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� 1997 del Sitio Web Scribd � � � �
La epopeya vikinga en M�xico y el Per� � Cada verano, los vikingos abandonaban sus tierras est�riles, se lanzaban por el Atl�ntico, entraban en los r�os de la Europa occidental y tomaban por asalto sus ricas ciudades que saqueaban sin piedad. � Prefer�an, sin embargo, cuando pod�an, establecerse de modo permanente en los territorios conquistados por las armas o conseguidos por tratado y convertirlos en sus feudos. Irlanda, Escocia, Normand�a y buena parte de Inglaterra estaban sometidas a su autoridad. Por ello, para la guerra y el comercio, los drakkares surcaban los mares del Occidente. � Eran barcos muy marineros, pero a los cuales su vela cuadrada s�lo permit�a maniobras limitadas. �
A menudo las grandes tempestades del Norte los
llevaban muy adentro en el oc�ano y los grandes descubrimientos que
nos relatan las sagas, los de Islandia, de Groenlandia y de Vinlandia - la Nueva Inglaterra de hoy - fueron �l resultado
inesperado de desv�os involuntarios. Tenemos derecho a pensar que
fue por la misma raz�n que Ullman se encontr�, un buen d�a, en las
costas de M�xico. �
De lo que podemos estar seguros, es que los
indios quedaron mucho m�s impresionados por los barcos de los
vikingos que por la apariencia f�sica de estos �ltimos. Ya hab�an
visto a otros blancos, unos monjes irlandeses que llamaban papar, a
la �
Por el
contrario, los drakkares de proa delgada, cuyos flancos cubiertos de
escudos de metal centelleaban en el sol y cuya gran vela movediza
parec�a palpitar con el viento, les habr�n parecido animales
fabulosos. Tal vez sea �sta la raz�n por la cual Ullman entr� en la
historia mexicana con el nombre de Quetzalc�atl, la Serpiente
Emplumada. �
All�, impusieron su autoridad a
los toltecas, una Tribu nahuatl.
Quetzalc�atl fue su quinto rey. Dio
leyes a los ind�genas, los convirti� a su religi�n y les ense�� las
artes de la agricultura y la metalurgia. � Con sus compa�eros leales, se hizo a la mar en el punto en que hab�a desembarcado veintid�s a�os antes. Reencontramos los rastros de los vikingos en Venezuela y en Colombia, que cruzaron lentamente. Llegaron as� a la costa del Pac�fico donde reembarcaron, a las �rdenes de un nuevo jefe que parece haberse llamado Heilamp - Pedazo de Patria, en norr�s - en botes de piel de lobo marino, para ir a fundar, m�s al sur, el reino de Quito y, luego, hacia mediados del siglo XI, el imperio de Tiahuanacu. � Ignoramos el nombre del jarl que los mandaba cuando llegaron a la altura del puerto actual de Arica y subieron al Altiplano del Per�. Las tradiciones ind�genas lo llamaban, en efecto, en un dan�s apenas deformado, Huirakocha, "Dios Blanco". �
Pues, en Sudam�rica como en M�xico, los indios no tardaron
en divinizar a sus h�roes civilizadores respectivos, aunque los
hab�an tratado tan mal durante su vida. � La mayor parte de sus compa�eros fueron degollados por los vencedores. El mismo logr� huir con algunos hombres. �
Subi� a
lo largo de la costa hasta el actual Puerto View en el Ecuador,
construy� balsas y se fue hacia las islas oce�nicas. Otros daneses
lograron refugiarse en la monta�a donde rehicieron sus fuerzas con
la ayuda de tribus leales y, m�s tarde, bajaron hacia el Cuzco donde
fundaron el imperio incaico. Unos peque�os grupos, por fin, se
escondieron en la selva oriental donde iban a degenerar lentamente. � Pero no nos �bamos a detener en tan buen camino. Quer�amos pruebas materiales, tangibles, indiscutibles. �
�Las encontramos. � �
� Son los ach�s, que los indios y los paraguayos llaman guayak�es, nombre que viene del quichua huailla, llanura, y k'kellu, blancuzco, (la ll y la y s� pronuncian del mismo modo, en este idioma; la e y la i se confunden en una sola vocal) y significa, pues, "blancuzcos de la llanura". � Los cronistas espa�oles de la Conquista ya los conoc�an con el nombre de Caaigu�es o de guachagu�es. Pero fue en vano que los jesuitas intentaran convertirlos, y hasta acerc�rseles. Los espa�oles y los indios los tem�an tanto que ve�an en ellos especies de monos. � As� el capit�n de fragata Juan Francisco Aguirre, ge�grafo de la Comisi�n de Fronteras,' pod�a escribir al final del siglo XVIII:
S�lo en los �ltimos setenta a�os unos pocos etn�logos lograron establecer con esos extra�os ind�genas algunos contactos espor�dicos. � En el campo de la antropolog�a, no se ten�an, hasta nuestro estudio, sino datos parciales, extra�dos de series insignificantes, y hasta de individuos aislados, que no permit�an llegar a conclusiones serias. �
Lo que sab�amos, en este plano, acerca de los guayak�es no sal�a, en
suma, del dominio de las simples impresiones personales. � Esta tesis supone la supervivencia, en tierras americanas, desde hace quince a treinta mil a�os, de una raza que descender�a de los blancos prehist�ricos que poblaban el Asia central hasta la irrupci�n de los amarillos. Es �ste un fen�meno dif�cil de admitir. � Tanto m�s cuanto que, por otro lado, fuera de su peque�a estatura, com�n a tantas razas distintas, no hay ninguna coincidencia esencial, desde el punto de vista morfol�gico, entre los fu�guidos y los guayak�es. Manrique, por el contrario, quiere ver en �stos el producto evolutivo de una mezcla l�guido-amaz�nida en la cual habr�a predominado, al juzgar por ciertos indicios somatol�gicos, el primero de dichos elementos. �
Pero
tampoco coinciden las caracter�sticas de ambas razas. � Maynthusen, que vivi� largos a�os en medio de los guayak�es, reconoce que son, desde el punto de vista som�tico, muy diferentes de los guaran�es, sin dejar por ello de asoci�rselos. � Cadogan, que sostiene la misma opini�n, s�lo se respalda en los datos culturales del problema:
Pero veremos m�s
adelante que Imbelloni ten�a raz�n en cuanto a este punto y que se
trata, sin duda alguna, de una cultura adquirida.
Sin retomar lo que se sabe acerca de los aut�nticos pigmeos negroides, b�stenos recordar que �stos se caracterizan, no s�lo por una estatura inferior a 150 cm, sino tambi�n por una larga serie de rasgos diferenciales filogen�ticos. �
La adaptaci�n al medio no crea pigmeos:
en el caso contrario, todos los negros de las selvas africanas lo
ser�an. Pero s� condiciones de vida adversas hacen que ciertas razas
degeneren con formas aberrantes. Lo que se encuentra, en Sudam�rica,
son poblaciones que sufren las consecuencias variables del enanismo.
Vamos a ver que �ste es el caso de los guayak�es. � De los cinco grupos conocidos de la raza en cuesti�n - de trescientos a quinientos individuos, pero deben de existir otras bandas a�n no detectadas - cuatro se caracterizan por un color blanco p�lido, mientras que el quinto es moreno. Yaj Bertoni quer�a ver en tal coloraci�n contrastada la prueba de un doble origen racial y, para �l, los morenos habr�an constituido la base de una evoluci�n posterior. � Cadogan acepta la tesis de la fuerte pigmentaci�n de los protoguaran�es. El color blanco en el seno de la raza se deber�a a un cruce con mujeres caaigu�es. De este modo, los guayak�es,
Dicho con otras palabras, Cadogan imagina el "blanqueo" de una raza de color por hibridaci�n con sujetos ex�genos. � Tal explicaci�n es inadmisible desde el punto de vista biol�gico, pues semejante mezcla, a�n seguida por un largo proceso endog�mico, s�lo habr�a podido producir un conjunto mestizo de individuos m�s o menos grises, a lo m�s blancoides. Por otra parte, la descripci�n que de ellos nos da Lozano prueba, sin duda alguna, que los caaigu�es eran los antepasados directos de los guayak�es: mero problema de denominaci�n. � Por fin, sabemos que la tez morena y la facies mongoloide de los miembros de uno de los grupos provienen de una mestizaci�n reciente con siete matacos, extremadamente oscuros, que se escaparon, en 1907, de la reducci�n argentina de Santa Ana y se incorporaron a una banda de guayak�es blancos que no deb�an de comprender m�s de unos treinta individuos.
�
� � No es nuestro prop�sito imponer a nuestros lectores treinta p�ginas de n�meros que los especialistas podr�n encontrar en el informe publicado por nuestro Instituto. � Nos limitaremos, pues, a resumir aqu� sus datos esenciales. Desde el punto de vista morfol�gico, el guayak� var�n tiene seis caracter�sticas fundamentales:
El guayak� da as� la impresi�n de poseer un biotipo compuesto: brevil�neo encima de la cintura, longil�neo debajo. Tiene la silueta caracter�stica de un enano que habr�a adquirido en anchura lo que hubiera perdido en altura. � Su estructura horizontal, sus piernas cortas y ligeramente arqueadas hacia afuera (a la inversa de las de un jinete) y sus pies vueltos hacia adentro le dan, cuando camina, una apariencia simiesca. No obstante, si comparamos su silueta con las que utilizamos como elementos de referencia, comprobaremos que se acerca mucho m�s al tipo ario n�rdico que al tipo alpino y al tipo quichua. �
Salvo en un punto: su t�rax es el de
un respiratorio monta��s, seg�n la clasificaci�n de Sigaud.
Agreguemos que tiene m�sculos alargados, una fuerza f�sica
extraordinaria - sus vecinos mby�es no consiguen armar su arco - y una
agilidad poco com�n. � Lo mismo sucede en cuanto a la forma de la cara:
Los
p�mulos s�lo son francamente salientes en un caso de cada cinco. � En realidad, las variaciones que acabamos de se�alar son mucho m�s importantes que estos valores estad�sticos. En efecto, s�lo pueden ser la consecuencia de una mestizaci�n reciente de dos conjuntos raciales, el uno dolicoc�falo, el otro braquic�falo. Ahora bien, los indios, guaran�es y otros, del Paraguay y sus alrededores son fuertemente braquic�falos. �
Luego, la raza primitiva de los guayak�es ten�a una
dolicocefal�a pronunciada." Por otra parte, si la mestizaci�n fuera
antigua, el proceso de homogeneizaci�n, especialmente r�pido en
grupos endog�micos tan reducidos, habr�a concentrado los �ndices
individuales y �stos se apartar�an muy poco del promedio. �
Los
segundos, por el contrario, tienen una piel que cubre varias
tonalidades de pardo, de lo claro a lo oscuro. Sucede lo mismo con
los ojos, casta�os claros en los blancos y casta�os oscuros en los
morenos. Todos tienen cabellos que van del casta�o claro al casta�o
oscuro, a menudo con reflejos rojizos. � El an�lisis de las veintiocho muestras tomadas, hecho por el Laboratorio de Anatom�a Patol�gica (C�tedra de Medicina Legal) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, estableci� que todos los cabellos ofrec�an una secci�n ovoidea que se acerca a la redondeada sin nunca alcanzarla. Es �sta una caracter�stica propia de las razas blancas. �
Los amerindios, como
todos los mongoloides, tienen un pelo de secci�n redonda. � Ahora bien: los amerindios son generalmente lampi�os y s�lo los ancianos de algunas razas tienen una barba pobre, de tipo mongoloide, que nunca cubre sino el ment�n. � La pilosidad corp�rea es m�s variable que la barba, en los sujetos que estudiamos. Es siempre abundante en el pubis, pero a menudo rala en las axilas. S�lo se la nota en el tronco de un poco m�s de la mitad de los sujetos. �
Casi todos los guayak�es
blancos varones, m�s de la mitad de los guayak�es morenos y casi la
mitad de las mujeres llevan vello en sus miembros, fen�meno �ste
desconocido entre los amerindios. M�s extra�o todav�a resulta el
hecho de que numerosos varones tienen mechones de pelos abundantes
en las orejas y en las narices. � En la L�mina II aparece otro guayak� blanco, cubierto de pintura medicinal:
La L�mina III reproduce la fotograf�a de un guayak� de aspecto netamente ario. � Llaman la atenci�n el color blanco p�lido de la piel, el pelo ondulado, la frente despejada, los ojos derechos aunque entrecerrados por el sol. �nicamente recuerda el amerindio la nariz ligeramente achatada del sujeto, el que podr�a pasearse en cualquier regi�n de Europa sin resultar extra�o. En la mujer de la L�mina IV, llaman la atenci�n los senos de tipo europeo y, en especial, el color rosado del pez�n y la aureola, que las indias tienen negros. �
En contrapartida, los
rasgos de la cara son mucho m�s mongoloides que en los varones,
fen�meno �ste que se comprueba en todos los conjuntos mestizos de
Sudam�rica. � Debajo de los promedios estad�sticos se disimulan particularidades �tnicas que no caben en esquemas a�n demasiado simplistas. � Se lo ignora todo acerca de las correlaciones existentes entre factores serol�gicos y factores morfol�gicos y no disponemos de ninguna investigaci�n cl�nica sobre las modificaciones fisiol�gicas que provoca las degradaciones de la raza, con mestizaci�n o sin ella. �
En fin, demasiado a menudo, se generaliza la
supuesta homogeneidad hematol�gica de los amerindos. La mayor parte
de ellos pertenecen al grupo O, pero se encuentran, por ejemplo, en
los blood y en los blackfeet de raza pura "algunas de las
frecuencias m�s altas de A que se conozcan en cualquier parte del
mundo" y la repartici�n de los tipos, A, B y O entre los esquimales
no mestizados es an�loga a la que se puede observar entre los
europeos. � Tales son los resultados obtenidos por Saguier Negrete en setenta muestras, por Brown y Gajdusek, en un n�mero igual de sujetos, y por Matson y sus colaboradores en cincuenta y uno. Estos �ltimos concluyen que los guayak�es "en verdad se parecen m�s a los europeos" que a los amerindios. Desde este punto de vista, la ausencia del factor Diego en todos los sujetos tiene especial importancia, pues aparece en el 20 % de los guaran�es que los rodean. �
Brown y Gajdusek no dejan por
ello de afirmar, muy imprudentemente, que los guayak�es son
amerindios puros y homog�neos, en especial por su sangre del grupo
O. Si busc�ramos probar una teor�a y no analizar un problema, nos
ser�a f�cil contestar que este mismo hecho prueba que nuestros "indios
blancos" descienden de los normandos, ya que el 75 % de �stos, en
Francia, tambi�n tienen sangre O. � En los europeos, las presillas dominan con respecto a los torbellinos de 2,24 a 1, en promedio. � En los amerindios, esta misma relaci�n es de 1,16 a 1. Efectuamos veintid�s relevamientos dactilosc�picos completos de guayak�es (doscientos veinte improntas digitales) y el an�lisis hecho por la Facultad de Medicina de Buenos Aires nos dio una proporci�n de 2,66 a 1 entre presillas y torbellinos. �
Lo cual excluye totalmente a los guayak�es de la raza
amerindia y los sit�a, por el contrario, no s�lo en la raza aria,
que tiene el m�s alto �ndice de la gran raza
blanca, sino tambi�n en la subraza n�rdica cuyo �ndice es el m�s
elevado de la raza aria. Encontramos, en efecto, en los daneses
contempor�neos, una relaci�n de 2,23 a 1 y en los noruegos, m�s
puros, una de 2,64 a 1, id�ntica a la que relevamos en los guayak�es. � S�lo se encuentra una proporci�n comparable de arcos en algunos pigmeos del �frica y en los bosquimanos. El fen�meno no est� vinculado de ninguna manera con el pigmoidismo: no se manifiesta ni en los pigmeos del Kivu ni en los bakolas, y tampoco en los negritos del Asia, mientras que los bosquimanos, en los cuales se lo nota, no son pigmeos. �
Tal vez se trate de la
consecuencia de un proceso de degeneraci�n regresiva. Inclusive nos
podemos preguntar si las razas peque�as con alto porcentaje de arcos
del �frica central son realmente pigmeas, y no simplemente enanas
como los guayak�es y los bosquimanos. Pero esto no es sino una
hip�tesis. � S�anos permitido, pues, reproducir aqu� las conclusiones generales de nuestro Informe completo:
En resumen: los guayak�es son los descendientes de un conjunto humano de raza blanca y biotipo longil�neo - como el Homo europaeus septentrionalis - que vivi�, durante siglos, en el Altiplano donde se le produjo el ensanchamiento del tronco. � Posteriormente, este conjunto baj� a la selva tropical o subtropical donde sufri� un proceso degenerativo que provoc� la reducci�n de su estatura, con todas las caracter�sticas propias del enanismo patol�gico. � M�s tarde, se mestiz� con mujeres amerindias - veros�milmente guaran�es - que le trajeron genes mongoloides. �
Este �ltimo proceso es muy
reciente - dos o tres generaciones - pues la homogeneidad de los dos
aportes - blanco y amarillo - est� muy lejos de haber sido alcanzada
en los grupos blancos. En el mismo lapso, un grupo se mestiz� de
modo m�s acentuado incorpor�ndose algunos indios pertenecientes a
una raza especialmente oscura. � Los guayaqu�es, de raza blanca y de caracter�sticas n�rdicas, mestizaci�n aparte, ven�an del Altiplano donde viv�an, hasta el final del siglo XIII, los descendientes de los daneses que hab�an llegado de M�xico 'doscientos cincuenta a�os antes. Todo dejaba suponer pues, entre unos y otros, una filiaci�n directa. �
Pero faltaban pruebas concretas. � �
� Por razones que constituyen todav�a un misterio cient�fico, nacen entre ellos tres veces menos mujeres que varones: el mismo fen�meno que se produce en el T�bet y entre los waikaes, una tribu de "indios blancos" del Amazonas. � No siempre fue as�. Los guayak�es conservan el recuerdo de un pasado lejano en el cual sus familias eran polig�micas, vale decir respond�an a las normas biosociales de los pueblos guerreros. El exceso de nacimientos masculinos ya se manifestaba, sin embargo, en el siglo XVIII. �
El P. Lozano escrib�a en efecto, en aquella
�poca: "Suelen hacerse la guerra entre s� para robarse las mujeres,
pues el n�mero de varones es muy superior al de las mujeres, cosa
rara en Am�rica". � En primer lugar, la tasa de natalidad es muy baja, lo cual, agregado a condiciones de vida excepcionalmente duras y a la guerra, va llevando la raza hacia su desaparici�n. En segundo lugar, la familia poli�ndrica se ha impuesto. Cada mujer vive con dos o tres varones: un marido principal y uno o dos maridos secundarios. � De ah� un extremo relajamiento de las costumbres; El marido secundario es, por lo general, un amante "legitimado". La mujer, por cierto, no manda en el seno del grupo, pero s� constituye su elemento m�s importante, el que no puede f�cilmente reemplazarse. � Por un lado tiene tendencia a considerarse el factor de continuidad de la familia y a cambiar sus maridos seg�n su fantas�a o su inter�s. Los ni�os, por otro lado, tienen dos o tres padres "carnales", m�s los maridos sucesivos de su madre. En el seno de una banda de treinta o sesenta individuos, pr�cticamente son los hijos de todo el mundo. � Llegamos as� muy cerca del estado de promiscuidad. En fin, la dependencia familiar del var�n con respecto a la mujer zapa la autoridad masculina. Si el orden natural no rige en la familia, es dif�cil que lo haga en la tribu. �
La vida n�mada contribuye a la inestabilidad social. Un
guerrero o cazador se impone por sus haza�as y todos se someten a su
autoridad. Pero envejece, y se va acercando el momento en que se
convertir� en una traba para los suyos y habr� que abandonarlo a los
urub�es. Mucho antes de este d�a, por lo dem�s, un jefe m�s joven ha
surgido y ha tomado el lugar del anterior, exactamente como un
marido joven desplaza al marido viejo. � Aqu� tambi�n se trata de una situaci�n relativamente reciente. Hasta el siglo XVII, los guayak�es viv�an en el estado sedentario. Cazaban, por cierto, y guerreaban entre s� y con sus vecinos, los mby�es-guaran�es. Pero ten�an sus aldeas y cultivaban el ma�z. Lozano lo se�ala a�n en el siglo XVIII, cuando el proceso de degeneraci�n ya se encontraba muy adelantado. � �Por qu� este cambio de modo de vida? �Por qu� estos agricultores cazadores se convirtieron en cazadores recolectores? Por su esp�ritu de independencia. � En 1628, en efecto, los jesuitas evacuaron el Guayr� (cf. mapa, al final del volumen) e instalaron a los ne�fitos, como dec�an, que trajeron de all� entre el Paran� y el Paraguay, por un lado, y en las actuales provincias argentinas de Misiones y Corrientes, por otro. �
Reforzaron las reducciones existentes en estas
regiones, pero tambi�n fundaron nuevos establecimientos. Y situaron
uno de estos �ltimos en San Joaqu�n, a unos 20 km de la gran aldea
guayak� de Cerro Morot�. Volveremos sobre este punto. � Los jesuitas hab�an tratado de crearse un imperio en el Guayr� y hab�an debido renunciar a su proyecto cediendo ante la presi�n portuguesa. Ya no ten�an otra soluci�n que conquistar la selva virgen del Paraguay propiamente dicho, lo m�s lejos posible de las autoridades espa�olas. � Hablando del Guayr�, el P. de Charlevoix no disimula en absoluto esta tendencia a hacer carpa aparte:
Para los guayak�es, la amenaza era seria. � En San Joaqu�n no hab�a un mero grupo de agricultores, sino una milicia bien entrenada y provista de armas de fuego tra�das del Guayr�. Alg�n d�a, habr�a que someterse, como los guaran�es se hab�an sometidb, y aceptar el paternalismo esclavista de los jesuitas. Los guayak�es no ten�an la capacidad de aceptaci�n de los indios. � Prefirieron abandonar sus casas y sus campos y lanzarse en la selva. La vida n�mada que adoptaron no era, en aquel entonces, tan dura como en nuestros d�as. Hab�a, por cierto, que renunciar a vivir bajo un techo y hasta a vestirse. �
Pero la caza no faltaba. Y, sobre todo, los habitantes de
la selva eran libres. Libres, a la noche, de cantar en coro y de
repetir incansablemente las historias del pasado. Libres, tal o cual
d�a de cada a�o, de encaminarse hacia alg�n santo lugar donde las
bandas se juntaban para celebrar, como otrora, el culto del Sol. � Cada verano, los n�mades, que viv�an c�modamente, hasta entonces, de caza y de miel silvestre, empezaron a conocer el hambre. Ten�an que comer la pulpa de la palmera pind�, y hasta las larvas de un gran cole�ptero que vive en la madera podrida. �
Ve�an, sin embargo, muy cerca, animales desconocidos que ni
nombre ten�an en su idioma, y este ma�z cuyo recuerdo conservaban.
El hambre da malos consejos. Los guayak�es empezaron a degollar
vacas y caballos que despedazaban con sus hachas de piedras y a
saquear los campos de los ber�. �
De vez en cuando, organizaban expediciones punitivas,
haciendo prisioneros - por lo general ni�os - que convert�an en
verdaderos esclavos. No sin p�rdidas, por otro lado, pues el arco guayak� es un arma temible. Era la guerra, y sigue siendo la guerra
a�n hoy. Pero, cuando un conflicto de este tipo opone sedentarios a
n�mades, siempre ganan los primeros, a la larga. Fue �sta la raz�n
por la cual, cierto d�a de 1959, un primer grupo de guayak�es se
someti�. � �En qu� se hab�an convertido esos agricultores organizados del siglo XVI? En fieras, o poco menos. � Los guayak�es caminaban sin cesar, totalmente desnudos, y dorm�an a la intemperie, alrededor de un fuego, sin siquiera un techo de hojas que los protegiera de la lluvia, cada noche en un lugar distinto. Ya no plantaban nada desde hac�a mucho tiempo. � Ya no sab�an fabricar nada, salvo sus arcos, sus flechas, sus hachas, y esos extra�os cestos con capa de cera en los cuales trasportaban la miel. No hab�an olvidado del todo el arte de la alfarer�a, pero ten�an cada vez menos oportunidades de practicarlo. � Por otro lado, les faltaban mujeres. � �Por qu� no robar algunas a los mby�es, sus vecinos guaran�es, como robaban vacas a los paraguayos? Pero la mujer, aun cautiva, trae con su sangre sus costumbres y su idioma. �
Ya muy
olvidadas, las tradiciones guayak�es fueron guaraniz�ndose cada vez
m�s y, en la cara de los ni�os, empezaron a aparecer los estigmas de
la mestizaci�n. Todo iba cambiando, menos el hambre que, desde hac�a
tiempo, hab�a llevado a ciertas bandas a hacerse can�bales. � El endocanibalismo se presenta bajo aspectos muy distintos. � Consiste en absorber con alguna bebida alcoh�lica o hasta con agua pura, los huesos reducidos a polvo del miembro de la tribu que acaba de morir y que, previamente, se ha incinerado. � En el primer caso, la antropofagia es principalmente alimenticia aunque ciertos etn�logos quieren ver en ella, tambi�n, una especie de "comuni�n" mediante la cual uno se incorpora el poder�o vital de la v�ctima. En el segundo caso, constituye un rito de protecci�n contra el alma tel�rica de la muerte que reside en los huesos y que se elimina consumiendo �stos. �
Muy pocas veces las dos
formas coexisten en una misma tribu. � En ambos casos, la carne se consume �ntegramente, salvo el sexo de las mujeres que se entierra. Los huesos y, en especial, el cr�neo son rotos a golpes de arco y luego abandonados, lo que tambi�n hacen los guayak�es no antrop�fagos que dejan, previamente, el cuerpo descomponerse. Pues la rotura del cr�neo aleja de los vivos, a quienes amenaza, el alma del muerto que, liberada, huye en la selva. � El canibalismo en s�, por lo tanto, es independiente del ritual funerario, aun cuando lo acompa�a. Lo cual permite suponer que naci� como consecuencia del hambre. � El asco que provoca en nosotros la idea de comer carne humana es s�lo el producto de cierta sensibilidad que las circunstancias, y tenemos ejemplos recientes, pueden muy bien anular. �
En los guayak�es, la antropofagia
no constituye sino un aspecto secundario del proceso de degeneraci�n
que han ido sufriendo en un medio cada vez m�s hostil. �
Este etn�logo nos dice, en efecto,
que los guayak�es poseen, en su lengua, para designar el ma�z que no
cultivan, una palabra (wat�) distinta del t�rmino guaran� (avat�),
mientras no tienen ninguna para la mandioca que conocen, sin
embargo, puesto que la roban en los campos de los paraguayos. Luego,
cultivaban en otro tiempo el ma�z, pero no la mandioca, salvo que
hubieran olvidado el vocablo correspondiente a este tub�rculo. � Los guayak�es llaman jaka los recipientes met�licos que roban a los paraguayos. Ahora bien: existe en la lengua guaran� un t�rmino muy parecido, ajak�, que designa una gran canasta que sirve para trasportar las mazorcas de ma�z y las ra�ces de mandioca. La palabra guayak� no constituye un empr�stito reciente, pues los guaran�es emplean, para nombrar los recipientes met�licos, el vocablo castellano lata que los guayak�es desconocen. � Estos ten�an, por lo tanto, en su dialecto un t�rmino que correspond�a a un recipiente de cester�a, de uso agr�cola, que ya no empleaban pero del cual hab�an conservado un vago recuerdo y que aplicaron a las latas que obten�an de los ber�. �
El hecho de que la palabra sea m�s o menos la misma que en guaran�
no proviene de ning�n modo de una trasferencia reciente - si fuera
as�, los guayak�es dir�an: lata - sino lisa y llanamente del origen
del idioma que hablan: un dialecto guaran� o, por lo menos - la
opini�n de los ling�istas no es un�nime - fuertemente guaranizado. �
Se convierten
r�pidamente, no s�lo en trabajadores incansables, lo que, por cierto
no es el caso de los indios, sino tambi�n en artesanos de
excepcional habilidad. � Sacados de sus bandas como consecuencia de expediciones punitivas, fueron criados en estancias; luego, ya adultos, se han fundido lisa y llanamente en la poblaci�n. Una nenita, raptada en la selva, a los cuatro a�os de edad, por un franc�s y adoptada por �l, curs� estudios notables, en la Argentina y en Europa. �
Hoy, es doctora en
antropolog�a. �
� S�lo se diferencian de las de sus vecinos guaran�es por su extremada simplicidad: �bamos a decir su extremada pureza. Nuestro Primer Padre, el Trueno Rel�mpago, sali� de las tinieblas originarias y, sin acercarse a su esposa, por el solo efecto de su palabra, engendr� al dios creador que hizo brotar la luz de su pecho y, luego, form� el mundo con su propia sustancia. �
Pero, a este fondo
com�n, se agregan, en los guayak�es, dos mitos que, por motivos
distintos, nos interesan especialmente. � No es malo, pero le gusta hacer chistes. Mujeriego, su esposa lo pega para castigarlo. �
Como vemos, se trata de una personificaci�n de las dos
razas en presencia. Los amerindios, morenos, son malos porque son el
enemigo. Los guayak�es, blancos, no tienen sino defectos amables y
Dios los protege. Lo que merece reflexi�n es el hecho de que
Jacarendy no sea solamente blanco, como los acn�s de hoy, sino
tambi�n rubio. Hay que admitir, pues, que los antepasados de los
guayak�es lo eran. � Clastres, a quien debemos esta comprobaci�n, qued� muy sorprendido, pues, de o�r a los ach�s llamar pa�nlos machetes que les regalaba. Dedujo que hab�an debido de tener, en otra �poca, espadas de madera como las que los guaran�es, que las usaban para ejecutar a sus prisioneros, llamaban del mismo modo. �
Lo
que nos hace dudar de la validez de esta explicaci�n es que los guayak�es, cuando hablan del palo de Japery, no dicen pa�n, sino
wyr� pa�n, vale decir "pa�n de madera". Lo cual deja suponer que
tienen el vago recuerdo de pa�n hechos, como los machetes, con otro
material que no pod�a ser sino met�lico. Nada m�s natural de ser,
como creemos, los descendientes de los daneses de Tiahuanacu.
Cadogan, a quien debemos este texto, deduce del mito en cuesti�n que los antepasados de los ach�s eran de piel oscura. � Pero tambi�n nos dice que la palabra guayak� broa, moreno, negro, significa tambi�n sucio, y parece que este �ltimo sentido es el correcto: los antepasados de los guayak�es, cuando lograron escapar siguiendo un curso de agua, estaban desprovistos de todo y mugrientos hasta el punto de tener mal olor. � M�s a�n: nos preguntamos si la expresi�n "profundidades de la tierra" no proviene de un error de traducci�n y si no se trata, en realidad, de las "profundidades de la monta�a", vale decir de los Andes, de donde ven�an, en efecto, los daneses que se refugiaron en la selva. �
Pues,
en guaran�, tierra (yuy) y monta�a (yvyty) tienen la misma ra�z, y
lo mismo debe de darse en el dialecto guayak�. � Esta �ltima, sin embargo, s�lo consigue abandonar la tierra gracias a un procedimiento un tanto sorprendente. �
Fabrica una gran urna de barro
que llena de cenizas y en la cual los "p�jaros del alma" vienen a
descansar. En el momento de elevarse hacia la Floresta Invisible,
entierra su urna entre las ra�ces de un �rbol y los p�jaros levantan
vuelo con ella.
Esta hip�tesis es dif�cil de admitir, pues no se han encontrado nunca cementerios guayak�es y todo hace suponer que, antes de comerse a sus muertos, los ach�s los incineraban o enterraban, como lo hacen a�n algunas de sus bandas, volviendo cuidadosamente, una vez descompuesto el cuerpo, para romper los huesos, como lo exige la liberaci�n del alma o, m�s bien, de las almas. �
Pensamos, por nuestra
parte, que existe otra explicaci�n, como veremos en el pr�ximo
cap�tulo. �
� Estos, fuera de silbatos de hueso que responden a otras necesidades, son de dos tipos: flautas de Pan, de hueso o de ca�a, cuyos tubos est�n tapados en la base, y especies de guitarra de tres cuerdas, sin mango, hechos de una pieza de madera ahuecada y tapada con una tablilla provista de un orificio rectangular. El primero de estos instrumentos est� muy difundido entre los indios del Altiplano andino. �
Se supone, pero sin la menor prueba, que el segundo es una
imitaci�n reciente de la guitarra propiamente dicha. �
Una de ellas
representaba una "guitarra" ach�. �
�
Era poco decir, pues los dibujos en cuesti�n ten�an todas las apariencias de runas. �En el marco de nuestra hip�tesis de trabajo, esto casi parec�a demasiado bonito! �
No ignor�bamos, por cierto,
hasta qu� punto la extrema simplicidad geom�trica de los caracteres
escandinavos hace f�ciles coincidencias meramente casuales. Uno de
dichos signos, no obstante, parec�a descartar toda eventualidad de
este tipo. Muy complicado, era la reproducci�n exacta de una "runa
secreta" que figura en la inscripci�n de Kingigtorssuaq, en
Groenlandia, y que probablemente represente el n�mero 10 C). � El otro, representado por un punto en nuestra trascripci�n, es dudoso: runa deformada, runa invertida, o una u latina cuyo empleo era corriente, sobre todo en Gran Breta�a y en Irlanda, al final de la �poca r�nica. � El pen�ltimo signo, ea, pertenece, por lo dem�s, al futhorc anglosaj�n y no al futhark escandinavo (cf. Fig. 4). El suboficial paraguayo, jefe del campamento, ni siquiera nos hab�a ense�ado la pieza, descubierta por casualidad, en su caba�a, por un miembro de nuestra expedici�n. � Por supuesto, no hab�a nunca o�do hablar de la escritura r�nica. Nos explic� que el fragmento de cer�mica hab�a sido desenterrado en los alrededores y que una mujer guayak� hab�a grabado en �l algunos de los signos tradicionales de la tribu. La inscripci�n, efectivamente, era muy reciente. �
Parec�a confirmarse,
pues, que los guayak�es utilizaban como elementos de decoraci�n - no
como letras, pues son totalmente analfabetos - caracteres r�nicos
medievales. � El autor de los dibujos del instrumento de m�sica hab�a muerto de gripe en Arroyo Morot�. Nos se�alaron, sin embargo, a dos hombres del campamento que a�n sab�an trazar s�mbolos tribales. �
El Lie.
Rivero les pidi� que lo hicieran para nosotros y consintieron,
ri�ndose a carcajadas. �
�
� El resultado fue sorprendente: arabescos lineares complicados que, si se nos los hubiera ense�ado sin indicarnos su origen, nos habr�an hecho pensar en alguna escritura cursiva desconocida. � Es cierto que estos dos "indios blancos" viv�an desde hac�a diez a�os en el campamento y deb�an de haber visto a menudo textos manuscritos. � Un segundo intento, sobre tablas, con carb�n de madera, dio, por parte de uno de los guayak�es - el otro hab�a renunciado - dos series totalmente distintas. Sus signos separados no eran runas, por cierto, pero tampoco garabatos cualesquiera. �
En nuestra opini�n,
esos analfabetos conservan una tradici�n gr�fica, aunque han
olvidado su sentido. � Nuestro guayak� se puso a trabajar con extrema rapidez. El resultado fue, en pocos minutos, una inscripci�n ca�tica (cf. Fig. 3) en la cual se destacan algunas runas, en especial unas U, unas I y unas S. El texto, por supuesto, no tiene continuidad fon�tica. � Pero, en las inscripciones aut�nticamente r�nicas, las repeticiones indican, por lo general, la encantaci�n m�gica. � �Gente en situaci�n desesperada que reclama, por todos los medios a su alcance, como les permit�a hacerlo, lo veremos en el cap�tulo siguiente, el valor ideogr�fico de las runas, ganado (llamas), frescura y sol? La estaci�n de las lluvias, que es tambi�n la estaci�n m�s c�lida, hace dif�cil la supervivencia, en la selva paraguaya, para los guayak�es n�mades. � �Los de hoy, que han perdido su cultura y la mayor parte de sus tradiciones, habr�n conservado en su memoria algunos de los caracteres que, para sus antepasados, expresaban simb�licamente la plegaria? �O bien los signos trazados por "Benigno" solo por casualidad se parecen a runas? �
Pronto �bamos a tener que descartar
esta segunda explicaci�n. �
Cuando la revista alemana de Buenos Aires, La Plata Rllf, tuvo a bien rese�ar nuestro estudio sobre los guayak�es, puso espont�neamente como t�tulo a su nota: Bei den "Schrumpfgermanen" Paraguays. Unos "germanos en reducci�n". �
Era esto, exactamente, mestizaci�n aparte. Uno de los an�lisis de antropolog�a f�sica m�s
completos que se hayan jam�s efectuado en Sudam�rica demostraba, en
efecto, que los ach�s pertenecen a la raza aria y siguen teniendo
caracter�sticas de n�rdicos degenerados, salvo en cuanto a su t�rax,
ensanchado por la estada de sus antepasados en el Altiplano andino. �
Seiscientos a�os en la selva
tropical explicaban ampliamente su degeneraci�n f�sica y la
regresi�n cultural que hab�a se�alado un etn�logo de la categor�a de Clastres. �
Ser�a realmente una extra�a casualidad que estos salvajes
analfabetos hubieran reinventado totalmente signos que correspond�an
tan bien al origen que su apariencia f�sica permit�a atribuirles. � �
�
Aprovechamos el viaje para ir a Cerro Morot�, y el coronel Infanz�n, director del Departamento de Asuntos
Ind�genas, tuvo la cortes�a de acompa�arnos, el profesor Pedro
Eduardo Rivero y nos. No se trataba en absoluto de turismo. �
En
el anterior mes de enero, en efecto, un incidente muy serio hab�a
obligado a nuestros colaboradores y al oficial de polic�a adscripto
a la Misi�n a dejar el campamento de improviso, m�s temprano de lo
que pensaban. �
Nos explic� que
estos fragmentos se hab�an encontrado, unos d�as antes, a orilla de
la aldea donde los guayak�es desmontaban un pedazo de selva para
plantar ma�z. Hab�an aparecido entre las ra�ces de un tronco que se
acababa de arrancar. �
Formulamos innumerables preguntas y se
nos contest� que, seg�n los habitantes indios y mestizos de la
regi�n, hab�a habido, cuatrocientos a�os antes, en el emplazamiento
del campamento, una importante villa espa�ola, que �sta hab�a sido
destruida y que la selva no hab�a tardado en reconquistar sus
derechos. �
Por otra parte,
una aldea colonial habr�a dejado algunos vestigios, cuando m�s no
fuera cimientos de casas. � El mismo nombre de la zona, anterior a la instalaci�n del actual campamento, parec�a indicarlo. Cerro es palabra espa�ola, pero morot� significa "blanco" en guaran�. Ahora bien: no nieva nunca en la Sierra de Caaguaz�, aunque las noches son muy fr�as durante todo el a�o, y la tierra es colorada, mientras que los indios mby�es que viven en la regi�n son morenos oscuros. �
Los guayak�es representaban
el �nico elemento blanco posible. Es por ellos, sea dicho entre
par�ntesis, que el lugar donde se encontraba el primer campamento se
llama, desde tiempos inmemoriales, Arroyo Morot�, Arroyo Blanco. �
Tres, esto
era demasiado, o demasiado poco. Los guayak�es, naturalmente, nunca
trabajan de balde. Apenas terminada su tarea, hab�an cerrado el
hueco y apisonado la tierra para plantar su ma�z. Esto, hab�amos
podido comprobarlo. Ten�amos, pues, que hacer excavaciones. �
Luego, en el
lugar de la excavaci�n, hicieron abrir una trinchera de dos metros
de profundidad, y algunos otros pedazos de cer�mica aparecieron a�n,
hasta 70 cm del suelo. Efectuaron entonces sondeos sistem�ticos que,
de inmediato, dieron sus frutos. � Detr�s - con respecto a la excavaci�n - de la parte del tronco que, curiosamente, se prolongaba bajo tierra (cf. L�m. V), nuestros colaboradores desgajaron lentamente, a cuchara y a mano, una urna aplastada por las ra�ces que la rodeaban. Hab�a conservado su forma, m�s o menos, pero sus dimensiones se hab�an reducido, pues sus fragmentos se superpon�an en parte. �
En el interior, y fue esto la mayor sorpresa,
aparecieron otros fragmentos que no le pertenec�an, algunos de los
cuales, pronto lo �bamos a saber, llevaban inscripciones de la mayor
importancia. �
Desplazamientos
de tierra a lo largo del tiempo, tal vez, y de seguro el trabajo de
los guayak�es hab�an dispersado numerosos fragmentos. Por el
contrario, pudimos reconstruir �ntegramente (cf. L�m. VI) la urna
encontrada por nuestros colaboradores. � Su fabricaci�n, por rodete en espiral, es grosera. Cocida al aire libre, su tierra es de un color ocre p�lido. Modelado d�gito-pulgar irregular con cuatro hiladas de signos runoides en el cuello, de que hablaremos m�s adelante. �
En todos sus aspectos, la factura es de muy
bajo nivel. Como los anteriores, se podr�a atribuir este vaso, desde
este punto de vista, a cualquier tribu amerindia de la regi�n. � Al salir para la selva, tal vez ante una amenaza inmediata, les era evidentemente imposible llevarse nada que no fuera lo indispensable: sus armas. Probablemente pensaran, por lo dem�s, volver una vez pasado el temporal. Tuvieron que abandonar lisa y llanamente sus caba�as y los pocos artefactos que pod�an contener. � Pero pose�an tesoros que ni pod�an so�ar en abandonar al enemigo: pedazos de vasos, cubiertos de inscripciones que proven�an de sus antepasados. �
Tal vez ya no entendieran su sentido. Pero les ten�an un respeto
casi religioso. Imposible llevarse estos fragmentos fr�giles. La
�nica soluci�n era enterrarlos en un escondrijo, como lo hac�an, tal
vez, en la misma �poca, pero no pod�an saberlo, sus primos de la
isla
de Pascua que encerraban sus rongo-rongo - tablillas de madera
grabadas-en "cuevas de familia" con entrada cuidadosamente
disimulada. � Luego, enterraron sus "cajas-fuertes" improvisadas en la parte alta del Cerro, fuera de alcance de las inundaciones: donde encontramos nuestra urna. Tal vez hubieran agrupado varios de estos recipientes, debidamente llenados, en un mismo escondrijo. Lo que lo deja suponer es que fragmentos de cer�mica inscripta, desenterrados con la ra�z que est� en el origen de nuestro descubrimiento, aparecieron en medio de pedazos de urna de la misma factura que "la nuestra". �
Muchos otros
habr�n desaparecido al mismo tiempo que los fragmentos de "cajas
fuertes" que faltan. �
Al abandonar su aldea, los descendientes de los daneses de
Tiahuanacu hab�an enterrado inscripciones que simbolizaban para
ellos el alma de sus antepasados, el alma de la raza, y este gesto
tr�gico los hab�a marcado profundamente. Olvidaron poco a poco el
hecho hist�rico. Pero conservaron el recuerdo de una relaci�n entre
el alma guayak� y una urna enterrada que la selva hab�a cubierto, de
una urna aprisionada por las ra�ces de un �rbol. � El Instituto de Ciencia del Hombre, de Buenos Aires, lo expuso en una memoria destinada a los especialistas. Limit�monos a decir que las piezas son extremadamente heterog�neas: de gruesa tierra y de pasta fina; ocres, negras, marrones, gris�ceas; con engobe gris-beige o blancuzco y sin �l; lisas y con estr�as, incisiones unguiculares e hiladas de signos runoides con modelado d�gito-pulgar e incisiones. � Algunas provienen de fuentes, de platos, de vasos. El origen de las dem�s es imposible de determinar. � Estos treinta y tres fragmentos, a los cuales corresponde agregar los tres desenterrados por los guayak�es, s�lo tienen una cosa en com�n: a pesar de su nivel t�cnico muy desigual, son de una factura muy superior a la del recipiente que los conten�a. Lo cual no tiene porque sorprendernos, puesto que sabemos que, desde el punto de vista cultural, los guayak�es est�n en franca regresi�n. � El abandono de Cerro Morot� y de sus otras aldeas no marc� el principio de su decadencia. S�lo fue, visiblemente, una etapa. Nada m�s natural, pues, que hayan considerado, en aquel entonces, un tesoro fragmentos de cer�mica que ven�an de sus antepasados m�s civilizados que ya eran incapaces de imitar. �
Tanto m�s cuanto
que algunos de dichos fragmentos llevaban misteriosas inscripciones.
Todos, tal vez, en el principio, pues algunos, mal protegidos
despu�s de la rotura de la urna-caja fuerte, debieron de ser lavados
por el agua de lluvia que penetraba en la tierra, lo que parecen
indicar los rastros de dibujos pintados o grabados que se pueden
divisar en muchas piezas. �
Algunos responden a
las caracter�sticas de la alfarer�a guaran� cl�sica, por lo menos
tal como se manifiesta en la cuenca del R�o de la Plata, desde el
Paraguay a las puertas de Buenos Aires. Se�alemos, sin embargo, que
ni las fuentes ni los platos parecen haberse conocido en el �rea
antes de la Conquista. � Tenemos, pues, el derecho de pensar, cuanto m�s no fuera a t�tulo de hip�tesis, que los antepasados de los guayak�es, llegados del Altiplano andino, fueron los que introdujeron en su esfera de influencia ciertas formas, ciertas t�cnicas y ciertos motivos de decoraci�n que los indios imitaron, aun despu�s que los descendientes de sus civilizadores los hab�an olvidado. � Por el contrario, las inscripciones y los dibujos mitol�gicos s�lo ten�an sentido para sus autores y no hab�a raz�n alguna para que indios analfabetos los copiasen. �
Y, una vez perdido
su significado exacto, s�lo conservaban un valor hist�rico - y tal
vez religioso - para los herederos de quienes los hab�an trazado. �
La autenticidad de
algunos caracteres grabados en tal o cual de nuestros fragmentos no
deja mucho lugar a duda y la naturaleza de los motivos modelados o
grabados en serie raya en la evidencia. No obstante, preferimos, tal
vez por exceso de prudencia, dejar a un lado unos y otros para
encarar exclusivamente lo indiscutible.
� � Queda un �ltimo punto fundamental:
Tenemos tres buenas razones para excluir estas hip�tesis y cualquier otra del mismo g�nero. � La primera no es concluyente, pero tiene un valor real: los fragmentos negros son exclusivamente caracter�sticos de la cer�mica guayak�. � La segunda, que no elimina, por lo dem�s, la posibilidad de un aporte exterior, es de orden l�gico, pero sabemos que la l�gica est� muy lejos de dar cuenta de todos los actos humanos: los guayak�es no habr�an enterrado - ni siquiera conservado - pedazos de vasos sin ninguna utilidad pr�ctica si no hubieran tenido para ellos un valor especial. �
La tercera raz�n es decisiva. �
Los guayak�es, en efecto, emplean, para
fabricar sus hachas de guerra y de trabajo, una t�cnica sumamente
ingeniosa, que los mayas parecen haber conocido, muy distinta de la
que utilizan la mayor parte de los amerindios. No atan la piedra
cortante en la punta de un palo ahorquillado o hendido: la
introducen en una incisi�n que hacen en el tronco de un �rbol joven.
Al cicatrizarse, la madera se cierra alrededor del cuerpo extra�o
que ya no se puede arrancar. �
Pero no de nuestra
�poca. � As� el hacha con que nos obsequi� el jefe guayak� de Cerro Morot� y la que figura en las colecciones del Museo del Jard�n Bot�nico de Asunci�n. La piedra de la urna, por el contrario, est� tallada en hematita. � Por otro lado, el trabajo es mucho m�s fino. Las piedras de hacha contempor�neas son rugosas, como ya hemos dicho. La del "tesoro", por el contrario, es tan pulida que parece vitrificada. Luego, pertenece a una cultura artesanal mucho m�s adelantada que la de los guayak�es actuales. �
Vale decir, puesto que se trata de un pueblo degenerado, mucho m�s
antigua. �
� Se llaman as� los caracteres de la escritura que los pueblos germ�nicos emplearon desde el siglo III a.J.C., y probablemente mucho antes, hasta el siglo XIII de nuestra era, y a�n m�s tarde. � Se conocen tres alfabetos r�nicos principales, designados por sus seis primeras letras: el antiguo-futhark de 24 signos, utilizado hasta el siglo vm, el futhorc anglosaj�n de 28, luego 33, signos, adaptaci�n del anterior al antiguo ingl�s, empleado, por lo que se sabe, del siglo VI al siglo XI, y el nuevo futhark. o futhark joven-dan�s, de 16 signos, posterior al siglo VIII. �
Este �ltimo conoci� algunas
variantes, sea por conservaci�n
de runas arcaicas, sea por creaci�n de nuevas runas, como en el futhark "punteado" de 28 signos que apareci� en el siglo X. La
Figura 4 nos muestra los cuatro sistemas que acabamos de mencionar y
que, todos, son necesarios para nuestro an�lisis. �
De cualquier modo, los sistemas
r�nicos constituyen lo que no tenemos m�s remedio que llamar, a
expensas de la etimolog�a, alfabetos o, si se prefiere, las
variantes de un alfabeto. Los pueblos germ�nicos utilizaban las
runas como nosotros las letras griegas o latinas. Pero les daban,
adem�s, otro empleo. � En antiguo ingl�s, por el contrario, la letra en cuesti�n lleva el nombre de feoh, ganado y, por extensi�n, dinero, bienes. �
Pero, por otra parte, en las lenguas escandinavas, sea que
el antiguo ingl�s haya influido en ellas, sea por el contrario que
les deba el vocablo, f se llama a veces fauhu, ganador. Para
facilitar sus an�lisis, los run�logos han sistematizado los nombres
de las runas en un "germ�nico com�n", un tanto arbitrario, es
cierto, pero c�modo. Nos mismo utilizaremos sus formas. �
Otros, mas
escasos, tienen un sentido ideogr�fico y, para entenderlos, es
preciso dar a cada signo, como en chino, su sentido conceptual.
Agreguemos que tal o cual runa es susceptible, adem�s, de una
interpretaci�n simb�lica (la runa de la muerte, la runa de la
fidelidad, etc.), pero es �ste un empleo posterior a la �poca que
nos interesa. � Una de ellas es indudablemente fon�tica. Otras son ideogr�ficas. Una �ltima ha resistido victoriosamente cualquier intento de interpretaci�n. Corresponde se�alar, por otra parte, el hecho extra�o de que los signos r�nicos de nuestros grafismos pertenecen a varios sistemas, con predominio del futhorc, y que caracteres de distinto origen se mezclan en un mismo grupo. �
A
primera vista, estas peculiaridades aberrantes sorprenden e
intrigan. Sin embargo, se explican en el marco de nuestro estudio. �
En cuanto a la presencia dominante de los
caracteres del futhorc anglosaj�n, s�lo puede significar una cosa:
la expedici�n de Ullman, aunque compuesta por daneses del Schieswig
y algunos alemanes, no hab�a partido de la pen�nsula escandinava
sino del Danelaw brit�nico o de Irlanda. Lo cual precisa el trazado
de su itinerario tal como lo reconstituimos en nuestra obra
anterior. �
En primer
lugar, los vikingos de Tiahuanacu, en el momento de la destrucci�n
de su imperio, hacia 1290, estaban aislados de su patria desde hac�a
m�s de trescientos a�os y los contactos espor�dicos - uno solo, hacia
1250, nos es conocido - no hab�an podido ayudarlos mucho a conservar
un rigor gr�fico que estos guerreros y marinos tal vez ni tuvieran
cuando su salida de Europa. �
Por fin, las tradiciones incaicas nos
ense�an que el uso de la escritura fue prohibido, con las penas m�s
severas, al d�a siguiente de la derrota de la isla del Sol y que un
amanta - un sabio - que hab�a inventado, un poco m�s tarde, un nuevo
alfabeto muri� en la hoguera. �
Lo cual explica que hayan conservado la escritura
mientras que �sta desparec�a en el Per�. �
�
Se ve en
�l, en efecto, la fecha de 1305. Las cifras "en cimitarra" tienen la
forma que se les daba en Europa despu�s que los �rabes las hab�an
introducido en el siglo x y el 5, que tiene el aspecto de nuestro 4,
es caracter�stico de la �poca. � Los n�meros llamados ar�bigos fueron introducidos muy temprano en Escandinavia y, especialmente, en Dinamarca donde el gran puerto de Hedeby - se encontr� en su �rea un gran n�mero de monedas �rabes de la �poca - comerciaba activamente con el Medio Oriente. Pero, en el a�o 967, a�n no se empleaba all� el calendario cristiano. � El fragmento en cuesti�n confirma igualmente el origen peruano de los antepasados de nuestros "indios blancos". �
Hallamos,
en efecto, cerca de la fecha, la imagen de una llama (cf. L�m. VII). �
�
� S�lo despu�s de la Conquista se trat� de introducirlo all�. Infructuosamente, por lo dem�s, pues la especie no resist�a el clima tropical. S�lo prosperaba en las alturas de la Cordillera de los Andes. �
El artista
que grab� el animal-pues era un verdadero artista - ven�a, por lo
tanto, del Altiplano. El lado b - el interior del plato - del mismo
fragmento (cf. Fig. 6) ofrece un extra�o caos de signos dudosos,
trazados con tinta gris, o vuelta gris
con el tiempo, debajo de un cuadriculado irregular, de tinta azul,
que eliminamos de nuestro dibujo por no tener la menor apariencia
alfab�tica. �
�Tr�tase
de un mero garabato? Lo que lo dejar�a creer es la inclinaci�n de
los signos. �
�
� No est� excluida, sin embargo, la posibilidad de que este conjunto se relacione con un nuevo alfabeto, de origen r�nico pero adaptado a alg�n dialecto ind�gena. �
Lo que
respalda esta hip�tesis es la semejanza notoria del "texto" con una
inscripci�n (cf. Fig. 3) trazada delante - de nosotros por un "indio
blanco" que no hab�a visto, por supuesto - como tampoco nosotros en
aquel entonces - el fragmento CM-15. � Est�n trazados con pintura marr�n y bien dibujados. El primero se acerca a una V latina, letra �sta que se hab�a introducido en el futhorc anglosaj�n mucho antes de la conquista normanda. � El segundo es un Uruz correcto. El tercero, por el contrario, es altamente fantasista, aunque recuerda un tanto el Fehu del futhorc tal como lo encontramos en el manuscrito Cotton Domitianus. �
Tres signos aislados no pueden tener sino un sentido
ideogr�fico. Tendr�amos as�: voluptuosidad, virilidad, ganado.
Deseos comprensibles por parte de daneses de Tiahuanacu perdidos en
la selva,
amenazados en su descendencia y desprovistos de todo y, en
particular, de las llamas - su ganado - que constitu�an, en el
Altiplano, lo esencial de su alimentaci�n. �
�
No s�lo, en
efecto, constituye una prueba indiscutible del origen escandinavo de
los guayak�es, sino que tambi�n nos da la soluci�n de uno de los
problemas antropol�gicos m�s apasionante de nuestra �poca. � Su naturaleza no deja lugar a duda, puesto que ambos llevan, en la rama m�s alta, el �guila que, en la cima del Fresno Yggdrasill de la mitolog�a escandinava, representa el Valh�l, morada de los Campeones, y, en lo alto del �rbol del Mundo, o �rbol de Vida, de los nahuas y los mayas, simboliza el Sol con el que van a unirse, despu�s de su muerte, los guerreros ca�dos en el, campo de batalla. �
Al pie del
�rbol de la derecha, justo debajo de las dos grandes letras del
centro, vemos la Serpiente del Mundo, tan a menudo reproducida en
las estelas y los monumentos del per�odo vikingo. �
�
�
Esta
interpretaci�n no nos satisface.
Ahora bien: sabemos que los daneses del Altiplano hab�an recibido, a mediados del siglo XIII, un aporte cristiano lo suficientemente profundo para que hubiera dejado rastros en los monumentos de Tiahuanacu. � Si hab�a, en 1290, a orilla del Lago Titicaca, una iglesia cat�lica en construcci�n, la copia, que los bolivianos llaman hasta hoy "El Fraile", de la estatua de un ap�stol no identificado de la catedral de Amiens y un friso que representaba, en la llamada "Puerta del Sol", la escena apocal�ptica de la Adoraci�n del Cordero, tal como figura en el t�mpano del mismo edificio, si, por otra parte, ra�ces latinas hab�an pasado de la lengua particular - danesa - de los incas al quichua, no es nada sorprendente encontrar una sigla latina en uno de los fragmentos de nuestra urna-caja fuerte. � Es �sta una interpretaci�n discutible, pero la creemos correcta. � De ser as�, el p�jaro es una paloma, s�mbolo del alma salvada. Hay, sin embargo, una dificultad aparente. Los dos primeros signos pueden ser indiferentemente, r�nicos o latinos. � El tercero, por el contrario, es un Wunjo del antiguo futhark o un Thurisaz (o Thurs) del nuevo. Se parece mucho, no obstante, a la P latina, hasta el punto que los islandeses contempor�neos, que han conservado el Thurs r�nico en medio del alfabeto latino que emplean, lo utilizan en lugar de la p, que no tienen, cuando escriben a m�quina en ingl�s o en franc�s. �
Nuestro grabador, m�s acostumbrado a las runas que a los
caracteres latinos, muy bien habr�a podido hacer lo mismo. Tanto m�s
cuanto que, en el nuevo futhark, el cuerpo del Thurs era
indiferentemente arredondado o triangular. � La cuarta - k - por lo dem�s mal orientada, lo que es frecuente en las inscripciones r�nicas, figura en estos dos �ltimos sistemas. Por otra parte, el quinto signo constituye, sin duda alguna, la marca del genitivo, pues Inguk es un nombre vikingo. �
Pero, entonces, deber�amos hallar una s
y no una z. Se trata aqu�, muy simplemente, de una falta de
ortograf�a que reencontraremos, por lo dem�s, en las inscripciones
de Yvyty-ruz� (cf. Cap. V). El grupo significa, por lo tanto, "de
Inguk", sin que sepamos si representa la firma del autor o el nombre
de un muerto. �
La cuarta, situada en la quebradura de la pieza, es
m�s dif�cil de definir y subsiste, a su respecto, cierto margen de
duda. �
�
�
Por el contrario, si consideramos los rongo-rongo de la isla de Pascua esas tablillas de madera en las
cuales los antepasados blancos y rubios de sus actuales habitantes
o, m�s bien, de algunos de ellos dibujaban hiladas de signos
ideogr�ficos cuyo significado desconocemos a�n, no tendremos, por
cierto, dificultad alguna en reconocer en ellos figuras
absolutamente id�nticas a las que constituyen el objeto de nuestro
an�lisis (cf. Fig. 9). � Aportamos as� la primera prueba material de la teor�a de Thor Heyerdah� que sostiene, y no le faltan argumentos, que la isla de Pascua fue parcialmente poblada por un grupo de hombres del Titicaca, sobrevivientes de la batalla de la isla del Sol, que se hab�an embarcado en Puerto Viejo, en el actual Ecuador, en balsas que, arrastradas por las corrientes marinas, los hab�an llevado hasta Polinesia. � Heyerdah� no precisa el origen de los fugitivos. Inclusive excluye expl�citamente, en unas pocas palabras, la posibilidad de que se haya tratado de vikingos. � Se basa, para hacerlo, en una cronolog�a equivocada que crey� poder establecer a partir de los datos geneal�gicos ind�genas. Parece que �stos fueron mal comprendidos, pues Francis Mazi�re, cuya mujer, tahitiana, habla polinesio, lleg�, por el contrario, sobre la base de las tradiciones insulares, a la misma fecha que nosotros. � Recordemos aqu� que existe cierta semejanza entre los ideogramas de los rongfo-rongo y los que figuran en los kellka "rezapaliche" del Titicaca, pergaminos en los cuales los primeros misioneros espa�oles hab�an redactado un catecismo con un sistema de escritura muy anterior a la Conquista y cuyos primeros rastros se encuentran en Kivik, en Suecia. �
Sabemos ahora que este
sistema, en 1290, comprend�a ideogramas en todo id�nticos a los que
se conservaron, en la isla de Pascua, hasta la llegada de los
europeos. �
�
Est�
compuesta de seis runas alineadas, m�s dos signos indefinibles. Las
dos primeras runas, muy p�lidas (entre corchetes en nuestra
reproducci�n), son un tanto dudosas. La cuarta, f�cilmente
identificable, est� mal trazada o, tal vez, parcialmente borrada. �
�
�
El hombre-caballo es, en
efecto, en la mitolog�a escandinava, el hombre de la caza salvaje,
el mensajero. O, mejor a�n, en raz�n de la situaci�n en la cual se
encontraban los daneses perdidos en la selva tropical: Un hombre y
una mujer audaces (llaman) al mensajero de Od�n. �
�
� Se trata, esta vez, de un monograma compuesto de cuatro letras, las dos �ltimas ligadas, que tienen todas las caracter�sticas de los ideogramas r�nicos cl�sicos. Estas letras son: Uruz, Solewu y, acoplados, Wunjo, Hagalaz. Vale decir: uro (s�mbolo de fuerza y de virildad), Sol, voluptuosidad y nacimiento. �
De ah� la siguiente
interpretaci�n: Fuerza viril del Sol (danos) al mismo tiempo
voluptuosidad y descendencia. �
Los descendientes de los vikingos de Tiahuanacu ya no
ped�an auxilio. Pero s� rogaban al Dios-Sol, por el porvenir de su
raza. �
�
� Lo relevamos en una piedra de hacha que el Dr. Ramiro Dom�nguez, director del Museo Municipal de Villarica, encontr� en el curso de excavaci�n superficiales efectuadas por �l en el emplazamiento la Posta de Cerro Polilla (cf. Cap. V). �
La inscripci�n, trazada con
tinta marr�n, muy cerca del filo del arma, es muy p�lida, pero f�cil
de leer bajo una fuerte luz. Desgraciadamente, no es posible
datarla. �
Pero ignoramos en qu� �poca la
urna se rompi� y en qu� medida, posteriormente, las piezas que
conten�an fueron alcanzadas por las aguas filtrantes. Todo lo que
podemos decir, por lo tanto, es que la piedra de hacha en cuesti�n
es muy antigua. Su texto nos lo va a confirmar. � Vale decir: Od�n-fuerza viril, voluptuosidad, nacimientos-Sol. Lo que se traduce por: Fuerza viril de Od�n, (danos) voluptuosidad y nacimientos machos. �
Luego, la falta
de mujeres a�n no se manifestaba en la �poca en que fue escrita esta
plegaria, lo que indica una fecha muy anterior al principio del
siglo XVII. � En las cuatro hiladas circulares del cuello de la urna-caja fuerte, relevamos adem�s los signos: Odala (Od�n o herencia), Reido (viaje), Fehu (mujer o ganado, bienes), Kaunaz (barco o audacia), Thurisaz (gigante en el futhark, espina en el futhorc), Wunjo (voluptuosidad) e Inguz (linaje ancestral). �
Pero, dada la �poca, s�lo puede tratarse aqu� de
simples reminiscencias desprovistas de significado. �
� Del an�lisis y la s�ntesis de datos que pertenec�an a dominios tan distintos como fuera posible. � Se desprend�a que unos vikingos se hab�an establecido en Sudam�rica en el siglo XI y que su imperio hab�a sido destruido hacia 1290. Nuestro estudio antropol�gico de los guayak�es hab�a demostrado, por otra parte, que estos "indios blancos" eran, en realidad, los descendientes, degenerados y ligeramente mestizados desde hac�a poco, de europeos de raza n�rdica que, anteriormente, hab�an vivido durante mucho tiempo en el Altiplano. �
Ahora bien: nuestras excavaciones nos
permitieron hallar inscripciones r�nicas pertenecientes a los
antepasados de nuestros can�bales, y una de ellas lleva, adem�s del
dibujo de una llama, la fecha de 1305. No pod�amos pedir m�s. � Tanto m�s cuanto que el fragmento CM-4 - una verdadera "Piedra de Rosetta", a su manera - confirma indudablemente su origen, puesto que contiene un nombre vikingo, Inguk, escrito en signos alfab�ticos. �
M�s todav�a: esta pieza nos muestra que el autor de la
inscripci�n - luego el grupo humano al que pertenec�a - estaba
empapado de mitolog�a escandinava, pero, si nuestra interpretaci�n
de la sigla RIP es exacta, cristianizado por lo menos
superficialmente. Tambi�n nos permite, gracias a los signos de rongo-rongo que se encuentran en ella, aportar la prueba de que los
blancos de la isla de Pascua hab�an venido, tambi�n ellos, de
Tiahuanacu y eran, por lo tanto, daneses. � S�lo en el siglo x, en efecto, los daneses pod�an utilizar indiferentemente las letras del antiguo futhark y las del futhorc, y esto �nicamente en sus colonias de Gran Breta�a e Irlanda. �
El futhark punteado, por el contrario, naci� m�s tarde: no exist�a a�n
- o, de cualquier modo, apenas empezaba a ser empleado en Dinamarca
- cuando Ullman y sus hombres desembarcaron en M�xico, antes de pasar
al Per�. Su empleo en nuestras inscripciones, junto con los
elementos cristianos que, manifiestos en � �
� �Por qu�, ya que estaban en eso, no se hab�an quedado en el Beni de la actual Bolivia, al pie de los Andes, adonde los di ag�itas de Cari no hab�an ido a buscar a los daneses que se hab�an replegado en la regi�n y donde Alcide d'Orbigny, a principios del siglo XIX, pudo aun encontrar y estudiar a sus descendientes, o hasta en la seductora Santa Cruz de hoy donde viven los guarayos que parecen tener el mismo origen? �
La l�gica, por cierto, no siempre
inspira a los fugitivos. � Este solo hecho hace veros�mil, y aun probable, la presencia, en la regi�n que nos interesa, de fortines permanentes donde soldados viv�an con sus familias. Tal vez, inclusive, y el descubrimiento en Cerro Morot� de inscripciones r�nicas que es dif�cil atribuir a soldados rasos tiende a confirmarlo, las dos hip�tesis sean conjuntamente v�lidas. �
En este caso, algunos
refugiados de Tiahuanacu se habr�an replegado sobre las plazas
fuertes del Paraguay donde se habr�an instalado y habr�an
degenerado, salvo que ellos hubieran proseguido su viaje hasta el
Atl�ntico y se hubieran hecho a la mar. � Lo m�s sencillo, al respecto, es citar al P. de Charlevoix que resume perfectamente los relatos que figuran en las Cartas Annuas, los informes enviados cada a�o a Roma por los jesuitas del Paraguay, y en particular la carta del P. Jer�nimo Herr�n, procurador general de la Provincia.
A este resumen agreguemos, seg�n el P. Guevara, una menci�n del Diluvio, com�n, en su esencia, a todos los pueblos amerindios, o casi:
En cuanto a lo que Charlevoix, en el lenguaje de su tiempo, llama "f�bulas groseras" y "dogmas monstruosos", contiene, al lado de las creencias que constituyen el fondo com�n de la religi�n tup�-guaran�, elementos paganos que se acercan extra�amente a la mitolog�a germ�nica y deben remontarse al per�odo precristiano de la presencia danesa. � El P. Guevara nos dice, por ejemplo, respecto de los mocov�es, establecidos al oeste de Asunci�n:
Es �ste, muy exactamente, transpuesto en un pueblo de pescadores, el mito escandinavo del Fresno Yggdrasill. � Ni le falta una versi�n del fin del mundo - parcial, aqu�, es cierto - que recuerda las haza�as del lobo F�nrir y los del Monstruo de la Tierra de los nahuas el alma de una anciana que nadie hab�a ayudado a pescar se convirti� en una capivara - un carpincho, rat�n de agua del tama�o de un chancho silvestre - y roy� el �rbol del Mundo hasta derrumbarlo, con lo que caus� un da�o irreparable para toda la naci�n mocov�. �
Para los mby�e del Oriente paraguayo, el universo
descansa en cinco palmeras Pind�. Una sexta se alza en el centro de
la Tierra, donde fue engendrado el Padre de la Raza - el Padre Sol - a
orillas del manantial donde el Creador y su mujer hab�an satisfecho
su sed. Parece un relato de la Edda.
Realmente, uno se pregunta lo que puede significar este creador de cabrillas. Tal vez el buen padre haya entendido mal lo que le contaban los ind�genas. � Pero el nombre que lleva el Dios supremo de los mocov�es, Gdoapidagalte - y este nombre no tiene sentido alguno en guaran� - empieza con dos s�labas, gdo (que se parecen extra�amente a goat, cabra en antiguo escandinavo. � Cosa m�s curiosa a�n, este animal ins�lito se encuentra mencionado, en 1555, en la primera Relaci�n de los agustinos sobre sus misiones peruanas de Guamachuco, al norte de Lima y al este de Trujillo, que relata como, seg�n la mitolog�a local,
Cabra es palabra
castellana y la ausencia de may�scula parece indicar que no se
trataba de un nombre de persona. Gabrad parece no ser sino una
deformaci�n accidental del vocablo anterior, mal copiado o mal
le�do. � �Los jesuitas habr�n inventado este cuento? No lo creemos y hasta encontramos, en uno de sus textos, una prueba convincente de su buena fe. � En una Carta annua de 1614, el P. Diego de Torres, Provincial de la Compa��a, relataba, en efecto, que el santo Ap�stol hab�a llegado, del Brasil, al Guayr� por el r�o Tibagipa. Este curso de agua existe, pero se llama simplemente Tibag�. �
Pa es un sufijo guaran� que significa "todo, entero". Luego,
el informante del P. de Torres, que veros�milmente no dominaba
todav�a el guaran� en todos sus matices, se hab�a limitado a
transcribir lo que los indios le hab�an contado. Se le hab�a dicho
"Tibagipa" y repet�a "Tibagipa" sin entender que la palabra quer�a
decir: "el Tibag� todo", de su fuente a su desembocadura. � Charlevoix, ya lo hemos visto, pone de entrada en duda la predicaci�n de Santo Tom�s:
Pero Charlevoix escrib�a en Par�s, sin haber pisado jam�s la tierra paraguaya. � M�s interesante resulta citar al P. Lozano , quien, �l s�, conoc�a muy bien el pa�s y sus habitantes:
Aun el P. Cataldino, uno de los primeros misioneros que hayan relatado las tradiciones ind�genas relativas al Ap�stol Blanco, no lo hizo jam�s sino con una extremada prudencia:
El buen padre muestra, por lo dem�s, una inocencia que refuerza, si no su capacidad de juicio, por lo menos su buena fe de relator. �
Entre esas "particularidades" que los indios le hab�an
contado "antes que sucediesen", menciona el hecho de que los
ind�genas ser�an concentrados en aldeas que "tendr�an por capit�n a
un espa�ol"... � El P. Diego de Torres, destinatario de la carta que acabamos de citar escrib�a tranquilamente el a�o siguiente, desde C�rdoba, en la actual Argentina, donde resid�a, en una de sus Cartas Annuas:
Estas pocas citas, y podr�amos multiplicarlas sin agregarles nada, esclarecen suficientemente el problema. � Los padres que la Compa��a enviaba a las Misiones no eran ni sabios, ni fil�sofos, ni siquiera te�logos, sino hombres de acci�n y organizadores. Ten�an la fe del carbonero, s�lida y sin matices. � Al llegar al Paraguay, pensaban encontrar a salvajes posesos del Demonio. �Qu� sorpresa la suya cuando estos adoradores de los �dolos, can�bales y pol�gamos, por colmo, les cuentan que un predicador cristiano, en otros tiempos, hab�a recorrido la regi�n, les hab�a dejado profec�as que estaban realiz�ndose y les hab�a hablado de un Dios trinitario cuyo Hijo, redentor del g�nero humano, hab�a nacido de una virgen! �
Los indios,
no lo dudamos, de seguro hab�an embellecido un tanto sus
tradiciones. Pero no lo pod�an haber inventado todo, tanto menos
cuanto que los mismos relatos se o�an, desde Bah�a al Per� - sin
siquiera hablar de M�xico - en pueblos que no ten�an entre s�, por
lo menos en la �poca de la evangelizaci�n jesu�tica, el menor
contacto. � Pero este algo era entonces, y hasta hoy, perfectamente inexplicable. Se pod�a, por lo menos, utilizarlo ad majorem Dei gloriam. Bastaba dar, por consonancia, al Predicador desconocido un nombre de Ap�stol y afirmar lisa y llanamente como hecho indiscutible, no sin adornarlo con milagros evang�licos - el cojo, el ciego, el resucitado - su paso por el Paraguay. �
Los Padres
Provinciales y sus superiores se encargaron del asunto. Tal vez
ayudaran as� a la cristianizaci�n de los indios. � Se niega a todo an�lisis de los relatos hechos por los misioneros. Para �l, la menci�n del Ap�stol Santo Tom�s es inseparable de la tradici�n ind�gena tal como la relatan los jesuitas. �
Y puesto que la
presencia del Ap�stol en Am�rica es inadmisible, no hay m�s remedio
que rechazar el conjunto. Nada m�s equivocado. �
� Del nombre Zum�, cuyo origen probable veremos m�s adelante, los jesuitas hicieron Turn� y, luego, Tom�. Ahora bien: en castellano, Santo Tom� se dice a menudo por Santo Tom�s. � La falsificaci�n onom�stica es flagrante. La prueba el hecho de que el P. de Charlevoix, que escribe en franc�s, no vacila, a pesar de su prudencia, en convertir la e final en una a. Pay Zum� o Turn� se transforma as� en Pay Zuma o Tuma. �De ah� Thomas, la �nica forma francesa del nombre del Ap�stol! �
No se puede tratar de un
error de transcripci�n ni de tipograf�a, pues no se encuentra en
ninguna otra parte esta substituci�n en las obras del buen padre. �
Para seguir mejor el
itinerario del santo var�n, llegando al Guayr� "por la mar del
Brasil", vamos a empezar por los que se refieren a las tierras
portuguesas, cuya frontera del sudeste estaba situada, en el siglo
XVI, al norte del r�o Paranapanema (cf. Mapa al final del volumen). �
Ya se trata del personaje que vamos a
reencontrar a lo largo de todo nuestro estudio: un sacerdote
taumaturgo de raza blanca que, con un grupo de disc�pulos, predicaba
a los indios "la fe del Cielo", como dice Charlevoix, y las normas
de la moral cristiana, no sin agregar algunos consejos pr�cticos
sobre el cultivo de la mandioca y sobre el modo de hacer tapioca con
este tub�rculo. � Estos puntos son tres: Bah�a, donde Pay Zum� desembarc� en el Brasil por primera vez; Cabo Fr�o, a 200 km a vuelo de p�jaro al norte de R�o de Janeiro y a 240 km al sur del cabo que se llama todav�a hoy Sao Tom�; la isla de Santos, en la bah�a donde est� situada el puerto del mismo nombre y en la cual se hallaba, en el siglo XVI, la capitan�a de San Vicente. �
En la Bah�a de Todos los Santos habr�a
salido milagrosamente de las aguas, cuando Zum� era perseguido por
enemigos que trataban de matarlo, un camino de arena de 2,5 km que
los indios llamaban Maraip�, vale decir Camino del Hombre Blanco. �
El P. Nicol�s du Toict, m�s conocido con el
nombre hispanizado de Nicol�s del Techo, cuenta en efecto que
colonos brasile�os de la frontera, traficantes de esclavos indios
que hab�an venido a los nuevos pueblos guaran�es a venere - para
fornicar - hab�an penetrado a duras penas, y no sin correr
considerables peligros, hasta el r�o Mara��n - era �ste, en aquel
entonces, el nombre que llevaba el Amazonas - y hab�an comprobado que
los indios de la regi�n conservaban, por tradici�n, el recuerdo de
Santo Tom�s.
Es evidente que el recuerdo de una llegada por el mar, y precisamente a Cabo Fr�o, no puede referirse a los antepasados de los guaran�es propiamente dichos ni de ningunos otros amerindios. � S�lo puede tratarse, pues, de blancos que desembarcaron en el Brasil, no encontraron en la regi�n sino "fieras", vale decir ning�n pueblo civilizado, y construyeron ciudades - los guaran�es no conoc�an sino las aldeas de cabanas - para dispersarse despu�s, como consecuencia de querellas intestinas, por Sudam�rica. � La afirmaci�n de que una fracci�n de los reci�n llegados hab�a ido del R�o de la Plata a "Chile, Per� y Quito" bastar�a para mostrar que se trataba indudablemente de blancos. �
Pues jam�s los guaran�es han ocupado esas
regiones, mientras que el itinerario Cabo Fr�o-Paraguay-Per�-Ecuador
fue por el contrario, como veremos, el de Pay Zum� y sus compa�eros. � Notemos, por fin, una extra�a coincidencia sobre la cual volveremos en el cap�tulo VI: en 1504, el capit�n dieppense Paulmier de Gonneville, a la vuelta de una expedici�n que lo hab�a llevado a la costa de Santa Catalina, a la altura del Guayr�, hizo escala en el pa�s de los Tupinamb�s - cuyo centro costero era, precisamente, Cabo Fr�o - y en Bah�a. �
�Fue por casualidad, o ten�a �l datos geogr�ficos
conocidos por los normandos? Y podemos formularnos la misma pregunta
con respecto a otro capit�n dieppense, Jean Cousin, que habr�a
alcanzado, en 1488, la desembocadura del Amazonas. �
�
� Data de 1538 y lo encontramos en una carta dirigida a Juan Bernal D�az Lugo, oidor del Consejo de Indias. No se refiere a Pay Zum�, sino directamente a Santo Tom� y a uno de sus disc�pulos, un indio llamado Etiguar� que predicaba "en distancias de doscientas leguas" - unos 1100 km - y que, mucho antes de que se hubiera o�do hablar de los espa�oles, anunciaba la llegada de "hermanos de Santo Tom�s" que bautizar�an a los ind�genas. � Sin omitir, por supuesto, condenar la poligamia y los casamientos consangu�neos, ni ense�arles "cantares que hasta hoy guardan y cantan". � Por el contrario, es el nombre de Pay Zum� el que figura en un documento real de 1546, anterior, tambi�n �l, a la primera carta jesu�tica, que relata una an�cdota sumamente significativa. � Para ir a Asunci�n, el P. Bernaldo de Arment�a se hab�a unido a la expedici�n del Adelantado del R�o de la Plata, don Alvar N��ez Cabeza de Vaca, de la que hablaremos largamente en el cap�tulo IV. � En un punto de la traves�a del Guayr�, el jefe de la columna,
Por lo tanto indios recientemente convertidos llamaban "Pay Zum�" a un religioso cat�lico. �
Exactamente como los nahuas daban a los
capellanes espa�oles, en la �poca de la conquista, el nombre de
papas que no pertenec�a a su idioma, sino que ven�a, por el
contrario, de los monjes irlandeses que hab�an evangelizado M�xico
cinco siglos antes.
El P. Cataldino nos trae, en la misma carta, importan datos geogr�ficos respecto del itinerario, que reconstituimos en el pr�ximo cap�tulo, de Pay Zum� por el Guay:
Al retomar casi textualm te estas l�neas, el P. Diego de Torres, Provincial de la Compa��a, escribe m�s correctamente, en su carta annua de abril de 1614, "r�o Tibagipa": ya hemos visto que el nombre exacto de este curso de agua es Tibag�. �
En cuanto a Huybay, es �sta la transcripci�n fon�tica
espa�ola del nombre que, en los mapas actuales, se escribe Iva�. El
P. Lozano, por su lado, precisa que el santo var�n se fue del
Pequir� al Iguaz�. Lo
que confirman tanto el trazado del camino que recorri� Pay Zum� en
el Guayr�, ya lo veremos, como el itinerario que sigui� en el
Paraguay propiamente dicho. � En especial la que se refer�a a la monogamia obligatoria. Daban, en efecto, a los misioneros el apodo que ya aplicaban a su santo predecesor: Pay Abar�. E. P. Ruiz de Montoya explica que abar� - avar�, seg�n la ortograf�a moderna - significa Homo segregatus a venere, hombre casto. � Es �sta una traducci�n eufem�stica. Pues Pay Abar� quiere decir muy exactamente, salvo respeto, Padre Marica. Montoya no lo ignoraba, puesto que reconoc�a que,
Y explica por qu�:
El buen padre agrega, no sin raz�n, que el hecho de que los indios hayan dado a Pay Zum� el apodo de Pay Abar� constituye la prueba de que se trataba de un sacerdote cristiano. �
Jam�s los "viejos, los Magos y
hechiceros"... "que usurparon el vocablo Pay" habr�an hecho lo mismo
con abar�, palabra insultante si la hubiera. �
M�s adelante,
los jesuitas insistir�n mucho menos en este g�nero de episodios... �
� Va a reaparecer, con el nombre de Thunupa, en el Per�. Estudiaremos en el cap�tulo siguiente el camino que sigui� para llegar all�. B�stenos decir, por el momento, que se lo reencuentra - siempre seg�n las cr�nicas - en las actuales provincias bolivianas de Tarija y Santa Cruz. � El doctor Francisco de Alfaro, citado por el P. Lozano, escribe:
El P. Ramos precisa:
Pero el P. Lozano excluye su paso por esta �ltima provincia que comprend�a entonces los actuales territorios del �oroeste argentino, desde C�rdoba a la frontera boliviana. �
El P.
Antonio de la Calancha, un agustino del Per�, hace llegar al ap�stol
a Tarija a la vez por el Tucum�n y por
Chile. Veremos m�s adelante que se equivoc� en cuanto este �ltimo
itinerario. Todo eso, por lo dem�s, es muy confuso. No as�, ni mucho
menos, la tradici�n peruana. � El P. de la Calancha nos da un ejemplo altamente c�mico de los esfuerzos realizados en este sentido:
En realidad, no veremos nada, pues el cronista no vuelve sobre el tema. � En contrapartida, nos explica el origen filol�gico del nombre de Tunupa:
Generosamente, el P. de la Calancha atribuye a Dios su propio trabajo... Todos los cronistas del Per�, por lo dem�s, no actuaron del mismo modo, ni mucho menos, y, como en el Paraguay, no faltaron esc�pticos entre ellos. � Sarmiento de Gamboa, por ejemplo, trata muy mal el mito aymar� de la creaci�n del mundo por un Dios de raza blanca:
Cieza de Le�n va a ver la estatua de un templo de Cacha del que,
Y el
P. Ramos, que siempre habla de un santo pero se cuida mucho de no
darle jam�s un nombre cristiano, no vacila - daremos un ejemplo de
ello m�s adelante - en reproducir varias opiniones contrarias a su
propia teor�a. � Al citar las tradiciones ind�genas, los cronistas mencionan el "santo con muchos nombres: Tunupa, Tonapa, Taapac, Tarapac; Viracochapacha, Arunau, y otros m�s. Pero es el primer el que vuelve m�s frecuentemente. � Pachacuti Yamqui Sacamayhua, convertido por el bautismo en Juan de Santa Cruz, le da, sin embargo, una ortograf�a un tanto distinta de la que se encuentra en los escritos de los espa�oles. Este indio hispanizado era un hombre muy culto y dominaba a fondo el quichua y el aymar�, los dos idiomas ind�genas del Altiplano, y dispon�a, por lo tanto, mejor que nadie de las tradiciones locales. �
Ahora bien, �l escribe Thunupa. La combinaci�n de las letras t y h no existe en castellano.
Agregar una h - letra siempre aspirada, quichua - a la t de Tunupa
s�lo puede tener como prop�sito y como resultado lograr el
equivalente del th ingl�s - o norr�s - cuyo sonido figura en la lengua
del Per�. �
De Thu� Gnupa a Thunupa, no
hay sino un paso, sobre todo teniendo en cuenta el habla cerrada de
los indios del Altiplano. Y Thunupa se vincula entonces con Zum�, ya
que la pronunciaci�n de la z se acerca, en algunas regiones de
Espa�a, a la del th ingl�s. � Salcamayhua se encarga de disipar nuestras �ltimas reservas. Precisa, en efecto, que el Ap�stol era llamado Thunupa Vihinquira y Thunupa Varivilica. Quira, en quichua (kira, seg�n la ortograf�a actual) significa "hijo", en el sentido lato del t�rmino, "descendiente". � Y vihink, si se tiene en cuenta el doble hecho de que la h es aspirada, en quichua, y que la k y la g se confunden, se parece realmente mucho a vikingo. El Sacerdote Gnupa, hijo de vikingo: �imposible exigir una definici�n m�s clara! � En cuanto a Varivilica, tenemos la impresi�n de que Salcamayhua tom� a El P�reo por un hombre, como dice La Fontaine. Esta palabra proviene, en efecto, de dos vocablos escandinavos: vari, guerrero, de la cual proceden el nombre de los famosos varegos, los conquistadores vikingos de Rusia, y el de Varinga, el h�roe m�tico de los Maoris, y virk, fortaleza, que ha dado vilka (huilka, seg�n la ortograf�a actual), en quichua. �
Luego, Thunupa Varivilica significa, por el juego del genitivo saj�n, algo
como Fortaleza Protectora del Sacerdote Gnupa, el lugar de repliegue
que mucho necesitaba, como veremos, el santo var�n. � En este punto, no hay ni el menor asomo de duda en la mente de los cronistas, aun cuando se niegan a identificarlo con Santo Tom�s, como Cieza de Le�n, aun cuando no vacilan, como el P. Ramos , en citar la opini�n adversa de tal o cual religioso que no quiere ver en �l sino un hechicero "contrario del Santo... as� como San Pedro tuvo por opuesto y �mulo a Sim�n el Mago", seg�n las palabras del Licenciado Bernab� Sede�o, cura y beneficiado de Carabuco. Thunupa recorr�a sin cesar el pa�s y, en todos lados, predicaba "la ley de Dios" y ense�aba a los indios, a quienes hablaba "amorosamente y con mucha mansedumbre", el amor del pr�jimo y la caridad, les reprochaba sus vicios y los exhortaba a no tener sino a una sola mujer. � En todas partes atacaba el culto del Sol y destrozaba los �dolos. � En todas partes, tambi�n, curaba a los enfermos, devolv�a la visi�n a los ciegos , expulsaba a los demonios C10), hac�a caer sobre los imp�os el fuego del cielo, tan violento que las piedras quemadas se hicieron livianas como corcho (r>1'r14). Es probable que todo eso haya sido un tanto "actualizado" por los indios y por los misioneros. �
Aun despojada de cualquier fantas�a
"apost�lica" u otra, la imagen de Thunupa sigue siendo, de cualquier
modo, la de un predicador cristiano. � A veces llevaba puesta una "vestidura" o una t�nica con cintur�n que "le daba hasta los pies" - Salcamayhua, Betanzos -� blanca, precisa el �ltimo; otras veces andaba vestido "casi como los indios - Ramos - o usaba una camiseta morada y una manta carmes� - Oliva - , lo que deb�a de darle una apariencia un tanto episcopal. �
A veces lleva en la mano un
breviario - Salcamayhua, Betanzos -� y un b�culo o bord�n - Salcamayhua
, Ramos - . Siempre tiene un aspecto autoritario y venerable. � Las cr�nicas nos dan la respuesta:
Los indios,
E.P. Ramos, que relata largamente, no sin contradicciones, los viajes del ap�stol, no se atreve a definir el itinerario de su predicaci�n y opina que los acontecimientos que rese�a "bien pudieran haber sucedido en diversos tiempos". � El P. de la Calancha m�s preciso, menciona a "dos predicadores", el Maestro, Thunupa, y el Disc�pulo, Taapac, del que los indios hac�an el hijo del primero, lo cual,
Betanzos, por su parte, encargado por el Virrey don
Antonio de Mendoza de estudiar la cuesti�n, habla, ya en 1551, vale
decir menos de veinte a�os despu�s del inicio de la Conquista, de
los viracochas, en plural, y relata que su jefe, Con Ticsi
Viracocha, hab�a enviado a dos de ellos al interior del pa�s, uno
hacia el Norte y el otro hacia el Sur, mientras que �l mismo iba al
Cuzco. � Betanzos, en efecto, se refiere al mito aymar� de la creaci�n del mundo por el Dios Blanco al que menciona con el nombre dan�s apenas deformado que le daban los quichuas: Huirakocha - que los espa�oles escrib�an Viracocha - de hvitr, blanco, y goth, dios. � Vimos en El Gran Viaje del Dios-Sol que este mito descansaba en la tradici�n hist�rica de la llegada al Altiplano de un grupo de vikingos que civiliz� la regi�n, y que mito y tradici�n no siempre estaban bien separados en la mente de los indios. La misma confusi�n impera en lo que ata�e a Thunupa. � Pues no cabe duda de que es �l a quien Betanzos nos describe con el nombre de Con Ticsi Viracocha, vale decir el del Dios Blanco:
Esta misma confusi�n, la
se�alamos en otro lugar en cuanto a Quetzalc�atl, el Dios Blanco de
los Nahuas, que la tradici�n nos presenta a veces como un guerrero,
otras veces como un sacerdote, mientras que los dos personajes est�n
perfectamente diferenciados entre los mayas. � El P. de la Cala cha, en 1636, es terminante al respecto: Thunupa no llevaba el nombre "de Viracocha, como pretende el Padre Fr. Gregorio Garc�a, que ese dieron al primero que despu�s del Diluvio vino por la parte del Septentri�n a poblar este Nuevo Mundo con otros que le acompa�aron; y andando el tiempo lo adoraron por Dios". La aclaraci�n perfecta. �
Nos encontramos frente a dos grupos de personajes: por un lado, los
vikingos paganos que llegan del Norte, por el mar, en el siglo XI y
cuyo jefe, Huirakocha,
ser� divinizado; por otro lado, Thunupa, el sacerdote cristiano, y
sus disc�pulos que alcanzan el Altiplano por el Brasil, el Paraguay
y Santa Cruz, sin que se excluyan, lo dem�s, varias llegadas
distintas, escalonadas en el tiempo, de sacerdotes cristianos,
unificados y mitificados, las tradiciones ind�genas, con el nombre
de uno de ellos. � El jefe local, padre del futuro Manko K�pak, el primer emperador inca, lo recibi� amistosamente, pero no as� la poblaci�n. El viajero fue hospedado en su casa por el jefe en cuesti�n, a quien regal� un pedazo de su b�culo y gracias a cuya influencia logr� hacerse escuchar. �
Manko
march� sobre el
Cuzco hacia el a�o 1300. El encuentro entre su padre y Gnupa no pudo
acontecer, pues, sino en la segunda mitad del siglo XIII, antes de
1290, fecha de la derrota de los daneses en la isla del Sol. � Debemos, en efecto, a Cieza de Le�n dio un relato extra��simo, pero sumamente revelador, acerca del desembarco en la Punta de Santa Elena, cerca de Puerto Viejo, en el actual Ecuador - all� mismo donde reembarcaron los Hombres de Tiahuanacu despu�s de la derrota de 1290 - de gigantes que, en una �poca indeterminada, asolaron la regi�n:
Sigue una descripci�n horr�fica de estos gigantes - "el vulgo... siempre engrandece las cosas m�s de lo que fueron", aclara Cieza - que saqueaban los bienes de los indios, les robaban mujeres por no haber tra�do ninguna con ellos, pero tambi�n cavaron pozos hond�simos y,
El que esos gigantes se hayan entregado a la sodom�a,
Pero s� un punto fundamental atrae nuestra atenci�n: las extra�as caracter�sticas de barcos que tripulaban los gigantes, balsas de juncos ten�an forma de grandes barcas. � Jam�s pueblo alguno, diga lo que diga Thor Heyerdah�, emple� en el mar embarcaciones de este tipo que se utilizaron en el Nilo, milenios atr�s, y en el Lago Titicaca donde se las puede ver todav�a hoy. Se trata realmente de balsas, pues est�n hechas de haces de juncos atados unos a otros, sin calafatear. Pero tienen forma de botes. �
M�s a�n: con su proa y su popa alargadas
y con su vela cuadrada - de lejos se parecen a drakkares. Los indios
s�lo conoc�an las balsas chata troncos y los botes de totora del
Titicaca. Los barcos los gigantes ten�an la misma forma que estas
�ltimas: dedujeron de ello que estaban hechos del mismo material y
construidos seg�n la misma t�cnica. Parece que los gigantes en
cuesti�n no eran m�s que vikingos.
Ya en el siglo XVI el P. Miguel Cabello de Balboa hab�a recogido entre los indios de Chile una naci�n que conten�a la misma referencia geogr�fica. Pero no se trataba de gigantes, sino de hombres blancos de aspecto sacerdotal llegados,
�Sacerdotes o gigantes, qui�nes pod�an ser esos marinos que antes del siglo XVI, sub�an por la costa del Pac�fico desde el extremo Sur y desembarcaban en Chile y Ecuador? �
Para contestar esta pregunta,
basta echar un vistazo al mapa de Mart�n �
Ahora bien: los �nicos europeos que conoc�an la regi�n eran los
daneses de Tiahuanacu. � Sin embargo, en el Per� como en el Paraguay, el misionero padeci� innumerables persecuciones por parte de los indios y, tal vez, tambi�n de sus compatriotas paganos. En Cacha, trataron de lapidarlo en Yamquisupa, lo expulsaron brutalmente , como tambi�n en Pucar�; en Carapucu (Carabuco), donde hab�a bautizado a la hija de Makuri, el pr�ncipe sanguinario que hab�a unificado el pa�s, lo echaron en la c�rcel y lo condenaron a una muerte cruel; en Sicasica, metieron fuego al "lecho de esparto" en el cual dorm�a. � Cada vez, escap� gracias a un milagro. Un d�a, sin embargo, se aventur� hasta la isla del Sol, y lleg� el final. � Los indios - �o los daneses? - lo empalaron y, luego, colocaron su cuerpo en una balsa que "echaron en la gran laguna del Titicaca". Un viento milagroso empuj� la embarcaci�n hasta la costa de Cachamarca que se abri� para dejarla pasar por lo que es, desde entonces, el r�o Desaguadero. � La balsa,
El P. Oliva nos da del mismo acontecimiento una versi�n un
tanto distinta: los matadores se embarcaron con el cuerpo que ten�an
el prop�sito de abandonar en una isla desierta, pero su bote zozobr�
en el medio del lago y despareci� para siempre. � El quinto emperador inca, K�pak Yupanki, mand� una expedici�n al Titicaca a buscar agua del lago para bautizar a su hijo Inka Roka durante las ceremonias de la fiesta de Thunupa, fiesta �sta que las cr�nicas, por lo dem�s, s�lo mencionan en esta oportunidad. �
El agua "que hab�a sido tocada" por Thunupa se volcaba en un recipiente de oro situado en el medio de la
plaza Huacay-Pata, en el Cuzco, donde se le rend�an honores. La casa
que ten�a
nuestro ap�stol al pie de una peque�a colina, cerca del r�o que se
encuentra al entrar en Jauja por el camino del Cuzco, se conserv�
por orden del emperador.
Luego,
no es yendo para el Per� que Pay Zum� pas� por Chile, como lo
escribe en otro lugar el P. de la Calancha, sino, por el contrario,
desde el Per�. �
�
Seg�n sus tradiciones, en efecto, los pies del ap�stol - y a veces de
sus disc�pulos - se hab�an grabado en la piedra, sea en el lugar
donde el santo var�n hab�a detenido milagrosamente a enemigos que lo
persegu�an, sea en alguna roca elevada donde sol�a predicar. (Cf. L�m. VIII). � "Huellas de pie" del mismo g�nero abundaban tambi�n en Cabo Fr�o y en el campo de Para�ba, en los alrededores, probablemente a orillas del r�o del mismo nombre que pasa a unos 60 km al noroeste del lugar en cuesti�n, donde estaban acompa�adas de letras, esculpidas en la piedra, cuyo sentido se desconoc�a. �
El P.
Ruiz de Montoya agrega que en el fin de la playa de Santos donde Pay Zum� desembarc�, frente a la barra de San Vicente, se pod�an ver las
huellas que dej� en una roca elevada, a un cuarto de legua del
pueblo. El P. Lozano precisa que no estaban grabadas, sino pintadas. �
Mencionemos tambi�n, seg�n el P.
Lozano, los rastros dejados por Pay Zum� a orillas del Iguaz�, en el
lugar donde se hab�a reclinado "para recrear un poco - sus fatigados
miembros". En los alrededores de
A los relatos de Ruiz de Montoya y de Lozano, y testimonio del Dr. Lorenzo de Mendoza, obispo de Asunci�n, que menciona el �ltimo, los cr�ticos no faltaron oponer una opini�n de peritos que reproduce lealmente P. Jos� Quiroga. � Tres ge�grafos, el capit�n de fragata Manuel Flores, el teniente de nav�o Atanasio Baranda, el teniente de fragata Alonso Pacheco, hab�an o�do hablar de las huellas del Ap�stol Santo Tom�s y quisieron dar cuenta de si se trataba verdaderamente de improntas de pie. �
Fueron a ver y, a la vuelta,
afirmaron que los rastros "ni semejanza ten�an de haber sido huellas
de hombre". �
Cuando las
aguas bajaban, sin embargo, se descubr�an las huellas de un hombre,
grabadas en una de las piedras. Los indios las atribu�an a Pay Zum�. � Seg�n varios testimonios, entre los cuales el de Julio Ram�n C�sar, oficial ingeniero que pas� dieciocho a�os en el pa�s como miembro de la Comisi�n de Fronteras, se la llamaba "Gruta del Ap�stol Santo Tom�s". No ten�a nada de especial, ya en aquella �poca, salvo que el sol entraba por una claraboya. � Se cre�a ver en ella un altar con sus atriles y candeleros, todo de una sola piedra, una sacrist�a y un pulpito donde predicaba el Ap�stol.
Esta gruta era, evidentemente, un lugar de culto y el detalle del rayo de sol parece indicar que se trataba de un culto solar, luego anterior o, por lo menos, ajeno a Pay Zum�. �
La descripci�n sugiere
un dolmen b�pode subterr�neo. Tal vez el hecho no carezca de alguna
relaci�n con el templo, del que nos habla Lozano y, que se alzaba en
el cerro de Nautingu�, cerca de la Sierra de Yvytyremb�. En este
Sancta Sanctorum, seg�n los propios t�rminos del cronista, los
indios veneraban las osamentas de un tal Urubol� o Urubumorot�n:
Cuervo Blanco, en guaran�. � La primera se debe a Fray Raimundo Hurtada, doctrinante del pueblo, que escribe:
El otro testimonio es m�s preciso. � Est� contenido en el informe enviado en 1625 al arzobispo Gonzalo de Ocampo por el Licenciado Duarte Fern�ndez, visitador de Calargo:
El P. de la Calancha - quien, por su parte, escribe Cantaucaro - precisa que los indios dec�an que la estrella era la vestimenta del Santo. � Se escandaliza de que el Visitador haya hecho picar "una huella tan digna de veneraci�n" con el pretexto de que los indios la adoraban, cuando la cruz que se hab�a colocado en ella habr�a bastado ampliamente para desterrar toda idolatr�a. �
Y, lo que es m�s
importante para nosotros, reproduce el dibujo que el iconoclasta
hab�a incorporado a su informe. (Cf. Fig. 14).
� � Notemos de inmediato que no se trata en absoluto de un conjunto incoherente de grabados rupestres de estilo ind�gena, sino de un cuadro cuidadosamente compuesto que tiene la forma de un escudo franc�s antiguo de alrededor de 75 cm de alto. � Vemos en su centro la huella en cuesti�n, con dos signos, uno a cada lado, que tal vez sean llaves como piensa Fern�ndez, o tambi�n las letras latinas min�sculas d y b; debajo, tres c�rculos conc�ntricos y una ancla; y encima, once o doce letras. Las dos primeras pueden ser r�nicas y la pen�ltima de la primera hilada pertenece indudablemente al alfabeto escandinavo. � Pero los dos signos que dominan la huella son x latinas min�sculas, tan claras como sea posible, mientras que los dos grupos J C y el grupo J-C sugieren - pero nada m�s - la idea de monogramas latinos que simbolicen a Jesucristo. De cualquier modo, el conjunto carece de sentido para nosotros. �
Pero se vincula, sin duda alguna, a
los daneses de Ti�huanacu - los indios de la �poca incaica no
conoc�an el ancla - y muy probablemente al Padre Gnupa: la mezcla de
letras latinas y r�nicas, por un lado, y la forma medieval y, m�s
especialmente, francesa del escudo parecen indicarlo. � Una o dos plantas de pie grabadas o pintadas en una roca bien visible eran, para los vikingos, el equivalente de las flechas de nuestra se�alizaci�n caminera. � No es nada sorprendente, pues, que rastros de este g�nero, acompa�ados a veces de signos convencionales incomprensibles para nosotros, hayan sido encontrados en los lugares por donde Pay Zum� hab�a pasado. �
�l no los hab�a dejado: los hab�a
seguido. Nada extra�o tampoco, por lo tanto, en que se los haya
encontrado en otras partes y hasta en M�xico. � En el curso de una pelea entre dos tribus rivales, los urinsayas y los anansayas, estos �ltimos hab�an reprochado violentamente a sus enemigos el haber lapidado a un santo, en otros tiempos, e intentado quemar una cruz que llevaba. Pero ellos, los anansayas, la hab�an recogido y escondido. Algunos j�venes se apresuraron a avisar al cura. �
Seg�n otra versi�n, �ste se
enter� por su sacrist�n que hab�a obtenido el dato de una mujer
"durante una fiesta y borrachera". O tambi�n por un indio que
esperaba una gratificaci�n. � M�s a�n, prosigui� con las excavaciones en el lugar donde se la hab�a desenterrado y un tercer clavo de cobre apareci�, el que se llev� a Charcas. � Entre tiempos, se hab�an soltado las lenguas y los indios ya no hab�an vacilado en contar lo que la tradici�n les hab�a ense�ado: un santo var�n hab�a tra�do la cruz y la hab�a plantado en la cima de un cerro que los ind�genas utilizaban para sacrificios paganos. �
Cuando la llegada de los
espa�oles, observando que �stos levantaban cruces en todas partes
como s�mbolos de su toma de posesi�n del
pa�s, hab�an derribado la suya e intentado destruirla. Pero hab�a
resistido el fuego y en vano hab�an tratado de hundirla en el lago:
por m�s que la hubieran cargado con piedras, siempre hab�a vuelto a
la superficie. Entonces hab�an decidido enterrarla. �
Y el P. del
Techo agrega que nadie hab�a visto jam�s, en el Per� ni en las
regiones adyacentes, una materia semejante a la de que la cruz
estaba hecha y que el P. Ruiz de Montoya supon�a que hab�a llegado
del Brasil, donde hay �rboles de esta especie, a trav�s del Guayr� y
el Paraguay. � Bandelier que estudi� a fondo el problema, inclusive yendo a Carabuco en 1897, nota con raz�n que las tradiciones ind�genas relativas a la cruz y que relatan, no s�lo sacerdotes, sino tambi�n laicos como Sim�n P�rez de Torres y Christ�bal de Jaque de los R�os de Mancaned no pueden haber sido inventadas, puesto que perjudicaban a los indios. �
El P. Ur�a , por lo dem�s, describe dos cuadros, de
factura muy primitiva, que ornamentaban la capilla de Carabuco y
mostraban que se le hab�a debido someter a tormento, para que
revelara donde estaba enterrada la cruz, a la mujer de quien el
sacrist�n del P. Sarmiento hab�a recibido la primera informaci�n.
Pues este "peque�o cofre" no pod�a ser sino
un breviario medieval de cierre met�lico, como el que Betanzos pone
en manos de Viracocha - a quien confunde, ya lo hemos visto, con el
predicador cristiano del siglo XIII - y como el que lleva el "Fraile"
de Tiahuanacu, estatua �sta que s�lo por indicaciones del Padre Gnupa o de alguno de sus compa�eros pudo ser esculpida por los
indios. � Se trata de,
Una t�nica sin costura, tornasolada e incombustible, hecha de una materia desconocida en la Sudam�rica precolombina, no hay sino un objeto que responda a esta definici�n; la cota de mallas que constitu�a lo esencial de la vestimenta de combate de los normandos, pero que los vikingos no conoc�an y que los espa�oles, que usaban coraza, ya no utilizaban desde hac�a tiempo en la �poca de la Conquista. � La que mencionan los cronistas - y es dif�cil que la hayan inventado, pues, manifiestamente, no saben de qu� est�n hablando - no deb�a de pertenecer al Padre Gnupa, aunque no faltaban sacerdotes, en la Edad Media, que practicaran el oficio de las armas. �
Pero de seguro hab�a
llegado con �l. �
�
La coincidencia de
ciertas esculturas de Tiahuanacu y algunas im�genes, en el sentido
medieval del t�rmino, de la catedral de Amiens nos hab�a llevado a
la conclusi�n de que un enlace entre Europa y el Altiplano hab�a
tenido lugar a mediados del siglo XIII. Ahora sabemos que existi�.
Inclusive tenemos algunas informaciones precisas sobre el personaje
que lo realiz�. �
En su recorrido, tropez� con serias resistencias: ni los
descendientes paganos de los vikingos ni los ind�genas pod�an
aceptar de buena gana dogmas y, sobre todo, costumbres que
contradec�an sus creencias y trastornaban su modo de vivir. Al
juzgar por los resultados, logr�, sin embargo, a pesar de las
dificultades, imponerse en el Altiplano. �
Tal vez, inclusive, hayan
agrupado bajo el nombre de un personaje �nico, convertido en mito, a
varios predicadores distintos y hasta sucesivos. Uno de ellos, de
cualquier modo, lleg� al Per� en la segunda mitad del
siglo XIII, despu�s de la construcci�n del port�n central de la
catedral de Amiens: el padre de Manko' K�pak lo conoci�, y esto
basta para demostrarlo. �
De ser as�, el mapa
de Mart�n Wa�dseem�ller permanecer�a, por lo dem�s, inexplicable,
como tambi�n el Tapiz de Ovrehogdal donde figuran llamas. Por lo
tanto, es l�gico pensar que fueron los vikingos de Tiahuanacu los
que retomaron contacto, en un momento dado, con Europa. �
Pero s� sabemos que el
camino que sigui� nuestro misionero por el Guayr� y el Paraguay no
hab�a sido trazado por �l y, m�s a�n, estaba destinado a permitir el
acceso al oc�ano desde Tiahuanacu m�s bien que a Tiahuanacu desde el
oc�ano, puesto que las "flechas indicadoras" de su se�alizaci�n
- las
huellas grabadas o pintadas - en varios puntos de la costa, se
dirig�an hacia el mar. � � � IV. Los Caminos del Para�so � � 1. El imperio de Tiahuanacu
�
Esta laguna proviene
de la deformaci�n sistem�tica que los incas hab�an impuesto a la
historia. Quer�an hacer olvidar a su s�bditos la derrota de la isla
del Sol y la destrucci�n del imperio de sus antepasados. Todo deb�a
haber empezado el d�a que, hacia 1300 los sobrevivientes de la gran
batalla, refugiados en la monta�a, hab�an retomado El Cuzco y, en el
marco del nuevo imperio, sacado a las poblaciones andinas del caos y
la barbarie. �
S�lo con Manko
K�pak la historia adquir�a consistencia. � Por lo dem�s, Sarmiento de Gamboa nos habla, sin precisar su cronolog�a, de un reino colla cuyo soberano, Chauchi C�pac, mandaba en un territorio que se extend�a desde 100 km al sur del Cuzco hasta Arequipa y Atacama, en el norte de Chile, y, al este, hasta las monta�as que dominan los Moxos. � No sabemos qui�n era Chauchi, pero su t�tulo", K�pak, es escandinavo (del norr�s kappi, hombre valeroso, h�roe, campe�n, caballero) y es el mismo que llevar�n los emperadores incas. Tambi�n se lo llamaba, por otro lado, Colla C�pac - algo como Pr�ncipe de los Collas - y se trataba tal vez del jefe local que los vikingos se subordinaron. �
Pero el
imperio de Tiahuanacu se extend�a mucho m�s all� del reino colla
que, probablemente, sirvi� de base para las conquistas ulteriores.
Bastar�a para probarlo el hecho de que la ciudad del Cuzco, en
territorio quichua, le pertenec�a. � Notemos, sin embargo, con las reservas del caso, que el Mallku (rey) Takuilla habr�a llegado, con sus ej�rcitos, hasta el norte del Ecuador y, en Colombia, hasta la frontera de la actual Venezuela, mientras que, en el sur, habr�a alcanzado Coquimbo, en Chile. Por otro lado, habr�a penetrado en las llanuras del Amazonas y del Paraguay y a �l se deber�a el nombre de Tumuk-Humak dado a un macizo monta�oso de la meseta brasile�a, a 300 km, a vuelo de p�jaro, al norte de las bocas del Amazonas y a 200 km del mar. � Es mucho para un solo monarca. Pero bien podr�a tratarse de una atribuci�n m�tica de las conquistas efectivamente realizadas, con tropas aymar�es, por los Hombres del Titicaca. Sabemos, por otro lado, que los daneses controlaban el imperio chim� y el reino de Quito que hab�an fundado. �
De seguro
hab�a por lo menos contactos entre Tiahuanacu y estos dos centros y
tal vez cierta unidad pol�tica.
El texto, siempre muy preciso, del cronista mestizo no deja ninguna duda al respecto. � Manko no traz� de ninguna manera estas rutas:
Y emplea exactamente las mismas palabras en lo
que ata�e a las otras direcciones. �
Estaba limitado, al
oeste, por el Pac�fico y comprend�a, al este, el Tucum�n, vale decir
todo el noroeste de la actual Argentina hasta C�rdoba, y las
actuales provincias bolivianas del Beni, Santa Cruz y Tarija. � En efecto, confunde Santa Cruz, entonces llamada Provincia de los Moxos, con el territorio de los musus (o de los mosos, puesto que, en quichua, la o y la u constituyen una sola vocal). � Nos dice que, para alcanzar esa regi�n, Yupanki sigui� el curso de un gran r�o cuya fuente se encuentra al este del Cuzco, el Amarumayu.
Sabemos,
nosotros, que el Amarumayu - hoy d�a, el Madre de Dios - es un
tributa - r�o del Beni, afluente del Madeira que desemboca en el
Amazonas al este de Manaos. La regi�n que pod�a alcanzar el
emperador Yupanki por el Amarumayu es, por lo tanto, el Beni y no la
Provincia de los Moxos, situada m�s al sur. � De ah� que Yupanki hiciera cortar una gran cantidad de �rboles de la zona.
Con esos troncos, el emperador mand� construir, lo cual exigi� dos a�os, balsas capaces de llevar treinta, cuarenta o cincuenta hombres, m�s el abastecimiento colocado, en el centro de cada embarcaci�n sobre una plataforma ligeramente levantada. �
La
"flota", con diez mil hombres, descendi� por el r�o hasta la
provincia de Musu. � Si la aplicamos a un itinerario qu� siga el Amarumayu, nos lleva mucho m�s all� de este r�o y del Beni, muy abajo en el curso del Madeira. Pero ninguno de estos cursos de agua se acerca, ni de lejos, a los 33 km de ancho. � En Sudam�rica, s�lo el Amazonas alcanza, antes d� su desembocadura, dimensiones de este orden. Ahora bien: a unas 200 leguas al norte del Cuzco, encontramos el Mara��n, vale decir el Alto Amazonas, que tiene, en Iquitos, si no 33 km, por lo menos una buena docena y m�s a�n. �
El Camino Real llega hasta �l, en Ja�n y hay en la regi�n
ruinas incaicas, y hasta preincaicas como las de la ciudad que
descubri�, en 1954, cerca de Chachapoyas, la expedici�n von Hagen. � No cabe ni la menor duda, por lo tanto, de que fue por el Amazonas que Yupanki trat�, vanamente, por lo dem�s, de alcanzar la provincia de Musu. � Pero, al tomar este camino, no hac�a, una vez m�s, sino seguirles el rastro a sus antepasados. Las inscripciones de la Piedra Pintada, entre otras, prueban que los vikingos frecuentaban la regi�n. Inclusive nos podemos preguntar si, en 1290, no ten�an en ella algunos establecimientos que, cortados de su base, subsistieron durante cierto tiempo, totalmente aislados. � Seg�n el coronel Fawcett, que no da sus referencias, las tradiciones ind�genas de Bolivia indican que los musus, en la �poca de las grandes invasiones, se hicieron rodear por sus tribus vasallas m�s salvajes, con orden de matar a quienquiera tratara de penetrar en su territorio. �
Tal vez, por otro
lado, no sea mera casualidad que el nombre de musu (o moso)
aplicado a una regi�n donde las tierras y las aguas nunca est�n
estrictamente separadas, se parece tanto a mose, pantano en dan�s. � En 1535, apenas llegado al Per�, Hernando Pizarro enviaba a Pedro de Candia a buscar el Reino de Ambaya y la capital, Manoa, del Gran Paytiti, emperador de los musus; luego a Pedro Anzures, en 1539; en fin a su propio hermano, Gonzalo, y a Orellana, en 1541. � Todas estas expediciones se dirigieron hacia la Amazon�a que Orellana fue el primero en cruzar, por el r�o, de parte en parte. Pero no encontraron nada que se pareciera a la Tierra del Oro que estaban buscando. � Parece que uno de los or�genes del mito de El Dorado fue una ceremonia religiosa de los indios de Guatavit�, en Colombia, en el curso de la cual, cada a�o, el pr�ncipe local, cubierto de polvo de oro, se ba�aba en el lago vecino en homenaje al Dios-Sol. �
Sin
embargo, fue por una tribu tupinamb� - tup�-guaran� - que, en 1539,
despu�s de cruzar la Amazonia en su ancho m�ximo en busca de la
tierra del "Gran Antepasado", lleg� al Per� que los espa�oles
recibieron confirmaci�n de la ciudad de los palacios de oro.
Dedujeron que �sta se encontraba en las selvas orientales de donde
ven�an los indios, mientras que �stos, en realidad, hab�an
emprendido su extraordinaria marcha hacia el oeste para alcanzarla. � Los indios les contaron que al oeste, m�s all� del Chaco, se encontraba el imperio del Gran Moxo (Mojo, seg�n la actual ortograf�a espa�ola), el Candir� cuya capital estaba situada en una isla, en medio de un lago inmenso. � En Puerto de los Reyes, sobre el Alto Paraguay, Hernando de Ribera oy� hablar de "ciudades con casas de piedra poblada de gente vestida", situadas al noroeste, vale decir exactamente en el Per�, a orillas de una grand�simo lago.
Llamas, evidentemente, lo cual bastar�a para identificar el Per�. �
La capital de la isla, cuyos
templos y palacios estaban cubiertos de oro, Barco de Centenera nos
la describe abundantemente, en 1602, con el palacio del Gran Moxo,
la fuente y sus cuatro gruesos ca�os de oro, la imagen del Sol, de
oro, y la de la Luna, de plata, etc�tera. � El misterioso imperio se desplaz� entonces hacia el Alto Paraguay, al norte de Puerto de los Reyes y al sur de la Laguna de los Xarayes - en realidad un inmenso pantano del actual Mato Grosso brasile�o - en la cual tanto el Paraguay como el Amazonas habr�an nacido. La isla se hallaba al sur de la laguna y los cart�grafos jesuitas le dejaron el nombre que le daban los indios: Isla del Para�so. �
Pero jam�s se la encontr� fuera de los mapas de la
�poca. � Los espa�oles, que no lo ignoraban puesto que ya ocupaban el Per�, supusieron que la isla del Para�so estaba poblada de incas que se hab�an refugiado en ella cuando la Conquista. � �Por qu� no pensaron en el Lago Titicaca y la isla del Sol? � La respuesta a esta pregunta es sencill�sima: el lago no fue descubierto sino hacia 1540, despu�s de las grandes expediciones en las selvas del Nordeste. Por otra parte, se cre�a entonces, ya lo hemos visto, que el R�o de la Plata y el Amazonas nac�an de un mismo gran lago situado entre las respectivas bac�as de los dos r�os, en alg�n lugar en la direcci�n donde se encontraban Guatavit� y tambi�n el imperio de los musus al que pertenec�an, tal vez las "ciudades perdidas" que, desde aquel entonces, se buscan en vano. �
Espont�neamente, los distintos relatos
se fusionaron poco a poco en un mito �nico: el de la isla de los
palacios de oro, en medio del lago del Dorado. � Pay, ya lo sabemos, significa sacerdote, en guaran�, y Titi parece ser una variante de Ticci o Ticsi: por lo dem�s, una forma m�s cercana de Ti, ra�z de Tiwaz, nombre del Padre del Cielo en antiguo germ�nico, que la que se encuentra en Kon Ticsi Huirakocha, el Dios Blanco de la religi�n incaica. � Una forma m�s primitiva, tambi�n, probablemente, puesto que es ella la que figura en el nombre del lago sagrado de los Hombres de Tiahuanacu, el Titicaca * y en el de - una dinast�a pre-incaica que nos han conservado las tradiciones aimaraes del Kollasuyu, la de los Mallku Titi. �
Quiz� se equivoque
Thor Heyerdahl cuando ve en
Titi, como en Tiki, una deformaci�n polinesia de Ticsi. Antes bien,
parece que Titi sea la forma originaria - repetici�n, al modo de los
idiomas amerindios, del Ti germ�nico - de la cual salieron el Ticsi
incaico y el Tiki oce�nico.
�
Queda
por saber si se trataba s�lo de contactos espor�dicos o si el
Paraguay y el Guayr� constitu�an una marca del imperio. �
� Una de estas rutas, de 4.056 km' bordeaba la costa, de Tumbes, en el norte del Per�, a Talca, en Chile. �
La otra, de 5231-km, part�a de Quito, segu�a la l�nea del
Altiplano de la Cordillera de los Andes, a veces a m�s de 5000 m de
altura, hasta el lago Titicaca, alrededor del cual se desdoblaba,
luego el r�o Desaguadero hasta el lago Poop� cuya costa oriental
bordeaba, se inclinaba hacia el este para alcanzar a Potos� y
Tarija, continuaba hacia el sur por Jujuy, la Rioja y San Juan y
luego, hacia el oeste, llegaba a Mendoza, se internaba en la
Cordillera por el Puente del Inca y se un�a, en Santiago de Chile, a
la ruta costera. � Bordeado de murillos, pavimentado en los tramos de tierra blanda, tallado en la roca, a menudo en escalera, en la monta�a, con t�neles - uno de los cuales, el del Apurimac, mide 230 m de largo - y asentado en terrapl�n en las zonas pantanosas, estaba tan s�lidamente construido que la expedici�n von Hagen, en 1952-54, pudo seguirlo, en cami�n o a caballo, en casi todo su recorrido peruano, a pesar del estado de abandono en que se encuentra desde la Conquista. � En toda su extensi�n, hab�a, de distancia en distancia - de 2,5 a 4 km - una posta donde dos chasquis - dos corredores - siempre estaban listos para trasportar un mensaje hasta la estaci�n siguiente, a 20 km por hora, y, cada 6 a 25 km seg�n las dificultades del camino, un tampu, un albergue donde los viajeros y sus recuas de llamas pod�an pasar la noche. � Todo deja suponer que los incas se hab�an limitado a restaurar, no sin ampliarla, una red caminera anterior, debida a los daneses de Tiahuanacu. � La expedici�n von Hagen descubri�, en la Pen�nsula de Paracas, al noroeste de lea, el rastro de un camino de 3 m de ancho que conduc�a de la ruta costera a las cuevas donde fueron halladas las momias rubias de Hombres del Titicaca y que parec�a mucho m�s antiguo que el Camino Real. �
Luis de
Monz�n, corregidor de Huamanga (hoy, Ayacucho), en el centro del
Per�, escrib�a por lo dem�s, en 1586, que los indios ancianos dec�an
que, seg�n sus tradiciones ancestrales, los viracochas, mucho antes
de los incas, hac�an construir por los ind�genas caminos anchos como
una calle, bordeados de murillos y provistos de casas en las etapas.
Nada m�s normal, pues los incas, salvo cuando su expedici�n
fluvial contra los antis, nunca fueron m�s all�. Inclusive hab�an
construido, en esta frontera, para defenderse de las incursiones
guaran�es, una l�nea de fortalezas que los espa�oles descubrieron en
el siglo XVI y de la cual subsisten todav�a algunos restos. � Hab�a otros m�s. �
El
coronel Fawcett que recorri� la zona en cuatro oportunidades, entre
1906 y 1913, se�ala la existencia, en la provincia boliviana de
Caupolic�n, de un camino pavimentado de 10 pies de ancho (unos 3 m)
que iba de Carabaya al borde del r�o Beni, en la llanura de los
Mojos. �
� Si nos trasladamos, en efecto, del Per� a los territorios guaran�es, encontraremos caminos de otro g�nero, pero no menos construidos por el hombre. Reproduzcamos aqu� lo que dice al respecto el historiador y antrop�logo paraguayo Mois�s Bertoni:
Pareja, en guaran� - Pareh�, seg�n la ortograf�a moderna - significa posta y correo. � El primer problema que se nos plantea es el de saber si esta red, acerca de la cual Bertoni no nos da sino indicaciones muy generales de las que precisaremos algunas m�s adelante, proven�a realmente de los guaran�es. Lo podemos dudar, por tres razones. � En primer lugar, como muy bien lo dice el historiador paraguayo Cardozo, �stos,
Lo cual, entre par�ntesis, indica que los guaran�es conoc�an los
metales que no trabajaban, luego que estaban en contacto con un
pueblo que lo hac�a, vale decir, pues era el �nico, con el del
Altiplano. � Es altamente improbable, por lo dem�s, que los guaran�es hayan jam�s constituido una confederaci�n. Todo lo que sabemos de ellos, y hasta el nombre que se daban - guaran� significa guerrero - indican que sus tribus cultivaban asiduamente el arte de la guerra. Es �sta nuestra segunda raz�n de dudar de que se les pueda atribuir una red caminera tan compleja. � M�s todav�a: el P. Cataldino nos cuenta que los indios no utilizaban nunca el camino principal que iba de la costa del Atl�ntico a la desembocadura del Iguaz�,
M�s probablemente por tratarse de un
Cancino "oficial" reservado, anteriormente, a los vikingos y a sus
correos. �
Ahora bien: los
guaran�es no ten�an ninguna, ni alfab�tica, ni ideogr�fica, ni
mnem�nica siquiera. Por lo tanto, si no los caminos, por lo menos la
posta hab�a sido creada por otro pueblo que dispon�a de alg�n medio
de trasmisi�n del pensamiento. La red de senderos herbosos que
cubr�a el Paraguay propiamente dicho, el Guayr� y los actuales
estados brasile�os del Sur deb�a, pues, de haber sido construida por
un pueblo civilizado. � Tenemos, en lo que ata�e al primero, algunos datos precisos. Era, en efecto, seg�n los cronistas jesuitas, el que hab�a tomado Pay Zum� para llegar al Paraguay y las tradiciones ind�genas lo recordaban; sin hablar, hasta hoy, de la toponimia. � Los jesuitas, por lo dem�s, hab�an encontrado algunos de sus tramos que nos describen las Cartas Aminas resumidas por el P. Lozano:
Y m�s adelante:
Nadie, por lo dem�s, ha puesto jam�s en duda la existencia de este camino. � Jim�nez de la Espada, aun �l, adversario sin matices de las tradiciones recogidas por los jesuitas, no vacila en darnos, al respecto, un testimonio tanto m�s precioso cuanto que proviene de un esc�ptico:
Por lo tanto, a�n
exist�an, en el siglo XIX, caminos del tipo de los que describen las
Cartas Annuas. � De all�, se desviaba hacia el oeste y luego hacia el noroeste, pasaba por las actuales ciudades de Ourinhos, donde cruzaba el Paranapan� (hoy, Paranapanema), Cambar� y Proc�pio, atravesaba el r�o Tibag�, alcanzaba a Londrina y, por Apucarana, despu�s de franquear el Huybay (hoy en d�a Ivai), la villa que se llama a�n hoy Peabir�. Segu�a despu�s, en direcci�n sur-sudoeste, hasta la desembocadura del Iguaz�. � O sea, a vuelo de p�jaro, un recorrido de 1000 km. �
El P.
Lozano habla de "m�s de 200 leguas", vale decir de m�s de 1100 km,
lo cual
coincide perfectamente. Este camino .es, tan l�gico que es hoy en
d�a, grosso modo, el que sigue, hasta Maring�, la v�a de ferrocarril
Santos-Guayr�. De ser cierto que improntas de pie se encontraban en
el valle del Para�ba, el camino en cuesti�n deb�a de prolongarse,
hacia el norte, hasta el puerto actual de Sao Jo�o da Barra, a unos
30 km del Cabo Santo Tom�. � Antonio de Pinelo lo menciona en su obra El Parayso en el Nuevo Mundo, escrito en 1636, que cita Jim�nez de la Espada:
La Conquista espiritual es de 1639. El mapa en cuesti�n era, por lo
tanto, anterior a esta fecha. �
Constitu�a una escala
obligada para los buques que iban al R�o de la Plata. N��ez Cabeza
de Vaca desembarc� en el lugar y mand� a uno de sus lugartenientes,
Pedro Dorantes, con algunos arcabuceros, a reconocer el "camino de
tierra firme" que deb�a de conducirlo a Asunci�n. � Con 250 hombres y treinta caballos, N��ez Cabeza de Vaca desembarc� al norte del Itabuco. La columna pas� sucesivamente por las aldeas de los caciques Cipopay, A�anir� y Tocaguaz�. �
Lleg� a las
fuentes del Iguaz� y, luego, del Tibaxiva (Tibag�) y del Tacuar�, en
cuya orilla encontr� la aldea del cacique Abangoby, y, unos d�as m�s
tarde, entr� en el pueblo de Tocangucir donde el piloto tom� la
altura: 24� 30' de Latitud Sur. � En 1607, Hernando Arias de Saavedra, gobernador del R�o de la Plata, recomendaba al Rey de Espa�a el poblamiento de las provincias de Santa Catalina y Santa Cruz, camino �ste,
Agregaba, en otra carta del mismo a�o, que al adoptar este camino,
Estos dos caminos, el del norte - el Peabir� - y el del sur, preferido por los espa�oles porque, contrariamente al primero, no cruzaba territorio portugu�s, los conocemos, por lo tanto, en sus l�neas principales por testimonios precisos. � Sabemos, sin embargo, mucho m�s, lo vamos a ver, gracias a nuestro descubrimiento de un mapa precolombino - m�s exactamente, un portulano - respecto del camino que conduc�a de la desembocadura del Iguaz� a Paragua�, la actual Asunci�n. Pero, antes de abordar este punto, debemos se�alar que la elecci�n, como puertas de acceso al Guayr�, del Golfo de Santos y de la isla de Santa Catalina era perfectamente l�gica. �
Por un lado, se
trataba de radas bien abrigadas; por otro, la excelente bah�a de Paranagu� que utilizaron m�s tarde espa�oles y portugueses est�
rodeada por las monta�as de la Sierra de Curitiba, lo que habr�a
planteado a la "Vialidad" precolombina problemas de dif�cil
soluci�n. � Esta contradicci�n geogr�fica resulta comprensible si pensamos que los vikingos, llegados del este, se hab�an establecido al oeste de los territorios guaran�es y que los indios conoc�an perfectamente la existencia de los pueblos civilizados del Altiplano y, en particular, lo indica la menci�n de un lago y una isla, del de Tiahuanacu. � Fue por los ind�genas de la isla de Santa Catalina que Alejo Garc�a oy� hablar de Potos� y de sus minas de plata, y fue en la costa que se le indic� el camino a seguir. O uno de los caminos: tal vez no sea por casualidad, en efecto, que Ivai, el nombre del curso de agua por el que bajaron Salazar y Trejo y cerca del cual se encuentra la villa de Peabir�, significa "R�o del Para�so". �
Ahora
bien: la isla del Para�so era para los espa�oles, ya lo hemos visto,
uno de los avalares del Dorado. �
�
Le
vamos a dedicar �ntegramente nuestro pr�ximo cap�tulo, en el cual
veremos que la m�tica "Confederaci�n guaran�" no ten�a nada que ver
en el asunto. Pero no podemos esperar para hablar del mapa que
encontramos all�. � Dos de estas rectas, casi verticales, se prolongan mutuamente, con una ligera distorsi�n angular. Las otras cuatro se abren en abanico a la izquierda de las anteriores (cf. L�m. IX y Fig. 15). � En un primer momento, se podr�a pensar en un sistema planetario, pero esta hip�tesis no resiste el menor an�lisis, pues el petroglifo en cuesti�n no corresponde ni a la realidad del cosmos tal como lo conocemos, ni a la imagen que pod�an hacerse del cielo los astr�nomos pre-copernicanos, fueran ignorantes o sabios. Dicho con otras palabras, la figura no se parece a nada. �
S�: se parece a
un portulano. � Los de Roma eran a menudo un tanto m�s complejos y representaban, siempre en forma de l�neas rectas, los cambios de direcci�n y las ramificaciones de las famosas calzadas. � El sistema se aplic�, en la Edad Media - y tal vez no fuera novedad - a los mapas mar�timos. De ah� el portulano, o "mapa de rumbo", cuyo m�s antiguo ejemplar conocido figura en �l Historia eclesi�stica de Ad�n de Bremen, que data del siglo XI. �
Las direcciones y las distancias - estas �ltimas calculadas en d�as de navegaci�n
- son indicadas por
l�neas rectas que salen de un centro. Los incas, al contrario de los
aztecas que utilizaban mapas cl�sicos, recurr�an al mismo
procedimiento para situar, con respecto al Cuzco, las cuatro
provincias de su imperio. �
Aqu�, nos dimos cuenta
de inmediato que el grabador del portulano hab�a procedido como
estos �ltimos. �
�
Si tomamos en cuenta las vueltas que imponen los accidentes del terreno, las distancias relativas son correctas. �
Las direcciones est�n indicadas como una aproximaci�n que
no ten�an los mapas espa�oles del siglo XVIII. Y los caminos
correspondientes - "caminos naturales", dice el mapa del Instituto
Geogr�fico Militar Argentino - existen a�n hoy, por lo menos en gran
parte. �
Situado en el centro geogr�fico del
Oriente paraguayo, a igual distancia de los dos grandes r�os que
rodean en tres de sus lados, su portulano indicaba la ruta del Guayr� y el Atl�ntico, la de Cerro Morot� que deb�a de ser entonces
una villa importante, y la de Asunci�n punto de partida de los
caminos que llevaban al Per�. � D�as de Guzm�n, al describirnos el itinerario de Alvar N��ez Cabeza de Vaca, precisa que el gobernador, a partir de la desembocadura del Iguaz�,
Era �sta la ruta normal para
alcanzar a Asunci�n desde el Guayra" �
� Paragua� era, en efecto, antes de la Conquista, el centro de comunicaci�n m�s importante de la Am�rica del Sur oriental, de donde part�an, acabamos de verlo, el camino que, por Yvytyruz�, se dirig�a hacia la costa que alcanzaba en dos puntos, de f�cil acceso por v�a terrestre, donde los buques de alta mar encontraban una rada segura; el Golfo de Santos y la isla de Santa Catalina; el (camino?) que orillaba el r�o Paraguay, en particular hacia el (norte?) y el que segu�a el curso del Pilcomayo - a�n existe en parte - y llegaba a Potos� y, m�s all�, al Lago Titicaca, en un punto muy cercano a un pueblo que, notable coincidencia, se llama Guaki o Guayki. �
Sin hablar del r�o que
desembocaba, al sur, en el R�o de la Plata y permit�a, al norte,
alcanzar los Xarayes, en el actual Matto Grosso. Este �ltimo detalle
reviste para nosotros una especial importancia, pues era por el
norte que pasaban las rutas que los espa�oles siguieron para ir del
Paraguay y, por lo tanto, del Atl�ntico al Per�.
Este verdadero ej�rcito subi� a lo largo del Paraguay hasta un promontorio - el Pan de Az�car - que dominaba el r�o en el lugar que m�s tarde se llamar� San Fernando, unas leguas al sur de Santa Mar�a de la Candelaria. �
Desde
all�, atravesando la provincia de Santa Cruz, alcanz� los
contrafuertes de los Andes y penetr� en territorio incaico hasta
Tomina y Tarabuco. Pero los charcas, vasallos de los incas, los
rechazaron. Garc�a tuvo que emprender la vuelta. El y sus compa�eros
espa�oles fueron muertos, en el Paraguay, por los ind�genas. � Este, con unos 170 hombres, subi� por el Paran� y, luego, por el Paraguay hasta la Candelaria donde encontr� a un indio, antiguo esclavo de Alejo Garc�a, que prometi� llevarlo a la Sierra de la Plata, vale decir a Potos�. �
Con 137 hombres, el Alguacil Mayor
se lanz� a trav�s del Chaco. Alcanz� el Alto Per�, junt� un
considerable bot�n de oro y plata, pero tropez� con fortalezas - probablemente las que los incas hab�an edificado despu�s de la
incursi�n de Alejo Garc�a - y, atacado por los indios, desapareci�
para siempre. � Citemos aqu� la relaci�n an�nima de uno de los miembros de la expedici�n:
Por lo tanto, se
trataba de un camino trazado que las lluvias de verano - la
expedici�n hab�a tenido lugar en febrero - hab�an hecho
intransitable. Irala tuvo que volverse, no sin haberse enterado, por
los indios de la regi�n, de cu�l hab�a sido la suerte de Ayolas. �
Subi� por el Paraguay hasta el lugar donde
fund� Puerto de los Reyes y, luego, penetr� en la selva, hacia el
oeste, por un sendero que deb�a conducirla a la Sierra de la Plata.
Pero sus v�veres se agotaron en pocas semanas y, sin medio alguno de
renovarlos, N��ez tuvo que retroceder y volvi� a Asunci�n. �
�
Se
trata sin duda alguna de una recopilaci�n de datos de fuentes
diversas, como lo prueba la ortograf�a portuguesa - Taquar� - del
nombre del r�o Tacuar�, afluente del Paranapan�. �
Notamos, en efecto, que el Mara��n - el Alto Amazonas
- lleva, en este mapa, el nombre del primer
navegante espa�ol, Orellanada, que lo recorri�, pero que este nombre
est� escrito Oregliana, al modo italiano. �
�
� El Guayr� a�n se conoce bastante mal: los jesuitas apenas si empiezan a explorarlo con el prop�sito de instalar futuras reducciones, lo que har�n unos a�os m�s tarde. � S�lo se ven tres de los cuatro cursos de agua principales que nacen en la provincia y desembocan en el Paran�:
Falta el Iva�, cuya importancia hemos
se�alado m�s arriba. �
Pero hay cuatro
excepciones que s�lo resultan comprensibles en el marco de nuestro
estudio. � Estas dos �ltimas palabras, por lo dem�s, tienen la misma ra�z. Precisemos que, en aquel entonces, se escrib�an constantemente la b y la v una por otra y que, en escritura r�nica tard�a, la k y la g se expresaban con el mismo car�cter. En fin, la w, para representar el primer sonido v no nos debe sorprender. Hab�a, en aquel tiempo, varios jesuitas austr�acos en la provincia del R�o de la Plata. �
Probablemente uno de
ellos colabor� en la confecci�n del mapa. Tenemos, pues: Se�al del
Camino o �ngulo del Camino: el lugar donde el camino del Per� gira,
en efecto, del norte al oeste. � En las trascripciones de la �poca, la h aspirada se escrib�a generalmente g. La otra palabra, Tocanguzir, es danesa. Viene de toga, genitivo plural de tog, expedici�n - la n es evidentemente fon�tica, como en Abangobi - y husir, nominativo plural de hus, casa. Significa, pues, "Casas de las Expediciones". La forma de estos dos vocablos unidos bastar�a para excluir toda posibilidad de que se tratara de dan�s moderno. � En el siglo XVII, hac�a tiempo que las declinaciones hab�an desaparecido. Tocahusir, por lo tanto, es indiscutiblemente un vocablo norr�s. � Mencionemos que Weibingo, Tocanguzir y Abangobi est�n acompa�ados de un mismo signo: un peque�o c�rculo que no se halla en ning�n otro lugar del mapa y que simboliza, pues, algo distinto a todo lo dem�s. Desgraciadamente, no sabemos qu� a ciencia cierta. A lo m�s podemos suponer que se trata de aldeas. �
El signo que representa las villas espa�olas est�
constituido, en efecto, de un c�rculo id�ntico y de los dos
campanarios de una iglesia que lo rodean y dominan. � Se tratar�a, ya lo hemos visto, del nombre de un cacique cuya tribu estaba establecida a diez d�as de marcha del r�o Tacuar� donde, efectivamente, en direcci�n al Pequir�, el mapa lleva la inscripci�n. Confundir una tribu, su �efe y su aldea, esto no tiene nada de sorprendente por parte de un espa�ol recientemente desembarcado que lo ignoraba todo del guaran� y estaba acostumbrado a ver a los nobles de Europa usar nombres de tierra. � El mismo fen�meno se produce cuando Cabeza de Vaca menciona al cacique Tocanguaz� (su secretario, Pedro Hern�ndez, escribe: Tocaguaz�), hallado entre Santa Catalina y las fuentes del Iguaz�. Cosa rara, el cart�grafo jesuita hace de Tocanguaz� el nombre del Paranapan�. �
Para
quien mire un mapa exacto (cf. Mapa al final del volumen), la
explicaci�n de este doble error es sencill�sima: hay, en el Guayr�,
dos r�os Tacuar�. Uno es un afluente del Paranapa-nema el otro, un
tributario del Tibag�. N��ez Cabeza de Vaca se refer�a a este
�ltimo. Pero el autor del mapa de 1609 lo confundi� con el primero.
De ah� un desplazamiento hacia el norte que explica igualmente el
nombre de Tocanguaz� atribuido equivocadamente al Paranapanema. �
�Pero por qu� haber dado este nombre a un r�o?
Simplemente porque se parec�a a Iguaz� y que un curso de agua as�
denominado deb�a hallarse en la regi�n, mientras que el verdadero
Iguaz� estaba mucho m�s al sur. �
Tocaguaz� viene de Tocahuasi
que viene de Togahusir que ya hemos encontrado. El mismo nombre, con
dos formas distintas, de la cual una es directamente norresa
mientras que la otra muestra la influencia sucesiva del quichua y
del guaran�, se halla, pues, dos veces en el mapa jesu�tico. � El sonido th no existe en guaran�, lengua en la cual el t�rmino lleg� a los o�dos del cart�grafo. �
Notemos que el Parlamento noruego se llama, a�n hoy, Storting. �
�
� La construcci�n, por cierto, era distinta, como lo era la naturaleza del terreno. �
En la selva
tropical, una ruta pavimentada hubiera sido r�pidamente destruida
por el empuje de las ra�ces. Merced a su ingeniosa t�cnica, los
daneses hab�an sabido resolver, en el Paraguay y en el Guayr�, un
problema dif�cil que no se planteaba en el Altiplano. �
En el globo
terr�queo construido por Vulpius en 1542 (cf. Fig. 17), la costa de
Santa Catalina lleva, en efecto, el nombre revelador de Costa Do�eo,
vale decir muy exactamente, en el lat�n de la �poca, Costa Danesa. �
� Llegados al Per� a trav�s de Venezuela y Colombia, los daneses no hab�an tardado en establecer una v�a de comunicaci�n m�s c�moda con el Atl�ntico y, por el Atl�ntico, con Europa de donde proven�an. El Amazonas, por cierto, era utilizable, y lo empleaban. � Pero el clima deb�a de hacerles muy penosa la navegaci�n por este r�o ecuatorial. Por el sur, el itinerario era m�s largo, pero m�s agradable. �
M�s seguro, tambi�n,
probablemente. Los espa�oles lo adoptaron, m�s tarde, por las mismas
razones. � �
�
Tiene la forma de una media
luna y sus puntas norte y sur est�n orientadas hacia el este. En el
centro de la apertura que �stas dibujan est� situada una gran roca
de unos 30 m de alto, llamado Cerro Polilla o Cerro Pelado, que
constituye una especie de avanzada del conjunto. �
Las dos paredes
est�n unidas por un peque�o t�nel que se abre en el fondo de una
gruta natural situada al oeste. En la cima de la roca, se ve una
especie de altar tallado, de mano de hombre, en la piedra. La pared
occidental del bloque, el interior de la gruta y los dos lados de la
salida oriental del t�nel est�n cubiertos de dibujos y de
inscripciones. � El coronel Fawcett menciona, por referencia, en sus notas de viaje de 1910, las inscripciones, redactadas en un idioma desconocido, cuya existencia se le se�alaba cerca de Villa Real: simple lapsus, puesto que no existe ninguna ciudad con este nombre en el Paraguay. � Pero, en aquella �poca, hac�a tiempo que el �rea se hab�a convertido en un coto de caza de los guayak�es, s�lo accesible para expediciones fuertemente armadas. No hace m�s de unos cuarenta a�os que se la puede otra vez recorrer sin peligro, por lo menos cuando las inundaciones cr�nicas de la estaci�n de las lluvias no la a�slan. � Nada, sin embargo, se ha publicado acerca de los dibujos e inscripciones de la roca, salvo, en el diario La Tribuna de Asunci�n, un breve art�culo del Dr. Ramiro Dom�nguez que habla de s�mbolos guaran�es y de caracteres latinos. Su autor tuvo a bien mostrarnos algunas fotograf�as del Cerro y lo que vimos en ellas nos hizo dudar respecto de su interpretaci�n. �
Val�a la pena ir all� y
mirar de m�s cerca. �
Su revelado hizo aparecer, con gran
sorpresa nuestra, dos drakkares, imposibles de confundir - hay
cuatro, en realidad - que permanec�an invisibles a simple vista, y
unas quince inscripciones poco legibles pero indiscutiblemente
r�nicas. �
�Pero c�mo resolver el problema de las avispas? No
quer�amos, de ninguna manera. tomar la responsabilidad de
destruirlas con alguna fumigaci�n: es gracias a ellas que el sitio
ha quedado protegido de los graffiti con los cuales los ni�os, los
enamorados y los turistas no habr�an faltado en cubrir las
inscripciones. � Acabaron encontrando, en Asunci�n, un producto fum�geno destinado a adormecer las abejas y, gracias a su empleo, pudieron efectuar el relevamiento, no s�lo en el exterior, sino tambi�n en la gruta que hubo, previamente, que limpiar con machetes, pues innumerables nidos la llenaban casi completamente. �
Lo cual hicieron con guantes, m�scaras y camperas
acolchadas del ej�rcito paraguayo - �con 45� en la sombra! - ya que
el gas no hab�a penetrado en todas las anfractuosidades de la roca. �
�
�
No
quedaba rastro de la posada que hab�a debido de hallarse en �l:
probablemente la selva hab�a cubierto sus ruinas. Pero la roca
estaba intacta y, en el cielo raso de la gruta, un dibujo tan claro
como fuera posible (cf. fig. 18) indicaba su destinaci�n principal:
un chasqui
estilizado, un corredor en todo semejante a los que empleaban los
incas en sus Caminos Real. �
Lo cual no tiene por qu� sorprendemos, puesto que sabemos que los
daneses de Tiahuanacu proced�an del Schieswig y que alemanes
formaban parte del grupo llegado a Am�rica en el siglo X. �
� Se ven en �l,
Por fin, m�s arriba,
otra serpiente, acostada, y algunos grandes signos que podr�an ser
runas (cf. L�m. X y XI). � Para ellos - se interrogaron varios, separadamente - se trataba de s�mbolos cartogr�ficos: el "�rbol" representaba un camino principal cruzado por cinco caminos secundarios; las "serpientes", caminos sinuosos. �
El portulano de piedra, y esto confirmaba
plenamente nuestra interpretaci�n, era un mapa que indicaba la
direcci�n de aldeas o de cotos de caza, representados con c�rculos
de dimensiones variables, y la distancia, en d�as de marcha, a
partir del centro. � Esos caracteres, trazados con una especie de alquitr�n negruzco que, con el tiempo, se ha corrido por todos lados, han perdido el rigor de su contorno. En la medida en que hemos podido reproducirlos, esos signos tienen casi todos la apariencia de runas, pero, la mayor parte, de runas alocadas. Imposible transliterarlos, ni menos a�n traducir su conjunto. �
Encontraremos m�s adelante otras
formas de la misma degeneraci�n gr�fica. �
�
Cosa extra�a, pero perfectamente
explicable, obtuvimos as� dos cuadros totalmente distintos, lo cual
indica una superposici�n de im�genes que deben de pertenecer a
diferentes �pocas. �
�
� El primero y el tercero est�n encimados por caracteres r�nicos que se pudieron relevar en parte. La palabra de tres letras que figura junto al tercero es f�cil de transliterar (rij) y de traducir: significa "riqueza", en norr�s. � La inscripci�n que acompa�a el primero resulta menos clara. Est� compuesta de tres l�neas de una palabra cada una. La primera, casi totalmente borrada, no ha podido descifrarse. La segunda s�lo contiene dos letras, �k, que significan "y". La tercera es parcialmente dudosa. Se lee en ella, en efecto, por transliteraci�n, ais.-.fk. �
Los dos caracteres del medio no son identificables. Todo
lo que se puede decir es que esta inscripci�n recuerda uno de los
nombres de la quinta runa del antiguo futhark, aizirk, moneda de
plata. Tal asimilaci�n s�lo se puede aceptar a t�tulo de hip�tesis
de trabajo y con las reservas del caso, pero es muy l�gica, puesto
que confirma y precisa el vocablo "riqueza" del barco anterior. � �Recordaban el o los nav�os utilizados por el P. Gnupa y su gente para venir de Europa? La cruz hace tal hip�tesis altamente probable. �Pero, entonces, para que mostr�rnoslos cargados con riquezas? �Debemos supone que esas embarcaciones, y tal vez muchas otras, antes despu�s de ellas, hab�an llevado a Europa cargamentos de plata extra�da de las minas de Potos�? Tal eventualidad no se puede descartar a priori. � Al margen de los drakkares, esta primera imagen de la cruz de Cerro Polilla contiene una quincena de inscripciones de cuatro a doce caracteres de los que casi todos son runas perfectas. Sin embargo, ninguna de estas palabras ha podido ser traducida hasta ahora. �
Tal
vez se trate de inscripciones criptogr�ficas, como hay tantas en
Escandinavia, o del empleo de alg�n alfabeto r�nico especial,
inventado para escribir el quichua, el aymar� o el guaran�. �
�
�
El hecho de
que estas fechas aparezcan en la misma foto que los barcos no
significa necesariamente que fueron trazadas en la misma �poca que
ellos. �Los descendientes de los daneses de Tiahuanacu a�n
utilizaban drakkares en el siglo xv? Es esto altamente improbable. �
Detalles interesante: el 7, en todo
semejante al nuestro, tiene para su tiempo una forma arcaica que
corresponde al siglo X, vale decir a la �poca de la partida de
Ullman de Europa ('). �
� Vemos en ella, en efecto, la imagen de un vikingo (cf. L�m. XII), barbado y cubierto con el casco de Od�n. Este personaje est� sentado en actitud hier�tica, con las manos apoyadas en las rodillas. Los rasgos de la cara son netamente n�rdicos, pero tiene el t�rax anormalmente desarrollado de los habitantes del Altiplano - y de los actuales guayak�es. �
Est� vestido con una t�nica - o una cota de
mallas - con colete protector. � En efecto, se descifra sin dificultad en �l la parte frontal de una inscripci�n r�nica que, al juzgar por la perspectiva del dibujo de las letras, lo rodea: Wunjo, Fehu, Ehwaz, Solewu y Ansuz. Sigue un car�cter ilegible. �
La transliteraci�n da vfesa, lo que no parece tener
sentido, aun admitiendo que la o sea la �ltima letra de una palabra
cuya mayor parte permanezca escondida. Por lo contrario, la
transcripci�n ideogr�fica - voluptuosidad, riquezas, caballo, Sol,
Ase - es comprensible. � Por otro lado, el "Dios del caballo", el Dios que se representa habitualmente a caballo, es Od�n. � Por lo tanto, los tres caracteres en cuesti�n quieren decir:
Ser�a menos f�cil explicar la presencia de. las dos primeras letras, Wunjo (voluptuosidad) y Fehu (riquezas), que s�lo tienen con Od�n relaciones muy lejanas, si la imagen del Dios-Sol no llevara, en sobreimpresi�n, la l�nea de caracteres r�nicos, perfectamente descifrables, que reproduce la Figura 21. �
Su transliteraci�n da
sakhoberg, vale decir, teni�ndose en cuenta la haplograf�a - supresi�n de una letra repetida
- normal en escritura r�nica, sakh
ob berg: literalmente, "la cosa encima de la monta�a". La palabra
cosa tiene evidentemente, aqu�, un" mero sentido indefinido. De ah�
la traducci�n: Lo que (estaba) encima de la monta�a. �
�
�
La
extensi�n 'anormal hacia arriba del asta derecha de la primera letra
es veros�milmente la consecuencia de la superposici�n de caracteres
pertenecientes a distintas capas de signos. �
Tenemos, en efecto,
de izquierda a derecha, Laguz y Thurisaz ligados (atm�sfera
tempestuosa), Pertha (selva), Solewu (Sol), un signo que no es
r�nico pero representa el tercer cuarto de la Luna, Fehu (bienes) y
Odala (herencia). Lo que da: En la selva sofocante:, el Sol y la
marea (nos traen de vuelta) los bienes de nuestra herencia. �
�
En su orilla, se nota, adem�s de
una inscripci�n indescifrable - las hay de todas partes en la pared
occidental del Parcha - dos cruces c�lticas (cf. L�m. XIII), una de
las cuales est� inscripta, no en un c�rculo, como de costumbre, sino
en un cuadrado de �ngulos arredondados. �
�
� Se lee a simple vista y es f�cil de relevar, a pesar de que un criminal no haya encontrado nada mejor que repasar sus caracteres con una punta de metal, no sin retocarlos para darles la forma latina que supon�a corresponderles. �
Muy felizmente, el nuevo trazado, superficial, no perjudic� el
primitivo, profundamente marcado. �
La th de ruitha est� parcialmente borrada, como tambi�n la segunda asta de la
h de hrukka. A pesar de estas insignificantes anomal�as, f�ciles de
corregir, el sentido es clar�simo: Mas all� de la peque�a sierra
colorada. �
La t, la th y la .f tienen una forma latina. Al
final d-q la primera de estas dos l�neas figura un signo semejante,
aunque m�s fantasiosa todav�a, al que hemos encontrado en el mismo
lugar en la inscripci�n anterior. �
�
�
Al final de la segunda l�nea, se ve otro
signo no menos incomprensible, salvo que se trate de una mano
estilizada que muestra el norte. Todas las letras est�n claramente
dibujadas, menos la cuarta de la primera l�nea, cuya parte inferior
de la primera asta est� borrada. �
La traducci�n del
texto norr�s no plantea problema: Cementerio cerca de (o: en) la
sierra atormentada. �
� En ella se ve, en efecto, un cielo raso esculpido que lleva, adem�s de unos motivos secundarios, cuatro soles radiantes - o cuatro estrellas - que no pueden en absoluto compararse con los productos del arte neol�tico de Am�rica ni de Europa. La fotograf�a parcial que reproducimos aqu� (cf. L�m. XIV) pone en evidencia el talento y la t�cnica extraordinarios de un artista que, manifiestamente, s�lo pod�a pertenecer a un pueblo blanco de alto nivel cultural y de alta �poca. �
Decimos: a un pueblo blanco, porque el dinamismo del dibujo
es extra�o a todas las manifestaciones conocidas, eminentemente
est�ticas, del arte amerindio. � Las m�s numerosas, constituidas por varias decenas de l�neas cada una, est�n formadas por letras, regularmente trazadas con tinta, que son runas cl�sicas, a pesar de algunas deformaciones fantasiosas que, por lo dem�s, puedan proceder de un relevamiento imperfecto. Pues, salvo unos pocos fragmentos, esas l�neas est�n casi completamente borradas y se las adivina m�s que se las ve (cf. L�m.. XV y fig. 25). �
Tal vez
fuera posible trascribirlas reavivando la tinta por alg�n
procedimiento qu�mico. Pero, para hacerlo, ser�a indispensable
contar con medios que no tenemos por el momento. Lo cual es de
lamentar, pues textos tan largos deben de constituir verdaderos
relatos. �
�
� A este mismo estilo pertenece la inscripci�n de 1457 que hemos mencionado m�s arriba. � En un nivel m�s bajo aparecen, trazadas con pintura marr�n, algunas palabras aisladas (cf. L�m. XV, arriba a la derecha) y algunos monogramas (cf. fig. 28) en las cuales se puede a�n reconocer una inspiraci�n r�nica, pero nada m�s. Son, por supuesto, totalmente incomprensibles. En fin, como �ltima etapa de este proceso de degeneraci�n, se�alemos todav�a una inscripci�n de origen netamente de la entrada de la gruta. �
Debajo de uno de los
pocos souuenirs contempor�neos que las avispas hayan tolerado, se
puede leer, en efecto, la palabra norresa storm (trasliteraci�n:
sturm), o sea: Tempestad. �
�
�
�
� Pero, en las condiciones de vida dif�ciles que el medio les impon�a, esos hombres, cuyo nivel cultural, por lo dem�s, ignoramos, no pudieron conservar la herencia de sus antepasados. La escritura r�nica degener� lentamente para terminar en un mero conjunto de signos simb�licos, algunos de los cuales emplean todav�a los guayak�es contempor�neos. � La inscripci�n - incomprensible - situada debajo del puente que colaboradores nuestros descubrieron en los alrededores de Cerro Morot� nos muestra que, en 1457, los blancos del Paraguay segu�an empleando el calendario cristiano que les hab�a tra�do el Padre Gnupa. �
Por lo
tanto, no se hab�an convertido en salvajes, a pesar de su
decadencia, cuando, 45 a�os m�s tarde, los normandos empezaron - o
volvieron - a frecuentar las costas del Guayr�. � �
� Las ruinas de Tiahuanacu nos dan al respecto, una indicaci�n precisa, puesto que encontramos en ellas motivos esculpidos de la catedral de Amiens. Tenemos derecho a suponer, pues, a t�tulo de hip�tesis de trabajo, que el P. Gnupa proced�a de la capital picarda cuyo puerto natural era Dieppe, en Normand�a, a menos de 100 km. �
Ahora bien: los dieppenses de la Edad
Media ya frecuentaban las costas americanas. �
Estos guerreros tambi�n eran
mercaderes y sus buques frecuentaban asiduamente los puertos de
Escandinavia. All�, no pudieron dejar de o�r hablar de Groenlandia,
de f�arkiandia y de Vinlandia donde los noruegos hab�an establecido,
en el siglo X, colonias permanentes con las cuales mantuvieron,
hasta el siglo XIV, relaciones seguidas. � Los Anales de Sk�lholt nos relatan que, en 1347, luego en pleno siglo XIV,
En 1354 el rey Magnus orden� a Poul Knudsson
montar una expedici�n destinada a reencontrar en Vinlandia a los
sobrevivientes de los establecimientos groenlandeses, y todo parece
indicar, aunque algunos, cada vez menos numerosos, es cierto, a�n lo
dudan, que los escandinavos alcanzaron la regi�n de los Grandes
Lagos. � El saqueo de Eystribygd por los ingleses demuestra que una parte de la poblaci�n, de vuelta al paganismo si debemos creer a Gissie Odsson, obispo de Sk�lholdt en el siglo XVIII, a�n viv�a en la isla en 1418. � Y m�s tarde todav�a,, puesto que en 1431 Eric de Pomerania, rey de la Uni�n Escandinava, protest� vivamente ante los enviados del rey de Inglaterra contra el comercio clandestino y la pirater�a a los cuales se dedicaban los ingleses en las colonias noruegas de Islandia, Groenlandia, Shetlandia y Oreadas, y,
Obtuvo satisfacci�n, por lo menos en el papel. �
Por el tratado de
1432, Enrique VI se comprometi� a indemnizar a las v�ctimas y
prohibir a sus s�bditos, so pena de muerte, salvo en caso de
naufragio, establecer cualquier contacto con las colonias noruegas,
prohibici�n �sta que renovaron los tratados de 1444 y 1449. � A prop�sito de este viaje, el Canciller Bacon escribe por lo dem�s, lealmente, que,
Evidentemente, las "otras islas" del rey Eirik. �
Y, en particular, la que el ge�grafo italiano Andrea
Bianco hace figurar 'en su carta de 1436, en el lugar de Terranova,
con el nombre - o la indicaci�n - de Stocafixa, clara deformaci�n de
Stockfisch, bacalao seco erTT^^T.�s idiomas germ�nicos. �
Todo el
mundo, pero sobre todo los bretones y los normandos. Lo prueba una
carta de la reina Juana de Castilla que reproduce la autorizaci�n
dada, en 1511, por su padre Fernando de Arag�n al catal�n Juan
'c[e"7^ram'onte "de descubrir y encontrar una tierra que se llama
Terranova". El Rey impon�a el embarco exclusivo de "naturales de
estos Treinos", salvo dos pilotos que deb�an ser "bretones o de
alguna otra naci�n que all� hayan estado". �
El mapa, por lo dem�s muy inexacto, dise�ado por Gastaldi para ilustrar el relato nos muestra la T�rra di Norombega
como una isla que se extend�a desde 'el Cabo Bret�n hasta un brazo
de mar que ba�aba tambi�n la Nueva Francia y debe de ser el Kennebek
unido al r�o de la Chaudi�re. Esta "isla" corresponde muy
exactamente a Acadia (Nuevo Brunswick y Nueva Escocia) y a la parte
meridional del estado norteamericano del Maine, situado al oeste del
Kennebek. �
Del este al oeste
de los Bretones (hoy Cabo Canseau), Port du Refuge, Port-R�al y Le
Paradis, en la costa, frente a la isla Briso, Flora, m�s o menos en
el medio de la costa de Norombega, en fin Angoulesme, cerca de la
frontera occidental del territorio. En el globo terr�queo de Vulpius
(cf. Fig. 17), que data de 1542, encontramos, hacia el grado 43 � 44
de Latitud Norte, el nombre a�n m�s significativo de Normanvilla. � Pues Norombega recuerda de modo irresistible Noroenbygd, pa�s de los Norreses, o noruegos. Angoulesme es el nombre de una ciudad francesa. En cuanto a Normanvilla, el vocablo puede ser una deformaci�n italiana de Normannavirk - pero �sta habr�a dado m�s bien Normannavilla o Normavilla - y provendr�a entonces de los colonos escandinavos de Markiandia, o de Normanville, y constituir�a una prueba m�s d� la presencia de los normandos, en la Edad Media, en esa T�rra Nova que comprend�a, no s�lo la isla que ha conservado este nombre, sino tambi�n Norombega y Gaspesia. �
Entre
par�ntesis, de seguro que no fue sin algunas buenas razones que se
bautiz� Montr�al la primera ciudad francesa fundada en el Canad�, en
homenaje, no al Rey, como se lo podr�a suponer, sino a la capital
del reino normando de Sicilia, Montreale, y esto a pesar de que
Jacques Cartier fuera bret�n. � En 1541, por ejemplo, Jean Alphonse, el piloto que acompa�� a Roberval en su viaje a la Nueva Francia, cuenta que explor� Norombega hasta la bah�a, situada en el grado 42 de Latitud Norte, que la separa de Florida - probablemente la bah�a de Long-Island - y que, en el pa�s,
En 1607, Champlain encontr� una cruz de madera
en la Bah�a Francesa, o de Fundy, en la costa septentrional de
Acadia. � Los acadios mencionaban el Diluvio y una Trinidad, una de cuyas personas, a la que llamaban Messou (Mes�), redentor como el Mes�as, ten�a a una madre que, nos dice el P. Th�odat,
Daban al Dios Sol los nombres de Jes�s, Kes�s, Kis�s y Gisch�, seg�n la tribu. �
A�n 'en el siglo XVIII, el Aleluya se o�a en sus cantos.
En este campo, por cierto, los misioneros pueden, con toda buena fe,
no ser muy objetivos. Pero resulta significativo, con todo, que
gente seria de la �poca, legos y cl�rigos - Champlain, Lescarbot,
Nicol�s Denys, Mons. de Saint-Vallier, el P. Le Clerq - hayan llegado
a la conclusi�n de que el cristianismo ya se hab�a predicado en el
pa�s antes de la llegada de los franceses.
Tal vez no fuera por mera casualidad, por lo dem�s, que los ind�genas micmacs y abenak�s de Acadia mantuvieran excelentes relaciones con los franceses, al punto de que �stos se casaban frecuentemente, sin ninguna repugnancia, con ind�genas. �
�Trat�base de una poblaci�n mestiza? Probablemente. �
�
Hay varias razones. En primer lugar, el comercio
de ultramar, en la Edad Media, inclusive la pesca, lo practicaban
guildas cerrad�simas, en apretada competencia, �
�
� Supone conocimientos que s�lo, como ya sabemos, pod�an haber adquirido los vikingos de Tiahuanacu.
La fecha de 1507 es, sin duda alguna, aut�ntica, puesto que Glateano, en 1510, Stobnica, en 1512, y Apiano, en 1520, retomaron, sin mencionar al autor, los dos mapas en cuesti�n.
Habr�a m�s bien que decir videncia, en un campo en el cual la parapsicolog�a no se�ala ning�n caso. � Confesamos que este g�nero de explicaci�n no nos satisface en absoluto y que estamos convencido de que Wa�dseem�ller dispon�a de datos secretos que, tal vez, conservara probablemente, con sumo cuidado, el monasterio de Saint-Di�. Pues el hecho de que el famoso mapa haya sido publicado en 1507 no significa de ninguna manera que su autor acababa de recibir los elementos necesarios para dise�arlo. � Mucho m�s probable es que el Can�nigo Gaultier Lud, que dirig�a en el 'monasterio, con la protecci�n de Renato II de Vaudemont, Duque de Lorrena y de Bar, heredero por su madre, Yolanda de Anjou, hija del Rey Renato, de los t�tulos de Rey de Jerusal�n y de Rey de Sicilia, el c�lebre Gimnasio Vosgiano, s�lo se decidi� a utilizarlos una vez montada la imprenta indispensable para una gran difusi�n del trabajo, vale decir en 1500. �
Fue en este a�o, por lo
dem�s, que se incorpor� al gimnasio Mart�n Waitzeem�ller o, como
prefer�a ortografiar su nombre, Wa�dseem�ller, o tambi�n Martinus
Hylacomylus. � Comparemos, con Rodr�guez Gaitero, las dimensiones representadas en los dos mapas con las que conocemos hoy d�a (en kil�metros): � �
Si se tiene en cuenta la enorme dificultad que ofrec�a entonces, en raz�n de la imprecisi�n de los instrumentos utilizados y de la imposibilidad de sincronizar exactamente los relojes a la distancia, el c�lculo de las longitudes, habr� que admitir que los mapas de Wa�dseem�ller son perfectos. � Sobre todo el grande, por supuesto, pues el peque�o no pasa de un esquema, aunque llama m�s que el otro, precisamente por este motivo, la atenci�n del lego. � Entre el gran mapa y el mapa actual, los valores son id�nticos en el 10� grado y el error no supera nunca, en las dem�s latitudes, el 12 %. Lo cual es inferior a las distorsiones que son comunes, en los mapas de la �poca, para Europa y Asia. �
Y esto cuando los mapas inmediatamente
anteriores - los de Juan de la Cosa, en 1500; de King-Hamy, Kunstmann
II, Pesaro, Caverio y Cantino, en 1502; de Maiollo, en 1504; y de
Conterino-Roselli, en 1506 - s�lo muestran de Sudam�rica el vago
contorno de la costa oriental, desde Panam� al R�o de la Plata, no
sin errores, y a veces - King - Hamy y Kunstmann II - con blancos. � Si nuestro Hylacomylus agreg� al t�tulo de su obra segundum Ptholomaei traditionem e Americi Vespucci aUorumque lustrationes, "seg�n la tradici�n de Ptolomeo y los viajes de Am�rico Vespucio y otros", es sencillamente porque el Gimnasio acababa de recibir, de manos del Duque Renato, un ejemplar en franc�s de la Lettera de Vespucio, la que, traducida al lat�n, se incorpor� a la Cosmographiae introductio que acompa�aba el atlas y porque su autor defin�a en ella, por primera vez, las tierras nuevas como un cuarto continente. �
Y nada m�s... �
�
�
Ahora bien: en 1515, Magallanes a�n no hab�a descubierto
el "paso". Sch�ner dispuso, pues, de una fuente secreta de
informaciones, y tal vez no sea abusivo el suponer que se trataba de
la misma que la de Wa�dseem�ller. � En 1492, Behaim pas� alg�n tiempo en su ciudad natal, en casa de su primo el senador Miguel Behaim, y dise�� un mapamundi que quer�a dejar "como recuerdo a su patria" antes de retornar a las Azores donde viv�a en casa de su suegro, el Caballero lobst van H�rter, gobernador de la isla de Fayal. �
Este globo terr�queo,
netamente arcaico, no hace sino retomar los datos, tradicionales en
la Edad Media, de Marino de Tiro y de Ptolomeo. Am�rica no figura en
�l. �
�
� Se dec�a com�nmente, en aquella �poca, que era �l quien hab�a indicado a Col�n, no solamente la ruta a seguir para alcanzar el Asia, sino tambi�n la existencia de un continente desconocido. � Y que era �l tambi�n quien hab�a mostrado, en un globo terr�queo, a Magallanes el estrecho que lleva hoy en d�a el nombre de este �ltimo pero que, en el siglo XVI, se llamaba habitualmente Fretum Bohemicum, no sin sugerir que hubiera sido justo designar el continente entero con el nombre de Bohemia. � Guillermo Postel no vacilaba en escribir en su Cosmographia: "Ad 54 grad. (lat. mer.) ubiest Martini Bohemi fraetum a Magaglianeso alis nuncupatum". � Que Col�n haya conocido a Behaim, no hay mucha duda al respecto. Ambos vivieron en Lisboa desde 1482 a 1484, el uno cart�grafo, el otro ge�grafo del rey. Ten�an, por lo dem�s, relaciones comunes. Behaim formaba parte, con dos m�dicos de Juan II, Maese Rodrigo y el jud�o Maese Josef, de la Junta de Matem�ticos encargada por el soberano de buscar el medio de navegar por la altura del sol, y fue en esa �poca que invent� un astrolabio de nuevo tipo. �
Ahora bien: estos dos m�dicos fueron designados por
Diego de Ortiz, obispo de Ceuta, para examinar el proyecto de Col�n
relativo a un viaje a Cipango (el Jap�n). M�s todav�a: el suegro de
Col�n, Bartolom� Mu�iz Perestrello, era gobernador de Porto Santo,
mientras que el Caballero von H�ter, suegro de Behaim, ya lo hemos
dicho, ocupaba el mismo cargo en Fayal, una de las islas Azores. � Explic� a los ministros del rey - probablemente el Cardenal Xim�nez y Mons. de G�bres - que �l hab�a visto dicho estrecho,
El error cometido en cuanto a la nacionalidad de Behaim
era de lo m�s com�n. � Lo encontramos en el Diario que hizo llegar, a su regreso, al Papa Clemente VII y al Gran Maestre de Rodas, el normando Felipe de Villiers de l'Isle Adam:
Notemos que Pigafetta se
hab�a portado, en las horas dif�ciles de la expedici�n, como amigo
leal de Magallanes y que no se lo puede en absoluto sospechar de
querer disminuir el m�rito de su jefe. � Lo sabemos, en particular, por Ruysch que escrib�a como leyenda de la T�rra Sanctae Crucis, mal dise�ada y separada del Yucat�n por un paso libre:
Los portugueses no hab�an pasado, pues, del 50� de Latitud Sur. � Los espa�oles, por su parte, en 1508, fecha del mapa en cuesti�n, no hab�an ido m�s lejos que el Cabo San Agust�n (8� 20'). Juan D�az de Sol�s y Vicente Y��ez Pinz�n s�lo deb�an de alcanzar el 40" de Latitud Sur muchos a�os m�s tarde. � Por otro lado, ning�n viaje clandestino que hubiera tenido lugar entre la expedici�n de Alvares Cabral, en 1500, y la publicaci�n del mapa de Ruysch, en 1508, explicar�a la certeza anterior de Col�n, sin olvidar que los autores que menciona Ruysch no habr�an alcanzado el Estrecho de Magallanes. �
Si Behaim, pues, como es probable, conoc�a la existencia
del Nuevo Mundo y del paso austral, no pudo ser sino sobre la base
de otras informaciones, probablemente recogidas en Alemania. �
� Se intercambiaban a menudo pilotos e int�rpretes. M�s a�n, �no se convirti� el normando Roberto de Braquemont en almirante castellano y Juan de B�thencourt, en rey de las Canarias, con dependencia de Castilla? �
Tal vez el apoyo pol�tico y financiero que
Col�n encontr� en Espa�a se debiera en parte al hecho de que se
conoc�a muy bien all� la existencia de Am�rica, cuyas costas
meridionales los normandos frecuentaban desde mediados del siglo XVI, vale decir desde la �poca del desembarco del Padre Gnupa en el
Guayr�: lo podemos probar. � Los catalanes, que serv�an de intermediarios entre Italia y Castilla, la llamaban brasil. � A ellos debemos la segunda menci�n documentada del producto: en 1252, figuran en la Tarifa de Aduanas de Collioure, en el Rosell�n, conques de brasil, laca y grana. La conque era, seg�n parece, madera triturada o pasta de madera; laca no exige explicaci�n; grana se aplicaba a un extracto complejo sacado del coccus polonicus, del coccus laca y del crot�n lacciferum. � La primera menci�n nos viene de la Tarifa de Aduanas de Ferrara que, en 1193, hace figurar la grana di brasil! al lado de la pimienta, el az�car y el azafr�n. �
La Tarifa de M�dena incluye, en 1376, la soma di braxi�is,
vale decir "harina", "polvo". Los �rabes, cuyos buques no estaban en
condiciones de trasportar troncos, vend�an a los italianos,
juntamente con las especias, extractos de tintura elaborados en los
pa�ses de origen, de gran val�a con reducido volumen.
Y agrega:
A fines del siglo XIII, el brasil se menciona como art�culo de importaci�n en las Droitures, consternes et appartenances de la uiscomt� de l'eau, de R�an. �
En 1387, la Costumbre de Harfleur fija los derechos
sobre este producto en cuatro denarios y medio cada cien libras. En
1396, la Aduana de Dieppe cobraba "para la carche de brasil VIII
denarios, para el fardo III denarios". Est� demostrado, pues, que el
brasil entraba en Francia por los puertos de Normand�a. �
Ahora bien: fuera del
Asia meridional, la madera de tintura colorada s�lo se halla en
Centroam�rica y en el Brasil: una variedad del sapang, la
caesa�pinia brasi�iensis. � El Portulano Mediceano la llama, en 1351, Brazil; Pizigano, en 1367, Bracir; el Mapa Catal�n, en 1375, y el Portulano de Macia de Villadeste, Brazil; el Portulano de la Biblioteca de Dij�n, en 1428, y los mapas de Bianco, en 1436, y de Fra Mauro, en 1457, Berzil. � Su situaci�n en el oc�ano es sumamente variable y encontramos la isla tanto al oeste de Irlanda como en el archipi�lago de las Azores, tanto a la altura de las Antillas como a la de Pernambuco. � Nada m�s natural: los normandos no hab�an podido disimular por mucho tiempo la existencia de la nueva tierra - y todas las nuevas tierras eran "islas", en aquel entonces - a donde iban a buscar el palo brasil, pero se reservaban celosamente el secreto de su emplazamiento. �
Notemos aqu� que Pizigano mencionaba, en su mapa, que
el nombre de Bracir hab�a sido dado por ellos a la isla en cuesti�n. � Gonneville, del que volveremos a hablar, lo precisa en 1503:
S�lo se
encontraban todos estos productos a la vez en la regi�n que los
portugueses, que la descubrieron en 1500 pero no tomaron posesi�n de
ella sino muchos a�os m�s tarde, llamaban T�rra Sanctae Crucis pero
que los franceses siempre designaban con el nombre de Brasil. �
�
El relato
que nos dej� Desmarquets de la de Jean Cousin es, sin embargo,
demasiado preciso, aun cuando se noten muchos errores de detalle en
la obra que lo contiene, para poder haber sido inventado lisa y
llanamente. En cuanto al viaje posterior de Gonneville, lo respaldan
documentos indiscutibles. Y es �ste el m�s importante para nosotros. �
Se lo hab�a visto
combatir victoriosamente a los ingleses como capit�n de un buque
mercante artillado, y nadie desconoc�a sus numerosos viajes por las
costas del �frica. Nada sorprendente, pues, en que fuertes
mercaderes de su ciudad natal le ofrecieran, en 1488, tomar el mando
de una expedici�n destinada a adelantarse a los portugueses en la
ruta de las Indias Orientales. �
Cousin no
ten�a ni los medios ni, probablemente, el prop�sito de fundar un
establecimiento. Reembarc�, pues, naveg� hacia el sudeste, alcanz�
el �frica austral a la altura del Cabo de las Agujas, subi� hacia el
norte a lo largo de las costas del Congo y de Guinea, donde canje�
sus mercanc�as, y por fin volvi� a Dieppe. � Hubo de lamentarlo, pues el individuo en cuesti�n intent�, por lo dem�s en Vano, sublevar la tripulaci�n. Exonerado por el Consejo del Almirantazgo de Dieppe, Pingori' desapareci�. Hay fuertes probabilidades de que se trate de Alonso Pinz�n, lugarteniente de Col�n unos a�os m�s tarde. Sabemos, en efecto, que el Almirante consultaba a menudo a �ste y no vacilaba, para ello, a ir a visitarlo a bordo de su buque. �
Todo parece indicar que el
capit�n de La Pinta sab�a cu�l era el rumbo a seguir. Insisti� en
varias oportunidades, y con raz�n, para que la flotilla navegara
hacia el sudoeste, lo que consigui� finalmente. Cuando las
tripulaciones amenazaron amotinarse, fue �l quien devolvi� el coraje
a los marineros. �
Lo que
suscita la duda al respecto es el viaje de Gonneville que, al
contrario del anterior, es indiscutible. � All� lo sorprendi� un violento temporal que lo zarande�, durante varias semanas, entre Sudam�rica y el Cabo de Buena Esperanza (Cabo de las Tormentas) y luego lo ech�, hacia el oeste, sobre una tierra desconocida,
Tenemos la relaci�n original de Gonneville, conservada en la Biblioteca del Arsenal, en Par�s:
Se trata de un documento judicial elevado por Gonneville al Almirantazgo a pedido del Procurador del Rey, el 19 de
julio de 1505, en raz�n del ataque de su buque por dos nav�os
piratas y de la p�rdida, en
el naufragio que result� del combate, de su libro de bit�cora. Nada
m�s aut�ntico, por lo tanto. �
M�s exactamente
a�n: en las costas del Guayr�. Despu�s de explorar el pa�s, un
Espoir entr� en un gran r�o que era "casi como el r�o Orne". �
Gonneville se llev�
muy bien con el jefe supremo de la regi�n, Arosca, hombre de sesenta
a�os "de porte grave y mediana estatura, regordete y de mirada
bondadosa". Distribuy� regalos y tom� posesi�n del territorio
erigiendo una cruz de treinticinco pies que llevaba, en uno de sus
lados, una inscripci�n latina con la fecha y, en el otro, los
nombres del Papa Alejandro VI, el Rey Luis XII, el almirante, el
capit�n, los armadores y los tripulantes del Espoir. � S�lo seis meses despu�s de su llegada L'Espoir se hizo a la mar. Llevaba un precioso cargamento de mercanc�as locales y, lo que es m�s importante, el hijo de Arosca, Essomericq, de quince a�os de edad, y su sirviente Namoa. El navio luch� penosamente contra las corrientes marinas, entonces desconocidas, del Atl�ntico Sur. � El escorbuto se declar� a bordo y Namoa falleci� por su culpa. Muy enfermo, Essomericq fue bautizado con el nombre de Binot. Se cur�. Gonneville hizo escala en el pa�s de los tupinamb�es, en las costas de los actuales estados de R�o de Janeiro y Esp�ritu Santo. � Los ind�genas ya hab�an visto a europeos,
Tal vez, inclusive, tuvieran motivos para quejarse de ellos, pues atacaron a la tripulaci�n de L'Espoir, matando a dos hombres e hiriendo a cuatro. �
Despu�s de una nueva escala en el Golfo de Bah�a, el navio
retom� su rumbo, avist� a la isla. Fernando de Noronha, cruz� el Mar
de los Sargazos que asust� mucho a los marineros y, luego, alcanz�
las Azores, Irlanda y Jersey. A lo largo de Dieppe, dos buques
piratas lo atacaron y, a pesar de una bella defensa, lo obligaron a
encallar. �
Pero dio al joven una educaci�n esmerada, lo
cas�, en 1521, con su hija Suzana y le leg�, al morirse, parte de
sus bienes, con obligaci�n para �l y sus descendientes varones de
usar el nombre y las armas de los Gonneville. � Si los normandos hubieran tenido mapas exactos de Am�rica tal como la conoc�an'-'los vikingos, hubieran sido atra�dos muy exactamente por esos tres puntos. � En segundo lugar, Gonneville, un noble orgulloso de su nombre y su blas�n, casa a su hija con uno de esos indios que, en 1518, otros dieppenses, probablemente parientes suyos, Prosper y Mathieu Paulmier, describen con estos t�rminos poco halag�e�os:
Esta alianza, muy real, sin embargo, resulta sumamente inveros�mil.
Pero todav�a hay m�s. El hijo de Essomericq y Suzana, Binot Paulmier
de Gonneville, tom� los h�bitos y fue can�nigo de la catedral de San
Pedro de Lisieux. �
No hac�a tanto tiempo que los blancos de Yvytyruz� todav�a trazaban runas. �
No s�lo los dieppenses, por lo dem�s. Bajo Francisco I,
verdaderas flotas mercantes iban al Brasil tambi�n desde Honfleur,
R�an y, m�s tarde, El Havre. Esto por lo menos hasta 1555, fecha en
la cual Villegaignon fund� en la bah�a de R�o de Janeiro, por orden
del Almirante de Coligny, su ef�mera Francia Ant�rtica. � El mismo Villegaignon recibi�, hasta el �ltimo momento, el apoyo eficac�simo de los ind�genas de R�o. "
Esta asimilaci�n tan r�pida y tan completa de normandos a la vida y la mentalidad de los indios nos ayuda a entender, entre par�ntesis, c�mo los descendientes de los daneses de Tiahuanacu se han convertido, en la selva en los actuales guayak�es. � Hay m�s todav�a. Cuarenta y seis a�os antes de la llegada de Gonneville, a�n hab�a en el Guayr� blancos que sab�an escribir con runas y, por lo tanto, veros�milmente, a�n hablaban el norr�s o, por lo menos, un derivado del norr�s. Ahora bien: en la Edad Media, Normand�a y Dinamarca manten�an intercambios comerciales seguidos. � Los barcos daneses frecuentaban asiduamente los puertos de Normand�a y los navios normandos, los de Dinamarca. No deb�an de faltar, pues, marineros capaces de farfullar el norr�s. �
Comprendemos as� c�mo y por qu� los
int�rpretes normandos se entend�an tan bien y tan f�cilmente con los
ind�genas o, por lo menos, con algunos de ellos, especialmente en el Guayr�. � Cincuenta tupinamb�es de la tribu de los tabagerres, a las �rdenes de su morbich� - correctamente, mburuvich� - (cacique) simularon un combate. Se les hab�an agregado doscientos cincuenta int�rpretes y marineros que hab�an vivido en el Brasil. � O sea trescientos hombres,
Ya que el puritanismo a�n no hab�a
corrompido las mentes, a mediados del siglo XVI, la Corte y, en
especial, la Reina mostraron ante el espect�culo "cara alegre y
riente". � As� la piedra conserva el recuerdo de la epopeya mar�tima de los normandos en Sudam�rica a donde hab�an vuelto siguiendo los rastros de sus antepasados. �
De elle queda igualmente
un aporte
apreciable a la lengua francesa en la cual gran n�mero de palabras
guaran�es entraron directamente, sin pasar por el portugu�s ni el
espa�ol: tapir, sagouin, ara, acajou, manioc, y cien otras m�s. �
�
Las dos principales
potencias mar�timas de la �poca, Espa�a y Portugal, pose�an - y
manten�an secretos con el mayor cuidado - datos precisos acerca de un
mundo que no era tan nuevo como se lo proclam� despu�s de 1492. Pero
lo esencial de dichos datos no proven�a de los marinos castellanos y
lusitanos. Ellos lo hab�an recibido, los primeros de Normand�a, los
segundos de Alemania. �
Los normandos, por su lado,
utilizaban desde hac�a tiempo sus conocimientos, tanto para ir a
pescar bacalao en Terranova y Acadia - no eran ellos los �nicos - como
para ir a buscar el palo brasil en la regi�n del Amazonas. � En lo que ata�e a Norteam�rica, no hay duda alguna: las colonias islandesas de Vinlandia hab�an mantenido durante largo tiempo, lo prueban los mapas, un estrecho contacto con Escandinavia. Pero el problema se plantea en cuanto a la parte meridional del continente. � �La hab�an alcanzado, en la Edad Media, expediciones europeas, navegando en su derredor? No existe al respecto ni el menor rastro y los barcos de que se dispon�a en la �poca no permiten considerar seriamente esta posibilidad. � Por el contrario, sabemos que un grupo de vikingos se hab�a establecido, en el siglo XI, en el Altiplano andino y hab�a conquistado, en Sudam�rica, un inmenso imperio cuya red caminera se extend�a, al este, hasta el Atl�ntico. Tenemos la prueba de que, hacia 1250, se hab�a establecido un contacto entre los daneses de Tiahuanacu y sus primos de Normand�a. �
Fue en aquella �poca, en
efecto, que el palo brasil apareci� en R�an, en Harfleur, en Dieppe.
Y fue en aquella �poca igualmente que surgieron a orillas del Lago
Titicaca elementos arquitect�nicos que proven�an de Amiens. �
De cualquier modo, las tradiciones ind�genas nos hablan de un
sacerdote cat�lico - tal vez ni el primero ni el �ltimo - que los
daneses de Tiahuanacu llamaban Padre Gnupa y que hab�a llegado al
Altiplano, en la segunda mitad del siglo XIII, despu�s de seguir,
desde San Vicente, uno de los caminos - el Peabir� - que cruzaban el Guayr� y el Paraguay. � �Hab�a tra�do consigo a un arquitecto y un imaginero, o �l mismo era lo uno y lo otro? � Todo lo que podemos afirmar es que por lo menos uno de los miembros del grupo que �l encabezaba proced�a de Normand�a y hab�a trabajado en la construcci�n de la catedral de Amiens. El tapiz de Ovrehogdal y sus llamas muestran, es cierto, que los vikingos de Tiahuanacu no hab�an omitido, al volver a Europa, visitar su patria de origen. � Pero fue a Normand�a, y no a Escandinavia, que trajeron su conocimiento de Sudam�rica, y fue de Normand�a que este pas�, por Sal�t-Di�, a la Alemania occidental. En el caso contrario, el palo brasil habr�a aparecido en Hamburgo y no en R�an. �
Todo parece indicar, pues, que el Padre Gnupa era normando. � � |
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