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por�Philip Jaekl� del�Sitio Web AEON
traducci�n de
Adela Kaufmann � � � �
Magnum
utilizando instrumentos � Pero, �y si la Tierra misma puede ayudarnos a "sentir" nuestro camino? � � � Navegar a destinos desconocidos es a menudo cuesti�n de consultar un mapa digital de la superficie planetaria. � Una vez accedido, literalmente nos dice cada giro que debemos tomar para llegar a nuestro destino.�
Gracias Google... � Sin embargo, sin ning�n mapa, digital o en papel, la navegaci�n es a menudo un desaf�o inquietante y lento. � A veces, incluso es una pesadilla, y se han perdido innumerables vidas cuando falla la navegaci�n. � El explorador brit�nico�John Franklin�parti� con 129 hombres en 1845 para encontrar y mapear el legendario pasaje del noroeste, una v�a mar�tima a Asia originalmente buscada por Col�n en 1492, pero la expedici�n nunca regres�. � En cambio, pasaron tres a�os atrapados en el hielo del �rtico antes de recurrir al canibalismo y perecer. � Sin embargo, algunos navegadores parecen tener un sentido especial. � 'Encontradores de Caminos' como�Nainoa Thompson�en Hawai, que ha dedicado su vida al estudio del antiguo arte polinesio de la navegaci�n, dicen que pueden navegar largas distancias sin ayuda. � �C�mo se hace eso...? � Thompson recuerda una situaci�n de vida o muerte en un viaje en canoa desde Hawai a Tahit� en 1980, un viaje de m�s de 2,600 millas que �l y su equipo emprendieron sin la ayuda de ning�n instrumento de navegaci�n. � Alrededor de la mitad del camino, privados de sue�o y perdidos en un �rea remota y desolada conocida como 'doldrums' o Zona de convergencia intertropical, una regi�n cerca del ecuador conocida por no tener rasgos distintivos, Thompson dice que de alguna manera podr�a 'sentir' la direcci�n de la Luna, su �nico punto de referencia:
Eventualmente, hubo una ruptura en las nubes, y la Luna estaba exactamente donde �l�sent�a�que estaba. � No obstante, la "conexi�n profunda" que experiment� sigue siendo un misterio.
Para la mayor parte de nuestra evoluci�n, antes de que pudi�ramos ser considerados 'humanos', nuestras habilidades de navegaci�n depend�an del uso de nuestros �rganos sensoriales. � Damos por sentado que podemos ver nuestro camino con nuestros ojos.�Pero tambi�n tenemos otros sentidos que podemos usar para orientarnos, m�s de 'seis' si incluimos el sistema vestibular, que subyace en nuestra habilidad de equilibrio y�propiocepci�n, nuestro sentido de articulaci�n y movimiento corporal. � Sin embargo, no parecemos muy diferentes a los animales no humanos, que aprovechan una gran cantidad desus sentidos alternativos para encontrar su camino: las abejas ven la luz ultravioleta, los tiburones perciben patrones el�ctricos y los murci�lagos se eco-localizan. � Cuando no hay otra ayuda sensorial disponible, algunos animales no humanos tambi�n pueden guiarse utilizando el campo magn�tico de la Tierra. � Nuestro planeta es un im�n enorme, un objeto cuya carga el�ctrica interna hace que sea positivo en un extremo y negativo en el otro.�Esto significa que la Tierra, como otros imanes m�s peque�os, puede alinearse f�sicamente una aguja de la br�jula hacia sus polos norte y sur, una propiedad conocida como�polaridad. � La atracci�n de un im�n est� representada, en los libros de texto, por l�neas de fuerza que predicen d�nde, precisamente, apuntar� la aguja. � Pero est� matizado: las l�neas de fuerza cambian con lo que los cient�ficos llaman 'inclinaci�n' y 'declinaci�n', apuntando hacia la Tierra con �ngulos crecientes o decrecientes al plano horizontal, dependiendo de qu� tan lejos o cerca est� el observador de cada polo. � Podr�a decirse que estas propiedades ofrecen se�ales de navegaci�n muy superiores en relaci�n con su tel�fono inteligente, que pueden romperse, funcionar mal o, ir�nicamente, perderse. � Quiz�s nuestros ancestros evolutivos distantes, millones de a�os en el pasado, tambi�n ten�an una habilidad de navegaci�n innata que explotaba las l�neas de campo magn�tico.�Esto ser�a extremadamente �til, ya que ofrece ventajas no solo en entornos �ridos, sino tambi�n al explorar nuevos territorios para encontrar recursos para la supervivencia. � Incluso�Charles Darwin�agreg� su contribuci�n sobre estos temas, alegando que,
Si tal mecanismo existiera en nuestros antepasados,
Entre otras especies, hay incre�bles haza�as de navegaci�n que parecen desafiar la realidad a menos que invoquemos la existencia de un sentido magn�tico. � Por ejemplo, las�golondrinas de mar �rticas�que veo fuera de mi ventana durante el verano en el alto �rtico de Noruega acaban de regresar de las zonas de alimentaci�n del otro lado del planeta, en la Ant�rtida. � Los peces cola de barra, sus vecinos aviares en un lago cercano, pueden volar 6,000 millas a Nueva Zelanda, un objetivo min�sculo en el contexto de distancias tan grandes. � Pero quiz�s el ejemplo m�s conocido es la paloma mensajera:
El�misterio de la navegaci�n magn�tica fue descartado hasta la d�cada de 1950, cuando el zo�logo alem�n�Friedrich Merkel�y su alumno�Hans Fromme�observaron�que cuando los petirrojos enjaulados saltaban y volaban durante la temporada de migraci�n, siempre se orientaban en direcci�n sur. � Junto con�Wolfgang Wiltschko, otro zo�logo alem�n, Merkel�mostr��la direcci�n migratoria en la que los petirrojos se apuntaban a s� mismos y se pod�a controlar cambiando cuidadosamente la direcci�n del campo magn�tico que rodeaba sus jaulas. � Los cient�ficos pensaron que las aves�deb�an�estar usando la fuerza magn�tica de la Tierra. � Sin embargo, sin una explicaci�n de c�mo podr�a funcionar realmente un sentido magn�tico o c�mo, anat�micamente, podr�a ser posible, la comunidad cient�fica se resisti�. � Wiltschko y su esposa Roswitha finalmente lograron un�estudio�convincente�en 1972. Capturaron 27 petirrojos salvajes y esperaron, en algunos casos meses, para realizar las pruebas durante la temporada de migraci�n de primavera. � Utilizando una jaula interior en una habitaci�n sin ventanas, con un horario estricto de luz / oscuridad, rodeada de bobinas electromagn�ticas cuidadosamente calibradas, pudieron manipular la fuerza de un campo magn�tico que rodea la jaula para que sea igual a la Tierra, mientras que altera por separado tanto su polaridad Norte-Sur y su �ngulo de inclinaci�n hacia el suelo. � Se instalaron ocho perchas para las aves, espaciadas equitativamente alrededor del per�metro de la jaula.�Cada vez que un p�jaro aterrizaba en uno, ese aterrizaje era electr�nicamente registrado mediante un interruptor activado por peso y registrado por computadora. � Inicialmente, descubrieron que, cuando la configuraci�n experimental coincid�a con la polaridad e inclinaci�n magn�ticas de la Tierra, los petirrojos mostraban una fuerte tendencia a posarse alrededor del per�metro norte de la jaula;�sus movimientos estaban orientados hacia el norte magn�tico. � Cuando invirtieron la disposici�n del campo, las aves en consecuencia invirtieron su direcci�n, pos�ndose en el extremo sur de la jaula. � Luego, cuando volvieron a cambiar la polaridad al Norte, pero eliminaron la inclinaci�n de las l�neas de campo, de modo que ya no estaban apuntando hacia la superficie de la Tierra o lejos de ella, los petirrojos se posaron en ubicaciones aleatorias. � En este caso, una br�jula todav�a apuntar�a al norte porque el componente de polaridad se mantuvo, pero las aves perdieron todo sentido de direcci�n.� � Eso dej� la�magnetorecepci�n, especialmente la percepci�n del grado de inclinaci�n, como la �nica explicaci�n restante. � Estos hallazgos preparan el escenario para nuevos experimentos que, con el tiempo, muestran que, ... todos tienen un sentido magn�tico... � � El sentido magn�tico es tan evolutivamente temprano que podr�a haber evolucionado en cualquier planta o animal que viva hoy � � Sin embargo, a pesar de m�s de 50 a�os de evidencia creciente de magnetorecepci�n, ha habido un�elefante igualmente en crecimiento en la esquina.�No�se ha encontrado�ning�n��rgano�sensorial�conocido, como un ojo o un o�do. � Una derivaci�n proviene de�microorganismos magnetoreceptivos: Salvatore Bellini,�de la Universidad de Pav�a, en Italia, estaba examinando los pantanos para detectar pat�genos. � Por casualidad, descubri� una extra�a forma de bacteria bajo su microscopio que nad� misteriosamente hacia el norte, todo al mismo tiempo.�Luego se dispuso a determinar si estaban usando el campo magn�tico de la Tierra para orientarse. � En 1963, inform� que, para su sorpresa, pod�a anular esta direcci�n natural de movimiento con imanes artificiales. � El hallazgo permaneci� oscuro hasta 1975, cuando�Richard Blakemore,�de la�Instituci�n Oceanogr�fica Woods Hole�en Massachusetts, hizo el mismo�descubrimiento�utilizando t�cnicas similares. � El fen�meno, dijo, ayud� a estos organismos en su b�squeda de alimento en el lodo.�Blakemore determin� que el movimiento de la bacteria era impulsado por la magnetita, un mineral de hierro magn�tico que normalmente se encuentra solo en rocas fr�as y sin vida, b�sicamente desconocidas en el �mbito de la biolog�a. � El descubrimiento es profundo porque, en t�rminos evolutivos, las bacterias son anteriores a las c�lulas eucariotas con ADN estructurado en cromosomas dentro de un n�cleo. � Esto sugiere que el sentido magn�tico es tan evolutivamente temprano que podr�a haber evolucionado en cualquier planta o animal que viva hoy. � En 1979, este descubrimiento llam� la atenci�n de�James Gould, un bi�logo de la Universidad de Princeton, y�Joe Kirschvink, entonces un postdoctorado con experiencia en geolog�a.� � Gould y sus colegas ya hab�an ganado notoriedad por descubrir magnetita en abejas y palomas. � Ahora, con los antecedentes geol�gicos de Kirschvink, estaban preparados para determinar si la magnetita podr�a de alguna manera ser parte de un mecanismo magnetorceptivo en ambas especies. � Examinaron�el contenido mineral de abejas pulverizados y cabezas de palomas utilizando equipos de prueba geol�gica especialmente adaptado.
Esto abri� la posibilidad de que la fuerza magn�tica de la Tierra pudiera afectar de alguna manera al sistema nervioso por el movimiento en bruto de estos millones de peque�as br�julas, tal vez facilitando la comunicaci�n neuronal para se�alar el Norte y el Sur. � Para�Kirschvink, las especies a explorar parec�an obvias:
Llam� a la escuela de medicina local preguntando por cualquier material de autopsia que pudiera usar. � Un cirujano ofreci� una gl�ndula suprarrenal y, utilizando un equipo paleomagn�tico construido para estudiar los efectos del campo magn�tico de la Tierra en las rocas, Kirschvink tambi�n encontr� magnetita all�. � La b�squeda de la magnetorecepci�n humana estaba en marcha. � Fue encabezado a fines de la d�cada de 1970 por�Robin Baker, entonces un joven zo�logo brit�nico en la Universidad de Manchester, quien me dijo que estaba,
Sus primeras investigaciones, ahora conocidas como los "experimentos de Manchester", involucraron llevar camionetas de estudiantes con los ojos vendados en viajes por carretera a lo largo de diferentes rutas sinuosas en el campo de Cheshire, a�cerca de�50 Km. del campus. � Se esperaba que apuntasen al azar en cualquier direcci�n con los ojos vendados, y mostraran una precisi�n mejorada una vez que les quitaran las vendas. � Para un conjunto inicial de 20 sujetos, los datos mostraron claramente el patr�n opuesto: los estudiantes con los ojos vendados eran mejores para navegar, demostrando misteriosamente un sentido de direcci�n inquietantemente preciso:
Impresionantemente, el promedio de todas sus estimaciones fue menos de cinco grados de error:
Con tantos temas siendo tan consistentes, las estad�sticas dictaminaron que las probabilidades de que esto ocurriera por casualidad fueron inferiores al 1 por ciento. � As� que parec�a haber solo dos posibles explicaciones para estos sorprendentes resultados:
La noticia de los resultados se extendi� a los peri�dicos y estaciones de televisi�n nacionales. � Baker estaba ansioso por demostrar que sus resultados�ten�an�que�originarse a partir de un sentido magn�tico.�Reclut� a 31 sujetos nuevos, a quienes se les vendaron los ojos de manera similar, se los llevaron y se les pidi� que se�alaran hacia su hogar. � Esta vez, sin embargo, aproximadamente la mitad de ellos ten�a una barra de im�n adherida a la venda de los ojos, con la intenci�n de interferir con cualquier sentido de navegaci�n existente basado magn�ticamente.�Su capacidad habr�a de ser comparada con otros sujetos equipados con barras de lat�n no magn�ticas de tama�o y peso similares, como control experimental. � Sorprendentemente, los resultados revelaron que los sujetos que usaban imanes pod�an apuntar solo al azar, mientras que aquellos que usaban lat�n no magn�tico eran de nuevo consistentemente precisos: el promedio de sus resultados arroj� un error dentro de los 10 grados de la direcci�n real.
En su siguiente paso, los 'experimentos de caminata' (video m�s abajo), 37 sujetos fueron conducidos a trav�s de un bosque: � � �
� � � Esta vez, la mitad de los sujetos usaban imanes y la otra mitad placebos. � Fueron llevados a un bosque cercano, a lo largo del camino m�s retorcido en el que Baker y su colega,�Janice Mather, pudieron guiarlos durante medio kil�metro. � Esta vez, no ten�an los ojos vendados y pod�an usar los rayos de luz solar que atravesaban los �rboles como referencia. � Una vez m�s, aquellos sin imanes pudieron apuntar hacia casa, mientras que aquellos con imanes estaban desorientados. � � Lo que interrumpe la capacidad de navegaci�n en las aves podr�a interferir igualmente con cualquier forma del sentido magn�tico humano� � � Esta�trifecta�de datos de apoyo tom� la idea de la habilidad magnetoreceptiva humana desde los m�rgenes de la discusi�n oculta a la realidad basada en la evidencia. � Baker present� su afirmaci�n a menudo citada de que,
Con esta audaz declaraci�n, esper� a que los esc�pticos intentaran replicar sus resultados y ver por s� mismos. � Quiz�s el trabajo m�s notable fue realizado por Gould y Kirschvink junto con su colega, el bi�logo�Ken Able,�de la Universidad Estatal de Nueva York. � Con otros, pasaron cinco a�os tratando de�replicar�los hallazgos de Baker. � Tal como lo hizo Baker, vendaron los ojos a los�estudiantes, los transportaron en autob�s a una serie de lugares desconocidos alrededor de Princeton, y les pidieron que se�alaran el campus o una direcci�n dada de la br�jula.�En un�estudio, algunos llevaban imanes, otros placebos. � Tambi�n intentaron replicar el 'experimento de la silla' de Baker (video abajo), en el que los sujetos pod�an apuntar con precisi�n en una direcci�n dada despu�s de girar: � � �
� � � Pero de nuevo,�no hay dados... � Al final, los intentos de replicaci�n que involucraron a cientos de participantes, en Cornell, Albany, Swarthmore, Nueva Jersey, Tulsa, Keele, Durham, Sheffield y Melbourne, no lograron replicar los hallazgos. � Baker insisti� en que estos experimentadores no lograron controlar adecuadamente los factores ambientales, como las perturbaciones provocadas por el hombre en el campo magn�tico causadas por cualquier cosa, desde l�neas el�ctricas hasta equipos de laboratorio el�ctricos, y por tormentas geomagn�ticas, fluctuaciones en la actividad geomagn�tica de la Tierra que causan luces aurorales en las regiones �rticas y ant�rticas. � �l razon� que tales variaciones, conocidas por alterar la capacidad de navegaci�n en aves con magnetorecepci�n, podr�an interferir igualmente con cualquier forma de sentido magn�tico humano. � Sin embargo, cuando se�probaron�estas ideas�y se controlaron las perturbaciones geomagn�ticas, los resultados no proporcionaron nada nuevo. � En 1987, Baker hab�a dado su��ltima palabra�al respecto, insistiendo en que la acumulaci�n de datos a lo largo de los a�os en cada una de estas ubicaciones, cuando se tomaban juntas y se analizaban estad�sticamente en forma agrupada, respaldaba la existencia de una magneto-recepci�n humana. � Nunca m�s ha vuelto a investigarlo... � Dej� la vida acad�mica en 1996 y se mud� a Espa�a en 2002, eventualmente convirti�ndose en un popular escritor y locutor.�Con esta partida, el campo qued� en barbecho durante a�os. � Pero al menos un investigador permaneci� intrigado.
De hecho, Baker hab�a establecido una base para el descubrimiento de�la magnetorecepci�n humana�que, a pesar de los muchos intentos fallidos de replicaci�n, era demasiado fuerte para ser ignorada. � Kirschvink tuvo como objetivo trascender los problemas que persiguen el trabajo de Baker con un enfoque completamente nuevo y robusto. � En 1992, como profesor emergente en Caltech, Kirschvink y sus colegas hicieron el asombroso�descubrimiento de magnetita en muestras de tejido, tomadas de�cerebros�humanos. � Luego, se dispuso a sondear los cerebros vivos para detectar cualquier se�al que pudiera estar relacionada con la magnetorecepci�n:
Para lograr tal medici�n se requerir�a alg�n m�todo para controlar el campo magn�tico alrededor de los sujetos y, de manera crucial, monitorear su actividad cerebral. � �l y sus colegas pensaron que era posible usar el�electroencefalograma�(EEG), una medida de la actividad el�ctrica en todo el cerebro, registrada a trav�s de electrodos en el cuero cabelludo. � Sin embargo, la financiaci�n de un tema tan pol�mico como la magnetorecepci�n humana result� dif�cil de obtener y tomar�a a�os. � Solo en 2014, Kirschvink y un equipo de expertos pudieron financiar una instalaci�n experimental con el apoyo del�Programa de Ciencia de la Frontera Humana�y la�Agencia de Proyectos de Investigaci�n Avanzada de Defensa de�los Estados�Unidos�(DARPA). � El aparato consiste en una c�mara subterr�nea lo suficientemente grande como para un solo humano.�Dentro de �l hay una serie de bobinas a trav�s de las cuales se puede controlar la fuerza, la polaridad y la inclinaci�n de las l�neas de campo magn�tico. � Cualquier actividad cerebral correspondiente a las variaciones de campo se mide con EEG. � La capa externa de la c�mara consiste en una jaula de Faraday, una capa de aluminio para filtrar cualquier contaminaci�n electromagn�tica causada por radio, computadoras, tel�fonos inteligentes, ascensores.
� 'Si entra una se�al, este zumbido de onda alfa cae bruscamente. Ese fue el gran descubrimiento'� � � De hecho, la falta de tal escudo podr�a haber impedido los intentos de replicar los resultados de Baker. � Durante los a�os en que Baker realiz� los experimentos de Manchester, las transmisiones de radio AM fueron comunes en todo Estados Unidos, donde los intentos de replicaci�n fueron m�s frecuentes, pero casi inexistentes en el Reino Unido. � Si los humanos, como las�palomas, usan un mecanismo para la magnetorecepci�n que puede ser atascado por las frecuencias de AM, explica por qu� tanto tiempo y esfuerzo invertidos en replicar el hallazgo de Baker terminaron en fracaso. � La c�mara de Kirschvink, que resuelve este problema central, finalmente estaba lista para la prueba a fines de 2014. Cuando los sujetos ingresan, simplemente se les exige que se queden quietos. � Los componentes de polaridad e inclinaci�n del campo magn�tico se reorientan de acuerdo con un conjunto de ajustes predeterminados, ejecutados en una secuencia aleatoria, todo mientras la m�quina EEG sondea sus cerebros para una respuesta a un cambio dado. � La idea es que, cuando alguien no est� haciendo nada m�s que descansar, el�nivel de actividad�del cerebro�alcanza su punto m�ximo y se agita r�tmicamente en ondas a una frecuencia espec�fica, en este caso, dentro de lo que se conoce como la�banda de "frecuencia alfa". � Luego, si escuchan, ven o�sienten�algo, estos ciclos se vuelven menos regulares, lo que marca una disminuci�n en la actividad alfa. � Casi de inmediato, los datos iniciales revelaron ca�das en las frecuencias alfa que deben haber estado vinculadas a cambios en la orientaci�n del campo magn�tico dentro de la c�mara.
El campo magn�tico fue la �nica se�al a la que los cerebros de los participantes podr�an estar respondiendo - lo estaban�sintiendo. � Esta nueva evidencia de una capacidad magnetosensorial humana implica que nuestros primeros ancestros de primates e incluso los cazadores-recolectores, nuestros descendientes relativamente m�s recientes, tuvieron acceso a la magnetorecepci�n porque la necesitaban para sobrevivir. � Pero si tuvi�ramos este mecanismo hace tanto tiempo,
Kirschvink cree que, si la informaci�n magnetosensorial todav�a est� en el cerebro, deber�amos poder actuar sobre ella:
C�mo un sentido magnetoreceptivo puede afectarnos en el presente, sigue siendo una cuesti�n de especulaci�n. � No�parece�jugar ning�n papel en la navegaci�n porque estamos tan acostumbrados a usar otros medios, tanto biol�gicos (visi�n) como artificiales (mapas).� � Quiz�s necesitemos estar en una situaci�n grave, perdidos en el mar, por ejemplo, para conjurar magn�ticamente el�sentimiento�de direcci�n que experiment� Thompson cuando vio la Luna... � � � |
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