por Narciso Genovese

1958

del Sitio Web DocStoc


�NDICE


PROLOGO

Querido lector:


Usted seguro se extra�ar�; primero del t�tulo de este libro. Al acceder a su solicitud de reedici�n, me veo en la obligaci�n de consignar algunas declaraciones.

Hasta ahora me he limitado a se�alar que este relato es la cristalizaci�n de una fantas�a novelesca, de ciencia-ficci�n, pero hoy puedo afirmar que en esta narraci�n no se relata nada ficticio, y rectifico mis declaraciones en el sentido de que lo aqu� relatado no es m�s que una condensaci�n, un resumen, una p�lida imagen de un acontecimiento hist�rico, cuya realidad proyecta consecuencias desconcertantes.


Considero muy necesario enfatizar sobre la veracidad del presente relato.


El fin que persigo no es el de que usted me crea, ser�a una insensatez esperarlo, y soy el primero en reconocerlo. Usted opinar� lo que m�s lo convenga, y naturalmente, lo que alcance el l�mite de su discernimiento.


Puede tomar este rel�alo como novela divertida, como narraci�n de una bella ilusi�n: en fin, como mejor le plazca.

Pero antes de definir su opini�n examine con sinceridad y cordura estas cuestiones:

  • �Se atrever�a usted a asegurar que entre los millones de astros, con sus respectivos miles de millones de planetas diseminados en infinidad de galaxias, s�lo nuestro planeta, que es uno de los m�s insignificantes, es el �nico habitado por seres racionales?

  • Y si no es el �nico habitado, �se atrever�a usted a jurar que los habitantes de este pobre planeta somos los m�s adelantados del Universo?

  • En este nuestro planeta-manicomio, lo que llamamos adelanto cient�fico est� en relaci�n con el dinero disponible. �Cree usted que el talento y la ciencia se puedan calibrar s�lo con dinero?

  • �Est� usted convencido que todos los cient�ficos de la Tierra se han agrupado al servicio de dos naciones? �Y cree que las que pagan esos servicios sean las naciones m�s cuerdas?

  • �C�mo califica usted a un pueblo que puede derrochar miles de millones de d�lares para explorar el espacio, y no puede gastar algunos para robustecer los diques de r�os, con el fin de salvar a sus ciudades de desastrosas inundaciones?

  • �Ser� verdaderamente sabio un gobierno que desangra a su pueblo con el mismo ut�pico objeto, y no puede ni siquiera producir el trigo para el pan que el mismo pueblo necesita?

  • �Y que" opinar�a usted s� llegara a comprobar que estas insensateces no persiguen otro fin que una barata y vulgar competencia publicitaria?

Si usted est� conforme con estas comedias seudo-cient�ficas no debe molestarse para leer una sola p�gina de este libro; y si son muchos los que piensan como usted, yo me declaro avergonzado de sentirme inquilino de un planeta que va revistiendo cada d�a m�s el car�cter de manicomio.

Pero, por fortuna, no es as�.

  • Son muchos los sabios que pueblan la Tierra.

  • Son muchos los sabios que no se venden a ideolog�as pol�ticas.

  • Son muchos los sabios que no se prestan a la teatralidad.

  • Son muchos los sabios que no se venden por un sueldo.

  • Son muchos los sabios que dedican sus esfuerzos para el bien de la humanidad, que desechan las infames estacadas de las fronteras; que tienen coraz�n suficiente para albergar sentimientos para todos, y no s�lo para los reclusos de los separos que han crucificado al Dios universal para instalar los �dolos de barro de patrias mezquinas, que han impuesto como ley el odio hacia el vecino, y como deber, su asesinato.

  • Son muchos los sabios que ven en la guerra el estigma infamante, que hace del habitante de la Tierra el ser m�s repugnante entre los seres que habitan los miles de millones de planetas de nuestro maravilloso Universo.'

Y, por fortuna, estos sabios son mucho m�s doctos; y sus esfuerzos han sido compensados abundantemente por la ciencia, por la naturaleza y por Dios.
Hay un c�mulo tan grande de pruebas que respaldan mi rotunda afirmaci�n, que creo del todo superfluo presentar ulteriores demostraciones.


Estos buenos amigos del g�nero humano han confirmado ya sus �xitos con un lugar tal de pruebas que son m�s que suficientes para convencer al m�s ciego de los ciegos. Claro est� que jam�s podr�n convencer al que usa sus ojos para no ver.


No hay rinc�n de la Tierra que no haya recibido la demostraci�n de un poder�o de insospechados alcances, prenda patente de que no todos en la Tierra est�n locos; de que los cuerdos cuentan ya con protecci�n poderosa.


Siga la ciencia venal jugando sus macabras comedias, pero puede estar segura de que alguien le mareara el alto.


La humanidad cuenta ya con fuerzas superiores para su protecci�n; y son fuerzas, querido lector, capaces de poner en cintura los desmanes de cualquier loco.
Afortunadamente tambi�n este poder est� protegido con el m�ximo secreto, secreto inviolable.

Esta es la potencia m�s desconcertante, desconcertante para los enemigos de la paz, absoluta garant�a para los amigos de la humanidad.
Cuando usted vea uno de estos fen�menos cruzar por los cielos, salude al mejor de sus amigos.

Y aqu� me veo precisado a formular una declaraci�n m�s.


El problema m�s serio para nuestros cient�ficos es el resplandor que estas vertiginosas m�quinas no pueden disimular y que revela la portentosa energ�a de que van dotadas.

Pero este problema ya est� en camino de resolverse; y es posible que al llegar a sus manos este libro, estos �ngeles protectores puedan visitar todos los rincones de la Tierra, ya completamente inobservados, y capaces de descargar el m�s tremendo castigo sobre los que pretenden forjar una nueva guerra.

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ACLARACI�N


Se han hecho posibles los maravillosos adelantos cient�ficos que aqu� se describen, merced al sacrificio personal de numerosos intelectuales que s�lo a ello han dedicado sus esfuerzos.

Se deben en gran parte sus logros al aporte econ�mico de personas rectas y sanas que en esta forma han dado al bien de la humanidad el tributo m�s grande que registran los siglos. Rese�amos entre ellas al maestro e iniciador Guillermo Marconi que con los principios cient�ficos sobre los que nos basamos, asign� un fuerte legado.


Dos ex reyes ya difuntos, un ex rey, vivo a�n, dos reyes gobernantes, un ex presidente de Am�rica Latina, tres magnates de la industria americana, cuatro ingleses, el fundador de la Rep�blica Italiana, dos magnates �rabes del petr�leo y varios acaudalados sudamericanos.


La forma maravillosa con que se ha guardado el secreto ha contribuido m�s que nada al �xito. En homenaje a estas personas hacemos las revelaciones siguientes: para rendirles justicia e infundir a la enervada humanidad la esperanza que tanto necesita.


Rendimos, asimismo, gracias sinceras al gobierno y pueblo que han permitido la organizaci�n de nuestra instituci�n, ampar�ndola y escud�ndola.

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ATENCI�N, LECTORES!

  • Los �ltimos cinco a�os de la vida de Marconi fueron los de su m�s intensa investigaci�n cient�fica.

  • Esa investigaci�n se concentraba sobre el estudio de la energ�a solar.

  • Esas fueron tambi�n las investigaciones m�s rigurosamente guardadas en secreto.

  • Sus disc�pulos guardaron la reserva y organizaron intensa y sistem�ticamente las investigaciones.

  • Si los resultados de esas investigaciones, logrados hasta hoy, fueran detalladamente conocidos, la importancia de las armas at�micas ser�a reducid�sima.

  • �Nunca se han hecho estas preguntas?

    • "�Qui�nes fueron los m�s allegados disc�pulos de Marconi?"

    • "�D�nde est�n?"

Principios axiom�ticos de Marconi que merecen estudiarse

  • "Las mismas leyes que gobiernan la armon�a entre el Sol y sus planetas son las que rigen las relaciones entre el n�cleo y los componentes del �tomo."

  • "El �tomo es parte de una c�lula o una mol�cula, �sta es parte de un cuerpo. La V�a L�ctea no es m�s que una mol�cula en la inmensa grandiosidad de un cuerpo celeste; el Sistema Solar es uno de sus �tomos."

  • "Sabe mucho m�s del �tomo el astr�nomo que conoce las relaciones del Sistema Solar, que el f�sico."

  • "Puede obtenerse m�s energ�a de un rayo de sol que de todos los �tomos de la materia."

  • "A donde llega un rayo de sol puede llegar el hombre."

  • "La desintegraci�n del �tomo es una locura cient�fica y sus consecuencias catastr�ficas."

  • "La naturaleza es como Dios que se complace en revelarse a quien la busca con amor."

  • "Si hay algo, que s� es realmente imposible, es poder negar a Dios."

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ADVERTENCIA


Prevenimos a nuestros lectores que en este relato nos vemos precisados a hacer ciertas reticencias, a las que nos obligan secretos que a�n creemos prematuro revelar.


Se har�n en este libro revelaciones que podr�amos calificar de sensacionales y las hacemos por la convicci�n de que podr�n deducirse de ellas consecuencias �tiles.


Otro fin que se persigue es de inducir a la reflexi�n a algunas potencias y particularmente a algunos sabios que encauzan sus recursos, energ�as y conocimientos por un derrotero que tan s�lo puede conducir a nuestro planeta a un seguro desastre.


El Universo encierra tantas maravillas, un recurso tan ilimitado de energ�as que para el escrutador sin prejuicios, las sorpresas de cada instante son abrumadoras. Al comenzar la rese�a de los acontecimientos que aqu� relatamos queremos ante todo rendir homenaje al Ser Supremo, autor del Universo.


Es imposible, es absurdo lograr un progreso cierto, en el campo de la ciencia, sin reconocer la unidad en el Universo y analog�a en todo cuanto existe. El simple hecho de existir nos hace en algo semejantes a todos y a todo, miembros de la comunidad maravillosa que es el Universo. Hay analog�a entre el grano de polvo y el astro m�s grande del espacio; frente el ser dotado del m�s rudimentario h�lito de vida y el hombre.


Son tan perfectas, tan exactas, tan inmutables las leyes que rigen este imperio de maravillas que su gobernante no puede tener parang�n con nada de esa materia, por bella, por grande, por perfecta que sea.


A ese Supremo gobernante, que todo cuanto tiene inteligencia nombra "Dios", el incondicional tributo de nuestro humilde reconocimiento.

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UN POCO DE HISTORIA


Un grupo de personas, profundamente adentradas en los secretos de las ciencias f�sicas, reunidas en un lugar secreto de una selva sudamericana, forman una comunidad, dedicada �nicamente a la investigaci�n cient�fica. Libres de todo compromiso con gobiernos o potencias, disponen sin embargo de un respaldo econ�mico ilimitado que ha permitido un avance sin obst�culos con el logro de resultados asombrosos y pr�cticos que se participar�n a la humanidad poco a poco, en la medida que esto convenga.


Tras larga deliberaci�n se acord� entre todos dar a conocer en este libro la existencia de esta instituci�n cient�fica, sus fines, sus principios y algunos de sus logros para alivio de la humanidad contra la tensi�n nerviosa y el espanto producidos por los que se dedican, no a la reconstrucci�n sino a la desintegraci�n de la naturaleza, y, lo que es peor, para fines exclusivamente destructores.

Enviamos una seria advertencia a ciertos gobiernos que agotan las energ�as de sus pueblos con el fin �nico de aumentar el poder de destrucci�n y aniquilamiento. Tenemos medios incomparablemente superiores, medios sencill�simos, que no requieren grandes contingentes humanos ni complicados procedimientos, por los cuales, sin embargo, podemos inutilizar sus intentos, y, si as� lo quisi�ramos, infligirles da�os horrendos.


La armon�a del espacio, la maravillosa gravitaci�n universal de los astros son regidas por una energ�a inmensa, controladas por leyes sapient�simas. El estudio profundo de ellas nos ha permitido conocer algo de dichas fuerzas universales y aprovecharlas para nuestros fines.


Una prueba de ello son las apariciones de ciertos aparatos misteriosos observados ya por algunos en distintas partes del cielo, cuyo reconocimiento sin embargo no hemos permitido. Jugamos en el cielo con esas m�quinas y hemos ya establecido contacto con otros mundos.


Esas apariciones son mensajes de paz, pero, lo recalcamos, podr�an ser terribles castigos para los enemigos de la humanidad. El odio y la venganza tienen separados a los hombres y los mantienen en amenaza constante. Dos n�cleos de investigaci�n, uno en oriente y otro en occidente, marchan en ruinosa competencia proyectando sobre la Tierra la sombra macabra de la muerte. Dos opuestas ideolog�as desorientan las inteligencias, pero la Tierra ser� de los pac�ficos y nosotros somos sus aliados.


Servir� de alivio a los hombres de buena voluntad el saber que entre esos dos nubarrones se interpone este rayo de esperanza, que no busca el aniquilamiento sino la reconstrucci�n, la comunicaci�n con la infinidad de seres que habitan otros planetas del sistema solar y los planetas de otros mundos; y esto es ya un hecho consumado.


Noventa y ocho hombres, provenientes de seis naciones europeas, son los que forman esta instituci�n de sabios que Marconi ilumin� desde Genova a la ciudad de Sidney, Australia, en al a�o de 1934.

Marconi ilumina desde Genova a la ciudad de Sidney, Australia, en el a�o de 1934.

Al a�o siguiente ilumino Rio de Janeiro. En ese momento, la prensa mundial relato ampliamente los acontecimientos.

Al a�o siguiente ilumin� R�o de Janeiro.

En ese entonces, la prensa mundial relat� ampliamente los acontecimientos y dedican cuanto pueden y saben en provecho de la humanidad, con la juramentada decisi�n de encaminar sus descubrimientos exclusivamente al bien.

Tres principios b�sicos dan uni�n a esta comunidad:

  1. Una sola religi�n: Dios, infinito y sapient�simo arquitecto del Universo.

  2. Una sola patria: La Tierra.

  3. Un solo fin: Hacer nuestros aliados a los habitantes de los otros planetas del sistema solar.

El maestro, el gu�a cient�fico de este movimiento es Guillermo Marconi, cuyas investigaciones, la mayor parte desconocidas, han marcado el derrotero que hasta aqu� hemos seguido.


Marconi, con sus descubrimientos, uni� a todos los habitantes de la Tierra y prefiri� la muerte antes que divulgar asombrosos hallazgos cient�ficos que en esos momentos hist�ricos habr�an sido instrumentos de destrucci�n. Pero Marconi tuvo amigos �ntimos, copart�cipes de sus trabajos, de sus teor�as y proyectos; y los sue�os del maestro se est�n cristalizando.


Quien esto escribe tuvo el honor de visitar a Marconi en Genova, en su barco estudio, poco despu�s de haber �l iluminado desde all� la ciudad de Sydney. Me acompa�aban en esa visita cuatro estudiosos alemanes.

Nuestro objeto era obtener explicaciones del maestro de c�mo pod�a dominarse la corriente el�ctrica hasta dirigirla alrededor de la Tierra y hacerla detenerse en un punto determinado.

Marconi afirm� desconocer propiamente lo que es la electricidad en s�, pero que pod�an comprobarse efectos que denunciaban mucha analog�a entre esta misteriosa energ�a y la fuerza universal que mantiene entre todos los astros un equilibrio tan perfecto; y particularmente cre�a, que lo que nosotros conocemos por electricidad, parec�a no ser m�s que una chispa de la energ�a solar, r�sticamente aprisionada por nosotros, y siendo el sol el centro irradiador de la misma, bien pod�a ser esa energ�a un veh�culo para cualquier punto del espacio dominado por �l mismo.


Estas ideas, confirmadas por ulteriores estudios y experimentos de Marconi fueron la base sobre la cual cimentamos nuestras investigaciones. Si esta energ�a que nosotros llamamos el�ctrica, se�orea el Universo difundiendo vida, luz y calor, �por qu� no podr�a aprovech�rsela como medio transmisor? �No podr�a guiarse cualquier veh�culo como se dirigen las ondas sonoras en la radio?

De ser esto posible el hombre podr�a llegar adonde quiera que llegue un rayo de sol.

Planta principal subterr�nea de nuestros estudios.

A.- Direcci�n. B.- Estudios. C- Biblioteca. D.- Gabinetes de f�sica y qu�mica. E.- Experimentos.

F.� Laboratorios especiales. G.- Dep�sitos. H.- Hall. I.- Salidas a la superficie.

Convencidos de tener ante nosotros un vasto panorama que' explorar, nos dedicamos a una ardua labor de investigaci�n sobre la energ�a solar y sobre su posible aprovechamiento.


Intercambiando nuestras observaciones, fue aumentando el n�mero de investigadores adhiri�ndose a nuestras teor�as eminentes aficionados. Los �ltimos asombrosos descubrimientos de Marconi confirmaron m�s y m�s nuestra fe en la teor�a. La muerte del maestro y la Segunda Guerra Mundial cimentaron nuestros prop�sitos.


Convencidos que los habitantes de otros mundos est�n distantes pero no separados de nosotros, nos entregamos a la obsesionante tarea de convertir en veh�culo la energ�a solar y tratar de comunicarnos con los seres distantes. Descartamos por tanto como err�nea y peligrosa la desintegraci�n del �tomo, por parecemos adem�s absurdo poder salir del alcance de la Tierra con las solas fuerzas terrestres.


Integr�se una sociedad, resolvimos organizamos en un verdadero instituto. Nuestras ideas hallaron r�pida aceptaci�n y abundaron los medios materiales que permitieron levantar la grandiosa obra con los resultados que veremos.


Surgi� r�pidamente una verdadera ciudad cient�fica, oculta en el coraz�n de la selva y con sus instalaciones casi todas subterr�neas. Los trabajos, impulsados con celeridad, dieron en el campo de la investigaci�n resultados inesperados. De esos resultados, aqu�, parsimoniosamente, narraremos algunos.


El �nico fin de estas revelaciones es el de tranquilizar a la humanidad y disminuir el p�nico provocado por ciertas apariciones, como los llamados platillos voladores y otros fen�menos.


Se ha tenido hasta ahora en m�ximo secreto y, en su parte esencial, seguir� guard�ndose esta labor para evitar los abusos que de ello podr�an derivarse.

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LA ENERG�A SOLAR


Ya en el a�o de 1946 ten�amos construido un poderoso receptor o colector de energ�a solar.


La energ�a el�ctrica es una serie de vibraciones, lo que constituye la existencia, vida y movimiento de toda la materia. Esa vibraci�n general tiene un centro de emanaci�n; esa fuente de nuestro sistema emana del Sol.


Nosotros logramos obtener esa energ�a indirectamente, provocando la irritaci�n de la materia, que acumula as� y devuelve las mol�culas del misterioso fluido que llamamos electricidad. Obtenemos as� la energ�a solar por reflejo de la materia. �No podr�amos obtener la misma energ�a directamente de la fuente, sin la excitaci�n de la materia?


La existencia es movimiento. Todo cuanto existe, vibra: las mol�culas y las c�lulas en los cuerpos y los �tomos en la mol�cula; y cuanta energ�a encierra un �tomo de la materia ya lo sabemos. Las mol�culas de un rayo de sol aprisionan m�s energ�a que todos los �tomos de la materia.

�No podr�amos acumular esa energ�a de un modo tan sencillo como lo hace una nube, por ejemplo? �No lograremos con esa energ�a neutralizar la energ�a qu� libera una reacci�n at�mica? Se puede, y pr�ximamente los experimentadores de la bomba at�mica tendr�n una buena sorpresa, pues estamos preparados para convertir sus reacciones en el juego m�s inofensivo.


Toda energ�a molecular produce adem�s un determinado n�mero de vibraciones. Los metales, los metaloides, gases, l�quidos y toda c�lula tienen su reacci�n peculiar, y pueden ser afectados por distinta manifestaci�n del misterioso fluido el�ctrico. Pueden afectarse e inclusive destruirse, el sistema �seo, muscular, cartilaginoso, el compuesto medular y la masa encef�lica.

�Qu� podr�a significar una descarga que afectara, por ejemplo, los cerebros de una concentraci�n de soldados?


Todo esto est� comprobado, confirmado por numerosos experimentos.


Esta instituci�n tiene ya en sus manos una fuerza de potencia insospechada con la cual podr�an causarse desastrosos efectos como podr�a neutralizarse un cataclismo at�mico.


El primer paso se encamin� a lograr, no la producci�n, sino la captaci�n y concentraci�n de energ�a solar. Luego el estudio de sus diversas manifestaciones para determinar sus aplicaciones.


Ya en el a�o de 1946, como dijimos, se ten�a preparado ese poderoso colector y condensador de energ�a solar. Un aparato de suma sencillez. Esta m�quina, adem�s de acumular energ�a, la convierte en fuerza impulsora de s� misma. Puede inclusive desencadenar sobre cualquier objetivo una reacci�n mucho m�s poderosa que la que descargan las nubes con el rayo.


Segu�a el problema de control y direcci�n del prodigioso aparato. Su gobierno a control remoto era ya cosa resuelta. Al parecer, m�s dif�cil era conseguir su control sin influencia externa; y este problema qued� al fin solucionado a satisfacci�n.


Se logr� as� una poderosa unidad, con alimentaci�n continua de energ�a, no alterada en ning�n lugar del espacio por influencias externas; unidad que concentra el mismo tiempo una potencia tremenda de acci�n externa.


En cuanto a velocidad no existen problemas mayores: Admite la velocidad que pueda resistir la robustez de su construcci�n.


La forma esf�rica es m�s efectiva para la acumulaci�n de energ�a, para su direcci�n, movimiento y resistencia son preferibles la forma fusiforme y la de disco.

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LAS NAVES


Ya en 1952 se realizaron con �xito excursiones sobre todos los mares y continentes de la Tierra. La Nave, que as� la llamaremos, construida de una aleaci�n especial�sima, apta para resistir cualquier presi�n y velocidad, est� formada de dos c�maras completamente aisladas entre s�.

La exterior es separada de la interior por un vac�o absoluto. La interior constituye la cabina con todos los instrumentos y comodidades necesarias, acondicionamiento de aire, presi�n, etc. El vac�o entre las dos c�maras constituye un enorme acumulador de energ�a, la cual es captada por la superficie externa cuya efectividad se hace m�s eficiente debido a su forma completamente esf�rica.


Las dos c�maras van unidas s�lidamente entre s� por soportes de vidrio, que constituyen otras tantas ventanillas, permitiendo desde el interior una visi�n perfecta para todas partes. Los dos puntos opuestos de la esfera, digamos norte y sur, terminan en dos torrecillas salientes dotadas de sendas y turbinas accionadas por electricidad, las cuales suministran el movimiento impulsor por cualquier direcci�n, que puede variarse instant�neamente.

En el interior del eje, que atraviesa como di�metro la esfera y une las dos turbinas, est� el periscopio que culmina en dos poderos�simos lentes, como remate de las torrecillas.


Los otros dos puntos, digamos este y oeste, est�n dotados de dos antenas magn�ticas salientes que gobiernan su direcci�n lateral por un control que, neutralizando una u otra antena, inclina instant�neamente la nave del lado opuesto. La visibilidad desde el interior es perfecta, en la superficie de navegaci�n por las numerosas mirillas externas y a grandes profundidades por los lentes del potente periscopio.


La c�mara interna del aparato puede iluminarse al arbitrio. La parte externa se presenta con brillante luminosidad durante el d�a; en la noche toma un color rojizo a carga moderada y marcada brillantez al entrar la nave en actividad.

Un dispositivo especial permite aplicar c�maras fotogr�ficas en el eje del periscopio.


Hasta aqu� la descripci�n que podemos permitirnos de la nave, que constituye el modelo ideal para viajes ultraterrestres.


Para mayores proporciones el aparato reclama una forma fusiforme, mas resistente si bien un poco m�s lenta en movimiento. Para tama�o gigante es preferible la forma de discos; el primer disco construido, y, a�n en servicio, mide 36 metros de di�metro horizontal y 11 de di�metro vertical.


La seguridad de navegaci�n es completa por la liviandad del aparato y la falta de m�quinas vibratorias. Acciona silenciosamente, fuera de un ligero zumbido al comenzar a accionar las turbinas, el cual desaparece en absoluto en alta velocidad por superar la barrera del sonido. En regiones ultra atmosf�ricas trabaja por simple imantaci�n energ�tica, y esto es lo que constituye la maravilla del aparato.

Cualquier posici�n o inclinaci�n que tome la parte exterior de la nave no altera la posici�n de la cabina interior que siempre permanece horizontal. El movimiento de estos aparatos no puede propiamente llamarse vuelo, de modo que al hablar de ello diremos que se trasladan o transportan.


Son numeros�simos los viajes que se han efectuado por todas las latitudes y longitudes, viajes de prueba y de reconocimiento; en algunos de estos viajes las naves fueron observadas desde la Tierra.

Nuestras naves interplanetarias, perfeccionadas por los t�cnicos marcianos y
que efectuaron el viaje a Marte el 12 da octubre da 1956.

A.- Turbinas de elevaci�n. B.- Lentes de periscopio. C- Turbinas de traslaci�n.

Podemos decir que tenemos escudri�ada la Tierra y sobre todo ciertos territorios.

Conocemos las principales instalaciones del mundo, particularmente las el�ctricas at�micas, pues a�n a grandes distancias son delatadas por sensibil�simos aparatos magn�ticos de las naves, guardando en nuestro poder asombrosos documentos fotogr�ficos.

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LA ESPERADA VISITA


Ya desde 1950 ten�amos certeza de ser visitados por aparatos de alg�n otro planeta, y, deduciendo de nuestros progresos, llegamos a la absoluta certeza de ello. La Tierra era sometida a un examen por habitantes de otro mundo y todo demostraba que sus intenciones eran amistosas, pero al mismo tiempo parec�an no atreverse a tomar contacto, y hab�a para ello serios motivos.


Resolvimos, pues, llamar su atenci�n. Sus naves deb�an ser muy semejantes a las proyectadas por nosotros; lo indicaba su modo de proceder. Al notar sus apariciones iniciamos el lanzamiento de poderosas se�ales luminosas y sonoras de onda corta. No tuvimos respuesta al principio, pero ten�amos la certeza de haber sido escuchados y vistos, pues las extra�as naves repet�an sus visitas.


A fines de 1955 recibimos se�ales ciertas de respuesta.


Dispusimos en nuestro peque�o campo de pruebas toda clase de se�ales para invitar a un aterrizaje. El 16 de diciembre del mismo a�o, a las cinco de la tarde, con inmensa alegr�a nuestra, una formaci�n de cinco aparatos hizo su aparici�n sobre nosotros y, casi inmediatamente, el primero de la formaci�n hizo contacto con la tierra mientras los otros cuatro volvieron a elevarse, manteni�ndose a poca distancia e igual altura.


La m�quina, que emanaba un brillo fosforescente, fue opac�ndose r�pidamente y en breves instantes se troc� en un color indefinido tendiente a marr�n claro.

Lo primero que salt� a nuestra vista fue que la extra�a m�quina, completamente esf�rica, no era de superficie lisa, sino toda erizada de puntas, de unas seis pulgadas de largo, de un metal brillant�simo; adem�s no estaba provista de turbinas como las nuestras, sino de una banda ecuatorial de superficie liga y de unos 60 cent�metros de ancho que pod�a girar en ambos sentidos.


La esfera medir�a unos 6.50 metros de di�metro.

Otra sorpresa grande para nosotros, y ru� impresi�n un�nime, la certeza de que esos aparatos visitantes dispon�an de una base en tierra. �En qu� parte? No pod�amos tener la menor sospecha, ni era del caso indagarlo por el momento, pero cada vez que aparec�an no ven�an de otro mundo y la base desde luego deb�a estar bien equipada.


Prestamente nos acercamos al aparato y abri�ndose una puertecita lateral descendieron por ella cuatro personas que nos saludaron con inclinaci�n de cabeza y dieron paso inmediatamente al �ltimo de ellos que salt� a la vista ser el jefe.


Nuestra primera impresi�n fue la de hallarnos ante persona superiores a nosotros. Su estatura era un poco superior a la mediana nuestra; medir�an un metro ochenta y cinco cent�metros.


El color de la piel, blanco, pronunciadamente rosado, pelo corto, de un rubio claro y ojos de un celeste claro, sin ninguna se�al de barba en el rostro, con un traje que daba la impresi�n de ser de una sola pieza y algo semejante a un overall de hule, que los proteg�a de los pies a la cabeza, inclusive las manos, terminando sus mangas en forma de guantes. No llevaban zapatos, el mismo traje terminaba en forma de botas con una capa m�s gruesa bajo los pies.

Una especie de cofia, adherida al mismo traje y del mismo material, les cubr�a las cabezas, que descubrieron inmediatamente dejando caer para atr�s las cofias. Pies y manos, resaltaban m�s peque�os y finos en proporci�n, a los nuestros. La frente espaciosa y m�s alta que la nuestra. El aspecto general, hermoso e imponente.


El primer contacto revel� inmediatamente amistad y simpat�a por ambas partes. Les invitamos a pasar a uno de nuestros estudios, equipado al objeto con toda clase de mapas celestes, en particular del sistema planetario solar, inclusive un globo de Marte.


La dificultad de comunicaci�n qued� resuelta en parte por un sorprendente aparato, que reflejando las ondas el�ctricas provocadas por nuestros cerebros, les revelaba nuestras ideas, que acompa�adas por indicaciones en mapas y globos eran bastantes sencillas:

  • �Proven�an del planeta Marte?

  • �Hab�an venido otras veces?

  • �Estaba totalmente poblado el planeta Marte?

  • �Convendr�an en establecer contacto con nosotros?

  • �Podr�an indicarnos la construcci�n de sus aparatos?

  • �Por qu� fuerza eran impulsados?

Sus respuestas fueron r�pidas y, a pesar de ser transmitidas s�lo por se�ales, pudimos entenderlas bien.


Otra sorpresa, si bien no lo expresaron, era que resultaba claro por su modo de hacer se�ales, no ser la primera vez que se relacionaban con nuestros semejantes.


Ven�an de Marte, que ellos llaman "Loga".


Hab�an venido varias veces y trazaron en el mapa del Sistema Solar la trayectoria seguida para llegar a la Tierra (llamada por ellos "Dogue") pasando y haciendo escala en la Luna ("Minu") en donde ellos ten�an bases.

Su planeta, que de aqu� en adelante llamaremos tambi�n nosotros Loga, estaba m�s habitado que la Tierra.


Respecto a nuestros globo representando a Loga, result� claro parecerles una puerilidad.


Deseaban realmente establecer relaciones con nosotros, estudiar nuestro planeta y estaban dispuestos a darnos cuanta informaci�n quisi�ramos respecto del suyo.


Estaban prontos a darnos cuantos detalles quisi�ramos de sus naves y deseaban vivamente conocer las nuestras. Ellos se val�an �nicamente de la energ�a solar.


Est�bamos satisfechos. Su m�quina receptora de ondas cerebrales les revelaba nuestra sinceridad, el deseo vehemente de relaciones amistosas y el fin �nico de servir al pac�fico mejoramiento de los habitantes de nuestro planeta.


Ofrecimos luego un refrigerio, que aceptaron gustosos.


Nos invitaron seguidamente a inspeccionar su nave cuya sencillez y comodidad nos asombr�. La c�mara del personal ocupaba apenas una cuarta parte del volumen total del aparato.


Hab�a mucha semejanza con algunas de las nuestras, exceptuando quiz� la mayor sencillez en sus controles.


En lugar de turbinas para el arranque inicial, estaba dotada de la banda giratoria ecuatorial que le permit�a tomar impulso vertical suavemente. Acto seguido los llevamos a nuestro estudio taller para que examinaran nuestro �ltimo aparato, con el cual est�bamos dispuestos a corresponder la visita. Mostraron vivo inter�s en todos los detalles.


Expresaron satisfacci�n y manifestaron ser posible la realizaci�n de nuestro viaje. Trataron de hacernos algunas indicaciones de reformas.

Aprovechamos entonces para invitarlos a quedarse con nosotros, a lo cual contestaron con una franca aceptaci�n, asegur�ndonos que regresar�an para ello.

La esperada visita

Los acompa�amos a su nave a la cual entraron con una �ltima se�al clara de "Hasta luego". Cerrose herm�ticamente la puerta. El aparato comenz� a iluminarse exteriormente y se elev�.

Inmediatamente se unieron en formaci�n los otros cuatro y se alejaron r�pidamente.


La entrevista hab�a tenido m�s �xito del que pod�amos esperar. Habr�a colaboraci�n y entendimiento. Nos dimos a la tarea de preparar un sistema especial de se�ales luminosas y sonoras para lograrlo mejor. Por lo dem�s no deb�a ser dif�cil coordinar una lengua para mutua comprensi�n oral.


Por las pocas palabras que entre s� se hab�an cruzado pod�amos deducir que su lenguaje era desprovisto de consonantes �speras, guturales y vocales nasales o aspiradas, pudi�ndose encuadrar f�cilmente en nuestro grupo de idiomas neolatinos y especialmente italiano y espa�ol, o sea, consonante y vocales de pronunciaci�n clara y l�quida, hecha m�s suave por sus dentaduras, de piezas m�s peque�as y unidas que el com�n de las nuestras.

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SEGUNDA VISITA

Nuestro objeto en este libro no es el de detenernos en detalles de nuestros estudios y trabajos sino de relatar nuestras relaciones con los habitantes de Marte.
Nuestros colegas de Marte hab�an demostrado sincera voluntad de cooperaci�n y nos dimos a la inmediata tarea de realizar los �ltimos preparativos para traspasar la �rbita de nuestras barreras terrestres.


Las naves no presentaban problemas respecto a velocidad y direcci�n. Los problemas que hoy deb�an resolverse eran los relativos a la resistencia a las grandes presiones o a la falta de ellas y la resistencia al recalentamiento por el roce inevitable con los elementos atmosf�ricos y estratosf�ricos.


En ambos sentidos hab�amos dado pasos muy avanzados. Respecto a lo primero se plane� una nave de triple coraza con dos c�maras aisladoras de vac�o absoluto. El segundo problema lo resolver�a un elemento que deber�a ser conductor extraordinaria resistencia al calor.


Se logr� para la coraza externa una aleaci�n que podr�a resistir 6,000 grados de calor en circunstancias corrientes y que cargado de electricidad se convertir�a de una resistencia sin l�mites, convirti�ndose casi en energ�a s�lida, que al aumentar la velocidad aumentar�a al mismo tiempo el poder de concentraci�n energ�tica.


Las puntas de que estaba erizada la nave marciana nos encaminaron a la soluci�n de varios problemas.


Exactamente un mes despu�s de la primera, recibimos la segunda visita de los mensajeros de Marte que esta vez se presentaron con seis m�quinas, cinco de las cuales eran iguales a las primeras y la �ltima de proporciones mucho mayores y en forma de disco, o trompo muy achatado.

Una gigantesca nave marciana.

Podr�amos dividir este aparato en cinco secciones.

La central de di�metro mayor, dos secciones, superior e inferior, a la central que formaban una unidad compacta y s�lida y las dos secciones, la extrema superior y extrema inferior, m�viles o sea giratorias, como dos turbinas, pudiendo girar ambas en el mismo sentido o en sentido opuesto; dotando as� a la nave de impulso de ascensi�n o de descenso.


En los cuatro extremos opuestos de la banda central estaban dispuestas cuatro turbinas de proporciones inferiores a las primeras dos, al accionar las cuales la enorme nave tomar�a la direcci�n deseada.


La gigantesca nave era seductora y desde luego demostraba ser d� una enorme potencia. Su di�metro m�ximo medir�a unos sesenta metros, su m�xima altura en cambio tendr�a unos dieciocho metros.


Descendieron tres personas de cada una de las primeras cinco naves, quienes acudieron a rodear el disco. En seguida abri�ronse dos compuertas por las cuales descendieron veintiocho hombres. El jefe que nos visitara la primera vez, acompa�ado por otros dos, adelant�ndose hacia nosotros, nos brind� amable reverencia que nosotros emocionados imitamos atrevi�ndonos a ofrecer un efusivo apret�n de manos que fue cordialmente correspondido.

Nos gui� seguidamente al enorme disco, indic�ndonos un abundante equipo destinado a nuestro campamento, preguntando adonde podr�a ser depositado. Se�alando el lugar y con la ayuda de nuestros hombres se procedi� al desembarque. Desocupada la nave e invitados por ellos, practicamos una breve inspecci�n en su interior. Saltaba a la vista la formidable robustez de su construcci�n, hecha sin embargo con materiales livian�simos.


No nos entretuvimos en esta inspecci�n, pues la nave iba a permanecer all� con sus tripulantes que comprend�an mec�nicos, dos m�dicos, tres f�sicos, dos astr�nomos, especialistas en ciencias pol�ticas y religiosas, dos expertos en alimentaci�n y tres t�cnicos que se dedicar�an exclusivamente a la interpretaci�n y adaptaci�n del idioma.


En nuestro campamento se hablaban 22 idiomas, ninguno de ellos sin embargo resultaba tic utilidad pr�ctica para el caso, pues, a pesar de que el idioma de los visitantes ten�a en fon�tica bastante semejanza con las lenguas neolatinas, ninguna semejanza prestaba en lo dem�s. Quien esto escribe por poseer el dominio de 6 idiomas, integr� la comisi�n que se encargar�a de la interpretaci�n y de establecer una posible coordinaci�n de lenguaje para mutua facilidad de entendimiento.


Depositados equipos y equipajes, todo el personal visitante se reuni� en dos grupos, 15 personas a la izquierda y 28 a la derecha del jefe, quien hizo la presentaci�n de los segundos que permanecer�an entre nosotros y refiri�ndose a su planeta hizo entrega a nuestro jefe de un documento.


Extrajo de un rollo de oro fin�simo una hoja, de treinta por treinta cent�metros, de brillante metal blanco, del espesor de un papel nuestro corriente; la hoja met�lica llevaba grabada en relieve con letras de oro, una inscripci�n, encabezada a manera de escudo por un grabado, tambi�n en relieve, representando el Sistema Planetario Solar.

Dos meses despu�s ten�amos la traducci�n exacta del contenido:

LOGA

Hermano universal del espacio inmenso rinde homenaje y amistad a,

DOGUE

En el deseo vehemente de unir a los seres todos,

que viven en un solo esp�ritu, en el esp�ritu infinito para gloria y paz eternas.

La firma la constitu�a un sello grabado en relieve, representando un globo de Marte; el cual signo era exclusivo privilegio de jefe supremo.

Se nos enviaba pues un mensaje especial en nombre de todos los habitantes del planeta, del cual se desprend�an fant�sticos conceptos.

Los marcianos traen escrito un mensaje de amistad y alianza,

en su segunda visita a la Tierra.

  • �Vivir�an en perfecta uni�n, en hermandad universal los habitantes de Marte y de los otros mundos?

  • �Ser�an dirigidos o gobernados por un solo jefe?

  • �Ser�an todos guiados por un solo principio religioso?

  • �No exist�an discriminaciones de razas?

  • �No existen en las cartograf�as de Marte las insulsas l�neas, llamadas fronteras, que marcan e imponen el odio entre sus habitantes?

Si esto fuera as�: �Qu� papel m�s triste desempe�ar�a la Tierra en el consorcio de los mundos! �Qu� negro su panorama! �No ser�a nuestro planeta un salvaje rebelde en la armon�a universal?


Advertimos categ�ricamente que todos nosotros, dedicados sinceramente a la investigaci�n, estamos hondamente imbuidos de la idea de la divinidad y del principio religioso universal.


Las abrumadoras reflexiones a las que nos induc�a todo cuanto estaba ocurriendo, confirmaron m�s y m�s nuestros sentimientos.


Terminando el breve acto, el personal que iba a permanecer en tierra correspondi� al jefe y a sus acompa�antes el saludo, levantando recto el brazo derecho hacia arriba, pas�ndolo luego hacia el frente, vertical al cuerpo, para tornarlo paralelo al mismo hacia abajo.


Interpretamos el saludo como se�alamiento al astro de procedencia, juramento de fidelidad y obediencia incondicional. El mismo saludo nos dirigi� el jefe a nosotros, secundado por todos ellos y nosotros instintivamente, a una, lo correspondimos. Se encaminaron luego a sus naves abord�ndolas inmediatamente. El jefe, que abord� por �ltimo su nave, nos salud� nuevamente y ocup� su puesto. Los aparatos se elevaron uno por uno y desaparecieron a grande altura dirigi�ndose hacia occidente.


No regresar�an a Marte, est�bamos seguros, sino a su campamento terrestre: �A qu� parte de la Tierra? No lo sab�amos a�n.


Los marcianos que quedaron, dirigi�ronse a su disco pues pasar�an a bord� las primeras noches y parte del d�a para su ambientaci�n y adaptaci�n. A los cuatro d�as ocuparon definitivamente el edificio a ellos destinado y previamente acondicionado.


El objeto obvio de su visita era una mutua comunicaci�n y el intercambio mutuo de conocimientos cient�ficos, t�cnicos y culturales.


Cada comisi�n se dio inmediatamente a su tarea con el mayor ah�nco, siendo la m�s ardua, al principio, la que tuve el honor de presidir y dedicada al lenguaje.
Diez d�as m�s tarde ya pose�a nuestra comisi�n una idea clara del nuevo idioma y sus principales acepciones. Guiados por un programa bien definido nos circunscribimos a lo esencialmente necesario para el mutuo entendimiento en el desarrollo del mismo programa que era bien preciso.

Objetivos primordiales:

  1. Adaptar nuestros aparatos para el viaje proyectado.

  2. Intercambio de los conocimientos geogr�ficos de ambos planetas.

  3. Intercambio de conocimientos cosmogr�ficos del Sistema Solar.

  4. Estudio de la constituci�n f�sica del cuerpo humano para su adaptaci�n en los dos medios planetarios.


La energ�a solar puede convertirse en un sinn�mero de aplicaciones an�logamente a lo que nosotros hacemos con la electricidad que, al fin, es la misma cosa. Los marcianos hacen uso casi exclusivamente de esa energ�a, cuya acumulaci�n obtienen de un modo maravilloso de los rayos solares.

Es sorprendente la solidez, estado compacto y enorme capacidad de acumulaci�n que adquieren ciertos elementos met�licos al ser tratados, en estado l�quido durante la fundici�n, por el voltaje elevado de electricidad que deja el metal casi en estado h�brido con asombrosa sensibilidad a la energ�a. As� fueron reform�ndose las corazas de nuestras naves.


Buenas sorpresas recibimos en asuntos geogr�ficos, pues mientras ellos conoc�an la Tierra casi tan bien como nosotros, en cambio, nada sab�amos de Marte. Pose�an de la Tierra mapas muy detallados, lo que indicaba que se hab�a llevado a cabo una seria exploraci�n de la misma. Era cierto; y nos enteramos de datos sorprendentes.


Los marcianos estaban explorando sistem�ticamente nuestro planeta desde el tiempo de la Primera Guerra Mundial, habiendo llegado por primera vez en agosto de 1917. Su primer viaje, realizado con cuatro naves, hab�a sido fatal porque s�lo dos pudieron regresar, pero con suficientes experiencias para los siguientes. Hasta mayo de 1936 se realiz� la segunda expedici�n con �xito completo.


Repetidas veces se hab�an percibido se�ales en Marte cuando Marconi en sus experimentos lanzaba poderosas ondas dirigidas a otros planetas, los viajes a la Tierra se multiplicaron.


La �ltima guerra mundial, de la cual se dieron cuenta cabal, los disuadi� de buscar un entendimiento; hab�a demasiado desacuerdo, demasiada sa�a, demasiado odio entre los hombres. �Ser�an tergiversadas sus buenas intenciones?


Al t�rmino de la guerra se reanudaron sus viajes de exploraci�n.


Por cierto que en uno de esos viajes hab�a ocurrido un serio incidente al no poder evitar a tiempo el demasiado acercamiento de un aparato terrestre, el cual, provocando una tremenda descarga el�ctrica, literalmente se pulveriz�.


Nos referimos aqu� a sus visitas y expediciones sistem�ticas, porque sus visitas eventuales a nuestro planeta, como demostraremos ampliamente en nuestro segundo libro "MAKI'K Y NOSOTROS" datan de m�s de dos mil a�os.

Lo anterior nos confirma que si conoc�an la Tierra, la Tierra sin embargo no era confiable.


Unos treinta marcianos hab�an sido depositados en tierra, haci�ndolo en diversas partes.


Un marciano, confundido en una gran ciudad, puede pasar desapercibido. As� es como se conoce en Marte a Washington, Nueva York, Roma, Londres, Par�s y se conoce algo de sus idiomas.


Persigui�ndose por ellos siempre el fin de un entendimiento, trataron esos visitantes de captar una clara idea del estado psicol�gico de la humanidad. El cuadro sin embargo siempre se present� obscuro. M�s tarde, llegando nosotros a Marte, nos dimos cuenta exacta de los conceptos que se hab�an formado y los consignaremos fielmente. Por el momento s�lo declararemos que gozan de �ptima reputaci�n ante ellos los norteamericanos y las naciones del pacto del Atl�ntico, por sinceras en sus intenciones. No conf�an en el asi�tico y menos en Rusia que constituyen seg�n ellos el peligro m�s grave para nuestra pac�fica prosperidad.


Por eso nos cost� lograr convencerlos a establecer contacto con nosotros. Pero ya nos hab�amos comprendido y persegu�amos el mismo objetivo.
Cosmogr�ficamente pudimos hacer un mejor aporte, si bien aventajan en mucho sus instrumentos de observaci�n, mucho m�s perfectos y porque varios planetas, y ellos conocen tres m�s que nosotros, hab�an recibido su visita.


Tambi�n la Luna, que para ellos era una escala de rutina, nos reservaba sorpresas.


Respecto a la adaptaci�n vital de unos y otros no se presentaban problemas mayores como nosotros supon�amos. En Marte la temperatura es muy inferior a la media terrestre, sin embargo hay muchas regiones terrestres habitadas con temperaturas muy parecidas a la media del planeta amigo. La temperatura media en Marte podr�a corresponder a la nuestra de diez grados cent�grados, sin embargo, por diversas razones de orden atmosf�rico y geol�gico, los efectos no son id�nticos. Sobre los habitantes de Marte nuestro clima es oprimente por su atm�sfera m�s pesada.


Los terr�colas en cambio experimentar�n en Marte la sensaci�n de quien se halla a una altura de seis mil metros sobre el nivel del mar.


Estando ubicados nuestros estudios en una regi�n andina a cuatro mil metros sobre el nivel del mar y, a una temperatura media de dos grados cent�grados, se comprender� la f�cil adaptaci�n de los marcianos.


Una permanencia larga en regiones menos elevadas o a nivel del mar causar� trastornos en el organismo de los marcianos por la subida presi�n atmosf�rica, al igual que sufrir�amos nosotros en regiones elevadas de Marte por la raz�n inversa.


Las enormes variantes durante el trayecto ser�an salvadas por una conveniente adaptaci�n del interior de las naves, prescindiendo por completo de los absurdos equipos personales como los que se estilan en las naves supers�nicas corrientes.

Mediante una conveniente adaptaci�n del interior contar�amos durante todo el viaje con ox�geno, temperatura y presi�n adecuados.


La alimentaci�n no constituir�a tampoco un serio problema. Los marcianos tra�an consigo una fuerte reserva alimenticia en forma de comprimidos, fabricados casi todos de cereales, muchos de los cuales se cultivan all�.

Sin embargo poco uso tuvieron que hacer de esas reservas pues nuestra alimentaci�n result� para ellos muy satisfactoria, lo mismo que para nosotros resultaba muy efectivo y altamente eficaz su r�gimen.

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�ATENCI�N, HABITANTES DE LA TIERRA!


Era realmente sincero el inter�s de los marcianos en el establecimiento de relaciones s�lidas con nosotros, prodigando adem�s sus conocimientos t�cnicos y cient�ficos sin ninguna reserva, revelando un celo semejante al de ap�stoles de un clero.

Estaban convencidos de que, de la semejanza entre los dos planetas y entre los habitantes de los mismos, podr�an deducirse, por una ley universal, analog�as y semejanzas entre todos los planetas y sus habitantes, tenidas en cuenta las diferencias accidentales en unos y otros. Y como en un mismo planeta hay partes de �l y de sus habitantes mis desarrolladas que otras, as� habr�a en el universo mundos y planetas m�s perfeccionados que otros. Las diversas circunstancias de ubicaci�n, distancia, influencia, etc., del centro energ�tico, el Sol en nuestro caso, son un factor de suma importancia en el mayor o menor grado de desarrollo en cada caso.

Eran inimaginables las consecuencias que podr�an deducirse del hallazgo do leyes exactas al respecto. Nosotros comprendimos claramente los m�viles y aspiraciones de los marcianos; son seres sumamente adelantados cient�ficamente y al mismo tiempo pose�dos de un alto esp�ritu idealista, misioneros de una idea universal.


La formaci�n y constituci�n de los mundos dan a sus sistemas te�rico, filos�fico, cient�fico y religioso una cohesi�n de solidez gran�tica, de conclusiones claras, s�lidamente fundadas, que dirigen la investigaci�n por un camino bien determinado.


El Universo entero (nuestro macrocosmos), es una realidad bien definida. Sus componentes son, asimismo, realidades tan definidas como lo son las diversas partes de esos componentes.


Las leyes exactas que gobiernan y singularizan el �tomo de cada mol�cula, la mol�cula y la c�lula de cada organismo y los organismos de cada cuerpo son id�nticas a las que en el espacio relacionan el sat�lite con el planeta, el planeta con el astro y el astro con el Universo.


La ley constitutiva del microcosmos, el �tomo, es la que constituye el macrocosmos, el Universo. �C�mo podr� llegar la humanidad a la resoluci�n certera de tantos problemas que le obstruyen el paso a la luz, mientras para unos el mundo tiene un origen, para otros es muy distinto? El principio moral es diverso en varios. Para unos Dios es realidad, para otros, ficci�n. En la misma investigaci�n cient�fica, los principios de partida son distintos. Esto no producir� m�s que un caos del cual la humanidad no lograr� nunca resultados de avance real.


En Marte se logr� el establecimiento de principios bien definidos, verdades inmutables y no tergiversadas; eso los ha conducido al grado de perfecci�n que los enaltece.


S� un mismo principio, sostenido por unos, es rechazado por otros relegar� forzosamente a unos u otros al error; conducir� r�pidamente a unos hacia la verdad y sumir� a otros en mayor confusi�n.

En la Tierra, divagamos a�n en absurdas elucubraciones respecto al origen de la materia y de la vida.

  • �C�mo podremos dar un paso positivo hacia la determinaci�n de ciertos principios, la positividad de ciertas leyes y tras esos b�sicos baluartes avanzar con firmeza si lo que hoy tenemos como seguro pedestal resulta ma�ana deleznable y es suplantado por otra teor�a a su vez incierta?

  • �C�mo podremos establecer principios religiosos, cient�ficos y ni aun pol�ticos y sociales si fijamos como base de nuestro mundo una absurda teor�a de evoluci�n materialista?

  • �Ha producido una causa inferior efectos superiores alguna vez?

Y aun en el campo de la experiencia, ni los elementos primarios han dado un paso no digamos al perfeccionamiento, pero ni siquiera a una m�nima transmutaci�n. Jam�s el oro se ha trocado en plata, ni el hierro en plomo, ni el hidr�geno en ox�geno.

Mucho menos se han hallado vestigios del cambio de un mineral en vegetal, del vegeta! en animal, o del irracional en ser inteligente. Pero ni de una especie a otra se ha logrado el paso y los esfuerzos en ese intento han dado por resultado �nicamente peque�as variantes o monstruos accidentales. Y si no lo ha logrado la ciencia con todos sus esfuerzos.

�C�mo lo habr� podido efectuar la naturaleza que en su estado primario el evolucionista la considera materia ciega e ignorante?


Si la ciencia procediera en su ascenso partiendo de un principio axiom�tico y gradualmente avanzara a un segundo paso que fijara inconmovible base para un tercero tendr�amos en la escala del progreso pelda�os firmes que conducir�an a una meta de alcances indefinidos. Pero si el primer pelda�o de esa escala descansa en falso, todo ser�n elucubraciones faltas de l�gica y sentido.


Ocurre con frecuencia a la humanidad lo que al cirujano en el campo de la medicina. Una operaci�n quir�rgica, basada en un falso diagn�stico concluir� en una herida fatal y a veces en un homicidio. Muchas cosas hace la humanidad, que son rid�culas, in�tiles y, a veces, fatales.

Es encomiable el esfuerzo humano, por ejemplo, en el campo del transporte; pero �compensan las ventajas al enorme promedio de destrozos que ello ocasiona? Un pa�s podr� ofrecer un autom�vil a cada habitante, pero para ello: �Cu�ntos millones de toneladas de materia prima extraemos de la tierra? �Cu�ntos millones diarios de toneladas de combustible, gases, carb�n, petr�leo, etc., arrancamos de sus entra�as?

El peso de nuestro planeta es definido.

  • �Soportar� este peso una mengua indefinida?

  • �A qu� cataclismo llevamos nuestro planeta?

  • �A qu� consecuencias nos llevar� la desintegraci�n at�mica?

Invertimos millones de unidades de energ�a humana, millones de toneladas de materia prima para aniquilar materia y obtener como consecuencias s�lo destrucci�n.


Habr� de producirse en nuestro planeta un desequilibrio tal que afectar� forzosamente, por la ley de compensaci�n, el equilibrio de los otros planetas de nuestro sistema. Por eso se alarman justamente sus habitantes y vienen en nuestra ayuda para encauzarnos por otro rumbo. Dejemos de destrozar y enervar nuestro planeta y aprovechemos la maravillosa energ�a que transporta los astros y gobierna el Universo.


Por eso los marcianos ten�an inter�s en llevarnos a conocer su casa, su gobierno, su vida y sus progresos.

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�LTIMOS PREPARATIVOS


Los trabajos se hac�an con celeridad. Hab�amos logrado la comuni�n entre dos mundos. Los r�pidos progresos nos llenaban de honda satisfacci�n y nos infund�an alientos con el entusiasmo y el optimismo que comunica la seguridad del triunfo. Los marcianos dominaban la materia con destreza sorprendente y un conocimiento profundo de las propiedades f�sicas y qu�micas de los cuerpos primos, recabando combinaciones y aleaciones de resistencia, dureza y propiedades cuyo alcance nosotros no hab�amos logrado.


La constituci�n f�sica del planeta Marte es igual a la terrestre de modo que no hubo necesidad de engorrosas investigaciones. El calor y la fuerza motriz eran logrados con la concentraci�n de los rayos solares por un receptor de vidrio en forma de c�pula. Durante los meses de arduo trabajo fueron frecuentes las inspecciones de jefes marcianos cuyas visitas eran ya rutinarias.

Tres poderosas m�quinas estaban al fin prontas para cruzar el oc�ano inmenso del espacio.


De forma completamente esf�rica, en el interior cada m�quina consiste de una c�mara dividida en dos secciones, una destinada al personal y otra a los instrumentos mayores. Esta c�mara est� protegida por cuatro corazas, de extraordinaria robustez, separadas entre s� por tres c�maras, las dos externas de vac�o absoluto y la �ltima comunicante con el interior. En esta �ltima, en su mayor parte transparente, est�n instalados varios equipos.

La envoltura externa, de forma tambi�n esf�rica, constituye un poderoso colector de energ�a y calor, que es asimismo convertido en energ�a, dotada de puntas de un enorme poder electromagn�tico. Dos poderosas turbinas, que toman aspecto de torrecillas, en los extremos superior e inferior, le dan propulsi�n y otras tres min�sculas, distribuidas en la extrema superficie externa, le dan direcci�n.

Poderosos y eficaces condensadores aseguran fuerza de emergencia. Un m�nimum de esta fuerza es suficiente para asegurar al aparato un aterrizaje eventual el cual puede efectuarse en agua, previo enfriamiento de la parte externa, lo cual se consigue neutralizando el circuito magn�tico. Enormes reservas de ox�geno, alimentos concentrados y todo lo previsible eran instalados en las naves. A los marcianos nada podr�a sorprender.


Tres meses de vuelos intensos por todas las latitudes y longitudes consagraron las naves para el hist�rico acontecimiento.


El viaje fue bautizado Expedici�n Col�n en homenaje al gran genov�s que dio luz al Nuevo Mundo del cual se desprender�a esta nueva epopeya cuyos alcances s�lo est�n en poder de Dios y de la historia. Las naves, bautizadas con solemne rito religioso (contaba nuestro instituto con dos eminentes sacerdotes), se llamaron Loga, Dogue, Cuni: Marte, Tierra, Alianza.


Exornaban el interior de las naves sendas efigies de oro del m�ximo embajador de los siglos a quien confiamos reverentes nuestra empresa: Cristo.


Las circunstancias todas concurrieron a fijar la memorable fecha, por dem�s simb�lica, 12 de octubre para el primer viaje interplanetario. Los �ltimos preparativos inmediatos fueron hechos con la emoci�n que puede infundir un acontecimiento, el m�s memorable de la historia de la humanidad.


Am�rica deb�a ser la primera antena del nuevo mensaje. El d�a 28 de octubre estar�a el planeta Marte en oposici�n al Sol, hall�ndose la tierra entre el Sol y Marte y la Luna entre Marte y la Tierra.

El 12 de octubre era por tanto a�n astron�micamente la fecha precisa para el inicio del viaje.

Nuestro poderoso colector de energ�a termosolar con capacidad para cien mil kilovatios.

O.- Colector. A.- Condensadores y acumuladores. X.- Campo de antena magn�tico-solares

El personal destinado a tripular las naves estaba listo. Las nueve personas, seleccionadas para satisfacer todos los requisitos, estaban prontas para cumplir su misi�n; un m�dico, un sacerdote (eminente astr�nomo), cuatro t�cnico-f�sicos, dos peritos en sociolog�a y ciencias metaf�sicas y el autor de este relato, como int�rprete.


En previsi�n del sepulcral silencio en que ser�an envueltas las cabinas interiores de las naves durante el vuelo sideral, fueron equipadas convenientemente con especial�simos aparatos de reproducci�n musical, cintas magn�ticas para reproducci�n de instrucciones y programas especiales, destinados a mantener alerta el sistema nervioso y potentes unidades para comunicaci�n radial directa con la base.

Estos aparatos que resultaron de alta eficacia, sensibilidad y fidelidad, fueron construidos especialmente.


El 9 de octubre hab�an descendido al campamento siete aparatos marcianos, seis de los cuales tra�an la misi�n de escoltarnos en el viaje. Ellos estaban listos, y para nuestra sorpresa, cada nave ven�a equipada de un poderoso dispositivo electroim�n con el cual podr�a en caso de grave emergencia, ser remolcada otra nave en el espacio.

Una poderosa estaci�n de radio fue preparada especialmente para mantenerse en contacto con nosotros, estaci�n sin duda la m�s poderosa que se haya construido hasta hoy.

Los marcianos, que demostraron viv�simo inter�s desde el principio por nuestros sistemas de comunicaciones radiales, se esmeraron en ayudarnos a dejar las instalaciones con m�xima efectividad.



La t�cnica de los expertos visitantes nos hab�a prestado ayuda decisiva en la resoluci�n del problema clave para el traspaso de las fronteras de la atracci�n terrestre.

Para contrarrestar la fuerza de la gravedad ser�a invertida la energ�a el�ctrica de modo que en lugar de sufrir resistencia ser�an rechazadas de su eje. Hall�ndose Marte al exterior de la �rbita terrestre, nosotros ser�amos transportados por la energ�a solar en sentido directo al de su atracci�n.


Qued� comprobado definitivamente que la energ�a el�ctrica no es m�s que una manifestaci�n de la inmensa energ�a que gobierna la gravitaci�n general.


Al contrario de lo que suceder�a con cualquier aparato terrestre de otro tipo, la atm�sfera no constituye un medio para las naves energ�ticas sino m�s bien un lastre y cuanto m�s rara la atm�sfera mayor es la cantidad de energ�a aprovechable, menor la resistencia externa y menores los problemas del rozamiento atmosf�rico.


Como el planeta Marte es mucho m�s peque�o que la Tierra, menor su atm�sfera y su fuerza de gravedad, los viajes de los marcianos a la Tierra y nuestro viaje de regreso resultan mucho m�s f�ciles.


Previsto todo lo humanamente previsible y concluidos todos los preparativos, el once de octubre de 1956 extend�a ya sobre la Tierra la noche m�s memorable y, para nosotros, !a m�s larga de todas las noches.


Un c�mulo de sue�os, ideas, sentimientos, nobles esperanzas invad�an las mentes y los corazones de todos, de los que permanecer�an en tierra, pero especialmente de los escogidos que �bamos a emprender el camino de los astros.


�Cu�l ser�a la conclusi�n de tan extraordinaria aventura? Sin embargo no nos sent�amos aventureros-, sent�amos la satisfacci�n, la emoci�n honda de la embajada, de la misi�n m�s grande cuyos resultados podr�an tener consecuencias de alcances imponderables.


�Coronar�a el �xito nuestra misi�n? �Volver�amos a ver a nuestra amada Tierra? �Sus montes, sus mares, sus crep�sculos, sus auroras? Acostumbrados a sumirnos en la contemplaci�n de las cartas celestes que nos mostraban la Tierra como un cuerpo insignificante entre los gigantes del cielo, la ten�amos casi olvidada; pero, hoy surg�a para embargar nuestra mente y nuestro esp�ritu con todo el encanto de sus bellezas, de nuestros amores, de nuestros sue�os y esperanzas.

Sus horrores, sus guerras, sus pasiones, sus odios, sus insondables abismos, sus cumbres excelsas, la furia de sus mares, el terror de los huracanes, el retumbar de sus volcanes, sus aborrecidas luchas fratricidas, todo formaba en esos momentos un cuadro de sombras y luces, grato a nuestros corazones. Nunca hab�amos sentido tanto, el amor por este bendito suelo.

Al fin �ramos de la Tierra y somos de tierra.


Nos alentaba en la partida la esperanza del regreso, pero, si en esa gloriosa jornada por los caminos del cielo hall�semos la muerte, �podr�a acaso llamarse muerte? �Es acaso muerte el perderse entre los astros del cielo? �Es acaso una tumba pesada el espacio inmenso?


�Y que grande! �Qu� sabia! �Qu� hermosa ha de ser esa inteligencia infinita que as� ha dispuesto tantas maravillas, leyes tan precisas, para quien el mundo es un �tomo y el �tomo es un mundo. Era comprensible en esa noche memorable la exaltaci�n de nuestras mentes.


Y ya la aurora del nuevo d�a apuntaba en el cielo, que nos esperaba.

Era el doce de octubre de 1956.

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NUESTRO VIAJE 12 de Octubre


Desde las primeras horas del amanecer el campamento bull�a en movimiento.

Nunca como ese d�a se hab�a notado tanto esp�ritu de fraternidad entre todos los miembros del campamento, entre los marcianos y nosotros, inclusive los nativos que estaban a nuestro servicio desempe�ando trabajos accesorios. A todos embargaba una extra�a emoci�n.


A las diez de la ma�ana todo estaba listo y reinaba en el ambiente una calma y tranquilidad extraordinarias. Nos reunimos todos en un �ltimo acto cordial para dar expansi�n a nuestras emociones. El director de nuestros estudios, Martinelli, a la par del jefe marciano, Tage (pron�nciese la g a la italiana), vivamente alterado por la emoci�n, nos comunic� las �ltimas y m�s bellas de las noticias. El jefe marciano manifestaba m�xima complacencia por nuestros esfuerzos, quer�a patentizar admiraci�n por nuestra labor y sus fines y ten�a fe cierta en el �xito por la hermandad y uni�n de los mundos.

En prueba de ello solicitaba venia para instalar junto a nosotros una base marciana permanente, para fines de estudio y experimentos en comuni�n con nosotros. Los aplausos estruendosos que interrumpieron esta noticia impresionaron vivamente a los marcianos, cuyos rostros vimos por primera vez alterar la emoci�n.

Unos y otros �ramos embajadores de una id�ntica misi�n.

12 de Octubre de 1956, a las 12 horas

Todos los presentes, desde el jefe al m�s humilde del campamento, tenemos la misma responsabilidad y el mismo m�rito en �sta y en todas las empresas, continuaba Martinelli; en todo el mundo se brega, desentra�ando de la Tierra medios para destrucci�n y muerte, nosotros nos dirigimos al cielo en busca de hermanos y de paz.

"Dios debe estar con nosotros, como siempre lo ha estado."

El efecto de sus palabras fue culminado por Tage, quien, invitado a hablar, pronunci� s�lo tres, que no necesitaron interpretaci�n: "Sundi, Dogue, Loga: Dios, Tierra, Marte."


Las �ltimas instrucciones fueron breves y, una vez m�s revelaban el alto esp�ritu de cooperaci�n de nuestros aliados. Vestir�amos el traje proporcionado por los marcianos y que hemos descrito al principio, el cual, adem�s de ser sumamente liviano, es un aislador perfecto contra la electricidad.


La salida era fijada para las doce horas meridiano, elev�ndose las naves a diez mil metros de altura para dirigirse sobre el polo norte de donde se iniciar�a el ascenso describiendo una elipse con destino directo a la Luna.


De la Luna saldr�an a nuestro encuentro naves marcianas para aumentar la escolta a la base lunar, completando as� la primera etapa.


Nuestras naves ser�an ocupadas por seis tripulantes, uni�ndose a nosotros tres marcianos en cada una. Completar�an el convoy las otras seis naves marcianas que cerrar�an el c�rculo, formando en conjunto una estrella de nueve puntas que constituir�a de ese modo un formidable circuito magn�tico, tal como se hab�a efectuado dos meses antes en vanas excursiones, en una de las cuales se hab�an llevado a cabo evoluciones sobre la ciudad de Washington.


La velocidad hasta la llegado al polo ser�a de seis mil kil�metros, al iniciarse el ascenso directo ser�a aumentada hasta treinta y cincuenta mil kil�metros por hora. La pausa en la Luna ser�a de seis horas. De la Luna a Marte la velocidad ser�a dif�cil de controlarse, siendo la m�nima de cien mil kil�metros por hora.


T�ngase presente que estos aparatos fuera de la atm�sfera tender�an a tomar la velocidad de la luz; nuestro control, por tanto, no consistir�a en darle impulso sino en el de frenarlo, lo cual ser�a conseguido efectivamente al entrar en los medios atmosf�ricos.


Del punto de partida hasta el polo terrestre ser�an gobernadas desde el campamento por control remoto; al iniciarse el ascenso paralelo al eje terrestre ser�a suspendido nuestro control y entrar�an bajo el control de la base lunar.

A las once cuarenta y cinco minutos cada tripulante equipado al pie de su nave recibi� la �ltima despedida y ocup� su puesto. Nuestro director prodig� a cada uno un abrazo efusivo sin poder reprimir las l�grimas.

En respuesta al mensaje marciano, Martinelli coloca en la mano de Tage el anillo simb�lico.

Tage, el jefe marciano, en un gesto de profundo significado ocup� una de nuestras naves, DOGUE; y ese gesto infundi� en todos seguridad y confianza.

La despedida entre Tage y Martinelli fue el espect�culo m�s bello y m�s significativo: Martinelli coloc� en la mano de Tage un precioso anillo que llevaba incrustado en el centro un diamante mayor, representando el Sol e incrustados sucesivamente otros ocho proporcionados al tama�o de los planetas m�s conocidos y dos esmeraldas representando a Loga y Dogue, con la inscripci�n en el reverso: Amitia et pax (Amistad y paz).


Un abrazo efusivo coron� la escena en la que, en dos seres, se abrazaban dos mundos.

Eran las once cincuenta minutos, las naves se aureolaron de un brillo fosforescente.

...y en efusivo saludo, entre dos hombres se abrazaron dos mundos.

A las doce meridiano se elevaron.


En el campamento rein� el silencio m�s profundo mientras los ojos de todos escrutaban el cielo para inclinarse luego reverentes a contemplar la �nica bandera que se�oreaba el campamento, un enorme pabell�n blanco con un disco de oro en el centro.

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EN EL ESPACIO


De los tripulantes de las naves terrestres, dos eran de nacionalidad italiana, uno frances, un noruego, dos alemanes, un holand�s, un belga y un ingl�s. De los italianos uno es sacerdote y eminente erudito en la ciencia termoel�ctrica.


Las naves se elevaron perpendicularmente y, a la altura prevista, tomaron rumbo al polo Norte. Las cabinas eran confortables; presi�n atmosf�rica, ox�geno y temperatura hab�an sido establecidos desde tierra. N�tese que con dos dispositivos especiales pod�a introducirse aire del exterior de modo que del ox�geno de reserva, acumulado en suficiente cantidad en estado l�quido, se har�a uso en el momento oportuno.


Un equipo completo de instrumentos para todas las investigaciones previsibles hab�a sido acondicionado en las naves, alguna d� ellos en contacto con el exterior. Aparatos especiales de grabaci�n registraban todas las variantes de los instrumentos.

Sensaci�n especial no percib�amos ninguna, ocupando nuestra atenci�n particularmente en los panoramas de! periscopio que pronto no mostraba m�s que el blanco reflejo del manto polar.


Durante este trayecto el movimiento de traslaci�n lo efectuaron las turbinas por la energ�a din�mica.


Llamaremos din�mica a la energ�a trocada en electromec�nica y est�tica a la energ�a magn�tica solar mediante la cual las naves ser�an llevadas por impulso inmanente como las ondas de la radio. Al entrar en contacto con cualquier medio atmosf�rico la energ�a electromec�nica hacia accionar autom�ticamente las turbinas, las cuales, movi�ndose en sentido contrario, proporcionaban el medio inmediato para la reducci�n de la velocidad.


Un silbido peculiar producido por las turbinas denunciaba instant�neamente el contacto con cualquier medio atmosf�rico, el igual que el silencio denunciaba su desaparici�n.


A las doce horas cincuenta y cinco minutos los instrumentos denunciaron cero grados paralelos. Est�bamos sobre el polo Norte.


Las turbinas laterales, o de direcci�n, fueron paralizadas e iniciose el ascenso. Despu�s de breves minutos las turbinas verticales enmudecieron tambi�n. Todos los instrumentos mec�nicos se paralizaron r�pida y sucesivamente, excepto los relojes el�ctricos. El �ltimo vestigio de vida de los instrumentos de presi�n marc� 41,000 metros de altura.

�Qu� velocidad est�bamos adquiriendo? S�lo podr�amos saberlo a la hora de llegada.


Ninguna impresi�n particular sent�amos, m�s que la de hallarnos en un medio confortable y placentero.


La respiraci�n, normal. El anh�drido carb�nico expelido por nuestros pulmones era absorbido y concentrado para luego ser eliminado. Ni siquiera sensaci�n de movimiento. Era realmente sorprendente y maravilloso el sabernos transportados como �tomos de luz.


La atenci�n de todos converg�a en la pantalla del periscopio, la que de vez en cuando nos deparaba sorpresas cautivadoras.

Las pel�culas logradas de esa pantalla y que pronto se dar�n a conocer al mundo, dar�n una idea clara de la sensaci�n nuestra, que no era otra que la que puede percibir un espectador desde la butaca de una sala de exhibiciones.

Grafico del itinerario seguido en al viaje a Marte.

Era impresionante ver aumentar por unos instantes el panorama terrestre ocupando toda la pantalla del periscopio hasta llegar a discernir el l�mite de las regiones heladas, mares y continentes, esfumarse sus contornos, convertirse en vaga nebulosa y, a las quince horas doce minutos, ver marcados en los bordes extremos de la pantalla (de un metro de di�metro) los contornos de la esfera terrestre que segu�an reduci�ndose mientras en su centro se ven�an ensamblando los contornos de otra esfera, la Luna. (T�ngase presente que el periscopio estaba dotado de doble lente, uno inferior y el otro superior, ambos convergentes en la misma pantalla.)


A la reducci�n de la esfera terrestre correspond�a igual aumento del c�rculo lunar. A las cinco de la tarde quince minutos los dos c�rculos se sobrepusieron exactamente. La Tierra hab�a desaparecido.


Era tan cautivadora la visi�n del periscopio que nadie hab�a despegado de �l la vista. Mientras nosotros segu�amos la misma l�nea, la Tierra giraba sobre su eje inclinado haciendo desfilar pausadamente ante nosotros Alaska, Rusia, Europa del Norte y el asomo de la costa norte de �frica.


Nos despert� del embeleso la voz m�s n�tida que produjera jam�s un aparato. Tage invitaba a tomar la refecci�n; la orden fue repetida en lat�n y en ingl�s. Cuatro comprimidos vitam�nicos, dos barras de chocolate y un vaso de vino suave formaron nuestra dieta, la que consumimos r�pidamente pues nos invitaba a hacerlo as� la pantalla con luminos�simos puntos que describiendo un enorme circulo se alinearon para formar nuestra escolta.


Hab�amos o�do la voz clara de Tage impartiendo instrucciones y la segu�amos oyendo. Los marcianos de la base lunar llegaban a darnos la bienvenida. Est�bamos a pocos minutos de nuestra primera etapa. El maravilloso convoy comenz� a describir un amplio semic�rculo; �bamos a hacer contacto con la Luna por su parte opuesta a la Tierra.


Al inclinarse la nave para seguir el movimiento de la formaci�n volvi� nuestro periscopio a enfocar la Tierra: esta fue la visi�n que jam�s hab�amos so�ado. Un globo enorme, obscuro en el extremo norte, con suave acentuaci�n luminosa que ven�a en aumento hasta destacar como anillo brillante los rebordes del sudeste.

Con maravillosa esfumatura se distingu�an perfectamente delineados los rebordes del continente europeo; m�s iluminados al sur, Inglaterra y las costas sur del continente africano, que se esfumaba en una oscuridad intensa por noroeste.


Est�bamos bordeando la Luna a una altura de cuatro mil metros. Muchos de los aparatos volvieron perezosamente a dar se�ales de vida, mareando una leve presi�n.

Las turbinas denunciaron la presencia de una atm�sfera casi imperceptible; la velocidad fue reduci�ndose r�pidamente y las naves descansaron en la extensa y profunda llanura de un cr�ter gigantesco, profusamente iluminado.

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EN LA LUNA


La distancia de la Tierra a la Luna es de 384,000 kms. Hab�amos salvado esa distancia a una velocidad media de 65,000 kms. por hora.


La conocida voz invit� a todos a vestir la m�scara especial que llev�bamos reservada al efecto para salir de las naves, provista con reserva de ox�geno. La atm�sfera era casi insignificante y no habr�a sido suficiente para nuestra respiraci�n.


Fue el primero en pisar el suelo de la Luna, Tage, siendo rodeado por los veinte marcianos de la base que acudieron luego inmediatamente a atendernos. Acto seguido nos dirigimos a la orilla del cr�ter, en donde los marcianos hab�an aprovechado una amplia cavidad convirti�ndola en confortable refugio con atm�sfera de aire acondicionado. Reunidos todos y removidas las m�scaras, disfrutamos por unos minutos de franca camarader�a comentando el viaje, no como una pesadilla sino como una maravillosa experiencia. Jam�s hab�amos imaginado la posibilidad de la haza�a como el viaje m�s natural del mundo.

�C�mo podr�amos haber imaginado una cena en la Luna despu�s de almorzar en la Tierra?


Vueltas a ajustar las caretas abandonamos el refugio e iniciamos un recorrido alrededor del cr�ter que medir�a unos ciento cincuenta kil�metros de di�metro. A diferencia de los volcanes terrestres, sus bordes superiores, que formar�an un circulo de unos ciento ochenta kil�metros de di�metro, eran tan perfectamente delineados que daban la impresi�n de ser artificiales.

La llanura del fondo del cr�ter era poco accidentada excepto por numerosos conos menores diseminados en ella disformemente y enormes grietas de profundidades inalcanzables. La profundidad del valle interno, del fondo al extremo borde superior, podr�a calcularse de unos cinco mil metros.


Su composici�n f�sica no demostraba m�s que escoria de lava sin una sola se�al de vida. La Luna era un astro muerto con un clima intensamente fr�o que calculamos no superior a los 40 grados cent�grados bajo cero. Todo su aspecto denotaba que su formaci�n resultaba de un r�pido cataclismo por el cual su masa era lanzada al espacio, explotando luego en una violenta erupci�n de su calor interno por mil distintas partes, para enfriarse inmediatamente.

La atm�sfera casi imperceptible daba a nuestros cuerpos una extra�a sensaci�n de ligereza por la cual nuestro peso parec�a reducido a un diez por ciento. M�s bien que caminar parec�amos transportados sobre la superficie. Todo el conjunto daba la impresi�n casi ilusoria de un sue�o. Era un medio sumamente extra�o.
Reservando ulteriores datos y observaciones sobre el sat�lite para otra publicaci�n, seguiremos nuestro itinerario.


Reunidos nuevamente en el campo de aterrizaje fuimos invitados a abordar un gigantesco disco, igual al dejado por los marcianos en nuestro planeta. Subimos a bordo 26 personas.

Elevose inmediatamente y sobrepasando el cr�ter, tom� rumbo alrededor del sat�lite continuando la curva que hab�amos suspendido al descender, en sentido inverso al movimiento de traslaci�n de la Luna.

No tuvimos tiempo de fijarnos en el panorama de la superficie que dej�bamos bajo nuestros ojos y desfilaba en la semioscuridad, porque a los pocos minutos se present� ante nosotros otro encanto: nuestro globo terrestre, que contempl�bamos, no ya por los lentes de un periscopio, sino por las numerosas mirillas de la nave.


Una inmensa esfera de l�neas resplandecientes, con la parte occidental esfum�ndose de penumbra a oscuridad intensa para terminar del lado opuesto despidiendo vivos reflejos de un rojo p�rpura. El resplandor del Atl�ntico daba resalte al n�tido dise�o de las costas de dos continentes cuyas elevadas monta�as, oscuras al pie, se aureolaban en las cumbres nevadas con un vago reflejo de penumbra.


Imag�nese el lector que est� contemplando la Luna cincuenta veces m�s grande de como la ve de ordinario y tendr� la idea exacta del tama�o con que se presentaba a nuestra admiraci�n la Tierra. Coloque detr�s de esa esfera un enorme reflector de modo que sus rayos se derramen por todos sus bordes y tendr� una idea del espect�culo.


Las pel�culas obtenidas transportar�n pronto a nuestros lectores a contemplar esa visi�n.


Por la falta de atm�sfera no pod�a el enorme disco avanzar lentamente, de modo que, despu�s de diecis�is minutos, descans�bamos nuevamente al lado de nuestras naves.


Acto seguido fueron inspeccionadas las naves que hab�an sido ya revisadas minuciosamente durante nuestra ausencia. Reverentes enviamos un emocionado mensaje a nuestros colegas de Tierra notificando la llegada al sat�lite y la inminente partida a nuestro destino final. No sin un estremecimiento de emoci�n o�mos n�tida, como s�lo en el espacio silencioso.

Silencio del cielo, pod�a o�rsela voz de Martinelli transportada a nosotros por el genio de Marconi y en el idioma universal.

Mente vos et corde comitamur,
hic, illic et ubique universorum
regi laus et Gulielmo.

'"Os acompa�amos con la imaginaci�n y el coraz�n.

Aqu�, all� y en todos los astros, loor al rey del Universo y a Guillermo."

�Est�bamos so�ando? Era demasiado grande la realidad. Presentes, y en dos mundos distintos. �Qui�n pod�a olvidar en esos momentos al gran maestro?


Se repitieron las �ltimas detalladas instrucciones. Cada uno ocup� su puesto. Diez naves m�s se unieron al convoy; los marcianos estacionados en la Luna regresaban con nosotros a su patria. Las naves se iluminaron y se elevaron.


Eran en nuestros relojes las veintid�s horas.

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DE LA LUNA A MARTE


De aqu� en adelante nosotros abandonar�amos las naves a merced de la maravillosa energ�a a la cual eran sensibil�simas. La velocidad no tendr�a por parte nuestra ning�n control. Rechazadas por la fuerza centr�peta de la Tierra su velocidad seria de un d�cimo de la velocidad de la luz o sea de 30,000 kil�metros por minuto en la oscuridad. Al ser afectadas por la luz solar su velocidad ser�a duplicada para tornarse indecisa en la frontera entre la atracci�n de la Tierra y la atracci�n de Marte.


Al llegar bajo la influencia de Marte ser�a cortado el circuito de repulsi�n y dejadas a merced de la atracci�n marciana.


N�tese aqu� que pudo comprobarse definitivamente que la fuerza centr�peta de cada astro es energ�a negativa y su fuerza centr�fuga energ�a positiva. Esto establecido, muchos problemas dejaron de ser tales y el campo abierto inmenso.

Nosotros deb�amos abandonarnos a una completa relajaci�n nerviosa, y, posiblemente, al sue�o. Las 19 naves formaban un enorme c�rculo energ�tico, de 18 unidades en la circunferencia y una en el centro como n�cleo de un sistema celeste, sencillamente un cometa cuya trayectoria ser�a controlada por la gravitaci�n de dos planetas.


El gigantesco convoy inici� la r�pida ascensi�n. Abandonamos el cr�ter verticalmente y despu�s de describir una breve curva tomamos el rumbo al planeta en l�nea recta. La Luna, envuelta en suave penumbra era reflejada en la pantalla del periscopio con l�neas indecisas. A los pocos minutos fueron reproducidos sus contornos con progresiva reducci�n de su circunferencia mientras ven�a introduci�ndose nuevamente en el panorama la esfera de la Tierra que a los veinte minutos era mayor que la de la Luna.

Cuajaban la pantalla numeros�simos astros como puntos brillantes con vivo destello.

Obturamos el reflejo del lente superior para admirar sin interferencias la Tierra y la Luna cuyos discos iban paulatinamente reduci�ndose entre un mar de destellos de otros cuerpos a su alrededor. Sin embargo su figura no presentaba detalles pues el hemisferio que contempl�bamos estaba ya envuelto en la oscuridad. La Luna no era m�s que una mancha oscura.


Eran en nuestras naves la veinticuatro horas. Hab�amos recorrido tres millones de kil�metros. En el espacio comenzaba a vislumbrarse una vaga claridad.

De la nave de gobierno, Tage invit� a la refecci�n formada con la misma dicta que la anterior. Fuimos exhortados a conciliar el sue�o alternando en vigilia dos cada dos horas. A las dos de la ma�ana el resplandor era m�s vivo y nuestra velocidad iba en aumento. A las cuatro horas el cielo era claro y la Tierra iba desvaneci�ndose.

Est�bamos ya a la distancia de siete millones de kil�metros de la Tierra. Las naves tomaban m�s y m�s impulso. A las siete de la ma�ana, envueltas en un sol brillante y c�lido las naves eran transportadas con una velocidad de ochenta mil kil�metros por minuto. Nos separaban ya de la Tierra veinte millones de kil�metros.


Nuestras naves eran exteriormente puntos de una fulgurante luminosidad condensando una carga de energ�a de intensidad incalculable. La visi�n hacia el exterior era ya imposible porque la luz externa que difund�a el casco magn�tico la interceptaba. Cegamos las mirillas y obturamos el periscopio.


Las transmisiones radiales en cambio pod�an efectuarse m�s n�tidamente que nunca.

La enorme carga el�ctrica de la nave comunicaba a las ondas una potencia que s�lo nuestra base ecuatorial estaba en capacidad de captar.

Instrumento marciano que marca los campos da gravitaci�n entre los dos planetas.

A.- Campo da atracci�n terrestre. B.- Campo da atracci�n marciana. C- Campo neutral. T.- Tierra. M.- Marte.

Para muchas otras estaciones terrestres no causar�an m�s que serias perturbaciones. Tanto con la Tierra como con Marte la comunicaci�n era peri�dica: Cada hora.

A las siete de la ma�ana hab�amos enviado el �ltimo mensaje y recibido la �ltima respuesta. La respuesta, como todas, rebosaba j�bilo.


Dentro de breve tiempo llegar�amos a la frontera terrestre, o sea, al lugar del espacio en donde termina la fuerza de atracci�n e influencia terrestres para entrar al reino de Marte, o sea, en el �rea de su atracci�n y gravitaci�n. Un instrumento especial, con el cual los marcianos hab�an dotado nuestras naves, se�alar�a con exactitud esta demarcaci�n. Un cuadrante por cuya esfera gira una aguja magn�tica que en tierra descansa en el extremo izquierdo y procede con movimiento ascendente hasta el l�mite opuesto.

El punto de transici�n est� marcado con un peque�o campo neutral en el cual la aguja sufrir�a una serie de vibraciones oscilatorias, para recobrar en el nuevo campo magn�tico un movimiento estable progresivo. Todos los instrumentos marcianos, inclusive los relojes, proceden en sentido inverso al de los nuestros. o sea, de derecha a izquierda; en este caso, por lo tanto, la aguja caminaba de izquierda a derecha, a la inversa para los marcianos.


A las diez de la ma�ana las naves proced�an ya con su m�ximo impulso estable. Ten�amos recorridos catorce millones y medio de kil�metros.


A las doce horas nos separaban de la Tierra cuarenta y ocho millones de kil�metros.


A las doce horas veinticinco minutos la aguja del instrumento, que hoy ocupaba por entero nuestra atenci�n entr� en el campo neutral sufriendo violentos movimientos oscilatorios, pasando del campo rojo (terrestre) al campo amarillo (de Marte), Despu�s de tres minutos qued� estable en el campo amarillo. La posici�n marcaba un espacio neutral de unos doscientos mil kil�metros. Tambi�n las naves sufrieron notables sacudidas pero pronto recobraron firme estabilidad, rest�bamos en otro cielo.


La voz de Tage nos dio cort�s bienvenida que fue inmediatamente retransmitida a la Tierra. Recibimos respuesta, pero era patente que las ondas de la radio sufr�an ya serios desequilibrios. Si bien las ondas llegaban a nuestros receptores eran sin embargo confusas e ininteligibles. Esto ya lo supon�amos de modo que no ocasion� preocupaci�n alguna. En lo sucesivo la comunicaci�n clara y directa con la Tierra ser�a casi imposible, pero era suficiente con las se�ales de vida de nuestros aparatos.


Iba asimismo desapareciendo un leve amodorramiento que en las �ltimas dos horas se ven�a posesionando de nosotros. Las naves segu�an ya inalterable su curso y, a las dos de la tarde ten�amos recorridos cincuenta y seis millones de kil�metros en el espacio. Otros nueve millones nos separaban de Marte.


O�amos claramente las instrucciones de Marte y las respuestas de Tage. La velocidad ser�a reducida, podr�amos dar acceso a la luz por las mirillas y hacer uso del periscopio. A los diez minutos fue disminuyendo la intensidad del brillo externo de las naves y al mismo tiempo aclar�ndose la visi�n en las pantallas. La velocidad iba reduci�ndose: sesenta, veinte, diez, mil kil�metros por minuto.

A las catorce horas, cinco millones de kil�metros nos separaban de Marte. A las quince horas treinta minutos, doscientos cincuenta mil kil�metros se interpon�an entre nosotros y el planeta. La velocidad fue reduci�ndose a tres mil por minuto, dos mil, y finalmente, diez mil por hora.


La visi�n en las pantallas era clar�sima. Eran las seis de la tarde.

Imposible describir la impresi�n y emociones que nos embargaban. No pens�bamos con lucidez, y no era efecto del miedo; era la mente, el coraz�n, era el esp�ritu que no soportaban la grandiosa realidad que los sentidos le impon�an.


�Era realidad todo aquello?


�La Tierra! Era un astro de primera magnitud el m�s fulgurante del ciclo. Nuestro querido planeta, un punto luminoso, confundido entre miles, entre millones de otros puntos brillantes.

Y la Tierra sin embargo estaba habitada.


�Estar�a habitado el planeta Marte?


�Estar�a habitada la Tierra? Eran las preguntas que por miles de a�os hab�an inquietado a los dos mundos.


Los marcianos ya lo sab�an. Hoy conocer�amos nosotros la respuesta.


�Qu� peque�as, qu� mezquinas somos a veces las criaturas! Cre�amos que el mundo terminaba tras las columnas de H�rcules. Los romanos ampliaron el horizonte: Hab�a m�s tierras, nuevas islas y habitantes en esas tierras y en esas islas. Y otra vez cre�ase fijado el nuevo l�mite del mundo.


Crist�bal Col�n volvi� a borrar confines y escribi� en el globo nuevos continentes, nuevas islas y encontr� millones de seres en ellas.


Marconi invadi� los espacios, uni� mares, islas y continentes y abri� el camino a nuevos mundos.

  • �Y dudamos que en otros astros haya habitantes?

  • �Que es la Tierra? Un grano de polvo en la inmensidad del espacio.

  • �Por qu� hab�a de ser exclusivo de la Tierra el privilegio de la vida?

  • �No habr� alcanzado el h�lito divino a esparcir vida, esp�ritu e inteligencia en los otros mundos?

Mucho hemos de temer que el no creerlo as� no nos otorgar� la exclusividad de la vida, pero, s�, la prioridad entre todos por escasez de evoluci�n; �sta es por lo menos la impresi�n nuestra recabada del contacto con los marcianos.


�Sune! �sune! �cuni or�n, na�i tale sori!


�Al�! �Al�! Look at east. Aursatellite Sori,


�Atenci�n! Vista a oriente. Nuestro sat�lite Sori.

Y efectivamente a s�lo unos mil kil�metros de distancia proyect�base, gigantesco por la cercan�a, el peque�o sat�lite de Marte. Bautizado por Hall con el nombre de Phobos.


Ya Marte abarcaba toda la pantalla multiplicando ante nuestros ojos mil detalles geogr�ficos, mares, islas, continentes. De pronto fue interrumpido el espect�culo por una fant�stica visi�n. Docenas, centenares, miles de naves esmaltaban las pantallas. Ven�an a nuestro encuentro los marcianos con un despliegue tal de grandeza, generosidad y poder�o que dif�cilmente las potencias terrestres podr�an igualar.

�Y hab�a raz�n para ello. No ser�a acaso �ste el m�s grande de los acontecimientos que registra la historia del Universo?


A las seis y media de la tarde, a diez y ocho mil metros de la superficie, los instrumentos comenzaron a revivir, tornaron a evolucionar las turbinas y las naves a moderar su brillo. Est�bamos en un medio atmosf�rico confortable. Las naves que surg�an del planeta iban disponi�ndose en gigantesco cortejo en el cual las nuestras constitu�an la cabeza. Discurrimos unas diez minutos a poca altura y tocamos tierra.


Eran las seis de la tarde cuarenta y cinco minutos; en Marte las siete de la ma�ana.


Nota.- De aqu� en adelante seguiremos usando el t�rmino "Tierra" para referirnos al suelo de Marte.

La fabulosa recepci�n en el planeta.

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EN MARTE


Todos los habitantes del planeta estaban enterados y esperaban nuestra llegada.


La ciudad de Tanio, capital de Marte, ocupaba el centro de una extensa llanura, la mayor del planeta. El campo de contacto, que as� ll�manse en Marte los campos de aterrizaje medir�a unos cinco kil�metros de superficie y hoy estaba literalmente cubierto de naves dispuestas en un orden perfecto s�lo las que hab�an ido a nuestro encuentro sumaban m�s de mil. Muchas de ellas, sin embargo, hab�an descendido en otros lugares de la ciudad.


No menos de cien mil personas, ordenadamente distribuidas, esperaban formando un gigantesco semic�rculo. Ocupaba el centro del semic�rculo un grupo distinguido de personajes, rodeados de una guardia de honor.


Nuestros aparatos se detuvieron a unos cincuenta metros de ellos. Detr�s de nosotros las otras naves que nos hab�an acompa�ado desde la Tierra y desde la Luna. Tage descendi� primero de la nave y, erguido el cuerpo, hizo ante las autoridades el conocido saludo. Acto seguido rindi� el mismo tributo toda la tripulaci�n marciana.


Tage regres� a nuestras naves y nos invit� a descender. Los tres principales personajes del grupo central se adelantaron.

Nos detuvimos frente a ellos y ejecutamos su saludo correspondido el cual nos inclinamos en respetuosa reverencia ante los tres supremos jefes del planeta:

  • Logare, el supremo moderador pol�tico

  • Sunina, supremo moderador religioso

  • Sarinu, supremo moderado cultural

Los jefes en Marte son denominados con el t�tulo general de NOSE, principal, cuya verdadera acepci�n equivale propiamente a "moderador".


Nueve hermos�simas doncellas, espl�ndidamente ataviadas, nos brindaron los primeros perfumes y los primeros colores de su tierra con sendos ramos de flores. Inmediatamente nos encaminamos con la magn�fica escolta a la residencia de gobierno e, introducidos en una hermosa habitaci�n que hab�a sido anticipadamente acondicionada para nosotros, fuimos dejados solos.


Los hombres de Tage se hab�an ocupado de nuestras naves y de nuestras cosas. Tage nos visit� encareci�ndonos descanso y refrigerio.


Y aqu� una breve digresi�n.


En las narraciones imaginarias de viajes interplanetarios y en sus descripciones, muchos autores divagan en absurdas fantasmagor�as, pero en realidad no es as�. Los astros son regidos por las mismas leyes.

Las leyes f�sicas, igual que las astron�micas, son por lo tanto iguales en cualquier parte del universo, produciendo, en iguales circunstancias, iguales efectos.

Los g�rmenes y las distintas manifestaciones de vida, tanto vegetal como animal, tenidas en consideraci�n las variantes del medio, ser�n iguales. Con mayor raz�n las manifestaciones del ser inteligente, pues, si puede variar la materia, el esp�ritu en cambio tendr� la misma relaci�n; el ambiente �nicamente podr� influir en su mayor o menor grado de desarrollo.


Formando Marte parte del Sistema Solar, y gravitando alrededor del Sol casi en las mismas condiciones que la Tierra, siendo igual su constituci�n f�sica, hallar� la vida igual medio de desarrollo en �l que en la Tierra.


A pesar de tantas elucubraciones cient�ficas, tendremos forzosamente que rendir tributo al sapient�simo relato de la Biblia. En la formaci�n del mundo el Supremo Arquitecto, por medio de sus leyes insondables, ha separado la parte l�quida de la s�lida (que la Biblia nombra �rida) y la gaseosa que nosotros llamamos aire y en cada uno de los elementos ha puesto a incubar los g�rmenes de vida. En todos los astros, por tanto, en que se encuentren definidos los tres elementas, habr� igual manifestaci�n de vida. A nuestra parte "�rida" nosotros la llamamos tierra lo mismo podr�amos llamarla Venus o Marte.

Tambi�n es cierto, y otra vez la Biblia tiene raz�n, que para el ambiente favorable a la vida es indispensable el desposorio de los tres elementos: tierra (�rida), agua (aguas inferiores) y atm�sfera (aguas superiores). Donde falte cualquiera de los tres elementos faltar� la vida. Reconocemos que la Biblia en este caso se ha adelantado milenios a la ciencia.


No est� aqu� fuera de lugar el recordar que el autor del G�nesis era un sabio. Mois�s, expuesto apenas nacido a las aguas del Nilo, fue recogido y adoptado por la hija del Fara�n, recibiendo en la Corte la educaci�n e instrucci�n de un pr�ncipe egipcio, lo cual no era poco. Los egipcios, particularmente en esa �poca, dominaban muchos secretos de la naturaleza, en especial la qu�mica, la geolog�a, la astronom�a y la astrolog�a.

No es por lo tanto de mirarse con ligereza el relato del g�nesis pues si bien el autor narra el origen del mundo de un modo accesible al entendimiento de un pueblo de cerviz obtusa, refleja sin embargo las teor�as y creencias de los m�s sabios investigadores cient�ficos del Egipto de entonces, y eso es mucho; adem�s de la revelaci�n divina, en la dial, desde luego, creemos firmemente.


Es tal la analog�a entre Marte y la Tierra que el que mira con ojos cient�ficos tendr� que ver en Marte seres animales, flora y fauna igual que en la Tierra.

Es exactamente lo que liemos constatado. En Marte tiene la vida un desarrollo muy an�logo al de nuestro planeta tanto en la fauna como en la flora. Hay por lo tanto en Marte animales, flores y frutos como en la Tierra y muchos son iguales en las dos partes. En cuanto a los habitantes, nos aventajan mucho a�n en su aspecto f�sico, porque el medio climat�rico es m�s favorable. En la Tierra misma hay partes en que la inteligencia se desarrolla mejor porque el ambiente y el clima permiten m�s dedicaci�n y consagraci�n intelectual. En otras, en cambio, lo deprimente del medio atrofia las facultades intelectuales.


Los marcianos han sido privilegiados pues el ambiente climat�rico presenta condiciones favorabil�simas para el desarrollo intelectual. El cuerpo no sufre casi opresi�n alguna por el clima, que es benigno y fresco aun en las partes m�s bajas, ni por la atm�sfera que es muy liviana. De ah� que su nivel intelectual y moral, tenemos que confesarlo, es muy superior al nuestro.


Tampoco sufre el planeta de las violentas perturbaciones atmosf�ricas que tantas desastrosas consecuencias acarrean en la Tierra. De ah� que son err�neas muchas concepciones que de ellos se forman algunos escritores que nos figuran al marciano, como deforme, b�lico, feroz y destructor. Forj�monos una imagen a la inversa y tendremos una idea de los habitantes de este planeta.


Los marcianos han visitado tambi�n el planeta Venus pero no parecen inclinados a buscar relaciones con sus habitantes, pues sufren de un desequilibrio m�s acentuado que nosotros, los habitantes de la Tierra; y es explicable, a la luz de las razones arriba expuestas. El nombre de Marte es para nos otros sin�nimo del Dios de la guerra y Venus de la gracia, belleza y poes�a. Fue un error de los antiguos. Invi�rtanse los nombres y tendremos una idea bastante aproximada de la realidad. Coloquemos nuestro planeta en el t�rmino medio y completaremos el concepto de los tres planetas que son habitados en el sistema solar.


Fue oportuna en la Tierra la visita de un redentor: Marte no la necesit� y Venus a�n no est� dispuesto para recibirla.


En el caso de una alianza interplanetaria los venusinos no ser�an confiables, mientras que los marcianos nos traer�an grandes ventajas.


Venus que se halla mas cerca del Sol, puede tener un clima medio de unos cuarenta grados cent�grados, clima muy oprimente para la dedicaci�n y el desarrollo intelectual. Marte tiene un clima medio de diez grados y la atm�sfera m�s liviana un ambiente, por lo tanto, mucho m�s favorable que el de Venus y de la Tierra que tiene un clima medio de veinte grados.

En Marte el esp�ritu y la inteligencia tienen el predominio; en Venus predomina la materia; en la Tierra soportaremos la lucha entre las dos potencias.



M�s que del aspecto f�sico de su planeta nos interesaba ahora vivamente enterarnos de su historia, de su pol�tica, el adelanto de sus ciencias, su religi�n y su cultura.


Cinco d�as era el tiempo m�ximo al cual podr�a prorrogarse nuestra estancia porque el progresivo alejamiento de los planetas podr�a acarrar complicaciones para el regreso. Tuvimos que descartar tambi�n la idea de permanecer hasta una pr�xima ocasi�n favorable para el regreso porque nuestra instituci�n necesitaba nuestras observaciones, nuestras experiencias. Unos y otros est�bamos intrigados en el perfeccionamiento de nuestros medios de comunicaci�n; treinta marcianos hab�an quedado en el campamento con los nuestros y por otra parte la pr�xima ocasi�n propicia ser�a a fines de 1959. As� que fijamos el regreso para el d�a 19 de octubre.

En otra publicaci�n daremos informes detallados de la geograf�a, hidrograf�a del planeta; nos entretendremos ahora brevemente y a grandes rasgos sobre los principales aspectos que deseamos dar a conocer.

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RASGOS GENERALES DE LA GEOGRAF�A DE MARTE

De la geograf�a del planeta expondremos por ahora solamente los rasgos generales, los que sean indispensables para el mejor entendimiento de lo que vamos a relatar.


Las dos terceras partes del globo terrestre est�n cubiertas de agua. En Marte ocupa la tierra las dos terceras partes y s�lo una parte es cubierta de agua. No hay grandes oc�anos, sus mares en cambio son numerosos y pocos se comunican entre s� naturalmente. La parte terrestre puede dividirse en dos continentes que sin embargo est�n unidos.

M�s exactos ser�amos si dij�ramos que forman un solo continente, salpicado por varios lagos, seis de los cuales son verdaderos mares. Desde luego es mucho m�s pobre en agua que la Tierra pero en cambio sus aguas est�n mucho mejor distribuidas y esa distribuci�n fue completada por un verdadero prodigio de ingenier�a, que uni� casi todos los mares con gigantescos canales.

Estos canales se hab�an hecho indispensables. Siendo sus regiones polares congeladas de una extensi�n mucho mayor relativamente, que las terrestres, sus deshielos estivales causaban enormes inundaciones, que con el aumento de poblaci�n fue forzoso contener y eso dio origen a la obra de ingenier�a m�s portentosa que pueda concebirse.

Hay muchos canales que miden tres y cuatro kil�metros de ancho.

Marte: hemisferio occidental


l�a contribuido a facilitar la grandiosa obra lo poco accidentado del suelo. Sus monta�as m�s elevadas no pasan de los dos mil metros y son muy contadas.

Completa su sistema orogr�fico una cadena de colinas casi uniformemente distribuidas sobre el continente. Sus llanuras son extensas. Volcanes tiene s�lo uno, inactivo desde tiempo inmemorial.

La misma naturaleza, con esa equilibrada distribuci�n de las aguas, que el ingenio de sus habitantes complet�, ha permitido una m�s equitativa repartici�n de su poblaci�n con la contribuci�n de un clima moderado y uniforme.


La poblaci�n en Marte es mucho m�s densa que en nuestro planeta, con un total de seiscientos millones de habitantes.


Fuera de las regiones congeladas que cubren la cuarta parte del planeta, todo el territorio es poblado y su suelo cultivado con un maravilloso sistema agr�cola; sus monta�as est�n cubiertas de una exuberante extensi�n boscosa.


De mil metros arriba sobre la superficie h�meda no existen posesiones privadas, considerase, como dir�amos nosotros, propiedad nacional y todos los habitantes contribuyen para su conservaci�n y prosperidad. Grata fue nuestra sorpresa al encontrar como se�or de las alturas al mismo pino que se�orea en nuestras monta�as.


Las alturas de Marte son verdaderos encantos; el �rbol se le rinde un tributo tal que raya en verdadero culto. Contribuye a su prosperidad el haber eliminado los marcianos casi totalmente el uso de la madera. Siendo su suelo mucho m�s rico en metales que el nuestro, el marciano domina la metalurgia maravillosamente. Todo se hace de metal, inclusive el papel. Nadie tiene derecho a explotar la tierra cinco metros bajo la superficie.

Las extracciones se verifican de las monta�as. Si estableci�semos en este respecto un parang�n con la Tierra constatar�amos realidades para nosotros vergonzosas.

T�ngase en cuenta que Marte es cinco veces m�s peque�o que la Tierra y que sus regiones polares congeladas son mucho m�s extensas que las nuestras.


La vida estuvo a punto de desaparecer del planeta Marte.

Agot�ndose su energ�a interna con el abuso de las extracciones, extingui�ndose sus bosques, reduci�ndose el volumen de sus aguas y propag�ndose los desiertos, funestas calamidades comenzaban a azotar a sus habitantes. Eso los indujo a proceder a una verdadera revoluci�n y restauraci�n agraria. La gigantesca reforma fue iniciada por la m�s c�lebre y venerada figura de toda su historia, Dani.


Desde entonces todo marciano comenz� a rendir un verdadero culto a su tierra. El suelo podr�a explotarse �nicamente hasta no m�s de mil metros de altura y no m�s abajo de los cinco metros de profundidad. Cada marciano se convirti� en lo que desde entonces no ha dejado de ser: un obsesionado amante de la tierra.


La temperatura media en Marte es de diez grados cent�grados, pero las cuatro quintas partes de la poblaci�n vive bajo un clima de 16 a 18 grados.

Este clima ideal con su atm�sfera liviana constituyen un medio propicio al desarrollo de una exuberante vegetaci�n; sin embargo, la mayor�a de sus cultivos, desde tiempos lejanos, proceden con el m�todo reci�n introducido en la Tierra y que nosotros conocemos con el nombre de hidropon�a.

Permite este sistema obtener m�ximo rendimiento en un m�nimum de superficie y sin causarle a la tierra ning�n agotamiento.

El setenta por ciento de la alimentaci�n marciana es obtenido por este procedimiento; su suelo por tanto goza de un descanso casi absoluto que le ha devuelto una extraordinaria fertilidad, asegurando al planeta futura abundancia y riqueza.



En Marte no se concentra la poblaci�n en grandes n�cleos urbanos. Est� distribuida en numerosos centros peque�os o peque�as ciudades y en toda la extensi�n de la campi�a. Tanio, la capital, es la �nica verdaderamente grande y cuenta con doscientos cincuenta mil habitantes en su recinto interno. Ninguna de sus casas pasa de dos pisos y aun �stas son muy pocas. La casa t�pica marciana es de un solo piso pero rara vez mide menos de seis metros de altura. Todas culminan en azoteas o terrazas que se truecan en verdaderos jardines en cuyo centro campea siempre su familiar receptor de energ�a solar.


Distribuidos por todos los �mbitos del planeta y como templos que dominan los principales n�cleos de poblaci�n, se destacan los blancos edificios de investigaci�n cient�fica, a los cuales cualquier vecino tiene libre acceso.

Son tres las ocupaciones predominantes de todos los habitantes del planeta: el ejercicio f�sico, la agricultura y la investigaci�n cient�fica.

Todos practican las tres actividades.

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DEPORTES


Los marcianos, todos sin excepci�n, hombres y mujeres, practican el deporte. Es un planeta deportivo.


Nosotros, los habitantes de la Tierra, apenas si conocemos el deporte. A menos que les queramos llamar deporte a las exhibiciones de competencia f�sica que no son otra cosa que trucos comerciales, en los que, mientras una docena de individuos corre, nada o juega a la pelota, otros cincuenta mil contemplan sentados el espect�culo, desembolsando para ello buena cantidad de dinero. Es �nfimo entre nosotros el n�mero de los que ejecutan los ejercicios f�sicos, los dem�s (y son pocos tambi�n) se conforman con mirarlos.


En Marte todos, hombres, ni�os y mujeres, practican el ejercicio f�sico en sus casas, en sus jardines y en p�blicos sitios reservados para ello, sin que nunca se les haya ocurrido cobrar para exhibirse ni pagar para ver.

Por eso los marcianos ostentan un gallardo y robusto aspecto f�sico y manifiestan como inherente a su naturaleza un esp�ritu admirable de orden y disciplina. Es impresionante la actitud de las masas en las p�blicas concentraciones como en el caso de nuestra llegada; la disciplina, el orden y la m�s equilibrada intuici�n dan por resultado una conducta tal que en la Tierra necesitar�a larga preparaci�n.


A diferencia de ciertos deportes nuestros que se han convertido en verdaderas exhibiciones de esfuerzo bruto, que predispone a la explosi�n de pasiones violentas, como el odio, la venganza, la envidia, con repercusiones a veces internacionales, en Marte reviste verdaderos caracteres de nobleza, en que el cuerpo robustece el esp�ritu y el esp�ritu ennoblece el cuerpo.


Toda clase de ejercicios f�sicos es ejecutada bajo los rayos del Sol. Los marcianos desarrollan su vida en �ntimo contacto con el astro maravilloso, y estamos convencidos que este contacto con la naturaleza influye mucho en su elevado nivel de nobleza y cultura. No podemos las criaturas sustraernos a esa influencia.

Es un error pretender forjarnos una existencia prescindiendo de la influencia del ambiente natural. Por el Sol existimos y vivimos: el Sol con su energ�a infunde la vida a las plantas, mantiene en equilibrio a los planetas; con su calor germina la simiente, se vigoriza la tierra, viven las aguas y se evaporan para formar la atm�sfera que nos mantiene el ser.

Los marcianos han sabido adem�s extraer del Sol toda la energ�a del movimiento mec�nico.

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AGRICULTURA


Los habitantes de Marte se dedican todos en alguna forma a la agricultura. Los alimentos de cada familia son cultivados y preparados por ella misma.

Siendo, como veremos, su sistema pol�tico-social muy distinto del nuestro, no existen en Marte diferencias de clase y mucho menos de razas. No existen latifundios, patronos poderosos ni terratenientes exclusivistas. Cada familia posee su tierra, la que cultiva para sus necesidades, no existen consecuentemente braceros de oficio que se dediquen al cultivo de la propiedad ajena.


Constituye as� la agricultura un hobby general y la m�s difundida de las ocupaciones. En Marte reviste dignidad y car�cter sagrado todo lo que tiene relaci�n con la naturaleza, la cual ha correspondido generosamente, prodigando en abundancia el conocimiento de muchos de sus arcanos. El Sol, la m�s excelsa de las criaturas, por el cual existe, subsiste y vive el planeta, es motivo de sincera veneraci�n y objeto de estudio profundo.

La tierra, el elemento vital para el habitante: de ella somos, en ella y por ella vivimos. Las aguas son el elemento que vigoriza y hace vivificante la tierra. La atm�sfera es el esp�ritu, el fruto del desposorio entre la tierra y el mar; desposorio que, con la energ�a vivificadora del astro rey, engendra la vida.

Estos sublimes conceptos de la maravillosa armon�a natural hacen del marciano un verdadero sacerdote de su tierra. Cuida la integridad de las aguas con su constante circulaci�n, y la pureza de su atm�sfera con la custodia diligente de su exuberante vegetaci�n.


A la luz de esta sublime ideolog�a, el marciano vive en �ntima comunicaci�n con el ambiente que lo rodea y al dedicarse m�s y m�s al escrutinio de esos elementos ha penetrado hondamente en sus misterios. El Sol le ha prodigado sus encantos, la tierra sus tesoros y la atm�sfera una sana y placentera existencia. Con la gu�a de esos principios el cultivo de la tierra es tan placentero como podr�a haberlo sido para Ad�n y Eva en el para�so terrestre. As� ser� la tierra m�s agradable como mansi�n y menos pesada como mortaja.


Al escuchar de los sabios marcianos la exposici�n de tan elevada filosof�a no pod�amos menos que sentir l�stima por nuestro planeta, cuyo brillo contempl�bamos con nostalgia confundirse con las estrellas.

L�stima, porque nuestra Tierra es generalmente v�ctima de una agotadora explotaci�n sin m�s miramientos que un lucro ego�sta.


El cultivo de la tierra, a la luz de los altos principios que hemos expuesto, es un trabajo dignificador y placentero. Se ha logrado adem�s un conocimiento tan profundo de las propiedades constitutivas del suelo y de sus frutos que su rendimiento es altamente eficaz.

Flores, frutos, verduras y plantas adornan terrazas, patios y jardines que constituyen el encantador atractivo de cada vivienda. Cada familia es poseedora adem�s de una porci�n de suelo m�s que suficiente para el suministro holgado que permite llenar todas sus necesidades, adem�s de la contribuci�n que cada uno aporta, para el abastecimiento com�n, destinado a las personas dedicadas a las tareas cient�ficas e industriales, para el cual objetivos otras extensiones de suelo est�n reservadas.


Los cereales constituyen el cultivo principal, particularmente el trigo, igual al nuestro, y otros dos granos que no conoce nuestro planeta. El ma�z no es conocido en Marte.


Una rica variedad de tub�rculos, inclusive nuestra patata, que forman uno de los alimentos b�sicos.


Plantas textiles s�lo son dos pero sin ninguna semejanza con el algod�n y el lino nuestros. Las frutas son variad�simas, siendo las principales la manzana, la pera, semejantes a las nuestras, el durazno, mucho m�s desarrollado y una extensa variedad de uvas, desprovistas de propiedades alcoh�licas. Las bebidas embriagantes no son conocidas en Marte.


Volveremos a recordar que el sesenta y cinco por ciento de U producci�n agr�cola es obtenido por el sistema hidrop�nico.


M�s detalles al respecto ser�n objeto de un tratado aparte; esto bastar� para forjarnos una idea de la vida vegetal del planeta. Para complemento consignamos de una vez que la fauna en Marte es mucho m�s limitada que en la Tierra. No se conoce casi a ninguno de nuestros animales salvajes, fuera de una variedad de oso blanco en las extensiones polares.


Abunda en cambio una variedad considerable de animales dom�sticos de adorno y de utilidad exclusiva para la producci�n lechera. El animal no proporciona al marciano ni alimento ni vestido. En Marte es desconocida la dieta a base de carnes calientes y no se conoce el vestido a base de lana u otras pieles.

Lo que s� abunda en su dieta es el pescado y varios productos de la flora marina que son asimismo fomentados con diligente protecci�n.

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CIENCIA E INDUSTRIA

En Marte no hay fronteras, ni partidos, ni sectas en la religi�n. Desde la lucha sostenida hace dos milenios por la supervivencia com�n y a ra�z de la reforma general emprendida por Dani, todos los habitantes del planeta se unieron en un solo bloque que unific� ideales pol�ticos, religiosos y sociales. Fij�ronse principios b�sicos que constituyeron gran�ticos cimientos a la s�lida estructura que ha podido amparar un avance ascendente, incontenido hasta hoy.


Desde los primeros momentos de la reforma se inici� una sana revisi�n de la investigaci�n cient�fica, a la luz de postulados rectos y profundos. Esto ciment� consecuentemente toda la estructura pol�tica, social, religiosa y cient�fica sobre bases generales de solidez axiom�tica. Estos principios jam�s pudieron ser tergiversados.

Mientras en la Tierra, por ejemplo, seguimos investigando cu�l es el camino que conduce a Roma, en Marte el camino es conocido y la preocupaci�n de todos, una vez conocido el mejor y m�s corto, consistir� en investigar el medio m�s pr�ctico para recorrerlo, hallado este medio, lodos encaminar�n sus esfuerzos en perfeccionarlo. Tengamos presente que el grado de adelanto a que hemos llegado nosotros al presente, los marcianos lo hab�an logrado hace veinte siglos.

Ese progreso sin embargo, llevaba en muchas de sus manifestaciones inconsideradas a m�s de una funesta consecuencia, con peligro inclusive de la muerte f�sica del planeta. En la gran reforma se unificaron todas las instituciones cient�ficas, todos los n�cleos industriales y el aporte de todos los habitantes. Las consecuencias naturalmente fueron asombrosas e inmediatas.

Corrigi�ronse errores, robusteci�ronse principios y se perfeccionaron los m�todos.


La m�s radical de las reformas fue la que promovi� un alto en seco a toda desmedida explotaci�n natural y marc� el inicio de una investigaci�n universal sobre la energ�a solar, dedicando a ello todos los recursos al alcance. Con el decurso de los a�os loa progresos fueron patentes, hasta alcanzar hoy el dominio del espacio.


Esa energ�a era ya bien conocida y aplicada en Marte, como actualmente la electricidad en la Tierra. Los marcianos, sin embargo, ni siquiera conocieron los meloso rudimentarios de la generaci�n de nuestra electricidad, que es recabada por la excitaci�n molecular: siempre la hab�an obtenido de la energ�a solar.

La energ�a at�mica era cosa por ellos bien conocida, pero desde el principio hab�a sido descartada su utilizaci�n.


En la Tierra podr�amos alcanzar muy pronto ese mismo alto nivel de progreso, pero estamos procediendo exactamente como inquilinos de un establecimiento psiqui�trico. Nuestro bajo nivel intelectual y, sobre todo moral, nos lleva como ciegos que recorren un camino tortuoso; s�lo la experiencia material es nuestra gu�a y los tropiezos a veces nos dan sorpresas fatales.

Nuestra limitada evoluci�n espiritual nos induce a discriminar razas, colores, desmembrar nuestro planeta con bochornosas l�neas mal llamadas fronteras, marcadas con ego�smo, odio y soberbia. Nos lanzamos en busca del progreso y jugamos al escondite con sus frutos. �Acaso no tenemos un �nico e igual destino? Nuestra inteligencia no tiene m�s l�mites que el Universo en el mundo f�sico y Dios en el orden intelectual.


El primer llamamiento a la cordura ha sido ya lanzado por el hombre m�s sensato, el primer magistrado de la naci�n m�s poderosa que ya presiente el horror de tanta locura.

Eisenhower, el ap�stol de la paz ha dado a gritos la voz de alerta. Depongamos los odios, borremos fronteras, unamos las inteligencias. Si logramos esta uni�n de esp�ritus y de mentes, la Tierra tambi�n ser� grande, pr�spera y feliz; el reino pronosticado por el mes�as.


Pero volvamos a Marte.


El inter�s de todos los habitantes de Marte por el desentra�amiento de los arcanos cient�ficos es tan natural y arraigado como lo fuera en los florentinos del siglo XVI la afici�n por el arte y la arquitectura y en el pueblo italiano la inclinaci�n por la m�sica. Su unidad pol�tico-social y la unidad geogr�fica del continente hacen posibles el intercambio, la conformidad y unidad de sus principios cient�ficos, de la marcha de los cuales todos est�n enterados.


En cada centro medianamente poblado existe un centro popular de estudio al cual concurren todos los vecinos; all� son enterados del �ltimo adelanto y del siguiente proyecto. Toda informaci�n, sugerencia e iniciativa particular son recogidos y remitidos a los centros superiores. Es f�cil imaginarse las ventajas enormes que entra�a semejante sistema.

Los m�s intrincados problemas fueron solucionados a veces por aficionados eventuales. Esto trae como consecuencia l�gica el que las conversaciones populares versen sobre el curs� de la investigaci�n y que se intensifiquen los estudios particulares. Por eso en Marte nunca se han distinguido inventores especiales porque las mayores conquistas son fruto generalmente del aporte com�n.


En los principales y gigantescos centros industriales realizan experimentos pr�cticos y ejecutan las construcciones mec�nicas requeridas en todas las ramas de la investigaci�n y la industria, que han dado como resultado una gama siempre ascendente de progreso y perfecci�n.

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NUEVAMENTE ATENCI�N, HABITANTES DE LA TIERRA


Nos ayudar� mucho a formar un concepto m�s exacto de las ventajas �le� sistema marciano si tenemos en cuenta la facilidad de comunicaci�n que ha eliminado por entero del planeta la distancia en t�rminos de lugar y de tiempo.


Cuando en la Tierra comenzamos a descubrir la rueda los marcianos ya prescind�an de ella.

  • �Qu� habr�a sucedido con un Leonardo da Vinci si Arqu�medes hubiera hecho en su tiempo los hallazgos de Galvani?

  • �Y qu� hubieran hecho Galvani, Volta, Edison y Marconi en tales circunstancias?

Cada d�a aprovechamos m�s energ�a con mayor reducci�n de medios. Si seguirnos esta marcha sin tropiezos �a qu� punto habremos llegado dentro de mil, de cien a�os? �Y qu� logros obtendr�amos si lodos nuestros investigadores practicaran un mutuo intercambio de sus conocimientos?

Transport�monos a Marte y obtendremos la respuesta. Los marcianos no malgastaron siglos y milenios en proyectar guerras y conquistas; no malgastaron nunca sus energ�as intelectuales en buscar el modo de destruir a sus semejantes y desintegrar la materia. Pueblo naturalmente inclinado a la reflexi�n � investigaci�n, comienzan siempre con asentar y luego examinar la causa; conocida y reconocida la causa, los efectos se desgranar�n uno tras otro. Hemos de reconocer y confesar los terr�colas que siempre hemos sido superficiales; nuestra misma historia nos acusa.


Crist�bal Col�n no buscaba un nuevo mundo cuando descubri� Am�rica.

Pero entonces recapacitaron �y a qu� horas! nuestros cient�ficos. De verdad que la Tierra deb�a de ser redonda. Galvani estudiaba anatom�a en los muslos de una rana cuando fue sorprendido por la primera manifestaci�n del fluido el�ctrico; y otra sorpresa de la pobre humanidad:

  • �Qu� ser� esa energ�a misteriosa?

  • �Cu�ntos c�lculos astron�micos hab�amos hecho sobre un cielo redondo?

  • �Cu�ntas cartograf�as hab�amos dibujado sobre una tierra plana?

  • �Y qu� locuras estamos haciendo ahora con la energ�a at�mica?

En el campo de la ciencia hemos venido dando tumbos, hemos andado y tenido que desandar largas jornadas, hemos construido, destruido y tenido que reconstruir puentes, y a�n no entramos en vereda.


Nunca hemos reflexionado en un hecho, el m�s sencillo de los hechos, y el m�s natural para nosotros, pero que ha aterrado a los marcianos: Que a pocas horas de vuelo de los rascacielos de Nueva York y el mismo continente, divisaremos selvas habitadas por seres que a�n no conocen la rueda: Que vemos en un mismo continente seres iguales, pero con el l�tigo unos y otros con el yugo: Que contemplamos un pueblo hastiado de confort y comodidad hundir en el mar enormes cantidades de alimentos sobrantes y al otro lado de una l�nea imaginaria perecer otro pueblo de inanici�n y desnudo.


�A eso llam�is progreso, habitantes de la Tierra? �Y aun dudamos que haya seres mejores en otros mundos?

Si el hombre de la Tierra fuera lo mejor que Dios ha creado no dudar�a un momento en creerlo un artista fracasado.

Los marcianos revisan planos en compa��a de los terr�colas




El Sol transmite energ�a, luz y calor. Con su energ�a gobierna el sistema planetario con su luz lo relaciona, y le da vida con su calor.

Nave marciana corriente, (seccionada por la mitad).

AA.- Espacio aprovecha B.- Espacio reservado para las unidades mec�nicas.

CC- H�lice-turbinas de elevaci�n. DD.- H�lice-turbinas de traslaci�n y direcci�n. EE.- Eje horizontal para las h�lices laterales.

  • �C�mo opera esa energ�a?

  • �C�mo se transmite su luz?

  • �C�mo engendra vida ese calor?

En descifrar esas inc�gnitas, en formular esas respuestas y en comprobar esos efectos se empe�� y sigue empe�ado el marciano y con dos mil a�os de progresivos hallazgos; y ha logrado tanto que ya le quedan medios y tiempo de recrearse con ir a visitar las tragic�micas operetas que se desarrollan en otros planetas.


Nosotros, con Guillermo Marconi, hemos dado el primer paso en el aprovechamiento de la energ�a del espacio, comenzando con el control de las ondas sonoras; en Marte se inici� la marcha con el aprovechamiento de las ondas luminosas y su sistema de la comunicaci�n televisada es anterior al de la comunicaci�n hablada; y, mientras nuestro sistema de televisi�n es a�n rudimentario, nuestro sistema sonoro en cambio merece su entera complacencia.


La misma energ�a es utilizada para todos los usos y bajo miles de formas; pero de todas sus manifestaciones la m�s desarrollada es la del transporte.

�Queremos ahora saber c�mo son los asombrosos veh�culos del planeta amigo?


Construyamos uno.


Construyamos una esfera de tres metros de di�metro (podr�a ser de dos, de cuatro, etc.) Divid�mosla en dos secciones: Una inferior, de un metro y la superior de das metros. Atraves�mosla verticalmente por un tubo, a modo de di�metro, que sobrepase en los dos polos la superficie externa, este tubo llevar� en su interior el eje que terminar� en los dos extremos con sendas h�lice-turbinas.


La secci�n inferior dar� cabida a los aparatos mec�nicos que proporcionan la fuerza de revoluci�n a las turbinas. Separa las dos secciones una divisi�n s�lida y la secci�n superior ser� aprovechable para el transporte de carga o de pasajeros.

Las dos turbinas principales de este eje vertical dolar�n la nave de impulso ascensional o de descenso.


Otras cuatro turbinas que se instalan en los cuatro extremos opuestos del di�metro ecuatorial de la esfera, le proporcionar�n impulso de traslaci�n y la direcci�n. Cada una de estas cuatro turbinas puede ser accionada por una misma unidad motriz o con sendas unidades que se apliquen a cada turbina.


Las m�quinas que proporcionan la energ�a para el movimiento de las turbinas podr�an ser motores de explosi�n o el�ctricos. Su capacidad y potencia no tienen m�s l�mites que los determinados por las unidades que suministran la fuerza.


Su equilibrio ser� siempre perfecto pues todo e! peso y su centro de gravedad descansan en el polo inferior de la esfera.


Esta nave resulta desde luego muy c�moda y pr�ctica, pues accionar� como avi�n y helic�ptero al mismo tiempo y sin necesidad de alas ni o�ros accesorios de gobierno.

Aplic�ndole ruedas, se transportar� los mismo por tierra; aplic�ndole una h�lice con un eje horizontal, navegar� sobre las aguas.

El interior de una nave con todas sus comodidades

Revistamos ahora este aparato de una coraza con capacidad para concentrar energ�a solar y tendremos el veh�culo m�s com�n de los habitantes de Marte; suprimamos, si queremos, las unidades mec�nicas y lanc�monos al espacio sideral.


Ser�a muy largo enumerar las aplicaciones que los marcianos hacen derivar de la energ�a solar. Si bien se conocen en Marte nuestros sistemas de aprovechamiento del vapor y la combusti�n interna y otras manifestaciones de la energ�a intr�nseca, casi todos esos m�todos fueron sustituidos por la aplicaci�n m�s efectiva, m�s econ�mica e inagotable de los rayos c�smicos.


No es, sin embargo, nuestro objeto extendernos en detalles al respecto.

Lo haremos en otra ocasi�n.

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POL�TICA Y VIDA SOCIAL


M�s bien que "pol�tica" ser�a propio denominar "sistema social" al modo de gobernarse de los marcianos.


No tienen ellos un gobierno propiamente dicho y como nosotros lo entendemos.


Aqu� deber�n perdonarnos nuestros lectores ciertas apreciaciones que nos es forzoso consignar para fidelidad de nuestro relato. No pretendemos criticar ni menguar ning�n r�gimen, partido o sistema pol�tico, pero nuestro primordial objeto en la realizaci�n del viaje, era investigar, observar y comparar; por eso haremos constar aqu� nuestras impresiones y las impresiones de los marcianos.


Fue tal el impacto que recibimos cient�fica y moralmente al entrar en ese mundo, que nada pudimos investigar sino s�lo observar v precisamente la observaci�n nos hizo imposible comparaci�n alguna, por no tener cabida.

Es tal la diferencia entre la cultura nuestra y la de los marcianos que nos sent�amos avergonzados.


Podemos estar muy equivocados pero los panoramas de la Tierra y de su nivel cultural contemplados desde Marte, presentan sombras bochornosas.


El hombre es un ser social, o sea, inclinado por naturaleza a vivir en compa��a de sus semejantes. El habitante de Marte es desde luego lo mismo, pero, �qu� diferencia en la evoluci�n de ambas sociedades!


Podr�amos definir un gobierno como la junta directiva de una sociedad. Traigamos a mente la sociedad comercial e industrial. Esta junta directiva o gobierno de la sociedad es elegida libremente y por mayor�a de votos por los miembros que componen la sociedad para ejercer ese gobierno seg�n normas directivas dadas por la misma.


Por nuestra escasa evoluci�n, o m�s bien, por falta de evoluci�n, estos gobiernos se convierten, en el ejercicio de sus funciones, en arbitrarios ejecutores de caprichosas doctrinas y forjadores de patrimonios ideol�gicos y materiales, netamente particulares o de un sector de la misma sociedad.


�Qu� suceder�a en una sociedad comercial o industrial s� su directiva hiciera converger en su exclusivo provecho los beneficios comunes y trocara las normas directivas en medio para alcanzarlos? Sencillamente ser�a destruida, o, en el peor de los casos, cada socio perjudicado retirar�a su voto y su capital.

Pero los gobiernos de las sociedades pol�ticas cuentan con un poderoso medio para el sostenimiento de su arbitrariedad y ese medio lo constituye el poder ejecutivo, de modo que los socios perjudicados se encuentran en forzada obligaci�n de soportar esa imposici�n contra sus intereses y, m�s a�n, son coercionados a m�s sacrificios para el sostenimiento de esa rueda burocr�tica que por lo general, nunca dejar� escapar el centro de los radios de su circunferencia.

No todos los gobiernos pueden ser catalogados en esta esfera, pero en las circunstancias hist�ricas actuales de nuestro planeta el noventa por ciento de la humanidad es v�ctima de este desequilibrio y forzada bajo el peso de un yugo absurdo. Hay desde luego sociedades o naciones con gobiernos buenos, pero, si promediamos �stas con el total de la poblaci�n terrestre, el panorama, lo repetimos, es ca�tico y encontramos la humanidad m�s esclava que nunca.


Es asimismo rid�culo creer perfecto un gobierno por el simple hecho de calificarse rep�blica democr�tica. Reino, imperio o rep�blica, nada modificar� su realidad de proceso. Tendremos m�s bien que marcar la circunstancia que los m�s democr�ticos de los gobiernos actuales son precisamente los mon�rquicos, presididos por individuos de alta capacidad moral e intelectual que moderan la cosa p�blica dentro del marco de sabias constituciones.

�Qu� m�s da que se nombre presidente el jefe de un gobierno, si manipula un poder legislativo a su antojo, si el nombramiento de ministros y funcionarios es de su exclusiva incumbencia y es al mismo tiempo jefe de una facci�n pol�tica? Tendremos como consecuencia no s�lo un gobierno arbitrario sino, es muy frecuente, una verdadera tiran�a con exclusiva ventaja de un clan privilegiado y con perjuicio de la voluntad, libertad, aspiraciones e intereses de !a gran mayor�a.

�Y por que cerrar los ojos a la realidad? �No es acaso el estado en que se ve postrada la inmensa mayor�a de la humanidad?


La misma existencia de partidos pol�ticos en una naci�n poco remediar� la situaci�n, si no la empeora, como en la mayor�a de los caso, sucede. Partido es participio pasado del verbo partir que es sin�nimo de dividir, la divisi�n es el mejor recurso para dominar (divide et impera), jam�s para lograr armon�a. A menos que los partidos no consistan m�s que en diferencia de m�todo, con Identidad de principios y fines, como observamos, por ejemplo, en Estados Unidos. Mas �sta es una excepci�n honrosa pero rara.


Mucho menos queremos hacer referencias ni mancillar nuestra historia con los horrores que representa para nuestro planeta la m�s abominable de las doctrinas que sirve a una naci�n de medio de sojuzgaci�n para el dominio y la esclavitud.


La doctrina ha de estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la doctrina. Cuando una doctrina pretende el logro de la libertad con el sacrificio de la misma libertad e inmolando millones de seres a la idea, tendremos el monstruo m�s abominable en la historia de nuestra cultura, el s�mbolo de la degeneraci�n del esp�ritu.


Y queremos aqu� hacer reflexiones que deben grabarse en las conciencias de los seres y las naciones que a�n no han sufrido la influencia nefasta de esta hoz segadora de esp�ritus y de cuerpos. No podemos contemplar las cadenas de los hermanos sin hacer un esfuerzo para quebrantar sus eslabones. La Tierra es nuestra patria com�n. Un mismo esp�ritu nos anima, un mismo cielo nos cobija. La indiferencia de este momento crucial ser� un crimen ante la historia.

Es nuestro deber influir con cuanto est� a nuestro alcance para rescatar de la esclavitud a los hermanos. No ser� la violencia el medio indicado, pero si debemos violentar todos los recursos morales y: si las cadenas sudan sangre, con sangre fundiremos su acero. Esta responsabilidad hist�rica no es exclusiva de las naciones poderosas, es responsabilidad de todos.


No debemos limitarnos a la admiraci�n de la gran potencia americana la cual aceptando su responsabilidad, que con la d�diva de mayores recursos le ha impuesto el Todopoderoso, vierte aceite en las heridas y tiende a la desgracia su mano robusta.


T�ngase presente que la inactividad en la tormenta arrastra a la vor�gine.



Aun en los casos de los gobiernos mejores, forman �stos una carga tan pesada que el solo sostenimiento de su rueda burocr�tica absorbe la mayor�a de la actividad de sus miembros; y lo repetimos, no importa el sistema de ese gobierno, pues si en otras �pocas se estimaba excesivo el costo de un rey ciertos sistemas republicanos contribuyen pr�cticamente a la creaci�n de muchos reyes.


En nuestros sistemas sociales las libertades personales son coartadas de muchas maneras, aun refiri�ndonos a las sociedades mejores, propiciando siempre un campo desmesurado al predominio de unos en perjuicio de otros.


Si contemplamos las cosas internacionalmente y con extensi�n de tiempo el panorama es exageradamente triste.

Lo que siempre ha absorbido las actividades humanas ha sido la lucha incesante de unos contra otros, inspirada por el odio, el ego�smo y la soberbia. Este empe�o constante del hombre en eliminarse y coartarse mutuamente lo ha detenido en su progreso moral, cultural y material. Los m�s grandes caudales humanos, contemplados bajo todos sus aspectos, han sido invertidos, siempre, para el logro de una mutua destrucci�n, y, hoy m�s que nunca, los mayores valores humanos, intelectuales, morales y materiales van siempre empe�ados en la defensa o la agresi�n.


Motivos: el ego�smo. Pretextos: la insensatez m�s rid�cula, las arbitrarias l�neas fronterizas, creadas con sangre, guardadas con sangre y hechas de sangre.

�C�mo puede concebirse sino por mentes enfermas que un territorio inmenso, rico y feraz deba ser exclusivo de un pu�ado de seres aunque lo dejen inculto y desierto, mientras otra porci�n mucho mayor de la humanidad se debate hambrienta en un suelo reducido, pobre e ingrato?

Derribemos esas estacadas infames con el hacha de la cordura. Si por la estrechez de nuestros esp�ritus es esto imposible, y�rgase un C�sar, surja un Bol�var, temple Dios una espada y con l�tigos divinos fulmine otro Cristo a los profanadores del templo de la Tierra.

C�mplase la profec�a del Galileo y los sue�os del Dante; un solo reba�o y un solo pastor en una sola comunidad terrestre.


Figur� monos una sociedad comercial con fines y estatutos bien definidos pero en cuyo seno surja un cisma que induzca a la creaci�n de distintas directivas. Surgir� entre una facci�n y otra la pugna de intereses. Desmembrado el caudal com�n, opuestos los m�todos/malversados los beneficios, el destino de la sociedad ser� obvio: el fracaso, o, cuando menos, el estancamiento de sus actividades. Y este ejemplo es el �nico paralelo aplicable a la situaci�n actual de la sociedad humana.


Ser�a sin embargo incompleta nuestra apreciaci�n si no hici�ramos constar que en medio de este l�gubre panorama brillan muchas y honrosas excepciones.
No quisi�ramos ser tildados de pesimistas por estas apreciaciones. Es precisamente por la seguridad del triunfo de la justicia en la Tierra que queremos enmarcar sus sombras oscuras.


En medio de la ambici�n, el ego�smo y el error brillan tatitas luces de esperanza que prometen cual auroras el despuntar del nuevo sol. La humanidad ha demostrado suficiente capacidad de verdadera sublimaci�n y han sido tales y tantos los pioneros del gran d�a que la victoria del esp�ritu ser� brillante e incontenible realidad.



Los marcianos no conocen nuestros sistemas de gobierno, y, para ser m�s exactos, no tienen gobierno. No existen en Marte divisiones territoriales, por tanto, ni pol�ticas ni religiosas.


Su perfecci�n c�vica podr�a compararse �nicamente y por curiosa paradoja, con el sistema de convivencia de algunas de nuestras tribus salvajes. El derecho privado, el respeto al derecho ajeno y las normas m�s elementales del derecho natural son innatas y, por lo visto, jam�s necesitaron de c�digos legislativos, judiciales ni penates. Su conducta es natural.


Representa, lo que nosotros dir�amos la jefatura del planeta, un triunvirato compuesto por tres personas que reciben el t�tulo de Nose, cuya versi�n liberal ser�a: Moderador. No goza propiamente, este triunvirato, del derecho de la jurisdicci�n, sino m�s bien del privilegio de preferencia. Los tres cargos son vitalicios y son otorgados cada uno por voto un�nime al habitante de m�s prestancia por m�ritos personales en su respectiva esfera: Logare, Sunina, Snrinu.


Estas tres personas: el mejor organizador, el m�s bueno y el m�s sabio del planeta, son al mismo tiempo, y en casos de emergencia legisladores y jueces.

Los principales n�cleos poblados son asimismo presididos por triunviratos locales, con las mismas atribuciones y con subordinaci�n al supremo triunvirato, que reside en Tanto, la capital. Estos triunviratos no gozan de sueldos especiales sino que participan del aporte general para el fomento de la investigaci�n y la industria, cuyo centro principal es siempre la capital.


Los adelantos cient�ficos son comunicados a todos y todos participan de sus beneficios pr�cticos de modo que el est�ndar de vida en Marte es casi igual para todos sus habitantes.


No existe ej�rcito, ni polic�a ni sistema carcelario. El que comete cualquier falta en contravenci�n a las leyes positivas y sociales ser�a considerado como un enfermo que sufrir�a inmediatamente las consecuencias de la reacci�n general. Los mayores aportes de la grandiosa reforma Dani fueron precisamente en este campo. Desde hace dos mil a�os el individuo que hubiera dado muestras de desequilibrio moral era aislado inmediatamente y privado del derecho y uso del matrimonio.


Recordemos el aislamiento de que a�n hoy son v�ctimas los enfermos de lepra. En pocos siglos la sociedad pudo apreciar los efectos de una depuraci�n total.

Estas normas de conducta y justicia social eran practicadas desde antes de la restauraci�n de Dani cuya actuaci�n fue casi contempor�nea a la aparici�n de Cristo en la Tierra, pero desde entonces fueron escrupulosamente observadas.


No hab�a para ello ning�n sistema represivo. El culpable se ve�a aislado por la natural repulsa de sus vecinos y con mayor raz�n de la mujer que de ning�n modo habr�a permitido comercio con �l y, si era esposa, se sent�a en la obligaci�n de abandonarlo, refugi�ndose bajo la tutela de su familia.


Un solo caso refi�rese, que qued� c�lebre en los anales de la historia de Marte, y que se recuerda con rasgos de leyenda.


�Ad�n y Eva?


Hubo un hombre, hace de esto unos cinco mil a�os, oriundo de la parte occidental del planeta y que hab�a logrado sobreponerse a los habitantes de la regi�n. Era bueno, sobresal�a por su inteligencia y esp�ritu organizador, No tard� sin embargo en exhibir ciertas pretensiones discordantes, muestra clara de un esp�ritu de complacencia y soberbia. Poco falt� se llegar� a un verdadero cisma.


Privado de la esposa no se amilan�; el caso produjo revuelo en todo el planeta y se convirti� en problema general. La situaci�n lleg� al cl�max cuando, tras el abandono de su esposa logr� seducir a otra mujer. El esc�ndalo general indujo inmediatamente a una medida extrema: es el destierro del planeta. Y la pareja fue transportada a la Tierra.


�Ad�n y Eva? Dejamos a nuestros lectores las conjeturas.


�Qu� errada es la concepci�n que en la Tierra nos hemos formado del habitante de Marte! El ser destructor, que posee armas horrorosas desintegradoras y mort�feras, dispuesto a sembrar estragos y muerte, cuya invasi�n consideramos inminente.

Es cierto que todo eso podr�a hacerlo: dispone de medios sencill�simos para ello: podr�a fulminar la Tierra con horrorosas tormentas el�ctricas, provocar un diluvio e inclusive una erupci�n volc�nica, pero la concepci�n de estas ideas no son m�s que engendro de la mala levadura de nuestras ambiciones; el temor a eso o el subconsciente deseo de verificarlo nosotros.

El marciano es cosa muy distinta f�sica y moralmente: es un ser sobrio, sano, cuya principal ambici�n es la dedicaci�n casi m�stica a la investigaci�n cient�fica y cuya principal satisfacci�n es el conocimiento cada d�a m�s perfecto de la naturaleza. Ese progresivo contacto e intimidad con las leyes universales le proporcionan la m�s �ntima satisfacci�n de vivir.


Nuestro sistema de vida, el horroroso torbellino de agitaci�n, ruido y movimiento, el miedo constante al fracaso y al desastre, la aniquiladora tensi�n nerviosa que forman nuestro ordinario medio de vida en la Tierra, son Cosas ya pasadas a la historia en Marte. Su vida se ha simplificado y el goce de ella es pleno.

Es una cosa un poco dif�cil para nosotros imaginar siquiera una felicidad semejante, que es sin embargo la �nica y verdadera felicidad cumplida. Sabe algo de eso el agricultor que contempla su tierra brindarle una abundante cosecha; el cirujano, el jurisconsulto tras un �xito so�ado; el inventor que ve cristalizado un importante hallazgo y el asceta que disfruta de la �ntima comunicaci�n con Dios.


Una de las razones por las que la humanidad sufre en la actualidad el mayor desequilibrio de su historia es la inestabilidad de que padece; inestabilidad pol�tica, religiosa, social y moral. Esta inestabilidad ha lanzado naciones, sociedades c individuos a una loca carrera de competencia en lodos los campos de la posibilidad humana, por la conquista de adeptos, por el dominio de mercados, por la supremac�a de un capital.


Para afirmar esas conquistas hay que sacrificar el noventa por ciento de actividades y energ�as a una guerra psicol�gica de nervios, a la defensa o a la agresi�n bajo mil aspectos. En la Tierra vivimos precisamente el peor momento de toda nuestra historia; una lucha hist�rica por la existencia ante el espectro constante de la derrota y de la muerte.


No contribuimos al bienestar general, luchamos fan�ticamente para explotar y eliminar al vecino de la contienda, en el campo cient�fico, cultural, comercial e industrial y ese campo de batalla se convierte con frecuencia en org�a sangrienta.

Porque no nos conformamos con el bienestar de tu vida; cada uno quiere supremac�a absoluta; queremos mil aunque para lograrlo haya que despojar del uno a los dem�s. Hemos llegado a tal extremo que la lucha se ha extendido, y con verdadero fanatismo, al campo moral y religioso en una verdadera batalla de nervios para imponer el predominio de la propia concepci�n de la divinidad.


Este caos es el fruto de la inestabilidad general de que est� impregnada nuestra atm�sfera; y toda la situaci�n puede resumirse en una sola palabra tr�gica: Miedo.

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LA MUJER


La mujer en Marte desempe�a un papel de elevada importancia y esencial influencia social. Pero como un estudio m�s detenido ser� tratado en otro volumen, proyectaremos aqu� su figura a grandes rasgos generales.


Aun en su aspecto f�sico la mujer es objeto de un diligente cuidado que la ha convertido en un ser agradabil�simo y sumamente eficiente para el desempe�o* de su triple cometido, de esposa, de madre y maestra. Este empe�o constante a trav�s de los siglos ha acumulado en esta adorable criatura todos los encantos naturales, realzados por el desarrollo en alto grado de todas las cualidades est�ticas, de esp�ritu y de mente, tan propias del sexo.


Todo lo que nosotros abarcamos con el calificativo de bellas artes, constituye su dote especial. La m�sica, la poes�a, la pintura, la literatura, son el patrimonio especial de la mujer marciana, mientras el hombre se entrega al escrutinio de los secretos naturales, f�sicos y metaf�sicos.


En Marte no existe la ense�anza p�blica. La ense�anza y educaci�n del hijo son exclusiva incumbencia del hogar y preponderantemente de la madre, la cual est� capacitada en algo grado para ello. Sigue luego la extensi�n y complemento de la instrucci�n individual, f�sica y metaf�sica, la que se completa en los p�blicos centros de investigaci�n en los que se desarrollan pr�cticamente los conocimientos cient�ficos superiores en una extensa variedad de formas.


Hacemos constar aqu� que una de las ciencias m�s profundamente investigadas es la medicina, particularmente en lo que se refiere al estudio y conocimiento del cerebro humano.


Cada mujer en Marte es una Cornelia romana; por eso sus habitantes que absorben del coraz�n materno moral, ciencia y religi�n, son individuos de �ndole sana, estable, de principios profundos y arraigados sentimientos religiosos.


En Marte es completo el equilibrio de los nacimientos y con el auxilio de los asombrosos adelantos cient�ficos de la medicina se mantiene proporci�n adecuada entre varones y hembras. Este es uno de los principales factores en el mantenimiento de un orden social perfecto.


Cada mujer es iniciada desde la cuna para su futura sublime misi�n de esposa y de madre. El futuro matrimonio con frecuencia viene designado por los padres desde la infancia de los contrayentes, d�ndose a conocer a la edad conveniente. Antes del matrimonio el trato social fuera del hogar es casi nulo pero s� se vienen estrechando relaciones entre los dos hogares que m�s tarde han de unirse en parentesco.

Nos ha de parecer extra�o este sistema social, pero son imponderables las ventajas que ofrece.


En la Tierra estamos actualmente asistiendo impasibles al desarrollo de un fen�meno que traer� las m�s nefastas consecuencias; y, para decirlo en t�rminos claros, estamos asistiendo impasibles al proceso r�pido de prostituci�n de la mujer.

Entendemos por prostituci�n el trastorno total de las caracter�sticas que constituyen precisamente la esencia femenina con sus prerrogativas inherentes que son primariamente las de esposa, madre y custodio del hogar.


Este proceso marcha en r�pida aceleraci�n por las diversas circunstancias que acent�an a�n m�s el enorme desequilibrio humano.


Este trastorno arraiga ante todo en la desproporci�n entre uno y otro sexo, siempre m�s acentuado por los efectos de las guerras que siegan enormes cantidades de vidas varoniles y las que precisamente son m�s necesarias para la compensaci�n sexual de la sociedad. Muchos otros factores contempor�neos contribuyen a debilitar la constituci�n masculina dando por lo mismo, a�n en la concepci�n materna, prepondera al sexo femenino. La decadencia de responsabilidad en el hombre por el debilitamiento de la moral y relajaci�n de los principios religiosos aporta un factor a�n m�s agravante en este proceso.


Un n�mero cada d�a m�s considerable de mujeres, privadas del apoyo, se ven en la necesidad de hacer frente solas a las exigencias materiales de la vida, con enorme perjuicio de la responsabilidad maternal. Obligadas necesariamente a buscar una base individual de subsistencia tienen que invadir el campo del var�n en la competencia profesional con menoscabo cada d�a mayor de su aptitud para el verdadero cometido de su vida, la maternidad.

Las leyes sociales deber�an intervenir en la soluci�n de estos problemas, que son desde luego los m�s trascendentales problemas que, irresolutos, pueden conducir a consecuencias de desequilibrio moral e inestabilidad social de muy dif�cil remedio.


Se incuban males tan grandes que conducir�n, no a una situaci�n cr�tica sino a un verdadero cataclismo social. Pero estas leyes sociales, en la mayor�a de las naciones, descuidan en absoluto el problema y agravan la situaci�n con disposiciones que vienen a dar cada d�a margen mayor a la divulgaci�n de la epidemia.

En lugar de consagrar cada d�a m�s el v�nculo matrimonial, se aflojan sus lazos con grav�simo da�o social y grave perjuicio del hogar; multiplicase as� el desenfreno y se acent�a el descuido del deber de la educaci�n de la prole, fin primario de la procreaci�n. Estas leyes, en lugar de colocar diques, ensanchan brechas para la difusi�n de un mal que ya de por s�, por el instinto natural y las bajas inclinaciones, tiende a propagarse con alarmante expansi�n.


Tengamos presente que el progreso material sin s�lida base-moral no es m�s que un suicidio para la sociedad.


La familia es la base de la sociedad, es la c�lula vital por la cual tiene raz�n de ser el organismo social. La desintegraci�n de la familia conducir� forzosamente ala desintegraci�n social.


Sin esta uni�n moral colocamos bases muy resbaladizas a nuestro progreso y a la marcha hacia la conquista del bienestar. Sin uni�n en La familia, menos podr� haberla en la sociedad y por ende, mucho menos en las naciones. Sin el calor moral de un sano hogar las virtudes c�vicas ser�n un mito y los tesoros de la ciencia f�sica no ser�n medios de bienestar sino armas de destrucci�n.


Los marcianos, por las observaciones hechas entre nosotros, tienen un concepto muy cabal de nuestra situaci�n; conocen, nuestros esfuerzos, valoran los progresos realizados, pero aprecian muy bien los peligros que esto encierra para nosotros.


Todo adelanto entra�a un peligro en la Tierra: nuestro depravado instinto nos induce a convertir en arma cuanto llega a nuestro alcance y toda arma a nuestro alcance es instrumento de ofensa, defensa o suicidio.

En todo caso constituir� siempre un peligro y un obst�culo m�s para el verdadero bienestar de la humanidad.


Su verdadero prop�sito al visitar la Tierra es el de aprender todo cuanto nosotros pudi�ramos ense�arles y participarnos cuanto saben. Pero de lo primero nada puede serles �til, y si lo segundo se efectuara constituir�a ciertamente un obst�culo m�s para nosotros y un verdadero peligro para ellos mismos. La intercomunicaci�n entre ambos planetas la juzgan imposible a�n. Los terr�colas ser�amos una amenaza en Marte por nuestra inestabilidad moral.


Toda evoluci�n material debe tener por base y cimiento la evoluci�n espiritual. En Marte el progreso material eleva m�s y m�s los valores del esp�ritu. En la Tierra el adelanto material ahoga el esp�ritu.

Todo avance del progreso es para nosotros un nuevo altar a Satan�s y otro calvario para Cristo; un nuevo templo en Babilonia y otra cruz en Jerusal�n.



�Esposa y madre!

Son y ser�n siempre los s�mbolos del amor y del esp�ritu; fuentes puras de elevaci�n espiritual, de goces �ntimos. Empa�ados estos s�mbolos, enturbiadas esas fuentes, la felicidad verdadera, la paz de la humanidad habr�n capitulado bajo los escombros de la materia descompuesta.

Es ciertamente impresionante y digno de admiraci�n el logro del ingenio humano: sus f�bricas gigantescas, las m�quinas poderosas que transforman la superficie de la Tierra y escudri�an sus entra�as; las gigantescas unidades que cruzan sus mares y surcan sus cielos; pero es triste contemplar, paralelamente, la desintegraci�n del hogar y el abandono de los templos.

Por eso sus f�bricas volver�n a producir nuevamente y con febril actividad la infernal maquinaria b�lica; por eso sus cielos, sus mares y continentes volver�n a ser cruzados por los horrores de la destrucci�n y de la muerte; y por sus hermosas carreteras pasar�n, cubiertos de oropel, los cad�veres vivos de la humanidad.


Es encomiable el esfuerzo de la Asamblea de las Naciones Unidas, pero sus frutos ser�n siempre vanos mientras no otorguen en su seno un asiento, el primer asiento, al �nico aliado, capaz de iluminar y coordinar, calmar odios y pasiones y unir los esp�ritus: DIOS.


Falta uno en la ONU. Sin el voto de este ausente habr� siempre un pase para el mal y un veto para el bien.

Y el edificio humano que se pretende construir terminar� en fat�dica torre de Babel.

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MEDICINA

Nos es imposible resumir siquiera en estas p�ginas todo lo que respecto a la medicina pudimos observar en el planeta.


Hacemos constar previamente que los tiempos de efervescencia en esta materia ya han pasado, pues siempre en Marte y muy especialmente a ra�z "de la gran reforma," el empe�o general se hab�a concentrado en la medicina preventiva, emprendi�ndose un plan a desarrollarse por siglos, de modo que �ltimamente su pr�ctica est� encaminada casi totalmente al perfeccionamiento del f�sico humano.

Volvemos a recalcar que en Marte siempre se consider� el cuerpo humano como templo o recept�culo del esp�ritu que lo anima, as� que la medicina en sus procesos no prescindi� jam�s de esa relaci�n.


Como adem�s de dif�cil habr�a sido infructuoso el exterminio de ciertos males sin prevenirlos, se estableci� como punto de partida la norma general por la cual ser�a vedado el uso del matrimonio procreativo a todos los afectados por alguna tara f�sica o moral. Esta norma, aceptada por todos y rigurosamente observada tuvo alcances para nosotros incalculables. Se obtuvo como resultado al cabo de pocas generaciones, una estirpe de individuos sanos, fuertes y equilibrados f�sica y moralmente, Se lleg� casi a la eliminaci�n de la mortandad juvenil y a un aumento siempre progresivo en el promedio de vida.


La edad media en el planeta alcanza un promedio de noventa a�os, pasando de los cien un treinta por ciento de la poblaci�n y no llegan a un veinte por ciento los que no alcanzan los ochenta.


No divagaremos exponiendo aqu� una serie de consideraciones abstractas, pero comparemos, a esa luz, nuestro estado actual en la Tierra. Nuestra medicina ha hecho verdaderos prodigios de adelanto, pero estamos echando agua en un pozo de arena. Nosotros imitamos en algo a los marcianos en la selecci�n de nuestro ganado, de nuestros caballos, con nuestras razas perrunas, con nuestros gallineros, pero poco nos preocupamos del origen de nuestros hijos.

M�s a�n, con el fomento de la prostituci�n colocase el germen de la vida al capricho de los seres pervertidos, tarados, lleg�ndose al colmo de proporcionar medios de procreaci�n a seres indignos, criminales desnaturalizados, a quienes se proporcionan, sin ninguna precauci�n, en los establecimientos punitivos, mujeres, indignas bajo todo aspecto de ser madres. Propagase as� la mala semilla que propende generalmente a divulgarse m�s que la buena, la cual se ve tambi�n afectada con la siempre creciente prostituci�n del matrimonio.


Y huelgan ulteriores comentarios.


Pero donde el marciano ha logrado prodigios asombrosos es en el estudio del cerebro humano, en el cual la cirug�a marciana ha venido interviniendo desde hace siglos para corregir anormalidades, aumentar su eficacia y perfeccionar sus funciones.


Dejamos para el segundo tomo de esta obra un tratado extenso sobre este tema.

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RELIGI�N


La religi�n ha sido siempre la base de toda sociedad y la piedra angular de toda civilizaci�n. No conocemos regi�n, sociedad ni tribu, por salvaje que sea, que no haya surgido, que no se haya solidificado alrededor de un templo.


Sean cuales fueren las manifestaciones de la idea, la existencia de un ser supremo, de una causa absoluta han imbuido siempre la conciencia y han informado la vida y el desarrollo de toda sociedad humana, fuere cual fuere su grado de evoluci�n.


El dominio de la materia y el m�s amplio conocimiento de la naturaleza han producido distintas repercusiones en la idea universal de la divinidad. Los esp�ritus m�s elevados se han afirmado m�s y m�s en la creencia de Dios, sublim�ndose en la concepci�n siempre m�s elevada de la m�xima causa de todas las causas. Los esp�ritus d�biles y apocados, que han sido dotados por madre naturaleza de un solo talento, han zozobrado ante la idea de Dios, esforz�ndose por colocarse a s� mismos en su lugar o colocar en el mismo a la materia.


Lo que decimos de los individuos apl�case exactamente a las sociedades. Tanto m�s se ha elevado una naci�n cuanto m�s r�pido ha declinado cuanto m�s se ha alejado de la �gida segura de esa verdad, de la sombra del templo, sellando su ruina total con la pr�ctica negaci�n de Dios.


Figur�monos hallarnos a bordo de la unidad de un tren. Si ocupamos el primer coche de carga no nos atrever�amos a negar la existencia de la locomotora al frente, porque percibimos su ruido; ser�a sin embargo absurdo negarlo s�lo porque ocupamos uno de sus �ltimos coches, provisto de confort y alejado del ruido y emanaciones directas de la m�quina. Los individuos y sociedades que pretenden negar la existencia y efectividad de la locomotora; son como el coche que se desengancha de ella; quedar� inmovilizado en el camino f�rreo y al llegar otro convoy ser� embestido y arrojado de la v�a.


La historia nos muestra el surgimiento de naciones que se encumbran hasta el predominio de la Tierra, para desintegrarse luego en la confusi�n y ser reducidas a esclavas por otras que describir�n en el tiempo la misma par�bola. La causa y cimiento de esa grandeza es siempre un templo y su tumba definitiva la negaci�n de Dios.


La filosof�a y la ciencia en Marte descienden siempre de la causa primera, que al desentra�arse en mil efectos se ilumina de mayor claridad.

En la Tierra procedemos con dificultad a la inversa, con la tendencia a limitar la causa a un efecto, hasta el absurdo de rendir tributo a la materia bruta como a m�ximo principio. De ah� nuestros desvar�os, nuestras capitulaciones en el campo de la investigaci�n; de ah� los abortos V monstruos de la inteligencia, los ateos y libres pensadores, para quienes el molde de la verdad y de la realidad de las cosas es el molde de sus dos libras de sesos.

�Qu� y qui�n es el Dios de los marcianos?


La concepci�n de Dios no puede ser m�s que una, la que el ha dado de s� mismo, al m�s religioso de los sabios, Mois�s: "Soy el que soy" y la que de el ha dado el m�s sabio de los paganos, Cicer�n: "Causa Causarum " Dios es la causa de las causas.


El docto sacerdote Zanella, desde que puso pie en el planeta se entreg� a una seria investigaci�n sobre los fundamentos y teor�as religiosas de los marcianos y est� concluyendo un detallado informe al respecto. S�lo condensaremos aqu� brevemente la argumentaci�n expuesta por el religioso marciano que hab�a sido comisionado para nuestro acompa�amiento.


Nos vemos rodeados de tantas cosas de las cuales es dif�cil el entendimiento, que debemos forzosamente admitirlas sin comprenderlas. Sin embargo, si razonamos con un poco de filosof�a, o si tan s�lo reflexionamos un poco seriamente, veremos que todo en nuestro derredor evoluciona y cambia. Todo cuanto muda ha tenido principio y tiene fin. Nada de cuanto tiene principio y fin puede haber principiado sin una causa externa, la causa prima, que debe ser inmutable, o sea, sin principio ni fin.


Esta causa es infinitamente activa, la manifestaci�n de su actividad es extr�nseca, causa de otras, principio y por ende, fin de otras causas y motivo de ser de otros principios. Dios es la causa primaria de todo cuanto es o existe, es el principio y el motivo del principiar de todas las cosas, con mayor raz�n y m�s directamente del ser racional que m�s que todas las cosas se le asemeja, y, �nico entre todas, lo reconoce y participa en mayor grado de su esencia.
Esta causa suprema, dice el marciano, es lo que nosotros llamamos Sundi, Dios.


Dios no vive, Dios es. Todo cuanto vive, nace, se muda y mucre. Dios no ha tenido principio porque dejar�a de ser principio; Dios no muda porque es principio eterno; Dios no muere porque nunca ha comenzado a existir. Todo existe por �l, con �l y en �l, Dios lo es todo. Ante �l nada vale algo, es lo mismo nada que todo; el vale por todo y todo vale s�lo por el.


Todo ser inteligente, todo investigador de la naturaleza y de sus leyes debe partir del principio de que todo efecto tiene su causa y que todas las causas tienen un solo fin que es la misma causa suprema.


Al descender de la causa al efecto o al ascender del efecto a la causa es preciso tener siempre presente el fin de ambos que da a ambos su raz�n de ser.

El s�mbolo m�s com�n de la divinidad en Marte.

Un disco de oro con un n�mero central resaltante.

De la circunferencia parten rayos luminosos que convergen como radios al centro.

Sin el conocimiento de la existencia de Dios y sin su reconocimiento, todo el edificio cient�fico se desploma. El culto y reconocimiento de Dios en Marte son absolutos.


La manifestaci�n de ese culto es tan sencilla y espont�nea como general. El s�mbolo m�s com�n de la divinidad en Marte es una circunferencia (el Universo) con un n�cleo central de oro (Dios). Del n�cleo se derraman rayos luminosos hacia la circunferencia (como efectos que emana la causa); de la circunferencia retornan al centro como radios convergentes. Dios suprema causa de todo, a quien todo converge como a �nico fin.


Este s�mbolo campea como escudo distintivo en todos los edificios p�blicos y privados; es el signo sagrado de todos los habitantes del planeta. En todos los n�cleos m�s importantes de poblaci�n se eleva un templo, de forma esf�rica, que culmina en el s�mbolo sagrado.


Una vez al a�o se celebra con imponente magnificencia la fiesta en honor, adoraci�n y gratitud a Sundi; con ritos especiales en la capital. Todos los nacimientos, matrimonios y defunciones son conmemorados a la sombra de los templos con ceremonias especiales.


Pero todos los detalles al respecto, ritos y organizaci�n religiosa ser�n ampliamente referidos por Zanella en su libro. Un solo detalle no podemos dejar de recordar aqu�: l�a muerte en Marte no reviste el car�cter tr�gico que reviste en la Tierra.


Los marcianos no han recibido la visita de Jesucristo; pero la veneraci�n y culto a la memoria del gran restaurador Danik, que coincide precisamente con la aparici�n de Cristo en la Tierra, nos hace conjeturar como fundamento que todos los astros y planetas habitados hayan recibido contempor�neamente una embajada extraordinaria, con una misi�n adecuada a las condiciones y circunstancias de cada uno.

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NOSOTROS Y MARTE


Ten�amos ya conceptos claros sobre el planeta amigo, pero sobre todo de sus habitantes. Hab�amos completado, comparativamente, una concepci�n m�s exacta de los habitantes de la Tierra y de sus sistemas. Hab�amos estrechado una alianza de sincera amistad y franca relaci�n con los marcianos que ya est� incubando g�rmenes de enormes esperanzas para nosotros. Hab�amos realizado el experimento cient�fico m�s anhelado con un �xito que ni siquiera sospech�bamos. El viaje interplanetario por la energ�a solar era una realidad.


El problema de la falta de medios atmosf�ricos para alejarnos de la Tierra era un mito. La atm�sfera es indispensable para nuestros medios mec�nicos; para las naves energ�ticas la atm�sfera es un estorbo. Su medio natural es el vac�o sideral. En estas naves las aplicaciones mec�nicas son necesarias para accionar en la atm�sfera.


El mundo es m�s grande y m�s agradable de lo que supon�amos. Todos los habitantes del Universo est�n dotados de inteligencia igual que la nuestra. Nos convencimos que no somos los mejores, pero las esperanzas que iluminan nuestro planeta son halagadoras y las fuerzas del bien, lo declaramos enf�ticamente, son superiores. Las negras manchas que oscurecen el panorama terrestre ya no han de sernos tan temibles y se disipar�n pronto.


No est� lejano el d�a en que desaparezcan las mezquinas fronteras que fraccionan nuestro planeta. Est� cercano el d�a en que se unir�n inteligencia y voluntades en un solo bloque de incontenible pujanza que arrollar� las fuerzas negativas de ego�smo y de odios.


El sue�o acariciado por miles de a�os est� por convertirse en espl�ndida realidad. Tierra, cielo y felicidad para todos.


Sirvan nuestras grandiosas experiencias como mensaje de aliento para todos, sirvan de reproche a las inteligencias que dedican sus caudales a la criminal empresa de la guerra. Sirvan de aliento a los grandes que se esfuerzan por la paz.


Tenemos en los marcianos aliados poderosos. No podemos contar a�n con su ayuda directa mientras no aumente en la Tierra el numero de los cuerdos. Sin embargo, lo sabemos y lo saben los marcianos que los faltos de cordura no representan a los habitantes de la Tierra.


En la Tierra lodos anhelan la paz. Los que imponen el yugo m�s absurdo jam�s registrado en la historia de la humanidad son unos pocos insensatos: las v�ctimas de ese yugo son millones. Si ese yugo a�n subsiste es porque lo llevan sus v�ctimas, obligadas por la fuerza bruta, lo aceptan por miedo. . . , por cobard�a.


Todas las naciones desean la paz. Bien sabemos quienes disienten. Sentimos por los sabios que obligados dedican a esa causa sus esfuerzos; sentimos por los humildes que sufren el yugo; sentimos por los ignorantes que creen a la mentira. Pero recordamos aqu� que la paz ha sido prometida a los de buena voluntad, no a los perversos ni a los cobardes.

Si esos conculcadores del esp�ritu quieren la guerra, estamos prontos al reto con la certeza de la victoria. No nos amedrentan sus alardes. La bandera negra fue hecha jirones y la bandera roja ser� ahogada con sangre si fuere necesario, y con la sangre de sus mismas v�ctimas.


No han de hacerse ilusiones en el mito absurdo de un poder�o at�mico. Ese poder�o es rid�culo.


Escuchad y reflexionad bien. Existen contra vosotros tres factores de una potencia indestructible y armas que no so��is. Las aspiraciones de la humanidad, el Dios que os condena y la amistad de los astros. Son hoy vuestras ambiciones el �nico obst�culo para el bienestar del mundo; pero aprended de la historia: El mal puede ganar batallas pero nunca la �ltima. Vosotros s�lo cre�is en la materia, y como vuestra materia perecer�is putrefactos. Nosotros creemos en el esp�ritu y como el esp�ritu nuestras ideas ser�n inmortales.


Arrojad, esclavos, las armas a los pies de vuestros tiranos, haced con ellas una pira inmensa y destruidlas con vuestros arsenales at�micos. No m�s hermanos contra hermanos. Nos ayudar�n los cielos a entonar de nuevo los himnos de gloria y de paz.


No son imposibles la paz y la concordia; es el destino de la Tierra. Las grandiosas experiencias probadas en Marte nos han hecho saborear esos frutos. Vale la pena dar por ellos cualquier precio. La uni�n de todos los pueblos para hacer un solo pueblo debe ser la aspiraci�n de todos los habitantes de la Tierra; el paso entonces de cada uno sobre el planeta no ser� una pesadilla y el Autor del Universo nos otorgar� la inmortalidad, suprema aspiraci�n del esp�ritu.


Cada uno de nosotros puso el mayor empe�o para recabar el m�ximo provecho de las observaciones para las cuales estaba comisionado y ya ard�amos en vehementes deseos de retornar a la Tierra para comunicar nuestras halagadoras experiencias.


Los marcianos nos suministraron sin reserva alguna cuanta clase de informaci�n dese�bamos. Se efectuaron intensas investigaciones experimentales para perfeccionar, con nuestros sistemas, las comunicaciones entre Marte y nuestra base terrestre con el objeto de eliminar las perturbaciones causadas en el campo neutral del espacio, entre los l�mites de atracci�n de los dos planetas. Esta dificultad ha llegado casi a su completa soluci�n.


Efectuamos varios vuelos por distintas partes del planeta para reconocer los lugares m�s importantes y los principales n�cleos industriales, tres de los cuales, arraigados en la capital, son verdaderamente gigantescos. La base, centro y objeto primordial de la investigaci�n es la energ�a solar, que se resuelve en un sinn�mero de aplicaciones para todos los usos pr�cticos.

En sus centros cient�ficos e industriales no existe reserva alguna; todo, hasta el �ltimo detalle, est� al alcance de todos.

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TANIO, LA CAPITAL


Constituyen las viviendas, como ya lo indicamos, casas de un solo piso, elevadas y provistas interiormente de jardines, amplio campo de recreo y ejercicios y de estanques de agua. Figur�monos las antiguas mansiones romanas con terrazas tales. Una peculiaridad las distingue de todas las construcciones de nuestras ciudades; todas sus ventanas son largas, aproximadamente del ancho de las nuestras, pero, a diferencia de nosotros, est�n dispuestas horizontalmente.

Siendo amplias las viviendas y reducidas en altura.

Tanio, la ciudad capital, ocupa una superficie mayor que la que cubren Londres y Nueva York. Su poblaci�n asciende a doscientos cincuenta mil habitantes-La ciudad, de trazo geom�trico, da la impresi�n desde lo alto, de un tablero de ajedrez.

Sus cuadras, de m�s de trescientos metros, terminan cada una en un espacio o parque de espl�ndidos jardines.

Tanio, la capital de Marte.


Cruzan la ciudad tres grandes canales que se ensanchan por trechos para formar peque�os lagos de adorno y recreo. Siendo el marciano un apasionado amante de la naturaleza, sus jardines p�blicos y privados son verdaderos ensue�os, en los que, entre el esplendor de perfume y color de flores, se mezclan plantas de ex�ticos frutos.


Las paredes externas de las casas de la capital y de todo el planeta son construidas de doble muro con vac�o interior; detalle que proporciona equilibrio en la temperatura interna, circunstancia muy importante en Marte en donde la diferencia de estaciones es m�s acentuada que en la Tierra. El primario y principal elemento usado en casi todas las construcciones es una piedra especial que recuerda mucho el travertino tan corriente en las construcciones romanas, pero mucho m�s liviano y d�cil al modelado, piedra que, por una sencilla elaboraci�n proporciona el elemento adhesivo, de propiedades semejantes a las de nuestros cementos; pero m�s liviano que el yeso.


El templo de la divinidad en Tanio es una verdadera maravilla de piedra o m�rmoles selectos, con preciosas incrustaciones met�licas y derroche de oro. Son asimismo de extraordinario atractivo y arte muchos otros edificios, como el p�blico, que nosotros llamar�amos de gobierno, el edificio central de investigaciones cient�ficas, el de observaci�n sideral, etc�tera.


De la ciudad emana una aureola de paz y de calma que la revisten de un irresistible atractivo. El marciano viaja poco; casi todo el tr�fico es a�reo y los veh�culos silenciosos. Para quien, como nosotros, no est� familiarizado con ella, da la impresi�n de una ciudad encantada, a pesar de la extraordinaria animaci�n que revisti� con motivo de nuestra visita.


El clima en Tanio corresponde a unos 12 grados cent�grados.

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TAGE Y SU HOGAR


Al d�a siguiente a nuestra llegada fuimos trasladados a la residencia de Tage, a quien fue otorgada justamente la alta distinci�n de brindarnos la hospitalidad.
Pudimos apreciar, inmediatamente de nuestra llegada, la extraordinaria reputaci�n de que gozaba este hombre en Marte; y nosotros le profes�bamos, no s�lo estima, sino un afecto inmenso como a padre y maestro, a cuyo nombre y figura todos los habitantes de la Tierra tendr�n que rendir igual tributo, como el primer eslab�n que hizo posible la uni�n de dos mundos.


No entraba en el plan de los marcianos un entendimiento directo con la Tierra, pues por el conocimiento que de nosotros se ten�a, era considerado prematuro. Tage decidi� y resolvi� correr solo la gran aventura que los marcianos aceptaron y aprobaron jubilosos y que la Tierra agradecer� como paso de incalculables alcances y que realiz� la pac�fica uni�n de los dos astros.

Tage

La estancia en el hogar de Tage ha creado en nosotros la m�s dulce experiencia de la vida y no podemos a�n medir las consecuencias y el desenlace de tan dichosa circunstancia.

Adem�s de la esposa y un hijo, adorna el hogar del caudillo una hija, la m�s adorable de las criaturas, cuyo contacto hiri� profundamente el coraz�n del m�s joven de nuestros expedicionarios, el sabio y buen franc�s Lavoisier, cuya admiraci�n por la encantadora Dile, as� es su nombre, no pas� desapercibida para el padre, quien manifest� complacencia y benepl�cito, hasta infundir en el coraz�n del buen colega la esperanza de fundir en ella la sangre de los dos planetas con el m�s extraordinario de los enlaces matrimoniales.

Desde entonces nuestro buen franc�s no tiene sosiego, con su cuerpo en la Tierra y el alma en Marte, suspirando por la fecha del pr�ximo viaje en el que se realice probablemente el extraordinario acontecimiento.

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IDIOMA

Ya conocemos las caracter�sticas generales del idioma marciano.


Sus vocales son de pronunciaci�n n�tida y clara; no existen sonidos nasales ni consonantes fuertes, aspiradas o guturales. En funeral, suena musical con bastantes inflexiones de voz, sobre todo en per�odos largos. Como ya lo indicamos, en su pronunciaci�n tiene mucha semejanza con nuestras lenguas neolatinas. En lo dem�s, particularmente en su gram�tica, difiere mucho de cualquier idioma terrestre.


La gran mayor�a de palabras son bis�labas; las tris�labas son muy pocas, en su mayor�a t�cnicas y cient�ficas; reducid�simo el n�mero de las agudas.
El idioma es rico en obras literarias, con predominio del car�cter cient�fico, t�cnico y moral. Abundan las obras de g�nero hist�rico; el g�nero novelesco, en cambio, tal como nosotros lo conocemos, es desconocido.

Las obras de car�cter bibliogr�fico son numeros�simas y cada familia lleva, como en libro de bit�cora, toda la historia de la familia, constituyendo en muchos casos verdaderas obras de arte.


Predomina en el g�nero literario la producci�n de la mujer que, como hemos visto, es persona de alto nivel cultural y vasta ilustraci�n.


Nos es imposible esbozar aqu� un panorama, vago siquiera, de la literatura marciana, porque nosotros tampoco pudimos abarcarlo suficientemente. Jam�s hubo necesidad en Marte de proclamar nuestra decantada libertad de pensamiento hablado ni escrito, porque jam�s hubo necesidad de limitarlo.


Incurrimos en la Tierra en absurdas contradicciones y anacronismos inconcebibles. Una de las libertades m�s reclamadas en la Tierra es la libertad de prensa; pero, �qu� entendemos por esa libertad?

En Marte a nadie se le ocurrir�a valerse de esa libertad para propagar ideas inmorales, obscenas, subversivas al orden social, antirreligiosas, etc., y estamos seguros que en ese caso tambi�n all� se suscitar�a el problema de l�mites en esa libertad. Precisamente porque la divulgaci�n escrita es un verdadero poder universal, debe ser gobernado por individuos sensatos, de criterio formado y sanos principios. No podemos negar los muchos abusos que de ese poder cometemos en nuestro planeta y sus funestas consecuencias.


Nos limitamos por el momento a reproducir aqu�, para ilustraci�n de todos, los signos gr�ficos del idioma marciano.

Como bien salta a la vista, no conoce el alfabeto marciano los signos correspondientes a nuestras letras: h, j, k, v, y, x, w. Es en cambio muy pronunciada la diferencia de sonido entre la s y z. La r tiene un sonido muy suave.


Los c�lculos matem�ticos se diferencian mucho de nuestro sistema, pues cuentas con s�lo seis cifras.

Principales acepciones marcianas usadas en el curso de este libro y su significado:


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REGRESO


Otros pormenores y detalles interesantes ser�n dados a conocer sucesivamente.


Ya nuestras naves estaban listas para transportarnos a la Tierra y en este viaje seriamos nuevamente acompa�ados por otras seis naves marcianas, capitaneadas por el mismo Tage en quien nuestra confianza era ilimitada. Cada nave marciana llevar�a a bordo seis tripulantes, uni�ndose otros tres para cada una de las nuestras. Estos tripulantes marcianos, cuarenta y cinco en total, eran, excepto cinco nuevos, los mismos que hab�an efectuado el viaje anterior.
Se trasladaban hoy a la Tierra con nosotros, dos eminentes especialistas en asuntos religiosos.

Les hab�a interesado vivamente cuanto sobre religi�n les relatara nuestro sacerdote, sobre todo lo referente a la misi�n de Cristo, la doctrina y organizaci�n de la Iglesia. Estaba en su programa una visita a Roma; por la preponderante influencia de su historia y por ser cabeza de la religi�n, proyect�ndose para el a�o 1960 una visita al Papa, para presentarle en un volumen, que ser�a redactado especialmente, la doctrina, moral y principios religiosos de su planeta.


La demora de la presente misi�n en la Tierra ser�a de once d�as, debi�ndose efectuar el regreso a Marte el d�a dos de noviembre. Catorce marcianos permanecer�an en nuestra base terrestre hasta 1960, con el objeto principal de proseguirlos trabajos de comunicaci�n interplanetaria y preparar un viaje a Venus. Lo que m�s nos alentaba era la halagadora noticia que Tage habr�a permanecido en Tierra.


Nosotros viv�amos un estado de verdadera exaltaci�n. La realidad era demasiado bella para que pudi�ramos soportarla con serenidad. Todo se nos antojaba una ilusi�n, un sue�o trocado en realidad merced a la magn�fica y desprendida cooperaci�n de los habitantes de Marte.


El lejano brillo titilante de nuestra hermosa estrella, la Tierra, nos invitaba a cruzar el espacio para volver a su seno. Ten�amos sublimes mensajes para comunicarle, mensajes de paz y prosperidad.

�Qui�n imaginara que dentro de ese punto luminoso, que danzaba tranquilo al comp�s de la divina armon�a del espacio, en ese punto tan min�sculo que tan s�lo pod�amos discernir por la aureola de la luz del Sol se encerraran las maravillas de grandes continentes, montes excelsos, mares embravecidos que lanzaban a estrellarse su furia contra gran�ticos acantilados; que hubiera all� colores, perfumes, flores, frutos y amores? �Que hubiera all� seres maravillosos, capaces de penetrar hasta otros mundos; Seres m�s insignificantes que un �tomo de luz, con tanta nobleza, tantas pasiones, odios, soberbia y tanta insensatez como para levantar su voz contra el hacedor supremo de tantas grandezas?

Jam�s hab�amos visto a Dios tan grande como lo reflejara la inmensidad del espacio; al Dios que el divino visionario de Galilea defini� con una s�plica: Pudre nuestro que est�s en los cielos.

Era el diecinueve de octubre, las nueve horas en Marte. Se revistieron las naves de fulgurante brillo y se lanzaron intr�pidas camino del Sol.



El planeta Marte aument� por momentos su disco hasta que sus contornos fueron deline�ndose en las pantallas de los periscopios para ir reduciendo gradualmente su circunferencia.


Ahora las naves ten�an un impulso muy superior al que las transportara en su venida, por marchar directamente hacia el Sol. Su velocidad cifraba en los ciento cincuenta mil kil�metros por minuto. En este lapso los dos planetas se hab�an alejado cuarenta mil kil�metros en su movimiento de traslaci�n, pero esta distancia era inapreciable.


A las tres horas cruz�bamos la frontera celeste entre el campo marciano y la �rbita de atracci�n terrestre.


Nuestra atenci�n, absorbida completamente por una extra�a emoci�n, se ocupaba por entero en la persistente transmisi�n hacia la Tierra en donde otra extra�a conmoci�n perturbaba igualmente la serenidad de nuestros colegas, cuyas figuras tornaban a agrandarse en nuestra fantas�a y en nuestros corazones.


Cambiados los primeros mensajes, una calma de inefable placer torn� a embargarnos con una pl�tora de nuevos sentimientos e �ntimas sensaciones que nos hicieron sensibles hasta las l�grimas. El universo f�sico se concentraba en nuestros esp�ritus hasta anonadarlos y ofuscarlos por momentos.


Mientras tanto la Tierra se agigantaba y la Luna se acercaba con incre�ble rapidez. No ten�amos noci�n alguna del tiempo y los cron�metros no nos interesaban.
Nos despert� del inefable letargo la voz de Tage impartiendo instrucciones que fueron moderando gradualmente la velocidad para el aterrizaje en el sat�lite terrestre.

Cuarenta minutos era el tiempo necesario para ajustar las naves a un impulso moderado; moderaci�n indispensable en su �ltimo trayecto de la Luna de la Tierra. Si hubi�ramos entrado al campo atmosf�rico con esa velocidad las naves se hubieran incendiado al primer contacto.


Cuando nuestras naves tomaron contacto con la Luna eran las quince horas cuarenta minutos. Provistos de las caretas de ox�geno, abandonamos las naves que fueron sometidas a los ajustes necesarios para el control de la velocidad, mientras nosotros nos precipitamos a enviar el �ltimo mensaje a Tierra.


Las respuestas denunciaban muy a las claras viva emoci�n en nuestros colegas. Y hab�a motivo. A pesar de su alta modestia, el propulsor, animador, principal autor y promotor de estos acontecimientos era nuestro director Ettore Martinelli. A �l, a sus m�s �ntimos colaboradores y a sus vidas sacrificadas por entero a la investigaci�n, se deb�an los �xitos cuya coronaci�n era inminente.


Todo dispuesto, abandonamos el sat�lite. Eran las diecis�is horas cincuenta minutos.


La distancia que separa la Luna de la Tierra es insignificante en comparaci�n con la distancia de Marte a la Tierra. Nuestra velocidad ser�a reducida ahora el m�nimum, sesenta mil kil�metros por hora con progresiva disminuci�n que nos introducir�a en la atm�sfera terrestre con una velocidad de ocho mil kil�metros por hora.


Estaba calculado y esperado nuestro arribo al campamento para las veinticuatro horas, las doce meridiano en la Tierra.


Ya la Tierra comenzaba a delinearse con vaga penumbra. Nuestras comunicaciones con Tierra eran continuas pero incoherentes. Para nosotros y para los de tierra la realidad de esos momentos era confusa, A las veintid�s horas las naves proced�an con su impulso m�nimo. A las veintid�s cincuenta minutos todos los instrumentos nos anunciaron la presencia atmosf�rica y las turbinas comenzaron a accionar. A las once exactas el indeciso resplandor del manto polar nos dio la bienvenida.

Est�bamos nuevamente en un mundo que ya se nos antojaba extra�o. A las veinticuatro horas menos diez minutos un titilar de mil luces amigas nos invitaba a descender. Tres minutos faltaban para las doce cuando las turbinas se paralizaron en tierra.


Aqu� la pluma se niega a proseguir.



Hab�amos recorrido ciento veintis�is millones de kil�metros en seis d�as; cuarenta y seis horas de vuelo efectivo y ciento treinta y cuatro de permanencia en Marte.


Imposible referir el efecto del intercambio de nuestras impresiones.


Unas sorpresa m�s nos era reservada: Tage desembarcaba de sus naves veinticinco quintales de oro pur�simo en l�minas, y en nombre del supremo triunvirato hac�a entrega del tesoro a Martinelli.

El oro en Marte es un metal abundante y de variad�simas aplicaciones por sus cualidades peculiares, pero no es, como en la Tierra, una unidad de valor. Sab�an muy bien los marcianos que la falta de medios pod�a entorpecer nuestras investigaciones: por otro lado, el suministrar esos medios resultaba cada d�a m�s problem�tico por el peligro siempre reciente de imprudentes revelaciones que entorpecer�an inmediatamente los estudios.

Hoy el problema desaparec�a; de Marte se nos proporcionaban y seguir�an proporcion�ndosenos abundantemente los medios necesarios.

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CONCLUSI�N


Nos es imposible a�adir comentario alguno a lo expuesto. Derivaremos �nicamente algunas conclusiones.


Son asombrosas las aplicaciones que pueden hacerse de la energ�a solar. Guillermo Marconi hab�a hecho numerosos experimentos con el resultado de sorprendentes hallazgos. Lo que m�s intrigaba al gran maestro era la facilidad de concentraci�n el�ctrica de las nubes, como lo demuestran sus descargas con los rayos; desde luego, sin ning�n dispositivo mec�nico. Se rumor� de un supuesto rayo de la muerte que afectar�a ciertos �rganos del cuerpo humano y de otras novedosas aplicaciones.

De todo eso hab�a mucha realidad, pero la gran mayor�a de sus estudios permanec�an herm�ticamente secretos dentro de un c�rculo reducido de �ntimos colaboradores entre los cuales era conocido el eminente sacerdote jesuita Gianfranceschi, de la Academia de Ciencias del Vaticano. Dadas las circunstancias del momento muchos de esos hallazgos habr�an constituido una grave amenaza en poder de ciertos gobiernos, motivo por el cual el Papa P�o XI, que era al mismo tiempo un sabio, profundo admirador y protector de Marconi, instaba a �ste sobre la necesidad de la reserva.

Pero las presiones casi violentas de Mussolini precipitaron la cat�strofe en la vida del gran maestro, que abandonaba sus despojos camales el 20 de julio de 1937. Sus �ltimas palabras, lanzadas a la cara al Duce: "No he trabajado treinta a�os para convertirme en verdugo del g�nero humano", hund�an en el ocaso un sol; pero con el anuncio de una m�s bella y esplendorosa aurora.


Desde el a�o 1936 Marconi hab�a intentado alcanzar, con el lanzamiento de poderosas ondas el�ctricas, la atenci�n de los hipot�ticos habitantes de Marte y de Venus, recabando la impresi�n de ser o�do. No cab�a duda que seres inteligentes habitaban esos planetas. Varios de sus disc�pulos iniciaron la empresa de constituir un colegio cient�fico para continuar las labores del maestro, procurando alejar sus frutos del alcance de los cazadores de inventos para fines b�licos; los resultados ya los hemos consignado.

Muchas otras cosas se har�n p�blicas oportunamente; mientras tanto queremos traer a la consideraci�n de los hombres de buena voluntad algunas reflexiones.


El mundo es m�s grande y m�s bello de lo que creemos. Habitan otros mundos seres inteligentes como nosotros.

La inteligencia es una facultad cuyas manifestaciones son id�nticas en cualquier parte del Universo, variando �nicamente su mayor o menor desarrollo seg�n las circunstancias del ambiente, como la luz del Sol es id�ntica en todo el sistema solar, variando �nicamente sus efectos conforme las circunstancias del medio en que se desarrolla su acci�n.

Como en la Tierra hay lugares en los que el medio presta mayores facilidades a la evoluci�n (entendemos siempre por evoluci�n las manifestaciones accidentales, la substancia nunca evoluciona), as� hay en los diversos astros o planetas seres m�s o menos evolucionados que nosotros.

Retrocedamos dos mil a�os en nuestra historia y tendremos a los habitantes de Venus; adelant�monos dos mil a�os y estaremos en Marte.


La inteligencia nunca evoluciona, siempre ha dado las mismas manifestaciones. En todo el decurso de la historia hallaremos genios aut�nticos. Arqu�medes, Solones, Arist�teles, C�sares, Augustos. Horneros, Cicerones, Dantes, Leonardos, Miguel�ngelcs y Marconis.

En toda la historia encontraremos monstruos: Heliog�balos, Atilas y Stalins; y genios h�bridos: Alejandros, Napoleones y Hitlers. Las dem�s manifestaciones de ciertos progresos materiales no son m�s que consecuencias del experimento f�sico, que con frecuencia han ejercido opresi�n sobre el esp�ritu.


�En qu� puede extra�arnos el progreso de los habitantes de Marte? En la eterna lucha entre esp�ritu y materia los marcianos han logrado el nivel de justo equilibrio, coordinaci�n de sus aportes y, por natural consecuencia, desarrollo efectivo de ambos.


�Qu� no lograr�amos en la Tierra si no sacrific�ramos el esp�ritu a la materia? �Si despoj�ramos nuestra ciencia de tantas insensateces? �Si coordin�ramos nuestras investigaciones? �Si cancel�ramos de nuestro globo todas las l�neas divisorias que nos separan f�sica y moralmente? La Tierra tiene una sola frontera, su circunferencia; tiene un solo l�mite, marcado por el Sol.


Habitantes de la Tierra, arrojemos las armas destructoras en cara a los tiranos, llagamos de los odios una pira inmensa y sobre sus cenizas edifiquemos un altar con gran�ticas columnas de uni�n e inciensos de esp�ritus en reconocimiento al Dios supremo, causa de todas las causas.


Este despertar est� cercano. La materia es impotente ante el esp�ritu, porque el esp�ritu es infinito. La alianza entre el esp�ritu y la materia nos dar� la paz anhelada. El mundo es bello, es grande.

Acord�monos que la noche es circunstancial pero el Sol ilumina siempre.


Los marcianos visitan nuestro planeta y el objeto de esta publicaci�n es el de invitar a todos los habitantes de la Tierra a buscar su alianza. Gr�bense escudos del globo de Marte, de sus emblemas religiosos y port�rnoslos visiblemente sobre nuestras personas, en nuestros veh�culos y grab�moslos en nuestros edificios. Enmendemos las err�neas concepciones de ciertas pel�culas, diarios y revistas. Ostentemos deseos de alianza, paz y amistad.


En la noche serena, elevemos nuestra mirada al firmamento en que millones de astros cantan el himno maravilloso de armon�a y de paz. Pensemos en las bellezas que encierra cada uno de esos puntos luminosos, pensemos en los miles de millones de inteligencias que piensan en nosotros y como nosotros: el mundo, la Tierra, la vida nos parecer�n m�s bellos, m�s dignos de vivirse.

�Elevemos un nost�lgico recuerdo a nuestros vecinos de Marte y olvidando las peque�eces terrestres, un�monos con ellos a ese coro universal y veremos cuan grande es Dios y qu� bella es su obra!

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