por Jacques de Mahieu
1974

del Sitio Web Editorial-Streicher


Del antrop�logo franc�s nacionalizado argentino profesor Jacques de Mahieu (1915-1990), hemos encontrado una �nica versi�n liberada de su primer libro "El Gran Viaje del Dios Sol - Los Vikingos en M�xico y en el Per� (967-1532)", terminado en Agosto de 1971 pero publicado en 1974, que es una versi�n defectuosa e incompleta que est� en la Internet.

Pese a ello hemos restaurado y editado su cap�tulo tercero y lo presentamos ahora a manera de resumen para los estudiosos lectores, por el innegable inter�s que tienen sus hip�tesis antropol�gicas con respecto a la verificaci�n de la mitolog�a del continente americano en general, que, en la tem�tica planteada en este libro por el se�or Mahieu, se habr�a originado en los viajes que algunos europeos n�rdicos habr�an hecho a este continente, ciertamente mucho antes de Col�n.

Capitulo 3

Las Aventuras Americanas de Ullman y de Heimlap
14 Junio 2013



1. El Pa�s de los Antepasados

La presencia en el Nuevo Mundo, antes del Descubrimiento, de hombres Blancos de apariencia n�rdica no tiene como �nico respaldo los testimonios hist�ricos y las pruebas antropol�gicas que rese�amos en los cap�tulos anteriores; tambi�n la mencionan, en efecto, las tradiciones de los pueblos civilizados de las tres Am�ricas.

La palabra "tradici�n" no debe llamarnos a enga�o. Los relatos que ind�genas cultos hicieron a los cronistas espa�oles inmediatamente despu�s de la Conquista y los textos que redactaron entonces, en castellano o en idiomas locales, indios en cierta medida hispanizados no se refer�an a meras leyendas oralmente trasmitidas generaci�n tras generaci�n, pues los pueblos de Mesoam�rica ten�an libros de Historia escritos con caracteres ideogr�ficos y los del Per�, quipus, conjuntos de piolines con nudos, que constitu�an para los amautas, especializados en su composici�n e interpretaci�n, una base mnem�nica segura.

La extraordinaria coincidencia e ilaci�n de tradiciones que pertenec�an a pueblos tan distintos y tan alejados los unos de los otros - hayan tenido o no contactos espor�dicos - como los nahuas y los quechuas, casi excluye, por otra parte, la posibilidad de que se trate de simples productos de la imaginaci�n o de mitos carentes de fundamento reales.

Ahora bien; sabemos por los cronistas y por los Conquistadores mismos que los ind�genas no se asombraron de la llegada de los espa�oles ni intentaron seriamente ofrecerles resistencia.

Cort�s entr� en Tenochtitl�n (la actual ciudad de M�xico) con 400 hombres y Pizarro emprendi� la conquista del Per� con 177 oficiales y soldados. En todas partes, los reci�n llegados, blancos y barbudos, fueron considerados como "Hijos del Sol" y se les rindi� pleites�a como a dioses.

La explicaci�n de semejante actitud la encontramos claramente expuesta en el discurso que Moctezuma pronunci� ante Cort�s, cuando lo fue a visitar en el palacio de su padre Axaiaca, que hab�a puesto a la disposici�n de sus hu�spedes:

"...(Os tengo) a vosotros por parientes; ca, seg�n mi padre me dijo, que lo oy� tambi�n del suyo, nuestros pasados y reyes, de quien yo desciendo, no fueron naturales de esta tierra, sino advenedizos, los cuales vinieron con un gran se�or, y que dende a poco se fue a su naturaleza; y que al cabo de muchos a�os, torn� por ellos; m�s no quisieron ir, por haber poblado aqu�, y tener ya hijos y mujeres y mucho mando en la tierra.

�l se volvi� muy descontento de ellos, y les dijo a la partida que enviar�a sus hijos a que los gobernasen y mantuviesen en paz y justicia, y en las antiguas leyes y religi�n de sus padres. A esta causa pues hemos siempre esperado y cre�do que alg�n d�a vendr�an los de aquella parte a nos sujetar y mandar, y pienso yo que sois vosotros, seg�n de donde ven�s..."

Tampoco se sorprendi� el emperador inca Huayna Kapak cuando, en 1523, ocho a�os antes de la llegada de Pizarro, recibi� la noticia de que "gente extra�a y nunca vista en aquella tierra" - era la expedici�n de Vasco N��ez de Balboa - andaba en un nav�o por la costa Norte del Per�.

Moribundo, reuni� a sus hijos, sus capitanes y los jefes ind�genas que lo acompa�aban y les dijo:

"Muchos a�os ha que por revelaci�n de Nuestro Padre el Sol tenemos que, pasados doce reyes de sus hijos, vendr� gente nueva y no conocida en estas partes y ganar� y sujetar� a su Imperio todos nuestros reinos y muchos otros; yo me sospecho que ser�n los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar; ser� gente valerosa que en todo os har� ventaja.

Tambi�n sabemos que se cumple en m� el n�mero de los doce reyes. Os certifico que, pocos a�os despu�s de que me haya ido de vosotros, vendr� aquella gente nueva, y cumplir� lo que Nuestro Padre el Sol nos ha dicho, y ganar� nuestro imperio y ser�n se�ores d�l. Yo os mando que les obedezc�is y sirv�is como a hombres que en todo os har�n ventaja; que su ley ser� mejor que la nuestra, y sus armas poderosas e invencibles m�s que las nuestras.

Quedaos en paz, que yo me voy a descansar con mi padre el Sol que me llama".

Este testimonio no es tan preciso como el anterior, tal vez por la trasmisi�n oral que lo hizo llegar a o�dos del cronista; pero no deja de ser significativo, pues Huayna Kapak no habr�a podido esperar a la "gente nueva" de no haber tenido anteriormente su pueblo o su linaje alg�n contacto con ella.

El llamado Popol Vuh, texto quich�-maya de que nos ocuparemos en el pr�ximo cap�tulo, nos proporciona indicaciones que aclaran singularmente los relatos anteriores:

"�Qu� hemos hecho, dec�an los sacerdotes? �C�mo hemos podido abandonar a nuestra patria, a Tul�n-Zuiva? �Y nuestros dioses, los que trajimos desde aquellas tierras del Oriente, yacen ahora entre las par�sitas y el musgo de los �rboles, sin tener siquiera una tabla en qu� descansar!".

�De d�nde hab�an venido los antepasados de Moctezuma y de los quich�s?

Las tradiciones azteca y maya dan la respuesta a trav�s de las versiones complementarias de casi todos los cronistas. �stos se refieren al lejano pa�s de origen de los toltecas, el pueblo civilizador por excelencia del An�huac, cuya acci�n se proyect� hasta el pa�s maya.

El pr�ncipe azteca hispanizado Ixtlilx�chitl nos habla de la grande y opulenta ciudad de Tula, antiqu�sima capital de los toltecas antes de su llegada a M�xico. Nos describe sus templos y sus pir�mides dedicadas al Sol y a la Luna.

Menciona su religi�n, exenta de todo culto sangriento, y su elevado nivel cultural. Un canto f�nebre tolteca agrega un detalle altamente significativo, como veremos: hab�a en Tula un templo de madera, material �ste que ning�n pueblo n�huatl ni maya emple� jam�s para la construcci�n de sus edificios religiosos.

El padre Bernardino de Sahag�n, historiador de los mayas, tambi�n transcribe tradiciones ind�genas relativas a Tula, cuyo nombre adopta, al cambiar el idioma, las formas de Tol�n y Tul�n.

Seg�n �sas, la ciudad sagrada se encontraba en un verdadero para�so terrenal. Sus ricos palacios de jade y de concha blanca y rosa estaban rodeados de campos donde las espigas de ma�z y las calabazas alcanzaban el tama�o de un hombre y donde el algod�n crec�a de todos los colores.

Era el "pa�s de Olman". Hab�a en �l caucho y cacao en abundancia y sus habitantes llevaban joyas incomparables y lujosa vestimenta, inclusive sandalias de goma.

Notemos de inmediato que la descripci�n de Sahag�n no es sino la de un pa�s de ensue�o, tal como pod�a imaginarlo un pueblo tropical. Lo que quedaba, para los mayas, de la tradici�n de Tula era simplemente el recuerdo, embellecido por una fantas�a basada en la realidad vivida, de la tierra lejana de donde hab�an venido, no sus propios antepasados, sino los de los toltecas.

Pues no hay duda alguna de que �stos llegaron al Yucat�n desde el An�huac, como hab�an llegado anteriormente a los valles mejicanos desde el Norte. Se trataba, pues, de una tradici�n ajena, y no es de extra�ar que se haya modificado profundamente con el tiempo.

Enterarse de que los toltecas, de quienes sabemos que entraron en el territorio de M�xico en el siglo IX, proced�an de un pa�s lejano no carece, por cierto, de inter�s.

Pero mucho m�s importante ser�a establecer d�nde estaba situada Tula.

En vano se ha tratado de identificarla con Teotihuac�n o Xicotitl�n, pero estas ciudades que los toltecas ocuparon a su llegada al An�huac se hallaban, respectivamente, a 50 y 100 kms. de Tenochtitl�n y dif�cilmente pueden ser consideradas como capital de un pa�s lejano. El problema queda planteado, pues, y s�lo por deducci�n podemos llegar a una hip�tesis al respecto.

El ya mencionado detalle del templo de madera nos suministra una indicaci�n preciosa. La �nica regi�n donde exist�a, en la Edad Media, este tipo de edificio religioso era, en efecto, Escandinavia. Si consideramos que la ciudad donde se encontraba el templo en cuesti�n se llama Tula, palabra �sta extra�amente parecida a Thule, nombre primitivo de las tierras del Gran Norte europeo, los hechos relatados por los cronistas empiezan a tomar cierto sentido.

Hay m�s todav�a: el nombre del "pa�s de Olman" - a veces, "Oliman" u "Oloman" - de donde, para los mayas, ven�an los toltecas.

Se quiso hacer derivar Olman de ulli u olli - la u y la o se confunden en los idiomas americanos - palabra maya que significa "caucho" y que el castellano incorpor� con la forma hule y, por lo menos en M�xico, con el mismo sentido.

Esta interpretaci�n no es imposible, por supuesto, pero s� altamente improbable. Pues, para los mayas, el caucho era un producto de lo m�s com�n que no pod�a de ninguna manera constituir la caracter�stica esencial de una tierra lejana y extraordinaria.

Lo l�gico ser�a que Olman - o Ulman - en la expresi�n empleada por Sahag�n, se refiriera al nombre del pa�s de donde proced�an los reci�n llegados o al nombre del jefe de estos �ltimos.

Ahora bien: Ull o Ullr es, en la mitolog�a n�rdica, el dios de los cazadores. Ullman significa, pues, en cualquiera de los idiomas germ�nicos, "el hombre de Ull", nombre o apodo adecuado para un guerrero escandinavo.

Agreguemos que las cr�nicas tambi�n dan otro nombre al pa�s de origen de los toltecas. Lo llaman Zuyua o Zuiva, seg�n las transcripciones.

Se trata evidentemente de la misma palabra, escrita con una u o una v, pero esta variaci�n ortogr�fica nos impide saber cu�l era su pronunciaci�n. De cualquier modo, el nombre no es n�huatl ni maya. Encontramos, por el contrario, posibles ra�ces en el antiguo escandinavo: sol, sol, y huitr - o hvitr - blanco. El "sol blanco" es el del alba, que aparece en el Oriente.

Tal vez no sea por casualidad, pues, que Quetzalc�atl, el Dios Blanco de los nahuas, tenga entre sus apodos mas comunes, el de "Se�or de la Aurora" y que Manko Kapak, el Hijo del Sol fundador del imperio incaico, haya salido, al comienzo de su empresa, de un lugar llamado Pakkari Tampu, vale decir Albergue de la Aurora.

Por supuesto, tales argumentos etimol�gicos son extremadamente dudosos si los exponemos de modo aislado y, en este punto de nuestra b�squeda, el lector tendr�a todo el derecho de considerarlos descabellados.

Pero vamos a ver que no hacen sino confirmar pruebas de naturaleza muy distinta.


2. Quetzalc�atl, el Rey Blanco de los Toltecas

La historia del pueblo tolteca es muy breve.

Se inici� en 856 de nuestra era, cuando los reci�n llegados al An�huac empezaron a construir, al Norte de la actual ciudad de M�xico, un gran centro urbano. Diez reyes se sucedieron hasta 1174, a�o en que los chichimecas tomaron e incendiaron la ciudad. El quinto soberano, que rein� en la segunda mitad del siglo X, nos interesa particularmente: era blanco y barbudo y ven�a de un pa�s lejano.

Los toltecas, que lo llamaban Quetzalc�atl, lo consideraban un dios, hijo del Sol. A �l deb�an su alta cultura, su religi�n, sus leyes, su calendario, y tambi�n las t�cnicas de la agricultura y las artes de la metalurgia.

Quetzalc�atl hab�a desembarcado en Panuco, sobre el Golfo de M�xico, con un grupo de guerreros blancos y barbudos como �l. Despu�s de subir hasta la meseta del An�huac, se hab�a impuesto a los toltecas, convirti�ndose en su rey.

Unos veinte a�os m�s tarde, emprendi�, con un grupo de los suyos, una expedici�n al Yucat�n, donde s�lo permaneci� unos a�os.

De regreso al An�huac, se encontr� con que los guerreros blancos que hab�a dejado al mando de un lugarteniente - que los nahuas llamar�n Tezcatlipoca y del que har�n el dios solar de la descomposici�n (el Sol putrefactor) se hab�an casado con mujeres ind�genas.

Quetzalc�atl trat� vanamente de imponer su autoridad. Sus hombres se dividieron en dos grupos. Con los que le quedaron fieles, el rey baj� hasta la costa del Atl�ntico, en la desembocadura del r�o Coatzacoalcos. Aqu�, las tradiciones divergen. Una dice que desapareci� sin que nadie se diera cuenta de c�mo lo hizo. Otra, que muri� y que su cuerpo fue quemado.

Una tercera, que construy� un "barco de serpiente", se reembarc� con los suyos y desapareci� por el mar. Sin embargo, casi todos los relatos coinciden en un punto: Quetzalc�atl anunci� que, un d�a, hombres blancos y barbudos como �l llegar�an del Oriente para vengarlo y dominar�an el pa�s.

Acerca de la personalidad del rey de los toltecas, no queda duda alguna. Quetzalc�atl fue un personaje hist�rico de raza blanca, que en poco m�s de dos decenios transform� e increment�, con su ense�anza, la cultura del An�huac. Hab�a llegado del Este por el mar y se fue hacia el Este, lo que excluye toda posibilidad de que se tratara de un mito solar. Pues, en este �ltimo caso, habr�a desaparecido en direcci�n al Oeste.

El motivo de su partida fue de orden racial: no pudo soportar la mestizaci�n, de parte de sus compa�eros y los abandon� a su suerte para salvar la pureza de sangre de los que permanec�an leales a su estirpe. La impresi�n que dej� en los ind�genas su breve reinado fue tal que �stos lo incorporaron a su mitolog�a, como veremos en el pr�ximo cap�tulo.

El hab�a establecido el culto del Sol: ellos lo consideraron encarnaci�n de su nuevo dios.

�Qu� significado tiene el nombre del rey blanco? El quetzal es un p�jaro mejicano (trogon splendens) de magn�fico plumaje verde. C�atl quiere decir serpiente. Quetzalc�atl se traduce, pues, por serpiente-p�jaro y, menos literalmente, por serpiente emplumada.

Es �ste un nombre extra�o para un rey como para un dios, aun teniendo en cuenta la f�rtil imaginaci�n de los indios. Y tanto m�s cuanto que la expresi�n parece haberse aplicado no solamente al jefe blanco sino, en cierta medida, a todos los forasteros e inclusive, posteriormente, a los descendientes de los que permanecieron en el An�huac.

Tal vez nos ayude a comprenderlo la apariencia que pod�a tener, para los ind�genas, un barco vikingo, con su proa levantada y afilada, su gran vela cuadrada y, en sus bordas, los escudos relucientes en el Sol. No era sin raz�n que los escandinavos llamaban snekkar, serpientes, a sus barcos de menor tama�o que sus grandes drakkar.

La hip�tesis es reforzada por las descripciones que las cr�nicas nos dan de Quetzalc�atl.

Todas nos lo muestran como un hombre Blanco, de elevada estatura y larga barba. Pero la unanimidad se detiene en esta apariencia f�sica. Los textos no se ponen de acuerdo en cuanto a su vestimenta. Seg�n algunos, llevaba un largo vestido blanco y, encima, una manta sembrada de cruces coloradas, usaba sandalias, cubr�a su cabeza con una especie de mitra y ten�a en la mano un b�culo.

Otros lo pintan como vestido de una casaca de tela negra grosera, con mangas cortas y anchas, y cubierto con un casco ornamentado con serpientes.

Tampoco coinciden las definiciones psico-sociales del personaje. Por un lado, en efecto, Quezalc�atl aparece como un sacerdote de costumbres austeras. No ten�a mujer ni hijos y se entregaba, en la monta�a, a pr�cticas asc�ticas. La religi�n que predicaba no deb�a de parecerse mucho a la que encontraron los espa�oles, pues prohib�a terminantemente los sacrificios humanos.

Por otro lado, Quetzalc�atl era un temible guerrero que no reparaba en los medios para alcanzar la victoria.

Al comprobar esta antinomia, que la iconograf�a azteca confirma (ver Fig. 8), se tiene la impresi�n de estar frente a dos personajes distintos que se superpusieron a lo largo del tiempo y se confundieron en un nombre gen�rico que expresaba su origen com�n y dejaba a un lado sus respectivas caracter�sticas peculiares.

Lo cual est� confirmado por las tradiciones mayas que se refieren claramente a dos dioses Blancos distintos.


3. Itzamn� y Kukulk�n, los Dioses Blancos Mayas

Los mayas del Yucat�n recordaban dos llegadas sucesivas de hombres blancos y barbudos.

La primera - la Gran Llegada - fue la de un grupo encabezado por un sacerdote, Itzamn�, que vino por mar desde el Oriente. El jefe ten�a todas las caracter�sticas f�sicas y morales del Quetzalc�atl asc�tico.

Dio a la poblaci�n sus dogmas y sus ritos, sus leyes y calendario, y tambi�n la escritura. Le ense�� las virtudes medicinales de las plantas y le transmiti� el arte de curar.

La segunda llegada, que fue posterior - la Ultima Llegada - trajo al Yucat�n un grupo menos numeroso, conducido por un guerrero blanco y barbudo, Kukulk�n, que vino del Oeste - vale decir del An�huac - tom� el mando de los itz�es que, veros�milmente, lo hab�an llamado y con ellos someti� todo el pa�s, en el cual fund�, sobre las ruinas de un poblado anterior, la ciudad de Chich�n-Itz�.

As� estableci� la paz y la prosperidad. Pero una sublevaci�n ind�gena lo oblig� a reembarcarse.

Es de notar que el nombre de Kukulk�n es la exacta traducci�n de Quetzalc�atl: Kukul es el p�jaro quetzal y kan significa serpiente.

No nos extra�ar� pues, comprobar que en las tradiciones mayas, si bien Kukulk�n siempre es distinto, como personaje hist�rico y como dios, de Itzamn�, adquiere a veces las caracter�sticas de este �ltimo.

Quetzalc�atl y Kukulk�n son la misma persona, pero el primero representaba, para los nahuas, a la vez el sacerdote y el guerrero, que los mayas segu�an distinguiendo. De ah� que los relatos nos describan a Kukulk�n como si se tratara de Itzamn�: asc�tico, humanitario y con un largo vestido blanco flotante.

El proceso de unificaci�n de los dos personajes estaba en marcha, pero no tuvo tiempo de completarse.

La confusi�n aparece otra vez como total entre los tzendales del Chiapas, pueblo de habla maya instalado al Oeste del Yucat�n. All� lleg�, en una �poca indeterminada, un civilizador extranjero que trajo, con el orden y la paz, el calendario, la escritura y las t�cnicas de la agricultura, sin hablar de las creencias y ritos religiosos.

�l y sus compa�eros usaban largos vestidos blancos flotantes. Terminada su misi�n, el dios blanco dividi� la regi�n en cuatro distritos, cuyo gobierno encarg� a subordinados suyos, y entr� en una cueva, desapareciendo en las entra�as de la tierra.

El nombre que los tzendales daban a Kukulk�n no deja de llamar la atenci�n: Votan o Uot�n, como el dios germano Wotan, Wuotan o Voden, tambi�n conocido como Od�n.



4. Bochica, el Dios Blanco de los Muiscas

Con distintos nombres y caracter�sticas menos definidas, podemos encontrar al dios blanco y barbudo en casi todas las regiones de Centroam�rica.

Condoy sale de una cueva entre los zoques de la costa, al pie de las sierras de Chiapas. En Guatemala, los quich�s lo llaman Gucumatz - traducci�n de Kukulk�n - e Ixbalanqu�.

Las tradiciones de los cunas, de Panam�, lo mencionan, pero sin nombre. Tal vez se trate de una mera asimilaci�n por contacto. Pues si es l�gico que Itzamn� o Quetzalc�atl haya, desde el Yucat�n, recorrido Chiapas y hasta Guatemala, regiones de poblaci�n maya, parece improbable que haya viajado m�s al Sur.

En cuanto a Quetzalc�atl, sabemos que se qued� s�lo pocos a�os en Centroam�rica y pronto volvi� al An�huac.

De cualquier modo, no fue por el Istmo que Quetzalc�atl - y tal vez, anteriormente, Itzamn�, sobre quien, por m�s antiguo, estamos mucho peor informados - alcanz� Am�rica del Sur donde lo encontramos en las tradiciones de los muiscas o chibchas, con los nombres de Bochica, Zuh� (o Sua, o Zu�) y Nemterequetaba, y tambi�n con el apodo de Chimizapagua, palabra que parece significar Mensajero del Sol.

Pues Bochica entr� en la actual Colombia por Pasca, despu�s de haber cruzado los llanos de Venezuela, donde encontramos su recuerdo, como en muchas tribus tupi-guaran�es, hasta el Paraguay, con los nombres de Zum�, Tsuma, Tem� y Turn�; pero nada m�s que su recuerdo, lo cual no deja, con todo, de plantear un problema, pues parece dif�cil que se haya producido una difusi�n por simple contacto a trav�s de la selva amaz�nica.

Bochica era un hombre de raza blanca, con abundante cabellera, larga barba y vestido flotante, conforme a las descripciones anteriores. Encontr� a los muiscas en un casi competo estado salvaje.

Los agrup� en pueblos y les dio leyes. Cerca de la aldea de Coto, los indios veneraban una colina desde la cual el civilizador predicaba a las muchedumbres reunidas en su base.



5. Huirakocha, el Dios Blanco Peruano

�A d�nde se fue Bochica? Las tradiciones son vagas y contradictorias al respecto.

Tenemos motivos para suponer, sin embargo, que embarc� con su gente en el Pac�fico, pues vemos a los blancos barbudos llegar, en canoas "de piel de lobo" (o sea en barcos semejantes a los grandes umiaks de los esquimales o a los curachs irlandeses), a la costa del actual Ecuador.

Como lo hab�an hecho al desembarcar en el Golfo de M�xico y como lo har�n en el Per�, y veros�milmente por las mismas razones clim�ticas, abandonan r�pidamente la zona t�rrida y se instalan en la meseta andina, donde fundan el reino de Kara - o de Quito - que m�s tarde los incas anexar�n a su imperio. No sabemos nada de sus actividades.

S�lo nos queda el t�tulo que ostentaban sus reyes: se hac�an llamar Sciri - o Scyri.

Esta palabra no tiene sentido alguno en quechua - el idioma de la regi�n - pero en antiguo escandinavo skirr significa "puro" y sk�rri, "m�s puro". En la �poca cristiana, sk�ra, "purificar", tomar� el significado de "bautizar" y se llamar� a Juan el Bautista como Sk�ri-J�n.

Estamos mejor informados sobre la etapa siguiente de nuestros viajeros: la costa del Per� donde, desde hac�a siglos, estaba establecido el pueblo chim�. El P. Miguel Cabello de Balboa, cronista del siglo XVI, relata en efecto que, seg�n la tradici�n local, hab�a venido del Norte una gran flota al mando de un poderoso jefe, Naylamp, al que secundaban ocho dignatarios de su casa real.

La expedici�n hab�a tocado tierra en la desembocadura del r�o Paquisllanga (Lambayeque). Naymlap se hab�a adue�ado del pa�s y sus descendientes lo hab�an gobernado hasta la conquista de la regi�n por el emperador inca Tupak Yupanki, al final del siglo XV.

No sabemos a ciencia cierta en qu� �poca sucedi� la llegada de la flota en cuesti�n, pero podemos deducir el dato de la historia misma de los chim�es, pues el imperio del Gran Chim� desapareci� repentinamente y con un cambio de dinast�a, alrededor del a�o 1000, lo que corresponde perfectamente, como veremos m�s adelante, con la cronolog�a mesoamericana.

La tradici�n relatada por Balboa no nos dice qui�nes eran Naylamp y sus compa�eros.

Pero el nombre del jefe "venido del Norte", tiene, para aclarar este punto, un valor inestimable, pues se vincula indudablemente con alg�n pueblo germano. Heim - que se pronuncia casi como naym en espa�ol - significa en efecto, tanto en antiguo alem�n como en antiguo escandinavo, "hogar" o "patria", mientras que lap se traduce por "pedazo".

Heimlap - Pedazo de Patria - podr�a perfectamente haber sido el apodo dado al jefe de una colonia n�rdica establecida en el suelo americano, o el nombre de esta misma colonia, confundido por la tradici�n ind�gena con el de su fundador.

Tambi�n es posible que Naylamp sea una deformaci�n de Heimdallr, dios guerrero de la mitolog�a escandinava. �sta lo llama "Centinela de los dioses", por estar encargado de vigilar, durmiendo siempre con un ojo abierto, la entrada del Cielo, y tambi�n "Enemigo de L�ki" - el dios malo - porque, dios del fuego como este �ltimo, pero del fuego ben�fico, aniquilar�, cuando el Ocaso de los Dioses, al dios infernal y ser� aniquilado por �l.

Pero su apodo m�s com�n es el de "dios blanco", lo cual explica suficientemente por qu�, en tierras indias, un jarl vikingo haya podido usar su nombre. Notemos, en respaldo de esta segunda hip�tesis, que la deformaci�n de dallr en lap es insignificante si consideramos que la palabra, de dif�cil pronunciaci�n, se trasmiti� entre los ind�genas, por v�a oral, durante siglos y que s�lo la conocemos a trav�s de la trascripci�n fon�tica de un religioso que no ten�a, por cierto, ning�n conocimiento de filolog�a.

Agreguemos que el dios de los chim�es se llamaba Guat�n, nombre �ste que se parece mucho al de Votan o Uot�n, y era dios de la Tempestad, como el Votan mesoamericano y como el Wotan u Od�n germ�nico.

Volvemos a encontrar a hombres blancos barbudos m�s al Sur, en el altiplano del Per�, a orillas del lago Titicaca, a donde, seg�n el cronista Velasco, hab�an llegado por el mar desde el Ecuador. Los espa�oles, poco despu�s de la Conquista, encontraron las enormes ruinas de Tiahuanacu, y los indios aseguraron que ya estaban all� cuando se fund� el imperio de los incas.

Los monumentos no eran obra de los pueblos ind�genas sino de hombres Blancos que, primitivamente instalados en la Isla del Sol, en medio del lago, hab�an poco a poco civilizado la regi�n.

La tradici�n los menciona con el nombre de atumuruna, acerca de cuyo sentido los estudiosos del idioma quechua no consiguen ponerse de acuerdo.

Brasseur de Bourbourg ve en esta palabra una deformaci�n de hatun runa, hombres grandes, mientras que Vicente Fidel L�pez traduce literalmente "pueblo de los adoradores - o de los sacerdotes - de Ati", vale decir de la Luna decreciente.

La dificultad procede de la imprecisi�n con la cual los cronistas transcribieron los t�rminos ind�genas, lo que es muy explicable, por lo dem�s no s�lo el quechua no se escrib�a en la �poca de la Conquista, sino que el alfabeto latino no consegu�a expresar fielmente todos los sonidos del idioma. Esto, sin hablar de la dicci�n apagada que caracteriza a�n hoy a los indios del Altiplano, que pronuncian todas las vocales no acentuadas m�s o menos como la "e" muda francesa.

Trat�ndose del nombre quechua de los hombres Blancos de Tiahuanacu, tenemos derecho a preguntarnos si atumuruna no deber�a leerse en realidad atumaruna, lo que significa "hombres de cabeza de luna", expresi�n equivalente al "cara p�lida" de los indios norteamericanos.

Tenemos un ejemplo de confusi�n entre la "a" y la "u" en la misma palabra. Seg�n Garcilaso, los espa�oles llamaban Vilaoma al Sumo Sacerdote del Sol, en lugar de Villak Umu. Y veremos m�s adelante que los cronistas dan indiferentemente a una de las fiestas incaicas los nombres de Umu Raymi o de Urna Raymi.

De cualquier modo, la referencia a la Luna decreciente parece poco aceptable, pues sabemos a ciencia cierta que los hombres Blancos del Titicaca adoraban al Sol (Inti) y la Luna (Quilla) y que Ati no era para ellos sino una divinidad secundaria.

En cuanto a la interpretaci�n de Brasseur de Bourbourg, no es de descartar, ni mucho menos, especialmente si se toma en cuenta que hatun parece proceder de yotun, gigante en antiguo escandinavo.

M�s importante que el nombre quechua de los primeros pobladores de Tiahuanacu es el de su jefe, Huirakocha, que los espa�oles escrib�an Viracocha. Nos encontramos a su respecto con las interpretaciones m�s fantasistas. Algunos traducen "espuma (Huira) del mar (kocha)". El cronista Montesinos, llevado por su imaginaci�n abusiva, no vacila ante una trasposici�n m�s b�blica: "esp�ritu del abismo".

Desgraciadamente para �l, el inca Garcilaso, cuya lengua materna era el quichua, hace notar que, en ese idioma, el genitivo precede al sustantivo que complementa y, por otro lado, se muestra m�s prosaico: Huirakocha significar�a "mar de sebo". �Es �ste, admit�moslo, un extra�o nombre para un dios!

Tal vez sea oportuno buscar una etimolog�a que corresponda al presumible idioma de los reci�n llegados.

A t�tulo de mera hip�tesis, pues en el campo de la filolog�a - y volveremos sobre el asunto a principios del cap�tulo V - toda prudencia es poca, notaremos entonces que huitr, o hvitr, palabra �sta que cualquier indio del Altiplano pronunciar�a huir, significa "blanco" en antiguo escandinavo y god, "dios". El sonido particular que tiene la d (id�ntico al de th en ingl�s) en esa lengua existe en el quichua, pero no en el castellano.

Es normal que, en este �ltimo idioma, se haya convertido en ch.

Sin embargo, las tradiciones peruanas no concuerdan m�s que las mesoamericanas en lo que ata�e a la personalidad y apariencia del Hijo del Sol. Guerrero para algunos cronistas, Betanzos, que estaba casado con una ind�gena y estaba as� en estrecho contacto con los quechuas, describe a Huirakocha como a un sacerdote tonsurado, blanco y con barba de un palmo, vestido con una sotana blanca que le ca�a hasta los pies y portador de un objeto parecido a un breviario.

Veremos m�s adelante que no se trataba del producto de su imaginaci�n.

Notemos que en aymar�, idioma de los indios del Altiplano boliviano, sometidos por los incas, el nombre de Huirakocha era Hyustus, seg�n la transcripci�n espa�ola, y se pronunciaba exactamente como el lat�n justus.

Los atumuruna impusieron su autoridad a las tribus aymar�es y quechuas, extendiendo su imperio hasta m�s al norte del Cuzco. Al mismo tiempo, construyeron la ciudad de Tiahuanacu, que no llegaron a terminar. Lo que los incas y, m�s tarde, los espa�oles encontraron no fue un conjunto de edificios en ruina, sino un obrador. Un cacique ind�gena de Coquimbo, Cari, se sublev� en efecto contra la dominaci�n de los Blancos.

Vencidos en sucesivas batallas, �stos se replegaron en la Isla del Sol, donde tuvo lugar el �ltimo combate, que fue tambi�n para ellos una derrota. Los indios degollaron a la mayor parte de los varones. S�lo unos pocos consiguieron huir.

Emprendieron viaje hacia el Norte y llegaron al actual Puerto Viejo, en la provincia ecuatoriana de Manta, donde se encontraba la madera especial con la cual se constru�an las balsas. Y Huirakocha "se fue caminando sobre el mar". No pereci� en el viaje.

Pues sabemos de su llegada a la Isla de Pascua y a los archipi�lagos polin�sicos, donde sus descendientes se recuerdan con el nombre de arii. No hace falta insistir sobre este punto, perfectamente demostrado por Thor Heyerdahl.

El cacique Cari, vencedor de los Blancos, permanece a�n en la memoria de los indios bolivianos. Es para ellos lo que Atila para los franceses, y las madres amenazan con �l a sus hijos, como los europeos con el "hombre de la bolsa" o el "croquemitaine".

�Pero el degollador de los atumuruna se llamaba realmente Cari, o se le dio el nombre conocido de alg�n genio mal�fico?

Nos lo podemos preguntar, pues Kari, en la mitolog�a escandinava es el siniestro gigante de la tempestad, de muy mala fama: se lo llamaba "�l devorador de cad�veres".


6. Los Incas, Hijos del Sol

La derrota y eliminaci�n de los atumuruna hundi� al Per� en el caos.

Huyendo de los invasores, la poblaci�n se dispers� y no tard�, seg�n el relato que Garcilaso pone en boca de un t�o suyo, en volver al estado salvaje:

"Las gentes en aquellos tiempos viv�an como fieras y animales brutos, sin religi�n ni polic�a, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sab�an labrar algod�n ni lana para hacer de vestir.

Viv�an de dos en dos y de tres en tres, como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de pe�as y cavernas de la tierra...".

Sin embargo, no todos los Blancos hab�an desaparecido.

Un grupo de "hombres del Titicaca", cuatro varones y cuatro mujeres, todos hermanos - vale decir, sin lugar a duda, de la misma raza - se hab�a refugiado en la monta�a, detr�s de la quebrada del Apurimac, al mando de diez tribus leales.

Reunidos en consejo, los cuatro jefes decidieron:

"Hemos nacido fuertes y sabios y, ayudados por nuestros pueblos, somos poderosos. Partamos en demanda de tierras m�s f�rtiles que las que poseemos y, al llegar a ellas, sojuzguemos a sus pobladores y demos guerra a quienquiera no nos reciba por se�ores".

Saliendo de las cuevas de Tampu Toku - el Albergue-Refugio - y despu�s de detenerse un tiempo en Pakkari Tampu - el Albergue de la Aurora - el ej�rcito emprendi� su marcha hacia el Cuzco, a unos 40 kil�metros.

Los Blancos y sus guerreros ind�genas hicieron varias etapas de unos a�os, la �ltima en Matahua, en la entrada del valle del Cuzco y, finalmente, reconquistaron la ciudad que hab�a pertenecido a sus antepasados, edificando de inmediato el templo del Sol. Durante el largo viaje, uno de los Blancos, Manko Kapak, se hab�a librado, por medios desconocidos, de sus tres "hermanos" y se hab�a proclamado rey.

Otra versi�n s�lo menciona a �l y a su mujer y hermana, Mama Oclo, simplificando as� el relato y, probablemente, tratando de echar el manto del olvido sobre las rivalidades internas del grupo. En las tradiciones ind�genas, los cuatro varones blancos llevaban mismo t�tulo: ayar.

La palabra, nos dice Garcilaso,

"no tiene significaci�n en la lengua general del Per� (el quichua); en la particular de los incas, la deb�a de tener".

Se�alemos aqu�, adelant�ndonos al cap�tulo V, que los se�ores escandinavos se llamaban jarl, t�rmino �ste que se traduce habitualmente por "conde" y cuya pronunciaci�n por un indio quichua ser�a id�ntica, salvo en cuanto a la a aumentativa antepuesta, a la de ayar.

A esta similitud se agrega una duda muy seria acerca del significado de Kapak, t�tulo de Manko y de todos los emperadores incas, sus sucesores. Garcilaso nos da dos interpretaciones distintas, lo que demuestra su inseguridad al respecto. Por un lado nos dice que Capa Inca significa "Solo Se�or" (capa = solo) y, por otro, que Capac tiene el sentido de "rico y poderoso en armas".

Ahora bien: capa y capac son dos formas de la misma palabra. Nos podemos preguntar, pues, si no corresponder�a buscar en la "lengua particular" de los incas una acepci�n m�s satisfactoria. La encontramos en el viejo escandinavo kappi, h�roe, campe�n, caballero.

El origen del nombre de Manko, que no tiene sentido en quichua, no es menos evidente. Pues, en antiguo escandinavo, man significa "hombre" y ko parece ser una abreviatura de konr, "rey". El fundador de la dinast�a incaica se llamaba, pues, "hombre rey": el hombre que se convirti� en rey.

Los descendientes de Manko Kapak y Mama Oclo - o m�s probablemente los de todos los "hombres del Titicaca" - constituyeron una casta aristocr�tica: los incas de sangre real, que se casaban exclusivamente entre s�.

M�s a�n, los miembros de la familia imperial lo hac�an entre hermanos, para conservar pura su sangre de "Hijos del Sol". Ahora bien: �de d�nde viene la palabra inca, que no es quichua ni aymar�?

La respuesta es f�cil: en el antiguo germano, la desinencia �ing serv�a para designar a los miembros de un mismo linaje, como en las palabras merovingio, carolingio y lotharingio, por ejemplo.

No es por casualidad ni por equivocaci�n, pues, que la mayor parte de los cronistas espa�oles escriben inga en lugar de inca como lo hacemos hoy en d�a. Los incas eran, por lo tanto, los Descendientes por excelencia: los descendientes de Manko y de sus "hermanos".

Los soberanos, sin embargo, ten�an concubinas que no todas eran de sangre real y, por otro lado, en los comienzos del Imperio, se hab�an creado "incas de privilegio" entre los jefes indios que hab�an colaborado en la reconquista.

En la teor�a, se trataba de un estrato social situado inmediatamente debajo de los incas de sangre real, con los cuales no se deb�an mezclar.

De hecho, sin duda alguna, se produjo cierto mestizaje. Los emperadores incas, tales como fueron retratados en los frescos de la iglesia Santa Ana del Cuzco, ten�an la tez much�simo m�s clara que sus s�bditos. No eran blancos puros, sin embargo.

Entre las momias reales encontradas por los espa�oles, se mencionan como excepciones la de Huirakocha, de pelo rubio muy p�lido, y la de su mujer, "blanca como huevo".



7. Itinerario y Cronolog�a

Consideremos ahora el conjunto de las tradiciones que acabamos de resumir.

Es imposible dejar de comprobar su perfecto encadenamiento. El Dios-Sol y sus compa�eros, blancos y barbudos como �l, desembarcan en la costa atl�ntica de M�xico. Con el apoyo de los toltecas, Quetzalc�atl se impone en el An�huac, a cuyas poblaciones aporta religi�n y cultura.

Organiza una expedici�n al Yucat�n donde, conocido como Kukulk�n, emprende con la colaboraci�n de los itz�es una tarea semejante que termina en una sublevaci�n ind�gena. De vuelta al An�huac, indignado por el comportamiento de los Blancos que hab�a dejado all�, abandona el pa�s embarc�ndose en el Atl�ntico, lo que elimina toda interpretaci�n m�tica de sus haza�as.

Lo reencontramos, como Bochica, llegando a Cundinamarca, en la actual Colombia, desde los llanos de Venezuela, en cuyas costas atl�nticas evidentemente hab�a desembarcado.

Se hace de nuevo a la mar, esta vez en el Pac�fico, en barcos de piel de lobo y alcanza el Ecuador donde funda el reino de Quito. Siguiendo para el Sur, llega a la regi�n de Arica y, como Huirakocha, sube al Altiplano donde se establece en las islas y orillas del lago Titicaca e impone su mando a las poblaciones indias que civiliza.

Una sublevaci�n ind�gena lo obliga a huir, y lo vemos reembarcarse en el Pac�fico para un viaje que lo llevar� a Polinesia.

S�lo queda en el Per� un reducido grupo de blancos que, despu�s de reorganizar sus fuerzas, marchan victoriosamente sobre el Cuzco y fundan el Imperio de los incas, que perdurar� hasta la llegada de los espa�oles. Nada m�s coherente, salvo en cuanto a la ya mencionada superposici�n de dos dioses blancos, que s�lo en el pa�s maya las tradiciones distinguen hasta cierto punto, problema �ste sobre el cual volveremos en el cap�tulo IV (mas abajo).

Queda por saber si la cronolog�a permite semejante unificaci�n de los distintos relatos. No podemos confiar en las fechas que dan los especialistas: son a menudo altamente fantasiosas, y no es excepcional notar entre dos autores serias variaciones de siglos, cuando no de milenios. Afortunadamente, tenemos dos puntos de referencia exactos y seguros.

El primero es la fundaci�n por Quetzalc�atl - o, si se quiere, la segunda fundaci�n, puesto que ya exist�an las ruinas de un centro poblado anterior - de la ciudad maya de Chich�n Itz�.

Ya vimos que el Dios-Sol baj� de la meseta mexicana unos veinte a�os despu�s de su desembarco en Panuco y que s�lo permaneci� unos pocos a�os en el Yucat�n. Ahora bien: conocemos la fecha de su llegada a Chich�n Itz�: kat�n 4 Ahau del calendario maya, vale decir el a�o 987 de nuestra era.

Por lo tanto, Quetzalc�atl surgi� del oc�ano en 967, aproximadamente.

El segundo punto de referencia es apenas menos preciso. Cuando llegaron los espa�oles, acababa de ser asesinado por su medio hermano mestizo, Atahualpa, el �ltimo emperador inca, Hu�scar. Sin contar a �ste hab�an reinado doce soberanos, desde Manko Kapak, pero dos de ellos lo hicieron conjuntamente por ser mellizos.

Una generaci�n equival�a, en aquel entonces, a unos veinte a�os. As�, en la misma �poca y en condiciones de vida bastante parecidas, para los once reyes de Francia que se sucedieron entre Felipe III, que ascendi� al trono en 1270, y Carlos VIII, fallecido en 1498.

La genealog�a de los reyes aztecas entre 1375 y 1520 nos da nueve soberanos, con un promedio de diecis�is a�os por reinado. Ahora bien: Huayna Kapak, el emperador de la und�cima generaci�n, muri� en 1525. Luego, Manko Kapak fund� su imperio alrededor del a�o 1300.

Ignoramos, por cierto, la fecha del desembarco de Huirakocha en el Per�.

Pero podemos presumir que tuvo lugar poco despu�s de la partida de Quetzalc�atl de M�xico y que el viaje entre la desembocadura del r�o Coatzacoalcos y el actual puerto de Arica fue relativamente breve. De ser de otro modo, encontrar�amos a lo largo del itinerario del dios Blanco rastros de su estada, cuando s�lo hallamos recuerdos de su paso.

Por el contrario, los edificios de Tiahuanacu, sobre los cuales volveremos en el cap�tulo VII, demuestran que los atumuruna se hab�an radicado definitivamente en la zona del Titicaca. Salido de M�xico sobre el final del siglo X, el Dios-Sol pudo haberse desplazado hacia el Sur, en sucesivas etapas, durante medio siglo o un siglo.

Lleg� a Tiahuanacu, pues, entre 1050 y 1100 y le quedaron unos dos siglos para crear su Imperio y construir su capital inconclusa: m�s de lo que hac�a falta, en cuanto a esta �ltima tarea, si se piensa que en Europa, durante el mismo lapso, se edificaban las catedrales g�ticas.

En resumen, estamos en condiciones de trazar el siguiente, esquema cronol�gico:

  • 967 Desembarco de Quetzalc�atl en Panuco, Golfo de M�xico.

  • 987 Llegada de Kukulk�n al Yucat�n.

  • 989 Regreso de Quetzalc�atl al An�huac, reembarco en el Golfo de M�xico y desembarco en la costa venezolana.

  • 1050/1100 Desembarco de Huirakocha en Arica, Per�.

  • 1280/90 Derrota de Huirakocha en la Isla del Sol, hu�da y embarco en el Pac�fico.

  • 1300 Conquista del Cuzco por Manko Kapak y fundaci�n del imperio incaico.




8. Los H�roes Blancos Precolombinos

Las tradiciones de los distintos pueblos considerados se encadenan, pues, perfectamente.

Nos muestran a un grupo de guerreros Blancos, de tipo n�rdico, que desembarca en la costa mexicana y deja algo de su cultura en el An�huac, el Yucat�n y zonas adyacentes.

Con el apodo,

  • de Quetzalc�atl en el pa�s n�huatl

  • de Kukulk�n en tierras mayas

  • de Votan en Guatemala

  • de Zuh� en Venezuela

  • de Bochica en Colombia,

...el jefe blanco, que veros�milmente se llamaba Ullman, se convierte en el recuerdo ind�gena, con el tiempo, en un dios civilizador, a pesar de las dificultades encontradas por �l durante su estada en los distintos pa�ses.

�Cu�nto tiempo dura exactamente el viaje que lleva a los Blancos hasta la costa colombiana del Pac�fico, y cu�ndo muere Ullman? No lo sabemos.

Pero s� la tradici�n nos muestra a los n�rdicos, ya al mando de un nuevo jefe, Heimlap o Heimdallr, llegan en barcos de piel de lobo al Ecuador, donde fundan el reino de Quito, y luego al Per�, donde se radican en la zona del lago Titicaca y empiezan a construir una metr�poli: Tiahuanacu.

Vencidos, despu�s de unos dos siglos, por una invasi�n de indios chilenos, los Blancos se dispersan. Unos se desplazan por la costa hacia el Norte y se embarcan en balsas que los conducen hasta las islas oce�nicas.

Otros escapan del Altiplano y desaparecen en la selva amaz�nica, donde se encuentran, hasta hoy, sus descendientes.

Unos pocos, en fin, se refugian en la monta�a desde donde, con la ayuda de indios leales, reconstruyen su Imperio. La tradici�n nos permite, gracias a los nombres y t�tulos que nos ha trasmitido, identificar a los blancos que capitaneaba el Dios-Sol.

En efecto, Ullman y Heimlap o Heimdallr son nombres escandinavos, y encontramos el mismo origen para los t�tulos sciri (de skirr, puro), ayar (de jarl, conde) e inca o inga (de ing, descendiente), as� como para el apodo Huirakocha que viene del antiguo escandinavo hvitr, blanco, y god, dios.









Presentamos ahora el cap�tulo cuarto, continuaci�n de la entrada anterior, del libro El Gran Viaje del Dios-Sol del profesor Jacques de Mahieu, publicado seg�n entendemos en 1974, que ya hemos dicho que hemos reconstruido a partir de una estropeada versi�n electr�nica.

El inter�s de este cap�tulo no es otro que el de, adem�s de ir confirmando la hip�tesis ya planteada por el autor, ofrecer un muy buen resumen panor�mico de los asuntos en la Am�rica precolombina y en el tiempo de su conquista.

Hay interesantes informaciones para los que comienzan a enterarse del tema y agudas observaciones para los que ya saben algo de ello.




Capitulo 4

El Dios-Sol

17 Junio 2013


1. Dos Mitolog�as

Un grave peligro acecha a quienes, sin tener una profunda formaci�n teol�gica, entran a considerar las creencias religiosas de los pueblos amerindios.

Conocemos a �stas, en efecto, casi �nicamente a trav�s de los relatos de los cronistas espa�oles o hispanizados que se limitaron a describirnos "las idolatr�as" de los nahuas, mayas y quechuas tales como los ind�genas se las contaron, y lo hicieron, con pocas excepciones entre las cuales se destaca la del padre Bernardino de Sahag�n, con poco discernimiento y menos benevolencia.

Ignoramos todo, por lo tanto, de la teolog�a americana prehisp�nica, que se nos presenta encubierta por mitos m�ltiples, a menudo contradictorios cuando no incoherentes.

De ah� una doble tentaci�n: la de considerar las relaciones ind�genas como sartas de supersticiones y ritos m�gicos, y la de introducir en las im�genes que nos han llegado elementos teol�gicos, metaf�sicos y m�sticos que les son extra�os.

Lo cual nos llevar�a, por un lado, a rebajar a los pueblos civilizados de la Am�rica precolombina al nivel de las tribus animistas del �frica negra, o, por otro, a hacer de Teotihuac�n una segunda Alejandr�a.

No es muy f�cil, para nosotros que estamos acostumbrados a religiones reveladas, comprender el sentido de una mitolog�a y casi dir�amos su procedimiento.

El vedismo, el juda�smo, el cristianismo y el islamismo se basan en textos inmutables de los cuales los te�logos deducen racionalmente los dogmas, al modo de un matem�tico que desarrolla un postulado, y los exponen mediante f�rmulas m�s o menos sencillas, para ponerlos al alcance de todos los creyentes, cualquiera que sea su nivel mental.

Los pueblos paganos, por el contrario, recurr�an a representaciones simb�licas que serv�an de simple marco para interpretaciones cuyo grado de profundidad variaba con la capacidad intelectual y m�stica de cada uno.

Nos encontramos, pues, ante la mitolog�a germana o mejicana, por ejemplo, un poco en la situaci�n de quien s�lo dispusiera, para estudiar el catolicismo, de esculturas de catedrales, relatos populares sobre la vida de Jes�s, extra�dos de los evangelios can�nicos y ap�crifos, y libros de hagiograf�a barata.

Lo m�s probable es que tal estudioso llegara a la conclusi�n de que los cristianos adoraban a tres dioses principales y una diosa, madre de uno de ellos, y que figuraban en su pante�n una multiplicidad de dioses secundarios, unos ben�ficos y los otros mal�ficos, que se peleaban entre s�.

Le resultar�a, por cierto, imposible reconstituir, sobre esta base, la Summa Theologica, y ni siquiera un catecismo de nivel escolar.

El problema se complica, para nosotros, por el hecho de que toda mitolog�a perteneciente al pasado es un complejo incoherente de f�bulas, en el sentido propio de la palabra, que responden a simbolizaciones yuxtapuestas y sucesivas. No solamente cada tribu y hasta cada aldea expresaban a su modo una creencia com�n, lo que hace que el mismo cuento nos llegue en distintas versiones a veces contradictorias, sino que los personajes m�ticos mismos a menudo carezcan de consistencia.

De un dios se desprende en determinado momento una nueva individualidad que no es sino expresi�n simb�lica de una calidad o potencia de su "padre", mientras que, por el contrario, dos dioses pueden llegar a "fusionarse" sin perder por ello las apariencias distintas con las cuales se los conoc�a anteriormente.

Este �ltimo fen�meno se nota especialmente en la mitolog�a mesoamericana, por la superposici�n que se produjo, en el An�huac y el Yucat�n, con la llegada tanto de los civilizadores Blancos como de tribus de cazadores n�mades, que se mezclaron con pueblos de antigua cultura y, a menudo, los dominaron.

Todos tra�an a sus dioses, y �stos fueron incorporados al pante�n preexistente que enriquecieron y modificaron sustancialmente, en el marco de lo que podr�amos llamar un pante�smo sincretista.

"Lo que m�s admira al estudiar el sistema religioso de los aztecas - dice William Prescott -� es la disimilitud de sus diversas partes; unas parecen ser emanaci�n de un pueblo culto, y otras respiran un esp�ritu de ferocidad ind�mita; con lo que, naturalmente, viene la idea de atribuirle dos or�genes diversos, y de suponer que los aztecas recibieron una fe mansa y suave, en la que despu�s injertaron la suya propia".

Tambi�n pudo haber sido al rev�s, injert�ndose una religi�n "mansa y suave" en un mundo salvaje - o meramente cruel - preexistente. Y tambi�n pueden haberse producido aportaciones sucesivas de sentido contrario, con el dios Blanco asc�tico y el dios Blanco guerrero.

La "ferocidad" que Prescott nota en el culto n�huatl se refiere evidentemente, en efecto, a los sacrificios humanos.

Es probable que �stos, que tanto horrorizaban a los espa�oles - como la tortura espa�ola horrorizaba a los indios - hayan pertenecido a costumbres primitivas de las tribus locales, puesto que la tradici�n nos dice que el Quetzalc�atl asc�tico los aboli�.

Pero no podemos excluir su aceptaci�n y regulaci�n por el Quetzalc�atl vikingo. Pues los escandinavos efectuaban sacrificios humanos, aunque no de modo habitual y sistem�tico como lo hac�an los nahuas.

Ad�n de Bremen, al describir el gran templo de Gamia Upsala en la �poca de su relato (alrededor de 1070), cuenta que,

"cada nueve a�os tiene lugar en Upsala una festividad en la que intervienen todas las regiones de Suecia. La asistencia es obligatoria, y reyes, pueblos e individuos env�an sus ofrendas, con excepci�n de los que se han convertido al cristianismo, quienes est�n obligados a pagar una multa.

El sacrificio que se lleva a cabo en dicha ocasi�n consiste en la matanza de nueve varones, cuyos cuerpos se cuelgan en un bosquecillo cercano al templo...".

Un texto del a�o 1000, el Tietman germano de Merseburg, relata que, cada nueve a�os, en el mes de Enero se sacrificaban en Lejre, Selandia (en Dinamarca), ante la vista de todos, noventa y nueve seres humanos.

Tambi�n en las ciudades n�huatl la asistencia a los sacrificios humanos era obligatoria, y esta coincidencia en un aspecto secundario del rito refuerza poderosamente la hip�tesis de una regulaci�n, por el Quetzalc�atl guerrero, de pr�cticas anteriores.

Al margen de esta dualidad que se�ala Prescott, lo que caracteriza la mitolog�a mejicana es la personificaci�n antropom�rfica de las fuerzas de la Naturaleza, consideradas como emanaciones, hip�stasis o avalares de un dios supremo que a la vez crea el mundo y le pertenece. No es �sta una concepci�n original: la encontramos entre los pueblos arios y, en particular, entre los germanos.

Tratemos de presentar el cuadro fundamental de semejante cosmovisi�n mitol�gica:

"Al principio era el caos. Todo estaba en suspenso, todo inm�vil. No hab�a a�n ni tierra, ni animales, ni seres humanos. S�lo exist�a, encima del inmenso abismo de la noche eterna, el Padre del Cielo, que vive en todo tiempo y rige su reino con poder absoluto.

"El Padre del Cielo decidi� entonces crear la tierra y el hombre. Se uni� a la Madre del Cielo, o Madre Tierra, que era a la vez su madre, su esposa y su hija, y en ella engendr� a los dioses creadores. Estos ordenaron el caos e hicieron la tierra, una esfera cuyo eje es el �rbol del Mundo, sostenida en los cuatro puntos cardinales por sendas deidades. Luego crearon los animales y, por fin, se dedicaron a formar al hombre.

"Sus primeros intentos resultaron en fracasos. Dieron vida a gigantes malvados que tuvieron que ahogar en el Diluvio universal. Tomaron entonces dos maderos e hicieron con ellos la primera pareja humana. El hombre recibi� un alma inmortal. En la cima del �rbol del Mundo est� el Para�so de los Guerreros, donde �stos moran con los dioses.

En las profundidades del mundo subterr�neo, un Infierno helado, de nueve c�rculos, recibe a las almas condenadas. El mundo as� formado tiene un fin previsto, pues al lado de todos los dioses creadores que lo conducen est� el dios malo que trata de destru�rlo. Con sus ac�litos, �ste atacar� y vencer� a los dioses buenos, y monstruos a sus �rdenes devorar�n el cosmos.

Volver�n las tinieblas y el caos. Sin embargo, el Padre del Cielo resucitar� a sus hijos, y todo volver� a empezar".

�Esta exposici�n, que hemos puesto entre comillas, corresponde a la mitolog�a germana o a la mejicana? No lo hemos precisado, justamente para dejar subsistir la duda.

Pues el esquema que acabamos de presentar vale tanto para la una como para la otra, y lo vamos a demostrar.



2. El Cosmos Mesoamericano

Fuera de los relatos de los cronistas espa�oles e hispanizados, la fuente fundamental de los datos que tenemos acerca de las convicciones religiosas de los nahuas y mayas es un texto an�nimo, el Manuscrito de Chichicastenango, redactado poco despu�s de la Conquista, que conocemos con el nombre de Popol Vuh, con el cual lo public� Brasseur de Bourbourg.

En realidad, su autor, un indio cult�simo recientemente convertido al cristianismo, declara en la obra misma que quiso salvar, escribi�ndola en su idioma pero con caracteres latinos, el patrimonio religioso e hist�rico del pueblo quich�-maya al que pertenec�a,

"porque ya no se ve el Popol Vuh... que ten�an antiguamente los reyes, pues ha desaparecido".

Veremos, en el cap�tulo siguiente, cu�les son el significado y el origen del t�tulo de esta obra perdida.

El Manuscrito de Chichicastenango empieza con una descripci�n del cosmos antes de la creaci�n:

"Esta es la relaci�n de c�mo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio, todo inm�vil, callado, y vac�a la extensi�n del cielo.

Esta es la primera relaci�n, el primer discurso. No hab�a todav�a un hombre, ni un animal, p�jaros, peces, cangrejos, �rboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques; s�lo el cielo exist�a. No se manifestaba la faz de la tierra.

S�lo estaba el mar en calma y el cielo en toda su extensi�n.

No hab�a nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo. No hab�a nada que estuviera en pie; s�lo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No hab�a nada dotado de existencia.

Solamente hab�a inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche..."

No faltaron comentadores para se�alar el parecido de este texto con el primer vers�culo del G�nesis:

"...la tierra era nada y vac�o, y las tinieblas cubr�an la superficie del abismo, mientras el Esp�ritu de Dios se cern�a sobre la faz de las aguas",

...y para sospechar que el autor del Popol Vuh - respetemos la costumbre de llamar as� al Manuscrito de Chichicastenango - debe haber introducido en su obra, para conseguir el benepl�cito de los espa�oles, elementos cristianos.

La hip�tesis no es de descartar totalmente, aunque el resto del libro no hace concesi�n alguna a la nueva fe. Pero la concepci�n del caos originario, en realidad muy poco cristiana puesto que contradice el dogma de la creaci�n ex nihilo, no es privativa de la Biblia. La encontramos en los libros sagrados de todos los pueblos arios.

As� dice el Rig-Veda:

"Entonces no hab�a ni ser ni no ser. Ni universo, ni atm�sfera, ni nada encima. Nada, en ninguna parte, para el bien de quien fuera, continente o contenido. La muerte no era, ni la inmortalidad, ni la distinci�n del d�a y de la noche. Pero eso palpitaba..."

Y el Volusp� escandinavo, poema del siglo IX, anterior al cristianismo, que forma parte de las Edda, reza:

"En los viejos d�as - nada exist�a - ni la arena ni el mar - ni las olas arrolladoras; - no hab�a tierra -� ni firmamento -� ni una brizna de hierba; -� s�lo el Abismo abierto".

En formas apenas diferentes, la idea es la misma en los cuatro textos: la del caos, o sea de la materia desordenada, distinta a la vez del ser, que supone orden, y del no-ser - el nihil de la teolog�a cristiana - que excluir�a toda potencialidad.

Y, tambi�n en los cuatro textos, el Ser absoluto est� presente por encima del caos:

  • el Coraz�n del Cielo, en el Popol Vuh

  • el Esp�ritu de Dios, en el G�nesis

  • el Padre del Cielo, en los Vedas

  • el Padre de Todo, en las Edda

Dejemos a un lado las cosmogon�as hind� y hebraica para considerar exclusivamente las que nos interesan aqu�: la mesoamericana y la escandinava.

En ambas, la creaci�n del cosmos se da del mismo modo: mediante la introducci�n de Dios en la Materia. De Dios se desprenden los Dioses Creadores que dan forma al caos.

De su obra surgen la tierra y el firmamento, luego las plantas y los animales. La creaci�n del hombre resulta tarea m�s dif�cil. Los Creadores, dice el Popol Vuh, hicieron en primer lugar un hombre de lodo, pero carec�a de entendimiento y se humedeci�, deshaci�ndose. Hicieron entonces mu�ecos de madera que hablaban como el hombre y poblaron toda la tierra.

Pero sus hijos no ten�an alma, y el Coraz�n del Cielo los aniquil� en un gran Diluvio. Algunos sobrevivieron: sus descendientes son los monos.

Tradiciones n�huatl de Michoac�n y mayas de Chiapas nos presentan una interesante variante de este relato.

Seg�n ellas, esos primeros seres pseudo-humanos fueron gigantes. Siete de ellos consiguieron salvarse del Diluvio y edificaron - en Cholula, precisa la tradici�n n�huatl - una gran pir�mide gracias a la cual pretend�an escalar los cielos. Pero Dios los destruy� con una lluvia de fuego.

La cosmogon�a escandinava es casi id�ntica. Del caos nacieron en primer lugar los Gigantes Helados, encabezado por el hermafrodita Ymir que los hab�a engendrado. Los Dioses los aniquilaron mediante un Diluvio del que s�lo uno consigui� salvarse con su familia. Con el cuerpo de Ymir, los Creadores hicieron la Tierra.

Tambi�n la formaci�n del hombre ofrece gran semejanza en ambas cosmogon�as.

Seg�n el Popol Vuh, los Dioses hicieron cuatro varones con masa de ma�z, les dieron vida, aunque limitando su sabidur�a, y durante su sue�o hicieron sus mujeres. Para los mixtecos del An�huac, el hombre sali� de un �rbol. En las Edda, los Creadores tomaron dos maderos arrojados por las olas, seg�n una versi�n, o dos �rboles, seg�n otra, y los tallaron con forma humana, d�ndoles alma y vida.

As� completada la obra de creaci�n, �c�mo result� la estructura del cosmos?

En cuanto a Mesoam�rica, no es al Popol Vuh al que podemos recurrir para encontrar la respuesta, sino a los relatos de los cronistas, plenamente confirmados por los c�dices. Nos esperar�a una sorpresa si no hubi�ramos adelantado el hecho en el inciso anterior.

Tanto para los nahuas como para los mayas, en efecto, la Tierra era redonda. Los griegos lo sab�an, por supuesto, pero el Occidente europeo de la Edad Media lo hab�a olvidado. El globo terr�queo tiene como eje al �rbol del Mundo, o �rbol de la Vida, cuyas ra�ces se hunden en el mundo subterr�neo, reino de la muerte, y cuyas ramas se elevan hasta el cielo.

Cuatro genios - los bacab de la mitolog�a maya: Kan, Muhuc, Ix y Canac - sostienen el mundo en sus cuatro puntos cardinales.

Tambi�n para las Edda el cosmos es redondo y un �rbol constituye su eje: el fresno Yggdrasil, que tambi�n es s�mbolo f�lico, o sea vital, y en cuya cima anida un �guila. Este �ltimo detalle carecer�a de importancia si no encontr�ramos tambi�n, a menudo, un �guila, s�mbolo del Sol, en la cima del �rbol del Mundo n�huatl y maya.

El cosmos que conocemos - el quinto sucesivo para los pueblos de Mesoam�rica, y uno de los nueve contempor�neos para los escandinavos - no es eterno. As� como naci� del caos, volver� al caos.

Instrumentos del dios malo, el tigre y la serpiente, seg�n las creencias mesoamericanas, o el lobo F�nrir, en la mitolog�a n�rdica, devorar�n al Sol y a la Luna, y todo acabar� hasta un nuevo renacer.



3. Dios y los Dioses de Mesoam�rica

El error m�s com�n que se comete con respecto a la religi�n mesoamericana es el de creer que nahuas y mayas adoraban al Sol.

En realidad, adoraban al Padre del Cielo, directamente o a trav�s de sus personificaciones diferenciadas - sus avatares, en buen lenguaje teol�gico - los dioses creados. Y suced�a exactamente lo mismo entre los escandinavos y, de modo general, en todos los pueblos "polite�stas".

Por supuesto, no deb�an de faltar creyentes que aceptaran los mitos en su sentido literal, como hay cristianos de poca formaci�n religiosa que no interpretan correctamente el misterio de la Trinidad o hasta toman a las diversas Madonnas por personas distintas.

�No es el mito, precisamente, la representaci�n imaginaria de una idea compleja o de dif�cil comprensi�n, que se pone as� al alcance de todos?

Los mesoamericanos, como los escandinavos, cre�an en un dios supremo, creador y conservador del universo, un dios,

"invisible y no palpable, bien as� como la noche y el aire", dice Sahag�n.

"El dios por quien vivimos; el Omnipotente que conoce todos nuestros pensamientos y dispensador de todas las gracias; aquel sin el cual nada es el hombre; el dios invisible, incorp�reo, de perfecta perfecci�n y pureza, bajo cuyas alas se encuentra descanso y seguro abrigo".

No se rend�a culto alguno a este Padre del Cielo, porque estaba m�s all� de los sacrificios, era inaccesible a las plegarias y no se pod�a representar f�sicamente.

Se lo honraba en la persona de los dioses creados, que no eran sino expresiones diversificadas de su poder�o absoluto. S�lo entre los mayas parece haber tenido un nombre: Hunab-Ku, y ni eso es muy seguro.

Los nahuas s�lo lo designaban por per�frasis:

"El de la vecindad inmediata" y "Aquel por quien vivimos".

Este dios no ten�a estatuas porque nadie,

"lo hab�a conocido ni visto hasta ahora", como dice Ixtlilx�chitl. Y s�lo sabemos de un templo dedicado, por el rey Netzahualc�yotl, al "dios desconocido y creador de todas las cosas".

La necesidad de un dios supremo para pueblos pante�stas la explica perfectamente Snorri Sturlusson, el autor island�s de la Edda en prosa (1189-1241) en el prefacio de su obra:

"Surgi� entre ellos la idea de que deb�a haber un rector de las estrellas del firmamento, alguien que pod�a ordenar su curso seg�n su voluntad y que deb�a ser fuerte y tener un gran poder.

Y creyeron que eso era verdadero: que si gobernaba las cosas m�s importantes de la Creaci�n, debi� de haber existido antes que las estrellas del cielo, y comprendieron que si reg�a el curso de los cuerpos celestes tambi�n deb�a de gobernar el brillo del Sol, y el roc�o del aire, y los frutos de la tierra, y todo cuanto crece en ella, y, de la misma manera, los vientos del espacio y las tempestades del mar.

No sab�an a�n d�nde se encontraba su reino, pero cre�an que ordenaba todas las cosas en la tierra y en el firmamento...".

Un siglo m�s tarde, el Inca Tupak Yupanki har� el mismo razonamiento casi con los mismos t�rminos, como veremos m�s adelante.

Sin embargo, el Padre del Cielo se personificaba m�s especialmente, a los ojos de los creyentes, en un dios principal que se consideraba como el jefe de los dioses creados y a quien se rend�an los m�ximos homenajes.

Pero este dios no era necesariamente el mismo en todas las �pocas ni para todos los pueblos de una misma fe. No solamente cada grupo, cada estrato social y cada comunidad ten�an un dios protector, sino que tambi�n eleg�an seg�n su conveniencia al dios principal.

As� entre los escandinavos de nuestra era la m�xima personificaci�n del Padre del Cielo era Tyr (o Tiu, o Ziu, del s�nscrito dyeva que dio origen al griego Zeus y Theos, al lat�n J�piter, y al germano antiguo Tiwaz), mientras que en la �poca vikinga, Od�n (Odinn o Voden, en Escandinavia, Wuotan o Wodan, en Germania) lo hab�a suplantado, no sin que Thor le disputara el rango, por lo menos en las capas inferiores de la poblaci�n.

La elecci�n de Od�n como dios principal era perfectamente l�gica. Avatar del Padre del Cielo, la Madre Tierra, Yord o Frigg, es a la vez su esposa y su hija, y hasta parece que tambi�n su madre, lo que basta para demostrar que las genealog�as divinas son puramente simb�licas.

El dios Creador est� en el Abismo Abierto, vale decir, en la materia - su madre - como es normal en una religi�n pante�sta. Pero no puede ordenar dicha materia ni dar as� nacimiento a la Tierra - su hija - sin haberse unido a ella - su esposa.

Como Creador, Od�n es el enemigo de la oscuridad, y el Sol es uno de sus ojos. Ya que su soplo anima la materia, es el dios del viento. Y se le atribuye adem�s la funci�n de psicopompo, o sea, de gu�a de las almas.

Od�n tiene su equivalente en la mitolog�a mesoamericana con un dios principal - en n�huatl, teotl, palabra semejante, por su com�n origen (dyeva) al theos griego - que lleva entre los nahuas el nombre de Ollin Tonatiuh y entre los mayas el de Kinich Ahau (Se�or de la Frente del Sol). Es el dios solar por excelencia, lo cual significa simplemente que el Sol - Nuestro Padre el Sol - es su representaci�n visible.

Su nombre maya, pues, no plantea problema alguno. Pero s� su nombre n�huatl.

Tonatiuh no tiene sentido en el idioma del An�huac, y tanto los cronistas como los autores modernos traducen la palabra por "Dios" o por "Sol", vale decir, por lo que expresa. Ollin (las dos "l" se pronuncian separadamente) significa movimiento, y tambi�n temblor, terremoto, lo que no tiene sino una relaci�n muy lejana con la divinidad.

Lo extra�o es que la palabra Tonatiuh parece compuesta de los nombres de dos dioses germanos: Thonar (Thor) y Tiu (Tyr).

Ante tal comprobaci�n, uno empieza a preguntarse si Olin no es una deformaci�n, por lo dem�s ligera teniendo en cuenta la imprecisi�n de las transcripciones espa�olas - Sahag�n escribe Donadiu por Tonatiuh - del nombre de Od�n.

Tendr�amos as� una tr�ada al modo escandinavo - Od�n, Vili y V�; Od�n, Thor y Frey, etc. - como al modo mesoamericano: el Coraz�n del Cielo de los quich�s-mayas es triple, compuesto por Caculh�-Hurak�n, Chipi-Caculh� y Raxa-Caculh�.

Se tratar�a, pues, de una Trinidad sui generis que abarcar�a a Od�n, dios principal, dios del Sol y dios del viento; Thor, dios del trueno, su hijo; y Tyr, dios de la guerra. Notemos que el dios solar azteca, Uitzilopochii - el Mago Colibr� - unificado con Olin Tonatiuh cuando la conquista del An�huac por los cazadores n�mades, es dios de la guerra.

Podr�amos proseguir nuestro an�lisis comparativo y mostrar c�mo Yord encuentra su equivalente americano en Coatlicue, la Madre Tierra; Loki, el dios malo, en el Tezcatlipoca n�huatl y en ei Zotzilah�-Chamalc�n maya, etc.

Pero, en realidad, tales identificaciones no probar�an gran cosa, pues toda religi�n que personifique las fuerzas de la Naturaleza tiene, para definir a sus dioses, un n�mero reducido de posibilidades. Por lo dem�s, las analog�as que hemos se�alado hasta ahora - dejando a un lado el nombre de Olin Tonatiuh, que tiene una implicancia mucho mayor - se hacen insignificantes cuando se enfoca a Quetzalc�atl.

Ya encontramos en el cap�tulo III a este personaje hist�rico, rey de los toltecas en el siglo X y civilizador de los pueblos n�huatl y maya.

Vimos c�mo, disgustado con la actitud de sus compa�eros, se hab�a hecho a la mar en direcci�n a Sudam�rica, donde pudimos seguir su rastro. Si bien desapareci� f�sicamente del An�huac y del Yucat�n, Quetzalc�atl no s�lo perdur� en las memorias, sino que se convirti� en un dios que lleg� a dominar el pante�n mesoamericano.

El dios Quetzalc�atl, blanco y barbudo como lo hab�a sido el hombre, pierde las caracter�sticas guerreras que hab�an pertenecido a una de las dos personalidades de este �ltimo. Es el sacerdote y reformador religioso el que se proyect� hasta el Cielo, y se le hace una biograf�a m�tica correspondiente a su nueva dignidad y, sobre todo, a los valores que representa.

No es f�cil ubicar a Quetzalc�atl entre los dem�s dioses mesoamericanos. No se agrega, en efecto, a la mitolog�a preexistente como lo pudo hacer Uitzilopochii, que encontr� sin mayor dificultad a un dios con el cual fusionarse, sino que se superpone a ella y en gran parte, la contradice.

Pugna con Olin Tonatiuh para desplazarlo de su rango de dios principal y lo consigue, pero sin anular a su rival.

En ciertos aspectos, se confunde con �l, ya que ambos aparecen como hijos de Coatlicue, la Madre Tierra, y su concepci�n tiene el mismo car�cter muy peculiar, pues reproduce, virginidad aparte, el misterio cristiano de la Encarnaci�n:

Coatlicue qued� encinta de Tonatiuh despu�s de haber escondido en su vestido una pluma blanca encontrada en un templo, y de Quetzalc�atl, despu�s de haberse tragado una piedra preciosa.

Dios principal, o sea m�xima expresi�n del Padre del Cielo, se convierte en el Creador, en el dios de la vida y, como Od�n, en el dios del viento a trav�s de su hip�stasis Ehecatl, o Hurak�n, entre los mayas.

No es �ste, sin embargo, el aspecto m�s importante de su personalidad: s�lo la consecuencia del ascendiente que adquiri� en el marco de un mundo que lo hab�a vencido. Lo que aporta Quetzalc�atl a los hombres es una nueva concepci�n de la vida y, por lo tanto, de la moral. Trata de sustituir el culto sanguinario del hero�smo por una religi�n de la penitencia. Con �l aparecen las nociones asociadas de pecado, remordimiento y perd�n. Y, como corolario, la de redenci�n.

La vida m�tica de Quetzalc�atl, calcada de su vida real pero totalmente transformada, es altamente ilustrativa al respecto.

Tezcatlipoca se convierte en su hermano, dios del Sol de la Tierra - el Sol putrefactor - y, con sus c�mplices Ihuim�catl y Tolt�catl - este �ltimo nombre se refiere claramente a la participaci�n de los toltecas en los acontecimientos que llevaron su jefe a irse - consigui� embriagar al Sacerdote y hacerlo dormir con la bella Quetzalp�tatl.

Al despertar, Quetzalc�atl llor� por su pecado y se march� hacia el mar. En la costa, llor� de nuevo y se prendi� fuego.

El alma del hombre-dios baj� a los Infiernos donde consigui�, no sin peligros ni terrores, arrancar al Se�or del Reino de los Muertos un fardo de huesos de condenados. Quetzalc�atl verti� sobre ellos sangre sacada de su miembro viril y, con esta penitencia que imitaron todos los dioses, salv� a la Humanidad.

La Redenci�n por la sangre de un dios: es imposible no pensar de inmediato en Cristo. Tambi�n podr�a recordar el mito de B�lder, el segundo hijo de Od�n, matado por el dios ciego Hodr enga�ado por Loki - el dios malo - y que, dios sangrante y dios de l�grimas, baj� a los Infiernos de donde retornar� tras el Ocaso de los Dioses, redimido por sus sufrimientos y por el llanto del mundo, para entrar en el nuevo Cielo.

Esta doble comparaci�n no es de extra�ar: a menudo, en la Edad Media europea, Jes�s y B�lder se superponen y se fusionan.

Tal vez no sea por mera casualidad que el significado originario de "B�ldr" es se�or y que Jesucristo es llamado "Nuestro Se�or". Y los nahuas dec�an habitualmente, al mencionar a su dios redentor, "el Se�or Quetzalc�atl".

Las caracter�sticas del Itzamn�-Redentor de los mayas son semejantes a las del Quetzalc�atl asc�tico.

Kukulk�n, por el contrario, conserva, como dios, la configuraci�n del Quetzalc�atl guerrero que, en el An�huac, tiende a confundirse con Olin Tonatiuh, el dios de la guerra, y toma, en la iconograf�a, las apariencias de Od�n.


4. La Suerte de los Hombres y de los Dioses en Mesoam�rica

Sin la doble idea de pecado y de penitencia, la existencia del Cielo y del Infierno carecer�a de sentido.

Hubo autores, sin embargo, para afirmar que la suerte de las almas era, entre los nahuas y los mayas, puramente estamental: los guerreros muertos en combate, las mujeres fallecidas durante el parto y los sacrificados a los dioses iban a unirse con el Sol; los campesinos y los ahogados eran recibidos en los limbos del Tlaloc�n, y los dem�s ca�an en el Mictl�n, el Infierno.

Despu�s de Quetzalc�atl, evidentemente ya no fue as�, pues la Redenci�n no se puede concebir sin pecado ni castigo.

Pero la sangre del dios no hizo sino generalizar la salvaci�n que ya aseguraba, individualmente, la sangre de los guerreros, de las parturientas y, lo que prueba nuestra aserci�n, de las v�ctimas de los sacrificios humanos.

Los elegidos eran conducidos por Teoyaomiqui, mujer de Uitzilopochii, a la Casa del Sol, el Para�so de los mesoamericanos. Convertidos en "compa�eros del �guila", himnos guerreros y combates simulados ocupaban su eternidad. Cada d�a, segu�an al Sol hasta el c�nit, donde los sustitu�an las mujeres muertas al dar a luz.

Los campesinos, de vida vegetativa, sin grandes m�ritos ni grandes culpas, y tambi�n los que mataba el rayo, los ahogados, los leprosos y los sarnosos, iban a una especie de para�so terrenal donde encontraban todas las satisfacciones que hubieran deseado tener en vida. Los r�probos eran echados en el Mictl�n, un mundo subterr�neo situado debajo de las heladas y sombr�as estepas del Norte.

Era el reino de Mictlantecuhtli, el dios de los muertos. Ni siquiera era f�cil llegar hasta �l. Acompa�ado por un perro psicopompo, el condenado vagaba durante cuatro a�os en medio de vientos helados, perseguido por monstruos, y deb�a finalmente cruzar los Nueve R�os, detr�s de los cuales encontraba el descanso de la Nada.

El Popol Vuh nos da de los Infiernos, el reino de Xibalb�, una descripci�n m�s completa pero concordante.

Para los quich�s-mayas, los condenados pasaban por cinco moradas donde sufr�an otros tantos castigos: la Casa Oscura, la Casa Helada, la Casa de los Tigres, la Casa de los Vampiros y la Casa de las Navajas. El Libro no nos dice c�mo acababa el viaje, ni si acababa alguna vez.

Con el agregado del Tlaloc�n, de vaga reminiscencia cristiana, la concepci�n que los nahuas y los mayas ten�an del Cielo y del Infierno parece calcada, hasta en sus menores detalles, de la mitolog�a escandinava.

En Asgard, residencia de los dioses, situada en lo alto del Fresno Yggdrasil, est� el Valholl, la "Morada de los Matados", adonde los guerreros muertos heroicamente en el combate - los Campeones - son conducidos por las walkirias,

"seleccionadoras de los que murieron violentamente".

�stas tienen la doble misi�n de recorrer los campos de batalla y elegir a los h�roes, y de asegurar el servicio dom�stico del Walhala.

Los Campeones se pasan el tiempo comiendo, bebiendo hidromiel y peleando. Cada d�a salen al campo de maniobras y combaten, hiri�ndose y mat�ndose. Pero, al atardecer, todos recobran integridad o vida.

Los dem�s muertos, los r�probos, van al Hel, el "Lugar de Ocultaci�n" situado en las profundidades subterr�neas. Es una regi�n fr�a y neblinosa, dividida en nueve c�rculos superpuestos, cada vez m�s helados a medida que se va bajando.

Se llega a ella entrando por una puerta que guarda el perro G�rmr y se cruza un r�o de navajas y afiladas espadas hasta llegar al reino de la diosa Hel, donde los pecadores - perjuros, asesinos y ad�lteros - llevan una vida miserable, rodeados de serpientes. En el Hel est� Loki, el dios malo, el dios ca�do, que muchos autores emparentan con Lucifer.

La estada de los condenados en los Infiernos no ser� eterna.

Un d�a Loki se escapar� del Hel, encabez�ndolos y, con la ayuda de los gigantes, descendientes de la familia que hab�a sobrevivido al Diluvio, del lobo F�nrir y sus hijos y de la Serpiente del Mundo, que Thor hab�a tratado vanamente de pescar y que Od�n hab�a echado al mar que rodea la tierra, se lanzar� al asalto de Asgard.

Llegar� el Ragnarok, el Ocaso de los Dioses, pues �stos ser�n vencidos.

El lobo F�nrir y la Serpiente del Mundo, antes de morir en el combate, devorar�n al Sol y a la Luna. Las heladas se apoderar�n del mundo y todo habr� terminado. Pero B�lder, el Redentor, resucitar� a los dioses y un nuevo cosmos nacer�.

La misma concepci�n del fin del mundo, aunque conocemos menos detalles a su respecto, formaba parte de las creencias mesoamericanas. Cuatro Soles, o sea cuatro Mundos, fueron destruidos hasta llegar al nuestro: el Sol de Tierra o de Noche, el Sol de Aire, el Sol de Lluvia de Fuego y el Sol de Agua.

El Quinto Sol, o Sol de los Cuatro Movimientos, perecer� a su vez cuando los Monstruos del Crep�sculo surjan del fondo del Occidente, instigados por Tezcatlipoca, el dios malo, para destruir a los seres vivos, mientras el Monstruo de la Tierra quiebre el globo entre sus fauces.

Se acabar� el g�nero humano.

Pero nacer� un Sexto Sol: un nuevo mundo en que los hombres estar�n sustituidos por los planetas, vale decir por los dioses.



5. La Religi�n del Imperio Incaico

Los conocimientos que tenemos acerca de las creencias religiosas imperantes en el Imperio incaico son mucho menores que los que nos han llegado con respecto a Mesoam�rica.

Tal vez esta diferencia se deba en parte al hecho de que el Per� no tuvo a ning�n cronista del nivel intelectual de Sahag�n. Pero, de cualquier modo, el motivo fundamental est� en la simplicidad y pureza de una religi�n que pr�cticamente carec�a de mitolog�a.

Tales caracter�sticas no excluyen, sin embargo, una dualidad primitiva que se manifestaba a�n, de modo atenuado, en la �poca considerada.

La capa m�s antigua de la religi�n peruana estaba representada por los setenta y ocho dioses que, en el Pante�n del Cuzco, manifestaban las creencias de los pueblos incorporados al Imperio. Los incas toleraban y hasta acog�an favorablemente sus �dolos, como lo hac�an los c�sares romanos, por conveniencia pol�tica.

Uno de esos dioses, sin embargo, gozaba de una situaci�n privilegiada, y el mismo Emperador condescend�a a veces a celebrar sacrificios rituales en su gran templo del Rimac. Era Pachakamak, el dios del fuego de los chim�es, cuyo nombre significa "Animador de la Tierra", el Creador inmanente cuya obra est� personificada hasta hoy, entre los aymar�es de Bolivia, en Pachamama, la Madre Tierra.

Pachakamak es el esp�ritu ordenador por el cual el caos se da forma y dura. Pues pacha es a la vez la tierra y el tiempo. Desgraciadamente, no sabemos nada de la cosmogon�a peruana que, de existir en �pocas lejanas, habr� sido borrada de las mentes por el imperial e imperioso culto del Sol.

Nuestra ignorancia de la teolog�a preincaica tambi�n abarca el tiempo de los atumuruna, lo cual es muy explicable, puesto que los "hombres de Tiahuanacu" desaparecieron casi todos como consecuencia de su derrota de la Isla del Sol.

Hubo una soluci�n de continuidad en la civilizaci�n creada por ellos, y el Imperio incaico recogi� una herencia espiritual simplificada. Sabemos, sin embargo, que las creencias de los Blancos que desembarcaron en la costa del Per� no deb�an de ser muy distintas de las que dejaron en Mesoam�rica: lo prueba la teolog�a incaica.

La religi�n cuyas bases ech� Manko Kapak y que conocieron los espa�oles a su llegada, se reduce aparentemente traer a los seres humanos una Revelaci�n y una Redenci�n. Dios invisible y todopoderoso, no necesitaba de nadie ni de nada.

Por ello no se le rend�a culto alguno ni se le elevaban templos. El templo que el Inca Huirakocha - a quien se le hab�a aparecido en sue�os y que, por este motivo, hab�a adoptado su nombre - hizo construir, estaba dedicado al "fantasma" del dios.

El cronista Garc�a cuenta c�mo, seg�n las creencias ind�genas, en el tiempo en que todo era noche y no hab�a a�n ni luz ni d�a, sali� de un lago situado en la provincia de Collasuyu (el Titicaca) un Se�or llamado Contice-Viracocha (Kon-Ticsi Huirakocha) que cre� en un momento el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas.

No ten�a "huesos, ni miembros, ni cuerpo" y "ve�a mucho y muy r�pidamente... como hijo del Sol que dec�a ser".

Pero Pachakamak lo venci� y lo oblig� a huir.

Maldiciendo a los hombres que lo hab�an abandonado y se hab�an convertido en animales, Kon-Ticsi Huirakocha baj� a la costa hasta la provincia de Manta y,

"se hundi� en el mar con todos los suyos", seg�n la versi�n de Garc�a, o "extendi� su manto sobre el mar y desapareci� para siempre en el seno del oc�ano", seg�n Velasco.

Es �sta la exacta transposici�n m�tica de la historia de Huirakocha, tal como la relatamos, seg�n la tradici�n, en el cap�tulo III.

Huirakocha es, por lo tanto, a la vez el creador y el hijo del Sol. Como Creador, es inmaterial y todopoderoso. Por el contrario, como Redentor - hijo de su propia creaci�n - es vulnerable y lo vencen las fuerzas de la Naturaleza.

Como Quetzalc�atl, con el cual hist�ricamente se confunde, si no como individuo, por lo menos como grupo racial, Huirakocha nos hace invenciblemente pensar en el dios del cristianismo, Creador y Redentor, Padre e Hijo de s� mismo, inmaterial y encarnado, todopoderoso y crucificado por los hijos del Diablo.

Ya vimos en el cap�tulo III cu�l es el origen y sentido del nombre de Huirakocha: "Dios Blanco", en antiguo escandinavo. No nos extra�ar�, pues, comprobar que Kon, en nominativo Konr, significa "Rey" en el mismo idioma. En cuanto a Ticsi, palabra que se traduce por lo general, arbitrariamente, por Creador, tal vez no sea abusivo encontrar en ella la ra�z "Ti" del antiguo germano Tiwaz, nombre del Padre del Cielo.

Al lado de tan elevada teolog�a, resulta de poco inter�s agregar - y s�lo lo hacemos para que nuestra exposici�n sea completa - que, en el culto popular, la Luna era una diosa, esposa del Sol; que se veneraba una tr�ada - Illapa - de "esclavos del Sol" - el Rel�mpago, el Trueno y el Rayo - que no eran dioses, y que el dios Kanopa representaba los siete planetas conocidos.

M�s importante es notar que la religi�n incaica ense�aba la inmortalidad de las almas y hasta la resurrecci�n de los cuerpos.

Los elegidos ten�an su destino en el Cielo, situado encima de la Tierra, donde llevar�an una vida de Para�so Terrenal, mientras que el Infierno, dominio del demonio Kupay o Supay y situado debajo de la Tierra, recibir�a a los r�probos, que sufrir�an en �l los peores tormentos.

Mencionemos, por fin, una tradici�n del Diluvio, semejante a la de Mesoam�rica: las aguas destruyeron a los primeros hombres. Seg�n una versi�n, siete de ellos sobrevivieron y salieron de una cueva para poblar otra vez el mundo. Seg�n otra, todos perecieron y Huirakocha cre� una segunda Humanidad.

En Quito, se cre�a que el Diluvio hab�a sido la consecuencia de un combate con la Gran Serpiente, que escupi� tanta agua que aneg� el mundo.

En resumen, encontramos en la teolog�a incaica los mismos elementos que en la mesoamericana, pero dispuestos diferentemente y con un valor relativo distinto.

En el Per�, el Quetzalc�atl asc�tico, "manso y suave", ha superado su derrota y, gracias a Manko Kapak, se ha impuesto a los residuos "salvajes" de los cultos ind�genas y ha borrado el recuerdo del Quetzalc�atl guerrero. Tambi�n han desaparecido el dios malo y la lucha entre dioses.

Apenas subsiste un ligero resabio de manique�smo teol�gico en el combate del dios de la materia, Pachakamak, con el dios del esp�ritu, Kon-Ticsi, y esto s�lo en un mito geogr�ficamente muy localizado y en v�as de desaparici�n. Tampoco hay dios de los infiernos ni dios de los muertos. S�lo queda un demonio al estilo de Satan�s. Todo se ha simplificado, depurado y armonizado.

Un dios binario - Padre e Hijo - cuya expresi�n y s�mbolo visible es el Sol, gobierna las fuerzas c�smicas y salva a los hombres por la Encarnaci�n.

Se trata todav�a, por cierto, de un paganismo pante�sta al modo escandinavo, pero no es dif�cil reconocer en �l un aporte extra�o que ya hab�amos encontrado, tan definido pero menos afirmado, en la religi�n de Mesoam�rica.


6. Elementos Cristianos en las Religiones de Mesoam�rica y el Per�

El aporte extra�o al que acabamos de referirnos es indudablemente de origen cristiano.

No queremos, por cierto, caer en el error de esos cronistas espa�oles, ridiculizados por Garcilaso, que "han hecho trinidades... no habi�ndolas imaginado los indios", con el objeto de asimilar "su idolatr�a a nuestra santa religi�n".

No fue, sin embargo, por un af�n de sincretismo - la �ltima cosa en que pudieran pensar - que dichos cronistas, y en especial los sacerdotes que hab�a entre ellos, se�alaron y hasta exageraron las similitudes que encontraban entre el cristianismo y las religiones amerindias. No fue por obra de su imaginaci�n que llegaron a hablar de una predicaci�n en Am�rica del ap�stol Tom�s, por analog�a fon�tica con uno de los nombres - Pay Tom� - del dios Blanco.

Hasta les habr� costado mucho dar muestra de tal lealtad intelectual, por lo menos en cuanto ata��a al culto n�huatl cuyas caracter�sticas sanguinarias los horrorizaban.

La evidencia fue, sin duda alguna, m�s fuerte que sus prejuicios y su sensibilidad.

Tampoco era por simpat�a ni por consideraci�n que los Conquistadores llamaban papas a los sacerdotes n�huatl. Nada deb�a de parecerles m�s indecoroso, para no decir sacr�lego, que dar a esos ministros de los "�dolos", por m�s que llevaran sotanas negras con capuchones "como los de los dominicos", el t�tulo del Sumo Pont�fice de la cristiandad.

Si lo hac�an, era porque los sacerdotes de Olin Tonatiuh y los de Quetzalc�atl se designaban a s� mismos con este nombre, Ahora bien, en idioma n�huatl, sacerdote se dice tlamacazqui y, por otro lado, papa no es vocablo n�huatl. Los indios utilizaban esta palabra para hacerse entender por los Blancos, y lo consegu�an.

�Pero c�mo conoc�an el t�rmino, que los espa�oles no empleaban, por cierto, para designar a sus capellanes?; �d�nde se llamaban "papas" los simples sacerdotes?

En Irlanda. Los papas (paba, del lat�n papa) eran los monjes anacoretas que poblaron las islas del Atl�ntico Norte, inclusive Islandia, antes de los escandinavos que los conoc�an muy bien y los llamaban papar.

Por otro lado, sabemos por las sagas que los irlandeses hab�an colonizado Huitramannaland, tierra situada al Sur de Vinlandia y s�lo separada de M�xico por Florida, y que entre sus pobladores hab�a sacerdotes.

Lo inveros�mil para ellos son los aspectos a la vez profundos y secundarios de su fe que guerreros analfabetos, o poco menos, no habr�an sabido exponer. Los elementos a que nos referimos son m�s tangibles y s�lo pueden haber sido aportados por cristianos.

Tampoco aludimos a los relatos de tipo b�blico que recogieron los cronistas despu�s de la Conquista y que pueden haber sido el producto de la imaginaci�n sincretista de los indios. Vale la pena, sin embargo, mencionar, cuanto m�s no fuera a t�tulo de curiosidad, dos versiones del Diluvio, en las cuales se nota una doble influencia local y hebraica.

En Michoac�n, se dec�a que Tezpi y su mujer escaparon del Diluvio en un bote, llevando consigo aves y animales (sic). Despu�s de un tiempo, el No� n�huatl ech� a volar un buitre, que se qued� devorando cad�veres de gigantes ahogados. Luego, solt� un colibr�, que volvi� con un ramo en el pico.

En Chiapas (actual Guatemala), se contaba que Votan era nieto del ilustre anciano que se salv� con su familia, en una balsa, de la gran inundaci�n en la cual pereci� la mayor parte de los seres humanos. El dios-hombre cooper� en la construcci�n de un gran edificio gracias al cual se pretend�a escalar los cielos. Teotl se enoj�.

Destruy� por el fuego la pir�mide sin terminar, dio a cada familia un idioma distinto y mand� a Votan a poblar el pa�s del An�huac.

Reencontrar en la meseta mejicana el Misterio de la Encarnaci�n es, por cierto, m�s sorprendente y no hay, en este caso, probabilidad de sincretismo, pues el mito constituye uno de los fundamentos de la teogon�a n�huatl.

Ya hemos relatado m�s arriba c�mo Olin Tonatiuh y Quetzalc�atl ten�an la misma madre, Coatlicue - tambi�n llamada Cihuac�atl, mujer serpiente - que concibi� a sus hijos sin intervenci�n masculina, al segundo al tragarse una piedra preciosa y al primero, al esconder en su seno una pluma blanca - algunos textos dicen una bola de plumas - recogida en un templo que estaba barriendo como castigo por haber arrancado la rosa prohibida.

Coatlicue, que los nahuas llamaban Madre Tierra y Nuestra Se�ora y Madre, es as�, como la Eva b�blica, la responsable del pecado - y de los dolores del parto, con los cuales el dios lo sanciona - y, como la Virgen Mar�a, la madre del Redentor milagrosamente concebido.

�Podr�a un analista extremadamente suspicaz dudar de la autenticidad de estas �ltimas coincidencias y atribuirlas a la astucia de los indios, deseosos de congraciarse con los sacerdotes espa�oles?

Semejante escepticismo no cabr�a, de cualquier modo, ante la existencia, entre los nahuas, de cuatro de los siete sacramentos de la Iglesia Cat�lica: el bautismo, la confesi�n, la comuni�n y el matrimonio. El orden deb�a de existir tambi�n, puesto que el sacerdocio estaba r�gidamente organizado y reglamentado.

S�lo se desconoc�an la confirmaci�n, que ten�a poca importancia lit�rgica en el catolicismo medieval, y la extremaunci�n, que no es sino una forma particular de absoluci�n de los pecados.

El sacramento n�huatl del bautismo no necesitaba del sacerdote, cuya intervenci�n tampoco es imprescindible para el bautismo cristiano.

Su ministro era la partera que, despu�s de cortar el cord�n umbilical, dirig�a esta plegaria a la diosa del agua, Chalchiuhtlicue:

"Ya est� en vuestras manos. Lavadla (la criatura) y limpiadla como sab�is que conviene. Purificadla de la suciedad que ha sacado de sus padres, y las mancillas y suciedades, ll�velas el agua y desh�galas, y limpie toda inmundicia que en ella hay. Tened por bien, Se�ora, que sea purificado y limpio su coraz�n y su vida..."

Unos d�as despu�s, se celebraba, en medio de grandes festejos familiares, el bautismo propiamente dicho.

Con sus dedos mojados, la partera depositaba algunas gotas de agua en la boca del reci�n nacido:

"Toma, recibe. Con esta agua vivir�s en la tierra, crecer�s y reverdecer�s. Por ella recibimos lo que nos es necesario para vivir en la tierra. Recibe esta agua".

Luego, mojaba del mismo modo el pecho del ni�o:

"Esta es el agua celeste. Esta es el agua pur�sima que lava y limpia tu coraz�n. Rec�bela. Que tenga por bien purificar tu coraz�n".

Despu�s, la partera le echaba unas gotas en la cabeza:

"Que esta agua entre en tu cuerpo y viva en �l, esta agua celeste, esta agua azul".

En fin lavaba todo el cuerpo del reci�n nacido:

"Dondequiera est�s, tu que podr�as perjudicar a este ni�o, d�jalo, anda, ap�rtate de �l, pues ahora este ni�o nace de nuevo, de nuevo lo forma y le da luz nuestra madre Chalchiuhtlicue".

El sacramento n�huatl de la penitencia se recib�a, como el Consolamentum de los C�taros, s�lo una vez en la vida, y mediante confesi�n auricular.

El sacerdote dec�a al penitente:

"Estos son tus pecados, que no solamente son lazos y redes y pozos en los cuales has ca�do, pero tambi�n son bestias fieras, que matan y despedazan el cuerpo y el �nima...

Por tu propia voluntad te ensuciaste... y ahora te has confesado... has descubierto y manifestado todos ellos (los pecados) a Nuestro Se�or que es emperador y purificador de todos los pecadores...

Ahora nuevamente has tornado a nacer, ahora nuevamente comienzas a vivir, y ahora mismo te da lumbre y nuevo sol Nuestro Se�or Dios... Conviene que hagas penitencia trabajando un a�o o m�s en la casa de Dios..."

El sacramento n�huatl de la comuni�n se daba, una vez por a�o, a los adolescentes, que s�lo pod�an recibirlo despu�s de un a�o de penitencia.

Con harina molida por ellos mismos, los sacerdotes preparaban la masa con la cual hac�an el cuerpo de Uitzilopochii. Al d�a siguiente, un hombre que representaba a Quetzalc�atl - tal vez el Sumo Sacerdote de este dios - disparaba una flecha en el coraz�n de la hostia. Luego, se deshac�a el cuerpo.

El coraz�n se repart�a entre los j�venes.

"Cada uno com�a un pedazo del cuerpo de este dios - dice Sahag�n - y los que com�an eran mancebos, y dec�an que era el cuerpo del dios".

El casamiento se realizaba mediante dos ceremonias distintas.

En la primera, los novios se sentaban cerca del hogar y las casamenteras anudaban juntos el manto del joven y la blusa de la joven. Ya estaban casados, pero s�lo pod�an consumar el matrimonio despu�s de cuatro d�as de plegarias en la c�mara nupcial.

El quinto d�a, un sacerdote bendec�a su uni�n echando sobre ellos un poco de agua consagrada.

Hemos dicho m�s arriba que los nahuas no conoc�an el sacramento de la confirmaci�n. �ste constitu�a, por el contrario, entre los mayas, uno de los ritos de mayor importancia. Se realizaba en el patio del templo, en cuyas esquinas se sentaban cuatro honorables ancianos, sosteniendo una soga. En el cuadro as� formado se ubicaban ni�as de doce a�os y varones de catorce.

El sacerdote, con su sotana blanca y sus ornamentos, los purificaba con copal - el incienso de Mesoam�rica - y los j�venes confesaban p�blicamente sus pecados.

Luego, despu�s de la debida amonestaci�n, el oficiante aplicaba a cada uno "agua virgen". No sabemos si esta ceremonia reemplazaba el bautismo y la confesi�n o se agregaba a ellos.

El matrimonio maya era semejante al n�huatl y, como �ste, comportaba una bendici�n sacerdotal.

M�s "cristiana" en su teolog�a que la mesoamericana, la religi�n peruana lo era menos en cuanto a sus ceremonias. Probablemente porque s�lo conocemos de ella la forma que adopt� en el Imperio incaico, cuando el Emperador, encarnaci�n del Sol, centralizaba en su persona - y a veces confund�a - el orden pol�tico y el orden religioso.

Es as� c�mo el matrimonio ten�a un mero car�cter civil, formalizado por el soberano para los miembros de la familia Real y por los curacas - los se�ores ind�genas - para el pueblo, con la simple uni�n de las manos de los contrayentes.

No sabemos si exist�a en el Per� algo parecido al bautismo. Estamos muy bien informados, por el contrario, respecto de la comuni�n que formaba parte de las fiestas de Intip Raymi y de Uma Raymi.

En la primera, que Garcilaso asimila a las Pascuas cristianas y que ten�a lugar, poco despu�s de �stas, en el solsticio del verano europeo (o sea en el solsticio de invierno austral), las V�rgenes del Sol, para los incas, y "doncellas" para la gente com�n, como dice Garcilaso, preparaban una grand�sima cantidad de una masa de ma�z, que se llamaba zancu, y hac�an con ella panecillos redondos del tama�o de una manzana, de los que se tomaban dos o tres bocados al principio de la comida.

Al d�a siguiente, cuando sal�a el Sol, el Emperador iba a la plaza mayor del Cuzco y tomaba dos grandes vasos de oro, llenos de su brebaje. El vaso que ten�a en la mano derecha, lo volcaba en un tinaj�n de oro, que se comunicaba por un ca�o con la Casa del Sol.

Del vaso de la mano izquierda, el Inca tomaba un trago y, luego, repart�a el resto entre los dem�s incas, dando un poco a cada uno en un peque�o vaso de oro o plata. Los curacas, que estaban en otra plaza, recib�an la misma bebida, preparada por las V�rgenes del Sol, pero no tocada por el Emperador. Nada m�s parecido que este rito a la Santa Cena de algunas iglesias protestantes.

En la segunda de las mencionadas fiestas, se preparaban dos tipos de pan de ma�z.

Uno, amasado normalmente, se com�a con el desayuno, despu�s de la salida del Sol. El otro, preparado con sangre de ni�os de cinco a diez a�os, a quienes se lo extra�a de la juntura de las cejas, hombres y mujeres se lo pasaban por el cuerpo y luego lo pegaban a los umbrales de la puerta de su casa. Notemos que las dos fiestas en cuesti�n eran los �nicos d�as en que los incas y sus s�bditos usaban pan.

Los cronistas mencionan tambi�n la existencia, en el Per�, de la confesi�n p�blica.

Pero hay ciertas dudas acerca de su significaci�n. Mientras los espa�oles de la Conquista le atribu�an un car�cter religioso, algunos autores de hoy piensan que se trataba m�s bien de una autocr�tica hecha ante las autoridades civiles, lo cual confirmar�a lo que hemos dicho m�s arriba acerca de la secularizaci�n de la vida religiosa en tiempos del imperio incaico.

Las ceremonias n�huatl, mayas e incaicas a menudo estaban acompa�adas de ayunos y mortificaciones. El mismo Quetzalc�atl, o mejor uno de los dos personajes hist�ricos que la tradici�n fusion� con este nombre, llevaba una vida asc�tica, se flagelaba y se levantaba de noche para rezar. Pero Quetzalc�atl - el Se�or de la Penitencia - era "manso y suave".

No as� los nahuas que lo hab�an echado. Para ellos, el autosacrificio deb�a ser sangriento.

Quetzalc�atl,

"punzaba sus piernas y sacaba la sangre con que manchaba y ensangrentaba las puntas de maguey", lo que no pasaba de una pr�ctica com�n entre los m�sticos cristianos, y sus sacerdotes segu�an el ejemplo.

Pero los fieles de Uitzilopochli, en v�speras de las fiestas o, de modo mucho m�s riguroso, como penitencia posterior a la confesi�n, iban mucho m�s lejos: se sangraban las orejas y se traspasaban la lengua con espinas de maguey, pasando por el agujero "muchos mimbres delgados".

Peor a�n entre los mayas, que se agujereaban el miembro viril.

El ayuno preced�a todas las ceremonias. Los j�venes mejicanos que aspiraban a ingresar en la Orden de Caballeros �guilas y Caballeros Tigres, por ejemplo, ayunaban de cuarenta a sesenta d�as. En el pa�s maya, los padres de los confirmandos y los oficiantes de la ceremonia deb�an abstenerse de alimentos y de relaciones sexuales durante determinado lapso.

Para la fiesta de Intip Raymi, los incas y sus s�bditos se preparaban con tres d�as de ayuno riguroso, en los que s�lo com�an un poco de ma�z blanco crudo y no dorm�an con sus mujeres. No son �stos sino ejemplos, pues este tipo de penitencia se practicaba en innumerables oportunidades, tanto en Mesoam�rica como - a diferencia de las mortificaciones sangrientas - en Per�.

Mortificaciones y ayunos formaban parte de la vida mon�stica que los sacerdotes n�huatl llevaban en sus conventos, reuni�ndose para orar tres veces durante el d�a y una vez a medianoche.

Pero es en el Per� donde encontramos la instituci�n m�s parecida a nuestras �rdenes religiosas, no s�lo por el modo de vida, sino tambi�n y sobre todo por los votos perpetuos. Nos referimos a las V�rgenes del Sol, verdaderas monjas que viv�an en clausura absoluta en las Casas de Escogidas. Las del Cuzco, todas de sangre Real, eran las esposas del Sol, como las religiosas cat�licas son las esposas de Cristo.

En los conventos esparcidos por todas las provincias, j�venes de sangre mezclada y hasta, por favor especial, indias puras eran las esposas del Emperador, Hijo del Sol, quien tomaba a las m�s hermosas por concubinas. S�lo en este �ltimo caso las monjas pod�an quebrar su clausura y su voto de castidad perpetua.

En los conventos, las escogidas se dedicaban, al margen de sus obligaciones religiosas, a hilar, tejer y coser las vestimentas que el Emperador empleaba o regalaba.

Tambi�n preparaban la bebida y el pan que el Inca utilizaba para la "Santa Cena" del Intip Raymi y del Uma Raymi. Pero su misi�n principal consist�a en conservar, como las Vestales de Roma, el Fuego Nuevo que, en el d�a del Intip Raymi, los sacerdotes prend�an con un espejo o, de estar el cielo nublado, con dos palillos "barrenando uno con otro".

La coincidencia de las fechas en las cuales los pueblos americanos celebraban sus principales fiestas con el calendario lit�rgico de la Iglesia Cat�lica puede provenir simplemente de una fuente �nica: el cielo astron�mico.

M�s dif�cil resultar�a explicar del mismo modo las coincidencias de significado que se notan.

Ya hemos visto que la fiesta incaica del Intip Raymi, que Garcilaso identifica con la Pascua cristiana, ten�a lugar, poco despu�s de estas �ltimas, en el mes de Junio. Pero la ceremonia del Fuego Nuevo, que se celebraba en esa fecha, no ten�a sentido alguno en el solsticio austral de invierno.

La iglesia sudamericana comete hoy el mismo error al bendecir el Fuego Nuevo, s�mbolo del Sol Nuevo, en la misa pascual de medianoche, vale decir, a principios del invierno austral, pues festejar la Resurrecci�n del Dios-Hombre, como la del Dios-Sol, tiene sentido en la primavera, cuando la Naturaleza se despierta e inicia un nuevo ciclo vital, o a principios del verano, pero no en el oto�o ni a principios del invierno, cuando la noche va desplazando el d�a y la tierra se adormece.

Primitivamente, Intip Raymi era tambi�n el D�a de los Muertos.

La familia Real visitaba las huakas donde descansaban las momias de sus antepasados y, en cada hogar, hab�a ritos en homenaje al Kanopa (Penate) de la casa. Pero el Inca Yupanki traslad� estas recordaciones al mes de Noviembre-Diciembre, haci�ndolas coincidir, por lo tanto, con el calendario lit�rgico cristiano, y tambi�n con el D�a de los Muertos de los nahuas.

Estos �ltimos, por otro lado celebraban a su manera, en Mayo, la Pascua de Resurrecci�n: se sacrificaba en el altar de Tezcatlipoca a un joven hermoso y educado que personificaba al Sol. Luego se colocaba en la cima de una pir�mide una estatua de Uitzilopochli. �Muerte y resurrecci�n del dios!.

Veremos en el cap�tulo VII que las comparaciones que acabamos de efectuar no constituyen las �nicas pruebas de la incidencia del cristianismo en la Am�rica precolombina, pues quedan rastros arqueol�gicos de significado indiscutible. Limit�monos aqu� a mencionar, con los cronistas espa�oles, que la cruz se veneraba en innumerables templos de Mesoam�rica y del Per�, y que los mayas del Yucat�n colocaban cruces en las sepulturas.

En una ruina de Palenque, que por esto se llama hoy en d�a Templo de la Cruz, figura, esculpido en bajorrelieve, el s�mbolo cristiano de la Redenci�n, con a su pie un ni�o orando.

En Cozumel se veneraba una gran cruz de diez palmos de largo. Y podr�amos citar muchos casos m�s. Entre otros, el que cuenta el cronista Zamora: seg�n las tradiciones ind�genas, Sua-Kon, tambi�n llamado Hukk-Kon, enviado por Kon Ticsi Huirakocha para civilizar los pueblos del Norte peruano, les ense�� a pintar cruces en sus mantos para vivir santificados en su dios.

Sabemos, por supuesto, que la cruz es anterior al cristianismo y que, en las civilizaciones paganas, simboliza a menudo los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales, y en forma de sw�stica, el Sol en movimiento.

No es �ste el caso, sin embargo, de cruces netamente cristianas como la llamada cruz de Malta, ya conocida por los escandinavos en la Edad Media, y es ella la que adorna buena parte de las representaciones de Quetzalc�atl. La encontramos igualmente en Tiahuanacu.

Las "trinidades", como dec�a Garcilaso, que se encuentran en la Am�rica precolombina nos merecen menos fe que las cruces:

Bochica, el dios Blanco de los muiscas, ten�a un solo cuerpo y tres cabezas, y estatuillas de las mismas caracter�sticas fueron halladas en el Per�.

Es muy probable, sin embargo, que no tengan ning�n origen cristiano y representen meramente algunas de las tr�adas conocidas, por ejemplo la del Rel�mpago, el Trueno y el Rayo.

Concluyamos este inciso con una an�cdota hist�rica bastante reveladora.

Cuando, cerca del Cuzco, los soldados espa�oles penetraron por primera vez en el �nico templo dedicado a Huirakocha, llegaron a la capilla central y hallaron en ella, en lugar del oro que buscaban, la estatua de un anciano barbudo y erguido, que ten�a en la mano una cadena atada al cuello de un animal fabuloso tendido a sus pies.

No tuvieron vacilaci�n alguna: era la venerada y bien conocida imagen de San Bartolom�.



7. Mitos N�rdicos y Ritos Cristianos

Nuestros an�lisis del presente cap�tulo confirman y refuerzan considerablemente los datos que nos suministran las tradiciones ind�genas.

Quetzalc�atl, Itzamn� y Huirakocha, personajes hist�ricos, aparecen ahora como divinidades, m�s o menos confundidos con los dioses que hab�an tra�do consigo de Europa.

En Mesoam�rica, la dualidad que ya notamos entre el Quetzalc�atl guerrero (Kukulk�n entre los mayas) y el Quetzalc�atl asc�tico (Itzamn�) se precisa mediante la superposici�n de dos teolog�as dif�cilmente conciliables:

una, pante�sta, que se confunde, hasta en detalles insignificantes de su expresi�n mitol�gica, con el paganismo escandinavo; la otra, con su dogma de la Redenci�n, que manifiesta un inconfundible esp�ritu cristiano.

El origen de la primera es indudablemente germano: lo prueba el nombre de su Dios-Sol - Olin Tonatiuh - en el cual se unifican los dioses de la tr�ada n�rdica:

  • Od�n

  • Thonar (Thor)

  • Tiu (Tyr)

Lo que llama aqu� la atenci�n es que los dos �ltimos dioses mencionados figuran con sus nombres alemanes, y no escandinavos. Lo cual nos permite precisar, como veremos en el cap�tulo X, la procedencia danesa de Ullman y sus compa�eros.

En el Per�, la teolog�a nos aparece m�s unificada y m�s depurada: m�s cristiana, a pesar de su trasfondo pante�sta, por privar en ella el dogma de la Encarnaci�n. Kon-Ticsi-Huirakocha - el Rey-Dios Blanco - es dios y hombre a la vez: el dios eterno que se encarna para llevar a la Humanidad el orden y la paz.

A la teolog�a se agrega, como aporte cristiano, la pr�ctica de sacramentos:

  • bautismo, penitencia, comuni�n y matrimonio, entre los nahuas

  • confirmaci�n, que incluye el bautismo y la penitencia, y el matrimonio, entre los mayas

  • comuni�n en el Imperio incaico - dos de los cuales - la penitencia y la comuni�n - se encuentran exclusivamente en el ritual cristiano

No olvidemos las fiestas religiosas, en especial la del Intip Raymi que, con su ceremonia del Fuego Nuevo, se celebraba, como sigue haci�ndose para las Pascuas cristianas actuales, cerca del solsticio de invierno austral y no en el de verano, como ser�a l�gico.

Contrasentido �ste que s�lo puede explicar un cambio de hemisferio sin modificaci�n de la fecha anteriormente establecida conforme a las estaciones europeas.

Los relatos de la Conquista nos permiten identificar el origen de este aporte cristiano, por lo menos en cuanto a Mesoam�rica:

los papas, monjes irlandeses que, seg�n las sagas escandinavas, se hab�an instalado en Huitramannalandia, muy cerca del Golfo de M�xico, sabemos ahora que llegaron al An�huac, personificados por el Quetzalc�atl asc�tico, y al pa�s maya, donde se los recordaba con el nombre de Itzamn�.

Ignoramos si el paganismo cristianizado del Per� incaico provino de la fusi�n de los grupos Blancos cuando la partida de Quetzalc�atl hacia Sudam�rica, o de una evangelizaci�n posterior, ya en el Altiplano, de los atumuruna, cuyas nuevas creencias s�lo habr�an sobrevivido parcialmente al deg�ello o hu�da de la mayor parte de ellos despu�s de su derrota de la Isla del Sol.