillosa energ�a que transporta los astros y
gobierna el Universo.
Por eso los marcianos ten�an inter�s en llevarnos a conocer su casa,
su gobierno, su vida y sus progresos.
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�ndice
�
�
�
�LTIMOS PREPARATIVOS
Los trabajos se hac�an con celeridad. Hab�amos logrado la comuni�n
entre dos mundos. Los r�pidos progresos nos llenaban de honda
satisfacci�n y nos infund�an alientos con el entusiasmo y el
optimismo que comunica la seguridad del triunfo. Los marcianos
dominaban la materia con destreza sorprendente y un conocimiento
profundo de las propiedades f�sicas y qu�micas de los cuerpos
primos, recabando combinaciones y aleaciones de resistencia, dureza
y propiedades cuyo alcance nosotros no hab�amos logrado.
La constituci�n f�sica del planeta Marte es igual a la terrestre de
modo que no hubo necesidad de engorrosas investigaciones. El calor
y la fuerza motriz eran logrados con la concentraci�n de los rayos
solares por un receptor de vidrio en forma de c�pula. Durante los
meses de arduo trabajo fueron frecuentes las inspecciones de jefes
marcianos cuyas visitas eran ya rutinarias.
�
Tres poderosas m�quinas estaban al fin prontas para cruzar el
oc�ano inmenso del espacio.
De forma completamente esf�rica, en el interior cada m�quina
consiste de una c�mara dividida en dos secciones, una destinada al
personal y otra a los instrumentos mayores. Esta c�mara est�
protegida por cuatro corazas, de extraordinaria robustez, separadas
entre s� por tres c�maras, las dos externas de vac�o absoluto y la
�ltima comunicante con el interior. En esta �ltima, en su mayor
parte transparente, est�n instalados varios equipos.
�
La envoltura
externa, de forma tambi�n esf�rica, constituye un poderoso colector
de energ�a y calor, que es asimismo convertido en energ�a, dotada de
puntas de un enorme poder electromagn�tico. Dos poderosas turbinas,
que toman aspecto de torrecillas, en los extremos superior e
inferior, le dan propulsi�n y otras tres min�sculas, distribuidas
en la extrema superficie externa, le dan direcci�n.
�
Poderosos y
eficaces condensadores aseguran fuerza de emergencia. Un m�nimum de
esta fuerza es suficiente para asegurar al aparato un aterrizaje
eventual el cual puede efectuarse en agua, previo enfriamiento de la
parte externa, lo cual se consigue neutralizando el circuito
magn�tico. Enormes reservas de ox�geno, alimentos concentrados y
todo lo previsible eran instalados en las naves. A los marcianos
nada podr�a sorprender.
Tres meses de vuelos intensos por todas las latitudes y longitudes
consagraron las naves para el hist�rico acontecimiento.
El viaje fue bautizado Expedici�n Col�n en homenaje al gran genov�s
que dio luz al Nuevo Mundo del cual se desprender�a esta nueva
epopeya cuyos alcances s�lo est�n en poder de Dios y de la historia.
Las naves, bautizadas con solemne rito religioso (contaba nuestro
instituto con dos eminentes sacerdotes), se llamaron Loga,
Dogue,
Cuni: Marte, Tierra, Alianza.
Exornaban el interior de las naves sendas efigies de oro
del m�ximo embajador de los siglos a quien confiamos reverentes
nuestra empresa: Cristo.
Las circunstancias todas concurrieron a fijar la memorable fecha,
por dem�s simb�lica, 12 de octubre para el primer viaje
interplanetario. Los �ltimos preparativos inmediatos fueron hechos
con la emoci�n que puede infundir un acontecimiento, el m�s
memorable de la historia de la humanidad.
Am�rica deb�a ser la primera antena del nuevo mensaje.
El d�a 28 de octubre estar�a el planeta Marte en oposici�n al Sol,
hall�ndose la tierra entre el Sol y Marte y la Luna entre Marte y
la Tierra.
�
El 12 de octubre era por tanto
a�n astron�micamente la fecha precisa para el inicio del viaje.
�
�

Nuestro poderoso colector de energ�a termosolar con capacidad para
cien mil
kilovatios.
O.- Colector. A.- Condensadores y acumuladores. X.-
Campo de antena magn�tico-solares
�
�
El personal destinado a tripular las naves estaba listo. Las nueve
personas, seleccionadas para satisfacer todos los requisitos,
estaban prontas para cumplir su misi�n; un m�dico, un sacerdote
(eminente astr�nomo), cuatro t�cnico-f�sicos, dos peritos en
sociolog�a y ciencias metaf�sicas y el autor de este relato, como
int�rprete.
En previsi�n del sepulcral silencio en que ser�an envueltas las
cabinas interiores de las naves durante el vuelo sideral, fueron
equipadas convenientemente con especial�simos aparatos de
reproducci�n musical, cintas magn�ticas para reproducci�n de
instrucciones y programas especiales, destinados a mantener alerta
el sistema nervioso y potentes unidades para comunicaci�n radial
directa con la base.
�
Estos aparatos que resultaron de alta
eficacia, sensibilidad y fidelidad, fueron construidos
especialmente.
El 9 de octubre hab�an descendido al campamento siete aparatos
marcianos, seis de los cuales tra�an la misi�n de escoltarnos en el
viaje. Ellos estaban listos, y para nuestra sorpresa, cada nave
ven�a equipada de un poderoso dispositivo electroim�n con el cual
podr�a en caso de grave emergencia, ser remolcada otra nave en el
espacio.
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Una poderosa estaci�n de radio fue preparada especialmente para
mantenerse en contacto con nosotros, estaci�n sin duda la m�s
poderosa que se haya construido hasta hoy.
�
Los marcianos, que
demostraron viv�simo inter�s desde el principio por nuestros
sistemas de comunicaciones radiales, se esmeraron en ayudarnos a
dejar las instalaciones con m�xima efectividad.
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La t�cnica de los expertos visitantes nos hab�a prestado ayuda
decisiva en la resoluci�n del problema clave para el
traspaso de las fronteras de la atracci�n terrestre.
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Para
contrarrestar la fuerza de la gravedad ser�a invertida la energ�a
el�ctrica de modo que en lugar de sufrir resistencia ser�an
rechazadas de su eje. Hall�ndose Marte al exterior de la �rbita
terrestre, nosotros ser�amos transportados por la energ�a solar en
sentido directo al de su atracci�n.
Qued� comprobado definitivamente que la energ�a el�ctrica no es m�s
que una manifestaci�n de la inmensa energ�a que gobierna la
gravitaci�n general.
Al contrario de lo que suceder�a con cualquier aparato terrestre de
otro tipo, la atm�sfera no constituye un medio para las naves
energ�ticas sino m�s bien un lastre y cuanto m�s rara la atm�sfera
mayor es la cantidad de energ�a aprovechable, menor la resistencia
externa y menores los problemas del rozamiento atmosf�rico.
Como el planeta Marte es mucho m�s peque�o que la Tierra, menor su
atm�sfera y su fuerza de gravedad, los viajes de los marcianos a la
Tierra y nuestro viaje de regreso resultan mucho m�s f�ciles.
Previsto todo lo humanamente previsible y concluidos todos los
preparativos, el once de octubre de 1956 extend�a ya sobre la Tierra
la noche m�s memorable y, para nosotros, !a m�s larga de todas las
noches.
Un c�mulo de sue�os, ideas, sentimientos, nobles esperanzas
invad�an las mentes y los corazones de todos, de los que
permanecer�an en tierra, pero especialmente de los escogidos que
�bamos a emprender el camino de los astros.
�Cu�l ser�a la conclusi�n de tan extraordinaria aventura? Sin
embargo no nos sent�amos aventureros-, sent�amos la satisfacci�n, la
emoci�n honda de la embajada, de la misi�n m�s grande cuyos
resultados podr�an tener consecuencias de alcances imponderables.
�Coronar�a el �xito nuestra misi�n? �Volver�amos a ver a nuestra
amada Tierra? �Sus montes, sus mares, sus crep�sculos, sus auroras?
Acostumbrados a sumirnos en la contemplaci�n de las cartas celestes que nos mostraban la Tierra como un
cuerpo insignificante entre los gigantes del cielo, la ten�amos
casi olvidada; pero, hoy surg�a para embargar nuestra mente y
nuestro esp�ritu con todo el encanto de sus bellezas, de nuestros
amores, de nuestros sue�os y esperanzas.
�
Sus horrores, sus guerras,
sus pasiones, sus odios, sus insondables abismos, sus cumbres
excelsas, la furia de sus mares, el terror de los huracanes, el
retumbar de sus volcanes, sus aborrecidas luchas fratricidas, todo
formaba en esos momentos un cuadro de sombras y luces, grato a
nuestros corazones. Nunca hab�amos sentido tanto, el amor por este
bendito suelo.
�
Al fin �ramos de la Tierra y somos de tierra.
Nos alentaba en la partida la esperanza del regreso, pero, si en esa
gloriosa jornada por los caminos del cielo hall�semos la muerte,
�podr�a acaso llamarse muerte? �Es acaso muerte el perderse entre los
astros del cielo? �Es acaso una tumba pesada el espacio inmenso?
�Y que grande! �Qu� sabia! �Qu� hermosa ha de ser esa inteligencia
infinita que as� ha dispuesto tantas maravillas, leyes tan precisas,
para quien el mundo es un �tomo y el �tomo es un mundo. Era
comprensible en esa noche memorable la exaltaci�n de nuestras
mentes.
Y ya la aurora del nuevo d�a apuntaba en el cielo, que nos esperaba.
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Era el doce de octubre de 1956.
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NUESTRO VIAJE 12 de Octubre
Desde las primeras horas del amanecer el campamento bull�a en
movimiento.
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Nunca como ese d�a se hab�a notado tanto esp�ritu de
fraternidad entre todos los miembros del campamento, entre los
marcianos y nosotros, inclusive los nativos que estaban a nuestro
servicio desempe�ando trabajos accesorios. A todos embargaba una
extra�a emoci�n.
A las diez de la ma�ana todo estaba listo y reinaba en el ambiente
una calma y tranquilidad extraordinarias. Nos reunimos todos en un
�ltimo acto cordial para dar expansi�n a nuestras emociones. El
director de nuestros estudios, Martinelli, a la par del jefe
marciano, Tage (pron�nciese la g a la italiana), vivamente alterado
por la emoci�n, nos comunic� las �ltimas y m�s bellas de las
noticias. El jefe marciano manifestaba m�xima complacencia por
nuestros esfuerzos, quer�a patentizar admiraci�n por nuestra labor y
sus fines y ten�a fe cierta en el �xito por la hermandad y uni�n de
los
mundos.
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En prueba de ello solicitaba venia para instalar junto a
nosotros una base marciana permanente, para fines de estudio y
experimentos en comuni�n con nosotros. Los aplausos estruendosos
que interrumpieron esta noticia impresionaron vivamente a los
marcianos, cuyos rostros vimos por primera vez alterar la emoci�n.
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Unos y otros �ramos embajadores de una id�ntica misi�n.
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12 de Octubre de
1956, a las 12 horas
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Todos los presentes, desde el jefe al m�s humilde del campamento,
tenemos la misma responsabilidad y el mismo m�rito en �sta y en
todas las empresas, continuaba Martinelli; en todo el mundo se
brega, desentra�ando de la Tierra medios para destrucci�n y muerte,
nosotros nos dirigimos al cielo en busca de hermanos y de paz.
"Dios
debe estar con nosotros, como siempre lo ha estado."
El efecto de sus palabras fue culminado por Tage, quien, invitado a
hablar, pronunci� s�lo tres, que no necesitaron interpretaci�n:
"Sundi, Dogue, Loga: Dios, Tierra, Marte."
Las �ltimas instrucciones fueron breves y, una vez m�s revelaban el
alto esp�ritu de cooperaci�n de nuestros aliados. Vestir�amos el
traje proporcionado por los marcianos y que hemos descrito al
principio, el cual, adem�s de ser sumamente liviano, es un aislador
perfecto contra la electricidad.
La salida era fijada para las doce horas meridiano, elev�ndose las
naves a diez mil metros de altura para dirigirse sobre el polo norte
de donde se iniciar�a el ascenso describiendo una elipse con destino
directo a la Luna.
De la Luna saldr�an a nuestro encuentro naves marcianas para
aumentar la escolta a la base lunar, completando as� la primera
etapa.
Nuestras naves ser�an ocupadas por seis tripulantes, uni�ndose a
nosotros tres marcianos en cada una. Completar�an el convoy las
otras seis naves marcianas que cerrar�an el c�rculo, formando en
conjunto una estrella de nueve puntas que constituir�a de ese modo
un formidable circuito magn�tico, tal como se hab�a efectuado dos
meses antes en vanas
excursiones, en una de las cuales se hab�an llevado a cabo
evoluciones sobre la ciudad de Washington.
La velocidad hasta la llegado al polo ser�a de seis mil kil�metros,
al iniciarse el ascenso directo ser�a aumentada hasta treinta y
cincuenta mil kil�metros por hora. La pausa en la Luna ser�a de seis
horas. De la Luna a Marte la velocidad ser�a dif�cil de controlarse,
siendo la m�nima de cien mil kil�metros por hora.
T�ngase presente que estos aparatos fuera de la atm�sfera tender�an
a tomar la velocidad de la luz; nuestro control, por tanto, no
consistir�a en darle impulso sino en el de frenarlo, lo cual ser�a
conseguido efectivamente al entrar en los medios atmosf�ricos.
Del punto de partida hasta el polo terrestre ser�an gobernadas
desde el campamento por control remoto; al iniciarse el ascenso
paralelo al eje terrestre ser�a suspendido nuestro control y
entrar�an bajo el control de la base lunar.
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A las once cuarenta y cinco minutos cada tripulante equipado al pie
de su nave recibi� la �ltima despedida y ocup� su puesto. Nuestro
director prodig� a cada uno un abrazo efusivo sin poder reprimir
las l�grimas.
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En respuesta al
mensaje marciano, Martinelli coloca en la mano de Tage el anillo
simb�lico.
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Tage, el jefe marciano, en un gesto de profundo significado ocup�
una de nuestras naves, DOGUE; y ese gesto infundi� en todos
seguridad y confianza.
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La despedida entre Tage y Martinelli fue el
espect�culo m�s bello y m�s significativo: Martinelli coloc� en la
mano de Tage un precioso anillo que llevaba incrustado en el centro
un diamante mayor, representando el Sol e incrustados sucesivamente
otros ocho proporcionados al tama�o de los planetas m�s conocidos y
dos esmeraldas representando a Loga y Dogue, con la inscripci�n en
el reverso: Amitia et pax (Amistad y paz).
Un abrazo efusivo coron� la escena en la que, en dos seres, se
abrazaban dos mundos.
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Eran las once cincuenta minutos, las naves se aureolaron de un
brillo fosforescente.
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...y en efusivo
saludo, entre dos hombres se abrazaron dos mundos.
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A las doce meridiano se elevaron.
En el campamento rein� el silencio m�s profundo mientras los ojos de
todos escrutaban el cielo para inclinarse luego reverentes a
contemplar la �nica bandera que se�oreaba el campamento, un enorme
pabell�n blanco con un disco de oro en el centro.
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EN EL ESPACIO
De los tripulantes de las naves terrestres, dos eran de
nacionalidad italiana, uno frances, un noruego, dos alemanes, un
holand�s, un belga y un ingl�s. De los italianos uno es sacerdote y
eminente erudito en la ciencia termoel�ctrica.
Las naves se elevaron perpendicularmente y, a la altura prevista,
tomaron rumbo al polo Norte. Las cabinas eran confortables; presi�n
atmosf�rica, ox�geno y temperatura hab�an sido establecidos desde
tierra. N�tese que con dos dispositivos especiales pod�a
introducirse aire del exterior de modo que del ox�geno de reserva,
acumulado en suficiente cantidad en estado l�quido, se har�a uso en
el momento oportuno.
Un equipo completo de instrumentos para todas las investigaciones
previsibles hab�a sido acondicionado en las naves, alguna d� ellos
en contacto con el exterior. Aparatos especiales de grabaci�n
registraban todas las variantes de los instrumentos.
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Sensaci�n especial no percib�amos ninguna, ocupando nuestra atenci�n
particularmente en los panoramas de! periscopio que pronto no
mostraba m�s que el blanco reflejo del manto polar.
Durante este trayecto el movimiento de traslaci�n lo efectuaron las
turbinas por la energ�a din�mica.
Llamaremos din�mica a la energ�a trocada en electromec�nica y
est�tica a la energ�a magn�tica solar mediante la cual las naves
ser�an llevadas por impulso inmanente como las ondas de la radio.
Al entrar en contacto con cualquier medio atmosf�rico la energ�a
electromec�nica hacia accionar autom�ticamente las turbinas, las
cuales, movi�ndose en sentido contrario, proporcionaban el medio
inmediato para la reducci�n de la velocidad.
Un silbido peculiar producido por las turbinas denunciaba
instant�neamente el contacto con cualquier medio atmosf�rico, el
igual que el silencio denunciaba su desaparici�n.
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A las doce horas cincuenta y cinco minutos los instrumentos
denunciaron cero grados paralelos. Est�bamos sobre el polo Norte.
Las turbinas laterales, o de direcci�n, fueron paralizadas e
iniciose el ascenso. Despu�s de breves minutos las turbinas
verticales enmudecieron tambi�n. Todos los instrumentos mec�nicos
se paralizaron r�pida y sucesivamente, excepto los relojes
el�ctricos. El �ltimo vestigio de vida de los instrumentos de
presi�n marc� 41,000 metros de altura.
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�Qu� velocidad est�bamos
adquiriendo? S�lo podr�amos saberlo a la hora de llegada.
Ninguna impresi�n particular sent�amos, m�s que la de hallarnos en
un medio confortable y placentero.
La respiraci�n, normal. El anh�drido carb�nico expelido por nuestros
pulmones era absorbido y concentrado para luego ser eliminado. Ni siquiera sensaci�n de movimiento. Era realmente
sorprendente y maravilloso el sabernos transportados como �tomos de
luz.
La atenci�n de todos converg�a en la pantalla del periscopio, la que
de vez en cuando nos deparaba sorpresas cautivadoras.
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Las pel�culas
logradas de esa pantalla y que pronto se dar�n a conocer al mundo,
dar�n una idea clara de la sensaci�n nuestra, que no era otra que la
que puede percibir un espectador desde la butaca de una
sala de exhibiciones.
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Grafico del
itinerario seguido en al viaje a Marte.
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Era impresionante ver aumentar por unos instantes el panorama
terrestre ocupando toda la pantalla del periscopio hasta llegar a
discernir el l�mite de las regiones heladas, mares y continentes,
esfumarse sus contornos, convertirse en vaga nebulosa y, a las
quince horas doce minutos, ver marcados en los bordes extremos de
la pantalla (de un metro de di�metro) los contornos de la esfera
terrestre que segu�an reduci�ndose mientras en su centro se ven�an
ensamblando los contornos de otra esfera, la Luna. (T�ngase presente
que el periscopio estaba dotado de doble lente, uno inferior y el
otro superior, ambos convergentes en la misma pantalla.)
A la reducci�n de la esfera terrestre correspond�a igual aumento del
c�rculo lunar. A las cinco de la tarde quince minutos los dos
c�rculos se sobrepusieron exactamente. La Tierra hab�a
desaparecido.
Era tan cautivadora la visi�n del periscopio que nadie hab�a
despegado de �l la vista. Mientras nosotros segu�amos la misma
l�nea, la Tierra giraba sobre su eje inclinado haciendo desfilar
pausadamente ante nosotros Alaska, Rusia, Europa del Norte y el
asomo de la costa norte de �frica.
Nos despert� del embeleso la voz m�s n�tida que produjera jam�s un
aparato. Tage invitaba a tomar la refecci�n; la orden fue repetida
en lat�n y en ingl�s. Cuatro comprimidos vitam�nicos, dos barras de
chocolate y un vaso de vino suave formaron nuestra dieta, la que
consumimos r�pidamente pues nos invitaba a hacerlo as� la pantalla
con luminos�simos puntos que describiendo un enorme circulo se
alinearon para formar nuestra escolta.
Hab�amos o�do la voz clara de Tage impartiendo instrucciones y la
segu�amos oyendo. Los marcianos de la base lunar llegaban a darnos
la bienvenida. Est�bamos a pocos minutos de nuestra primera etapa.
El maravilloso convoy comenz� a describir un amplio semic�rculo;
�bamos a hacer contacto con la Luna por su parte opuesta a la
Tierra.
Al inclinarse la nave para seguir el movimiento de la formaci�n volvi� nuestro periscopio a enfocar la Tierra:
esta fue la
visi�n que jam�s hab�amos so�ado. Un globo enorme, obscuro en el
extremo norte, con suave acentuaci�n luminosa que ven�a en aumento
hasta destacar como anillo brillante los rebordes del sudeste.
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Con
maravillosa esfumatura se distingu�an perfectamente delineados los
rebordes del continente europeo; m�s iluminados al sur, Inglaterra y
las costas sur del continente africano, que se esfumaba en una
oscuridad intensa por noroeste.
Est�bamos bordeando la Luna a una altura de cuatro mil metros.
Muchos de los aparatos volvieron perezosamente a dar se�ales de
vida, mareando una leve presi�n.
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Las turbinas denunciaron la
presencia de una atm�sfera casi imperceptible; la velocidad fue
reduci�ndose r�pidamente y las naves descansaron en la extensa y
profunda llanura de un cr�ter gigantesco, profusamente iluminado.
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EN LA LUNA
La distancia de la Tierra a
la Luna es de 384,000 kms. Hab�amos
salvado esa distancia a una velocidad media de 65,000 kms. por hora.
La conocida voz invit� a todos a vestir la m�scara especial que
llev�bamos reservada al efecto para salir de las naves, provista con
reserva de ox�geno. La atm�sfera era casi insignificante y no
habr�a sido suficiente para nuestra respiraci�n.
Fue el primero en pisar el suelo de la Luna, Tage, siendo rodeado
por los veinte marcianos de la base que acudieron luego
inmediatamente a atendernos. Acto seguido nos dirigimos a la orilla
del cr�ter, en donde los marcianos hab�an aprovechado una amplia
cavidad convirti�ndola en confortable refugio con atm�sfera de aire
acondicionado. Reunidos todos y removidas las m�scaras, disfrutamos
por unos minutos de franca camarader�a comentando el viaje, no como
una pesadilla sino como una maravillosa experiencia. Jam�s hab�amos
imaginado la posibilidad de la haza�a como el viaje m�s natural del
mundo.
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�C�mo podr�amos haber imaginado una cena en la Luna despu�s
de almorzar en la Tierra?
Vueltas a ajustar las caretas abandonamos el refugio e iniciamos un
recorrido alrededor del cr�ter que medir�a unos ciento cincuenta
kil�metros de di�metro. A diferencia de los volcanes terrestres, sus
bordes superiores, que formar�an un circulo de unos ciento ochenta
kil�metros de di�metro, eran tan perfectamente delineados que daban
la impresi�n de ser artificiales.
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La llanura del fondo del cr�ter
era poco accidentada excepto por numerosos conos menores
diseminados en ella disformemente y enormes grietas de profundidades
inalcanzables. La profundidad del valle interno, del fondo al
extremo borde superior, podr�a calcularse de unos cinco mil metros.
Su composici�n f�sica no demostraba m�s que escoria de lava sin una
sola se�al de vida. La Luna era un astro muerto con un clima
intensamente fr�o que calculamos no superior a los 40 grados
cent�grados bajo cero. Todo su aspecto denotaba que su formaci�n
resultaba de un r�pido cataclismo por el cual su masa era lanzada al
espacio, explotando luego en una violenta erupci�n de su calor
interno por mil distintas partes, para enfriarse inmediatamente.
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La
atm�sfera casi imperceptible daba a nuestros cuerpos una extra�a
sensaci�n de ligereza por la cual nuestro peso parec�a reducido a un
diez por ciento. M�s bien que caminar parec�amos transportados
sobre la superficie. Todo el conjunto daba la impresi�n casi
ilusoria de un sue�o. Era un medio sumamente extra�o.
Reservando ulteriores datos y observaciones sobre el sat�lite para
otra publicaci�n, seguiremos nuestro itinerario.
Reunidos nuevamente en el campo de aterrizaje fuimos invitados a
abordar un gigantesco disco, igual al dejado por los marcianos en
nuestro planeta. Subimos a bordo 26 personas.
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Elevose inmediatamente y sobrepasando el
cr�ter, tom� rumbo alrededor del sat�lite continuando la curva que
hab�amos suspendido al descender, en sentido inverso al movimiento de
traslaci�n de la Luna.
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No tuvimos tiempo de fijarnos en el panorama de la superficie que
dej�bamos bajo nuestros ojos y desfilaba en la semioscuridad,
porque a los pocos minutos se present� ante nosotros otro encanto:
nuestro globo terrestre, que contempl�bamos, no ya por los lentes de
un periscopio, sino por las numerosas mirillas de la nave.
Una inmensa esfera de l�neas resplandecientes, con la parte
occidental esfum�ndose de penumbra a oscuridad intensa para terminar
del lado opuesto despidiendo vivos reflejos de un rojo p�rpura. El
resplandor del Atl�ntico daba resalte al n�tido dise�o de las costas
de dos continentes cuyas elevadas monta�as, oscuras al pie, se
aureolaban en las cumbres nevadas con un vago reflejo de penumbra.
Imag�nese el lector que est� contemplando la Luna cincuenta veces
m�s grande de como la ve de ordinario y tendr� la idea exacta del
tama�o con que se presentaba a nuestra admiraci�n la Tierra.
Coloque detr�s de esa esfera un enorme reflector de modo que sus
rayos se derramen por todos sus bordes y tendr� una idea del
espect�culo.
Las pel�culas obtenidas transportar�n pronto a nuestros lectores a
contemplar esa visi�n.
Por la falta de atm�sfera no pod�a el enorme disco avanzar
lentamente, de modo que, despu�s de diecis�is minutos, descans�bamos
nuevamente al lado de nuestras naves.
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Acto seguido fueron inspeccionadas las naves que hab�an sido ya
revisadas minuciosamente durante nuestra ausencia. Reverentes
enviamos un emocionado mensaje a nuestros colegas de Tierra
notificando la llegada al sat�lite y la inminente partida a nuestro
destino final. No sin un estremecimiento de emoci�n o�mos n�tida,
como s�lo en el espacio silencioso.
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Silencio del cielo, pod�a o�rsela voz de
Martinelli transportada a
nosotros por el genio de Marconi y en el idioma universal.
Mente vos et corde comitamur, hic, illic et ubique universorum
regi laus et Gulielmo.
�
'"Os acompa�amos con la imaginaci�n y el coraz�n.
Aqu�, all� y en
todos los astros, loor al rey del Universo y a Guillermo."
�Est�bamos so�ando? Era demasiado grande la realidad. Presentes, y
en dos mundos distintos. �Qui�n pod�a olvidar en esos momentos al
gran maestro?
Se repitieron las �ltimas detalladas instrucciones. Cada uno ocup�
su puesto. Diez naves m�s se unieron al convoy; los marcianos
estacionados en la Luna regresaban con nosotros a su patria. Las
naves se iluminaron y se elevaron.
Eran en nuestros relojes las veintid�s horas.
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DE LA LUNA A MARTE
De aqu� en adelante nosotros abandonar�amos las naves a merced de la
maravillosa energ�a a la cual eran sensibil�simas. La velocidad no
tendr�a por parte nuestra ning�n control. Rechazadas por la fuerza
centr�peta de la Tierra su velocidad seria de un d�cimo de la
velocidad de la luz o sea de 30,000 kil�metros por minuto en la
oscuridad. Al ser afectadas por la luz solar su velocidad ser�a
duplicada para tornarse indecisa en la frontera entre la atracci�n
de la Tierra y la atracci�n de Marte.
Al llegar bajo la influencia de Marte ser�a cortado el circuito de
repulsi�n y dejadas a merced de la atracci�n marciana.
N�tese aqu� que pudo comprobarse definitivamente que la fuerza
centr�peta de cada astro es energ�a negativa y su fuerza centr�fuga
energ�a positiva. Esto establecido, muchos problemas dejaron de ser
tales y el campo abierto inmenso.
�
Nosotros deb�amos abandonarnos a una completa relajaci�n nerviosa,
y, posiblemente, al sue�o. Las 19 naves formaban un enorme c�rculo
energ�tico, de 18 unidades en la circunferencia y una en el centro
como n�cleo de un sistema celeste, sencillamente un cometa cuya
trayectoria ser�a controlada por la gravitaci�n de dos planetas.
El gigantesco convoy inici� la r�pida ascensi�n. Abandonamos el
cr�ter verticalmente y despu�s de describir una breve curva tomamos
el rumbo al planeta en l�nea recta. La Luna, envuelta en suave
penumbra era reflejada en la pantalla del periscopio con l�neas
indecisas. A los pocos minutos fueron reproducidos sus contornos con
progresiva reducci�n de su circunferencia mientras ven�a
introduci�ndose nuevamente en el panorama la esfera de la Tierra
que a los veinte minutos era mayor que la de la Luna.
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Cuajaban la
pantalla numeros�simos astros como puntos brillantes con vivo
destello.
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Obturamos el reflejo del lente superior para admirar sin
interferencias la Tierra y la Luna cuyos discos iban paulatinamente
reduci�ndose entre un mar de destellos de otros cuerpos a su
alrededor. Sin embargo su figura no presentaba detalles pues el
hemisferio que contempl�bamos estaba ya envuelto en la oscuridad.
La Luna no era m�s que una mancha oscura.
Eran en nuestras naves la veinticuatro horas. Hab�amos recorrido
tres millones de kil�metros. En el espacio comenzaba a vislumbrarse
una vaga claridad.
�
De la nave de gobierno, Tage invit� a la
refecci�n formada con la misma dicta que la anterior. Fuimos
exhortados a conciliar el sue�o alternando en vigilia dos cada dos
horas. A las dos de la ma�ana el resplandor era m�s vivo y nuestra
velocidad iba en aumento. A las cuatro horas el cielo era claro y la
Tierra iba desvaneci�ndose.
�
Est�bamos ya a la distancia de siete
millones de kil�metros de la Tierra. Las naves tomaban m�s y m�s
impulso. A las siete de la ma�ana, envueltas en un sol brillante y
c�lido las naves eran transportadas con una velocidad de ochenta mil
kil�metros por minuto. Nos separaban ya de la Tierra veinte millones
de kil�metros.
Nuestras naves eran exteriormente puntos de una fulgurante
luminosidad condensando una carga de energ�a de intensidad
incalculable. La visi�n hacia el exterior era ya imposible porque
la luz externa que difund�a el casco magn�tico la interceptaba.
Cegamos las mirillas y obturamos el periscopio.
Las transmisiones radiales en cambio pod�an efectuarse m�s
n�tidamente que nunca.
�
La enorme carga el�ctrica de la nave
comunicaba a las ondas una potencia que s�lo nuestra base ecuatorial
estaba en capacidad de captar.
�
�

Instrumento marciano que marca los campos da gravitaci�n entre
los
dos planetas.
A.- Campo da atracci�n terrestre. B.- Campo da
atracci�n marciana. C- Campo neutral. T.- Tierra. M.- Marte.
�
�
Para muchas
otras estaciones terrestres no causar�an m�s que serias
perturbaciones.
Tanto con la Tierra como con Marte la comunicaci�n era peri�dica:
Cada hora.
�
A las siete de la ma�ana hab�amos enviado el �ltimo
mensaje y recibido la �ltima respuesta. La respuesta, como todas,
rebosaba j�bilo.
�
�
�
�
Dentro de breve tiempo llegar�amos a la frontera terrestre, o sea,
al lugar del espacio en donde termina la fuerza de atracci�n e
influencia terrestres para entrar al reino de Marte, o sea, en el
�rea de su atracci�n y gravitaci�n. Un instrumento especial, con el
cual los marcianos hab�an dotado nuestras naves, se�alar�a con
exactitud esta demarcaci�n. Un cuadrante por cuya esfera gira una
aguja magn�tica que en tierra descansa en el extremo izquierdo y
procede con movimiento ascendente hasta el l�mite opuesto.
�
El punto
de transici�n est� marcado con un peque�o campo neutral en el cual
la aguja sufrir�a una serie de vibraciones oscilatorias, para
recobrar en el nuevo campo magn�tico un movimiento estable
progresivo. Todos los instrumentos marcianos, inclusive los
relojes, proceden en sentido inverso al de los nuestros. o sea, de
derecha a izquierda; en este caso, por lo tanto, la aguja caminaba
de izquierda a derecha, a la inversa para los marcianos.
A las diez de la ma�ana las naves proced�an ya con su m�ximo impulso
estable. Ten�amos recorridos catorce millones y medio de
kil�metros.
A las doce horas nos separaban de la Tierra cuarenta y ocho millones
de kil�metros.
A las doce horas veinticinco minutos la aguja del instrumento, que
hoy ocupaba por entero nuestra atenci�n entr�
en el campo neutral sufriendo violentos movimientos oscilatorios,
pasando del campo rojo (terrestre) al campo amarillo
(de Marte), Despu�s de tres minutos qued� estable en el campo
amarillo. La posici�n marcaba un espacio neutral de unos doscientos
mil kil�metros. Tambi�n las naves sufrieron notables sacudidas pero
pronto recobraron firme estabilidad,
rest�bamos en otro cielo.
La voz de Tage nos dio cort�s bienvenida que fue inmediatamente
retransmitida a la Tierra. Recibimos respuesta, pero era patente que
las ondas de la radio sufr�an ya serios desequilibrios. Si bien las
ondas llegaban a nuestros receptores eran sin embargo confusas e
ininteligibles. Esto ya lo supon�amos de modo que no ocasion�
preocupaci�n alguna. En lo sucesivo la comunicaci�n clara y directa
con la Tierra ser�a casi imposible, pero era suficiente con las
se�ales de vida de nuestros aparatos.
Iba asimismo desapareciendo un leve amodorramiento que en las
�ltimas dos horas se ven�a posesionando de nosotros. Las naves
segu�an ya inalterable su curso y, a las dos de la tarde ten�amos
recorridos cincuenta y seis millones de kil�metros en el espacio.
Otros nueve millones nos separaban de Marte.
O�amos claramente las instrucciones de Marte y las respuestas de
Tage. La velocidad ser�a reducida, podr�amos dar acceso a la luz por
las mirillas y hacer uso del periscopio. A los diez minutos fue
disminuyendo la intensidad del brillo externo de las naves y al
mismo tiempo aclar�ndose la visi�n en las pantallas. La velocidad
iba reduci�ndose: sesenta, veinte, diez, mil kil�metros por minuto.
�
A las catorce horas, cinco millones de kil�metros nos separaban de
Marte. A las quince horas treinta minutos, doscientos cincuenta mil
kil�metros se interpon�an entre nosotros y el planeta. La velocidad
fue reduci�ndose a tres mil por minuto, dos mil, y finalmente, diez
mil por hora.
La visi�n en las pantallas era clar�sima. Eran las seis de la tarde.
�
Imposible describir la impresi�n y emociones que nos embargaban. No
pens�bamos con lucidez, y no era efecto del miedo; era la mente, el
coraz�n, era el esp�ritu que no soportaban la grandiosa realidad
que los sentidos le impon�an.
�Era realidad todo aquello?
�La Tierra! Era un astro de primera magnitud el m�s fulgurante del
ciclo. Nuestro querido planeta, un punto luminoso, confundido entre
miles, entre millones de otros puntos brillantes.
�
Y la Tierra sin
embargo estaba habitada.
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�
�
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�Estar�a habitado el planeta Marte?
�Estar�a habitada la Tierra? Eran las preguntas que por miles de
a�os hab�an inquietado a los dos mundos.
Los marcianos ya lo sab�an. Hoy conocer�amos nosotros la respuesta.
�Qu� peque�as, qu� mezquinas somos a veces las criaturas! Cre�amos
que el mundo terminaba tras las columnas de H�rcules. Los romanos
ampliaron el horizonte: Hab�a m�s tierras, nuevas islas y habitantes
en esas tierras y en esas islas. Y otra vez cre�ase fijado el nuevo
l�mite del mundo.
Crist�bal Col�n volvi� a borrar confines y escribi� en el globo
nuevos continentes, nuevas islas y encontr� millones de seres en
ellas.
Marconi invadi� los espacios, uni� mares, islas y continentes y
abri� el camino a nuevos mundos.
-
�Y dudamos que en otros astros haya habitantes?
-
�Que es la Tierra?
Un grano de polvo en la inmensidad del espacio.
-
�Por qu� hab�a de
ser exclusivo de la Tierra el privilegio de la vida?
-
�No habr�
alcanzado el h�lito divino a esparcir vida, esp�ritu e inteligencia
en los otros mundos?
Mucho hemos de temer que el no creerlo as� no
nos otorgar� la exclusividad de la vida, pero, s�, la prioridad
entre todos por escasez de
evoluci�n; �sta es por lo menos la impresi�n nuestra recabada del
contacto con los marcianos.
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�
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�Sune! �sune! �cuni or�n, na�i tale sori!
�Al�! �Al�! Look at east. Aursatellite Sori,
�Atenci�n! Vista a oriente. Nuestro sat�lite Sori.
�
Y efectivamente
a s�lo unos mil kil�metros de distancia proyect�base, gigantesco
por la cercan�a, el peque�o sat�lite de Marte. Bautizado por Hall
con el nombre de Phobos.
Ya Marte abarcaba toda la pantalla multiplicando ante nuestros ojos
mil detalles geogr�ficos, mares, islas, continentes. De pronto fue
interrumpido el espect�culo por una fant�stica visi�n. Docenas,
centenares, miles de naves esmaltaban las pantallas. Ven�an a
nuestro encuentro los marcianos con un despliegue tal de grandeza,
generosidad y poder�o que dif�cilmente las potencias terrestres
podr�an igualar.
�
�Y hab�a raz�n para ello. No ser�a acaso �ste el
m�s grande de los acontecimientos que registra la historia del
Universo?
A las seis y media de la tarde, a diez y ocho mil metros de la
superficie, los instrumentos comenzaron a revivir, tornaron a
evolucionar las turbinas y las naves a moderar su brillo. Est�bamos
en un medio atmosf�rico confortable. Las naves que surg�an del
planeta iban disponi�ndose en gigantesco cortejo en el cual las
nuestras constitu�an la cabeza. Discurrimos unas diez minutos a
poca altura y tocamos tierra.
Eran las seis de la tarde cuarenta y cinco minutos; en Marte las
siete de la ma�ana.
Nota.- De aqu� en adelante seguiremos usando el t�rmino "Tierra"
para referirnos al suelo de Marte.
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La fabulosa recepci�n en el planeta.
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EN MARTE
Todos los habitantes del planeta estaban enterados y esperaban
nuestra llegada.
La ciudad de Tanio, capital de Marte, ocupaba el centro de una
extensa llanura, la mayor del planeta. El campo de contacto, que
as� ll�manse en Marte los campos de aterrizaje medir�a unos cinco
kil�metros de superficie y hoy estaba literalmente cubierto de
naves dispuestas en un orden perfecto s�lo las que hab�an ido a
nuestro encuentro sumaban m�s de mil. Muchas de ellas, sin embargo,
hab�an descendido en otros lugares de la ciudad.
No menos de cien mil personas, ordenadamente distribuidas,
esperaban formando un gigantesco semic�rculo. Ocupaba el centro del
semic�rculo un grupo distinguido de personajes, rodeados de una
guardia de honor.
Nuestros aparatos se detuvieron a unos cincuenta metros de ellos.
Detr�s de nosotros las otras naves que nos hab�an
acompa�ado desde la Tierra y desde la Luna. Tage descendi� primero
de la nave y, erguido el cuerpo, hizo ante las autoridades el
conocido saludo. Acto seguido rindi� el mismo tributo toda la
tripulaci�n marciana.
Tage regres� a nuestras naves y nos invit� a descender. Los tres
principales personajes del grupo central se adelantaron.
�
Nos
detuvimos frente a ellos y ejecutamos su saludo correspondido el
cual nos inclinamos en respetuosa reverencia ante los tres supremos
jefes del planeta:
-
Logare, el supremo moderador
pol�tico
-
Sunina, supremo moderador
religioso
-
Sarinu, supremo moderado cultural
Los
jefes en Marte son denominados con el t�tulo general de NOSE,
principal, cuya verdadera acepci�n equivale propiamente a
"moderador".
Nueve hermos�simas doncellas, espl�ndidamente ataviadas, nos
brindaron los primeros perfumes y los primeros colores de su tierra
con sendos ramos de flores. Inmediatamente nos encaminamos con la
magn�fica escolta a la residencia de gobierno e, introducidos en
una hermosa habitaci�n que hab�a sido anticipadamente acondicionada
para nosotros, fuimos dejados solos.
Los hombres de Tage se hab�an ocupado de nuestras naves y de
nuestras cosas. Tage nos visit� encareci�ndonos descanso y
refrigerio.
Y aqu� una breve digresi�n.
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En las narraciones imaginarias de viajes interplanetarios y en sus
descripciones, muchos autores divagan en absurdas fantasmagor�as,
pero en realidad no es as�. Los astros son regidos por las mismas
leyes.
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Las leyes f�sicas, igual que las astron�micas, son por lo
tanto iguales en cualquier parte del universo, produciendo, en
iguales circunstancias, iguales efectos.
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Los g�rmenes y las
distintas manifestaciones de vida, tanto
vegetal como animal, tenidas en consideraci�n las variantes del
medio, ser�n iguales. Con mayor raz�n las manifestaciones del ser
inteligente, pues, si puede variar la materia, el esp�ritu en cambio
tendr� la misma relaci�n; el ambiente �nicamente podr� influir en su
mayor o menor grado de desarrollo.
Formando Marte parte del Sistema Solar, y gravitando alrededor del
Sol casi en las mismas condiciones que la Tierra, siendo igual su
constituci�n f�sica, hallar� la vida igual medio de desarrollo en �l
que en la Tierra.
A pesar de tantas elucubraciones cient�ficas, tendremos forzosamente
que rendir tributo al sapient�simo relato de la Biblia. En la
formaci�n del mundo el Supremo Arquitecto, por medio de sus leyes
insondables, ha separado la parte l�quida de la s�lida (que la
Biblia nombra �rida) y la gaseosa que nosotros llamamos aire y en
cada uno de los elementos ha puesto a incubar los g�rmenes de vida.
En todos los astros, por tanto, en que se encuentren definidos los
tres elementas, habr� igual manifestaci�n de vida. A nuestra parte
"�rida" nosotros la llamamos tierra lo mismo podr�amos llamarla
Venus o Marte.
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Tambi�n es cierto, y otra vez la Biblia tiene raz�n,
que para el ambiente favorable a la vida es indispensable el
desposorio de los tres elementos: tierra (�rida), agua (aguas
inferiores) y atm�sfera (aguas superiores). Donde falte cualquiera
de los tres elementos faltar� la vida. Reconocemos que la Biblia en
este caso se ha adelantado milenios a la ciencia.
No est� aqu� fuera de lugar el recordar que el autor del G�nesis era
un sabio. Mois�s, expuesto apenas nacido a las aguas del Nilo, fue
recogido y adoptado por la hija del Fara�n, recibiendo en la Corte
la educaci�n e instrucci�n de un pr�ncipe egipcio, lo cual no era
poco. Los egipcios, particularmente en esa �poca, dominaban muchos
secretos de la naturaleza, en especial la qu�mica, la geolog�a, la
astronom�a y la astrolog�a.
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No es por lo tanto de mirarse con
ligereza el
relato del g�nesis pues si bien el autor narra el origen del mundo
de un modo accesible al entendimiento de un pueblo de cerviz obtusa,
refleja sin embargo las teor�as y creencias de los m�s sabios
investigadores cient�ficos del Egipto de entonces, y eso es mucho;
adem�s de la revelaci�n divina, en la dial, desde luego, creemos
firmemente.
Es tal la analog�a entre Marte y la Tierra que el que mira con ojos
cient�ficos tendr� que ver en Marte seres animales, flora y fauna
igual que en la Tierra.
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Es exactamente lo que liemos constatado. En Marte tiene la vida un
desarrollo muy an�logo al de nuestro planeta tanto en la fauna como
en la flora. Hay por lo tanto en Marte animales, flores y frutos
como en la Tierra y muchos son iguales en las dos partes. En cuanto
a los habitantes, nos aventajan mucho a�n en su aspecto f�sico,
porque el medio climat�rico es m�s favorable. En la Tierra misma
hay partes en que la inteligencia se desarrolla mejor porque el
ambiente y el clima permiten m�s dedicaci�n y consagraci�n
intelectual. En otras, en cambio, lo deprimente del medio atrofia
las facultades intelectuales.
Los marcianos han sido privilegiados pues el ambiente climat�rico
presenta condiciones favorabil�simas para el desarrollo
intelectual. El cuerpo no sufre casi opresi�n alguna por el clima,
que es benigno y fresco aun en las partes m�s bajas, ni por la
atm�sfera que es muy liviana. De ah� que su nivel intelectual y
moral, tenemos que confesarlo, es muy superior al nuestro.
Tampoco sufre el planeta de las violentas perturbaciones
atmosf�ricas que tantas desastrosas consecuencias acarrean en la
Tierra. De ah� que son err�neas muchas concepciones que de ellos se
forman algunos escritores que nos figuran al marciano, como deforme,
b�lico, feroz y destructor. Forj�monos una imagen a la inversa y
tendremos una idea de los habitantes de este planeta.
Los marcianos han visitado tambi�n el planeta Venus pero
no parecen inclinados a buscar relaciones con sus habitantes, pues
sufren de un desequilibrio m�s acentuado que nosotros, los
habitantes de la Tierra; y es explicable, a la luz de las razones
arriba expuestas. El nombre de Marte es para nos otros sin�nimo del
Dios de la guerra y Venus de la gracia, belleza y poes�a. Fue un
error de los antiguos. Invi�rtanse los nombres y tendremos una idea
bastante aproximada de la realidad. Coloquemos nuestro planeta en el
t�rmino medio y completaremos el concepto de los tres planetas que
son habitados en el sistema solar.
Fue oportuna en la Tierra la visita de un redentor: Marte no la
necesit� y Venus a�n no est� dispuesto para recibirla.
En el caso de una alianza interplanetaria los venusinos no ser�an
confiables, mientras que los marcianos nos traer�an grandes
ventajas.
Venus que se halla mas cerca del Sol, puede tener un clima medio de
unos cuarenta grados cent�grados, clima muy oprimente para la
dedicaci�n y el desarrollo intelectual. Marte tiene un clima medio
de diez grados y la atm�sfera m�s liviana un ambiente, por lo
tanto, mucho m�s favorable que el de Venus y de la Tierra que tiene
un clima medio de veinte grados.
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En Marte el esp�ritu y la
inteligencia tienen el predominio; en Venus predomina la materia;
en la Tierra soportaremos la lucha entre las dos potencias.
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M�s que del aspecto f�sico de su planeta nos interesaba ahora
vivamente enterarnos de su historia, de su pol�tica, el adelanto de
sus ciencias, su religi�n y su cultura.
Cinco d�as era el tiempo m�ximo al cual podr�a prorrogarse nuestra
estancia porque el progresivo alejamiento de los planetas podr�a
acarrar complicaciones para el regreso. Tuvimos que descartar
tambi�n la idea de permanecer hasta una pr�xima ocasi�n favorable
para el regreso porque nuestra
instituci�n necesitaba nuestras observaciones, nuestras
experiencias. Unos y otros est�bamos intrigados en el
perfeccionamiento de nuestros medios de comunicaci�n; treinta
marcianos hab�an quedado en el campamento con los nuestros y por
otra parte la pr�xima ocasi�n propicia ser�a a fines de 1959. As�
que fijamos el regreso para el d�a 19 de octubre.
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En otra
publicaci�n daremos informes detallados de la geograf�a, hidrograf�a
del planeta; nos entretendremos ahora brevemente y a grandes rasgos
sobre los principales aspectos que deseamos dar a conocer.
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Volver al �ndice
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RASGOS GENERALES DE LA GEOGRAF�A DE MARTE
De la geograf�a del planeta expondremos por ahora solamente los
rasgos generales, los que sean indispensables para el mejor
entendimiento de lo que vamos a relatar.
Las dos terceras partes del globo terrestre est�n cubiertas de agua.
En Marte ocupa la tierra las dos terceras partes y s�lo una parte es
cubierta de agua. No hay grandes oc�anos, sus mares en cambio son
numerosos y pocos se comunican entre s� naturalmente. La parte
terrestre puede dividirse en dos continentes que sin embargo est�n
unidos.
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M�s exactos ser�amos si dij�ramos que forman un solo
continente, salpicado por varios lagos, seis de los cuales son
verdaderos mares. Desde luego es mucho m�s pobre en agua que la
Tierra pero en cambio sus aguas est�n mucho mejor distribuidas y
esa distribuci�n fue completada por un verdadero prodigio de
ingenier�a, que uni� casi todos los mares con
gigantescos canales.
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Estos canales se hab�an hecho indispensables.
Siendo sus regiones polares congeladas de una extensi�n mucho mayor
relativamente, que las terrestres, sus deshielos estivales causaban
enormes inundaciones, que con el aumento de poblaci�n fue forzoso
contener y eso dio origen a la obra de ingenier�a m�s portentosa que
pueda concebirse.
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Hay muchos canales que miden tres y cuatro
kil�metros de ancho.
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Marte: hemisferio occidental
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l�a contribuido a facilitar la grandiosa obra lo poco accidentado
del suelo. Sus monta�as m�s elevadas no pasan de los dos mil metros
y son muy contadas.
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Completa su sistema orogr�fico una cadena de
colinas casi uniformemente distribuidas sobre el continente. Sus
llanuras son extensas. Volcanes tiene s�lo uno, inactivo desde
tiempo inmemorial.
La misma naturaleza, con esa equilibrada distribuci�n de las aguas,
que el ingenio de sus habitantes complet�, ha permitido una m�s
equitativa repartici�n de su poblaci�n con la contribuci�n de un
clima moderado y uniforme.
La poblaci�n en Marte es mucho m�s densa que en nuestro planeta, con
un total de seiscientos millones de habitantes.
Fuera de las regiones congeladas que cubren la cuarta parte del
planeta, todo el territorio es poblado y su suelo cultivado con un
maravilloso sistema agr�cola; sus monta�as est�n cubiertas de una
exuberante extensi�n boscosa.
De mil metros arriba sobre la superficie h�meda no existen
posesiones privadas, considerase, como dir�amos nosotros, propiedad
nacional y todos los habitantes contribuyen para su conservaci�n y
prosperidad. Grata fue nuestra sorpresa al encontrar como se�or de
las alturas al mismo pino que se�orea en nuestras monta�as.
Las alturas de Marte son verdaderos encantos; el �rbol se le rinde
un tributo tal que raya en verdadero culto. Contribuye a su
prosperidad el haber eliminado los marcianos casi totalmente el uso
de la madera. Siendo su suelo mucho m�s rico en metales que el
nuestro, el marciano domina la metalurgia maravillosamente. Todo se
hace de metal, inclusive el papel. Nadie tiene derecho a explotar la
tierra cinco metros bajo la superficie.
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Las extracciones se
verifican de las monta�as. Si estableci�semos en este respecto un
parang�n con la Tierra constatar�amos realidades para nosotros
vergonzosas.
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T�ngase en cuenta que Marte es cinco veces m�s peque�o que la Tierra
y que sus regiones polares congeladas son mucho m�s extensas que las
nuestras.
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La vida estuvo a punto de desaparecer del planeta Marte.
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Agot�ndose
su energ�a interna con el abuso de las extracciones, extingui�ndose sus bosques, reduci�ndose el volumen de sus
aguas y propag�ndose los desiertos, funestas calamidades comenzaban
a azotar a sus habitantes. Eso los indujo a proceder a una
verdadera revoluci�n y restauraci�n agraria. La gigantesca reforma
fue iniciada por la m�s c�lebre y venerada figura de toda su
historia, Dani.
Desde entonces todo marciano comenz� a rendir un verdadero culto a
su tierra. El suelo podr�a explotarse �nicamente hasta no m�s de mil
metros de altura y no m�s abajo de los cinco metros de profundidad.
Cada marciano se convirti� en lo que desde entonces no ha dejado de
ser: un obsesionado amante de la tierra.
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La temperatura media en Marte es de diez grados cent�grados, pero
las cuatro quintas partes de la poblaci�n vive bajo un clima de 16 a
18 grados.
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Este clima ideal con su atm�sfera liviana constituyen un
medio propicio al desarrollo de una exuberante vegetaci�n; sin
embargo, la mayor�a de sus cultivos, desde tiempos lejanos,
proceden con el m�todo reci�n introducido en la Tierra y que
nosotros conocemos con el nombre de hidropon�a.
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Permite este
sistema obtener m�ximo rendimiento en un m�nimum de superficie y
sin causarle a la tierra ning�n agotamiento.
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El setenta por ciento
de la alimentaci�n marciana es obtenido por este procedimiento; su
suelo por tanto goza de un descanso casi absoluto que le ha devuelto
una extraordinaria fertilidad, asegurando al planeta futura
abundancia y riqueza.
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En Marte no se concentra la poblaci�n en grandes n�cleos urbanos.
Est� distribuida en numerosos centros peque�os o
peque�as ciudades y en toda la extensi�n de la campi�a. Tanio, la
capital, es la �nica verdaderamente grande y cuenta con doscientos
cincuenta mil habitantes en su recinto interno. Ninguna de sus
casas pasa de dos pisos y aun �stas son muy pocas. La casa t�pica
marciana es de un solo piso pero rara vez mide menos de seis metros
de altura. Todas culminan en azoteas o terrazas que se truecan en
verdaderos jardines en cuyo centro campea siempre su familiar
receptor de energ�a solar.
Distribuidos por todos los �mbitos del planeta y como templos que
dominan los principales n�cleos de poblaci�n, se destacan los
blancos edificios de investigaci�n cient�fica, a los cuales
cualquier vecino tiene libre acceso.
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Son tres las ocupaciones
predominantes de todos los habitantes del planeta: el ejercicio
f�sico, la agricultura y la investigaci�n cient�fica.
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Todos
practican las tres actividades.
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DEPORTES
Los marcianos, todos sin excepci�n, hombres y mujeres, practican el
deporte. Es un planeta deportivo.
Nosotros, los habitantes de la Tierra, apenas si conocemos el
deporte. A menos que les queramos llamar deporte a las exhibiciones
de competencia f�sica que no son otra cosa que trucos comerciales,
en los que, mientras una docena de individuos corre, nada o juega a
la pelota, otros cincuenta mil contemplan sentados el espect�culo,
desembolsando para ello buena cantidad de dinero. Es �nfimo entre
nosotros el n�mero de los que ejecutan los ejercicios f�sicos, los
dem�s (y son pocos tambi�n) se conforman con mirarlos.
En Marte todos, hombres, ni�os y mujeres, practican el ejercicio
f�sico en sus casas, en sus jardines y en p�blicos sitios
reservados para ello, sin que nunca se les haya ocurrido cobrar para
exhibirse ni pagar para ver.
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Por eso los marcianos ostentan un gallardo y robusto aspecto
f�sico y manifiestan como inherente a su naturaleza un esp�ritu
admirable de orden y disciplina. Es impresionante la actitud de las
masas en las p�blicas concentraciones como en el caso de nuestra
llegada; la disciplina, el orden y la m�s equilibrada intuici�n
dan por resultado una conducta tal que en la Tierra necesitar�a
larga preparaci�n.
A diferencia de ciertos deportes nuestros que se han convertido en
verdaderas exhibiciones de esfuerzo bruto, que predispone a la
explosi�n de pasiones violentas, como el odio, la venganza, la
envidia, con repercusiones a veces internacionales, en Marte
reviste verdaderos caracteres de nobleza, en que el cuerpo robustece
el esp�ritu y el esp�ritu ennoblece el cuerpo.
Toda clase de ejercicios f�sicos es ejecutada bajo los rayos del
Sol. Los marcianos desarrollan su vida en �ntimo contacto con el
astro maravilloso, y estamos convencidos que este contacto con la
naturaleza influye mucho en su elevado nivel de nobleza y cultura.
No podemos las criaturas sustraernos a esa influencia.
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Es un error
pretender forjarnos una existencia prescindiendo de la influencia
del ambiente natural. Por el Sol existimos y vivimos: el Sol con su
energ�a infunde la vida a las plantas, mantiene en equilibrio a los
planetas; con su calor germina la simiente, se vigoriza la tierra,
viven las aguas y se evaporan para formar la atm�sfera que nos
mantiene el ser.
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Los marcianos han sabido adem�s extraer del Sol
toda la energ�a del movimiento mec�nico.
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AGRICULTURA
Los habitantes de Marte se dedican todos en alguna forma a la
agricultura. Los alimentos de cada familia son cultivados y
preparados por ella misma.
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Siendo, como veremos, su sistema pol�tico-social muy distinto del
nuestro, no existen en Marte diferencias de clase y mucho menos de
razas. No existen latifundios, patronos poderosos ni terratenientes
exclusivistas. Cada familia posee su tierra, la que cultiva para sus
necesidades, no existen consecuentemente braceros de oficio que se
dediquen al cultivo de la propiedad ajena.
Constituye as� la agricultura un hobby general y la m�s difundida de
las ocupaciones. En Marte reviste dignidad y car�cter sagrado todo
lo que tiene relaci�n con la naturaleza, la cual ha correspondido
generosamente, prodigando en abundancia el conocimiento de muchos
de sus arcanos. El Sol, la m�s excelsa de las criaturas, por el cual
existe, subsiste y
vive el planeta, es motivo de sincera veneraci�n y objeto de estudio
profundo.
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La tierra, el elemento vital para el habitante: de ella
somos, en ella y por ella vivimos. Las aguas son el elemento que
vigoriza y hace vivificante la tierra. La atm�sfera es el esp�ritu,
el fruto del desposorio entre la tierra y el mar; desposorio que,
con la energ�a vivificadora del astro rey, engendra la vida.
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Estos sublimes conceptos de la maravillosa armon�a natural hacen
del marciano un verdadero sacerdote de su tierra. Cuida la
integridad de las aguas con su constante circulaci�n, y la pureza de
su atm�sfera con la custodia diligente de su exuberante vegetaci�n.
A la luz de esta sublime ideolog�a, el marciano vive en �ntima
comunicaci�n con el ambiente que lo rodea y al dedicarse m�s y m�s
al escrutinio de esos elementos ha penetrado hondamente en sus
misterios. El Sol le ha prodigado sus encantos, la tierra sus
tesoros y la atm�sfera una sana y placentera existencia. Con la
gu�a de esos principios el cultivo de la tierra es tan placentero
como podr�a haberlo sido para Ad�n y Eva en el para�so terrestre.
As� ser� la tierra m�s agradable como mansi�n y menos pesada como
mortaja.
Al escuchar de los sabios marcianos la exposici�n de tan
elevada filosof�a no pod�amos menos que sentir l�stima por nuestro planeta,
cuyo brillo contempl�bamos con nostalgia
confundirse con las estrellas.
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L�stima, porque nuestra Tierra es
generalmente v�ctima de una agotadora explotaci�n sin m�s
miramientos que un lucro ego�sta.
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El cultivo de la tierra, a la luz de los altos principios que hemos
expuesto, es un trabajo dignificador y placentero. Se ha logrado
adem�s un conocimiento tan profundo de las propiedades
constitutivas del suelo y de sus frutos que su rendimiento es
altamente eficaz.
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Flores, frutos, verduras y plantas adornan terrazas, patios y
jardines que constituyen el encantador atractivo de cada vivienda.
Cada familia es poseedora adem�s de una porci�n de suelo m�s que
suficiente para el suministro holgado que permite llenar todas sus
necesidades, adem�s de la contribuci�n que cada uno aporta, para el
abastecimiento com�n, destinado a las personas dedicadas a las
tareas cient�ficas e industriales, para el cual objetivos otras
extensiones de suelo est�n reservadas.
Los cereales constituyen el cultivo principal, particularmente el
trigo, igual al nuestro, y otros dos granos que no conoce nuestro
planeta. El ma�z no es conocido en Marte.
Una rica variedad de tub�rculos, inclusive nuestra patata, que
forman uno de los alimentos b�sicos.
Plantas textiles s�lo son dos pero sin ninguna semejanza con el
algod�n y el lino nuestros. Las frutas son variad�simas, siendo las
principales la manzana, la pera, semejantes a las nuestras, el
durazno, mucho m�s desarrollado y una extensa variedad de uvas,
desprovistas de propiedades alcoh�licas. Las bebidas embriagantes
no son conocidas en Marte.
Volveremos a recordar que el sesenta y cinco por ciento de U
producci�n agr�cola es obtenido por el sistema hidrop�nico.
M�s detalles al respecto ser�n objeto de un tratado aparte; esto
bastar� para forjarnos una idea de la vida vegetal del planeta. Para
complemento consignamos de una vez que la fauna en Marte es mucho
m�s limitada que en la Tierra. No se conoce casi a ninguno de
nuestros animales salvajes, fuera de una variedad de oso blanco en
las extensiones polares.
Abunda en cambio una variedad considerable de animales dom�sticos de
adorno y de utilidad exclusiva para la producci�n lechera. El animal no proporciona al marciano ni alimento ni
vestido. En Marte es desconocida la dieta a base de carnes calientes
y no se conoce el vestido a base de lana u otras pieles.
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Lo que s�
abunda en su dieta es el pescado y varios productos de la flora
marina que son asimismo fomentados con diligente protecci�n.
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CIENCIA E INDUSTRIA
En Marte no hay fronteras, ni partidos, ni sectas en la religi�n.
Desde la lucha sostenida hace dos milenios por la supervivencia
com�n y a ra�z de la reforma general emprendida por Dani, todos los
habitantes del planeta se unieron en un solo bloque que unific�
ideales pol�ticos, religiosos y sociales. Fij�ronse principios
b�sicos que constituyeron gran�ticos cimientos a la s�lida
estructura que ha podido amparar un avance ascendente, incontenido hasta hoy.
Desde los primeros momentos de la reforma se inici� una sana
revisi�n de la investigaci�n cient�fica, a la luz de postulados
rectos y profundos. Esto ciment� consecuentemente toda la estructura
pol�tica, social, religiosa y cient�fica sobre bases generales de
solidez axiom�tica. Estos principios jam�s pudieron ser
tergiversados.
�
Mientras en la Tierra, por ejemplo, seguimos
investigando cu�l es el camino que conduce a Roma, en Marte el
camino es conocido y la preocupaci�n de
todos, una vez conocido el mejor y m�s corto, consistir� en
investigar el medio m�s pr�ctico para recorrerlo, hallado este
medio, lodos encaminar�n sus esfuerzos en perfeccionarlo. Tengamos
presente que el grado de adelanto a que hemos llegado nosotros al
presente, los marcianos lo hab�an logrado hace veinte siglos.
�
Ese
progreso sin embargo, llevaba en muchas de sus manifestaciones
inconsideradas a m�s de una funesta consecuencia, con peligro
inclusive de la muerte f�sica del planeta. En la gran reforma se
unificaron todas las instituciones cient�ficas, todos los n�cleos
industriales y el aporte de todos los habitantes. Las consecuencias
naturalmente fueron asombrosas e inmediatas.
�
Corrigi�ronse errores,
robusteci�ronse principios y se perfeccionaron los m�todos.
La m�s radical de las reformas fue la que promovi� un alto en seco a
toda desmedida explotaci�n natural y marc� el inicio de una
investigaci�n universal sobre la energ�a solar, dedicando a ello
todos los recursos al alcance. Con el decurso de los a�os loa
progresos fueron patentes, hasta alcanzar hoy el dominio del
espacio.
Esa energ�a era ya bien conocida y aplicada en Marte, como
actualmente la electricidad en la Tierra. Los marcianos, sin embargo,
ni siquiera conocieron los meloso rudimentarios de la generaci�n de
nuestra electricidad, que es recabada por la excitaci�n molecular:
siempre la hab�an obtenido de la energ�a solar.
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La energ�a at�mica era cosa por ellos bien conocida, pero desde el
principio hab�a sido descartada su utilizaci�n.
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En la Tierra podr�amos alcanzar muy pronto ese mismo alto nivel de
progreso, pero estamos procediendo exactamente como inquilinos de un
establecimiento psiqui�trico. Nuestro bajo nivel intelectual y,
sobre todo moral, nos lleva como ciegos que recorren un camino
tortuoso; s�lo la experiencia material es nuestra gu�a y los tropiezos a veces nos dan
sorpresas fatales.
�
Nuestra limitada evoluci�n espiritual nos induce
a discriminar razas, colores, desmembrar nuestro planeta con
bochornosas l�neas mal llamadas fronteras, marcadas con ego�smo,
odio y soberbia. Nos lanzamos en busca del progreso y jugamos al
escondite con sus frutos. �Acaso no tenemos un �nico e igual
destino? Nuestra inteligencia no tiene m�s l�mites que el Universo
en el mundo f�sico y Dios en el orden intelectual.
El primer llamamiento a la cordura ha sido ya lanzado por el hombre
m�s sensato, el primer magistrado de la naci�n m�s poderosa que ya
presiente el horror de tanta locura.
�
Eisenhower, el ap�stol de la
paz ha dado a gritos la voz de alerta. Depongamos los odios,
borremos fronteras, unamos las inteligencias. Si logramos esta uni�n
de esp�ritus y de mentes, la Tierra tambi�n ser� grande, pr�spera y
feliz; el reino pronosticado por el mes�as.
Pero volvamos a Marte.
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�
�
�
El inter�s de todos los habitantes de Marte por el desentra�amiento
de los arcanos cient�ficos es tan natural y arraigado como lo fuera
en los florentinos del siglo XVI la afici�n por el arte y la
arquitectura y en el pueblo italiano la inclinaci�n por la m�sica.
Su unidad pol�tico-social y la unidad geogr�fica del continente
hacen posibles el intercambio, la conformidad y unidad de sus
principios cient�ficos, de la marcha de los cuales todos est�n
enterados.
En cada centro medianamente poblado existe un centro popular de
estudio al cual concurren todos los vecinos; all� son enterados del
�ltimo adelanto y del siguiente proyecto. Toda informaci�n,
sugerencia e iniciativa particular son recogidos y remitidos a los
centros superiores. Es f�cil imaginarse las ventajas enormes que
entra�a semejante sistema.
�
Los m�s intrincados problemas fueron solucionados a veces por
aficionados eventuales. Esto trae como consecuencia l�gica el que
las conversaciones populares versen sobre el curs� de la
investigaci�n y que se intensifiquen los estudios particulares. Por
eso en Marte nunca se han distinguido inventores especiales porque
las mayores conquistas son fruto generalmente del aporte com�n.
En los principales y gigantescos centros industriales realizan
experimentos pr�cticos y ejecutan las construcciones mec�nicas
requeridas en todas las ramas de la investigaci�n y la industria,
que han dado como resultado una gama siempre ascendente de progreso
y perfecci�n.
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�ndice
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NUEVAMENTE ATENCI�N, HABITANTES DE LA TIERRA
Nos ayudar� mucho a formar un concepto m�s exacto de las ventajas
�le� sistema marciano si tenemos en cuenta la facilidad de
comunicaci�n que ha eliminado por entero del planeta la distancia en
t�rminos de lugar y de tiempo.
Cuando en la Tierra comenzamos a descubrir la rueda los marcianos ya
prescind�an de ella.
-
�Qu� habr�a sucedido con un Leonardo da Vinci
si Arqu�medes hubiera hecho en su tiempo los hallazgos de Galvani?
-
�Y qu� hubieran hecho Galvani, Volta, Edison y Marconi en tales
circunstancias?
Cada d�a aprovechamos m�s energ�a con
mayor reducci�n de medios. Si seguirnos esta marcha sin tropiezos �a
qu� punto habremos llegado dentro de mil, de cien a�os? �Y qu�
logros obtendr�amos si lodos nuestros investigadores practicaran
un mutuo intercambio de sus conocimientos?
�
Transport�monos a
Marte y obtendremos la respuesta. Los marcianos no
malgastaron siglos y milenios en proyectar guerras y conquistas; no
malgastaron nunca sus energ�as intelectuales en buscar el modo de
destruir a sus semejantes y desintegrar la materia. Pueblo
naturalmente inclinado a la reflexi�n � investigaci�n, comienzan
siempre con asentar y luego examinar la causa; conocida y reconocida
la causa, los efectos se desgranar�n uno tras otro. Hemos de
reconocer y confesar los terr�colas que siempre hemos sido
superficiales; nuestra misma historia nos acusa.
Crist�bal Col�n no buscaba un nuevo mundo cuando descubri� Am�rica.
�
Pero entonces recapacitaron �y a qu� horas! nuestros cient�ficos. De
verdad que la Tierra deb�a de ser redonda. Galvani estudiaba
anatom�a en los muslos de una rana cuando fue sorprendido por la
primera manifestaci�n del fluido el�ctrico; y otra sorpresa de la
pobre humanidad:
-
�Qu� ser� esa energ�a misteriosa?
-
�Cu�ntos c�lculos astron�micos hab�amos hecho sobre un cielo
redondo?
-
�Cu�ntas cartograf�as hab�amos dibujado sobre una tierra
plana?
-
�Y qu� locuras estamos haciendo ahora con la energ�a at�mica?
En el campo de la ciencia hemos venido dando tumbos, hemos andado y
tenido que desandar largas jornadas, hemos construido, destruido y
tenido que reconstruir puentes, y a�n no entramos en vereda.
Nunca hemos reflexionado en un hecho, el m�s sencillo de los hechos,
y el m�s natural para nosotros, pero que ha aterrado a los
marcianos: Que a pocas horas de vuelo de los rascacielos de Nueva
York y el mismo continente, divisaremos selvas habitadas por seres
que a�n no conocen la rueda: Que vemos en un mismo continente seres
iguales, pero con el l�tigo unos y otros con el yugo: Que
contemplamos un pueblo hastiado de confort y comodidad hundir en el
mar enormes cantidades de alimentos sobrantes y al otro lado de una
l�nea imaginaria perecer otro pueblo de inanici�n y desnudo.
�A eso llam�is progreso, habitantes de la Tierra? �Y aun
dudamos que haya seres mejores en otros mundos?
�
Si el hombre de la
Tierra fuera lo mejor que Dios ha creado no dudar�a un momento en
creerlo un artista fracasado.
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Los marcianos revisan
planos en compa��a de los terr�colas
�
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El Sol transmite energ�a, luz y calor. Con su energ�a gobierna el
sistema planetario con su luz lo relaciona, y le da vida con su
calor.
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Nave
marciana corriente, (seccionada por la mitad).
AA.- Espacio
aprovecha B.- Espacio reservado para las unidades mec�nicas.
CC-
H�lice-turbinas de elevaci�n. DD.- H�lice-turbinas de traslaci�n y
direcci�n. EE.- Eje horizontal para las h�lices laterales.
�
En descifrar esas inc�gnitas, en formular esas respuestas y en
comprobar esos efectos se empe�� y sigue empe�ado el marciano y con
dos mil a�os de progresivos hallazgos; y ha logrado tanto que ya le
quedan medios y tiempo de recrearse con ir a visitar las
tragic�micas operetas que se desarrollan en otros planetas.
Nosotros, con Guillermo Marconi, hemos dado el primer paso en el
aprovechamiento de la energ�a del espacio, comenzando con el
control de las ondas sonoras; en Marte se inici� la marcha con el
aprovechamiento de las ondas luminosas y su sistema de la
comunicaci�n televisada es anterior al de la comunicaci�n hablada;
y, mientras nuestro sistema de televisi�n es a�n rudimentario,
nuestro sistema sonoro en cambio
merece su entera complacencia.
La misma energ�a es utilizada para todos los usos y bajo miles de
formas; pero de todas sus manifestaciones la m�s desarrollada es la
del transporte.
�
�Queremos ahora saber c�mo son los asombrosos veh�culos del planeta
amigo?
Construyamos uno.
Construyamos una esfera de tres metros de di�metro (podr�a ser de
dos, de cuatro, etc.) Divid�mosla en dos secciones: Una inferior,
de un metro y la superior de das metros. Atraves�mosla verticalmente
por un tubo, a modo de di�metro, que sobrepase en los dos polos la
superficie externa, este tubo llevar� en su interior el eje que
terminar� en los dos extremos con sendas h�lice-turbinas.
La secci�n inferior dar� cabida a los aparatos mec�nicos que
proporcionan la fuerza de revoluci�n a las turbinas. Separa las dos
secciones una divisi�n s�lida y la secci�n superior ser�
aprovechable para el transporte de carga o de pasajeros.
Las dos turbinas principales de este eje vertical dolar�n la nave de
impulso ascensional o de descenso.
Otras cuatro turbinas que se instalan en los cuatro extremos
opuestos del di�metro ecuatorial de la esfera, le proporcionar�n
impulso de traslaci�n y la direcci�n. Cada una de estas cuatro
turbinas puede ser accionada por una misma unidad motriz o con
sendas unidades que se apliquen a cada turbina.
Las m�quinas que proporcionan la energ�a para el movimiento de las
turbinas podr�an ser motores de explosi�n o el�ctricos. Su capacidad
y potencia no tienen m�s l�mites que los determinados por las
unidades que suministran la fuerza.
Su equilibrio ser� siempre perfecto pues todo e! peso y su centro de
gravedad descansan en el polo inferior de la esfera.
Esta nave resulta desde luego muy c�moda y pr�ctica, pues accionar�
como avi�n y helic�ptero al mismo tiempo y sin necesidad de alas ni
o�ros accesorios de gobierno.
�
Aplic�ndole ruedas, se transportar�
los mismo por tierra; aplic�ndole una h�lice con un eje horizontal,
navegar� sobre las aguas.
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El interior de una
nave con todas sus comodidades
�
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Revistamos ahora este aparato de una coraza con capacidad para
concentrar energ�a solar y tendremos el veh�culo m�s com�n de los
habitantes de Marte; suprimamos, si queremos, las unidades
mec�nicas y lanc�monos al espacio sideral.
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�
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Ser�a muy largo enumerar las
aplicaciones que los marcianos hacen derivar de la energ�a solar. Si
bien se conocen en Marte nuestros sistemas de aprovechamiento del
vapor y la combusti�n interna y otras manifestaciones de la energ�a
intr�nseca, casi todos esos m�todos fueron sustituidos por la
aplicaci�n m�s efectiva, m�s econ�mica e inagotable de los rayos
c�smicos.
No es, sin embargo, nuestro objeto extendernos en detalles al
respecto.
�
Lo haremos en otra ocasi�n.
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�ndice
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POL�TICA Y VIDA SOCIAL
M�s bien que "pol�tica" ser�a propio denominar "sistema social" al
modo de gobernarse de los marcianos.
No tienen ellos un gobierno propiamente dicho y como nosotros lo
entendemos.
Aqu� deber�n perdonarnos nuestros lectores ciertas apreciaciones
que nos es forzoso consignar para fidelidad de nuestro relato. No
pretendemos criticar ni menguar ning�n r�gimen, partido o sistema
pol�tico, pero nuestro primordial objeto en la realizaci�n del
viaje, era investigar, observar y comparar; por eso haremos constar
aqu� nuestras impresiones y las impresiones de los marcianos.
Fue tal el impacto que recibimos cient�fica y moralmente al entrar
en ese mundo, que nada pudimos investigar sino s�lo observar v
precisamente la observaci�n nos hizo imposible comparaci�n alguna,
por no tener cabida.
�
Es tal la diferencia entre la cultura nuestra y la de los marcianos que nos
sent�amos avergonzados.
Podemos estar muy equivocados pero los panoramas de la Tierra y de
su nivel cultural contemplados desde Marte, presentan sombras
bochornosas.
El hombre es un ser social, o sea, inclinado por naturaleza a vivir
en compa��a de sus semejantes. El habitante de Marte es desde luego
lo mismo, pero, �qu� diferencia en la evoluci�n de ambas
sociedades!
Podr�amos definir un gobierno como la junta directiva de una
sociedad. Traigamos a mente la sociedad comercial e industrial.
Esta junta directiva o gobierno de la sociedad es elegida libremente
y por mayor�a de votos por los miembros que componen la sociedad
para ejercer ese gobierno seg�n normas directivas dadas por la
misma.
Por nuestra escasa evoluci�n, o m�s bien, por falta de evoluci�n,
estos gobiernos se convierten, en el ejercicio de sus funciones, en
arbitrarios ejecutores de caprichosas doctrinas y forjadores de
patrimonios ideol�gicos y materiales, netamente particulares o de
un sector de la misma sociedad.
�Qu� suceder�a en una sociedad comercial o industrial s� su
directiva hiciera converger en su exclusivo provecho los beneficios
comunes y trocara las normas directivas en medio para alcanzarlos?
Sencillamente ser�a destruida, o, en el peor de los casos, cada
socio perjudicado retirar�a su voto y su capital.
�
Pero los gobiernos
de las sociedades pol�ticas cuentan con un poderoso medio para el
sostenimiento de su arbitrariedad y ese medio lo constituye el
poder ejecutivo, de modo que los socios perjudicados se encuentran
en forzada obligaci�n de soportar esa imposici�n contra sus
intereses y, m�s a�n, son coercionados a m�s sacrificios para el
sostenimiento de esa rueda burocr�tica que por lo general, nunca
dejar� escapar el centro de los radios de su circunferencia.
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No todos los gobiernos pueden ser catalogados en esta esfera, pero
en las circunstancias hist�ricas actuales de nuestro
planeta el noventa por ciento de la humanidad es v�ctima de este
desequilibrio y forzada bajo el peso de un yugo absurdo. Hay desde
luego sociedades o naciones con gobiernos buenos, pero, si
promediamos �stas con el total de la poblaci�n terrestre, el
panorama, lo repetimos, es ca�tico y encontramos la humanidad m�s
esclava que nunca.
Es asimismo rid�culo creer perfecto un gobierno por el simple hecho
de calificarse rep�blica democr�tica. Reino, imperio o rep�blica,
nada modificar� su realidad de proceso. Tendremos m�s bien que
marcar la circunstancia que los m�s democr�ticos de los gobiernos
actuales son precisamente los mon�rquicos, presididos por
individuos de alta capacidad moral e intelectual que moderan la
cosa p�blica dentro del marco de sabias constituciones.
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�Qu� m�s da que se nombre presidente el jefe de un gobierno, si
manipula un poder legislativo a su antojo, si el nombramiento de
ministros y funcionarios es de su exclusiva incumbencia y es al
mismo tiempo jefe de una facci�n pol�tica? Tendremos como
consecuencia no s�lo un gobierno arbitrario sino, es muy frecuente,
una verdadera tiran�a con exclusiva ventaja de un clan privilegiado
y con perjuicio de la voluntad, libertad, aspiraciones e intereses
de !a gran mayor�a.
�
�Y por que cerrar los ojos a la realidad? �No
es acaso el estado en que se ve postrada la inmensa mayor�a de
la humanidad?
La misma existencia de partidos pol�ticos en una naci�n poco
remediar� la situaci�n, si no la empeora, como en la mayor�a de los
caso, sucede. Partido es participio pasado del verbo partir que es
sin�nimo de dividir, la divisi�n es el mejor recurso para dominar
(divide et impera), jam�s para lograr armon�a. A menos que los
partidos no consistan m�s que en diferencia de m�todo, con Identidad
de principios y fines, como observamos, por ejemplo, en Estados
Unidos. Mas �sta es una excepci�n honrosa pero rara.
Mucho menos queremos hacer referencias ni mancillar
nuestra historia con los horrores que representa para nuestro
planeta la m�s abominable de las doctrinas que sirve a una naci�n
de medio de sojuzgaci�n para el dominio y la esclavitud.
La doctrina ha de estar al servicio del hombre y no el hombre al
servicio de la doctrina. Cuando una doctrina pretende el logro de la
libertad con el sacrificio de la misma libertad e inmolando millones
de seres a la idea, tendremos el monstruo m�s abominable en la
historia de nuestra cultura, el s�mbolo de la degeneraci�n del
esp�ritu.
Y queremos aqu� hacer reflexiones que deben grabarse en las
conciencias de los seres y las naciones que a�n no han sufrido la
influencia nefasta de esta hoz segadora de esp�ritus y de cuerpos.
No podemos contemplar las cadenas de los hermanos sin hacer un
esfuerzo para quebrantar sus eslabones. La Tierra es nuestra patria
com�n. Un mismo esp�ritu nos anima, un mismo cielo nos cobija. La
indiferencia de este momento crucial ser� un crimen ante la
historia.
�
Es nuestro deber influir con cuanto est� a nuestro alcance para
rescatar de la esclavitud a los hermanos. No ser� la violencia el
medio indicado, pero si debemos violentar todos los recursos morales
y: si las cadenas sudan sangre, con sangre fundiremos su acero. Esta
responsabilidad hist�rica no es exclusiva de las naciones poderosas,
es responsabilidad de todos.
No debemos limitarnos a la admiraci�n de la gran potencia americana
la cual aceptando su responsabilidad, que con la d�diva de mayores
recursos le ha impuesto el Todopoderoso, vierte aceite en las
heridas y tiende a la desgracia su mano robusta.
T�ngase presente que la inactividad en la tormenta arrastra a la
vor�gine.
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Aun en los casos de los gobiernos mejores, forman �stos
una carga tan pesada que el solo sostenimiento de su rueda
burocr�tica absorbe la mayor�a de la actividad de sus miembros; y
lo repetimos, no importa el sistema de ese gobierno, pues si en
otras �pocas se estimaba excesivo el costo de un rey ciertos
sistemas republicanos contribuyen pr�cticamente a la creaci�n de
muchos reyes.
En nuestros sistemas sociales las libertades personales son
coartadas de muchas maneras, aun refiri�ndonos a las sociedades
mejores, propiciando siempre un campo desmesurado al predominio de
unos en perjuicio de otros.
Si contemplamos las cosas internacionalmente y con extensi�n de
tiempo el panorama es exageradamente triste.
�
Lo que siempre ha
absorbido las actividades humanas ha sido la lucha incesante de
unos contra otros, inspirada por el odio, el ego�smo y la soberbia.
Este empe�o constante del hombre en eliminarse y coartarse
mutuamente lo ha detenido en su progreso moral, cultural y
material. Los m�s grandes caudales humanos, contemplados bajo todos
sus aspectos, han sido invertidos, siempre, para el logro de una
mutua destrucci�n, y, hoy m�s que nunca, los mayores valores
humanos, intelectuales, morales y materiales van siempre empe�ados
en la defensa o la agresi�n.
Motivos: el ego�smo. Pretextos: la insensatez m�s rid�cula, las
arbitrarias l�neas fronterizas, creadas con sangre, guardadas con
sangre y hechas de sangre.
�
�C�mo puede concebirse sino por mentes enfermas que un territorio
inmenso, rico y feraz deba ser exclusivo de un pu�ado de seres
aunque lo dejen inculto y desierto, mientras otra porci�n mucho
mayor de la humanidad se debate hambrienta en un suelo reducido,
pobre e ingrato?
�
Derribemos esas estacadas infames con el hacha de
la cordura. Si por la estrechez de nuestros esp�ritus es esto
imposible, y�rgase un
C�sar, surja un Bol�var, temple Dios una espada y con l�tigos
divinos fulmine otro Cristo a los profanadores del templo de la
Tierra.
C�mplase la profec�a del Galileo y los sue�os del Dante; un solo
reba�o y un solo pastor en una sola comunidad terrestre.
Figur� monos una sociedad comercial con fines y estatutos bien
definidos pero en cuyo seno surja un cisma que induzca a la creaci�n
de distintas directivas. Surgir� entre una facci�n y otra la pugna
de intereses. Desmembrado el caudal com�n, opuestos los
m�todos/malversados los beneficios, el destino de la sociedad ser�
obvio: el fracaso, o, cuando menos, el estancamiento de sus
actividades. Y este ejemplo es el �nico paralelo aplicable a la
situaci�n actual de la sociedad humana.
Ser�a sin embargo incompleta nuestra apreciaci�n si no hici�ramos
constar que en medio de este l�gubre panorama brillan muchas y
honrosas excepciones.
No quisi�ramos ser tildados de pesimistas por estas apreciaciones.
Es precisamente por la seguridad del triunfo de la justicia en la
Tierra que queremos enmarcar sus sombras oscuras.
En medio de la ambici�n, el ego�smo y el error brillan tatitas luces
de esperanza que prometen cual auroras el despuntar del nuevo sol.
La humanidad ha demostrado suficiente capacidad de verdadera
sublimaci�n y han sido tales y tantos los pioneros del gran d�a que
la victoria del esp�ritu ser� brillante e incontenible realidad.
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Los marcianos no conocen nuestros sistemas de gobierno, y, para ser
m�s exactos, no tienen gobierno. No existen en Marte divisiones
territoriales, por tanto, ni pol�ticas ni religiosas.
Su perfecci�n c�vica podr�a compararse �nicamente y por curiosa
paradoja, con el sistema de convivencia de algunas de nuestras
tribus salvajes. El derecho privado, el respeto al derecho ajeno y
las normas m�s elementales del derecho
natural son innatas y, por lo visto, jam�s necesitaron de c�digos
legislativos, judiciales ni penates. Su conducta es natural.
Representa, lo que nosotros dir�amos la jefatura del planeta, un
triunvirato compuesto por tres personas que reciben el t�tulo de
Nose, cuya versi�n liberal ser�a: Moderador. No goza propiamente,
este triunvirato, del derecho de la jurisdicci�n, sino m�s bien del
privilegio de preferencia. Los tres cargos son vitalicios y son
otorgados cada uno por voto un�nime al habitante de m�s prestancia
por m�ritos personales en su respectiva esfera: Logare, Sunina,
Snrinu.
Estas tres personas: el mejor organizador, el m�s bueno y el m�s
sabio del planeta, son al mismo tiempo, y en casos de emergencia
legisladores y jueces.
�
Los principales n�cleos poblados son asimismo presididos por
triunviratos locales, con las mismas atribuciones y con
subordinaci�n al supremo triunvirato, que reside en Tanto, la
capital. Estos triunviratos no gozan de sueldos especiales sino que
participan del aporte general para el fomento de la investigaci�n y
la industria, cuyo centro principal es siempre la capital.
Los adelantos cient�ficos son comunicados a todos y todos participan
de sus beneficios pr�cticos de modo que el est�ndar de vida en Marte
es casi igual para todos sus habitantes.
No existe ej�rcito, ni polic�a ni sistema carcelario. El que comete
cualquier falta en contravenci�n a las leyes positivas y sociales
ser�a considerado como un enfermo que sufrir�a inmediatamente las
consecuencias de la reacci�n general. Los mayores aportes de la
grandiosa reforma Dani fueron precisamente en este campo.
Desde hace dos mil a�os el individuo que hubiera dado muestras de
desequilibrio moral era aislado inmediatamente y privado del derecho
y uso del matrimonio.
Recordemos el aislamiento de que a�n hoy son v�ctimas los enfermos
de lepra. En pocos siglos la sociedad pudo apreciar los efectos de
una depuraci�n total.
Estas normas de conducta y justicia social eran practicadas desde
antes de la restauraci�n de Dani cuya actuaci�n fue casi
contempor�nea a la aparici�n de Cristo en la Tierra, pero desde
entonces fueron escrupulosamente observadas.
No hab�a para ello ning�n sistema represivo. El culpable se ve�a
aislado por la natural repulsa de sus vecinos y con mayor raz�n de
la mujer que de ning�n modo habr�a permitido comercio con �l y, si
era esposa, se sent�a en la obligaci�n de abandonarlo, refugi�ndose
bajo la tutela de su familia.
Un solo caso refi�rese, que qued� c�lebre en los anales de la
historia de Marte, y que se recuerda con rasgos de leyenda.
�Ad�n y Eva?
Hubo un hombre, hace de esto unos cinco mil a�os, oriundo de la
parte occidental del planeta y que hab�a logrado sobreponerse a los
habitantes de la regi�n. Era bueno, sobresal�a por su inteligencia
y esp�ritu organizador, No tard� sin embargo en exhibir ciertas
pretensiones discordantes, muestra clara de un esp�ritu de
complacencia y soberbia. Poco falt� se llegar� a un verdadero
cisma.
Privado de la esposa no se amilan�; el caso produjo revuelo en todo
el planeta y se convirti� en problema general. La situaci�n lleg� al
cl�max cuando, tras el abandono de su esposa logr� seducir a otra
mujer. El esc�ndalo general indujo
inmediatamente a una medida extrema: es el destierro del planeta. Y
la pareja fue transportada a la Tierra.
�Ad�n y Eva? Dejamos a nuestros lectores las conjeturas.
�Qu� errada es la concepci�n que en la Tierra nos hemos formado del
habitante de Marte! El ser destructor, que posee armas horrorosas
desintegradoras y mort�feras, dispuesto a sembrar estragos y muerte,
cuya invasi�n consideramos inminente.
�
Es cierto que todo eso podr�a hacerlo: dispone de medios
sencill�simos para ello: podr�a fulminar la Tierra con horrorosas
tormentas el�ctricas, provocar un diluvio e inclusive una erupci�n
volc�nica, pero la concepci�n de estas ideas no son m�s que engendro
de la mala levadura de nuestras ambiciones; el temor a eso o el
subconsciente deseo de verificarlo nosotros.
�
El marciano es cosa
muy distinta f�sica y moralmente: es un ser sobrio, sano, cuya
principal ambici�n es la dedicaci�n casi m�stica a la investigaci�n
cient�fica y cuya principal satisfacci�n es el conocimiento cada d�a
m�s perfecto de la naturaleza. Ese progresivo contacto e intimidad
con las leyes universales le proporcionan la m�s �ntima
satisfacci�n de vivir.
Nuestro sistema de vida, el horroroso torbellino de agitaci�n,
ruido y movimiento, el miedo constante al fracaso y al desastre, la
aniquiladora tensi�n nerviosa que forman nuestro ordinario medio de
vida en la Tierra, son Cosas ya pasadas a la historia en Marte. Su
vida se ha simplificado y el goce de ella es pleno.
�
Es una cosa un poco dif�cil para nosotros imaginar siquiera una
felicidad semejante, que es sin embargo la �nica y verdadera
felicidad cumplida. Sabe algo de eso el agricultor que contempla su
tierra brindarle una abundante cosecha; el cirujano, el
jurisconsulto tras un �xito so�ado; el inventor que ve cristalizado
un importante hallazgo y el asceta que disfruta de la �ntima
comunicaci�n con Dios.
Una de las razones por las que la humanidad sufre en la actualidad el
mayor desequilibrio de su historia es la inestabilidad de que
padece; inestabilidad pol�tica, religiosa, social y moral. Esta
inestabilidad ha lanzado naciones, sociedades c individuos a una
loca carrera de competencia en lodos los campos de la posibilidad
humana, por la conquista de adeptos, por el dominio de mercados,
por la supremac�a de un capital.
Para afirmar esas conquistas hay que sacrificar el noventa por ciento de actividades y energ�as a una guerra psicol�gica de
nervios, a la defensa o a la agresi�n bajo mil aspectos. En la
Tierra vivimos precisamente el peor momento de toda nuestra
historia; una lucha hist�rica por la existencia ante el espectro
constante de la derrota y de la muerte.
No contribuimos al bienestar general, luchamos fan�ticamente para
explotar y eliminar al vecino de la contienda, en el campo
cient�fico, cultural, comercial e industrial y ese campo de batalla
se convierte con frecuencia en org�a sangrienta.
�
Porque no nos
conformamos con el bienestar de tu vida; cada uno quiere supremac�a
absoluta; queremos mil aunque para lograrlo haya que despojar del
uno a los dem�s. Hemos llegado a tal extremo que la lucha se ha
extendido, y con verdadero fanatismo, al campo moral y religioso en
una verdadera batalla de nervios para imponer el predominio de la
propia concepci�n de la divinidad.
Este caos es el fruto de la inestabilidad general de que est�
impregnada nuestra atm�sfera; y toda la situaci�n puede resumirse
en una sola palabra tr�gica: Miedo.
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Volver al �ndice
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LA MUJER
La mujer en Marte desempe�a un papel de elevada importancia y
esencial influencia social. Pero como un estudio m�s detenido ser�
tratado en otro volumen, proyectaremos aqu� su figura a grandes
rasgos generales.
Aun en su aspecto f�sico la mujer es objeto de un diligente cuidado
que la ha convertido en un ser agradabil�simo y sumamente eficiente
para el desempe�o* de su triple cometido, de esposa, de madre y
maestra. Este empe�o constante a trav�s de los siglos ha acumulado
en esta adorable criatura todos los encantos naturales, realzados
por el desarrollo en alto grado de todas las cualidades est�ticas,
de esp�ritu y de mente, tan propias del sexo.
Todo lo que nosotros abarcamos con el calificativo de bellas artes,
constituye su dote especial. La m�sica, la poes�a, la pintura, la
literatura, son el patrimonio especial de la
mujer marciana, mientras el hombre se entrega al escrutinio de los
secretos naturales, f�sicos y metaf�sicos.
En Marte no existe la ense�anza p�blica. La ense�anza y educaci�n
del hijo son exclusiva incumbencia del hogar y preponderantemente de
la madre, la cual est� capacitada en algo grado para ello. Sigue
luego la extensi�n y complemento de la instrucci�n individual,
f�sica y metaf�sica, la que se completa en los p�blicos centros de
investigaci�n en los que se desarrollan pr�cticamente los
conocimientos cient�ficos superiores en una extensa variedad de
formas.
Hacemos constar aqu� que una de las ciencias m�s profundamente
investigadas es la medicina, particularmente en lo que se refiere al
estudio y conocimiento del cerebro
humano.
Cada mujer en Marte es una Cornelia romana; por eso sus habitantes
que absorben del coraz�n materno moral, ciencia y religi�n, son
individuos de �ndole sana, estable, de principios profundos y
arraigados sentimientos religiosos.
En Marte es completo el equilibrio de los nacimientos y con el
auxilio de los asombrosos adelantos cient�ficos de la medicina se
mantiene proporci�n adecuada entre varones y hembras. Este es uno de
los principales factores en el mantenimiento de un orden social
perfecto.
Cada mujer es iniciada desde la cuna para su futura sublime misi�n
de esposa y de madre. El futuro matrimonio con frecuencia viene
designado por los padres desde la infancia de los contrayentes,
d�ndose a conocer a la edad conveniente. Antes del matrimonio el
trato social fuera del hogar es casi nulo pero s� se vienen
estrechando relaciones entre los dos hogares que m�s tarde han de
unirse en parentesco.
Nos ha de parecer extra�o este sistema social, pero son
imponderables las ventajas que ofrece.
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�
En la Tierra estamos actualmente asistiendo impasibles al desarrollo
de un fen�meno que traer� las m�s nefastas consecuencias; y, para
decirlo en t�rminos claros, estamos asistiendo impasibles al
proceso r�pido de prostituci�n de la mujer.
�
Entendemos por
prostituci�n el trastorno total de las caracter�sticas que
constituyen precisamente la esencia femenina con sus prerrogativas
inherentes que son primariamente las de esposa, madre y custodio del
hogar.
Este proceso marcha en r�pida aceleraci�n por las diversas
circunstancias que acent�an a�n m�s el enorme desequilibrio humano.
Este trastorno arraiga ante todo en la desproporci�n entre uno y
otro sexo, siempre m�s acentuado por los efectos de las guerras que
siegan enormes cantidades de vidas varoniles y las que precisamente
son m�s necesarias para la compensaci�n sexual de la sociedad.
Muchos otros factores contempor�neos contribuyen a debilitar la
constituci�n masculina dando por lo mismo, a�n en la concepci�n
materna, prepondera al sexo femenino. La decadencia de
responsabilidad en el hombre por el debilitamiento de la moral y
relajaci�n de los principios religiosos aporta un factor a�n m�s
agravante en este proceso.
Un n�mero cada d�a m�s considerable de mujeres, privadas del apoyo,
se ven en la necesidad de hacer frente solas a las exigencias
materiales de la vida, con enorme perjuicio de la responsabilidad
maternal. Obligadas necesariamente a buscar una base individual de
subsistencia tienen que invadir el campo del var�n en la
competencia profesional con menoscabo cada d�a mayor de su aptitud
para el verdadero cometido de su vida, la maternidad.
�
Las leyes sociales deber�an intervenir en la soluci�n de estos
problemas, que son desde luego los m�s trascendentales problemas
que, irresolutos, pueden conducir a consecuencias de desequilibrio
moral e inestabilidad social de muy dif�cil remedio.
Se incuban males tan grandes que conducir�n, no a una situaci�n
cr�tica sino a un verdadero cataclismo social. Pero estas leyes
sociales, en la mayor�a de las naciones, descuidan en absoluto el
problema y agravan la situaci�n con disposiciones que vienen a dar
cada d�a margen mayor a la divulgaci�n de la epidemia.
�
En lugar de consagrar cada d�a m�s el v�nculo matrimonial, se
aflojan sus lazos con grav�simo da�o social y grave perjuicio del
hogar; multiplicase as� el desenfreno y se acent�a el descuido del
deber de la educaci�n de la prole, fin primario de la procreaci�n.
Estas leyes, en lugar de colocar diques, ensanchan brechas para la
difusi�n de un mal que ya de por s�, por el instinto natural y las
bajas inclinaciones, tiende a propagarse con alarmante expansi�n.
Tengamos presente que el progreso material sin s�lida base-moral no
es m�s que un suicidio para la sociedad.
La familia es la base de la sociedad, es la c�lula vital por la cual
tiene raz�n de ser el organismo social. La desintegraci�n de la
familia conducir� forzosamente ala desintegraci�n social.
Sin esta uni�n moral colocamos bases muy resbaladizas a nuestro
progreso y a la marcha hacia la conquista del bienestar. Sin uni�n
en La familia, menos podr� haberla en la sociedad y por ende, mucho
menos en las naciones. Sin el calor moral de un sano hogar las
virtudes c�vicas ser�n un mito y los tesoros de la ciencia f�sica no
ser�n medios de bienestar sino armas de destrucci�n.
Los marcianos, por las observaciones hechas entre nosotros, tienen
un concepto muy cabal de nuestra situaci�n; conocen, nuestros
esfuerzos, valoran los progresos realizados,
pero aprecian muy bien los peligros que esto encierra para
nosotros.
Todo adelanto entra�a un peligro en la Tierra: nuestro depravado
instinto nos induce a convertir en arma cuanto llega a nuestro
alcance y toda arma a nuestro alcance es instrumento de ofensa,
defensa o suicidio.
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En todo caso constituir� siempre un peligro y
un obst�culo m�s para el verdadero bienestar de la humanidad.
Su verdadero prop�sito al visitar la Tierra es el de aprender todo
cuanto nosotros pudi�ramos ense�arles y participarnos cuanto saben.
Pero de lo primero nada puede serles �til, y si lo segundo se
efectuara constituir�a ciertamente un obst�culo m�s para nosotros y
un verdadero peligro para ellos mismos. La intercomunicaci�n entre
ambos planetas la juzgan imposible a�n. Los terr�colas ser�amos una
amenaza en Marte por nuestra inestabilidad moral.
Toda evoluci�n material debe tener por base y cimiento la evoluci�n
espiritual. En Marte el progreso material eleva m�s y m�s los
valores del esp�ritu. En la Tierra el adelanto material ahoga el
esp�ritu.
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Todo avance del progreso es para nosotros un nuevo altar a
Satan�s y otro calvario para Cristo; un nuevo templo en Babilonia y
otra cruz en Jerusal�n.
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�Esposa y madre!
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Son y ser�n siempre los s�mbolos del amor y del
esp�ritu; fuentes puras de elevaci�n espiritual, de goces �ntimos.
Empa�ados estos s�mbolos, enturbiadas esas fuentes, la felicidad
verdadera, la paz de la humanidad habr�n capitulado bajo los
escombros de la materia descompuesta.
�
Es ciertamente impresionante y digno de admiraci�n el logro del
ingenio humano: sus f�bricas gigantescas, las m�quinas poderosas
que transforman la superficie de la Tierra y escudri�an sus
entra�as; las gigantescas unidades que cruzan sus
mares y surcan sus cielos; pero es triste contemplar,
paralelamente, la desintegraci�n del hogar y el abandono de los
templos.
�
Por eso sus f�bricas volver�n a producir nuevamente y con
febril actividad la infernal maquinaria b�lica; por eso sus cielos,
sus mares y continentes volver�n a ser cruzados por los horrores de
la destrucci�n y de la muerte; y por sus hermosas carreteras
pasar�n, cubiertos de oropel, los cad�veres vivos de la humanidad.
Es encomiable el esfuerzo de la Asamblea de
las Naciones Unidas,
pero sus frutos ser�n siempre vanos mientras no otorguen en su seno
un asiento, el primer asiento, al �nico aliado, capaz de iluminar y
coordinar, calmar odios y pasiones y unir los esp�ritus: DIOS.
Falta uno en la ONU. Sin el voto de este ausente habr� siempre un
pase para el mal y un veto para el bien.
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Y el edificio humano que
se pretende construir terminar� en fat�dica torre de Babel.
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MEDICINA
Nos es imposible resumir siquiera en estas p�ginas todo lo que
respecto a la medicina pudimos observar en el planeta.
Hacemos constar previamente que los tiempos de efervescencia en esta
materia ya han pasado, pues siempre en Marte y muy especialmente a
ra�z "de la gran reforma," el empe�o general se hab�a concentrado en
la medicina preventiva, emprendi�ndose un plan a desarrollarse por
siglos, de modo que �ltimamente su pr�ctica est� encaminada casi
totalmente al perfeccionamiento del f�sico humano.
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Volvemos a
recalcar que en Marte siempre se consider� el cuerpo humano como
templo o recept�culo del esp�ritu que lo anima, as� que la medicina
en sus procesos no prescindi� jam�s de esa relaci�n.
Como adem�s de dif�cil habr�a sido infructuoso el exterminio de
ciertos males sin prevenirlos, se estableci� como punto de partida
la norma general por la cual ser�a vedado el uso del matrimonio procreativo a todos los afectados por
alguna tara f�sica o moral. Esta norma, aceptada por todos y
rigurosamente observada tuvo alcances para nosotros incalculables.
Se obtuvo como resultado al cabo de pocas generaciones, una estirpe
de individuos sanos, fuertes y equilibrados f�sica y moralmente, Se
lleg� casi a la eliminaci�n de la mortandad juvenil y a un aumento
siempre progresivo en el promedio de vida.
La edad media en el planeta alcanza un promedio de noventa a�os,
pasando de los cien un treinta por ciento de la poblaci�n y no
llegan a un veinte por ciento los que no alcanzan los ochenta.
No divagaremos exponiendo aqu� una serie de consideraciones
abstractas, pero comparemos, a esa luz, nuestro estado actual en la
Tierra. Nuestra medicina ha hecho verdaderos prodigios de adelanto,
pero estamos echando agua en un pozo de arena. Nosotros imitamos en
algo a los marcianos en la selecci�n de nuestro ganado, de nuestros
caballos, con nuestras razas perrunas, con nuestros gallineros,
pero poco nos preocupamos del origen de nuestros hijos.
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M�s a�n, con
el fomento de la prostituci�n colocase el germen de la vida al
capricho de los seres pervertidos, tarados, lleg�ndose al colmo de
proporcionar medios de procreaci�n a seres indignos, criminales
desnaturalizados, a quienes se proporcionan, sin ninguna
precauci�n, en los establecimientos punitivos, mujeres, indignas
bajo todo aspecto de ser madres. Propagase as� la mala semilla que
propende generalmente a divulgarse m�s que la buena, la cual se ve
tambi�n afectada con la siempre creciente prostituci�n del
matrimonio.
Y huelgan ulteriores comentarios.
Pero donde el marciano ha logrado prodigios asombrosos es en el
estudio del cerebro humano, en el cual la cirug�a marciana ha venido
interviniendo desde hace siglos para corregir anormalidades, aumentar su eficacia y perfeccionar sus
funciones.
Dejamos para el segundo tomo de esta obra un tratado extenso sobre
este tema.
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RELIGI�N
La religi�n ha sido siempre la base de toda sociedad y la piedra
angular de toda civilizaci�n. No conocemos regi�n, sociedad ni
tribu, por salvaje que sea, que no haya surgido, que no se haya
solidificado alrededor de un templo.
Sean cuales fueren las manifestaciones de la idea, la existencia de
un ser supremo, de una causa absoluta han imbuido siempre la
conciencia y han informado la vida y el desarrollo de toda sociedad
humana, fuere cual fuere su grado de evoluci�n.
El dominio de la materia y el m�s amplio conocimiento de la
naturaleza han producido distintas repercusiones en la idea
universal de la divinidad. Los esp�ritus m�s elevados se han
afirmado m�s y m�s en la creencia de Dios, sublim�ndose en la
concepci�n siempre m�s elevada de la m�xima causa de todas las
causas. Los esp�ritus d�biles y apocados, que han sido dotados por
madre naturaleza de un solo talento, han zozobrado ante la idea de Dios, esforz�ndose por colocarse a s� mismos
en su lugar o colocar en el mismo a la materia.
Lo que decimos de los individuos apl�case exactamente a las
sociedades. Tanto m�s se ha elevado una naci�n cuanto m�s r�pido
ha declinado cuanto m�s se ha alejado de la �gida segura de esa
verdad, de la sombra del templo, sellando su ruina total con la
pr�ctica negaci�n de Dios.
Figur�monos hallarnos a bordo de la unidad de un tren. Si ocupamos
el primer coche de carga no nos atrever�amos a negar la existencia
de la locomotora al frente, porque percibimos su ruido; ser�a sin
embargo absurdo negarlo s�lo porque ocupamos uno de sus �ltimos
coches, provisto de confort y alejado del ruido y emanaciones
directas de la m�quina. Los individuos y sociedades que pretenden
negar la existencia y efectividad de la locomotora; son como el
coche que se desengancha de ella; quedar� inmovilizado en el camino
f�rreo y al llegar otro convoy ser� embestido y arrojado de la v�a.
La historia nos muestra el surgimiento de naciones que se encumbran
hasta el predominio de la Tierra, para desintegrarse luego en la
confusi�n y ser reducidas a esclavas por otras que describir�n en el
tiempo la misma par�bola. La causa y cimiento de esa grandeza es
siempre un templo y su tumba definitiva la negaci�n de Dios.
La filosof�a y la ciencia en Marte descienden siempre de la causa
primera, que al desentra�arse en mil efectos se ilumina de mayor
claridad.
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En la Tierra procedemos con dificultad a la inversa, con
la tendencia a limitar la causa a un efecto, hasta el absurdo de
rendir tributo a la materia bruta como a m�ximo principio. De ah�
nuestros desvar�os, nuestras capitulaciones en el campo de la
investigaci�n; de ah� los abortos V monstruos de la inteligencia,
los ateos y libres pensadores, para quienes el molde de la verdad y
de la realidad de las cosas es el molde de sus dos libras de sesos.
�Qu� y qui�n es el Dios de los marcianos?
La concepci�n de Dios no puede ser m�s que una, la que el ha
dado de s� mismo, al m�s religioso de los sabios, Mois�s: "Soy el
que soy" y la que de el ha dado el m�s sabio de los paganos, Cicer�n:
"Causa Causarum " Dios es la causa de las causas.
El docto sacerdote Zanella, desde que puso pie en el planeta se entreg� a una seria investigaci�n sobre los fundamentos y teor�as
religiosas de los marcianos y est� concluyendo un detallado informe
al respecto. S�lo condensaremos aqu� brevemente la argumentaci�n
expuesta por el religioso marciano que hab�a sido comisionado para
nuestro acompa�amiento.
Nos vemos rodeados de tantas cosas de las cuales es dif�cil el
entendimiento, que debemos forzosamente admitirlas sin
comprenderlas. Sin embargo, si razonamos con un poco de filosof�a, o
si tan s�lo reflexionamos un poco seriamente, veremos que todo en
nuestro derredor evoluciona y cambia. Todo cuanto muda ha tenido
principio y tiene fin. Nada de cuanto tiene principio y fin puede
haber principiado sin una causa externa, la causa prima, que debe
ser inmutable, o sea, sin principio ni fin.
Esta causa es infinitamente activa, la manifestaci�n de su actividad
es extr�nseca, causa de otras, principio y por ende, fin de otras
causas y motivo de ser de otros principios. Dios es la causa
primaria de todo cuanto es o existe, es el principio y el motivo
del principiar de todas las cosas, con mayor raz�n y m�s
directamente del ser racional que m�s que todas las cosas se le
asemeja, y, �nico entre todas, lo reconoce y participa en mayor
grado de su esencia.
Esta causa suprema, dice el marciano, es lo que nosotros llamamos
Sundi, Dios.
Dios no vive, Dios es. Todo cuanto vive, nace, se muda y mucre. Dios
no ha tenido principio porque dejar�a de ser principio; Dios no muda
porque es principio eterno; Dios no
muere porque nunca ha comenzado a existir. Todo existe por �l, con
�l y en �l, Dios lo es todo. Ante �l nada vale algo, es lo mismo
nada que todo; el vale por todo y todo vale s�lo por el.
Todo ser inteligente, todo investigador de la naturaleza y de sus
leyes debe partir del principio de que todo efecto tiene su causa y
que todas las causas tienen un solo fin que es la misma causa
suprema.
Al descender de la causa al efecto o al ascender del efecto a la
causa es preciso tener siempre presente el fin de ambos que da a
ambos su raz�n de ser.
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El s�mbolo m�s com�n de la divinidad en Marte.
Un disco de oro con
un n�mero central resaltante.
De la circunferencia parten rayos
luminosos que convergen como radios al centro.
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Sin el conocimiento de la existencia de Dios y sin su
reconocimiento, todo el edificio cient�fico se desploma. El culto y
reconocimiento de Dios en Marte son absolutos.
La manifestaci�n de ese culto es tan sencilla y espont�nea como
general. El s�mbolo m�s com�n de la divinidad en Marte es una
circunferencia (el Universo) con un n�cleo central de oro (Dios).
Del n�cleo se derraman rayos luminosos hacia la circunferencia (como
efectos que emana la causa); de la circunferencia retornan al centro
como radios convergentes. Dios suprema causa de todo, a quien todo
converge como a �nico fin.
Este s�mbolo campea como escudo distintivo en todos los edificios
p�blicos y privados; es el signo sagrado de todos los habitantes del
planeta. En todos los n�cleos m�s importantes de poblaci�n se eleva
un templo, de forma esf�rica, que culmina en el s�mbolo sagrado.
Una vez al a�o se celebra con imponente magnificencia la fiesta en
honor, adoraci�n y gratitud a Sundi; con ritos especiales en la
capital. Todos los nacimientos, matrimonios y defunciones son
conmemorados a la sombra de los templos con ceremonias especiales.
Pero todos los detalles al respecto, ritos y organizaci�n religiosa
ser�n ampliamente referidos por Zanella en su libro. Un solo
detalle no podemos dejar de recordar aqu�: l�a muerte en Marte no
reviste el car�cter tr�gico que reviste en la Tierra.
Los marcianos no han recibido la visita de Jesucristo; pero la
veneraci�n y culto a la memoria del gran restaurador Danik, que
coincide precisamente con la aparici�n de Cristo en la Tierra, nos
hace conjeturar como fundamento que todos los astros y planetas
habitados hayan recibido contempor�neamente una embajada
extraordinaria, con una misi�n adecuada a las condiciones y
circunstancias de cada uno.
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NOSOTROS Y MARTE
Ten�amos ya conceptos claros sobre el planeta amigo, pero sobre todo
de sus habitantes. Hab�amos completado, comparativamente, una
concepci�n m�s exacta de los habitantes de la Tierra y de sus
sistemas. Hab�amos estrechado una alianza de sincera amistad y
franca relaci�n con los marcianos que ya est� incubando g�rmenes de
enormes esperanzas para nosotros. Hab�amos realizado el experimento
cient�fico m�s anhelado con un �xito que ni siquiera sospech�bamos.
El viaje interplanetario por la energ�a solar era una realidad.
El problema de la falta de medios atmosf�ricos para alejarnos de la
Tierra era un mito. La atm�sfera es indispensable para nuestros
medios mec�nicos; para las naves energ�ticas la atm�sfera es un
estorbo. Su medio natural es el vac�o sideral. En estas naves las
aplicaciones mec�nicas son necesarias para accionar en la
atm�sfera.
El mundo es m�s grande y m�s agradable de lo que supon�amos. Todos los habitantes del Universo est�n dotados de
inteligencia igual que la nuestra. Nos convencimos que no somos los
mejores, pero las esperanzas que iluminan nuestro planeta son
halagadoras y las fuerzas del bien, lo declaramos enf�ticamente,
son superiores. Las negras manchas que oscurecen el panorama
terrestre ya no han de sernos tan temibles y se disipar�n pronto.
No est� lejano el d�a en que desaparezcan las mezquinas fronteras
que fraccionan nuestro planeta. Est� cercano el d�a en que se unir�n
inteligencia y voluntades en un solo bloque de incontenible pujanza
que arrollar� las fuerzas negativas de ego�smo y de odios.
El sue�o acariciado por miles de a�os est� por convertirse en
espl�ndida realidad. Tierra, cielo y felicidad para todos.
Sirvan nuestras grandiosas experiencias como mensaje de aliento para
todos, sirvan de reproche a las inteligencias que dedican sus
caudales a la criminal empresa de la guerra. Sirvan de aliento a
los grandes que se esfuerzan por la paz.
Tenemos en los marcianos aliados poderosos. No podemos contar a�n
con su ayuda directa mientras no aumente en la Tierra el numero de
los cuerdos. Sin embargo, lo sabemos y lo saben los marcianos que
los faltos de cordura no representan a los habitantes de la Tierra.
En la Tierra lodos anhelan la paz. Los que imponen el yugo m�s
absurdo jam�s registrado en la historia de la humanidad son unos
pocos insensatos: las v�ctimas de ese yugo son millones. Si ese yugo
a�n subsiste es porque lo llevan sus v�ctimas, obligadas por la
fuerza bruta, lo aceptan por miedo. . . , por cobard�a.
Todas las naciones desean la paz. Bien sabemos quienes disienten.
Sentimos por los sabios que obligados dedican a esa causa sus
esfuerzos; sentimos por los humildes que sufren el yugo; sentimos
por los ignorantes que creen a la mentira. Pero recordamos aqu� que
la paz ha sido prometida a los de buena voluntad, no a los perversos
ni a los cobardes.
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Si esos
conculcadores del esp�ritu quieren la guerra, estamos prontos al
reto con la certeza de la victoria. No nos amedrentan sus alardes.
La bandera negra fue hecha jirones y la bandera roja ser� ahogada
con sangre si fuere necesario, y con la sangre de sus mismas
v�ctimas.
No han de hacerse ilusiones en el mito absurdo de un poder�o
at�mico. Ese poder�o es rid�culo.
Escuchad y reflexionad bien. Existen contra vosotros tres factores
de una potencia indestructible y armas que no so��is. Las
aspiraciones de la humanidad, el Dios que os condena y la amistad
de los astros. Son hoy vuestras ambiciones el �nico obst�culo para
el bienestar del mundo; pero aprended de la historia: El mal puede
ganar batallas pero nunca la �ltima. Vosotros s�lo cre�is en la
materia, y como vuestra materia perecer�is putrefactos. Nosotros
creemos en el esp�ritu y como el esp�ritu nuestras ideas ser�n
inmortales.
Arrojad, esclavos, las armas a los pies de vuestros tiranos, haced
con ellas una pira inmensa y destruidlas con vuestros arsenales
at�micos. No m�s hermanos contra hermanos. Nos ayudar�n los cielos a
entonar de nuevo los himnos de gloria y de paz.
No son imposibles la paz y la concordia; es el destino de la Tierra.
Las grandiosas experiencias probadas en Marte nos han hecho saborear
esos frutos. Vale la pena dar por ellos cualquier precio. La uni�n
de todos los pueblos para hacer un solo pueblo debe ser la
aspiraci�n de todos los habitantes de la Tierra; el paso entonces de
cada uno sobre el planeta no ser� una pesadilla y el Autor del
Universo nos otorgar� la inmortalidad, suprema aspiraci�n del
esp�ritu.
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Cada uno de nosotros puso el mayor empe�o para recabar el m�ximo
provecho de las observaciones para las cuales estaba comisionado y
ya ard�amos en vehementes deseos de
retornar a la Tierra para comunicar nuestras halagadoras
experiencias.
Los marcianos nos suministraron sin reserva alguna cuanta clase de
informaci�n dese�bamos. Se efectuaron intensas investigaciones
experimentales para perfeccionar, con nuestros sistemas, las
comunicaciones entre Marte y nuestra base terrestre con el objeto de
eliminar las perturbaciones causadas en el campo neutral del
espacio, entre los l�mites de atracci�n de los dos planetas. Esta
dificultad ha llegado casi a su completa soluci�n.
Efectuamos varios vuelos por distintas partes del planeta para
reconocer los lugares m�s importantes y los principales n�cleos
industriales, tres de los cuales, arraigados en la capital, son
verdaderamente gigantescos. La base, centro y objeto primordial de
la investigaci�n es la energ�a solar, que se resuelve en un
sinn�mero de aplicaciones para todos los usos pr�cticos.
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En sus centros cient�ficos e industriales no existe reserva alguna;
todo, hasta el �ltimo detalle, est� al alcance de todos.
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�ndice
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TANIO, LA CAPITAL
Constituyen las viviendas, como ya lo indicamos, casas de un solo
piso, elevadas y provistas interiormente de jardines, amplio campo
de recreo y ejercicios y de estanques de agua. Figur�monos las
antiguas mansiones romanas con terrazas tales. Una peculiaridad las
distingue de todas las construcciones de nuestras ciudades; todas
sus ventanas son largas, aproximadamente del ancho de las nuestras,
pero, a diferencia de nosotros, est�n dispuestas horizontalmente.
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Siendo amplias las viviendas y reducidas en altura.
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Tanio, la ciudad
capital, ocupa una superficie mayor que la que cubren Londres y
Nueva York. Su poblaci�n asciende a doscientos cincuenta mil
habitantes-La ciudad, de trazo geom�trico, da la impresi�n desde lo
alto, de un tablero de ajedrez.
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Sus cuadras, de m�s de trescientos
metros, terminan cada una en un espacio o parque de espl�ndidos
jardines.
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Tanio, la capital de Marte.
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Cruzan la ciudad tres grandes canales que se ensanchan por trechos
para formar peque�os lagos de adorno y recreo. Siendo el marciano un
apasionado amante de la naturaleza, sus jardines p�blicos y privados
son verdaderos ensue�os, en los que, entre el esplendor de perfume y
color de flores, se mezclan plantas de ex�ticos frutos.
Las paredes externas de las casas de la capital y de todo el planeta
son construidas de doble muro con vac�o interior; detalle que
proporciona equilibrio en la temperatura interna, circunstancia muy
importante en Marte en donde la diferencia de estaciones es m�s
acentuada que en la Tierra. El primario y principal elemento usado
en casi todas las construcciones es una piedra especial que
recuerda mucho el travertino tan corriente en las construcciones
romanas, pero mucho m�s liviano y d�cil al modelado, piedra que, por
una sencilla elaboraci�n proporciona el elemento adhesivo, de
propiedades semejantes a las de nuestros cementos; pero m�s liviano
que el yeso.
El templo de la divinidad en Tanio es una verdadera maravilla de
piedra o m�rmoles selectos, con preciosas incrustaciones met�licas
y derroche de oro. Son asimismo de extraordinario atractivo y arte
muchos otros edificios, como el p�blico, que nosotros llamar�amos de
gobierno, el edificio central de investigaciones cient�ficas, el de
observaci�n sideral, etc�tera.
De la ciudad emana una aureola de paz y de calma que la revisten de
un irresistible atractivo. El marciano viaja poco; casi todo el
tr�fico es a�reo y los veh�culos silenciosos. Para quien, como
nosotros, no est� familiarizado con ella, da la impresi�n de una
ciudad encantada, a pesar de la extraordinaria animaci�n que
revisti� con motivo de nuestra visita.
El clima en Tanio corresponde a unos 12 grados cent�grados.
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TAGE Y SU HOGAR
Al d�a siguiente a nuestra llegada fuimos trasladados a la
residencia de Tage, a quien fue otorgada justamente la alta
distinci�n de brindarnos la hospitalidad.
Pudimos apreciar, inmediatamente de nuestra llegada, la
extraordinaria reputaci�n de que gozaba este hombre en Marte; y
nosotros le profes�bamos, no s�lo estima, sino un afecto inmenso
como a padre y maestro, a cuyo nombre y figura todos los habitantes
de la Tierra tendr�n que rendir igual tributo, como el primer
eslab�n que hizo posible la uni�n de dos mundos.
No entraba en el plan de los marcianos un entendimiento directo con
la Tierra, pues por el conocimiento que de nosotros se ten�a, era
considerado prematuro. Tage decidi� y resolvi� correr solo la gran
aventura que los marcianos aceptaron y aprobaron jubilosos y que la
Tierra agradecer� como paso de incalculables alcances y que realiz� la pac�fica uni�n de
los dos astros.
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Tage
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La estancia en el hogar de Tage ha creado en nosotros la m�s dulce
experiencia de la vida y no podemos a�n medir las consecuencias y
el desenlace de tan dichosa circunstancia.
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Adem�s de la esposa y un
hijo, adorna el hogar del caudillo una hija, la m�s adorable de las
criaturas, cuyo contacto hiri� profundamente el coraz�n del m�s
joven de nuestros expedicionarios, el sabio y buen franc�s
Lavoisier, cuya admiraci�n por la encantadora Dile, as� es su
nombre, no pas� desapercibida para el padre, quien manifest�
complacencia y benepl�cito, hasta infundir en el coraz�n del buen
colega la esperanza de fundir en ella la sangre de los dos planetas
con el m�s extraordinario de los enlaces matrimoniales.
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Desde
entonces nuestro buen franc�s no tiene sosiego, con su cuerpo en la
Tierra y el alma en Marte, suspirando por la fecha del pr�ximo viaje
en el que se realice probablemente el extraordinario acontecimiento.
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�ndice
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IDIOMA
Ya conocemos las caracter�sticas generales del idioma marciano.
Sus vocales son de pronunciaci�n n�tida y clara; no existen sonidos
nasales ni consonantes fuertes, aspiradas o guturales. En funeral,
suena musical con bastantes inflexiones de voz, sobre todo en
per�odos largos. Como ya lo indicamos, en su pronunciaci�n tiene
mucha semejanza con nuestras lenguas neolatinas. En lo dem�s,
particularmente en su gram�tica, difiere mucho de cualquier idioma
terrestre.
La gran mayor�a de palabras son bis�labas; las tris�labas son muy
pocas, en su mayor�a t�cnicas y cient�ficas; reducid�simo el n�mero
de las agudas.
El idioma es rico en obras literarias, con predominio del car�cter
cient�fico, t�cnico y moral. Abundan las obras de g�nero hist�rico;
el g�nero novelesco, en cambio, tal como nosotros lo conocemos, es
desconocido.
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Las obras de car�cter
bibliogr�fico son numeros�simas y cada familia lleva, como en libro
de bit�cora, toda la historia de la familia, constituyendo en muchos
casos verdaderas obras de arte.
Predomina en el g�nero literario la producci�n de la mujer que, como
hemos visto, es persona de alto nivel cultural y
vasta ilustraci�n.
Nos es imposible esbozar aqu� un panorama, vago siquiera, de la
literatura marciana, porque nosotros tampoco pudimos abarcarlo
suficientemente. Jam�s hubo necesidad en Marte de proclamar nuestra
decantada libertad de pensamiento hablado ni escrito, porque jam�s
hubo necesidad de limitarlo.
Incurrimos en la Tierra en absurdas contradicciones y anacronismos
inconcebibles. Una de las libertades m�s reclamadas en la Tierra es
la libertad de prensa; pero, �qu� entendemos por esa libertad?
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En
Marte a nadie se le ocurrir�a valerse de esa libertad para propagar
ideas inmorales, obscenas, subversivas al orden social,
antirreligiosas, etc., y estamos seguros que en ese caso tambi�n
all� se suscitar�a el problema de l�mites en esa libertad.
Precisamente porque la divulgaci�n escrita es un verdadero poder
universal, debe ser gobernado por individuos sensatos, de criterio
formado y sanos principios. No podemos negar los muchos abusos que
de ese poder cometemos en nuestro planeta y sus funestas
consecuencias.
Nos limitamos por el momento a reproducir aqu�, para ilustraci�n de
todos, los signos gr�ficos del idioma marciano.
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Como bien salta a la vista, no conoce el
alfabeto marciano los signos correspondientes a nuestras letras: h,
j, k, v, y, x, w. Es en cambio muy pronunciada la diferencia de
sonido entre la s y z. La r tiene un sonido muy suave.
Los c�lculos matem�ticos se diferencian mucho de nuestro sistema,
pues cuentas con s�lo seis cifras.
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Principales acepciones marcianas usadas en el curso de este libro y
su significado:
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REGRESO
Otros pormenores y detalles interesantes ser�n dados a conocer
sucesivamente.
Ya nuestras naves estaban listas para transportarnos a la Tierra y
en este viaje seriamos nuevamente acompa�ados por otras seis naves
marcianas, capitaneadas por el mismo Tage en quien nuestra confianza
era ilimitada. Cada nave marciana llevar�a a bordo seis tripulantes,
uni�ndose otros tres para cada una de las nuestras. Estos
tripulantes marcianos, cuarenta y cinco en total, eran, excepto
cinco nuevos, los mismos que hab�an efectuado el viaje anterior.
Se trasladaban hoy a la Tierra con nosotros, dos eminentes
especialistas en asuntos religiosos.
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Les hab�a interesado vivamente
cuanto sobre religi�n les relatara nuestro sacerdote, sobre todo lo
referente a la misi�n de Cristo, la doctrina y organizaci�n de la
Iglesia. Estaba en su programa una visita a Roma; por la
preponderante influencia de su historia y por
ser cabeza de la religi�n, proyect�ndose para el a�o 1960 una visita
al Papa, para presentarle en un volumen, que ser�a redactado
especialmente, la doctrina, moral y principios religiosos de su
planeta.
La demora de la presente misi�n en la Tierra ser�a de once d�as,
debi�ndose efectuar el regreso a Marte el d�a dos de noviembre.
Catorce marcianos permanecer�an en nuestra base terrestre hasta 1960,
con el objeto principal de proseguirlos trabajos de comunicaci�n
interplanetaria y preparar un viaje a Venus. Lo que m�s nos alentaba
era la halagadora noticia que Tage habr�a permanecido en Tierra.
Nosotros viv�amos un estado de verdadera exaltaci�n. La realidad era
demasiado bella para que pudi�ramos soportarla con serenidad. Todo
se nos antojaba una ilusi�n, un sue�o trocado en realidad merced a
la magn�fica y desprendida cooperaci�n de los habitantes de Marte.
El lejano brillo titilante de nuestra hermosa estrella, la Tierra,
nos invitaba a cruzar el espacio para volver a su seno. Ten�amos
sublimes mensajes para comunicarle, mensajes de paz y prosperidad.
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�Qui�n imaginara que dentro de ese punto luminoso, que danzaba
tranquilo al comp�s de la divina armon�a del espacio, en ese punto
tan min�sculo que tan s�lo pod�amos discernir por la aureola de la
luz del Sol se encerraran las maravillas de grandes continentes,
montes excelsos, mares embravecidos que lanzaban a estrellarse su
furia contra gran�ticos acantilados; que hubiera all� colores,
perfumes, flores, frutos y amores? �Que hubiera all� seres
maravillosos, capaces de penetrar hasta otros mundos; Seres m�s
insignificantes que un �tomo de luz, con tanta nobleza, tantas
pasiones, odios, soberbia y tanta insensatez como para levantar su
voz contra el hacedor supremo de tantas grandezas?
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Jam�s hab�amos
visto a Dios tan grande como lo reflejara la inmensidad del
espacio; al Dios que el divino visionario de Galilea defini� con una
s�plica: Pudre nuestro que est�s en los cielos.
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Era el diecinueve de octubre, las nueve horas en Marte. Se
revistieron las naves de fulgurante brillo y se lanzaron intr�pidas
camino del Sol.
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El planeta Marte aument� por momentos su disco hasta que sus
contornos fueron deline�ndose en las pantallas de los periscopios
para ir reduciendo gradualmente su circunferencia.
Ahora las naves ten�an un impulso muy superior al que las
transportara en su venida, por marchar directamente hacia el Sol. Su
velocidad cifraba en los ciento cincuenta mil kil�metros por
minuto. En este lapso los dos planetas se hab�an alejado cuarenta
mil kil�metros en su movimiento de traslaci�n, pero esta distancia
era inapreciable.
A las tres horas cruz�bamos la frontera celeste entre el campo
marciano y la �rbita de atracci�n terrestre.
Nuestra atenci�n, absorbida completamente por una extra�a emoci�n,
se ocupaba por entero en la persistente transmisi�n hacia la Tierra
en donde otra extra�a conmoci�n perturbaba igualmente la serenidad
de nuestros colegas, cuyas figuras tornaban a agrandarse en nuestra
fantas�a y en nuestros corazones.
Cambiados los primeros mensajes, una calma de inefable placer torn�
a embargarnos con una pl�tora de nuevos sentimientos e �ntimas
sensaciones que nos hicieron sensibles hasta las l�grimas. El
universo f�sico se concentraba en nuestros esp�ritus hasta
anonadarlos y ofuscarlos por momentos.
Mientras tanto la Tierra se agigantaba y la Luna se acercaba con
incre�ble rapidez. No ten�amos noci�n alguna del tiempo y los
cron�metros no nos interesaban.
Nos despert� del inefable letargo la voz de Tage impartiendo
instrucciones que fueron moderando gradualmente la velocidad para el
aterrizaje en el sat�lite terrestre.
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Cuarenta
minutos era el tiempo necesario para ajustar las naves a un impulso
moderado; moderaci�n indispensable en su �ltimo trayecto de la Luna
de la Tierra. Si hubi�ramos entrado al campo atmosf�rico con esa
velocidad las naves se hubieran incendiado al primer contacto.
Cuando nuestras naves tomaron contacto con la Luna eran las quince
horas cuarenta minutos. Provistos de las caretas de ox�geno,
abandonamos las naves que fueron sometidas a los ajustes necesarios
para el control de la velocidad, mientras nosotros nos precipitamos
a enviar el �ltimo mensaje a Tierra.
Las respuestas denunciaban muy a las claras viva emoci�n en nuestros
colegas. Y hab�a motivo. A pesar de su alta modestia, el propulsor,
animador, principal autor y promotor de estos acontecimientos era
nuestro director Ettore Martinelli. A �l, a sus m�s �ntimos
colaboradores y a sus vidas sacrificadas por entero a la
investigaci�n, se deb�an los �xitos cuya coronaci�n era inminente.
Todo dispuesto, abandonamos el sat�lite. Eran las diecis�is horas
cincuenta minutos.
La distancia que separa la Luna de la Tierra es insignificante en
comparaci�n con la distancia de Marte a la Tierra. Nuestra velocidad
ser�a reducida ahora el m�nimum, sesenta mil kil�metros por hora con
progresiva disminuci�n que nos introducir�a en la atm�sfera
terrestre con una velocidad de ocho mil kil�metros por hora.
Estaba calculado y esperado nuestro arribo al campamento para las
veinticuatro horas, las doce meridiano en la Tierra.
Ya la Tierra comenzaba a delinearse con vaga penumbra. Nuestras
comunicaciones con Tierra eran continuas pero incoherentes. Para
nosotros y para los de tierra la realidad de esos momentos era
confusa, A las veintid�s horas las naves proced�an con su impulso
m�nimo. A las veintid�s cincuenta minutos todos los instrumentos nos
anunciaron la presencia atmosf�rica y las turbinas comenzaron a
accionar. A las once exactas el indeciso resplandor del manto polar
nos dio la
bienvenida.
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Est�bamos nuevamente en un mundo que ya se nos antojaba
extra�o. A las veinticuatro horas menos diez minutos un titilar de
mil luces amigas nos invitaba a descender. Tres minutos faltaban
para las doce cuando las turbinas se paralizaron en tierra.
Aqu� la pluma se niega a proseguir.
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Hab�amos recorrido ciento veintis�is millones de kil�metros en seis
d�as; cuarenta y seis horas de vuelo efectivo y ciento treinta y
cuatro de permanencia en Marte.
Imposible referir el efecto del intercambio de nuestras
impresiones.
Unas sorpresa m�s nos era reservada: Tage desembarcaba de sus naves
veinticinco quintales de oro pur�simo en l�minas, y en nombre del
supremo triunvirato hac�a entrega del tesoro a Martinelli.
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El oro en
Marte es un metal abundante y de variad�simas aplicaciones por sus
cualidades peculiares, pero no es, como en la Tierra, una unidad de
valor. Sab�an muy bien los marcianos que la falta de medios pod�a
entorpecer nuestras investigaciones: por otro lado, el suministrar
esos medios resultaba cada d�a m�s problem�tico por el peligro
siempre reciente de imprudentes revelaciones que entorpecer�an
inmediatamente los estudios.
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Hoy el problema desaparec�a; de Marte
se nos proporcionaban y seguir�an proporcion�ndosenos abundantemente
los medios necesarios.
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CONCLUSI�N
Nos es imposible a�adir comentario alguno a lo expuesto. Derivaremos
�nicamente algunas conclusiones.
Son asombrosas las aplicaciones que pueden hacerse de la energ�a
solar. Guillermo Marconi hab�a hecho numerosos experimentos con el
resultado de sorprendentes hallazgos. Lo que m�s intrigaba al gran
maestro era la facilidad de concentraci�n el�ctrica de las nubes,
como lo demuestran sus descargas con los rayos; desde luego, sin
ning�n dispositivo mec�nico. Se rumor� de un supuesto rayo de la
muerte que afectar�a ciertos �rganos del cuerpo humano y de otras
novedosas aplicaciones.
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De todo eso hab�a mucha realidad, pero la
gran mayor�a de sus estudios permanec�an herm�ticamente secretos
dentro de un c�rculo reducido de �ntimos colaboradores entre los
cuales era conocido el eminente sacerdote jesuita
Gianfranceschi, de la Academia de Ciencias del Vaticano. Dadas las
circunstancias del momento muchos de esos
hallazgos habr�an constituido una grave amenaza en poder de ciertos
gobiernos, motivo por el cual el Papa P�o XI, que era al mismo
tiempo un sabio, profundo admirador y protector de Marconi, instaba
a �ste sobre la necesidad de la reserva.
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Pero las presiones casi
violentas de Mussolini precipitaron la cat�strofe en la vida del
gran maestro, que abandonaba sus despojos camales el 20 de julio de
1937. Sus �ltimas palabras, lanzadas a la cara al Duce: "No he
trabajado treinta a�os para convertirme en verdugo del g�nero
humano", hund�an en el ocaso un sol; pero con el anuncio de una m�s
bella y esplendorosa aurora.
Desde el a�o 1936 Marconi hab�a intentado alcanzar, con el
lanzamiento de poderosas ondas el�ctricas, la atenci�n de los
hipot�ticos habitantes de Marte y de Venus, recabando la impresi�n
de ser o�do. No cab�a duda que seres inteligentes habitaban esos
planetas. Varios de sus disc�pulos iniciaron la empresa de
constituir un colegio cient�fico para continuar las labores del
maestro, procurando alejar sus frutos del alcance de los cazadores
de inventos para fines b�licos; los resultados ya los hemos
consignado.
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Muchas otras cosas se har�n p�blicas oportunamente;
mientras tanto queremos traer a la consideraci�n de los hombres de
buena voluntad algunas reflexiones.
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El mundo es m�s grande y m�s bello de lo que creemos. Habitan otros
mundos seres inteligentes como nosotros.
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La inteligencia es una
facultad cuyas manifestaciones son id�nticas en cualquier parte del
Universo, variando �nicamente su mayor o menor desarrollo seg�n las
circunstancias del ambiente, como la luz del Sol es id�ntica en
todo el sistema solar, variando �nicamente sus efectos conforme las
circunstancias del medio en que se desarrolla su acci�n.
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Como en la
Tierra hay lugares en los que el medio presta mayores facilidades a la evoluci�n (entendemos siempre por evoluci�n las
manifestaciones accidentales, la substancia nunca evoluciona), as�
hay en los diversos astros o planetas seres m�s o menos
evolucionados que nosotros.
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Retrocedamos dos mil a�os en nuestra
historia y tendremos a los habitantes de Venus; adelant�monos dos
mil a�os y estaremos en Marte.
La inteligencia nunca evoluciona, siempre ha dado las mismas
manifestaciones. En todo el decurso de la historia hallaremos genios
aut�nticos. Arqu�medes, Solones, Arist�teles, C�sares, Augustos.
Horneros, Cicerones, Dantes, Leonardos, Miguel�ngelcs y Marconis.
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En toda la historia encontraremos monstruos:
Heliog�balos, Atilas y
Stalins; y genios h�bridos: Alejandros, Napoleones y Hitlers. Las
dem�s manifestaciones de ciertos progresos materiales no son m�s que
consecuencias del experimento f�sico, que con frecuencia han
ejercido opresi�n sobre el esp�ritu.
�En qu� puede extra�arnos el progreso de los habitantes de Marte? En
la eterna lucha entre esp�ritu y materia los marcianos han logrado
el nivel de justo equilibrio, coordinaci�n de sus aportes y, por
natural consecuencia, desarrollo efectivo de ambos.
�Qu� no lograr�amos en la Tierra si no sacrific�ramos el esp�ritu a
la materia? �Si despoj�ramos nuestra ciencia de tantas insensateces?
�Si coordin�ramos nuestras investigaciones? �Si cancel�ramos de
nuestro globo todas las l�neas divisorias que nos separan f�sica y
moralmente? La Tierra tiene una sola frontera, su circunferencia;
tiene un solo l�mite, marcado por el Sol.
Habitantes de la Tierra, arrojemos las armas destructoras en cara a
los tiranos, llagamos de los odios una pira inmensa y sobre sus
cenizas edifiquemos un altar con gran�ticas columnas de uni�n e
inciensos de esp�ritus en reconocimiento al Dios supremo, causa de
todas las causas.
Este despertar est� cercano. La materia es impotente ante el
esp�ritu, porque el esp�ritu es infinito. La alianza
entre el esp�ritu y la materia nos dar� la paz anhelada. El mundo es
bello, es grande.
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Acord�monos que la noche es circunstancial pero el
Sol ilumina siempre.
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Los marcianos visitan nuestro planeta y el objeto de esta
publicaci�n es el de invitar a todos los habitantes de la Tierra a
buscar su alianza. Gr�bense escudos del globo de Marte, de sus
emblemas religiosos y port�rnoslos visiblemente sobre nuestras
personas, en nuestros veh�culos y grab�moslos en nuestros edificios.
Enmendemos las err�neas concepciones de ciertas pel�culas, diarios y
revistas. Ostentemos deseos de alianza, paz y amistad.
En la noche serena, elevemos nuestra mirada al firmamento en que
millones de astros cantan el himno maravilloso de armon�a y de paz.
Pensemos en las bellezas que encierra cada uno de esos puntos
luminosos, pensemos en los miles de millones de inteligencias que
piensan en nosotros y como nosotros: el mundo, la Tierra, la vida
nos parecer�n m�s bellos, m�s dignos de vivirse.
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�Elevemos un
nost�lgico recuerdo a nuestros vecinos de Marte y olvidando las
peque�eces terrestres, un�monos con ellos a ese coro universal y
veremos cuan grande es Dios y qu� bella es su obra!
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