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por
Jacques de Mahieu del Sitio Web Editorial-Streicher � �
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Las Aventuras Americanas de Ullman y de
Heimlap
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La
palabra "tradici�n" no debe llamarnos a enga�o. Los relatos que
ind�genas cultos hicieron a los cronistas espa�oles inmediatamente
despu�s de la Conquista y los textos que redactaron entonces, en
castellano o en idiomas locales, indios en cierta medida
hispanizados no se refer�an a meras leyendas oralmente trasmitidas
generaci�n tras generaci�n, pues los pueblos de Mesoam�rica ten�an
libros de Historia escritos con caracteres ideogr�ficos y los del
Per�, quipus, conjuntos de piolines con nudos, que constitu�an para
los amautas, especializados en su composici�n e interpretaci�n, una
base mnem�nica segura. � Ahora bien; sabemos por los cronistas y por los Conquistadores mismos que los ind�genas no se asombraron de la llegada de los espa�oles ni intentaron seriamente ofrecerles resistencia. �
Cort�s entr� en Tenochtitl�n (la actual ciudad de
M�xico) con 400 hombres y Pizarro emprendi� la conquista del Per�
con 177 oficiales y soldados. En todas partes, los reci�n llegados,
blancos y barbudos, fueron considerados como "Hijos del Sol" y se
les rindi� pleites�a como a dioses.
Tampoco se sorprendi� el emperador inca Huayna Kapak cuando, en 1523, ocho a�os antes de la llegada de Pizarro, recibi� la noticia de que "gente extra�a y nunca vista en aquella tierra" - era la expedici�n de Vasco N��ez de Balboa - andaba en un nav�o por la costa Norte del Per�. � Moribundo, reuni� a sus hijos, sus capitanes y los jefes ind�genas que lo acompa�aban y les dijo:
Este testimonio no es tan preciso como el anterior, tal vez por la
trasmisi�n oral que lo hizo llegar a o�dos del cronista; pero no
deja de ser significativo, pues Huayna Kapak no habr�a podido
esperar a la "gente nueva" de no haber tenido anteriormente su
pueblo o su linaje alg�n contacto con ella.
�De d�nde hab�an venido los antepasados de Moctezuma y de los quich�s? � Las tradiciones azteca y maya dan la respuesta a trav�s de las versiones complementarias de casi todos los cronistas. �stos se refieren al lejano pa�s de origen de los toltecas, el pueblo civilizador por excelencia del An�huac, cuya acci�n se proyect� hasta el pa�s maya. � El pr�ncipe azteca hispanizado Ixtlilx�chitl nos habla de la grande y opulenta ciudad de Tula, antiqu�sima capital de los toltecas antes de su llegada a M�xico. Nos describe sus templos y sus pir�mides dedicadas al Sol y a la Luna. �
Menciona su religi�n,
exenta de todo culto sangriento, y su elevado nivel cultural. Un
canto f�nebre tolteca agrega un detalle altamente significativo,
como veremos: hab�a en Tula un templo de madera, material �ste que
ning�n pueblo n�huatl ni maya emple� jam�s para la construcci�n de
sus edificios religiosos. � Seg�n �sas, la ciudad sagrada se encontraba en un verdadero para�so terrenal. Sus ricos palacios de jade y de concha blanca y rosa estaban rodeados de campos donde las espigas de ma�z y las calabazas alcanzaban el tama�o de un hombre y donde el algod�n crec�a de todos los colores. �
Era el "pa�s de Olman". Hab�a en �l caucho y cacao en
abundancia y sus habitantes llevaban joyas incomparables y lujosa
vestimenta, inclusive sandalias de goma. �
Pues no hay duda alguna de
que �stos llegaron al Yucat�n desde el An�huac, como hab�an llegado
anteriormente a los valles mejicanos desde el Norte. Se trataba,
pues, de una tradici�n ajena, y no es de extra�ar que se haya
modificado profundamente con el tiempo. � En vano se ha tratado de identificarla con Teotihuac�n o Xicotitl�n, pero estas ciudades que los toltecas ocuparon a su llegada al An�huac se hallaban, respectivamente, a 50 y 100 kms. de Tenochtitl�n y dif�cilmente pueden ser consideradas como capital de un pa�s lejano. El problema queda planteado, pues, y s�lo por deducci�n podemos llegar a una hip�tesis al respecto. � El ya mencionado detalle del templo de madera nos suministra una indicaci�n preciosa. La �nica regi�n donde exist�a, en la Edad Media, este tipo de edificio religioso era, en efecto, Escandinavia. Si consideramos que la ciudad donde se encontraba el templo en cuesti�n se llama Tula, palabra �sta extra�amente parecida a Thule, nombre primitivo de las tierras del Gran Norte europeo, los hechos relatados por los cronistas empiezan a tomar cierto sentido. � Hay m�s todav�a: el nombre del "pa�s de Olman" - a veces, "Oliman" u "Oloman" - de donde, para los mayas, ven�an los toltecas. �
Se quiso hacer
derivar Olman de ulli u olli - la u y la o se confunden en los
idiomas americanos - palabra maya que significa "caucho" y que el
castellano incorpor� con la forma hule y, por lo menos en M�xico,
con el mismo sentido. � Lo l�gico ser�a que Olman - o Ulman - en la expresi�n empleada por Sahag�n, se refiriera al nombre del pa�s de donde proced�an los reci�n llegados o al nombre del jefe de estos �ltimos. �
Ahora bien: Ull o Ullr es, en la mitolog�a n�rdica, el dios de los cazadores.
Ullman significa, pues, en cualquiera de los idiomas germ�nicos, "el
hombre de Ull", nombre o apodo adecuado para un guerrero escandinavo.
� Se trata evidentemente de la misma palabra, escrita con una u o una v, pero esta variaci�n ortogr�fica nos impide saber cu�l era su pronunciaci�n. De cualquier modo, el nombre no es n�huatl ni maya. Encontramos, por el contrario, posibles ra�ces en el antiguo escandinavo: sol, sol, y huitr - o hvitr - blanco. El "sol blanco" es el del alba, que aparece en el Oriente. �
Tal vez no sea
por casualidad, pues, que
Quetzalc�atl, el Dios Blanco de los nahuas,
tenga entre sus apodos mas comunes, el de "Se�or de la Aurora" y que Manko Kapak, el Hijo del Sol fundador del imperio incaico, haya
salido, al comienzo de su empresa, de un lugar llamado Pakkari Tampu,
vale decir Albergue de la Aurora. �
Pero vamos a ver que no hacen sino confirmar pruebas
de naturaleza muy distinta. �
� Se inici� en 856 de nuestra era, cuando los reci�n llegados al An�huac empezaron a construir, al Norte de la actual ciudad de M�xico, un gran centro urbano. Diez reyes se sucedieron hasta 1174, a�o en que los chichimecas tomaron e incendiaron la ciudad. El quinto soberano, que rein� en la segunda mitad del siglo X, nos interesa particularmente: era blanco y barbudo y ven�a de un pa�s lejano. �
Los toltecas, que lo
llamaban Quetzalc�atl, lo consideraban un dios, hijo del Sol. A �l
deb�an su alta cultura, su religi�n, sus leyes, su calendario, y
tambi�n las t�cnicas de la agricultura y las artes de la metalurgia.
� Unos veinte a�os m�s tarde, emprendi�, con un grupo de los suyos, una expedici�n al Yucat�n, donde s�lo permaneci� unos a�os. � De regreso al An�huac, se encontr� con que los guerreros blancos que hab�a dejado al mando de un lugarteniente - que los nahuas llamar�n Tezcatlipoca y del que har�n el dios solar de la descomposici�n (el Sol putrefactor) se hab�an casado con mujeres ind�genas. � Quetzalc�atl trat� vanamente de imponer su autoridad. Sus hombres se dividieron en dos grupos. Con los que le quedaron fieles, el rey baj� hasta la costa del Atl�ntico, en la desembocadura del r�o Coatzacoalcos. Aqu�, las tradiciones divergen. Una dice que desapareci� sin que nadie se diera cuenta de c�mo lo hizo. Otra, que muri� y que su cuerpo fue quemado. �
Una tercera, que construy� un "barco
de serpiente", se reembarc� con los suyos y desapareci� por el mar.
Sin embargo, casi todos los relatos coinciden en un punto: Quetzalc�atl anunci� que, un d�a, hombres blancos y barbudos como �l
llegar�an del Oriente para vengarlo y dominar�an el pa�s. � El motivo de su partida fue de orden racial: no pudo soportar la mestizaci�n, de parte de sus compa�eros y los abandon� a su suerte para salvar la pureza de sangre de los que permanec�an leales a su estirpe. La impresi�n que dej� en los ind�genas su breve reinado fue tal que �stos lo incorporaron a su mitolog�a, como veremos en el pr�ximo cap�tulo. �
El
hab�a establecido el culto del Sol: ellos lo consideraron
encarnaci�n de su nuevo dios. � Es �ste un nombre extra�o para un rey como para un dios, aun teniendo en cuenta la f�rtil imaginaci�n de los indios. Y tanto m�s cuanto que la expresi�n parece haberse aplicado no solamente al jefe blanco sino, en cierta medida, a todos los forasteros e inclusive, posteriormente, a los descendientes de los que permanecieron en el An�huac. �
Tal vez nos ayude a comprenderlo la apariencia que pod�a
tener, para los ind�genas, un barco vikingo, con su proa levantada y
afilada, su gran vela cuadrada y, en sus bordas, los escudos
relucientes en el Sol. No era sin raz�n que los escandinavos
llamaban snekkar, serpientes, a sus barcos de menor tama�o que sus
grandes drakkar. � Todas nos lo muestran como un hombre Blanco, de elevada estatura y larga barba. Pero la unanimidad se detiene en esta apariencia f�sica. Los textos no se ponen de acuerdo en cuanto a su vestimenta. Seg�n algunos, llevaba un largo vestido blanco y, encima, una manta sembrada de cruces coloradas, usaba sandalias, cubr�a su cabeza con una especie de mitra y ten�a en la mano un b�culo. �
Otros lo pintan como vestido de una casaca de tela negra
grosera, con mangas cortas y anchas, y cubierto con un casco
ornamentado con serpientes. � Por otro lado, Quetzalc�atl era un temible guerrero que no reparaba en los medios para alcanzar la victoria. � Al comprobar esta antinomia, que la iconograf�a azteca confirma (ver Fig. 8), se tiene la impresi�n de estar frente a dos personajes distintos que se superpusieron a lo largo del tiempo y se confundieron en un nombre gen�rico que expresaba su origen com�n y dejaba a un lado sus respectivas caracter�sticas peculiares. �
Lo cual
est� confirmado por las tradiciones mayas que se refieren claramente
a dos dioses Blancos distintos. �
� La primera - la Gran Llegada - fue la de un grupo encabezado por un sacerdote, Itzamn�, que vino por mar desde el Oriente. El jefe ten�a todas las caracter�sticas f�sicas y morales del Quetzalc�atl asc�tico. �
Dio a la poblaci�n sus dogmas y sus ritos,
sus leyes y calendario, y tambi�n la escritura. Le ense�� las
virtudes medicinales de las plantas y le transmiti� el arte de curar.
� As� estableci� la paz y la prosperidad. Pero una sublevaci�n ind�gena lo oblig� a reembarcarse. � Es de notar que el nombre de Kukulk�n es la exacta traducci�n de Quetzalc�atl: Kukul es el p�jaro quetzal y kan significa serpiente. � No nos extra�ar� pues, comprobar que en las tradiciones mayas, si bien Kukulk�n siempre es distinto, como personaje hist�rico y como dios, de Itzamn�, adquiere a veces las caracter�sticas de este �ltimo. � Quetzalc�atl y Kukulk�n son la misma persona, pero el primero representaba, para los nahuas, a la vez el sacerdote y el guerrero, que los mayas segu�an distinguiendo. De ah� que los relatos nos describan a Kukulk�n como si se tratara de Itzamn�: asc�tico, humanitario y con un largo vestido blanco flotante. �
El proceso de unificaci�n de los dos personajes estaba en
marcha, pero no tuvo tiempo de completarse. � �l y sus compa�eros usaban largos vestidos blancos flotantes. Terminada su misi�n, el dios blanco dividi� la regi�n en cuatro distritos, cuyo gobierno encarg� a subordinados suyos, y entr� en una cueva, desapareciendo en las entra�as de la tierra. �
El
nombre que los tzendales daban a Kukulk�n no deja de llamar la
atenci�n: Votan o Uot�n, como el dios germano Wotan, Wuotan o Voden,
tambi�n conocido como Od�n.
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� Condoy sale de una cueva entre los zoques de la costa, al pie de las sierras de Chiapas. En Guatemala, los quich�s lo llaman Gucumatz - traducci�n de Kukulk�n - e Ixbalanqu�. � Las tradiciones de los cunas, de Panam�, lo mencionan, pero sin nombre. Tal vez se trate de una mera asimilaci�n por contacto. Pues si es l�gico que Itzamn� o Quetzalc�atl haya, desde el Yucat�n, recorrido Chiapas y hasta Guatemala, regiones de poblaci�n maya, parece improbable que haya viajado m�s al Sur. �
En cuanto a Quetzalc�atl,
sabemos que se qued� s�lo pocos a�os en Centroam�rica y pronto
volvi� al An�huac. �
Pues Bochica entr� en la actual Colombia por Pasca, despu�s de haber
cruzado los llanos de Venezuela, donde encontramos su recuerdo, como
en muchas tribus tupi-guaran�es, hasta el Paraguay, con los nombres
de Zum�, Tsuma, Tem� y Turn�; pero nada m�s que su recuerdo, lo cual
no deja, con todo, de plantear un problema, pues parece dif�cil que
se haya producido una difusi�n por simple contacto a trav�s de la
selva amaz�nica. �
Los agrup�
en pueblos y les dio leyes. Cerca de la aldea de Coto, los indios
veneraban una colina desde la cual el civilizador predicaba a las
muchedumbres reunidas en su base.
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� Tenemos motivos para suponer, sin embargo, que embarc� con su gente en el Pac�fico, pues vemos a los blancos barbudos llegar, en canoas "de piel de lobo" (o sea en barcos semejantes a los grandes umiaks de los esquimales o a los curachs irlandeses), a la costa del actual Ecuador. � Como lo hab�an hecho al desembarcar en el Golfo de M�xico y como lo har�n en el Per�, y veros�milmente por las mismas razones clim�ticas, abandonan r�pidamente la zona t�rrida y se instalan en la meseta andina, donde fundan el reino de Kara - o de Quito - que m�s tarde los incas anexar�n a su imperio. No sabemos nada de sus actividades. � S�lo nos queda el t�tulo que ostentaban sus reyes: se hac�an llamar Sciri - o Scyri. �
Esta palabra no tiene
sentido alguno en quechua - el idioma de la regi�n - pero en antiguo
escandinavo skirr significa "puro" y sk�rri, "m�s puro". En la �poca
cristiana, sk�ra, "purificar", tomar� el significado de "bautizar" y
se llamar� a Juan el Bautista como Sk�ri-J�n. � La expedici�n hab�a tocado tierra en la desembocadura del r�o Paquisllanga (Lambayeque). Naymlap se hab�a adue�ado del pa�s y sus descendientes lo hab�an gobernado hasta la conquista de la regi�n por el emperador inca Tupak Yupanki, al final del siglo XV. � No sabemos a ciencia cierta en qu� �poca sucedi� la llegada de la flota en cuesti�n, pero podemos deducir el dato de la historia misma de los chim�es, pues el imperio del Gran Chim� desapareci� repentinamente y con un cambio de dinast�a, alrededor del a�o 1000, lo que corresponde perfectamente, como veremos m�s adelante, con la cronolog�a mesoamericana. � La tradici�n relatada por Balboa no nos dice qui�nes eran Naylamp y sus compa�eros. � Pero el nombre del jefe "venido del Norte", tiene, para aclarar este punto, un valor inestimable, pues se vincula indudablemente con alg�n pueblo germano. Heim - que se pronuncia casi como naym en espa�ol - significa en efecto, tanto en antiguo alem�n como en antiguo escandinavo, "hogar" o "patria", mientras que lap se traduce por "pedazo". �
Heimlap - Pedazo
de Patria - podr�a perfectamente haber sido el apodo dado al jefe de
una colonia n�rdica establecida en el suelo americano, o el nombre
de esta misma colonia, confundido por la tradici�n ind�gena con el
de su fundador. � Pero su apodo m�s com�n es el de "dios blanco", lo cual explica suficientemente por qu�, en tierras indias, un jarl vikingo haya podido usar su nombre. Notemos, en respaldo de esta segunda hip�tesis, que la deformaci�n de dallr en lap es insignificante si consideramos que la palabra, de dif�cil pronunciaci�n, se trasmiti� entre los ind�genas, por v�a oral, durante siglos y que s�lo la conocemos a trav�s de la trascripci�n fon�tica de un religioso que no ten�a, por cierto, ning�n conocimiento de filolog�a. �
Agreguemos que el dios de los chim�es se
llamaba Guat�n, nombre �ste que se parece mucho al de Votan o Uot�n,
y era dios de la Tempestad, como el Votan mesoamericano y como el
Wotan u Od�n germ�nico. � Los monumentos no eran obra de los pueblos ind�genas sino de hombres Blancos que, primitivamente instalados en la Isla del Sol, en medio del lago, hab�an poco a poco civilizado la regi�n. � La tradici�n los menciona con el nombre de atumuruna, acerca de cuyo sentido los estudiosos del idioma quechua no consiguen ponerse de acuerdo. �
Brasseur de Bourbourg ve en esta
palabra una deformaci�n de hatun runa, hombres grandes, mientras que
Vicente Fidel L�pez traduce literalmente "pueblo de los adoradores
- o de los sacerdotes - de Ati", vale decir de la Luna decreciente. � Trat�ndose del nombre quechua de los hombres Blancos de Tiahuanacu, tenemos derecho a preguntarnos si atumuruna no deber�a leerse en realidad atumaruna, lo que significa "hombres de cabeza de luna", expresi�n equivalente al "cara p�lida" de los indios norteamericanos. � Tenemos un ejemplo de confusi�n entre la "a" y la "u" en la misma palabra. Seg�n Garcilaso, los espa�oles llamaban Vilaoma al Sumo Sacerdote del Sol, en lugar de Villak Umu. Y veremos m�s adelante que los cronistas dan indiferentemente a una de las fiestas incaicas los nombres de Umu Raymi o de Urna Raymi. �
De
cualquier modo, la referencia a la Luna decreciente parece poco
aceptable, pues sabemos a ciencia cierta que los hombres Blancos del
Titicaca adoraban al Sol (Inti) y la Luna (Quilla) y que Ati no era
para ellos sino una divinidad secundaria. � M�s importante que el nombre quechua de los primeros pobladores de Tiahuanacu es el de su jefe, Huirakocha, que los espa�oles escrib�an Viracocha. Nos encontramos a su respecto con las interpretaciones m�s fantasistas. Algunos traducen "espuma (Huira) del mar (kocha)". El cronista Montesinos, llevado por su imaginaci�n abusiva, no vacila ante una trasposici�n m�s b�blica: "esp�ritu del abismo". � Desgraciadamente para �l, el inca Garcilaso, cuya lengua materna era el quichua, hace notar que, en ese idioma, el genitivo precede al sustantivo que complementa y, por otro lado, se muestra m�s prosaico: Huirakocha significar�a "mar de sebo". �Es �ste, admit�moslo, un extra�o nombre para un dios! �
Tal vez sea oportuno buscar una
etimolog�a que corresponda al presumible idioma de los reci�n
llegados. � Es normal que, en este �ltimo idioma, se haya convertido en ch. � Sin embargo, las tradiciones peruanas no concuerdan m�s que las mesoamericanas en lo que ata�e a la personalidad y apariencia del Hijo del Sol. Guerrero para algunos cronistas, Betanzos, que estaba casado con una ind�gena y estaba as� en estrecho contacto con los quechuas, describe a Huirakocha como a un sacerdote tonsurado, blanco y con barba de un palmo, vestido con una sotana blanca que le ca�a hasta los pies y portador de un objeto parecido a un breviario. � Veremos m�s adelante que no se trataba del producto de su imaginaci�n. �
Notemos que en aymar�, idioma de los
indios del Altiplano boliviano, sometidos por los incas, el nombre
de Huirakocha era Hyustus, seg�n la transcripci�n espa�ola, y se
pronunciaba exactamente como el lat�n justus. � Vencidos en sucesivas batallas, �stos se replegaron en la Isla del Sol, donde tuvo lugar el �ltimo combate, que fue tambi�n para ellos una derrota. Los indios degollaron a la mayor parte de los varones. S�lo unos pocos consiguieron huir. � Emprendieron viaje hacia el Norte y llegaron al actual Puerto Viejo, en la provincia ecuatoriana de Manta, donde se encontraba la madera especial con la cual se constru�an las balsas. Y Huirakocha "se fue caminando sobre el mar". No pereci� en el viaje. �
Pues sabemos de su
llegada a
la Isla de Pascua y a los archipi�lagos polin�sicos, donde
sus descendientes se recuerdan con el nombre de arii. No hace falta
insistir sobre este punto, perfectamente demostrado por Thor Heyerdahl. � �Pero el degollador de los atumuruna se llamaba realmente Cari, o se le dio el nombre conocido de alg�n genio mal�fico? �
Nos lo podemos
preguntar, pues Kari, en la mitolog�a escandinava es el siniestro
gigante de la tempestad, de muy mala fama: se lo llamaba "�l
devorador de cad�veres".
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� Huyendo de los invasores, la poblaci�n se dispers� y no tard�, seg�n el relato que Garcilaso pone en boca de un t�o suyo, en volver al estado salvaje:
Sin embargo, no todos los Blancos hab�an desaparecido. � Un grupo de "hombres del Titicaca", cuatro varones y cuatro mujeres, todos hermanos - vale decir, sin lugar a duda, de la misma raza - se hab�a refugiado en la monta�a, detr�s de la quebrada del Apurimac, al mando de diez tribus leales. � Reunidos en consejo, los cuatro jefes decidieron:
Saliendo de las cuevas de Tampu Toku - el Albergue-Refugio - y despu�s de detenerse un tiempo en Pakkari Tampu - el Albergue de la Aurora - el ej�rcito emprendi� su marcha hacia el Cuzco, a unos 40 kil�metros. � Los Blancos y sus guerreros ind�genas hicieron varias etapas de unos a�os, la �ltima en Matahua, en la entrada del valle del Cuzco y, finalmente, reconquistaron la ciudad que hab�a pertenecido a sus antepasados, edificando de inmediato el templo del Sol. Durante el largo viaje, uno de los Blancos, Manko Kapak, se hab�a librado, por medios desconocidos, de sus tres "hermanos" y se hab�a proclamado rey. � Otra versi�n s�lo menciona a �l y a su mujer y hermana, Mama Oclo, simplificando as� el relato y, probablemente, tratando de echar el manto del olvido sobre las rivalidades internas del grupo. En las tradiciones ind�genas, los cuatro varones blancos llevaban mismo t�tulo: ayar. � La palabra, nos dice Garcilaso,
Se�alemos aqu�, adelant�ndonos al cap�tulo V, que los se�ores escandinavos se llamaban jarl, t�rmino �ste que se traduce habitualmente por "conde" y cuya pronunciaci�n por un indio quichua ser�a id�ntica, salvo en cuanto a la a aumentativa antepuesta, a la de ayar. � A esta similitud se agrega una duda muy seria acerca del significado de Kapak, t�tulo de Manko y de todos los emperadores incas, sus sucesores. Garcilaso nos da dos interpretaciones distintas, lo que demuestra su inseguridad al respecto. Por un lado nos dice que Capa Inca significa "Solo Se�or" (capa = solo) y, por otro, que Capac tiene el sentido de "rico y poderoso en armas". � Ahora bien: capa y capac son dos formas de la misma palabra. Nos podemos preguntar, pues, si no corresponder�a buscar en la "lengua particular" de los incas una acepci�n m�s satisfactoria. La encontramos en el viejo escandinavo kappi, h�roe, campe�n, caballero. �
El origen del nombre de Manko, que no tiene sentido en
quichua, no es menos evidente. Pues, en antiguo escandinavo, man
significa "hombre" y ko parece ser una abreviatura de
konr, "rey".
El fundador de la dinast�a incaica se llamaba, pues, "hombre rey":
el hombre que se convirti� en rey. � M�s a�n, los miembros de la familia imperial lo hac�an entre hermanos, para conservar pura su sangre de "Hijos del Sol". Ahora bien: �de d�nde viene la palabra inca, que no es quichua ni aymar�? � La respuesta es f�cil: en el antiguo germano, la desinencia �ing serv�a para designar a los miembros de un mismo linaje, como en las palabras merovingio, carolingio y lotharingio, por ejemplo. �
No es por casualidad ni por equivocaci�n, pues, que la
mayor parte de los cronistas espa�oles escriben inga en lugar de
inca como lo hacemos hoy en d�a. Los incas eran, por lo tanto, los
Descendientes por excelencia: los descendientes de Manko y de sus "hermanos". � En la teor�a, se trataba de un estrato social situado inmediatamente debajo de los incas de sangre real, con los cuales no se deb�an mezclar. � De hecho, sin duda alguna, se produjo cierto mestizaje. Los emperadores incas, tales como fueron retratados en los frescos de la iglesia Santa Ana del Cuzco, ten�an la tez much�simo m�s clara que sus s�bditos. No eran blancos puros, sin embargo. �
Entre las momias reales encontradas por los
espa�oles, se mencionan como excepciones la de Huirakocha, de pelo
rubio muy p�lido, y la de su mujer, "blanca como huevo".
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� Es imposible dejar de comprobar su perfecto encadenamiento. El Dios-Sol y sus compa�eros, blancos y barbudos como �l, desembarcan en la costa atl�ntica de M�xico. Con el apoyo de los toltecas, Quetzalc�atl se impone en el An�huac, a cuyas poblaciones aporta religi�n y cultura. �
Organiza una expedici�n al Yucat�n donde,
conocido como Kukulk�n, emprende con la colaboraci�n de los itz�es
una tarea semejante que termina en una sublevaci�n ind�gena. De
vuelta al An�huac, indignado por el comportamiento de los Blancos
que hab�a dejado all�, abandona el pa�s embarc�ndose en el
Atl�ntico, lo que elimina toda interpretaci�n m�tica de sus haza�as.
� Se hace de nuevo a la mar, esta vez en el Pac�fico, en barcos de piel de lobo y alcanza el Ecuador donde funda el reino de Quito. Siguiendo para el Sur, llega a la regi�n de Arica y, como Huirakocha, sube al Altiplano donde se establece en las islas y orillas del lago Titicaca e impone su mando a las poblaciones indias que civiliza. � Una sublevaci�n ind�gena lo obliga a huir, y lo vemos reembarcarse en el Pac�fico para un viaje que lo llevar� a Polinesia. �
S�lo queda en el Per� un reducido grupo
de blancos que, despu�s de reorganizar sus fuerzas, marchan
victoriosamente sobre el Cuzco y fundan el Imperio de los incas, que
perdurar� hasta la llegada de los espa�oles. Nada m�s coherente,
salvo en cuanto a la ya mencionada superposici�n de dos dioses
blancos, que s�lo en el pa�s maya las tradiciones distinguen hasta
cierto punto, problema �ste sobre el cual volveremos en el cap�tulo IV
(mas abajo). � Ya vimos que el Dios-Sol baj� de la meseta mexicana unos veinte a�os despu�s de su desembarco en Panuco y que s�lo permaneci� unos pocos a�os en el Yucat�n. Ahora bien: conocemos la fecha de su llegada a Chich�n Itz�: kat�n 4 Ahau del calendario maya, vale decir el a�o 987 de nuestra era. �
Por lo tanto, Quetzalc�atl surgi� del oc�ano en 967,
aproximadamente. � Una generaci�n equival�a, en aquel entonces, a unos veinte a�os. As�, en la misma �poca y en condiciones de vida bastante parecidas, para los once reyes de Francia que se sucedieron entre Felipe III, que ascendi� al trono en 1270, y Carlos VIII, fallecido en 1498. �
La
genealog�a de los reyes aztecas entre 1375 y 1520 nos da nueve
soberanos, con un promedio de diecis�is a�os por reinado. Ahora bien:
Huayna Kapak, el emperador de la und�cima generaci�n, muri� en 1525.
Luego, Manko Kapak fund� su imperio alrededor del a�o 1300. � Pero podemos presumir que tuvo lugar poco despu�s de la partida de Quetzalc�atl de M�xico y que el viaje entre la desembocadura del r�o Coatzacoalcos y el actual puerto de Arica fue relativamente breve. De ser de otro modo, encontrar�amos a lo largo del itinerario del dios Blanco rastros de su estada, cuando s�lo hallamos recuerdos de su paso. � Por el contrario, los edificios de Tiahuanacu, sobre los cuales volveremos en el cap�tulo VII, demuestran que los atumuruna se hab�an radicado definitivamente en la zona del Titicaca. Salido de M�xico sobre el final del siglo X, el Dios-Sol pudo haberse desplazado hacia el Sur, en sucesivas etapas, durante medio siglo o un siglo. �
Lleg� a Tiahuanacu, pues,
entre 1050 y 1100 y le quedaron unos dos siglos para crear su
Imperio y construir su capital inconclusa: m�s de lo que hac�a falta,
en cuanto a esta �ltima tarea, si se piensa que en Europa, durante
el mismo lapso, se edificaban las catedrales g�ticas.
� Nos muestran a un grupo de guerreros Blancos, de tipo n�rdico, que desembarca en la costa mexicana y deja algo de su cultura en el An�huac, el Yucat�n y zonas adyacentes. � Con el apodo,
...el jefe blanco, que veros�milmente se llamaba Ullman, se convierte en el recuerdo ind�gena, con el tiempo, en un dios civilizador, a pesar de las dificultades encontradas por �l durante su estada en los distintos pa�ses. � �Cu�nto tiempo dura exactamente el viaje que lleva a los Blancos hasta la costa colombiana del Pac�fico, y cu�ndo muere Ullman? No lo sabemos. �
Pero s� la tradici�n
nos muestra a los n�rdicos, ya al mando de un nuevo jefe, Heimlap o
Heimdallr, llegan en barcos de piel de lobo al Ecuador, donde fundan
el reino de Quito, y luego al Per�, donde se radican en la zona del
lago Titicaca y empiezan a construir una metr�poli:
Tiahuanacu. � Otros escapan del Altiplano y desaparecen en la selva amaz�nica, donde se encuentran, hasta hoy, sus descendientes. � Unos pocos, en fin, se refugian en la monta�a desde donde, con la ayuda de indios leales, reconstruyen su Imperio. La tradici�n nos permite, gracias a los nombres y t�tulos que nos ha trasmitido, identificar a los blancos que capitaneaba el Dios-Sol. �
En efecto,
Ullman y Heimlap o Heimdallr son nombres escandinavos, y encontramos
el mismo origen para los t�tulos sciri (de skirr, puro), ayar (de
jarl, conde) e inca o inga (de ing, descendiente), as� como para el
apodo Huirakocha que viene del antiguo escandinavo hvitr, blanco, y
god, dios.
El Dios-Sol
17 Junio 2013
� Conocemos a �stas, en efecto, casi �nicamente a trav�s de los relatos de los cronistas espa�oles o hispanizados que se limitaron a describirnos "las idolatr�as" de los nahuas, mayas y quechuas tales como los ind�genas se las contaron, y lo hicieron, con pocas excepciones entre las cuales se destaca la del padre Bernardino de Sahag�n, con poco discernimiento y menos benevolencia. � Ignoramos todo, por lo tanto, de la teolog�a americana prehisp�nica, que se nos presenta encubierta por mitos m�ltiples, a menudo contradictorios cuando no incoherentes. � De ah� una doble tentaci�n: la de considerar las relaciones ind�genas como sartas de supersticiones y ritos m�gicos, y la de introducir en las im�genes que nos han llegado elementos teol�gicos, metaf�sicos y m�sticos que les son extra�os. �
Lo cual nos llevar�a, por un lado, a rebajar a los
pueblos civilizados de la Am�rica precolombina al nivel de las
tribus animistas del �frica negra, o, por otro, a hacer
de Teotihuac�n una segunda Alejandr�a. � El vedismo, el juda�smo, el cristianismo y el islamismo se basan en textos inmutables de los cuales los te�logos deducen racionalmente los dogmas, al modo de un matem�tico que desarrolla un postulado, y los exponen mediante f�rmulas m�s o menos sencillas, para ponerlos al alcance de todos los creyentes, cualquiera que sea su nivel mental. � Los pueblos paganos, por el contrario, recurr�an a representaciones simb�licas que serv�an de simple marco para interpretaciones cuyo grado de profundidad variaba con la capacidad intelectual y m�stica de cada uno. � Nos encontramos, pues, ante la mitolog�a germana o mejicana, por ejemplo, un poco en la situaci�n de quien s�lo dispusiera, para estudiar el catolicismo, de esculturas de catedrales, relatos populares sobre la vida de Jes�s, extra�dos de los evangelios can�nicos y ap�crifos, y libros de hagiograf�a barata. � Lo m�s probable es que tal estudioso llegara a la conclusi�n de que los cristianos adoraban a tres dioses principales y una diosa, madre de uno de ellos, y que figuraban en su pante�n una multiplicidad de dioses secundarios, unos ben�ficos y los otros mal�ficos, que se peleaban entre s�. �
Le resultar�a, por
cierto, imposible reconstituir, sobre esta base, la Summa Theologica,
y ni siquiera un catecismo de nivel escolar. � De un dios se desprende en determinado momento una nueva individualidad que no es sino expresi�n simb�lica de una calidad o potencia de su "padre", mientras que, por el contrario, dos dioses pueden llegar a "fusionarse" sin perder por ello las apariencias distintas con las cuales se los conoc�a anteriormente. � Este �ltimo fen�meno se nota especialmente en la mitolog�a mesoamericana, por la superposici�n que se produjo, en el An�huac y el Yucat�n, con la llegada tanto de los civilizadores Blancos como de tribus de cazadores n�mades, que se mezclaron con pueblos de antigua cultura y, a menudo, los dominaron. � Todos tra�an a sus dioses, y �stos fueron incorporados al pante�n preexistente que enriquecieron y modificaron sustancialmente, en el marco de lo que podr�amos llamar un pante�smo sincretista.
Tambi�n pudo haber sido al rev�s,
injert�ndose una religi�n "mansa y suave" en un mundo salvaje
- o
meramente cruel - preexistente. Y tambi�n pueden haberse producido
aportaciones sucesivas de sentido contrario, con el dios Blanco
asc�tico y el dios Blanco guerrero. � Es probable que �stos, que tanto horrorizaban a los espa�oles - como la tortura espa�ola horrorizaba a los indios - hayan pertenecido a costumbres primitivas de las tribus locales, puesto que la tradici�n nos dice que el Quetzalc�atl asc�tico los aboli�. � Pero no podemos excluir su aceptaci�n y regulaci�n por el Quetzalc�atl vikingo. Pues los escandinavos efectuaban sacrificios humanos, aunque no de modo habitual y sistem�tico como lo hac�an los nahuas. � Ad�n de Bremen, al describir el gran templo de Gamia Upsala en la �poca de su relato (alrededor de 1070), cuenta que,
Un texto del a�o 1000, el Tietman germano de Merseburg, relata que, cada nueve a�os, en el mes de Enero se sacrificaban en Lejre, Selandia (en Dinamarca), ante la vista de todos, noventa y nueve seres humanos. �
Tambi�n en las ciudades n�huatl la asistencia a los
sacrificios humanos era obligatoria, y esta coincidencia en un
aspecto secundario del rito refuerza poderosamente la hip�tesis de
una regulaci�n, por el Quetzalc�atl guerrero, de pr�cticas
anteriores.
�Esta exposici�n, que hemos puesto entre comillas, corresponde a la mitolog�a germana o a la mejicana? No lo hemos precisado, justamente para dejar subsistir la duda. �
Pues el esquema que acabamos de
presentar vale tanto para la una como para la otra, y lo vamos a
demostrar.
�
� En realidad, su autor, un indio cult�simo recientemente convertido al cristianismo, declara en la obra misma que quiso salvar, escribi�ndola en su idioma pero con caracteres latinos, el patrimonio religioso e hist�rico del pueblo quich�-maya al que pertenec�a,
Veremos,
en el cap�tulo siguiente, cu�les son el significado y el origen del
t�tulo de esta obra perdida.
No faltaron comentadores para se�alar el parecido de este texto con el primer vers�culo del G�nesis:
...y para sospechar que el autor del Popol Vuh - respetemos la costumbre de llamar as� al Manuscrito de Chichicastenango - debe haber introducido en su obra, para conseguir el benepl�cito de los espa�oles, elementos cristianos. � La hip�tesis no es de descartar totalmente, aunque el resto del libro no hace concesi�n alguna a la nueva fe. Pero la concepci�n del caos originario, en realidad muy poco cristiana puesto que contradice el dogma de la creaci�n ex nihilo, no es privativa de la Biblia. La encontramos en los libros sagrados de todos los pueblos arios. � As� dice el Rig-Veda:
Y el Volusp� escandinavo, poema del siglo IX, anterior al cristianismo, que forma parte de las Edda, reza:
En formas apenas diferentes, la idea es la misma en los cuatro textos: la del caos, o sea de la materia desordenada, distinta a la vez del ser, que supone orden, y del no-ser - el nihil de la teolog�a cristiana - que excluir�a toda potencialidad. � Y, tambi�n en los cuatro textos, el Ser absoluto est� presente por encima del caos:
Dejemos a un lado las cosmogon�as hind� y hebraica para considerar exclusivamente las que nos interesan aqu�: la mesoamericana y la escandinava. � En ambas, la creaci�n del cosmos se da del mismo modo: mediante la introducci�n de Dios en la Materia. De Dios se desprenden los Dioses Creadores que dan forma al caos.
Tradiciones n�huatl de Michoac�n y mayas de Chiapas nos presentan una interesante variante de este relato. �
Seg�n ellas, esos primeros
seres pseudo-humanos fueron gigantes. Siete de ellos consiguieron
salvarse del Diluvio y edificaron - en Cholula, precisa la tradici�n
n�huatl - una gran pir�mide gracias a la cual pretend�an escalar los
cielos. Pero Dios los destruy� con una lluvia de fuego. � Seg�n el Popol Vuh, los Dioses hicieron cuatro varones con masa de ma�z, les dieron vida, aunque limitando su sabidur�a, y durante su sue�o hicieron sus mujeres. Para los mixtecos del An�huac, el hombre sali� de un �rbol. En las Edda, los Creadores tomaron dos maderos arrojados por las olas, seg�n una versi�n, o dos �rboles, seg�n otra, y los tallaron con forma humana, d�ndoles alma y vida. �
As� completada la obra de creaci�n,
�c�mo result� la estructura del cosmos? � Cuatro genios - los bacab de la mitolog�a maya: Kan, Muhuc, Ix y Canac - sostienen el mundo en sus cuatro puntos cardinales. �
Tambi�n para las Edda el cosmos es redondo y un �rbol
constituye su eje: el fresno Yggdrasil, que tambi�n es s�mbolo
f�lico, o sea vital, y en cuya cima anida un �guila. Este �ltimo
detalle carecer�a de importancia si no encontr�ramos tambi�n, a
menudo, un �guila, s�mbolo del Sol, en la cima del �rbol del Mundo
n�huatl y maya. �
Instrumentos
del dios malo, el tigre y la serpiente, seg�n las creencias
mesoamericanas, o el lobo F�nrir, en la mitolog�a n�rdica, devorar�n
al Sol y a la Luna, y todo acabar� hasta un nuevo renacer. �
� En realidad, adoraban al Padre del Cielo, directamente o a trav�s de sus personificaciones diferenciadas - sus avatares, en buen lenguaje teol�gico - los dioses creados. Y suced�a exactamente lo mismo entre los escandinavos y, de modo general, en todos los pueblos "polite�stas". � Por supuesto, no deb�an de faltar creyentes que aceptaran los mitos en su sentido literal, como hay cristianos de poca formaci�n religiosa que no interpretan correctamente el misterio de la Trinidad o hasta toman a las diversas Madonnas por personas distintas. �
�No es el mito, precisamente, la
representaci�n imaginaria de una idea compleja o de dif�cil
comprensi�n, que se pone as� al alcance de todos?
No se rend�a culto alguno a este Padre del Cielo, porque estaba m�s all� de los sacrificios, era inaccesible a las plegarias y no se pod�a representar f�sicamente. � Se lo honraba en la persona de los dioses creados, que no eran sino expresiones diversificadas de su poder�o absoluto. S�lo entre los mayas parece haber tenido un nombre: Hunab-Ku, y ni eso es muy seguro. � Los nahuas s�lo lo designaban por per�frasis:
Este dios no ten�a estatuas porque nadie,
La necesidad de un dios supremo para pueblos pante�stas la explica perfectamente Snorri Sturlusson, el autor island�s de la Edda en prosa (1189-1241) en el prefacio de su obra:
Un siglo m�s tarde, el Inca Tupak
Yupanki har� el mismo razonamiento casi con los mismos t�rminos,
como veremos m�s adelante. � Pero este dios no era necesariamente el mismo en todas las �pocas ni para todos los pueblos de una misma fe. No solamente cada grupo, cada estrato social y cada comunidad ten�an un dios protector, sino que tambi�n eleg�an seg�n su conveniencia al dios principal. �
As� entre los escandinavos de nuestra era la m�xima
personificaci�n del Padre del Cielo era Tyr (o Tiu, o Ziu, del
s�nscrito dyeva que dio origen al griego Zeus y Theos, al lat�n
J�piter, y al germano antiguo Tiwaz), mientras que en la �poca
vikinga, Od�n (Odinn o Voden, en Escandinavia, Wuotan o Wodan, en
Germania) lo hab�a suplantado, no sin que Thor le disputara el rango,
por lo menos en las capas inferiores de la poblaci�n. � El dios Creador est� en el Abismo Abierto, vale decir, en la materia - su madre - como es normal en una religi�n pante�sta. Pero no puede ordenar dicha materia ni dar as� nacimiento a la Tierra - su hija - sin haberse unido a ella - su esposa. �
Como Creador,
Od�n es el enemigo de la oscuridad, y el Sol es uno de sus ojos. Ya
que su soplo anima la materia, es el dios del viento. Y se le
atribuye adem�s la funci�n de psicopompo, o sea, de gu�a de las
almas. � Su nombre maya, pues, no plantea problema alguno. Pero s� su nombre n�huatl. � Tonatiuh no tiene sentido en el idioma del An�huac, y tanto los cronistas como los autores modernos traducen la palabra por "Dios" o por "Sol", vale decir, por lo que expresa. Ollin (las dos "l" se pronuncian separadamente) significa movimiento, y tambi�n temblor, terremoto, lo que no tiene sino una relaci�n muy lejana con la divinidad. � Lo extra�o es que la palabra Tonatiuh parece compuesta de los nombres de dos dioses germanos: Thonar (Thor) y Tiu (Tyr). � Ante tal comprobaci�n, uno empieza a preguntarse si Olin no es una deformaci�n, por lo dem�s ligera teniendo en cuenta la imprecisi�n de las transcripciones espa�olas - Sahag�n escribe Donadiu por Tonatiuh - del nombre de Od�n. � Tendr�amos as� una tr�ada al modo escandinavo - Od�n, Vili y V�; Od�n, Thor y Frey, etc. - como al modo mesoamericano: el Coraz�n del Cielo de los quich�s-mayas es triple, compuesto por Caculh�-Hurak�n, Chipi-Caculh� y Raxa-Caculh�. �
Se tratar�a, pues, de una Trinidad sui
generis que abarcar�a a Od�n, dios principal, dios del Sol y dios
del viento; Thor, dios del trueno, su hijo; y Tyr, dios de la guerra.
Notemos que el dios solar azteca, Uitzilopochii - el Mago Colibr� - unificado con Olin Tonatiuh cuando la conquista del An�huac por los
cazadores n�mades, es dios de la guerra. �
Pero, en realidad, tales
identificaciones no probar�an gran cosa, pues toda religi�n que
personifique las fuerzas de la Naturaleza tiene, para definir a sus
dioses, un n�mero reducido de posibilidades. Por lo dem�s, las
analog�as que hemos se�alado hasta ahora - dejando a un lado el
nombre de Olin Tonatiuh, que tiene una implicancia mucho mayor - se
hacen insignificantes cuando se enfoca a Quetzalc�atl. � Vimos c�mo, disgustado con la actitud de sus compa�eros, se hab�a hecho a la mar en direcci�n a Sudam�rica, donde pudimos seguir su rastro. Si bien desapareci� f�sicamente del An�huac y del Yucat�n, Quetzalc�atl no s�lo perdur� en las memorias, sino que se convirti� en un dios que lleg� a dominar el pante�n mesoamericano. �
El dios Quetzalc�atl, blanco y barbudo como lo hab�a sido el hombre,
pierde las caracter�sticas guerreras que hab�an pertenecido a una de
las dos personalidades de este �ltimo. Es el sacerdote y reformador
religioso el que se proyect� hasta el Cielo, y se le hace una
biograf�a m�tica correspondiente a su nueva dignidad y, sobre todo,
a los valores que representa. � Pugna con Olin Tonatiuh para desplazarlo de su rango de dios principal y lo consigue, pero sin anular a su rival. � En ciertos aspectos, se confunde con �l, ya que ambos aparecen como hijos de Coatlicue, la Madre Tierra, y su concepci�n tiene el mismo car�cter muy peculiar, pues reproduce, virginidad aparte, el misterio cristiano de la Encarnaci�n:
Dios principal, o sea m�xima
expresi�n del Padre del Cielo, se convierte en el Creador, en el
dios de la vida y, como Od�n, en el dios del viento a trav�s de su
hip�stasis Ehecatl, o Hurak�n, entre los mayas. � La vida m�tica de Quetzalc�atl, calcada de su vida real pero totalmente transformada, es altamente ilustrativa al respecto. � Tezcatlipoca se convierte en su hermano, dios del Sol de la Tierra - el Sol putrefactor - y, con sus c�mplices Ihuim�catl y Tolt�catl - este �ltimo nombre se refiere claramente a la participaci�n de los toltecas en los acontecimientos que llevaron su jefe a irse - consigui� embriagar al Sacerdote y hacerlo dormir con la bella Quetzalp�tatl. � Al despertar, Quetzalc�atl llor� por su pecado y se march� hacia el mar. En la costa, llor� de nuevo y se prendi� fuego. �
El alma del hombre-dios baj� a los Infiernos donde
consigui�, no sin peligros ni terrores, arrancar al Se�or del Reino
de los Muertos un fardo de huesos de condenados. Quetzalc�atl verti�
sobre ellos sangre sacada de su miembro viril y, con esta penitencia
que imitaron todos los dioses, salv� a la Humanidad. � Esta doble comparaci�n no es de extra�ar: a menudo, en la Edad Media europea, Jes�s y B�lder se superponen y se fusionan. �
Tal vez no sea por mera casualidad que el significado
originario de "B�ldr" es se�or y que Jesucristo es llamado "Nuestro
Se�or". Y los nahuas dec�an habitualmente, al mencionar a su dios
redentor, "el Se�or Quetzalc�atl". �
Kukulk�n, por el contrario,
conserva, como dios, la configuraci�n del Quetzalc�atl guerrero que,
en el An�huac, tiende a confundirse con Olin Tonatiuh, el dios de la
guerra, y toma, en la iconograf�a, las apariencias de Od�n.
�
� Hubo autores, sin embargo, para afirmar que la suerte de las almas era, entre los nahuas y los mayas, puramente estamental: los guerreros muertos en combate, las mujeres fallecidas durante el parto y los sacrificados a los dioses iban a unirse con el Sol; los campesinos y los ahogados eran recibidos en los limbos del Tlaloc�n, y los dem�s ca�an en el Mictl�n, el Infierno. � Despu�s de Quetzalc�atl, evidentemente ya no fue as�, pues la Redenci�n no se puede concebir sin pecado ni castigo. �
Pero la
sangre del dios no hizo sino generalizar la salvaci�n que ya
aseguraba, individualmente, la sangre de los guerreros, de las
parturientas y, lo que prueba nuestra aserci�n, de las v�ctimas de
los sacrificios humanos. � Los campesinos, de vida vegetativa, sin grandes m�ritos ni grandes culpas, y tambi�n los que mataba el rayo, los ahogados, los leprosos y los sarnosos, iban a una especie de para�so terrenal donde encontraban todas las satisfacciones que hubieran deseado tener en vida. Los r�probos eran echados en el Mictl�n, un mundo subterr�neo situado debajo de las heladas y sombr�as estepas del Norte. � Era el reino de Mictlantecuhtli, el dios de los muertos. Ni siquiera era f�cil llegar hasta �l. Acompa�ado por un perro psicopompo, el condenado vagaba durante cuatro a�os en medio de vientos helados, perseguido por monstruos, y deb�a finalmente cruzar los Nueve R�os, detr�s de los cuales encontraba el descanso de la Nada. � El Popol Vuh nos da de los Infiernos, el reino de Xibalb�, una descripci�n m�s completa pero concordante. �
Para los quich�s-mayas, los condenados
pasaban por cinco moradas donde sufr�an otros tantos castigos: la
Casa Oscura, la Casa Helada, la Casa de los Tigres, la Casa de los
Vampiros y la Casa de las Navajas. El Libro no nos dice c�mo acababa
el viaje, ni si acababa alguna vez. � En Asgard, residencia de los dioses, situada en lo alto del Fresno Yggdrasil, est� el Valholl, la "Morada de los Matados", adonde los guerreros muertos heroicamente en el combate - los Campeones - son conducidos por las walkirias,
�stas tienen la doble misi�n de recorrer los campos de batalla y elegir a los h�roes, y de asegurar el servicio dom�stico del Walhala. �
Los Campeones se pasan el tiempo
comiendo, bebiendo hidromiel y peleando. Cada d�a salen al campo de
maniobras y combaten, hiri�ndose y mat�ndose. Pero, al atardecer,
todos recobran integridad o vida. �
Se llega a ella entrando por una
puerta que guarda el perro G�rmr y se cruza un r�o de navajas y
afiladas espadas hasta llegar al reino de la diosa Hel, donde los
pecadores - perjuros, asesinos y ad�lteros - llevan una vida
miserable, rodeados de serpientes. En el Hel est� Loki, el dios malo,
el dios ca�do, que muchos autores emparentan con Lucifer. � Un d�a Loki se escapar� del Hel, encabez�ndolos y, con la ayuda de los gigantes, descendientes de la familia que hab�a sobrevivido al Diluvio, del lobo F�nrir y sus hijos y de la Serpiente del Mundo, que Thor hab�a tratado vanamente de pescar y que Od�n hab�a echado al mar que rodea la tierra, se lanzar� al asalto de Asgard. � Llegar� el Ragnarok, el Ocaso de los Dioses, pues �stos ser�n vencidos. �
El
lobo F�nrir y la Serpiente del Mundo, antes de morir en el combate,
devorar�n al Sol y a la Luna. Las heladas se apoderar�n del mundo y
todo habr� terminado. Pero B�lder, el Redentor, resucitar� a los
dioses y un nuevo cosmos nacer�. � El Quinto Sol, o Sol de los Cuatro Movimientos, perecer� a su vez cuando los Monstruos del Crep�sculo surjan del fondo del Occidente, instigados por Tezcatlipoca, el dios malo, para destruir a los seres vivos, mientras el Monstruo de la Tierra quiebre el globo entre sus fauces. � Se acabar� el g�nero humano. �
Pero nacer� un Sexto Sol: un nuevo
mundo en que los hombres estar�n sustituidos por los planetas, vale
decir por los dioses. �
� Tal vez esta diferencia se deba en parte al hecho de que el Per� no tuvo a ning�n cronista del nivel intelectual de Sahag�n. Pero, de cualquier modo, el motivo fundamental est� en la simplicidad y pureza de una religi�n que pr�cticamente carec�a de mitolog�a. �
Tales caracter�sticas no
excluyen, sin embargo, una dualidad primitiva que se manifestaba a�n,
de modo atenuado, en la �poca considerada. � Uno de esos dioses, sin embargo, gozaba de una situaci�n privilegiada, y el mismo Emperador condescend�a a veces a celebrar sacrificios rituales en su gran templo del Rimac. Era Pachakamak, el dios del fuego de los chim�es, cuyo nombre significa "Animador de la Tierra", el Creador inmanente cuya obra est� personificada hasta hoy, entre los aymar�es de Bolivia, en Pachamama, la Madre Tierra. �
Pachakamak es el esp�ritu
ordenador por el cual el caos se da forma y dura. Pues pacha es a la
vez la tierra y el tiempo. Desgraciadamente, no sabemos nada de la
cosmogon�a peruana que, de existir en �pocas lejanas, habr� sido
borrada de las mentes por el imperial e imperioso culto del Sol. �
Hubo una soluci�n de continuidad
en la civilizaci�n creada por ellos, y el Imperio incaico recogi�
una herencia espiritual simplificada. Sabemos, sin embargo, que las
creencias de los Blancos que desembarcaron en la costa del Per� no
deb�an de ser muy distintas de las que dejaron en Mesoam�rica: lo
prueba la teolog�a incaica. � Por ello no se le rend�a culto alguno ni se le elevaban templos. El templo que el Inca Huirakocha - a quien se le hab�a aparecido en sue�os y que, por este motivo, hab�a adoptado su nombre - hizo construir, estaba dedicado al "fantasma" del dios. � El cronista Garc�a cuenta c�mo, seg�n las creencias ind�genas, en el tiempo en que todo era noche y no hab�a a�n ni luz ni d�a, sali� de un lago situado en la provincia de Collasuyu (el Titicaca) un Se�or llamado Contice-Viracocha (Kon-Ticsi Huirakocha) que cre� en un momento el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas.
Pero Pachakamak lo venci� y lo oblig� a huir. � Maldiciendo a los hombres que lo hab�an abandonado y se hab�an convertido en animales, Kon-Ticsi Huirakocha baj� a la costa hasta la provincia de Manta y,
Es �sta la exacta
transposici�n m�tica de la historia de Huirakocha, tal como la
relatamos, seg�n la tradici�n, en el cap�tulo III. � Como Quetzalc�atl, con el cual hist�ricamente se confunde, si no como individuo, por lo menos como grupo racial, Huirakocha nos hace invenciblemente pensar en el dios del cristianismo, Creador y Redentor, Padre e Hijo de s� mismo, inmaterial y encarnado, todopoderoso y crucificado por los hijos del Diablo. �
Ya vimos en el cap�tulo III cu�l es el origen y sentido del
nombre de Huirakocha: "Dios Blanco", en antiguo escandinavo. No nos
extra�ar�, pues, comprobar que Kon, en nominativo Konr, significa
"Rey" en el mismo idioma. En cuanto a Ticsi, palabra que se traduce
por lo general, arbitrariamente, por Creador, tal vez no sea abusivo
encontrar en ella la ra�z "Ti" del antiguo germano Tiwaz, nombre del
Padre del Cielo. � M�s importante es notar que la religi�n incaica ense�aba la inmortalidad de las almas y hasta la resurrecci�n de los cuerpos. �
Los elegidos ten�an su destino
en el Cielo, situado encima de la Tierra, donde llevar�an una vida
de Para�so Terrenal, mientras que el Infierno, dominio del demonio Kupay o Supay y situado debajo de la Tierra, recibir�a a los
r�probos, que sufrir�an en �l los peores tormentos. �
En Quito, se cre�a que el Diluvio hab�a
sido la consecuencia de un combate con la Gran Serpiente, que
escupi� tanta agua que aneg� el mundo. � En el Per�, el Quetzalc�atl asc�tico, "manso y suave", ha superado su derrota y, gracias a Manko Kapak, se ha impuesto a los residuos "salvajes" de los cultos ind�genas y ha borrado el recuerdo del Quetzalc�atl guerrero. Tambi�n han desaparecido el dios malo y la lucha entre dioses. � Apenas subsiste un ligero resabio de manique�smo teol�gico en el combate del dios de la materia, Pachakamak, con el dios del esp�ritu, Kon-Ticsi, y esto s�lo en un mito geogr�ficamente muy localizado y en v�as de desaparici�n. Tampoco hay dios de los infiernos ni dios de los muertos. S�lo queda un demonio al estilo de Satan�s. Todo se ha simplificado, depurado y armonizado. � Un dios binario - Padre e Hijo - cuya expresi�n y s�mbolo visible es el Sol, gobierna las fuerzas c�smicas y salva a los hombres por la Encarnaci�n. �
Se trata todav�a,
por cierto, de un paganismo pante�sta al modo escandinavo, pero no
es dif�cil reconocer en �l un aporte extra�o que ya hab�amos
encontrado, tan definido pero menos afirmado, en la religi�n de Mesoam�rica.
�
� No queremos, por cierto, caer en el error de esos cronistas espa�oles, ridiculizados por Garcilaso, que "han hecho trinidades... no habi�ndolas imaginado los indios", con el objeto de asimilar "su idolatr�a a nuestra santa religi�n". � No fue, sin embargo, por un af�n de sincretismo - la �ltima cosa en que pudieran pensar - que dichos cronistas, y en especial los sacerdotes que hab�a entre ellos, se�alaron y hasta exageraron las similitudes que encontraban entre el cristianismo y las religiones amerindias. No fue por obra de su imaginaci�n que llegaron a hablar de una predicaci�n en Am�rica del ap�stol Tom�s, por analog�a fon�tica con uno de los nombres - Pay Tom� - del dios Blanco. � Hasta les habr� costado mucho dar muestra de tal lealtad intelectual, por lo menos en cuanto ata��a al culto n�huatl cuyas caracter�sticas sanguinarias los horrorizaban. �
La evidencia fue, sin duda alguna, m�s fuerte que
sus prejuicios y su sensibilidad. � Si lo hac�an, era porque los sacerdotes de Olin Tonatiuh y los de Quetzalc�atl se designaban a s� mismos con este nombre, Ahora bien, en idioma n�huatl, sacerdote se dice tlamacazqui y, por otro lado, papa no es vocablo n�huatl. Los indios utilizaban esta palabra para hacerse entender por los Blancos, y lo consegu�an. � �Pero c�mo conoc�an el t�rmino, que los espa�oles no empleaban, por cierto, para designar a sus capellanes?; �d�nde se llamaban "papas" los simples sacerdotes? � En Irlanda. Los papas (paba, del lat�n papa) eran los monjes anacoretas que poblaron las islas del Atl�ntico Norte, inclusive Islandia, antes de los escandinavos que los conoc�an muy bien y los llamaban papar. � Por otro lado, sabemos por las sagas que los irlandeses hab�an colonizado Huitramannaland, tierra situada al Sur de Vinlandia y s�lo separada de M�xico por Florida, y que entre sus pobladores hab�a sacerdotes. �
Lo inveros�mil
para ellos son los aspectos a la vez profundos y secundarios de su
fe que guerreros analfabetos, o poco menos, no habr�an sabido
exponer. Los elementos a que nos referimos son m�s tangibles y s�lo
pueden haber sido aportados por cristianos. � En Michoac�n, se dec�a que Tezpi y su mujer escaparon del Diluvio en un bote, llevando consigo aves y animales (sic). Despu�s de un tiempo, el No� n�huatl ech� a volar un buitre, que se qued� devorando cad�veres de gigantes ahogados. Luego, solt� un colibr�, que volvi� con un ramo en el pico. � En Chiapas (actual Guatemala), se contaba que Votan era nieto del ilustre anciano que se salv� con su familia, en una balsa, de la gran inundaci�n en la cual pereci� la mayor parte de los seres humanos. El dios-hombre cooper� en la construcci�n de un gran edificio gracias al cual se pretend�a escalar los cielos. Teotl se enoj�. �
Destruy� por el fuego la pir�mide sin terminar, dio a cada familia
un idioma distinto y mand� a Votan a poblar el pa�s del An�huac. � Ya hemos relatado m�s arriba c�mo Olin Tonatiuh y Quetzalc�atl ten�an la misma madre, Coatlicue - tambi�n llamada Cihuac�atl, mujer serpiente - que concibi� a sus hijos sin intervenci�n masculina, al segundo al tragarse una piedra preciosa y al primero, al esconder en su seno una pluma blanca - algunos textos dicen una bola de plumas - recogida en un templo que estaba barriendo como castigo por haber arrancado la rosa prohibida. �
Coatlicue, que
los nahuas llamaban Madre Tierra y Nuestra Se�ora y Madre, es as�,
como la Eva b�blica, la responsable del pecado - y de los dolores del
parto, con los cuales el dios lo sanciona - y, como la Virgen Mar�a,
la madre del Redentor milagrosamente concebido. � Semejante escepticismo no cabr�a, de cualquier modo, ante la existencia, entre los nahuas, de cuatro de los siete sacramentos de la Iglesia Cat�lica: el bautismo, la confesi�n, la comuni�n y el matrimonio. El orden deb�a de existir tambi�n, puesto que el sacerdocio estaba r�gidamente organizado y reglamentado. �
S�lo se
desconoc�an la confirmaci�n, que ten�a poca importancia lit�rgica en
el catolicismo medieval, y la extremaunci�n, que no es sino una
forma particular de absoluci�n de los pecados. � Su ministro era la partera que, despu�s de cortar el cord�n umbilical, dirig�a esta plegaria a la diosa del agua, Chalchiuhtlicue:
Unos d�as despu�s, se celebraba, en medio de grandes festejos familiares, el bautismo propiamente dicho. � Con sus dedos mojados, la partera depositaba algunas gotas de agua en la boca del reci�n nacido:
Luego, mojaba del mismo modo el pecho del ni�o:
Despu�s, la partera le echaba unas gotas en la cabeza:
En fin lavaba todo el cuerpo del reci�n nacido:
El sacramento n�huatl de la penitencia se recib�a, como el Consolamentum de los C�taros, s�lo una vez en la vida, y mediante confesi�n auricular. � El sacerdote dec�a al penitente:
El sacramento n�huatl de la comuni�n se daba, una vez por a�o, a los adolescentes, que s�lo pod�an recibirlo despu�s de un a�o de penitencia. � Con harina molida por ellos mismos, los sacerdotes preparaban la masa con la cual hac�an el cuerpo de Uitzilopochii. Al d�a siguiente, un hombre que representaba a Quetzalc�atl - tal vez el Sumo Sacerdote de este dios - disparaba una flecha en el coraz�n de la hostia. Luego, se deshac�a el cuerpo. � El coraz�n se repart�a entre los j�venes.
El casamiento se realizaba mediante dos ceremonias distintas. � En la primera, los novios se sentaban cerca del hogar y las casamenteras anudaban juntos el manto del joven y la blusa de la joven. Ya estaban casados, pero s�lo pod�an consumar el matrimonio despu�s de cuatro d�as de plegarias en la c�mara nupcial. �
El quinto d�a, un
sacerdote bendec�a su uni�n echando sobre ellos un poco de agua
consagrada. � El sacerdote, con su sotana blanca y sus ornamentos, los purificaba con copal - el incienso de Mesoam�rica - y los j�venes confesaban p�blicamente sus pecados. � Luego, despu�s de la debida amonestaci�n, el oficiante aplicaba a cada uno "agua virgen". No sabemos si esta ceremonia reemplazaba el bautismo y la confesi�n o se agregaba a ellos. �
El matrimonio maya era semejante al
n�huatl y, como �ste, comportaba una bendici�n sacerdotal. � Es as� c�mo el matrimonio ten�a un mero car�cter civil, formalizado por el soberano para los miembros de la familia Real y por los curacas - los se�ores ind�genas - para el pueblo, con la simple uni�n de las manos de los contrayentes. � No sabemos si exist�a en el Per� algo parecido al bautismo. Estamos muy bien informados, por el contrario, respecto de la comuni�n que formaba parte de las fiestas de Intip Raymi y de Uma Raymi. � En la primera, que Garcilaso asimila a las Pascuas cristianas y que ten�a lugar, poco despu�s de �stas, en el solsticio del verano europeo (o sea en el solsticio de invierno austral), las V�rgenes del Sol, para los incas, y "doncellas" para la gente com�n, como dice Garcilaso, preparaban una grand�sima cantidad de una masa de ma�z, que se llamaba zancu, y hac�an con ella panecillos redondos del tama�o de una manzana, de los que se tomaban dos o tres bocados al principio de la comida. � Al d�a siguiente, cuando sal�a el Sol, el Emperador iba a la plaza mayor del Cuzco y tomaba dos grandes vasos de oro, llenos de su brebaje. El vaso que ten�a en la mano derecha, lo volcaba en un tinaj�n de oro, que se comunicaba por un ca�o con la Casa del Sol. �
Del vaso de
la mano izquierda, el Inca tomaba un trago y, luego, repart�a el
resto entre los dem�s incas, dando un poco a cada uno en un peque�o
vaso de oro o plata. Los curacas, que estaban en otra plaza,
recib�an la misma bebida, preparada por las V�rgenes del Sol, pero
no tocada por el Emperador. Nada m�s parecido que este rito a la
Santa Cena de algunas iglesias protestantes. �
Uno, amasado normalmente, se com�a con el desayuno,
despu�s de la salida del Sol. El otro, preparado con sangre de ni�os
de cinco a diez a�os, a quienes se lo extra�a de la juntura de las
cejas, hombres y mujeres se lo pasaban por el cuerpo y luego lo
pegaban a los umbrales de la puerta de su casa. Notemos que las dos
fiestas en cuesti�n eran los �nicos d�as en que los incas y sus
s�bditos usaban pan. �
Pero hay ciertas dudas acerca de su significaci�n.
Mientras los espa�oles de la Conquista le atribu�an un car�cter
religioso, algunos autores de hoy piensan que se trataba m�s bien de
una autocr�tica hecha ante las autoridades civiles, lo cual
confirmar�a lo que hemos dicho m�s arriba acerca de la
secularizaci�n de la vida religiosa en tiempos del imperio incaico.
� No as� los nahuas que lo hab�an echado. Para ellos, el autosacrificio deb�a ser sangriento. � Quetzalc�atl,
Pero los fieles de Uitzilopochli, en v�speras de las fiestas o, de modo mucho m�s riguroso, como penitencia posterior a la confesi�n, iban mucho m�s lejos: se sangraban las orejas y se traspasaban la lengua con espinas de maguey, pasando por el agujero "muchos mimbres delgados". �
Peor a�n entre los mayas, que se
agujereaban el miembro viril. �
Para la fiesta de Intip Raymi, los incas
y sus s�bditos se preparaban con tres d�as de ayuno riguroso, en los
que s�lo com�an un poco de ma�z blanco crudo y no dorm�an con sus
mujeres. No son �stos sino ejemplos, pues este tipo de penitencia se
practicaba en innumerables oportunidades, tanto en Mesoam�rica como
- a diferencia de las mortificaciones sangrientas - en Per�. � Pero es en el Per� donde encontramos la instituci�n m�s parecida a nuestras �rdenes religiosas, no s�lo por el modo de vida, sino tambi�n y sobre todo por los votos perpetuos. Nos referimos a las V�rgenes del Sol, verdaderas monjas que viv�an en clausura absoluta en las Casas de Escogidas. Las del Cuzco, todas de sangre Real, eran las esposas del Sol, como las religiosas cat�licas son las esposas de Cristo. � En los conventos esparcidos por todas las provincias, j�venes de sangre mezclada y hasta, por favor especial, indias puras eran las esposas del Emperador, Hijo del Sol, quien tomaba a las m�s hermosas por concubinas. S�lo en este �ltimo caso las monjas pod�an quebrar su clausura y su voto de castidad perpetua. � En los conventos, las escogidas se dedicaban, al margen de sus obligaciones religiosas, a hilar, tejer y coser las vestimentas que el Emperador empleaba o regalaba. �
Tambi�n preparaban la bebida y el pan que el Inca
utilizaba para la "Santa Cena" del Intip Raymi y del Uma Raymi. Pero
su misi�n principal consist�a en conservar, como las Vestales de
Roma, el Fuego Nuevo que, en el d�a del Intip Raymi, los sacerdotes
prend�an con un espejo o, de estar el cielo nublado, con dos
palillos "barrenando uno con otro". � M�s dif�cil resultar�a explicar del mismo modo las coincidencias de significado que se notan. � Ya hemos visto que la fiesta incaica del Intip Raymi, que Garcilaso identifica con la Pascua cristiana, ten�a lugar, poco despu�s de estas �ltimas, en el mes de Junio. Pero la ceremonia del Fuego Nuevo, que se celebraba en esa fecha, no ten�a sentido alguno en el solsticio austral de invierno. �
La iglesia sudamericana comete hoy el mismo error al
bendecir el Fuego Nuevo, s�mbolo del Sol Nuevo, en la misa pascual
de medianoche, vale decir, a principios del invierno austral, pues
festejar la Resurrecci�n del Dios-Hombre, como la del Dios-Sol,
tiene sentido en la primavera, cuando la Naturaleza se despierta e
inicia un nuevo ciclo vital, o a principios del verano, pero no en
el oto�o ni a principios del invierno, cuando la noche va
desplazando el d�a y la tierra se adormece. � La familia Real visitaba las huakas donde descansaban las momias de sus antepasados y, en cada hogar, hab�a ritos en homenaje al Kanopa (Penate) de la casa. Pero el Inca Yupanki traslad� estas recordaciones al mes de Noviembre-Diciembre, haci�ndolas coincidir, por lo tanto, con el calendario lit�rgico cristiano, y tambi�n con el D�a de los Muertos de los nahuas. �
Estos �ltimos, por otro lado celebraban a su manera,
en Mayo, la Pascua de Resurrecci�n: se sacrificaba en el altar de
Tezcatlipoca a un joven hermoso y educado que personificaba al Sol.
Luego se colocaba en la cima de una pir�mide una estatua de Uitzilopochli. �Muerte y resurrecci�n del dios!. � En una ruina de Palenque, que por esto se llama hoy en d�a Templo de la Cruz, figura, esculpido en bajorrelieve, el s�mbolo cristiano de la Redenci�n, con a su pie un ni�o orando. �
En Cozumel se veneraba una gran cruz de
diez palmos de largo. Y podr�amos citar muchos casos m�s. Entre
otros, el que cuenta el cronista Zamora: seg�n las tradiciones
ind�genas, Sua-Kon, tambi�n llamado Hukk-Kon, enviado por Kon Ticsi
Huirakocha para civilizar los pueblos del Norte peruano, les ense��
a pintar cruces en sus mantos para vivir santificados en su dios. �
No es �ste el caso, sin embargo, de cruces
netamente cristianas como la llamada cruz de Malta, ya conocida por
los escandinavos en la Edad Media, y es ella la que adorna buena
parte de las representaciones de Quetzalc�atl. La encontramos
igualmente en Tiahuanacu.
Es muy probable, sin embargo, que no tengan ning�n origen
cristiano y representen meramente algunas de las tr�adas conocidas,
por ejemplo la del Rel�mpago, el Trueno y el Rayo. � Cuando, cerca del Cuzco, los soldados espa�oles penetraron por primera vez en el �nico templo dedicado a Huirakocha, llegaron a la capilla central y hallaron en ella, en lugar del oro que buscaban, la estatua de un anciano barbudo y erguido, que ten�a en la mano una cadena atada al cuello de un animal fabuloso tendido a sus pies. �
No tuvieron vacilaci�n alguna: era la venerada y bien
conocida imagen de San Bartolom�.
�
� Quetzalc�atl, Itzamn� y Huirakocha, personajes hist�ricos, aparecen ahora como divinidades, m�s o menos confundidos con los dioses que hab�an tra�do consigo de Europa. � En Mesoam�rica, la dualidad que ya notamos entre el Quetzalc�atl guerrero (Kukulk�n entre los mayas) y el Quetzalc�atl asc�tico (Itzamn�) se precisa mediante la superposici�n de dos teolog�as dif�cilmente conciliables:
El origen de la primera es indudablemente germano: lo prueba el nombre de su Dios-Sol - Olin Tonatiuh - en el cual se unifican los dioses de la tr�ada n�rdica:
Lo que llama aqu� la atenci�n es que los dos
�ltimos dioses mencionados figuran con sus nombres alemanes, y no
escandinavos. Lo cual nos permite precisar, como veremos en el
cap�tulo X, la procedencia danesa de Ullman y sus compa�eros. � A la teolog�a se agrega, como aporte cristiano, la pr�ctica de sacramentos:
No olvidemos las fiestas religiosas, en especial la del Intip Raymi que, con su ceremonia del Fuego Nuevo, se celebraba, como sigue haci�ndose para las Pascuas cristianas actuales, cerca del solsticio de invierno austral y no en el de verano, como ser�a l�gico. �
Contrasentido �ste que s�lo puede explicar un cambio de
hemisferio sin modificaci�n de la fecha anteriormente establecida
conforme a las estaciones europeas.
Ignoramos si el paganismo cristianizado del Per�
incaico provino de la fusi�n de los grupos Blancos cuando la partida
de Quetzalc�atl hacia Sudam�rica, o de una evangelizaci�n posterior,
ya en el Altiplano, de los atumuruna, cuyas nuevas creencias s�lo
habr�an sobrevivido parcialmente al deg�ello o hu�da de la mayor
parte de ellos despu�s de su derrota de la Isla del Sol. � |
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