Continuidad

Antes

Anil Devi despierta de golpe, encerrado, bajo guardia, yaciendo en el suelo del salón de reuniones de Chedbury Bridge. Es el despertar que le sigue a un mal sueño: entumecido, frío, y tarde. Comprueba su reloj y verifica la aritmética temporal y descubre que ha transcurrido una hora desde la última cosa que recuerda; ya ha pasado un buen rato desde la hora agendada para la demolición de la Tierra. Al otro lado de la ventana el cielo está despejado de señales Dehlavi, y el Sol continúa su ascenso. La luz solar se ha colado hasta darle en la cara, desperezándolo. Se oye el gorjeo de los mirlos. Todo va bien.

Se pone de pie. Natalie está encorvada en una silla al otro extremo de la mesa, apoyando la cabeza sobre los brazos cruzados, roncando con ligereza.

—¡Nat! —dice Anil—. ¿Qué hiciste? —Lo ha dicho con mucha suavidad, como si no quisiera despertarla, la clase de cortesía que lleva preprogramada consigo, sin que por ello tenga sentido. Ella no se entera. Anil comprueba el reloj de pared del salón; coincide con el de pulsera por diferencia de segundos. T más treinta y nueve minutos y monedas.

El oráculo de Kovachev de Natalie sigue allí sobre la mesa, entre ellos, haciendo equilibrio sobre su canto, y todavía está operando. No hay mancha brillante frente suyo, sobre la mesa. Anil se estira, duda un instante, y luego lo levanta. Lo sostiene contra el Sol una vez más, mirando a través. No hay nada allí.

Baja la mirada, mirando siempre a través del oráculo. No hay nada por ahí. Solo alfombra limpia y, bajo la alfombra, una Tierra vacía, derecho hacia el núcleo y más allá. Nada de carozo de durazno, ni de estación de escucha. Anil comprueba los cimientos dando un salto, cayendo con los talones: clac. La Tierra no estalla. No se manifiesta un enjambre de voraces desensambladores microscópicos, cubriendo cada superficie, masticando los muebles y la carne por igual hasta producir un grueso polvo negro. Anil exhala. Se da cuenta de que tiene hambre. Ra se ha ido.

—Fue todo un sueño —dice Natalie, atrás suyo.

Anil está perplejo, demasiado ansioso como para reír:

—Sí. Lo que digas. —Se da la vuelta. Y voltea otra vez. No sabe por donde empezar. No sabe lo que sucedió. No sabe cuánto de lo que acaba de pasar pasó—. ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Nos has descargado?

*

Bajo examen de un observador externo —explica Natalie— la virtualidad tendría la apariencia de una caja llena de estática de brillantes colores. Su cifrado homomórfico implica que el mismo Ra no sabe qué significan las instrucciones que está ejecutando. Para averiguar lo que sucede dentro de la virtualidad, o para siquiera determinar que es una virtualidad lo que este gasto de energía simula, haría falta una asignación de recursos imposible, incluso para los estándares de una computadora estelar de tipo G2V. Aun hacia el siglo ciento noventa y cinco, sigue siendo sencillo establecer un problema insuperablemente más difícil que lo que cualquier computadora podría llegar a resolver.

Al estar cifrada, es imposible que cualquier fuerza externa interfiera materialmente con la ejecución de la virtualidad, que no produzca alguna clase de corrupción incontrolable y una consecuente caída del sistema. Una caída tal no sería imposible, si algún habitante preexistente del ecosistema de Ra que fuera hostil o de peso pesado viniera a la carga de los preciados recursos que la virtualidad consume. Pero ¿por qué lo haría? Está funcionando en el último proceso de fondo disponible, a la prioridad más baja posible, hay billones de procesos en paralelo para elegir, y mientras tanto allí fuera hay una frontera sin reclamar de potencia solar gratuita, desplegándose minuto a minuto real.

El Puente no pudo ofrecerle a Natalie información detallada acerca de la ubicación de su virtualidad, ni del nivel específico de compresión de tiempo que se le asignó. Al parecer, este último factor no estará libre de fluctuaciones. Su virtualidad puede hasta suspenderse totalmente por extensos períodos de tiempo real, a modo de camuflaje. La conjetura de Natalie es que promedia hasta seis órdenes de magnitud, más menos, del tiempo real. Pero eso —ella se apura a señalar— no es más que una conjetura.

Nadie viene a por ellos. Nadie puede. Natalie lo explica con tanta claridad como puede: están enlatados aquí, y no hay abrelatas.

*

Ella resistió la tentación de pasar más que un mínimo lapso de tiempo adecuando el universo al orden o al beneficio personal. Tomó la decisión sabiendo que ella y otros terminarían pagando por ello, pero sabiendo también que un puñado de minutos no es cantidad de tiempo suficiente para fabricar una historia de fondo consistente que venga a reemplazar al planeta entero. Ra se ha ido y la magia es real, pero dejando eso de lado, hay casi una perfecta continuidad con la Tierra Actual. En esencia, todo lo que era es, y eso incluye el pasado reciente y los recuerdos que todos tienen de él.

Para empezar, casi todo ser humano consciente del mundo avistó los hologramas. Aquí, a menos de una hora de su desaparición, la mayoría está todavía reaccionando a esos hologramas, aterrorizados y paralizados, o tratando de resolver de qué manera reaccionar, a quién tratar de contactar, cómo contactarlos, qué decirles, qué preguntar. Casi todas las personas o no reconocieron el símbolo (estándar internacional) de la magia de altas energías, o reconoció el símbolo como alguna clase de advertencia pero sin comprender su significado. Una fracción considerable de todos los servicios de telefonía del mundo han colapsado. La internet está patas para arriba.

Hubo, durante algunos minutos, un brillante edificio, flotando como un OVNI en el aire allá sobre el río Este de Nueva York. Una cosa relativamente pequeña, y ahora se ha ido, pero miles de personas la vieron y la filmaron. Había personas visibles dentro. No tiene explicación.

Hubo un terremoto con epicentro en la corteza terrestre bajo Australia Occidental, geológicamente irregular aunque no inexplicable; pero que fue seguido de una onda de choque mágica que cada mente sintonizada a la magia a lo largo y ancho del mundo sintió en simultáneo. La onda de choque expulsó a todos los magos que estaban en el mundo de Tanako, sanos y salvos, de regreso a casa, y el mundo de Tanako, (tal y como lo revelará la comunidad mágica a medida que reúnan las piezas durante las próximas semanas) se ha ido para siempre, a partir de ahora.

En Florida el STE–77 —tripulación completa e intacta— acaba de acertar el centro de una pista de aterrizaje totalmente despejada y desprevenida. La nave Atlantis está en tan buenas condiciones como para volver a lanzarse, al igual que su tripulación. A estos les gustaría saber qué produjo la falla en los motores y quién fue que los rescató, y sería mejor que alguien les diga en qué año están. Así y todo, en ciertos almacenes de la NASA están los restos dragados de la misma nave espacial, cabales duplicados de los originales, individualmente numerados: paneles cerámicos destrozados, cascos espaciales pulverizados…

Laura Ferno y Nicholas Laughon están con vida. Estaban muertos. Están muertos. Sus restos ennegrecidos por el ácido siguen allí, en las tinas, a cuatro pasillos de distancia. Sin embargo están aquí, con vida, reaparecidos en el centro del gimnasio de investigaciones de ciencias del sueño a medio desmantelar. Nick quiere salir de la escena, ya se acabó todo para él y quiere volver a casa, pero la policía lo detiene y en cualquier caso, le explica que su hogar ha volado por causa de una bomba; y no tiene a dónde ir. A Laura también la detiene la policía, al otro lado de la sala, sangrando, y está gritando:

—¡Yo no quería nada de esto! Nick, por todos los cielos, ¡escúchame!

Todas las personificaciones de Ra murieron. Las mentes originales de sus anfitriones mucho tiempo ha que fueron desalojadas, arrojadas al mundo T, sirviendo de alimento a sus horrores, dejando solamente a Ra. Pero en el mundo nuevo no hay Ra, y a esas personas no les queda nada; ni dueño original, ni poseedor, solo muerte cerebral. La consecuencia, en las celdas de la cárcel, no puede describirse productivamente, y el oficial que lo descubre carece de la formación necesaria para lidiar con ello.

En cuanto a Natalie Ferno y Anil Devi: estuvieron físicamente ausentes de su salón por casi media hora de tiempo real, y nadie los extrañó. Pero alguien vendrá a buscarlos muy pronto. Algo gigantesco acaba de suceder. Será preciso un ajuste de cuentas.

*

—Basta, por favor —dice Anil.

Natalie para. Ya había terminado, de todos modos.

Anil está quieto ante la ventana, mirando las aves. Hace cierta aritmética mental, malabares de personas y lugares. Le han sucedido demasiadas cosas, y la narración de Natalie más sus propias sagaces conjeturas se amontonan sobre tales sucesos.

—Tenemos… —empieza, pero luego mira hacia abajo y hasta cuenta con los dedos, solo para estar seguro. Da con el asunto más importante—: La pista de aterrizaje.

—¿Qué hay de ella?

Anil escoge sus palabras con cuidado.

—¿Quedó alguien en la pista de aterrizaje?

Natalie mueve la cabeza.

—Dejaste todo eso allá, en la realidad.

Ella asiente. Las alternativas eran demasiado complicadas como para considerarlas.

—Tu madre —dice Anil, animándose a mencionarla—. Estaba allí sobre el asfalto, frente a nosotros, con… rayos de metal en el cráneo. Uno metido en cada ojo, lo recuerdo con claridad. Estaba ciega y con daño cerebral. Nunca supo que tú estabas allí. No le hiciste llegar una sola palabra. Y se ha muerto. —Observa a Natalie, que ahora está sentada con las manos juntas, una imagen de indiferencia. Le sostiene la mirada unos momentos, hasta que algo (quizás una empatía extraviada de alto voltaje) parece hacerle cortocircuito en el cerebro, y se estremece y le dice—: ¿Por qué eres así? ¿Por qué no reaccionas?

Como un búho parpadea Natalie. Tiene motivos profundos y complejos esa forma de mostrarse ahora mismo, pero aparentemente, a pesar de una vida entera de experiencias compartidas con Anil, tras esta última petición decide que no vale la pena compartir ninguno de esos motivos con él:

—¿Cómo quisieras que reaccione?

Anil mueve la cabeza.

—… para mí, lo que hizo Laura tuvo mucho más sentido.

«Y eso pareciera ser el final» piensa Natalie.

—Habrá sido así —dice, pétrea.

Anil siente como una náusea, como una cinetosis. Tantea en busca de una silla y se deja caer, de frente a Natalie, sosteniéndose al borde de la mesa.

Los eventos de los que fue testigo están ganando una cualidad mítica, dorada, en su mente. La Rueda y el Hombre de Vidrio y las Ferno e incluso Laughon, todos están ascendiendo al nivel de semidioses. Mirando a Natalie, piensa que puede atisbar una especie de aura, como en la fotografía de Kirlian, y todo lo que consigue pensar es: «Esta mujer ha creado el universo».

Se abre la puerta. Es John Henders, el sargento de policía que los sigue teniendo bajo custodia. Lo acompañan otros oficiales. No hay esposas a la vista, pero el ambiente adusto que parecen traer consigo les indica que ello es una mera cortesía, un privilegio que bien podría rescindirse. Henders les explica que ellos, Natalie Ferno y Anil Devi están, finalmente, bajo arresto, y que tienen que levantarse.

—Momento, momento —dice Anil, cuando un oficial se acerca a él y gentil pero firmemente lo sujeta por el brazo. Sabe que ya pasó la hora de hablar sin freno frente a la policía, pero esto le hace falta. Le dice a Natalie—: Nat, ¿qué les contamos? ¿Qué decimos? Yo casi ni me lo creo.

—No sé —dice Natalie—. No sé, no sé. Nada.

*

Y les sacan todo.

Las interrogaciones los pulverizan del cansancio y se estiran por lo que se sienten como años, porque duran años.

Al principio, Natalie es casi una caja cerrada con llave, no es posible sacarle nada con excepción de los hecho más concretamente documentados, y hasta en esos casos no hace más que asentir:

—Mi hermana desapareció —dice—, y la encontré.

Anil Devi hace como Natalie, diciendo casi nada:

—El Grupo Hatt despidió a Laura Ferno debido a un incidente interno. Tiempo más tarde, el Sr. Hatt reconsideró esa decisión y me envió a encontrarla, cosa que hice.

Nick Laughon quiere apremiantemente —y más que nadie— que el asunto quede a sus espaldas y no tiene las ganas de estirarlo más. Él dice:

—No recuerdo nada de lo que ha sucedido en las últimas dos semanas. —Aún cuando le sería sumamente fácil añadir «Laura le hizo algo a mi mente», no lo hace.

Y Laura hace todo lo posible para presentar el asunto lo más sencillo posible, sin verdadero éxito:

—Después de ser testigo del desastre del Transbordador Espacial Atlantis quedé convencida que podía revertirse ese accidente. Contacté con el Instituto Chedbury Bridge, quienes compartían mi parecer. Y lo conseguimos.

Y en un mundo más crédulo, e irrisoriamente más simple, esas cuatro declaraciones todas juntas pudieron haber bastado. Pero la indagatoria pública es extensa, categórica y de suma importancia para el mundo en su totalidad, y no son tontos quienes la llevan adelante.

La indagatoria resuelve, correctamente, que el mundo de Tanako fue una estructura virtual alojada físicamente en el epicentro de ese terremoto misterioso, y que contenía los registros de los muertos, y que Laura tomó ese mundo por asalto y lo hizo estallar con el fin de resucitarse a sí misma, a su novio y al Atlantis. Tras interrogar firmemente a Laura para dar con mayores precisiones y luego formándose opiniones propias a partir de esos alegatos, la indagatoria determina que el mundo de Tanako había sido construido por una agrupación secreta de magos espectacularmente poderosa, que se hacían llamar la Rueda, y que el Instituto Chedbury Bridge era la fachada de una agrupación contraria, Ra. Ra reclutó a Laura en vista de sus metas compartidas, y en esencia le lavó el cerebro para que llevara el asalto a cabo, valiéndose de la persona del difunto Kazuya Tanako para embaucarla, haciéndole pensar que iba a salvar al mundo.

La indagatoria identifica en Ra una secta. De ahí que hicieron volar la residencia de Laura y Nick cuando alguien intentó seguirles el rastro, de ahí que intentaron (o, desde otro punto de vista, consiguieron) el asesinato doble, de ahí el suicidio ritual en masa. No la culpabilizan a Laura; toda la responsabilidad de estos crímenes de violencia puede atribuirse a los ya muertos.

La indagatoria descubre que la madre de Laura desapareció el día del desastre del Atlantis, la identifica como la aparición avistada por la tripulación del Atlantis, y especula que también ella pudo haber sido miembro de la Rueda. Tras entrevistar a Edward Hatt, la indagatoria se entera que a Laura se la despidió tras fracasar en un primer intento de resucitar a los muertos —su propia madre, en tal caso—. La indagatoria halla en la estructura misteriosa de la ciudad de Nueva York el cuartel general de la Rueda, ahora desaparecido sin rastros junto con la agrupación misma y con toda su fantástica tecnología posmágica.

La indagatoria no encuentra nada en concreto sobre los verdaderos orígenes y destino final de la Rueda. Laura admite que a ella debieron mentirle, y la indagatoria está de acuerdo, con lo que se suceden interminables y locamente erradas especulaciones acerca de la verdad. La indagatoria tampoco llega a descubrir la verdadera naturaleza de Ra ni la verdadera historia del mundo precedente al hito de 1970. La indagatoria no halla, y Natalie Ferno tampoco revela, que el mundo ha sido descargado ni que, allá fuera en la realidad, ha sido atomizado. La discontinuidad ha sido indetectable incluso para los instrumentos científicos más precisos.

Casi todo, pues. Todo aquello para lo cual existe evidencia física.

Una vez que las aguas vuelven a su cauce y se han disuelto las culpas y se ha completado todo el papelerío y el interés de la prensa ha caído tanto como jamás vaya a caer, y que cada hecho disponible e independientemente confirmable ha sido descubierto junto a cada una de las ficciones que puedan imaginarse, y que todo el mundo crea la mitad de los hechos y la mitad de la ficción pero que cada cual se crea una mitad diferente, lo que queda firme es esto:

Laura Ferno resucitó a los muertos. Fue cosa de una única vez. Fue magia. No puede volver a pasar.

Y eso no cambia nada.

 

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